Kyra Kyralina y El señor Presidente. Empoderar personajes femeninos para representar los desafíos de género

Kyra Kyralina and Mister President. Empowering feminine characters to represent gender challenges

 

José Andrés Guzmán Díaz[1]

Resumen

Con la aplicación tanto de la literatura comparada como del concepto del empoderamiento, se analizaron y cotejaron las novelas Kyra Kyralina de Panait Istrati y El señor Presidente de Miguel Ángel Asturias. Asimismo, se emplearon términos y posturas de la teoría de género con el objetivo de resaltar la construcción de los personajes femeninos en ambas obras. Se concluyó que las representaciones corresponden a empoderamientos individual, en Istrati, y social, en Asturias.

Palabras clave: literatura comparada, personaje femenino, empoderamiento, teoría de género

 

Abstract

Applying both comparative literature and empowerment concept, Panait Istrati’s Kyra Kyralina and Miguel Ángel Asturias’ Mister President (El señor Presidente) were analysed and compared. Furthermore, terms and stances from gender theory were utilised to highlight the construction of feminine characters in both novels. Conclusion was that the depictions correspond to individual (in Istrati’s work) and social (in Asturias’ work) kinds of empowerment.

Keywords: comparative literature, feminine character, empowerment, gender theory

 

Recibido: 2020-05-20

Aceptado: 2020-10-14

 


Introducción

 

El presente texto analiza bajo la práctica de la literatura comparada las novelas Kyra Kyralina (1924) de Panait Istrati y El señor Presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias. Se utilizan conceptos de la teoría de género para observar cómo se construye el personaje femenino en ambas obras, los cuales, se puntualiza, representan madres, esposas, hijas y prostitutas.

El género, en concordancia con Oyewùmí Oyèrónké (2012, en Landeros Casillas, 2016), no es una categoría estática, sino que cambia a través del tiempo y el espacio, pues se inscribe en un contexto socio-cultural también variable. De tal suerte que resulta interesante ver en comparación las posturas de dichas novelas, puesto que la primera se inscribe en un contexto europeo oriental (Rumania y Turquía) y la segunda en el periodo dictatorial de Guatamela.

Se postula que las transgresiones y las continuidades de género presentes en dichas narraciones corresponden con el empoderamiento femenino, con la única diferencia de que mientras en el escritor rumano se trata de un empoderamiento individual, el guatemalteco propone uno más bien social.

 

Dos novelas, múltiples personajes femeninos

 

Ser mujer es indefinible. Ya lo ha dicho Judith Butler (2013): en el momento en que se intenta hablar de lo que es la mujer, se habla del establecimiento y de la esencialización de una mujer, luego se excluyen muchas otras voces, experiencias y procesos de subjetivación, en fin, muchas otras formas de ser mujer. Además, ser mujer o ser hombre no define todo lo que una persona es. No es objetivo de este texto, pues, definir la mujer, sino observar con las lecturas de las novelas Kyra Kyralina de Panait Istrati y El señor Presidente de Miguel Ángel Asturias cómo es concebido el personaje femenino por los otros personajes y por los narradores.

La trama de la novela de Istrati puede resumirse de la siguiente manera: Adrián decide salir de casa con Mijail y Stavro. Este último, al ser cuestionado por su “perversión” homosexual, relata la historia que justifica sus acciones y, después, su pasado remoto cuando aún era un niño llamado Dragomir y tenía una madre y una hermana, Kyra, ambas prostitutas. Cuenta entonces cómo muere su madre a manos de su padre, pierde a su hermana y se vuelve un vagabundo y un esclavo. Al final de su relato conoce a un errante, Barba Yani, quien le enseña a ver la vida de una manera más sabia, lo cual le trae paz.

Se resume también a continuación la novela de Asturias: Cara de Ángel recibe órdenes del señor Presidente de evacuar de su casa a las víctimas de un ataque militar venidero. El primero oculta a la hija del padre de familia en un bar. Sin saberlo, él frustró los planes que el Presidente tenía con la niña Camila y entonces se vuelve el enemigo número uno. Cara de Ángel es perseguido de manera silenciosa hasta que un día le manda llamar el dictador para recibir órdenes de ir a Estados Unidos. No obstante, es una estratagema para que sea apresado en el trayecto sin que lo sospeche. Cara de Ángel muere en un calabozo sólo con la memoria de su amada Camila, quien se encontraba embarazada.

