Antiimperialismos
en las revistas Claridad y Repertorio Americano durante el
levantamiento de Sandino, 1927-1930
Anti-imperialism
in Claridad
and Repertorio Americano journals during the armed uprising of Augusto Sandino, 1927-1930.
María
Fernanda Galindo Ruiz[1]
Resumen
El presente trabajo
estudia artículos sobre el levantamiento armado de Augusto Sandino y las
corrientes del antiimperialismo que se debatieron, a partir de dicho suceso, publicados
en las revistas Claridad y Repertorio Americano. También analiza el
contexto en el que circularon dichos textos, sus aportes a la idea de nación
Latinoamericana y cómo Sandino se transformó en un símbolo en el pensamiento
político de la región.
Palabras
clave:
antiimperialismo, latinoamericanismo, Sandino, Claridad,
Repertorio Americano.
Abstract
This
paper studies writings about the armed uprising of Augusto Sandino, and the
anti-imperialist trends that were debated, from that event, in the Claridad and Repertorio Americano journals. It also analyzes the context in which these texts
circulated, their impact in the creation of a Latin American nation, and how
Sandino became a representation for the regional political thought.
Keywords:
anti-imperialism, Latin Americanism, Sandino, Claridad, Repertorio Americano.
Recibido: 22-11-2019
Aceptado: 09-04-2020
Puede el profeta Ariel dormir tranquilo, La Ciudad
Futura que él soñara vive en la mente de quienes han de ser sus fundadores.
Edwin Elmore. Revista Amauta,
1926.
Entre 1927 y 1930
diversos intelectuales tuvieron la esperanza de formar una unión Latinoamericana.
El futuro aguardaba para ser construido, siempre con la certeza de algo mejor. Estas páginas buscan abordar parte de las
raíces del nacionalismo latinoamericanista a través de uno de sus mayores
símbolos: el levantamiento armado de Augusto Sandino y su impacto en el
pensamiento antiimperialista. Para ello nos cuestionamos: ¿cuáles fueron las
ideas que circularon en las revistas Claridad
y Repertorio Americano sobre los antiimperialismos de Sandino y
bajo qué contexto surgieron dichas enunciaciones? El texto se estructura
en dos partes, una primera para dar tenor histórico a la enunciación
antiimperialista y la segunda sección aborda qué se decía sobre Sandino en
ambas revistas.
Creemos
que el estudio del rechazo al imperialismo permite conocer la formación
intelectual, política e histórica de América Latina. Las ideologías fueron
vehículos cruciales en la reconstrucción de nacionalismos promovidos por el
clima político de esos años. Es
pertinente iniciar destacando que el concepto antiimperialismo carece de homogeneidad ideológica, conceptual e
instrumental. Como dista de ser una doctrina con lineamientos establecidos, es
posible referirse a su pluralidad, ya que cada acepción refiere a sus propias variedades
y a diversos horizontes de enunciación. Esencialmente, el término rechaza la
extensión del dominio de un país sobre otro, u otros, por medio de la fuerza
militar, económica, política o cultural. Siguiendo el trabajo de Funes (2014),
se entiende que es una búsqueda por la autonomía, autodeterminación, soberanía
e independencia frente a los desafíos del afuera,
de lo imperial y de la dependencia política, lo que llevó a estrategias de
poder, frentistas o aliancistas, que abarcaron lo identitario
desde la nación.
Herederos de Ariel
En la primera mitad
del siglo XX América Latina vivió diversos cambios modernizadores: expansión
comercial, crecimiento de las ciudades, creación o aumento de vías de
comunicación e infraestructura, y olas de migración —nacionales e
internacionales — que reconfiguraron el entramado social. Aunque no todo fue un
desarrollo progresista e inclusivo, pues los procesos desiguales de las
ciudades, en comparación con las zonas indígenas y rurales, mostraron que gran
parte de las poblaciones vivían marginadas y mantenían estructuras políticas
tradicionales (fundadas en las figuras de los grandes caudillos). El
crecimiento económico proveniente de las mono exportaciones entró en crisis. Como
también lo hizo el modelo político dictatorial/oligárquico (según el caso de
cada país), que comenzó a colapsar bajo las demandas sociales por
democratización e inclusión —tanto en los partidos como en las votaciones— de las clases medias. Esto llevó a la formación de modos
electorales que ampliaron sus bases sociales, generando estrategias de
sociabilidad e identidad partidista, nuevas plataformas de gobierno y
propuestas menos tradicionalistas. A
la par se abrieron espacios para reflexionar sobre la ideología liberal-constitucionalista
que había estado presente en la construcción de los Estados-Nación durante la
segunda mitad del siglo XIX. Esto permitió el surgimiento de alternativas para
una nueva formación nacional (Halperín, 2011, pp. 304-308).
