Michael Ignatieff
y la biografía de Isaiah Berlin
Michael Ignatieff and
the Biography of Isaiah Berlin
María Eugenia Arias[1]
Lilia Carbajal Arenas[2]
Teresita Quiroz Ávila[3]
Resumen
Michael Ignatieff, historiador canadiense escribió la biografía
de Isaiah Berlin para mostrar las importantes aportaciones que hizo a la
historia de las ideas sobre la Libertad, uno de los principios del Liberalismo.
Al biógrafo le interesaba también conocer la influencia de la participación de
Berlin en el Servicio Británico de Información con sede en Nueva York y en la
embajada de Inglaterra en Washington durante la Segunda Guerra Mundial.
Palabras clave:
Historia, biografía, liberalismo, libertad.
Abstract
Michael Ignatieff, a Canadian historian wrote the biography of Isaiah Berlin
to show the important contributions that Berlin made to the history of ideas
about Freedom, one of the principles of Liberalism. The biographer was also
interested in knowing the influence of Berlin's participation in the British
Information Service based in New York and in the British embassy in Washington
during the Second World War.
Key
words: History,
biography, Liberalism, Freedom.
Recibido: 2019-10-31
Aceptado: 2020-09-18
Introducción[4]
La biografía, género literario que recrea la vida de un
individuo en su contexto espacial e histórico, ha jugado un papel de suma
importancia en el campo de la Historia porque constituye una fuente básica, alternativa
o complementaria que enriquece el conocimiento del pasado. Su existencia es de
larga data; se ha cultivado “desde la antigüedad clásica con ejemplos tan
connotados como las Vidas paralelas de
Plutarco o Los doce Césares de Suetonio, hasta nuestros días”. Sin embargo, “se ha escrito
y teorizado [poco sobre ella debido a que] los historiadores académicos [la]
han visto como un subgénero o género menor” (Montoya, 2010, p. 196).
La biografía ha sido sometida a una
discusión permanente por científicos sociales e historiadores porque su
escritura es subjetiva. Pierre Bourdieu plantea en su artículo “La ilusión
biográfica”, que ésta carece del rigor científico pues “la historia de vida es
una de esas nociones del sentido común que se ha introducido de contrabando en el
mundo científico; primero, sin bombo ni platillos, entre los etnólogos, y
luego, recientemente, y no sin estruendo, entre los sociólogos” (Bourdieu,
1989, p.74). Según el autor, se pretende relatar la vida como una sucesión de
hechos históricos, aunque tal continuidad se pierde cuando el biógrafo realiza
una entrevista a su personaje y la considera como fuente porque durante ella, se obliga a hacer secuencias
ordenadas que den un sentido inteligible al relato. Esto, agrega Bourdieu,
lleva al biógrafo y al biografiado a aceptar “el postulado del sentido de la existencia narrada”. Otro aspecto señalado
por Bourdieu es el hecho de que los procesos sociales no se analizan bien al
quedar sujetos al relato de una historia
de vida, es como “dar razón de un trayecto en el metro sin tener en cuenta
la estructura de la red, es decir, la matriz de las relaciones objetivas entre
las diferentes estaciones” (Bourdieu, 1989, pp.74, 75, 82).
En un artículo de Alexander Pereira (2011), donde retoma los argumentos de Bourdieu en contra de considerar como un
género histórico a la biografía, y los
contrarresta al presentar los aportes metodológicos y conceptuales de esta
forma de historiar a partir de autores como Francoise
Dosse, Franco Ferrarrotti y
Giovanni Levi. En particular para Dosse (2007), la
empatía es necesaria entre el biógrafo y el biografiado, pero el primero debe
mantener la distancia necesaria para mantener la presencia constante del entrevistado
y con ello evitar hablar por él. Para ello propone el uso de modelos teóricos
de mediano alcance capaces de captar las trayectorias biográficas sin perder
las dinámicas estructurales. En su caso, Ferrarrotti
propone para aprovechar el potencial heurístico del género biográfico abandonar
los postulados objetivistas del método científico ya que la construcción de una
biografía “tiene como objeto la interacción intrincada, confusa que se da
recíprocamente entre el observador y el observado”; el mismo autor sugiere utilizar la VI Tesis sobre Feuerbach de Marx para producir conocimiento en la
escritura de las biografías, ello se logra a partir de considerar que el
individuo no es un reflejo pasivo de la estructura social pues “cada quien
mediatiza desde su propia dimensión subjetiva la época y la sociedad que le
tocó vivir” (Pereira p. 110-112).
A pesar de objetársele la falta de
carácter científico a la biografía, su escritura cuenta, reiteramos, con una
larga trayectoria cultivada por historiadores,[5]
periodistas, sociólogos, psicoanalistas, entre otros. A cada uno de ellos les une
un interés común: escribir una historia
de vida[6] sobre
un individuo distinguido entre sus contemporáneos para destacar aquello que los
ha hecho diferentes, así como resaltar la importancia de sus aportes a la
ciencia, el arte y al conocimiento histórico humano, como en el caso de la
biografía que nos ocupa en este trabajo.
Bajo el título de Isaiah Berlin: su vida, Michael
Ignatieff presenta al politólogo e historiador inglés (1909-1997), especializado
en Historia de las Ideas, con una narrativa ágil y clara. Ignatieff da a conocer los momentos más significativos en la trayectoria
del personaje que contribuyeron a definir su apego al liberalismo y a rechazar
el comunismo soviético; nos hace
vivir con Berlin su desarrollo personal e intelectual, así como profesional, además
permite entender la relevancia de su trabajo como historiador de las ideas al
presentar la diferencia entre “libertad positiva” y “libertad negativa”.
Michael Ignatieff trabajó la
biografía de Isaiah Berlin en 18 capítulos y un Epílogo que comprenden desde la
niñez hasta finales de octubre de 1997, cuando mantuvieron su última
conversación. De esta amplia obra biográfica seleccionamos varios capítulos que
consideramos fundamentales para conocer la labor del autor y la importancia de
su personaje.
Respecto a la metodología, Ignatieff
priorizó la entrevista como principal fuente de información; mantuvo largas y numerosas pláticas con Isaiah Berlin, necesarias para lograr su confianza y al fin relatara
su vida a través de los momentos que
el mismo Berlin considerara importantes. Las entrevistas iniciaron en diciembre
de 1988 y terminaron en 1997 (Ignatieff, 1999, p.
411).
