Viejos y nuevos problemas en
torno a la biografía histórica
Old and New Problems around
Historical Biography
María Luna Argudín [1]
Resumen:
En este
artículo, escrito desde el mirador de la historia, se revisan textos canónicos
de Virginia Woolf, Stephan Zweig, Rolland Bartres, Pierre Bordieu, Niegel Hamiliton y Jo Burr Margadant para establecer puntos de referencia mínimos,
pequeñas ventanas desde las cuales asomarse a la muy amplia y diversa producción
de biografías que caracteriza la historiografía de los siglos XX y XXI.
Palabras claves: Biografía, autobiografía, Nueva Biografía, escritura
de vida, historiografía de los siglos XX y XXI. Virginia Woolf, Stephan Zweig, Rolland Bartes, Pierre Bordieu, Niegel Hamilton y Jo Burr Margadant.
Abstract:
In this papper, written from the viewpoint of history, canonical
texts by Virginia Woolf, Stephan Zweig, Rolland Bartres,
Pierre Bourdieu, Niegel Hamiliton
and Jo Burr Margadant are revisited to establish
minimum reference points, small windows from which to look at the very wide and
diverse production of Biographies that characterize the historiography of the 20th
and 21st century.
Keywords: Biography, autobiography, New Biography, life writing,
historiography of the 20th and 21st centuries, Virginia Woolf, Stephan Zweig,
Rolland Bartes, Pierre Bordieu,
Niegel Hamilton y Jo Burr Margadant.
Recibido: 2019-11-14
Aceptado: 2020-03-03
.
Vivimos –al menos
en el mundo Occidental– en la época de oro de la biografía. Hoy es más popular
que nunca la representación de la vida real en todos los medios, desde los
impresos al cine, de la radio a la televisión y a Internet –observó el historiador
Nigel Hamilton (2009, p. 1). Las comunidades académicas registran el mismo boom. Un ejemplo ilustrativo es el Oxford
Dictionary of National Biography, lanzado para su consulta en línea en 2004, que
contiene decenas de miles de biografías de hombres y mujeres que forjaron
la historia de Gran Bretaña. Es un proyecto titánico encabezado por la Academia
Británica, que se ha propuesto reescribir y ampliar el antiguo diccionario de
la época victoriana con nuevos
personajes, temas y enfoques (Goldman, 2016, p. 403).
La biografía puede definirse como la historia e
interpretación de una vida,[2]
escrita por alguien que no es su protagonista[3] (Possing, 2017, p. 22).
Esta
definición resulta útil porque refiere a un antiguo y específico género,[4]
mientras que el llamado giro biográfico contemporáneo recoge muy
variados registros: memorias, autobiografías, historias de vida y microhistoria
(Renders y De Haan, 2014; Goodson,
Antikainen,
Sikes y
Andrews, 2016).[5]
Sin embargo, esta sencilla definición se asienta en una convención
retórica, como había advertido Bourdieu (1986).
Para el sociólogo francés
la biografía supone que una vida es la suma de los eventos de una existencia
individual narrada como una historia. Este supuesto tiene varias ideas
implícitas que Bordieu develó. Primero, concibe la
vida como un todo, coherente y con una finalidad, que puede y debe ser visto
como la expresión de un proyecto. Segundo, la vida se organiza como una historia,
y se desarrolla en un orden cronológico, que también es un orden lógico, con un
comienzo, un origen (tanto en el sentido de un punto de partida como de un
principio, una razón de ser), y un final, que también es un objetivo (una
finalidad). Tercero, la narrativa biográfica busca dar sentido a la vida de un
sujeto creando relaciones causales.[6]
Bordieu concluyó que el historiador y el biógrafo –quienes
comparten una formación de “intérpretes profesionales”– operan con esta “creación
artificial de significado” al dotar de unidad, coherencia y sentido la vida de
un sujeto (p. 216).[7]
La biografia
tiene otras cualidades que la distinguen –como indicó Samuel Johnson, a quien
la tradición literaria anglosajona considera como el padre de la biografia moderna. En un ensayo para el periódico The Rambler (1750), el Dr. Johnson
instó a mirar por debajo de la máscara pública del individuo para conducir al
lector por el mundo privado, familiar, doméstico, de un sujeto mediante la
descripción de los detalles minuciosos de la vida cotidiana. Ejemplificó: Más
se puede conocer del carácter de un hombre con una corta conversación con uno
de sus sirvientes, que con un estudio formal que inicie con su pedigree y
concluya con su funeral (p. 2928).
A Johnson (1750) le interesó
especialmente que se retratara el carácter de los personajes con sus virtudes,
vicios y perversiones, porque defendió que la utilidad del arte de la biografia radicaba en que el lector podía sacar útiles
lecciones para su propia vida. En pocas palabras, a la definición inicial debe
añadirse que la biografía es una convención retórica en la que un autor narra e
interpreta la historia de vida de un sujeto, explorando tanto su vida pública
como privada y cotidiana.
Al considerarse un arte
se le definió –y aun actualmente se le define– como un género que es tanto una
rama de la historia como un retrato literario (Possing, 2017, p.
68). No obstante, conviene aclarar que escribo desde el mirador de la historia
y éste es mi horizonte de enunciacion, por lo que
este ensayo recupera fundamentalmente el debate historiográfico.
La biografía ¿ni literatura ni historia?
En el siglo XX Virgina Woolf rechazó el sentido ejemplar de la biografia[8]
y planteó claramente la problemática que se derivaba de las difusas y
permeables fronteras que separaban la ficción del hecho histórico, la
objetividad de la creación literaria.