La
Nación comenzó a asumir otra fisionomía a través del acceso a la opinión
pública: surgieron nuevos actores e interlocutores que buscaron integrarse a la
sociedad política y civil. Como resultado, la nación oligárquica se volvió más
la incluyente (a veces considerada democrática por la incorporación popular a
los espacios sociales), actualizando sus principios de soberanía. El Estado
convertía al pueblo en una asociación política de individuos libres, leyes y principios
sociales y políticos. La nacionalidad debía ser la base de la organización
territorial, la soberanía del pueblo convenía ser un principio secular,
independiente de las autoridades preexistentes y la construcción de una
ciudadanía garantizaba derechos civiles, políticos, sociales y económicos (Ortelli, 2014, pp.140-141).
Dentro
de estas renovaciones se retomó el espíritu americanista del siglo XIX. Los
postulados de Simón Bolívar, José María Morelos, Domingo Faustino Sarmiento o José
Martí reencontraron caminos y discursos políticos que llevaron al sentimiento
unificador. Las similitudes entre los diversos países con respecto a sus
procesos históricos, problemáticas sociales, estructuras políticas y formación
ideológico-cultural, permitieron la apertura de un debate sobre una colectividad
imaginaria que compartía un presente crítico y un futuro de grandeza.
Es
difícil generar una definición del nacionalismo latinoamericano. Dentro de este
trabajo las diversas interpretaciones -actores, tiempos y representaciones- nos
llevan a calificarla como una construcción social, a la vez que utópica, de la
unidad cultural, política, económica y espiritual de los países que componen el
subcontinente (aunque es claro que en esa época el hispanismo parece
sobreponerse a la lusofonía y francofonía);
siempre bajo la dicotomía de una doble comunidad imaginada: la particular en la
Nación y la general en el continente (Anderson, 1993).
Al
interior de esta nueva colectividad se requerían intelectuales que fungieran como
ideólogos de la sociedad. Su labor fue generar proyectos alternos a los propósitos
decimonónicos (que ya no prometían resultados ante los nuevos embates del siglo
XX y sus conflictos políticos). De acuerdo con Patricia Funes (2006), durante
esta época se buscó entender a la nación como un principio crucial para cambiar el orden u ordenar el cambio. Ésta se volvió el ente que habitaba entre la
encrucijada de crisis, modernidad, tradición y revolución. A la vez, era un
elemento aún pendiente de terminar y, poco a poco, los hombres de letras fueron
modificando las herramientas, sujetos y tiempos de lo nacional. Por lo tanto,
es posible pensar que el aporte de la década de 1920 fue la incorporación del otro: indígenas, migrantes, obreros,
campesinos, estudiantes o mujeres. Con ello no sólo se veía la otredad al
interior del Estado y sus leyes, también se les consideraba en temas de índole
social y cultural.
Desde
estos horizontes los hombres de letras reflexionaron cuál y cómo debía ser
América Latina. La inclusión de otros sectores puso énfasis en el Nosotros. Una de las grandes apuestas
fue dar sentido comunitario, donde varias personas pensaran acerca de sí mismas
y se relacionaran con otros en nuevas formas (Anderson, 1993: 62).
A ello se deben sumar las celebraciones de los
centenarios de independencia, las críticas al sistema positivista y el
surgimiento de la vanguardia latinoamericanista. Dichos momentos simbolizaron y
promovieron una oportunidad única para cierto grupo de intelectuales. Este
nacionalismo, resultó ser un instrumento clave para la integración social, la
legitimación del poder y facilitador del crecimiento económico (Cuevas, 2014,
p. 5).
En el clima ideológico de 1920 hubo un factor
determinante para todos estos hombres de ideas: el arielismo. Dicha corriente surgió
del libro Ariel de José Enrique Rodó[2]
y fue una de las primeras tendencias del siglo en consagrarse como típicamente
local. La obra causó conmoción, pues propuso un fervor latino y
antiimperialista. A través de sus páginas, Rodó transmitió un mensaje, con
especial énfasis en la juventud, acerca de la superioridad espiritual de
Hispanoamérica sobre el materialismo anglosajón. El libro criticó la creciente
expansión de los Estados Unidos, pero no en sentido militar, sino como una
dominación cultural bárbara y retrógrada. De este modo, Ariel representó el instrumento revolucionario de la educación y la
cultura (Mora, 2008, p. 42-43).
Habría
que agregar la crisis de la posguerra, la cual permitió la afirmación hegemónica
de los Estados Unidos sobre la economía continental. Esto conllevó, al igual
que ocurría desde finales del siglo XIX, a invasiones estadounidenses en la
región, como ya había pasado en Cuba, Haití, México, Nicaragua y Panamá (con su
reciente formación y la construcción del canal). Frente a este panorama se
trató de buscar la definición de lo propio en el rechazo a lo anglosajón y confirmar
la soberanía, autonomía e independencia; múltiples antiimperialismos derivaron
de ello y se retrataron en estrategias políticas y culturales nacionalistas (Funes, 2006, p. 405- 406).