También entrevistó a Aline Halban, esposa de Isaiah, para tener un mayor acercamiento
a su personaje. Lo mismo ocurrió con su editor y albacea literario Henry Hardy, encargado de reunir las cartas de
Berlin a cientos de destinatarios,
de ordenar sus manuscritos inéditos, así como de organizar un archivo de
documentos, fotografías, grabaciones y videos. La entrevista con Hardy fue fundamental porque, menciona
Ignatieff, le señaló errores y proporcionó
nuevas fuentes que no había considerado.
Las conversaciones con Pat Utechin, secretaria por 20 años de Berlin, le aportaron información
que también le permitió corregir errores; no menos importantes fueron aquellas
entre Ignatieff y amigos y colegas del historiador y
político. A las entrevistas, como se puede deducir de lo anterior, se agregaron documentos, fotografías,
correspondencia y otras grabaciones, fuentes que complementaron la biografía (Ignatieff, 1999, pp. 405-409).
La obra carece de
introducción y, como dijimos, contiene 18 capítulos,[7]
a cuyos títulos el autor asignó un año o periodo específicos -aunque no a
todos-. Esos apartados se refieren además del tiempo, a los espacios,
acontecimientos, asuntos e instituciones importantes en la vida del personaje.
Al final, se localizan los “Agradecimientos” en los que Ignatieff aporta datos
interesantes sobre el proceso de creación de la biografía; incluye un reconocimiento
a quienes lo apoyaron; menciona a las personas entrevistadas, los sitios donde
se alojó y los establecimientos académicos que visitó. También se encuentran,
en las “Notas”, las referencias a los capítulos donde da a conocer sus fuentes,
desglosa las abreviaturas que usó y aclara diversos
asuntos. El autor recurrió a documentos de archivos, periódicos, libros,
diccionarios, enciclopedias, ensayos, artículos y suplementos de revistas,
crónicas, memorias, diarios, cartas, discursos, conferencias, apuntes
autobiográficos de Mendel Berlin, además de las entrevistas.
Con respecto a las
entrevistas a Berlin, Ignatieff señala que las realizó “en los descansos de conciertos o durante la cena o
paseando”, reiteramos, entre diciembre de 1988 y
finales de octubre de 1997, y que ellas constituyeron su fuente principal.[8]
Su segunda gran fuente fue la colección de correspondencia, la cual, junto a
las transcripciones de las entrevistas, se localizan en Wolfson College, en el Archivo Berlín,
que integró Henry Hardy (Ignatieff, 1999, p. 411). Distingue que la lista completa de los escritos de aquél
está en “A Bibliography of Isaiah Berlin”, obra del
mismo Hardy.
El índice de materias
refleja el arduo trabajo analítico del biógrafo y resulta bastante útil para
ubicar: lugares, individuos e instituciones;
información sobre el carácter, los estudios y familiares, las cualidades,
creencias e ideas, la salud, vida personal y profesional de Isaiah Berlin, etcétera. Además, el listado de las ilustraciones
reúne los datos de las fotos que intercaló, otro elemento fundamental en la
obra.
El Escritor
Michael Ignatieff se graduó en Historia, con honores, en 1969, en la Universidad de Toronto. En 1976, obtuvo el grado
de Doctor en Historia en la Universidad de Harvard y en 1978, se tituló en Master of Arts en la Universidad de Cambridge.
En sus primeros trabajos profesionales,
se desempeñó a través de distintos medios de comunicación: columnista editorial
en The Observer; como escritor independiente,
locutor y periodista en Londres, realizó la serie documental Blood and Beloging: Journeys into the New Nationalism para la BBC de Londres en 1989-1993. En la
academia fue investigador principal en el King´s College en Cambridge; investigador principal de Alastair Horne en el
Colegio de San Antonio, en Oxford y catedrático
en las Universidades de Toronto, Harvard y Oxford.
Ignatieff se ha destacado como un
escritor prolífico; ha escrito ensayos, novelas y libros sobre problemas
sociales y Derechos Humanos, entre las cuales se pueden mencionar: The Needs of Strangers (1984), Scar Tissue (1992), The Rights Revolution
(2000), Human Rights
as Politics and Idolatry (2001),
The Lesser Evil: Political Ethics in an Age of Terror ((2004), Fire and Ashes: Succes
and Failfure in Politics (2013). También, escribió dos biografías: El álbum ruso en 1987, que es una biografía familiar e Isaiah Berlin: una vida, en 1998. De acuerdo con su CV, que aparece en internet, se aprecia una larga trayectoria
aunada a una intensa participación política como miembro del Parlamento
canadiense y líder del Partido Liberal de Canadá de 2006 a 2011.[9]
La biografía
No es fácil empezar a contar una historia; pero justo
en este punto de arranque, la magia de la palabra debe enganchar como carnada a
quienes se crucen por el anzuelo para quedar cautivados por un recorrido. El
itinerario es un reinicio cíclico por el trayecto, en este caso, de la lectura
colectiva que se ha realizado sobre la biografía autorizada de Isaiah Berlin a
través de la narración de Michael Ignatieff (Ignatieff, 1999), ambos
identificados por sus coordenadas de origen. (Jaramillo, 2013) Acá, en esta
historia, los sitios son determinantes; los capítulos en buena parte están
nombrados por: ciudades, casonas, edificios que van fincando la vida de Berlin,
el biografiado. También otros dan nomenclatura a ciertas etapas del individuo,
nos referimos a lugares emocionales y éticos, que en conjunto con los espacios
físicos perfilan la complejidad subjetiva y socio-política
de un filósofo del siglo XX que reflexionó sobre el movimiento romántico, el
marxismo, la libertad, la identidad y los autoritarismos.
Desde el primer capítulo, es sutil
pero claramente identificada la importancia de la construcción de Isaiah Berlin
como personaje. Se ubica la insistente voz del propio Berlin que se cuenta y se
construye, tanto como la voz de Ignatieff que reconstruye y ordena la
narración, mostrando el narcisismo indispensable en un intelectual que nunca
dejó su postura de niño genio, la actitud bonachona de un burgués y la inteligencia del zorro con un objetivo de
erizo. A pesar del desdén que evidencia Ignatieff respecto a Berlin, no
puede dejarlo a la total deriva de su actitud crítica, porque al narrar, el
autor se construye a sí mismo como ruso, judío, emigrante asimilado e
intelectual. Señala Jaramillo "Ignatieff sabe dar cuenta de tan compleja
biografía; es quizá demasiado medido tal vez le pese haber conocido mucho a un
personaje de tantas dimensiones" (Sarabia, 1999). El vínculo entre estos
individuos es en un proceso de entrevistas y sesiones donde queda evidente el
rol en la elaboración de la biografía, del superior al aprendiz, escribe
Ignatieff: "Me lo contó todo, pero no hasta que no hube aprendido a hacer
bien las preguntas" (Ignatieff, 1999, p. 16), esto en el transcurso de diez años de conversaciones sobre la
historia de una vida, en la intimidad del despacho confortable del intelectual
quien cimentó la imagen del británico como flemático y equilibrado.