El mismo año en que nació Virginia Woolf (1882), su
padre, Leslie Stephen, fue nombrado editor de Dictionary of National Biography (DNB), obra que recuperaba la vida y los
logros de los hombres extraordinarios del Imperio Británico, conforme a la tradición instituida por Thomas Carlyle.[9]
La joven Virginia creció en un ambiente familiar obsesionado por la
biografía. En 1908 confió a su cuñado, Clive Bell, que le gustaría
escribir un trabajo muy sutil sobre la manera adecuada de escribir una biografía. “Qué
es lo que puedes escribir, y qué escribir”– se interrogaba. Con sus reseñas,
ensayos y novelas buscó
respuesta a estas preguntas (Briggs, 2006, p. 25).[10]
Woolf inicia su ensayo “La nueva biografía” (The
New Biography, 1927) con una cita de Sir Sidney Lee, biógrafo oficial de la reina Victoria y sucesor
de Stephen como editor del diccionario señalado: “El objetivo de la biografía es
la transmisión veraz de la personalidad”. Para la escritora esta afirmación encerraba
la problemática del género: por un lado, la verdad; por el otro, la
personalidad, el carácter. Si pensamos –discurrió– en la verdad como algo sólido
similar al granito y en la personalidad como algo intangible parecido al arco
iris, y reflexionamos que el objetivo de la biografía es unir estos dos polos
en un todo sin fisuras, tendremos que admitir que el problema es difícil, y que
la mayoría de los biógrafos no lo han podido resolver (p. 119).
Woolf puntualizó que la verdad a la que se refería Sir Sidney
era la obtenida mediante la investigación, pero –consideraba que– era una
narrativa que había perdido el carácter de los hombres biografiados.
La novelista destacó que la preceptiva biográfica victoriana establecía
que la verdadera vida del sujeto se expresaba en sus actos y en sus obras. Cómo
recuperar, entonces, la
vida interna del pensamiento y la emoción, que “serpentea oscura a través de
los canales ocultos del alma” (p. 119). Woolf sugirió que el yo
interno sólo podía representarse
mediante la
ficción literaria.
En un pasaje citado con
frecuencia, afirmó que la verdad de los hechos y la verdad de la ficción son
incompatibles; aunque –observó que– el biógrafo, para exponer la vida privada
de una persona, siempre está tentado a usar los recursos dramáticos del
novelista. Sin embargo, al combinar la ficción y el hecho histórico pierde
ambos mundos; pues el biógrafo no tiene la libertad que ofrece la ficción ni la
sustancia del hecho histórico (p. 123).
La escritora hizo una parodia de la preceptiva
biográfica en sus novelas Orlando
(1928) y Flush
(1933), en la segunda relata la vida del perro de Elizabeth Barrett Browning, biografía
que reconstruye
a partir de los poemas, cartas y fotografías de la poetisa victoriana.
En el periodo de entre guerras André Maurois en Francia, Lynton Strachey en Inglaterra,
Emil Ludwig en Alemania y Stephan Zweig en Austria,
fundaron la Nueva biografía. Esta abandonó definitivamente
el paradigma ejemplar para construir al sujeto biografiado como un personaje
redondo en tres esferas de actuación: la pública, la privada y la íntima. El
canon moral cambió por uno formal al utilizar a la novela como el modelo de
entramado. El nuevo biógrafo, sin dejar de lado la exhaustiva investigación
documental, intentó trasladar al texto la complejidad del individuo, para
forjar e intrepretar al personaje se sirvió de la
psicología, y, en ocasiones, del psicoanálisis.[11]
Importantes pilares del argumento fueron la construcción imaginaria de las
escenas íntimas (inobservables por definición) y los vasos comunicantes entre
las diferentes esferas de acción del sujeto, dando una forma narrativa que
Pierre Bordieu llamaría la “ilusión biográfica”. La biografia pareció alejarse de la ciencia histórica para ser
leída como una obra literaria en la medida que intentaba explorar las
posibilidades infinitas del alma (Amat, 2015, pp. 3-5). ¿Diremos
que nuestros biógrafos modernos estilizan sus personajes hasta que tienen un
aire de realidad más real que la realidad misma? –se preguntaba una crítica
literaria (Bloomberg, 1938, p.
187).
Strachey en su Prefacio a Victorianos
eminentes (1918) reaccionó a las acartonadas biografías del Dictionary of National Biography. Era
costumbre –afirmó mordazmente– conmemorar a los muertos con dos grandes volúmenes,
formados con material mal digerido, escritos con un estilo descuidado y con
tono de tedioso panegírico. Esas biografías nos son tan familiares como el
cortejo de la funeraria, y llevan el mismo aire de barbarie lenta y fúnebre.
Uno está tentado a suponer, que fueron compuestos por ese funcionario, como el
elemento final de su trabajo.
Con la vida de un
eclesiástico (el cardenal Manning), una autoridad educativa (Dr. Arnold), una mujer de acción
(Florence Nigthingale) y un hombre de aventura (el General Gordon), “he tratado de examinar
y dilucidar ciertos fragmentos de la verdad que me atrajeron y llegaron a mi
mano”. Son biografías breves, escritas con “libertad de espíritu” y una
estrategia narrativa sutil que ataca “a su sujeto en lugares inesperados” (Strachey, 1918, p. 75).
La Nueva biografía gozó
de un periodo corto de
experimentación, debido a la muerte prematura de Strachey
en 1932 y a la persecusión nazi que sufrieron Ludwig
y Zweig. Es significativo que Zweig,
después de publicar su segunda biografía –Maria
Antonieta (1932)–, estuviera cansado del género –según confesó en sus
memorias. En octubre de 1933 Maurois dictó una conferencia en Barcelona, España,
donde afirmó que la novela·le permetía
conocer mejor la complejidad de un individuo que la biografía (Amat, 2015, pp.
6-7). No obstante, Maurois continuó escribiendo y a su Ariel (1923) –en
el que retrató al poeta Shelley– siguió Byron (1930),
a quien recrea como el genio que rompió las leyes de Dios y del hombre, no
porque fuera un monstruo depravado, sino porque representa el “estallido de la
vida en un rico desprecio por la vida” (Bloomberg, 1938, p. 186). Durante la posguerra
escribiría su mejor biografía: En busca de Marcel Proust (1949).