A los
discursos antiimperialistas locales se anexaron problemas internacionales, como
el interés posbélico europeo de la Internacional Comunista, (reflejado en el
Congreso contra la Opresión Colonial y el Imperialismo, reunido en Bruselas en
1927) o los movimientos anticoloniales en India o Egipto. Por lo tanto, se contó
con mayor espacio para compartir e inspirar propuestas contra el imperialismo
estadounidense. Ello también explica la aparición de Ligas Antiimperialistas o
la Unión Latinoamericana que lograron expandir sensaciones de fraternidad.
La
proyección de estos valores generó la impresión de una transformación
inevitable. Los problemas comenzaron a abordarse a través de corrientes como el
socialismo, populismo, anarquismo, obrerismo, agrarismo, indigenismo o
anticlericalismo. La transformación y
ampliación de las representaciones nativas permitió el flujo de una nueva
cultura intelectual y política, más extensa y abarcativa,
mas no por ello más democrática ni más plural (Funes, 2006, p. 410).
Por lo tanto, es relevante estudiar los procesos que
pertenecieron a esta coyuntura sociopolítica en la búsqueda por reformular las
estructuras y la opinión pública. Desde su Ariel,
Rodó declaró que bastaba con que las ideas existieran y se enunciaran para que
lograran triunfar. Todos sus discípulos mantuvieron la creencia en el valor de
sus juicios y la vitalidad de sus palabras para la contienda político-gubernamental.
Cada discurso expuesto en libros, conferencias, periódicos o revistas fue, para
ellos, un aporte revolucionario.
Como consecuencia se proyectaron y representaron estas
problemáticas por medio de escritos. Los mensajes fueron campos
simbólicos de poder, que cumplieron una función política como instrumentos de resistencia,
imposición o legitimación de la dominación. También resultaron construcciones
de la realidad para establecer un orden gnoseológico y una integración social (Bourdieu,
2012, p. 73- 75).
La propagación de ideologías como función por/para el poder político,
encontró un punto clave en la prensa, específicamente en las revistas, para llevar a
cabo intervenciones exigidas por la coyuntura del momento. Aunque siempre estuvieron determinadas por el interés de sus creadores —quienes construyeron discursos desde su historia personal— y su impacto en la sociedad fue limitado por los espacios donde
fueron producidas (Centre de Recherches Interuniversitaire sur les Champs
Culturels en Amérique
Latine, 1992, p. 10-11).
Tal fue el caso de las dos revistas usadas en
la presente investigación: Claridad y
Repertorio Americano. Ambas tuvieron
diversas características en común, lo que las ha convertido en campo fértil de
los estudios nacionales y latinoamericanos. Aunque el objetivo no es elaborar
una historia de las publicaciones, resulta importante hacerles una aproximación
general.
La revista Claridad fue fundada y dirigida por Antonio Zamora, migrante
español llegado a Buenos Aires, militante y político del Partido Socialista (liderado
por Juan B. Justo). Su circulación se acompañó de una editorial y un Ateneo. El primer número apareció el 23 de julio de 1926 en
la ciudad de Buenos Aires. Durante toda su vida, la revista mantuvo dos ejes
constantes: la revolución social y política bajo la consigna de la izquierda, y
el repudio al militarismo, las dictaduras, el imperialismo y el clericalismo
(Ferreira, 2005, p. 26-27). Fue una plataforma que buscó la promoción de
diversas posturas, ya que en ningún momento formó parte oficial de algún
partido político o gobierno, quedando siempre abierta a diversos puntos de
vista de la izquierda. Existió hasta diciembre de 1941.
Por su parte, Repertorio Americano fue publicada por primera vez el 1ero. de
septiembre de 1919 en la ciudad de San José, Costa Rica. Su último número salió
a la luz en mayo de 1958. Su único director fue Joaquín García Monge, educador,
editor y periodista, quien a lo largo de su vida mantuvo un interés político, discreto,
ligado a la izquierda (Oliva, 2012, p. 11-12).
El nacimiento de la revista
estuvo influenciado por el Repertorio
Americano que el venezolano Andrés Bello creó en Londres entre 1826 y 1827
y que sobresalió por sus aportes literarios, marcados por una fuerte conciencia
social americana, respecto a las nuevas naciones independientes (Ramírez, 2018,
p. 2). Mientras que la línea ideológica de la revista centroamericana se mantuvo
en el debate sobre “América” y lo “americano”, en una visión que promovía la
unidad latino o hispanoamericana (Granados y Marichal,
2009, p. 243).
Esta, sin embargo, tampoco fue
una plataforma homogénea, su idea fue debatir y construir la americanidad a
través de temas bastante diversos (la libertad, la justicia y lo humano,
especialmente), siempre enriquecidos por las contribuciones de sus múltiples
colaboradores (Oliva, 2007, p. 19). Al contario de otras revistas, mantuvo una
línea editorial clara y constante, fue muy sigilosa con sus confrontaciones literarias
y políticas, manejando sus desacuerdos con discreción.