En las dos narraciones, los personajes femeninos suelen ser mestizos en niveles étnicos o culturales. Queda establecido de manera más patente en El señor Presidente, pues la Historia nos remite a la conquista española y a la represión de los indios durante la colonia en el entonces reino de Guatemala. La conciencia mestiza de la mujer, según Gloria Anzaldúa (2005), provoca que esta tenga “una personalidad plural […] No sólo mantiene contradicciones, también transforma la ambigüedad en otra cosa (algo así como que transforma la ambivalencia, la invierte o resuelve de otro modo)” (p.707). El personaje femenino, pues, está enmarcado en sus sociedades respectivas: Rumania y Guatemala en los primeros años del siglo XX.

La comunidad imaginada, dice Mary Louise Pratt (1993), presenta versiones idealizadas de lengua-nación y cultura-nación, por tanto, los personajes femeninos de ambas novelas no representan a las sociedades rumana ni guatemalteca de manera íntegra, pero sí están insertadas en un todo, en lo que se denomina lo nacional. No obstante, las agrupaciones sociales “que habitan los territorios nacionales están cargadas de homogeneidad y jerarquías que actúan en contra de la fraternidad, la autonomía y la soberanía (p.52, en Pinto Carvacho, 2016, p.93). De manera que las versiones idealizadas nacionales se crean a partir de los imaginarios de la hegemonía, “interminablemente expuesta a ataques, desafíos, contrahegemonías y formaciones alternativas que la obligan a afirmarse y a reafirmarse a través de la negociación y la fuerza” (Pratt, 1993, p.52, en Pinto Carvacho, 2016, p.93).

 

El empoderamiento individual en los personajes femeninos de Kyra Kyralina

 

En los escenarios de Kyra Kyralina, los personajes femeninos adoptan los roles de madre, esposa, hija y prostituta. La madre de Adrián tiene una aparición muy breve al inicio del capítulo primero, pero dicha brevedad resulta inversamente proporcional al efecto causado en el personaje y —acaso— en el lector, pues aunque Stavro le diga a Adrián “¡Las madres son todas igual! Quieren que vivamos su vida, que disfrutemos con sus placeres, que gocemos con sus alegrías. Y, después de todo, ¿qué culpa tenemos si nos mostramos tal como nos han hecho?” (Istrati, 1989, p.12) —un reproche hasta cierto punto común—, la despedida entre madre e hijo es muy emotiva:

 

Ya ves, hijo mío —le dijo, abrazándolo con tristeza—, respeto tu voluntad; pero quizá algún día te arrepientas de lo que haces. El corto viaje que vas a emprender abrirá en ti el insaciable deseo de seguir corriendo mundo, y entonces los viajes deberán ser, cada día más largos. Y, no hay garantía de felicidad en lo que semejante porvenir te reserva. Tengo la seguridad de que los dos lloraremos un día. Dios no lo quiera […] andaba [la madre] con los ojos fijos en el suelo, como si buscara algo que si aún no había perdido, ya iba perdiendo poco a poco (Istrati, 1989, p.13).

 

El hijo único, Adrián, es quien sale de casa, a quien le corresponde o de quien se espera que recorra el mundo, mientras que la madre no tiene otro camino sino quedarse; ese algo que parece que busca en el suelo por tener siempre la cabeza gacha y que va perdiendo poco a poco es la vida.

La otra madre que aparece en la novela de Istrati es la de Stavro, una mujer que nunca sale de casa y que sostiene relaciones sexuales y sensuales con varios hombres en su casa, a pesar de estar casada. Ella invita a su mundo tanto a Stavro (entonces llamado Dragomir) como a su hermana Kyra, de manera que ambos participan en los bailes y los festejos, con la única diferencia de que a él le corresponde el deber de custodiar la entrada, puesto que temen la llegada del padre, y a ella, aunque joven, se le trata como a una prostituta. Los rasgos que más se destacan en el carácter de esta madre son el amor y el goce: su vida se plantea plena porque el amor le permite sentir y las sensaciones le permiten amar. Su antítesis es su esposo: “[mis hijos] son vida en toda su pujante alegría, y tú eres muerte, que impide vivir a los vivientes... A mí vez me admiro de que tu aridez haya sido capaz de hacer brotar ese retoño, tan seco de corazón como tú, que podrá ser hijo tuyo, pero no mío...” (Istrati, 1989, p.47).