En contraste, Zweig –como Woolf– defendió el carácter histórico, factual
de la biografía, pero desde una perspectiva distinta. En los decenios de 1920 y
1930 fue un autor inmensamente popular, sus libros se habían traducido a 50
idiomas y se vendían a centenares de miles; viajero empedernido —había
recorrido la India y visitado Estados Unidos—, “se movía por Europa como si
fuera el salón de su casa”. Su obra gigantesca supera los 75 volúmenes entre
poemarios, obras de teatro, novelas, cuentos, biografías, ensayos y hasta el
libreto de una ópera (Aunión, 2019).
El éxito de sus biografias
se ha atribuido a que el público pudo identificarse con los personajes. Zweig —como afirmó en “La historia como poetisa” (History as Poetess,1939)— creía que los jóvenes
de todas las naciones y de todas las generaciones sentían especial predilección
por ciertas figuras y épocas. “Siempre hay grandes vencedores como César y
Escipión que despiertan el entusiasmo”, y siempre están los héroes derrotados
como Aníbal y Carlos XII que conmueven “a cada joven de manera tan hermosa”. En
cuanto a los periodos históricos, el biógrafo consideraba que los muchachos preferían
el Renacimiento, la Reforma, la Revolución Francesa, porque “están impresos en
nuestros sentidos con una fuerza especial de imágenes y tridimensionalidad” (p.
137). Atribuyó “tal agitación unánime de la imaginación” a una ley secreta, por
la cual la historia no sólo es maestra, cronista inquebrantable, sino también es, a
veces, una poetisa (p. 139).
Zweig escribió este texto en su exilio londinense, después de que el Partido
Nacional Socialista quemara sus libros durante las jornadas de Berlín de mayo
de 1933. En lo más alto de la fama perdió a sus principales lectores, pues sus
libros fueron prohibidos en Alemania, como autor y como persona perdió
su raison de être (Roshwald, 2002, p. 362). En “La historia como
poetisa” –texto pensado para una conferencia[12]–
sintetizó su concepción de la unidad de la cultura y civilización europea[13]
y sus reflexiones sobre el género que nos ocupa.
El biógrafo fue enfático: “prefiero la representación
histórica verdadera que se abstiene de cualquier tipo de fabulación, ya que
respetuosa y fielmente sirve al espíritu superior de la historia” (p. 143). El autor de Impaciencia del corazón desdeñaba las
novelas históricas,
que “son en realidad caricaturas de la historia”, y despreciaba la biografía
romántica, que concibió como la representación novelada de una vida, en la que
la verdad y la invención, el documento y la mentira, se mezclan agradablemente,
las grandes figuras y los grandes sucesos son iluminados por la psicología individual,
en lugar de iluminarse con “la lógica inexorable de la historia” (p. 144).
Zweig
defendió la biografía “objetiva e histórica”, pero concedió –como los
escritores románticos– que el historiador debía animar a los personajes con una
compresión profunda de la historia, por eso exigió al biógrafo que fuera poeta,
un poco vidente y visionario. No obstante, se desmarcó del romanticismo
decimonónico. Schiller –explicaba– se atrevió a que Juana de Arco en su Doncella de Orleans muriera en el
campo de batalla, en lugar de quemarla en la hoguera. Esto sería imposible hoy,
pues “ya no creemos que sea necesario idealizar para reconocer la belleza en
una figura, y honramos demasiado la verdad en la historia para alterarla” (p.
143).
Con cierta audacia afirmó
que tal vez no existe la historia, sino a través del arte de la narración, a
través de la visión del narrador, siempre y cuando el relato sea verdadero y
probable (p. 144).
Pese al indudable compromiso que el biógrafo de María Estuardo estableció
con la verdad histórica, su Erasmo
ilustra la inevitable brecha entre el personaje histórico y el hombre
representado en la biografía, el sujeto interpretado por el biógrafo. Golomb (2007) propone que Zweig
tuvo como alter ego a Nietzsche
y a Erasmo, abrazó el ideal nietzscheano del espíritu libre e hizo suyas las
nociones erasmianas del “buen europeo” y del “cosmopolitismo”, con la esperanza
de que los seres humanos viviesen sin limitantes nacionales ni religiosas, en
una Europa sin fronteras, donde las identidades particulares se desvanecieran y
volviesen irrelevantes. Zweig representó a Erasmo como
“el primer europeo consciente” y a Nietzsche como el último, por las mismas
razones existenciales.
El mismo año en que Zwieg escribió “La historia como poetisa”, Virgina Woolf publicó “El arte de la biografía” (The Art of Biography, 1939). En este
ensayo discutió el trabajo de Strachey, amigo cercano
suyo y miembro del Círculo de Bloomsbery. La
comparación entre Reina Victoria (1921)
y Elizabeth y Essex: una historia trágica
(1928), le permitieron examinar las posibilidades y límites de este género.[14]
Woolf explicó que las dos reinas presentaron problemas
muy diferentes al escritor. Todo lo que hacía la reina Victoria se sabía, casi
todo lo que pensaba era de dominio público. Strachey
se sometió a las condiciones impuestas por el género: se mantuvo estrictamente en
el mundo de los hechos historicos. Su Reina Victoria es sólida, real, palpable. Pero, limitada.
En contraste, muy poco se
sabía de la reina Isabel. La sociedad en la que vivió nos es tan remota que los
hábitos de su gente, sus motivos e incluso sus acciones nos resultan extraños y
oscuros. ¿La biografía podría producir algo de la intensidad de la poesía, algo
de la emoción del drama y mantener la sugerente realidad del hecho histórico? Strachey combinó
la libertad que tiene el artista para inventar y apoyó su inventiva en los
hechos, pero –la novelista juzgó que– la combinación resultó inviable; realidad
y ficción se negaron a mezclarse. La reina se mueve en un mundo ambiguo, entre
realidad y ficción, no es un personaje encarnado ni incorpóreo. Elizabeth nunca
se volvió real en el sentido que Reina
Victoria había sido real, pero nunca
se volvió ficticia en el sentido en que Cleopatra o Falstaff son ficticios (p.