Antiimperialismos en Claridad y Repertorio
Americano
En esta sección partimos de la
necesidad de analizar los artículos publicados en Claridad y Repertorio
Americano. El estudio de sus discursos permite ver el trasfondo
latinoamericanista en la intelectualidad de la época y sus alcances
nacionalistas. También hace posible comprender un universo ideológico moldeado
por las necesidades pedagógicas y políticas del momento. Dichos valores fueron
expuestos con la certeza de que su difusión impondría un nuevo paradigma social
y político a través de lo cultural.
En ambas ubicamos, principalmente,
tres tendencias antiimperialistas para la segunda mitad de la década de 1920:[3] la
primera se dio en relación con la economía y la industrialización; la segunda
fue la propuesta de unidad político-nacional; y la tercera se desarrolló en un
sentido espiritual y moral. A partir de dichos ejes, se engendraron acciones
continentales de principios fraternales hispano, latino o iberoamericanos.
Cada una de estas visiones propuso
una forma distinta de abordar el imperialismo. La primera tendencia, ligada a
la economía, generalmente reflexionó sobre las disparidades que la zona sufría
en su inserción al mundo capitalista y la explotación económica que los Estados
Unidos habían mantenido durante las últimas décadas. Se propuso un desarrollo
industrial alejado de las élites extranjeras. Es decir, que el problema central
pasó a ser con las oligarquías, por lo que se buscó formar una clase
empresarial nacionalista que respondiera sólo a los intereses locales. También
se apoyó la implementación de políticas públicas homogéneas en relación al
comercio, la infraestructura, la regulación de impuestos y aranceles; pero, sobre
todo, para tener carreteras y puertos óptimos para el comercio entre vecinos.
La segunda directriz, el
antiimperialismo como medio de unificación política, partió de ampliar la red subcontinental
a modo de confederación. Cada país mantendría autonomía política-gubernamental,
pero con objetivos comunes. Cabe aclarar que esta visión se consideró
complicada, aunque viable. Sus principales contratiempos eran las dificultades
en las relaciones e intercambios de información, por consiguiente también buscaron
mejorar en las vías de comunicación y transporte.
La tercera vía fue la del Ariel, una visión que recreó una América
Latina culta, espiritual e idealista contra el pragmatismo y materialismo de
los Estados Unidos. Reparó en el inevitable destino de grandeza que le deparaba
a la región, gracias a los mestizajes entre los pueblos originarios y la
migración europea, sumado a la riqueza geográfica, el legado histórico de sus
expresiones artísticas, la constante defensa de los más altos valores del
hombre y la sensibilidad anímica que le permitían mirar y ser vista con
empatía.[4]
Los tres ejes no estuvieron
aislados, funcionaron como articuladores de pensamiento, complementándose los
unos a los otros, convergiendo en las diversas perspectivas del
antiimperialismo bajo una misma preocupación: el creciente poder de los Estados
Unidos en la región. En ambas publicaciones se expresaron turbaciones y se
trazaron planes para lograr el triunfo de la unidad y libertad continental. A
pesar de las diversas potencias imperialistas en Europa, la mira se centró en
el vecino del norte y pronto la lucha antiimperialista se convirtió en la
disputa contra el imperialismo yanqui.
Como no se pretende aludir a un
pensamiento único, se debe aclarar que también existieron otros casos del
antiimperialismo como: el surgimiento del partido político peruano Alianza
Popular Revolucionaria Americana (APRA) a cargo de Víctor Raúl Haya de la
Torre; lazos de fraternidad internacional con la India, China o Filipinas; conflictos
territoriales, como los del Chaco y la recién formada Panamá; el apoyo diplomático
al México revolucionario; o la crítica a las dictaduras oligárquicas que se beneficiaron
con la expansión industrial extranjera. Casi todos estos antiimperialismos
mantuvieron una axiología clara, impulsada por el sentido de modernidad
contemporánea sobre igualdad, progreso, fraternidad, libertad, justicia social
y revolución.
El
General de los Hombres Libres: las opiniones sobre Sandino
En 1927, la invasión
estadounidense en Nicaragua dejó en claro muchas necesidades y urgencias de la
lucha contra el imperialismo. Desde principios del siglo XX, el país
centroamericano fue clave para la expansión política y comercial regional. Ya desde
1912 hasta 1925 Estados Unidos había instalado parte de su marina en dicho país,
pero en 1927 los problemas políticos de Nicaragua dieron pauta a que dicha marina
reingresara, en donde permaneció hasta 1933 (Urbina, 2012, p. 157).