Así
fue como comenzó este libro en septiembre de 1987. Yo no era antiguo alumno
suyo ni hijo postizo: Berlin parece haber nacido sin instinto paternal. Yo
simplemente estaba allí, en un principio, para entrevistarle. Grabé su charla,
hora tras hora, como un criado que lleva los cántaros a la fuente. Cuando
accedió a la biografía, después que hubiéramos trabajado juntos durante varios
años, fue decisión suya que se publicara póstumamente, y que él no leyera una
sola palabra de la misma. (Ignatieff, 1999, p. 12).
Las asociaciones de intelectuales y académicas (Inns a Court) en
Inglaterra están fuertemente arraigadas a la figura masculina. Estos colegios
han dado resignificado a las agrupaciones de pensadores contemporáneos en el
siglo XX, los cuales se sitúan y conforman comunidades de saber que proporcionan
condiciones excelentes para el trabajo de reflexión. La Mansión Albany existe
como segunda residencia o "la casa en la ciudad" (pied-à-terre) que desde el siglo XVIII
funciona a manera del sitio que recibe a los selectos miembros de un grupo, académicos
quienes tienen un despacho para realizar sus actividades, en un ambiente de
salones de estar con té, almendras, (nunca un whisky),
luz a la hora correcta, sillones cómodos, pasillos, hermosos jardines en el
marco de una arquitectura victoriana. Aquí es donde Ignatieff nos presenta a su
personaje, nos introduce en una edificación en medio de un entorno urbano
rodeado de librerías y dinámica vida cultural; entonces nos conduce por los
pasillos de aquélla casa y nos lleva hasta los aposentos del profesor, a su
espacio de reflexión y recuento de vida, luego nos señala: "Toda la vida
de este hombre ha transcurrido en lugares como éste, en esos jardines vallados
y habitaciones de ventanales altos que acompañan el privilegio institucional
inglés" (Ignatieff, 1999, p. 9).
Berlin siempre vivió bien,
confortablemente y le gustaba la vida social de alto nivel, las cenas y la
plática constante. Escucharse y ser escuchado. La importancia de su voz y del
decir a gran velocidad, del reflexionar a través de la conversación en
reuniones diversas, en sus clases, conferencias y participaciones radiofónicas
en la BBC; tenía el ritmo constante de un parlanchín "parecía borbotear y
vibrar como un samovar en ebullición ..." (Ignatieff,
1999, pp. 11 y 12).
Ignatieff también nos enseña cómo
terminan las sesiones diarias de conversación con Berlin: salen de la acogedora
Mansión Albany, nosotros lectores atrás de ellos. Fuera del espacio privado,
Ignatieff pone a su personaje en la calle del barrio exclusivo. Nos muestra
cómo mira, como mantiene una actitud de niño observador que se pregunta y saca
conclusiones, inferencias, ideas, quizá obviedades, pero en un constante ir y
venir del pensamiento activo, hasta en los mínimos detalles. Ahí, en el barullo
urbano se despiden Berlin e Ignatieff, entre el clásico afecto ruso de estrecha
familiaridad que los identifica. Entonces se bifurca la escena. Con toda la
experiencia de cineasta que nos atrapó en la narración, de una historia que aún
está por contarse, los ojos de Ignatieff (la cámara fija) nos hace ver al
personaje que se aleja en busca de nuevas disertaciones sobre algunos de los
puntos neurálgicos de la existencia del biografiado, las preocupaciones
filosóficas de la vida diaria (la joven de melena pelirroja, la cómoda casaca
de pana, el potente bigote de un hombre) o algo más problemático: la
autocensura durante el estalinismo y su amor intelectual por la poeta Anna Ajmatova.
Una pregunta puntual para escribir la
vida de Berlin es ubicar, según Ignatieff, entre la gran variedad temática de
su obra y en contraste el foco central de su reflexión filosófica. El biógrafo
considera que la aceptación de sus "identidades en conflicto" (rusa,
judía e inglesa) (Ignatieff, 1999, p. 17) le permitió forjar un temperamento a
favor y crítico sobre la libertad del individuo a costa de posturas políticas,
estaba más "interesado por la experiencia interior que por el compromiso
político [...] más curioso sobre las variaciones del autoengaño humano que
sobre la realpolitik"
(Ignatieff, 1999, p. 14-15).
En la construcción de una biografía
se ensalzan las cualidades positivas del personaje, se engrandecen las
anécdotas para mostrar los ejemplos de vida, pero también se debe hacer
hincapié en los puntos negativos de la figura estudiada. Así Ignatieff lo pone
en contraste; en su ancianidad, Berlin tenía un deseo de seguir experimentando
las maravillas de la vida, pero también mostraba cansancio y una profunda
petulancia, al reconocer: "Ya no leo nada [...] No soporto leerme a mí
mismo, no digamos ya a los demás" (Ignatieff, 1999, p. 11).
