Mastretta,
Ángeles. (2012). La emoción de las cosas. Planeta [Seix Barral].
La emoción de las cosas
Enrique
Aguilar R.[1]
Recibido: 2019-09-11
Aceptado: 2020-01-14
Lo
primero que hay que decir sobre La
emoción de las cosas (Planeta [Seix Barral], 2012) es que no es una novela.
Es, sí, un conjunto de 77 recuerdos, viñetas, apuntes y reflexiones sueltas.
Esta aclaración es pertinente porque en la cuarta de forros se dice que sí: “ […] novela personal
que nace de las entrañas, esculpida a base de (sicazo que recuerda a La R.)
honestidad y algunos temores, llena de tribulaciones y reflexiones[…]”.
Pero
no, no es novela.
En textos de muy diversa factura y calibre, Ángeles Mastretta
habla en este libro de su padre, y lo mismo cuenta que el señor participó en la
Segunda Guerra por parte de Italia, que vendió carros usados, o escribió sobre
automovilismo en El Sol de Puebla. Sobre
esto último da dos versiones: primero, al inicio del volumen, que el papá escribía sin que le pagaran y, en
el último tercio del libro, cuando toca de nuevo el tema de las colaboraciones
periodísticas paternas, dice que por ellas le pagaban cien pesos y que con ese
dinero el señor compraba, por ejemplo, el regalo de cumpleaños de alguno de sus
hijos. Este mínimo detalle sirve para referirse a una característica de la
estructura del volumen: tanto el padre de la escritora, como su madre, su vida
familiar, con su hermana y sus hermanos, o su vida íntima, con su pareja, el
escritor Héctor Aguilar Camín, y con sus dos hijos, más las peripecias propias
de su vida cotidiana son las que disparan las reflexiones y remembranzas de lo
que puede ser una recopilación de textos de una columna periodística o de un
blog como en el que hace algunos años tuvo en el periódico El país.
De hecho, el volumen se lo dedica la escritora a sus
cuatro hermanos y a sus blogueros, de seguro los primeros receptores de varios
de estos textos por la vía digital.
A lo largo de su ya amplia labor como periodista y narradora,
a la Mastretta no le han faltado lectores fieles, lo mismo desde que publicaba
una columna en la que metía textos muy parecidos a los que contiene este libro,
en la segunda edición del periódico Ovaciones,
hace ya algunas décadas, múltiples lectores que la siguieron cuando publicó su exitosa
novela Arráncame la vida. De entre
todos esos lectores, muchos son mujeres, a las cuales les gusta el tono de
confidencia, de platiquita que les sabe imprimir esta escritora a sus añoranzas
públicas, a estos recuerdos escritos que también podrían formar parte de su
diario personal.
En La emoción de
las cosas el lector se puede enterar tanto de cómo se murieron los padres
de la autora, o cómo actuaron sus hermanos durante ese doloroso proceso, y qué
sintió e hizo ella antes, mientras y después de que ambos fallecieran.
También en este libro quien lo lee se entera de que: a
su hija la asaltaron y sólo le quitaron cien pesos; que a unos amigos les
robaron el estéreo de su carro a las puertas de la casa de la autora, de donde
a ella antes le habían robado ya tres carros; que su perro un día despanzurró a
una largartija; que luego de treinta años de concubinato se casó; de cómo fue
que un día se subió al escenario del Auditorio Nacional a cantar con Joaquín Sabina;
que fue amiga de García Márquez y lo es de doña Mercedes, su ahora viuda; que
un día un tipo que le dio un aventón la manoseó y cómo ella se bajó audazmente
del carro del mañoso y cómo otro cuate que iba pasando la rescató; que trabajó
en su juventud en la revista Siete al
lado de Gustavo Sainz; que de joven tuvo amores y pasiones con tipos de los que
aún se acuerda, pero de los cuales se guarda los detalles y nombres; que su
hermana es una ciudadana defensora de su entorno; que padece epilepsia; que en
el jardín de su casa tiene entre otros árboles una araucaria, y que su suegra
guisa muy rico.
Además de publicar La
emoción de las cosas en el 2012, Mastretta en ese año participó en la
antología Palabras para José Saramago.
Tres años después se refirió a su método de trabajo en el volumen colectivo Así escribo y en ese año también publicó
otro libro de memorias o de “retazos”
como en alguna entrevista lo dijo, El
viento de las horas, que es similar a La
emoción…aquí comentado. En el 2016 publicó en El vuelo del colibrí: antología de la prosa breve mexicana, y al
año siguiente metió otro texto en la antología: Dejar huella: perros de papel, de la memoria, de la imaginación.
Los lectores de este libro de Ángeles Mastretta que se
vayan con la finta del texto de la cuarta de forros citado al principio, y que
a lo largo de la lectura busquen en La
emoción de las cosas a “la novela” que ahí no está, pueden tener el consuelo
de que la autora les explica de qué sí va la cosa en este volumen cuando en la
página 183, en el texto que se titula “Quiméricos condones”, en el cual habla
de que ella ignora casi todo de esos instrumentos de látex, aunque por la
publicidad de algunos, ahora que ya es bastante mayor, le gustaría saber a qué
se refieren con eso de que unos son hasta “cosquilludos”, y sin que venga mucho
al caso del tema específico del texto, de pronto dice: “Decía mi madre que no
hay que elogiar mucho a los hijos, pero ni modo: yo suelo hacerlo porque me
gusta entrar al delirio de la intimidad expuesta, y hacerlo en un periódico
donde lo que importa es hablar de lo público, del bien, las finanzas, y el mal
de otros, de la sociedad, de los delincuentes, de los políticos y de la mismísima
patria; el mundo de lo privado es para los libros. Eso creemos, porque de eso
no hablamos en los diarios, donde tanto hablamos de los otros y tan poco de
nosotros”.
O sea que con un poco de “tenme acá” y otro poco de
“tú ya sabes”, en buen plan y sin que nadie se ponga exigente, hablando de
esto, de lo otro y de lo de más allá, como “jazzeadito”, con el método del
revoltijo o la sopa minestrone, yo haciendo como que te cuento, diría doña
Ángeles, y tú fingiendo como que te enteras, así nos la podemos pasar en una
especie de güiri-güiri, libro de por medio, y todos contentos…