Durante
esta segunda ocupación, al margen de los problemas entre liberales y
conservadores, hubo resistencia armada por parte de diversos sectores
nicaragüenses. Pero cuando todos los ejércitos liberales conciliaron con el
gobierno, el entonces combatiente Augusto César Sandino se declaró defensor de
la soberanía nacional, comenzando su propia escuadra contra la milicia
estadounidense. Por medio de sus acciones Sandino se ganó el apoyo de diversos
grupos intelectuales, esencialmente de militancia liberal, comunista,
socialista y del APRA; asimismo la del Congreso Antiimperialista Mundial de
Bruselas, de escritores locales como Gabriela Mistral, Froylán
Turcios y Joaquín García Monge, e internacionales
como Henri Barbusse y Romain
Rolland (Urbina, 2012, p. 158).
Sandino
nació el 18 de mayo de 1895 en un pequeño pueblo llamado Niquinohomo.
Fue hijo de Margarita Calderón, empleada doméstica, y de un pequeño propietario
del lugar, Gregorio Sandino. Vivió en casa de su padre, donde ofició como trabajador,
aprendió a leer y a escribir. Años después, en 1920, luego de haberse dedicado
un tiempo al comercio de granos, trabajaría en Honduras, Guatemala y México.
Durante esos años ejerció labores dentro de empresas extranjeras como la United Fruit Company
(Guatemala) y la Huasteca Petroleum Company (México). Se encontraba en el corazón de la zona
petrolera mexicana cuando decidió retornar a su patria en 1926, un mes después
de iniciada la revuelta en la costa atlántica por el desembarco de los infantes
de marina norteamericanos en Bluefields (Cuevas y Barberousse,
2012, p. 20-21).[5]
En un
primer momento, la invasión a Nicaragua, sumada a la presencia militar
estadounidense en México o Panamá, daba un panorama de angustia para las
sociedades latinoamericanas. El recelo por la privación de la soberanía e
incidencia política generó discursos que llamaron a la unidad y al patriotismo.
Sumado a su uso de armas, la cercanía con campesinos y su perfil de sabio, Sandino se volvió un paradigma
del luchador nacionalista/antiimperialista.
Para los
intelectuales de la época, la formación de una Nación conjunta frenaría el
impacto del coloso del norte. Se entiende así con las palabras de Antonio
Zamora, en la editorial de Claridad.
Si no fuera
suficiente el caso de Nicaragua o el de Méjico [sic.], ante el avance del
imperialismo yanqui los pueblos de la América Latina tienen un solo camino para
afrontar la invasión. Frente a la unión de los estados del norte debe
realizarse la unión de los estados del centro y del sur. Construir los Estados
Unidos de Centro América y los Estados Unidos de la América del Sur ha de ser
la mejor arma contra el imperialismo yanqui (Zamora, 1927, s/p.).
No
bastaban los elementos sociales. Para muchos, la formación de los Estados Unidos de Centro América y los Estados Unidos de la América del Sur era
un proyecto político que debía realizarse. Por ello se generaron diversas
estrategias que iban desde la toma de armas (como la tendencia peruana del APRA
y del México revolucionario) hasta vías económicas ligadas a la construcción de
líneas ferroviarias que cruzaran por todo el subcontinente, ampliando el
comercio y mejorando las comunicaciones.
A manera
de ejemplo nos referiremos a otras tres propuestas de la lucha antiimperialista
que seguían al sandinismo. La primera, idea de la Liga Antiimperialista de San
Salvador, planteó la creación de ligas patrióticas para mantener vivo el
espíritu de rebeldía contra la conquista, encausar los elementos de resistencia
y bogar por la patria libre (1927, s/p).
La segunda, en un contexto más
argentino, fue la del político Juan B. Justo, quien propuso que se presionara a
los Estados Unidos a dar cuentas sobre los motivos y formas de la invasión a
Nicaragua. Justo, como senador, exigió al congreso de Argentina pedir
explicaciones, también propuso que su país no pidiese préstamos a banqueros
estadounidenses (Justo, 1927, s/p).
Finalmente, el escritor argentino
Manuel Ugarte (con una de las tantas propuestas que dio durante toda su trayectoria
intelectual), haciendo referencia a la visita del presidente Hoover a Sudamérica planteó sustituir a los gobiernos
elitistas (“primeros enemigos a derrotar”) por gobiernos con “organizaciones
nacionales”; asimismo defender las emancipaciones que resistían al avance
imperialista, como en el caso de Nicaragua (Ugarte, 1927, s/p).
Más allá de Sandino, los sucesos en Nicaragua
fueron el paradigma del poderío estadounidense en la región. Lo que podía
sucederle a cualquier república que le permitiera intervenir en sus asuntos.
Pensemos en
Nicaragua intervenida. No hagamos escarnio de su hora histórica. Simplemente
pensemos en que es una agonía amarga, sentida por el nicaragüense con tanta
intensidad que, sin fe en sus propios hombres, busca el lazarillo en suelo
ajeno, palpa espesa e impenetrablemente las tiniebla en que lo tiene sumido la
intervención extranjera. Esa ceguera le impidió ver la trascendencia redentora
de la rebeldía del soldado que hoy refugia fracaso y desilusión en el suelo
mexicano (Del Camino, 1929, p. 218).