Colegio All Souls en Oxford
Con poco más de 20 años, Berlin ingresó al Colegio All Souls de la Universidad de Oxford en Inglaterra y se
inició como profesor, una nueva etapa en la vida de Isaiah que le brindó:
compañía, oportunidades de conversar y de vivir la vida de otros a través de
sus experiencias, sin tener que
aventurarse a fracasar en las suyas. Fue una etapa en que satisfacía sus ansias
de vivir el momento en un ambiente académico de alto nivel, de codearse con las
familias anglo-judías muy ricas (como los Rothchild y
los Sieff), la cual disfrutó y se identificó plenamente
con la forma de vida de la alta sociedad. (Ignatieff, 1999, p. 91)
Ignatieff presenta el ambiente de All Souls como
“algo próximo a una democracia del intelecto”, ya que la pertenencia a este colegio se vinculaba al conocimiento
más que a la posición social. Isaiah era un joven que, mediante la charla, el conocimiento y el saber escuchar, se convirtió en el centro de atención
de sus colegas, así como seguro
confidente de las estudiantes y ganó la confianza de sus padres debido a “su
conocida vida asexual”. Pero el querido y estimado Shaya,
apodo familiar de Isaiah, no pudo evitar los comentarios mordaces como el del
poema de su amigo del colegio, MacNiece quien “le
dejaba un plato de leche” con lo que sus amigos se referían a que lo recordaban
más como mojigato que como gato, pues censuraba que las parejas se tomaran de
la mano en público y manifestaba su desaprobación a la homosexualidad. Aquí
Ignatieff nos muestra cómo se fue definiendo parte de la personalidad
conservadora de Isaiah y su preocupación por insertarse en una sociedad formada
por familias que vivían entre lujos y dentro de una cultura judía cerrada. (Ignatieff,
1999, pp. 94-95)
Isaiah no pudo evitar un acercamiento
al amor. Rachel Walker, apodada “Tips”, asidua alumna
y joven apasionada, fue a la habitación de Berlin para recibir una tutoría en
filosofía y, posteriormente, mantuvo una relación por correspondencia con
cartas cada vez más atrevidas, que el
propio Berlin alentó en un inicio;
pero cuando volvieron a encontrarse, ella le pidió matrimonio y Berlin,
asustado, dio por terminada la relación con Rachel junto al juramento de evitar
a las jovencitas y volver a su vida asexual y de profesor erudito. (Ignatieff,
1999, pp. 98-99)
“En el invierto de 1933 el warden de New
Collage H. A. L., Fischer, le propuso que escribiera el volumen sobre [Carlos]
Marx de la Home University Library”. Isaiah aceptó por dos razones: eran
años en que los jóvenes buscaban una alternativa de vida ante la depresión
económica que sufría Europa, en tanto que Rusia causaba asombro con su despegue
económico. (Ignatieff, 1999, p. 101)
Isaiah realizó el trabajo sobre la
obra de Marx guiado por una pregunta: ¿Por qué Marx odiaba tanto a la sociedad
que él amaba? Este trabajo le proporcionaría los primeros elementos teóricos
sobre el concepto de libertad. Leer la obra de Marx le ocupó más tiempo del que
había pensado pero esta lectura le permitió, desde su propia reflexión y
experiencia, afianzar su idea acerca de la libertad que ofrecía el liberalismo
inglés contra el dogmatismo sectario ruso,
el cual condenaba a los intelectuales que se negaban a producir una propaganda
servil a la dictadura stalinista. (Ignatieff, 1999, p. 102)
Isaiah no sólo leyó la obra de Marx y
Engels disponible en la biblioteca de Oxford, también contó con libros de Marx
que su amigo J. L. Austin obtuvo cuando trabajaba en la Biblioteca de Lenin en
Moscú. Dominar el idioma ruso y el alemán le permitió realizar una lectura
directa de los escritos de Marx y de Lenin. Además, Ignatieff señala que “las lecturas
de Berlín entre 1933 y 1938 le suministraron el capital intelectual del que iba
a depender el resto de su vida”, refiriendo las obras de escritores desde la
Ilustración hasta los socialistas del siglo XIX. Durante estos años Isaiah
conoció a Alexander Herzen, aristócrata “exiliado, enemigo del zarismo, cuyas memorias se convirtieron en uno
de sus libros predilectos”. Ignatieff comenta que Berlin sentía afinidad con el
escritor por defender la libertad en contra del dogmatismo sectario, y lo
consideraba una persona que “exhibía el valor y compromiso político de los que
Isaiah sabía que carecía”, pero el
poeta, novelista y dramaturgo ruso Iván Turgénev fue
quien más lo influenció porque al leer su libro En vísperas contra el inmovilismo reaccionario del zar Nicolás I,
mantenía una esperanza de cambio de las reformas que podría impulsar el zar
sucesor Alejandro II. Para Berlin,
el escritor ruso encarnaba “la aptitud negativa del liberal, su capacidad para
actuar y comprometerse, no obstante la empatía que le
permitía ver el otro lado de la moneda”. Según Ignatieff, este autor posibilitó
“a Isaiah a conservar el equilibrio
liberal mientas ahondaba cada vez más profundamente en los feroces odios y
pasiones de la visión del mundo marxista”. (Ignatieff, 1999, pp. 103-104)
Ignatieff nos muestra un joven en
conflicto con su contexto histórico, pues, debido al desacuerdo político
mundial ante el avance del fascismo, sus amigos del colegio definían su
compromiso político en tanto que él rechazaba la militancia pero no el análisis:
Stephen Spencer marchaba a España para apoyar a la República española en su
lucha contra el fascismo; las hermanas Lynd se
incorporaban al Partido Comunista y Sheila Grant Duff
le dijo que “había sentido vergüenza al ver las marchas de hambre que
desfilaban por las calles de Oxford mientras vivía en una torre de marfil,
Isaiah le respondió cortante que estaba sucumbiendo a un sentimentalismo tolstoiano”. (Ignatieff, 1999, p. 105)
Isaiah siempre trataba de no tomar
partido en los acontecimientos políticos; sin embargo, pronto se vio envuelto
en un conflicto con uno de sus amigos. A inicios de 1934, en el periódico The Manchester Guardian, se publicó “un reportaje sobre discriminación
contra los judíos en los tribunales alemanes. Von Trott escribió una carta al periódico declarando que, en su
experiencia, no se practicaba dicha discriminación”. Isaiah se indignó con esa carta y se distanció de aquél, aunque
algunos de sus amigos lo defendieron argumentando que trataba de encubrir sus
actividades en contra de Hitler. El alemán Adam Von Trott había formado parte
del círculo de estudiantes de tendencia izquierdista, como Shiela
Grant Duff y otros colegas cercanos a Isaiah, que
solían visitar a éste en su cuarto en All Souls, donde sostenían largas charlas sobre filosofía, en
particular acerca de Hegel. En 1933, terminó sus estudios y decidió regresar
a Alemania para trabajar en el servicio público y hacer algo por su país que
consideraba “estaba muy enfermo”. Entre Isaiah y Von Trott siempre había diferencias
políticas porque Berlin desconfiaba de sus principios políticos; sin embargo,
Von Trott solía pedirle su opinión y
cada vez que viajaba, lo buscaba en
Inglaterra. (Ignatieff, 1999, pp. 106-108).