127).
Woolf de este modo defendió
la frontera entre los géneros e introdujo un nuevo criterio para diferenciar la
biografía de la literatura: la verificación. La biografía se limita a los “hechos
que pueden ser verificados”, en ese sentido es un trabajo artesanal. En
contraste, los hechos que solo el artista puede verificar pertenecen al dominio
del arte (p. 127). ¿Es entonces la biografia un arte?
No. La biografia está hecha de evidencia factual; la
ficción, en cambio, se escribe sin restricción alguna (p. 124).
Woolf llevó las
propuestas que hizo en este ensayo a Roger
Fry (1940), una biografía de un artista visual y crítico, otro amigo suyo del
Círculo de Bloomsbury. Aquí se limitó a los hechos
verificables, a los textos escritos por Fry, se cuidó de no revelar detalles
privados, distanciándose del narrador omnisciente del que hizo una parodia en Orlando. Paulatinamente abandonó la
biografía como modelo para reflexionar sobre la naturaleza de la escritura
imaginativa, sus siguientes novelas, Señora
Dalloway y Al faro, se basaron fundamentalmente en
sus experiencias personales (Briggs, 2006, p. 32).
Woolf y Zwieg son dos autores canónicos que
ilustran un viejo debate: la biografía pertence al
mundo de las ciencias o de las artes, a la literatura o a la historia y las ciencias
sociales, debate que –como bien indican Renders y De Haan (2014)– subsiste hoy
en día, sin que se haya resuelto.
¿El
sujeto fragmentado? ¿la realidad discontinua?
El horror de la Primera Guerra Mundial y
las vertiginosas transformaciones del periodo de entre guerras propiciaron que
el modernismo literario inglés defendiera que la forma y los temas que abordaba
la ficción debían responder a la experiencia de la vida moderna.[15]
Parsons y Eaglestone
(2007) añaden que escritores e intelectuales, entre ellos
James Joyce y Virginia Woolf, en su búsqueda por representar la conciencia
moderna cambiaron la noción estable y racional del yo por algo mucho más variable
e intangible, sujeto tanto a los prejuicios y perspectivas individuales como al
más misterioso discurrir de la mente y del inconsciente.
En ambos lados del Atlántico, el horizonte de
experiencia[16]
del siglo XX terminó por delinear la concepción de la vida como una sucesión de
eventos coherente, con un significado y sentido definidos. Esta profunda
ruptura habría de expresarse primero en la literatura y después en las ciencias
sociales y humanas. Alain Robbe-Grillet señaló que el
advenimiento de la novela moderna se vinculó estrechamente con el
descubrimiento de que la realidad es discontinua, formada por elementos
yuxtapuestos sin razón; cada uno de estos elementos es único y es aún más
difícil de comprender porque continúan apareciendo más, impredecibles,
inoportunos y al azar (Citado por Bordieu, 1986).
La noción de la realidad
discontinua fue fundamental para la crítica al orden biográfico. Rolland Barthes
acuñó el concepto biografema
para oponerlo a la biografía que utiliza la causalidad y la teleología para
construir una historia de vida coherente.[17] En su
prefacio a Sade, Fourier, Loyola afirmó:
“Nada es más deprimente que imaginar el Texto como un objeto intelectual (para
la reflexión, el análisis, la comparación, etc.)”. El texto es un objeto de
placer (Barthes, 1989, p. 3). El lingüista explicó que el placer se alcanza
cuando el “Texto literario” transmigra a nuestra vida, “cuando podemos vivir
con Fourier, con Sade”. No se trata de volverse sádico u orgiástico con Sade,
un falansterio con Fourier, de rezar con Loyola; se trata de traer a nuestra
vida cotidiana los fragmentos de lo ininteligible, que emanan de un texto que
admiramos, estos son los biografemas.
El placer del texto permite
un regreso amistoso del autor.[18]
Barthes aclaró: no es el autor de las instituciones (aquel que se enseña en los
cursos de historia, de literatura, de filosofía ni es el del discurso de la
iglesia); “ni siquiera es el héroe biográfico”. Es “el sitio de unos pocos
detalles tenues”. Ejemplificó: lo que obtengo de la vida de Fourier es su gusto
por los mirlitones [pastelillos
parisinos], su tardía simpatía por las lesbianas, su muerte entre las macetas; de
la vida de Loyola no obtengo las peregrinaciones, visiones, mortificaciones y
constituciones del santo, sino solo sus “hermosos ojos, siempre un poco llenos
de lágrimas” (p. 5).
En el prefacio el lingüista
brinda una importante clave al afirmar que le encantaría que un biógrafo
amigable y distante redujera su vida a algunos detalles, algunas preferencias,
algunas inflexiones, digamos: a “biografemas”.
El capítulo “Vidas” se
organiza a partir de biografemas: información
heterogénea de Sade y Fourier, que mezcla preferencias, aversiones y
reflexiones sobre la figura del autor. En uno de los biografemas
sobre el marqués de Sade Barthes denuncia la falacia biográfica: Solo
necesitamos leer la biografía del marqués después de haber leído su trabajo
para convencerse de que ha puesto parte de su trabajo en su vida, y no al
contrario, como la llamada ciencia literaria nos haría creer (Österle, 2017, p. 184).
Su autobiografía Roland Barthes par Roland Barthes (1975)[19]
ofrece
otra clave: “El biografema [...] no es más que una
anamnesis ficticia: la que le presto a la otra que amo”. Las anamnesas no tienen significado y, por lo tanto, están
exentas del destino biográfico. (p. 129).