La hora presente,
intensamente vivida y defendida en Nicaragua, era el momento de actuar para
transformarse. Sandino fue el elemento unificador del discurso antiimperialista
de la época. Su caso representó en el hito de resistir, a pesar de la
desventaja, a los estadounidenses.
Ud. No está
luchando por la libertad de Nicaragua, sino por la libertad de todos los
pueblos hispánicos, de todos los pueblos de nuestra sangre, nuestro espíritu y
nuestra lengua, porque todos ellos, de un modo u otro, son pueblos irredentos.
[…] Ud. Es el primer héroe de nuestra epopeya, de nuestra mitología. No importa
si no vence ahora mismo a los monstruos del Norte. Ud. Los vencerá al fin. La
historia de nuestra redención comenzará a contarse, años adelante, con estas
palabras: “A los treinta y tres años, el capitán Sandino, guiado por la mano
invisible de Cristo, porque venía a defender nuestra fe en la igualdad de los
hombres, a satisfacer nuestra justicia y a redimirnos de todas las opresiones,
salió con sus hombres de las selvas musicales de Nicaragua”. Y la historia de
nuestra redención será la historia de la gran comunidad hispánica libre
(Falcón, 1928, p. 81).
La representación de
Sandino quedó bien expresada en las ejemplares palabras del escritor y político
peruano César Falcón: se trató de un héroe y libertador. Aún con la conciencia
de que moriría a manos estadounidenses, sin vencerlos, se le exaltó como el
inicio del triunfo inminente. Otro ejemplo se encuentra en las opiniones de la
Unión Latinoamericana.
Perseguimos la
unificación de nuestros pueblos, bajo normas de justicia social, a fin de
oponer a la civilización individualista y utilitarista del Norte, la amplia
cultura humanista de los pueblos del Sur. Pero bien sabemos que, antes de que
se haya realizado nuestra esperanza, hay graves momentos de peligro que vivir.
Toda suerte de obstáculos impide el camino de nuestros anhelos. Son la
indiferencia inexplicable de los que no aciertan a comprender el momento
histórico en que viven, la acción absurda, cuando no delincuente, de las clases
gobernantes y, por último, la multiplicidad de medios poderosos de que dispone
el capital invasor. Más, para todos ellos, tenemos la reserva de nuestra de
inquebrantable y el ejemplo luminoso de los que guían el camino (Unión
Latinoamericana, 1928, s/p).
Esta figura permitió
la construcción de un relato sobre los valores que se querían implementar en el
modus operandi de la política local. Para los escritores de nuestras
revistas, la marcha hacia el inevitable progreso y la libertad estuvo
obstaculizada por los enemigos de la región: el capitalismo, las oligarquías,
las dictaduras, las guerras, el clero y el imperialismo. La oposición a todos
estos medios, a través de la unidad cultural y social, era la mejor herramienta
combativa.
A pesar
de la existencia de un sentimiento latinoamericano, promovido por los mismos
conceptos y valores, la realidad de cada país frenaba y fraccionaba las ambiciones
intelectuales. La mayoría de los Estados se mantenían alejados de políticas culturales
comunitarias. Sus oligarquías estaban fuertemente vinculadas a empresarios foráneos
(mayoritariamente estadounidenses, salvo en el Cono Sur) y a los gobernantes en
turno (algunos de ellos dictadores). El sueño arielista
parecía prosperar en las letras, pero a la vez se le repelía desde las esferas
gubernamentales.
Una vez
más, Sandino fue pieza clave del momento, pues comprendió bien estas
circunstancias y alzó su voz en un llamado a enfrentarse a aquellos hombres de
poder.
Hoy es con los
pueblos de la América hispana con quienes hablo: cuando un gobierno no
corresponda a las aspiraciones de sus connacionales, éstos que le dieron el
poder, tienen el derecho de hacerse representar por hombres viriles y con ideas
de efectiva democracia, y no por mandones inútiles, faltos de valor moral y de
patriotismo, que avergüenzan el orgullo de una raza.
Somos noventa
millones de latinoamericanos y sólo debemos de pensar en nuestra unificación y
comprender que el imperialismo yanqui es el más brutal enemigo que nos amenaza,
y el único que esta propuesto a terminar por medio de la conquista con nuestro
honor racial y con la libertad de nuestros pueblos.
Los tiranos no
representan a las naciones y la Libertad no se conquista con flores […] Por eso
es que, para formar un Frente Único y contener el avance del conquistador sobre
nuestras patrias, debemos principiar por darnos a respetar en nuestra propia
casa y no permitir que déspotas sanguinarios como Juan Vicente Gómez y
degenerados como Leguía, Machado y otros nos ridiculicen […] Patria y Libertad
(Sandino, 1928, p. 324).