El asunto no quedó ahí, en otra
ocasión Berlin le había comentado a Maurice Bowra,
otro de sus amigos, que dudaba de la veracidad de la actividad política de Von
Trott contra Hitler pues no sabía si lo hacía para detener el avance del
fascismo o para asegurar su futuro en Alemania. El comentario trascendió al
Servicio Secreto británico, razón por la que retiraron todo apoyo al alemán
cuando éste buscó refugio en Inglaterra por estar involucrado en el intento de
asesinato de Hitler; sus amigos de Oxford reprocharon a Isaiah y a Bowra su responsabilidad en la detención y ejecución de Von
Trott. Maurice Bowra se disculpó públicamente, pero Isaiah guardó silencio, pues se
negaba a consagrar a Von Trott como un héroe y en una carta a su amiga Shiela Grant Duff, en 1956, decía
que el alemán había sido “una figura ambiciosa, fascinante, autoidealizada,
personalmente encantadora y políticamente ambigua, al que le apasionaba la
intriga al máximo nivel”. (Ignatieff, 1999, p. 110)
Según Ignatieff, este hecho
demostraba que “Isaiah se resistía a la resaca sentimental de los demás, su
implacabilidad de juicio y el papel de su judaísmo a la hora de definir sus
compromisos últimos”. (Ignatieff, 1999, p. 110) Sin embargo, la actitud de
Berlin y su proceder ante los hechos históricos –el avance del fascismo y del
comunismo-, lo dejó en una posición cómoda muy relacionada con su concepto de
“libertad” que para él significaba que la libertad individual de uno no
implicara la injusticia para otros”. (Ignatieff, 1999, p. 110)
Ignatieff presenta a una persona que
gustaba del sarcasmo; en otra ocasión, alemanes aristócratas dieron una plática
en All Souls para
buscar apoyo a su expansionismo fascista, y a Berlin se “le ocurrió decir que
en su opinión las demandas territoriales alemanas sobre Europa eran tan
razonables como las pretensiones ultramarinas británicas” (Ignatieff, 1999, p. 108).
El comentario disgustó a Lewis Namier, historiador de
origen polaco y ferviente sionista. Según muestra Ignatieff, Berlin era un
sujeto que exhibía sus conocimientos como si fueran máximas verdades sin
considerar que en su comentario hacía una desafortunada comparación, pues si
bien ambas demandas eran injustificadas, la de los alemanes traía consigo el
exterminio de los judíos.
Leningrado, 1945
Desde mediados de este año, “se había decidido que [Berlin]
fuera a Moscú para preparar un largo informe sobre las relaciones
norteamericano-soviético-británicas”. Voló entonces a esa capital a principios
de septiembre. Varios conocidos suyos, le habían comentado sobre la posibilidad
de que en “las librerías de Leningrado tuvieran mejores depósitos de
publicaciones prerrevolucionarias que las que estaban a la venta para los
extranjeros en Moscú” (Ignatieff, 1999, pp. 186-187, 205). Fue así que decidió ir a buscar en aquella ciudad.
El autor da a conocer un momento
histórico trascendental constituido por dos asuntos en la biografía del
personaje -motivos de nuestra selección-. Se trata, por un lado, de lo que fue
“la piedra angular de la integridad moral”, la importancia que para Berlin tuvo
la intelligentsia prerrevolucionaria
como “auténtica voz de la cultura rusa”; por otro, de lo que él no dudó era “el
acontecimiento más importante de su vida”: su visita a la poetisa Anna Ajmátova y el amor que sintió hacia ella (Ignatieff, 1999, pp.
222, 230). En este capítulo, además, expone datos sugestivos de Isaiah Berlin
en un breve lapso temporal, que va de 1945 al primer bimestre de 1954, y en el
que menciona hechos históricos anteriores, como el cerco alemán de Leningrado
en el otoño del 41.
Ignatieff destaca que Berlin, al
salir de Rusia a finales de 1945, percibió el odio que tenían los locales hacia
la tiranía soviética. Además de esa percepción, a lo largo de este capítulo,
considera otros rasgos del personaje: la viveza, la aguda observación, el
notable ser sensible y sensitivo; el nerviosismo, la timidez, la nostalgia, la
pena, la melancolía, el enojo. Asimismo, diversas vivencias,[10]
particularmente en aquella urbe, sus impresiones acerca de la gente, de los
espacios urbanos e interiores de los edificios y las casas donde estuvo; de la
situación cultural, económica y política en aquel país.
El apartado inicia con el regreso de
Berlin a Leningrado en 1945, siendo “los libros y no la nostalgia” los que lo
atrajeron al lugar de su niñez. Era un 12 de noviembre e Isaiah se hospedó en
el hotel Astoria; caminó por la orilla del río Neva y
en la calle observó cómo las personas tenían “un aspecto más raído y escuálido
que los moscovitas [y que] el cerco de los mil días seguía marcado en los
rostros” (Ignatieff, 1999, pp.205-206).
Al día siguiente, llegó a una librería, acompañado de la química Brenda Tripp y de quien “evitó todo contacto”, y se percató de que
la vida literaria rusa seguía viva. Gracias al crítico e historiador Vladimir Orlov que ahí estaba, Berlin supo del horror que aún
padecían los locales tras haberse levantado el cerco alemán, y que el autor
Mijaíl Zoshchenko y la poetisa Anna Ajmátova, silenciados por el régimen, seguían siendo
considerados patrimonio nacional (Ignatieff, 1999, pp. 206-208).
Orlov
y Berlin se dirigieron a un espacio singular que, en el capítulo, resulta
emblemático: Fontanny Dom
44. Ahí vivía Anna, una mujer mayor que Isaiah por dos decenios, quien a sus 56
años se veía gruesa, ojerosa, con un porte arrogante y una expresión de
“dignidad distante”; pero seguía siendo muy bella. Berlin sabía que destacaba
cual “figura brillante”, además “hermosa del círculo poético prerrevolucionario”
de los Acmeístas y que era “la estrella más
fulgurante de la avant-garde
de San Petersburgo [en] la guerra” (Ignatieff, 1999, p.209). Nunca había leído
su obra, ni conocía lo que ella sufría, entre otras causas, porque su hijo Lev
estaba encarcelado desde 1938.