La belleza en su personalidad se complementa o se refleja en la belleza corporal de ambos personajes femeninos, Kyra y su madre: “¡Ay, la cara y los ojos...! ¡La belleza incomparable de aquellas dos mujeres...! Sus cabellos dorados les llegaban hasta las piernas y su piel blanquísima contrastaba con la negrura de ébano de cejas, pestañas y pupilas” (Istrati, 1989, p.39). Su belleza, sin embargo, es lo que provoca en una sociedad machista una cosificación que deviene en y justifica violencia:

 

[Mi madre] nacida para las caricias, ¡era golpeada sin piedad, hasta hacerle brotar sangre! Aunque, si mi padre era incapaz de acariciarla, sus amantes lo hacían con fruición. Siempre me he preguntado si mi madre engañó primero a mi padre, y por eso fue castigada, o al contrario, si los malos tratos de mi padre la llevaron a engañarlo (Istrati, 1989, p.40).

 

Esta libertad de elección de su vida sexual paralela a su vida matrimonial es lo que se denomina empoderamiento. Los retos mundiales de las mujeres y las luchas por sus derechos, dice Nash (2004), con frecuencia se centran a partir del cuestionamiento del paradigmático sistema de género y de arquetipos de feminidad impuestos por grupos culturales hegemónicos.

Señalan Deere y León (2002) que el empoderamiento —no sólo de mujeres, sino de personas en general— no se trata de un proceso lineal, con un inicio planeado y una meta esperada, sino que cada individuo lo experimenta a su manera, según su experiencia y su contexto. El empoderamiento, pues, no es otra cosa que un mayor control del individuo en su vida, su cuerpo y su entorno, lo cual deviene luego en libertades de movimiento y acción (autonomía), poder de decisión, acceso y control de dinero, ausencia de violencia contra ella, acceso a la información e igualdad jurídica (Kishor, 2000; Oxaal & Baden, 2007, citadas por Landeros Casillas, 2016).

No logra la madre de Stavro un empoderamiento pleno, pues su libertad de movimiento y de acción está limitada por su casa; incluso existía violencia contra ella y sus dos hijos y no tenía acceso a la información ni a la igualdad jurídica. Sin embargo, su empoderamiento, su libertad de movimiento y de acción, por muy limitado que fuese, le otorga satisfacción, un goce y un amor que la hacen sentir, pese a todas sus situaciones adversas, libre.

Al mismo tiempo que el rol de madre, se han visto los de esposa, hija y prostituta, pero se desarrolla aun más el de esposa a continuación. Stavro, después de vagar por tantos países, piensa que podrá sentar cabeza con una mujer, Tincoutza, cuya familia visita cada noche y a quien le cuenta historias interrelacionadas y continuas, como una suerte de Sheherezada. No obstante, debido a su tendencia sexual, tiene dudas respecto si sea sensato o no pedir su mano:

 

No hubiera querido pedir la mano de Tincoutza antes de estar seguro de mi curación […] La muchacha, clara y terminantemente manifestó que no quería casarse más que conmigo, y entonces el padre me exigió que explicase mis intenciones. Imposible eludir la respuesta; por otra parte ¿qué decirle? La sola idea del casamiento me horrorizaba tanto como los suplicios del infierno (Istrati, 1989, p.26).

 

Este empuje social que recibe Stavro por parte del padre de familia también puede verse en la madre de Adrián, quien también pretende que se case a tan corta edad (18 años): “¡Como si lo único que viniéramos a hacer sobre la tierra fuera engendrar pequeños estúpidos y ofrecer al mundo esclavos nuevos, al mismo tiempo que uno se convierte en esclavo de todos ellos! ¡No!” (Istrati, 1989, p.6). La presión más fuerte recae sobre Stavro, primero, porque es mayor que Adrián y, segundo, porque tiene sobre su conciencia la “necesidad” de no ser homosexual o, cuanto menos, que no lo reconozcan como tal. De manera que termina cediendo: se casa con Tincoutza. Se acostumbra en la sociedad, empero, que en la misma noche de la boda, los recién casados exhiban la mancha roja en las sábanas producto de la virginidad perdida de la mujer al consumar su unión. Stavro entonces se desmaya esa noche y jamás puede consumar su matrimonio, por lo cual toda la gente murmura acerca de su impotencia y quién sabe qué otras calamidades.

Es probable incluso que eventualmente ellos habrían podido tener relaciones sexuales, mas el peso del atosigamiento de la sociedad llega a ser tan grande que ellos mismos impiden lo que pretenden. Una sociedad vigilante, siempre pendiente del accionar de sus miembros y, más aun, de aquellos tan distintos, es lo que propicia la discriminación. En este caso, se trata de una doble discriminación: por una parte, no soportan la idea de que el esposo no penetre —al final, la acción se simplifica y ya no se habla en términos afectivos, sino de “deber”— a la mujer con quien se casó. Por otra parte, no conciben la idea de lo que postulan tanto Oswaldo Estrada (2016) como Silvia M. Gianni (2016), una transgresión de género que traspase o que se sitúe sobre los límites, de manera que lo femenino y lo masculino, en el caso se Stavro, sea indefinible. ¿Dónde y cómo termina él de ser hombre? ¿Dónde y cómo empieza él a no-ser hombre o ser mujer? ¿Se hablaría de una complementación o de una ruptura?