Como puede leerse en
la carta del insurgente, el antiimperialismo también fue una herramienta para
criticar a los gobiernos. Nombrarlos tiranos, déspotas o cómplices del conquistador, fueron denuncias de las
inconformidades políticas. A su vez,
proponer justicia social y libertad esclarecía que lo mejor era la unión de nuestros pueblos.
En general, la vida y muerte de
Sandino representó un mito. Sus acciones permitieron reconstruir y consolidar
una axiología antiimperialista basada en la capacidad de resistir los embates
estadounidenses y de buscar la libertad político-económica para los pueblos. Si
la única vía era combatir armas contra armas, Sandino dejó en claro que podía
ser una realidad para cualquier grupo social. Sin embargo, las inconsistencias
ideológicas en sus discursos o su inclinación por el liberalismo ante el
comunismo, causaron ciertas fisuras entre los grupos intelectuales que le
respaldaban, pues no encontraron posibilidad de mediar la revolución
socialista, la vía cultural de tendencia pacífica y la innegable realidad de
las limitaciones del sandinismo. No obstante, la lucha logró trascender
horizontes ideológicos y consolidó al antiimperialismo como un modo político de
reconstruir la Nación Latinoamericana.
Realizando
un balance, es posible constatar que ambas revistas promovieron el
antiimperialismo desde realidades políticas y sociales distintas. La posición
geográfica de Costa Rica (entre Nicaragua y la recién creada Panamá, con una
presencia estadounidense importante) permitió que Repertorio Americano viera en Nicaragua un ejemplo del daño que
sufrían las repúblicas centroamericanas en su soberanía política. De ahí la
importancia de defender con ímpetu la resistencia y el rol que personas como
Sandino tenían para la emancipación. En Costa Rica, Sandino era un héroe,
representante del sentir regional y de los grandes valores americanistas de
Bolívar. Debido a ello se le defendió de la etiqueta de bandido y de la
indiferencia con que se le trataba (por su postura política liberal) (Mistral,
1928, p. 246; Sandino, 1928, s/p).
Por otra
parte, en Argentina no hubo presencia militar, ni una oligarquía íntima con los
Estados Unidos sino con varios países de Europa. Es por ello que muchas de las
propuestas y discursos fueron más culturales, fluyendo con mayor libertad en el
ámbito político. Si el imperialismo fue un peligro, no se trató de una amenaza
intervencionista de la forma en que lo era para Centroamérica y el caribe.
Estos
matices permiten analizar a contraluz la fe puesta en la unidad de América
Latina como destino infalible. Que los dirigentes políticos en turno ignoraran
las propuestas de los intelectuales y se relacionaran más con estrategias
conciliadoras, mercantiles o conservadoras, demuestra que las letras fueron solo
propaganda para sortear las circunstancias.
En
contraparte, el antiimperialismo manifestó diversas vertientes, pero todas
mantuvieron un punto común: la causa latinoamericana. No es coincidencia que las
defensas de nuevos valores se
fundieran con las necesidades políticas, pues la gran mayoría de los hombres de
ideas que hemos abordado coincidió en la imperiosa necesidad de transformar la
región al camino del progreso, la razón, la justicia, la libertad y la
identidad propia. De esa forma, la figura de Sandino fue un movilizador de
discursos, aglutinando todo un proceso ideológico con sus acciones.
Claridad y Repertorio Americano fueron parte de los
grupos que consolidaron el paradigma de la época. Las tendencias de ambas
revistas mostraron intereses heterogéneos, antes ya mencionados, y cada una
mantuvo particularidades de acuerdo con el horizonte personal de sus
colaboradores, línea editorial y país de origen. La formación de la Nación se
vio promovida por autores identificados con las propuestas de la modernidad, quienes
buscaron comprenderla y transmitirla desde lecturas personales y locales.
Conclusiones
La década de 1920 fue un parteaguas
en el pensamiento político de América Latina. Los intelectuales de la época
creyeron que enunciar la palabra bastaría para ver cumplido su deseo de revolucionar los espíritus. Por lo
tanto, se apresuraron a ejecutar ideales, usando rasgos históricos de la hora americana como parte esencial de
sus trabajos. Su labor más importante residió en la construcción de una esfera
pública para formar un nosotros.
Claridad y Repertorio
Americano fueron sitios clave en la construcción de una cultura política regional.
En ese sentido, en cada número de las revistas se libró un enfrentamiento que perseguía
la instauración de un sistema de libertad, revolución, inclusión y justicia
social. Así, el antiimperialismo se instaló con fuerza en todos los países de
la zona, en gran parte gracias al levantamiento de Sandino, el cual creó un
efecto inmediato en el imaginario colectivo que, seguro de sí mismo, proclamó
el triunfo de su causa.