Este primer encuentro, que fue fugaz,
trascendió en ambas vidas. Ignatieff dedica un espacio importante a Ajmátova al considerar sus datos personales, las sufridas
condiciones que tenía debido al sistema soviético, y su obra poética; hace un
seguimiento de ésta en estudios literarios de especialistas e intercala versos
que aderezan el capítulo. Basado quizá también en las entrevistas y los
recuerdos de Berlin, creemos que sus líneas en parte son producto de la
imaginación. Describe a detalle, con notable realismo el recinto, el piso donde
se hallan, los muebles que ocupan, el humo del tabaco que se va; los atavíos,
la solemne presencia de ambos, sus gesticulaciones y reacciones emocionales.
Ignatieff captura sobremanera, logrando que sigamos con deleite aquí nuestra
lectura.
Orlov
e Isaiah dejaron a Anna; cuando regresó éste al hotel, la llamó para acordar
otra visita; ella, inquieta de poder verlo de nuevo, escribiría:
“Más
con cuánto.
Contenta
oí sus pasos
En
la escalera, su toque en el timbre
Tímido
como las yemas de los dedos de un joven
Que
tocan por primera vez a una muchacha” (Ignatieff, 1999, p. 214).
En la reunión, le reveló a Berlin una singular
impresión: que él “estaba haciendo de mensajero” entre “las dos culturas rusas
en exilio”, la del exterior y la interior. Para Isaiah, agrega Ignatieff, la
experiencia significó:
[…]
La total seguridad de no haber conocido jamás a nadie con tanto talento para la
autodramatización […]. [Y que] este encuentro le
importaba por encima de todos los demás. La más grande poetisa viva en su
lengua madre estaba allí hablando con él como si hubiera pertenecido siempre a
su círculo […]. [Y] estaba a punto de
producirse un momento de la más pura comunicación, de esos que sólo ocurren una
o dos veces en toda la vida. (Ignatieff, 1999, pp. 215-216).
Tras conversar acerca de su niñez, juventud y de
amores pasados, Anna recitó su Poema sin
héroe aún inconcluso, sin saber Berlin que él sería el misterioso “Invitado
del Futuro”, “el invitado del otro lado del espejo”; leyó además parte de Réquiem, ciclo de poemas escrito en honor de los torturados y
desaparecidos de su generación. No permitió que él tomara apuntes de los
poemas, pero le prometió enviarle un ejemplar completo. En estas páginas hay
datos intelectuales de ambos sujetos; entre otros, hablaron de Dostoiewsky, Tolstoi y Turgénev.
Y aquí hace una importante aclaración nuestro autor: para impedir cualquier
interés erótico en él, Isaiah comentó estar enamorado, aunque no nombró a
Patricia Douglas (Ignatieff, 1999, pp. 216-221).
Ignatieff agregó que: “ningún ruso que lea Cinque, los
poemas que dedicó [Anna] a su noche juntos, puede creer que no se acostaran. En
realidad, apenas se rozaron […]”. Conforme ella le habló de su vida, él la
comparó con “Doña Anna de Don Giovanni”.
De esta forma, las horas que convivieron, los unió por siempre. “La vida de
Isaiah se acercó más que nunca a la quieta perfección del arte” (Ignatieff,
1999, pp. 220-221).
Terminado el encuentro, Berlin
regresó al Astoria y repitió un par de veces a Brenda Tripp
que estaba enamorado. De la visita a Leningrado, sólo quedaría Ajmátova en su memoria. Esto nos lleva a asociar lo que
dice Elizabeth Jelin (2002): “Toda narrativa del
pasado implica una selección. La memoria es selectiva […] la construcción de
memorias sobre el pasado se convierte […] en un objeto de estudio de la propia
historia, el estudio histórico de las memorias, que llama entonces a historiar
la memoria” (Ignatieff, 1999, pp. 29, 69).
Él permaneció una semana en la ciudad
y fue a la ópera de Glinka La vida por el
Zar en el teatro Marinsky; se entrevistó “con los
más o menos brutales líderes políticos de la ciudad”. Todo esto que registró
“-en sus informes oficiales-, desapareció rápidamente de su recuerdo”, lo que
da idea, dice el autor, de cuánto le conmovió Anna. Y, “en lugar del memorándum
sobre la política exterior soviética”, Berlin pasó escribiendo en diciembre su
“Nota sobre la literatura y las artes de la RSFRS en los meses finales de 1945” (Ignatieff,
1999, p. 221).
Era “una historia de la cultura rusa
en la primera mitad del siglo XX, una crónica de la malhadada generación de Ajmátova” que, según Ignatieff, sería “probablemente la
primera exposición occidental sobre la guerra de Stalin contra la cultura rusa”
y donde “Isaiah insistía en que la auténtica voz de la cultura rusa seguía
siendo la “intelligentsia prerrevolucionaria
[…], envejecida pero elocuente […]”. A lo que el autor agrega algo por demás
significativo: “Durante el resto de su vida, estas figuras siguieron siendo su
patrón oro, la piedra angular de la integridad moral” (Ignatieff, 1999, pp. 221-222).
Tras un viaje a Washington en enero
de 1946, volvió a Leningrado y se reencontró con Anna, quien le entregó
ejemplares de su poesía y en uno, Isaiah descubrió después, que varios versos
que formaban parte de Cinque:
“trazaban la trayectoria [del] embeleso, su batalla contra la esperanza, [la]
euforia y [la] pena” de Anna porque se iba Isaiah (Ignatieff, 1999, pp. 222-223). La despedida fue sin un
abrazo, ni un roce. Isaiah viajó a Helsinki, Estocolmo, París y Washington,
donde escribió una misiva, a fines de febrero, en la que seguía hablando del
encuentro con Anna, como: “la cosa más emocionante, creo, que me ha ocurrido
jamás” (Ignatieff,
1999, p. 224). Siguiéndola el autor, señaló que, en abril de ese año, leyó sus
poemas en Moscú y que su compañero de viaje, Pasternak, le envió luego una
carta a Berlin donde le comentó que una de cada tres palabras de Anna, se
referían a él (Ignatieff, 1999, p. 226).
La suerte de la poetisa fue triste:
el partido comunista evitó publicar su obra, fue expulsada del Sindicato de Escritores
y su libro de poemas –prometido a Isaiah- se convirtió “en pasta de papel”; a
su hijo Lev, liberado en 1945, se le arrestó de nuevo. Anna estaba segura de
que estas calamidades se debían a las visitas de Berlin. Por su parte, él
comprendió después “las consecuencias”, ligadas al inicio de la Guerra Fría. A
través de la embajada inglesa en Moscú, entre 1947 y 1948, supo que el destino
de Anna era negativo y unos amigos le advirtieron no contactarla, pues la
arriesgaría. Un sexenio, no supo de ella; Ignatieff dice que siguió mal (Ignatieff, 1999, pp. 227-229). Y reitera: Berlin no dudó
que su visita a Anna era el acontecimiento más importante de su vida. Salió de
Rusia habiendo concebido aquel odio hacia la tiranía soviética que iba a
informar [en…] todo lo que escribió en defensa del liberalismo occidental y las
libertades políticas a partir de entonces”
(Ignatieff, 1999, p. 230).