Sade,
Fourier y Loyola encierra
un programa político de liberación individual. Confiesa Barthes que su intención es “forzar el
desplazamiento (pero no suprimir; quizás incluso acentuar) la responsabilidad
social del texto”. Reitera la tesis que había defendido en “La muerte del autor”
(1967), no es posible aprehender esta responsabilidad insertando al autor en su
época, su historia, su clase. De hecho, indica con lucidez que hoy en día, no
existe un sitio lingüístico fuera de la ideología burguesa: nuestro lenguaje
proviene de él, vuelve a él, permanece encerrado en él (p. 12), por tanto,
podría desprenderse que nuestro pensamiento también está encerrado en la
ideología burguesa. Y, sin embargo, concede que hay “un sitio que sigue siendo
enigmático, escapa por el momento a cualquier iluminación: el sitio de la
lectura”. La verdad del texto, entonces, radica en el placer de la lectura.[20]
En pocas palabras, Barthes
cuestionó que el sujeto biográfico sea un ser orgánico, homogéneo y rechazó el
orden biográfico basado en la causalidad, la teleología y la creación de
significado. El biografema fue una propuesta radical
para mediar entre la vida y la obra, distinta a la biografía y sin un pathos definido (Österle, 2017, p. 185).
En los Años dorados –como Eric Hobsbawn
llamó a las décadas de 1960 y 1970– los jóvenes emprendieron una revolución
cultural, mientras que los universitarios debatían la imposibilidad de la
biografía, la necesidad del compromiso social y político de los intelectuales y
de sus textos. En cambio, el gran público mantuvo el gusto
por las historias de vida individuales.
Nigel Hamilton (2012), con una sesgada perspectiva política, afirma que
la lucha entre la democracia y el totalitarismo durante la Segunda
Guerra Mundial y la Guerra Fría estimuló la biografía y el estudio del
individuo en las sociedades occidentales. Millones de personas –añade– participaron en la guerra
por los derechos individuales, en contra del líder tiránico y del Estado,
ennobleciendo así la causa de los derechos humanos. En la posguerra lucharon
por los derechos civiles, de género y sexuales. Las voces de los marginados
finalmente fueron escuchadas. El público cambió sus expectativas y los
biógrafos rompieron las barreras que habían detenido la innovación explorando
las nuevas tecnologías del siglo XX (p. 19).[21]
La confluencia de todas
estas circunstancias favoreció que el enfoque biográfico creara un muy vasto
campo, que hoy se caracteriza por “la polinización cruzada entre los medios,
los géneros, la escritura de ficción y no ficción”. Hamilton ejemplifica: ¿La lista de Schilnder
de Thomas Keneally es una novela o una biografía? ¿El
film de Steven Spilberg Retrato de una pasión (Fur: An imaginary portrait of Diane Arbus) es un drama
ficticio o una narrativa factual sobre una persona real? ¿es un biopic posmoderno
para un público sofisticado que aprecia la erótica? (p. 21).
La biografía que cultivan los historiadores académicos
es de índole distinta, podría decirse parafraseando “La nueva biografía” de
Woolf que, es como la verdad del Museo
Británico, la verdad compulsada por la investigación. Es un género sometido a las
convenciones de la ciencia histórica, como se verá a continuación.
La resurrección de la cortesana: la biografía académica
La biografía es un género de dos mil años
de antigüedad al que se le maltrata. Es como una cortesana, por ella han
desfilado estadistas, reyes, financieros, científicos, pero es tabú y cuando la
sociedad académica llega a mencionarla lo hace sin respeto alguno –afirma Brigitte
Possing (s. f., p. 7).
Aunque actualmente somos testigos de una creciente producción de biografías escritas desde
las comunidades académicas de historiadores, es común que los propios
investigadores duden que este género sea un método de investigación crítico y
riguroso, capaz de elaborar la interpretación analíticamente
sofisticada que los académicos esperan (Nasaw, 2009, p. 573). Con frecuencia se
escuchan voces escépticas que expresan sus dudas ya sea porque estudia una sola
vida, porque deriva de una tradición de bellas letras en lugar de una tradición
científica, o porque a menudo las biografías son escritas por periodistas o
guionistas que atraen a numerosos lectores, pero carecen del rigor de una
formación especializada y erudita (Banner, 2009, p. 580).
La profesionalización de las
ciencias sociales y de las humanidades contribuyó a que hoy en día la biografía
se desprecie. Goldman (2016),
quiera fuera editor del Oxford Dictionary of National Biography,
explica que por más de tres décadas –entre 1960 y 1990– en el mundo académico
occidental dominó la búsqueda de explicaciones “estructurales” tanto en la
historia como en la literatura. Para estudiar el pasado, marxistas,
estructuralistas, postestructuralistas, etc. privilegiaron la aplicación de
enfoques, conceptos y metodologías que les permitieran encontrar patrones
profundos que diesen sentido a eventos inconexos. Banner
(2009) puntualiza: los historiadores sociales de la década de 1960 se centraron
en la demografía, las estadísticas y en el estudio de los grupos sociales. Reiley y Scholoff (1996) añaden
que postestructuralistas como Barthes y Foucault, que especularon sobre “la
muerte del autor” e incluso sobre “la desaparición del hombre”[22],
defendieron que los textos son entidades independientes de su autor. El
individuo autónomo actuante, que había sido el sujeto de la biografía
tradicional, fue descentrado por las estructuras y los códigos sociales. El
horizonte posmoderno de los decenios de 1980 y 1990 contribuyó a desmantelar la narrativa del progreso, que fue un paradigma
histórico que había nutrido las biografías de los grandes hombres y sus
andanzas (p. 3).