Bajo
dicha inspiración, al interior de las publicaciones, se promulgaron diversos
antiimperialismos: desde resistencias artísticas por el hispanismo hasta
proyectos partidistas- gubernamentales. A pesar de ello, esta ideología no se
consolidó en una doctrina, sino como una noción permeable frente a diversas
tendencias políticas y culturales. Es posible
afirmar que el rechazo al imperialismo tuvo muchas corrientes y discrepancias en
su interior, pero a la vez mantuvo la causa latinoamericana a modo de
convergencia.
Con el paso del tiempo fue
evidente que el universo simbólico creado desde la intelectualidad no siempre
pudo convivir con el mundo tangible. Los
hombres de letras vivieron un desencanto al enfrentar cambios históricos, pues
perdieron sus ejemplos para la ejecución de la palabra, como lo fue con la
muerte de Sandino. Por esta razón se modificaron los prototipos discursivos, dejando
en evidencia ciertas contradicciones y errores en sus proyectos.
La articulación de todos los
discursos aquí expuestos permite suponer que esta década creó una patria,
aunque no la nación que se buscó. Esto señala otra característica de los
procesos aquí abordados: su producción alegórica marcó, con todos sus errores y
aciertos, una pauta para la conformación de la comunidad imaginada que desde
ese entonces vemos representada en América Latina. Asimismo, el uso de la palabra permitió que los hombres de letras se
convirtieran en líderes de opinión con cierta injerencia política. Dicho canon
marcó el quehacer de la cultura politizada, fundó un importante estilo para
hacer una nueva agenda pública y una forma para hablar del nosotros.
La herencia de este rol público,
de los símbolos y de la importancia de circular ideas, se mantuvo en algunas
directrices culturales en lo político-estatal, abriendo posibilidades a
proyectos futuros. La aparición de estructuras intelectuales generadas en
prensa (en plataformas de opinión pública) afianzó redes de sociabilidad y
demostró la capacidad de generar espacios para enunciación de amplias corrientes
de pensamiento.
Por
su parte, la coyuntura de los años 1920 mantiene ciertos paralelismos con lo
que ahora nos acontece. La incertidumbre frente a los problemas que se viven en
relación con los Estados Unidos y Europa, el conflicto del sistema político-económico
liberal, la crisis de la democracia, la corrupción, la desigualdad, entre
otros, plantean, de nuevo, la emergencia de alternativas gubernamentales.
La
reconstitución axiológica-discursiva antiimperialista, durante movimientos
posteriores —por ejemplo la Revolución Cubana, la
Revolución del Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua o el auge
de las nuevas izquierdas encabezadas
por el venezolano Hugo Chávez—, demostró la potencialidad de esta identidad como un factor de
unificación y resistencia.
Todo
esto abre, para algunos, la posibilidad de una nueva estrategia regionalista. Como
el antiimperialismo mantiene la misma definición, de rechazo al dominio
extranjero, y su diversificación en cuanto a los mecanismos que puede ejercer, sigue
siendo aplicable a múltiples procesos. Los que van desde el cuidado del medio
ambiente hasta la defensa de la autonomía indígena. Tamién
existen los casos minoritarios del
dominio estatal oficialista que aún emplean
esta filosofía en sus discursos, como Venezuela.
Para
sus promotores, es fundamental conocer los apologías,
así como las raíces históricas que han mantenido o condicionado este
pensamiento. Los legados más fuertes y notorios fueron dos. Primero, los artístico-culturales
(música, cine o literatura) confirman un
ideario colectivo fuerte, vigente, mucho más visible e internacionalmente
aceptado. Esto explicaría por qué la
llama de la revolución intelectual permaneció encendida y logró defender el compromiso
de carácter patriótico. Dando continuidad al paradigma del hombre de letras como
guía moral, crítico, líder socio-cultural y defensor del elemento
antiimperialista. Segundo, generó una identidad latinoamericana que mira hacia
su interior, segura de haber encontrado raíces o expresiones de un pensamiento
propio, y de condiciones que enmarcan su singularidad frente a todo el mundo,
especialmente una superioridad moral frente a lo anglosajón.
Lo
que significa que estas divulgaciones son todavía vigentes, no tanto como un
orden moral, sino como compromiso e interés en la vida social. Se percibe,
siempre cerca, una crisis de la conciencia: quiénes somos, qué queremos y cómo
llegamos hasta aquí.
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[1] Universidad
Veracruzana, mfgalindor@gmail.com.
[2] Publicado en Montevideo, Uruguay, en febrero
de 1900.
[3] Es
importante aclarar que el antiimperialismo constituyó un tema frecuente en las
décadas de vida de ambas publicaciones y
que, por lo tanto, tuvo diversas etapas. Las aquí expuestas aplican únicamente
para los años de estudio marcados.
[4]
Para cada autor, los factores variaban. Mientras que unos defendían a los
pueblos indígenas como clave del desarrollo, otros reparaban en la creciente migración
europea, por ejemplo.
[5] Donde
seguramente vivió el nacionalismo mexicano y el rechazo al dominio extranjero,
así como los resultados del movimiento social en materia agraria.