El autor refiere que “la ola de
antisemitismo se convirtió en marea” (1948-1953); destaca la ejecución de
quince prominentes médicos judíos acusados de una conspiración para asesinar a
Stalin en 1952 y menciona la muerte de Leo Berlin, tío de Isaiah, detenido por
creérsele espía y quien finalmente aceptó el cargo en su contra. Cierra el
capítulo (Ignatieff, 1999, pp. 230-231), diciendo que
ya libre, en febrero del 54, Leo Berlin vio a uno de sus torturadores en una
calle de Moscú y falleció de un ataque cardiaco.
Despertar tardío
Ésta es la frase con la cual Berlin titularía su
autobiografía, de haberla escrito, por considerarlo el episodio de su vida más
transformador. El capítulo cubre un tiempo de 16 años (1940-1956). Marca el
inicio de la madurez de Berlin. Periodo en el cual Ignatieff cuenta la
imbricación de importantes sucesos personales y creativos, un tiempo de ir y
venir de Oxford a Moscú, de Oxford a Nueva York y de regreso, entre
conferencias, clases y estancias diplomáticas. En la remembranza de Berlin y la
narración de Ignatieff, el sentir de esta etapa está cargado de pasiones, en
las que el biógrafo nos hace percibir la experiencia emocional del personaje y
cómo vive una gama de sentimientos y pasiones: desde la soledad, el amor
ingenuo y el sexual, hasta la tristeza por la enfermedad y la muerte del
progenitor; importante situación es
la disertación con su padre en el lecho hospitalario sobre la religiosidad,
creencias que Berlin consideraba fundamentales en tanto tradiciones de
identidad más que como dogmas de fe. La fuerte pérdida que representó el
fallecimiento del padre para este intelectual y adolescente despreocupado de
ciertas responsabilidades.
En “Un despertar tardío”, pasados los
cuarenta años de edad, también refiere su consagración en el ámbito profesional
con la traducción de la novela Primer
amor de Iván Turgenev -del ruso al inglés- y la
publicación del ensayo El zorro y el
erizo, en donde reflexiona la importancia de Tolstoi en tanto el complejo
novelista que pone en evidencia las visiones dispersas (el zorro sabe muchas
cosas) y las explicaciones concretas para definir a la sociedad (el erizo sabe
un gran y central asunto). Tal vez añadir que, en la
confrontación, el erizo siempre gana porque sabe una cosa, pero una cosa
grande, así describe Berlin a los pensadores.
En lo que respecta a la traducción de
Primer amor, estuvo marcada por la presencia de sus amigas y amores, en un corolario de confesiones, cotidianidad y
complicidades. No la traducción de un manual técnico, sino la búsqueda de
las palabras exactas para describir las experiencias del amor, la significación
emocional de una novela romántica, la novela de Turgenev
que muestra la trágica historia de amores inocentes frente a la cruda realidad
de una pasión sadomasoquista; triángulo amoroso entre un padre, su hijo y la
joven Zinaida; en un ambiente campestre y burgués de
la Rusia zarista. (Turgenev, 1865 en Mata, 2015).
Sucede la traducción de esta trama
mientras discurre la vida cotidiana y amorosa del propio traductor. La pregunta
que surge es ¿cuál es la determinante entre los afectos y el proceso
intelectual, ¿cómo unos determinan a otros? ¿cómo negarse a observar las
cualidades de quién le acompaña en la construcción de un proyecto que le
apasiona?, ¿cómo no mezclar las emociones que produce el avanzar del trabajo,
la coincidencia y la calidez de la otra persona que está en la trinchera de la
labor diaria? Lo inevitable, a nuestro parecer, es que los individuos están
inmersos en relaciones personales que estimulan de diferentes magnitudes su
intelecto (encuentros, regalos, miradas, intercambios íntimos, confesiones,
lugares y trayectos). Entonces la reflexión que el trabajo produce se enmarca
con los intercambios entre los individuos, estos vínculos redinamizan
las ideas y generan un estimulante proceso en la producción; algunas veces la
pasión se presenta de forma explosiva resultando "actuaciones"
excesivas de amor, frustración y también producción artística e intelectual.
Ahora, ¿cómo mantener la ecuanimidad cuando se trabaja con pasiones?, ¿cómo no
involucrarse?, ¿cómo mantenerse al margen de la verosimilitud que expone el
novelista o el biografiado?, ¿cómo no confundir lo que entiende el traductor o
el biógrafo de los personajes y lo que siente en sus propios afectos?
Las anécdotas amorosas que se recrean
son emocionantes y cargadas de la aparente ecuanimidad, así como del
pensamiento racional de los intelectuales de Oxford. Dice Berlin: "Estoy
enamorado de tu mujer" y el colega declara a su esposa: "Isaiah se
está volviendo loco. Ha vuelto a decir que está enamorado de ti".
(Ignatieff, 1999, p. 285) En este tono también la serena, pero difícil plática
que se refiere textualmente entre Berlin y Halban en
torno a su esposa, un duelo de inteligencia entre dos hombres por una mujer,
donde el guante y la estocada del duelo fue un discurso puntual y racional
sobre la libertad, según refiere Ignatieff en palabras de Berlin.
Mira
tienes toda la razón. La justicia está totalmente de tu parte. Tú estás casado
con ella; tú la quieres. No puedo decir nada, entiendo plenamente tu posición.
No hace falta que me expliques nada. Hay una sola cosa que quiero decir.
Permíteme un consejo, que no enteramente desinteresado, como verás. Si tienes a
alguien en la cárcel, el prisionero tiene más ganas de salir que el carcelero
de mantenerlo dentro. Esto no va a acabar bien. Si le impides verme, esto no
seguirá así definitivamente y antes o después terminará rompiéndose, incluso si
yo no hago nada. A lo que Hans Halban respondió:
Acepto tu propuesta. Puedes verla una vez a la semana (Ignatieff, 1999, p.
291).