 

El empoderamiento social en los personajes femeninos de El señor Presidente

 

En un contexto de continua violencia en la sociedad, en una dictadura, se enmarca El señor Presidente. Quizá debido a este fratricidio constante, el personaje femenino en la novela de Asturias sea en la mayoría de los casos madre, cuya relación con su hija(o) es indisoluble. Las madres del pueblo, pobres, esperan todo el tiempo:

 

[…] en los poyos de los corredores oscuros, grupos de mujeres descalzas, con el canasto del desayuno en la hamaca de las naguas tendidas de rodilla a rodilla y racimos de hijos, los pequeños pegados a los senos colgantes y los grandecitos amenazando con bostezos los panes del canasto. Entre ellas se contaban sus penas en voz baja, sin dejar de llorar, enjugándose el llanto con la punta del rebozo. Una anciana palúdica y ojosa se bañaba en lágrimas, callada, como dando a entender que su pena de madre era más amarga. El mal no tenía remedio en esta vida y en aquel funesto sitio de espera […] a ellas sólo les quedaba el Poder de Dios (Asturias, 2014, p.15).

 

Al igual que en Kyra Kyralina, las madres son vistas como eternas pacientes, ya de un hijo que ha de crecer (“pequeños pegados a los senos colgantes”, quienes a su vez alimentan a la sociedad o al ejército o a otra familia), ya de un hijo que está en el frente de batalla (“grandecitos amenazando con bostezos los panes del canasto”) y que puede comerse al mundo, un hijo que aunque esté desligado de su madre, ella le espera en silencio, como dando a entender que su pena de madre es la más amarga.

Niña Fedina, la criada de Camila, es incriminada y encarcelada durante los últimos días de su gestación, por lo que da a luz en prisión. Una vez con su hijo en brazos, piensa en el mejor porvenir que le puede ofrecer: “Pensaba en él como si aún lo llevara en las entrañas. Las madres nunca llegan a sentirse completamente vacías de sus hijos. Lo primero que haría en saliendo de la cárcel, sería bautizarlo. Estaba pendiente el bautizo” (Asturias, 2014, p.125). De nuevo, las madres siempre en espera, como en un eterno estar, nunca vacías de sus hijos. La esperanza para niña Fedina es el bautizo, ya que se trata de la salvación del alma de su hijo en la cristiandad. Sin embargo, como ella no responde a las preguntas de un interrogatorio violento, los militares le echan cal a sus senos para que el niño, desesperado por comer, muera al no poder mamar: “[a la mañana siguiente] despertó con su hijo moribundo, helado sin vida, como un muñeco de trapo […] Con la criatura en los brazos dio voces, golpeó la puerta… Se le enfriaba… Se le enfriaba… Se le enfriaba… No era posible que le dejaran morir así cuando era inocente” (Asturias, 2014, p.135).

Una vez muerto su hijo, es vendida como prostituta “virgen” a un afamado burdel de la ciudad, “El dulce encanto”. Niña Fedina, resignada ante la muerte de su hijo, lo oprime contra su pecho, sin soltarlo un minuto: “seguía sin darse cuenta de nada de lo que pasaba, con la idea de su inexistencia para todo lo que no fuera su hijo. Los ojos más cerrados que nunca, así mismo los labios, y el cadáver siempre contra sus senos pletóricos de leche” (Asturias, 2014, p.176). La madre, entonces, pasa de ser un útero, una cuna, a ser una sepultura. Al oprimir a su hijo contra su pecho y negarse a hablar, observar, escuchar, etcétera, Fedina entierra a su hijo, luego se muere y se entierra a sí misma. La madre, en efecto, da la vida por su hijo.