El regreso de la biografía
al mundo académico hacia el año 2000 se vio favorecido por la desaparición de
la “Gran Narrativa”, por un renovado espíritu (zeitgeist)
individualista o individualizador, que desde entonces se vive en las
comunidades académicas. Es un género que, incluso, se ha usado como una forma
de propaganda en favor de la democracia (Possing, s. f.,
p. 8), como puede observarse, por ejemplo, en los argumentos teleológicos que Hamilton esgrime en sus historias de
la biografia, que se han glosado más arriba.
Los defensores del género académico, al preguntarse por qué escriben, responden:
simplemente porque seduce. Como humanos somos una raza curiosa, por mucho que
buscamos el yo, el ego, concebimos las actividades humanas en términos
personales. Tanto escritores como lectores de alguna forma buscamos en la
biografía una manera de vernos a nosotros mismos en una mejor relación con un
mundo problemático (Mcfeely,1996, pp. IX, XIII). Para algunos la biografía es
un intento honesto por recuperar la agencia humana en la historia (Goldman,
2016, p. 404). Otros afirman que permite comprender la
condición humana en sus formas históricamente variables (Hellbeck,
2009, p. 616). Pese a la pluralidad de respuestas, todos apuntan a la necesidad
de escribir nuevas historias centradas en el sujeto.[23] Debe
subrayarse que la biografia histórica académica tiene
una particularidad, trasciende al individuo y busca iluminar el ámbito público, explicado e interpretado
en parte por la perspectiva personal. En ese sentido, lo personal es una fuente
importante, pero no determinante (Renders y De Haan, 2014, p. 2).
Escribir la historia desde el punto de vista de
los individuos ha sido una forma de confrontar las complejidades teóricas de los
siglos XX y XXI. Zwieg (1939) ya
había advertido la complejidad metodológica que requiere
el manejo de fuentes para la biografia, pues se advierten múltiples
voces, múltiples verdades dispares. Virginia Woolf en el “Arte de la biografía”
apuntó lo que hoy llamamos historicidad de la verdad histórica.[24]
La biografia histórica académica mantiene como
cimientos la evidencia factual y la verificación, Kessler-Harris (2009) indicó
que el arte del historiador radica en sus habilidades interpretativas, en la elegancia
con la que entrelaza hechos nuevos y viejos en un esquema de argumentos
persuasivos o demostrativos. Es posible añadir que la biografia
ha sido, y es, un espacio para reexaminar las categorías de la historia.
La biografia como punto de
encuentro
Un reto
importante que se presenta a los historiadores es profundizar el diálogo con
los estudiosos de la literatura, con los de la memoria y de la escritura de
vida (life writing).
David McCooey (2017) explica que en
el
campo literario en los decenios de 1970 y 1980 los estudios de auto/biografía se
centraron en el debate de las fronteras entre los genéros.
Las discusiones abordaron
temas –que también son propios de los estudios historiográficos– como
los límites entre la escritura literaria y fáctica; entre la narrativa como
dispositivo literario y la narrativa como experiencia vivida; y entre
autobiografía y ficción.
En el taller del historiador un problema central es el manejo de las
llamadas fuentes primarias: cartas, memorias y otros textos de carácter
autobiográfico. La escritura de vida ha indagado en las
relaciones entre uno mismo y el otro, la memoria y el olvido, el yo pasado y el
yo presente.
El desplazamiento en las
últimas dos décadas de los estudios de auto/biografía de corte literario a los
estudios de escritura de vida se debió a la influencia de las teorías
feministas y poscoloniales, así como el surgimiento de los estudios culturales,
lo que propició que se investigaran amplios sectores antes silenciados, como
mujeres, personas de color, pueblos indígenas y niños. Riehl y Schoff (1996) señalaban que había que
aprender de estos enfoques que la producción de sentido de la biografía es una
fuerza poderosa para formar y reformar la memoria cultural (p. 3). En efecto,
los estudiosos del pasado, pero fundamentalmente literatos, guionistas y
directores de cine y de series de televisión se han apropiado de este
aprendizaje, que se refleja, incluso, en el nuevo cine mexicano en películas
como Babel (2006) de Alejandro
González Iñárritu, César Chávez (2014) de Diego Luna y Roma (2017) de Alfonso Cuarón.
Feministas y posmodernos pusieron en tela de juicio el
“esencialismo” del sujeto humano, concebido como universal, masculino, europeo,
y autónomo, reconfigurando la subjetividad como diversa, provisional e
intersubjetiva; al tiempo que
los
estudios poscoloniales desafiaron la creencia de que mujeres y hombres son
categorías que no varían según la raza (Banner, 2009 y McCooey, 2017).
En paralelo, y desde el
campo de la historia, la “Nueva
Biografía” comenzó a cultivarse a fines de la década de 1990, en este enfoque
confluyeron las teorías feministas, posmodernas y raciales. La Nueva Biografía
–un referente indispensable– enfatiza la naturaleza cambiante y multifacética
de la personalidad individual. Margadant (2000)
argumentó que no existe un “yo coherente”, unificado, sino un yo que se realiza
para crear una impresión de coherencia o un individuo con múltiples seres cuyas
diferentes manifestaciones reflejan el paso del tiempo, las demandas y opciones
de diferentes entornos, o las muy distintas formas en que otros buscan
representar a una persona (p. 7). Así, este enfoque tiende a romper la ilusión
retórica que señaló Bourdieu.
Temas transversales que
han dominando en la última
década son el testimonio, los derechos humanos y el trauma.[25] White (2014), autor de Metahistoria, encuentra
que el modo declarativo lineal que utiliza la historia académica –que favoreció
la argumentación demostrativa y abandonó la narratividad– no hace justicia a la
masa de literatura testimonial ni a la experiencia vivida. En su último libro
hizo una propuesta audaz: retornar a la poeisis aristotélica, entendiendo la poesía y la literatura
como un modo de cognición centrado más en lo posible que en lo factual (p. 34).
White, entonces, se inclinó por abrazar la estetización de la experiencia, en
lugar de desecharla, como el único medio que el siglo XX encontró para abordar
el horror.