Las prostitutas, aunque presentes también en distintos puntos de la novela, tienen ante dichas muertes posturas de testigo y de víctima a la vez: “A todas se les había muerto aquella noche un hijo. Cuatro cirios ardían. Olor de tamales y aguardiente, de carnes enfermas, de colillas y orines” (Asturias, 2014, p.178). A diferencia de Kyra y su madre, quienes entregaban y recibían cuerpos por goce físico, las prostitutas en El señor Presidente profesan por necesidad o por obligación, como niña Fedina. Todas ellas se saben madres potenciales o imposibles, pero en esa conciencia maternal, lloran el hijo de una tercera que, en ese momento, se vuelve su hijo propio. Quizá los cuatro cirios respondan a los cuatro puntos cardinales que están bajo el control del gobernante o, más probablemente, a la cruz de la religión cristiana, por tanto, a su sacrificio. Los tamales y el aguardiente son alimentos para sobrellevar la muerte, fuertes tanto al paladar como al estómago. Las carnes enfermas, las colillas y los orines, por último, no representan otra cosa que la decadencia del burdel, que concuerda con la decadencia socio-política de Guatemala.

El punto cumbre de la maternidad y la esperanza que se representa en una sociedad corrompida es el bautizo del hijo de Camila y Cara de Ángel:

 

[…] el domingo de Pentecostés, en que recibió su hijo sal, óleo, agua, saliva de cura y nombre de Miguel. Los cenzontles se daban el pico. Dos onzas de plumas y un sinfín de trinos. Las ovejas se entretenían en lamer las crías. ¡Qué sensación tan completa de bienestar de domingo daba aquel ir y venir de la lengua materna por el cuerpo del recental, que entremoría los ojos pestañosos al sentir la caricia! Los potrancos correteaban, en pos de las yeguas de mirada húmeda. Los terneros mugían con las fauces babeantes de dicha junto a las ubres llenas. Sin saber por qué, como si la vida renaciera en ella, al concluir el repique del bautizo, apretó a su hijo contra su corazón.

El pequeño Miguel creció en el campo, fue hombre de campo, y Camila no volvió a poner los pies en la ciudad (Asturias, 2014, p.324).

 

Puede observarse de nuevo el gesto de llevar el hijo contra el pecho, contra el corazón de la madre, quien otra vez, queda desamparada por su esposo muerto por la violencia del gobierno. El bautizo de Miguel representa la esperanza de un pueblo oprimido. Miguel es en la Biblia el arcángel que en varias ocasiones lidera un ejército de fieles; incluso, por esta actividad siempre en favor de dios y por ser considerado el arcángel (el ángel principal), se le ha llegado a empatar con la figura de Jesucristo. Asimismo, los animales que aparecen en el pasaje transcrito actúan como dando la bienvenida al recién nacido en el campo, lo cual recuerda el nacimiento de Jesucristo. Miguel, pues, representa el elegido, el mesías que ha de liberar el pueblo guatemalteco de la dictadura.

 

Conclusión

 

Los narradores de ambas novelas, en suma, interfieren con el personaje femenino paradigmático tanto en la literatura como en la sociedad para replantear su construcción, que responde a un ser autónomo y con una fuerza por lo general subvalorada cuando no rechazada. Se trata de lo que Julia Kristeva (2001) planteaba como la revuelta: el lector puede, en efecto, volver la vista al rol de la mujer en aquellos tiempo-espacios narrados y desde estos construir la identidad femenina en un ejercicio de retorno-inversión-desplazamiento-cambio, pues la aptitud de retorno “es a un tiempo rememoración, interrogación y pensamiento” (p.13). En concordancia con este planteamiento, Rosi Braidotti (2009) menciona que la identidad es siempre nómada, cambiante; estas “nuevas figuraciones apuntan a la necesidad de nuevos proyectos epistemológicos, basados en el nomadismo, en los cuales las personas, sobre todo las mujeres, no son ya reducidas a una categoría biológica y esencialista”[2] (En Codognoto da Silva, 2016, p.205).

Mientras el empoderamiento femenino de Istrati radica en lo individual, el de Asturias yace en lo social. Aquel postula una vida libre de goce, de sensaciones, de elegir cómo vivir bajo los preceptos propios; este propone la figura de la madre como impulsora principal de la sociedad oprimida, pues es ella quien se encarga de la formación de los ciudadanos. Niña Fedina, cuando camina escoltada de militares hacia la prisión, es defendida por otra mujer, la única persona que se atreve a hacerles frente: “¡Eso era lo único que nos faltaba, ishtos que ái andan y que parecen chinos de tan secos con los codos de fuera y los pantalones comidos del fundillo! ¡Repasearse quisieran en uno y que uno se quedara con el hocico callado! ¡Partida de piojosos…, ajar a la gente por gusto!” (Asturias, 2014, p.108).

 

Bibliografía

 

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Hemerografía

 

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[1] Vidzeme University of Applied Sciences, Letonia, jagdiaz.75@gmail.com

[2] Traducción propia del portugués.