¿Es posible extrapolar las
propuestas de White a otros rostros del trauma? Las memorias de la población vientaminta, por ejemplo, relatan la guerra contra los
Estados Unidos desde el realismo mágico (Brewster, 2017). ¿Cómo abordar la
experiencia encarnada de los millones de desplazados y migrantes, de las víctimas
de la violación a sus derechos humanos? Las respuestas –creo yo– sólo podrán
hallarse en un encuentro multidisciplinario en el que se reflexione nuevamente
sobre los puntos de partida de esta presentación: la relación entre la vida y
la escritura; la artistización y estetización de la
experiencia; la narratividad de la experiencia vivida. La estetización constitutiva
de la literatura, de las artes escénicas y del cine conducen a una irremediable
tensión entre la verdad histórica, la autenticidad (una valorización de la
experiencia encarnada) y la mediación (el simulacro del que cualquier
experiencia necesariamente forma parte), tensiones que conforman el horizonte
en el que actualmente se produce la biografia.
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[1] Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco, lunita_1981@yahoo.com
[2] Possing ha insistido
en que la biografía, a diferencia de otros géneros y formatos de la escritura
de vida, se caracteriza porque es el biógrafo quien decide qué “realidad”
representará en su trabajo, pero esta realidad está inevitablemente formada por
las expectativas de los lectores, las fuentes / la voz del sujeto /
protagonista y la interpretación que hace el biógrafo de las fuentes (Halldórsdóttir, Kinnunen, Leskelä-Kärki, Possing, 2016, p. 255).
[3] Philippe Lejeune en “El pacto
autobiográfico” (1975) argumentó que hay un contrato entre el autor y los
lectores, quienes esperan que la autobiografía sea auténtica, referencial.
Concluyó que la autobiografía es un modo de lectura históricamente variable. En
la biografía, donde el autor y el protagonista no son la misma persona, se
establece un pacto similiar, pues el lector debe
creer que el biógrafo conoce el tema, lo narra con precisión y justicia,
comprende y explica los contextos relacionados. (Backscheider, Reflections on Biography
citado por Halldórsdóttir, Kinnunen, Leskelä-Kärki, Possing, 2016, pp. 256-257).
[4]. En esta presentación se entiende por poética una serie
de principios sistematizados que norman la forma y los procedimientos de
composición, que logran ciertos efectos sobre el lector. Una breve síntesis
sobre el debate de la poética de la biografía puede verse en la introducción de
E. Saunders (2017).
[5] Renders y De Haan (2014) reunieron a 14 autores para discutir los retos
que actualmente enfrentan los estudios biográficos. Unos discuten la relación
entre la biografia y la historia, otros distinguen la
biografía de las escrituras de vida (Life Writing)
y algunos examinan los problemas metodológicos de la microhistoria. Goodson, Antikainen, Sikes y Andrews (2016) elaboraron una útil antología que examina la narrativa y las historias de vida. Con un enfoque
multidisciplinario abordan los problemas teórico-metodólogicos
que la posmodernidad y el postestructuralismo
plantearon a los estudios sociológicos, de género, culturales, a la historia
social y a la teoría literaria.
[6] Bordieu en “La ilusión biográfica” (1986) se refiere específicamente a las historias de vida, que la antropología, la etnología, la sociología y la historia oral utilizan como instrumentos analítico metodológicos. Sin embargo, las convenciones que organizan las historias de vida son las mismas que estructuran a la biografía.
[7] En este breve y denso
ensayo Bordieu
(1986) invitó al sociólogo a revelar los mecanismos sociales que favorecen o
permiten la experiencia ordinaria de la vida como una unidad y una totalidad.
El análisis de los alcances que tuvo esta propuesta rebasa los objetivos del
presente ensayo.
[8] La biografía victoriana –según Woolf (1927)– buscó
representar la idea de bondad con rígidos cartabones. Los hombres socialmente
valiosos eran siempre nobles, valientes, rectos, castos y severos. De este
modo, el DNB reproducía los valores de la era victoriana.
[9] Thomas Carlyle
pronunció seis conferencias, que un año después fueron reunidas con el título On Heroes, Hero-Worship, and The Heroic in History (1841). En la primera conferencia indicó su tesis: la Historia Universal es la
historia de los Grandes Hombres. Los logros de la humanidad son el resultado
material y la encarnación de los pensamientos que moraron en estos hombres extraordinarios,
que han sido profetas (Mahoma), poetas (Dante y Shakespeare), sacerdotes
(Lutero y Knox), hombres de letras (Johnson, Rousseau y Burns), reyes y
revolucionarios (Cromwell y Napoleón).
[10] Saloman (2012) afirma que a partir de la década de
1970 los ensayos de Woolf se han analizado fundamentalmente como pistas para
leer las novelas de la escritora o como evidencia de sus posiciones ideológicas
o feministas, propone hacer nuevas lecturas capaces de recuperar las múltiples
dimensiones de la ensayística. En ese sentido debe, al menos,
indicarse que “La nueva biografía” ofrece múltiples niveles de lectura –que
aquí no se analizan- en cuanto Woolf hizo de su ensayística un campo de
experimentación de su voz como autora. Briggs (2006) propone
que la obra de Woolf debe leerse en las interacciones entre sus reseñas,
ensayos y narrativa, y así organizó su espléndido “Essay
2. The Proper Writing of Lives: Biography versus Fiction in
Woolf’s Early Work”.
[11] Las biografías adquierieron un carácter sicologizante
después de que Sigmund Freud diera a la
imprenta Un recuerdo infantil de Leonardo da
Vinci (1910).
Posteriormente ejercería una gran influencia la obra de Melanie Klein “Situaciones infantiles de angustia
reflejadas en una obra de arte y en el impulso creador” (1929), en la que
analizó una ópera de Ravel.
[12] Zwieg escribió “La historia como poetisa” para una conferencia
que habría de pronunciar en 1939 para el 17 ° Congreso PEN en Estocolmo en
1939, pero el evento no se llevó a cabo por el estallido de la guerra mundial.
Fue publicado en 1943, un año después de que Zweig se
suicidara en Brasil (Hemecker y Saunders, 2017, p. 149).
[13] Sobre la concepción de Zweig
de una cultura europea unificada véase su autobiografía El mundo de ayer (1941), acerca de su cosmopolitismo frente a la
Alemania nazi véase Steinman (1970) en particular el capítulo 5 “Politics, Revolution,
International Understanding”. Un buen estudio sobre
el esteticismo y cosmopolitismo de este escritor es
Mintz (2011).
[14] Woolf apenas menciona la primera obra de Strachey Victorianos eminentes (1918), pues juzgó
que su autor redujo a los sujetos a una suerte de personajes caricaturizados.
[15] Entre los modernistas del
Reino Unido destacan T. S. Eliot, Ezra Pound, E. M. Forster, D. H. Lawrence, George Orwell, James Joyce y
Virginia Wolf, quienes fueron importantes ensayistas y novelistas, que de
distintas maneras experimentaron con las posibilidades de los géneros literarios
y de la conciencia moderna. White (2014) consideró como pilares de la
literatura modernista europea, además de los mencionados, a Franz Kafka, Marcel
Proust y André Gide.
[16] Reinhardt Kosseleck acuñó el concepto “horizonte de experiencia”, que
White (2014) sintetiza como un almacén que archiva recuerdos, sueños, ideas y
valores. Legado al que uno acude y se agarra en busca de respuestas prácticas
para el presente (p. 10).
[17] Por falta de espacio no es posible examinar en este
ensayo las aportaciones que David Nye y Michel
Foucault hicieron a la crítica del orden biográfico. Baste
señalar que Nye en The invented Self: An Anti-biography, from Documents of Thomas A. Edison (1983) con un estudio semiótico rechazó la existencia del sujeto y con un corte
sincrónico investigó la manera en que Edison construyó su imagen pública. Sobre Foucault véase la siguiente nota y la nota
21.
[18] Barthes en su ensayo ''La muerte del autor” (1967) rechazó la idea de intencionalidad del
autor porque implica que existe un significado
inherente al texto. En consecuencia, rechazó también la vieja tradición
hermenéutica en la que una obra se explica mediante la biografía de su autor, pues establece una relación
explicativa monocausal y unidireccional. Foucault en
su conferencia en el Colegio de Francia (¿Qué es un autor, 1969, pp. 2-3)
indica que no presenta una idea acabada, su reflexión gira en torno a la
pregunta ¿qué importa quién habla? plantea cuatro ideas eje: a) el autor no es solamante un nombre propio; b) la relación de apropiación:
el autor no es exactamente ni el propietario ni el responsable de sus textos;
c) la relación de atribución: el autor es a quien se le atribuyen lo que se ha
dicho o escrito, pero la atribución es resultado de operación sociales
complejas; d) la posición del autor varia en las tradiciones disciplinarias.
Ambos textos se habrían de convertir en paradigmas del discurso posmoderno.
[19] Barthes desafió las convenciones de la autobiografía como
género en Michelet [Michelet
par lui-même] (1954) y de manera más radical aun en Roland Barthes par
Roland Barthes (1975), que es una
“autobiografía” formada por biografemas –breves
párrafos, fotografías, tarjetas de catálogo, caligrafía, caricaturas,
partituras, pinturas. De modo que el tema autobiográfico se encuentra disperso
en detalles, fragmentos y micro-textos.
[20] Barthes en El
placer del texto (1975) radicalizó las propuestas que hiciera en Sade, Fourier, Loyola para
proponer la erotización del placer de la lectura.
[21] Hamilton previamente
había desarrollado ampliamente estos mismos argumentos en Biography:
A Brief History (2007).
[22] En El orden del discurso
(1970) Foucault puso en tela de juicio la noción ilustrada del hombre, que lo
había concebido como un sujeto, un agente excepcionalmente capaz de comprender
y alterar su condición para volverse más completo, más él mismo. Foucault
mostró que tal ser humano no ha existido en la historia, en cambio encontró una
pluralidad de sujetos, cuyas características variaban de lugar a lugar y en el
tiempo.
[23] Hace poco más de diez años
Gabrielle Spigel (2008) observó que la biografía
podría ser una forma de trascender la división teórica entre la historia social
empirista y la historia cultural del giro lingüístico, sin sacrificar sus
logros metodológicos o epistemológicos. Una perspectiva centrada en el actor
podría servir como base teórica para un nuevo giro biográfico (p. 411). Las
diferencias y distancias entre los historiadores especializados parecen
mantenerse incólumnes, pero el tema biográfico domina
en los distintos lenguajes narrativos y escénicos: cine, teatro, literatura de
ficción y no ficción, historia.
[24] Woolf (1939) diferenció los hechos de la ciencia, “que
una vez descubiertos, siempre son los mismos” y los hechos históricos que
-según señaló- están
sujetos a cambios de opinión; las opiniones cambian a medida que cambian los
tiempos.
[25] El Holocausto
es un trauma histórico, que se considera un caso límite para la comprensión
histórica y la experiencia humana en general. Para White (2014) la “solución
final” confrontó los valores de la civilización europea, porque Alemania se
representaba en el imaginario como una nación moderna, ilustrada, cristiana y
humanista. Para los historiadores planteó dos grandes problemas: cómo asimilar
e insertar el Holocausto en la gran narrativa de la historia occidental y puso
en tela de juicio los valores de la civilización europea. Desató intensos
debates sobre los presupuestos teóricos de la historia, las metodologías que
usan los historiadores contemporáneos y los protocolos y técnicas utilizados al
exponer la realidad histórica (pp. 25 y 26).