¿Quién era la damisela? Aline Gunzburg
"una francesa esbelta, deportista y aristócrata [...], nacida en el seno
de un distinguido sector de la comunidad judía de París," (Ignatieff,
1999, p. 285) hija de un barón ruso, nieta de un banquero y filántropo de San
Petersburgo; casada con el físico austriaco Hans Halban
quien trabajaba en el programa nuclear Manhattan. Esta francesa judía después
de varios años de matrimonio y una clandestina relación amorosa con Berlin, se
separa de su marido y a los pocos meses en una importante sinagoga se casa con
Isaiah siguiendo los ritos judíos, que a ambas familias involucran.
Estos curiosos relatos sobre la vida
amorosa y sexual de Berlin lo muestran, en términos de la construcción del
personaje, como el hombre ya dueño de una madurez masculina arrolladora, lo
cual garantiza una imagen de seguridad y potencia, muy alejada del joven de
cuarenta años que escucha tras las paredes las excitantes pasiones de Patricia
Douglas a quien dedicó la traducción de Primer
amor. En este recorrido de tres lustros, el biografiado deja de ser, como
el personaje de la novela de Turgenev, un infante
enamorado. Entonces Berlin se convierte en un adulto responsable de sus
relaciones afectivas, dueño de una presencia varonil con una esposa e
hijastros, con una virilidad resuelta, la cual antes fuera posiblemente
cuestionada dado que a las cuatro décadas de existir seguía sin vida sexual.
Así la biografía se construye del
engarce de los sucesos históricos, pero dimensiona la vida privada del
personaje. Generalmente en los estudios históricos se da más importancia a los
hechos políticos, públicos y de mayor envergadura social; y por ende menor
significación a los hechos privados, íntimos y cotidianos, los que en primera
instancia repercuten en la inmediatez de los individuos donde se involucran sus
características personales y subjetivas, nos referimos a la vida cotidiana,[11]
la cual sí es objeto de análisis y puntualización en los trabajos de corte
biográfico, donde es fundamental estructurar la trama real de la vida personal
y en su colectividad.
La fama 1957-1963
A mediados de 1957,
Isaiah había logrado la estabilidad sentimental al lado de su esposa Aline y
sus tres hijos; tenía una posición
económica holgada y le habían ofrecido el título de Sir, lograba con ello un reconocimiento social y académico e intelectual.
Estos años son muy importantes para Berlin ya que con su matrimonio logró
adquirir un sentido de pertenencia “la búsqueda de encajar, de acoplarse y de
complacer a todos menos a los suyos propios, quedó en el pasado”. (Ignatieff, 1999, p. 300-302)
Su estabilidad emocional le permitió
reformular la diferenciación entre sus concepciones de “liberal” y “romántica”
de libertad, en una distinción más nítida entre libertad negativa y libertad positiva. “Los liberales aspiran a
restringir la autoridad en sí mientras que los demás aspiran a tenerla en sus
propias manos”.
Isaiah define la libertad negativa como la esencia del credo político auténticamente
liberal: permite al individuo “que
haga lo que quiera, siempre que sus actos no interfieran en la libertad de los
demás”. Y a la libertad positiva, como “la
esencia de las teorías políticas emancipadoras” desde la socialista a la
comunista porque, argumenta, “estas
doctrinas quieren utilizar el poder político para liberar a los seres humanos, que así pueden hacer realidad algún
potencial oculto, bloqueado o reprimido”. (Ignatieff, 1999, p.305)
Isaiah creía y expresaba que: “Todo es lo que es: libertad es
libertad, no igualdad o equidad o justicia o cultura ni felicidad humana ni
conciencia tranquila” (p. 308). Ignatieff
señala que:
En
la práctica política, Berlin no era
ni conservador ni individualista al estilo laissez-faire,
sino un liberal tipo New Deal convencido de que las personas no pueden ser
libres si son pobres, desgraciadas y tienen una educación deficiente. La
libertad sólo era libertad si se disfrutaba de ella con algún grado de igualdad
social. (Ignatieff, 1999, p. 308)
Durante esos años, 1957-1963, sostuvo
una polémica con E. H. Carr por su crítica a su
ensayo “Lo inevitable en la historia” Carr preguntaba
que si Berlin creyera en la mera posibilidad de la explicación histórica dada
su indiferencia hacia los factores sociales y económicos y su aparente creencia
en que la primera preocupación del historiador no debía ser la explicación sino
la valoración moral.
Berlin
insistió en que la teoría marxista otorgaba un énfasis casi exclusivo a la
causa económica y despreciaba la importancia de las ideas, las creencias y las
intenciones de los individuos […] Más aún, la supuesta objetividad moral de la
historiografía marxista era falsa. La
historia que hacía Carr era la narración en ascenso y
posterior triunfo de las fuerzas “progresistas”: el proletariado y el partido bolchevique. (Ignatieff,
1999, p. 318)
Los años de la década de los 60 fueron de viajes a
Estados Unidos para impartir cátedras en Harvard y en City University
de Nueva York; esto le gustaba a
Berlin porque encontraba colegas afines a él, “los especialistas en Rusia Martín Malia, Adam Ulam, Richard Pipes,
Marc Raeff y James Billington;
los críticos Edmund Wilson y Leonel Trilling; el
historiador y activista político demócrata Arthur Schlesingger
Jr., el filósofo e historiador de las ideas Morton White” (Ignatieff, 1999, p. 321-323). Durante
su estancia en Estados Unidos conoció a John F. Kennedy y a su esposa durante
una recepción. Al presidente Kennedy le interesaba conversar con él sobre la
situación política, sobre Stalin y Churchill, Isaiah se sorprendió el interés
que le puso el Presidente de Estados Unidos lo que le hizo sentir la
responsabilidad de la información que estaba proporcionando, aunque no se
volvieron a encontrar.
Cuando Berlin regresó en octubre de
1963 a Oxford, “sintió que volvía a un país disminuido y de segunda categoría”. Ese mismo año, al dar una conferencia en la Universidad de Sussex, en noviembre
le informaron del asesinato de John F. Kennedy (Ignatieff,
1999, p. 327).
Para concluir la biografía, Ignatieff
recuperó algunas expresiones de Berlin que perfilaban su personalidad en cuanto
a lo político y lo intelectual. En Isaiah Berlin confluían tres culturas: rusa,
inglesa y judía, las tres se hilaban en su vida para darle un perfil único. “De
los pensadores rusos, Herzeng y Turgénev, había tomado la
fascinación por las ideas y el sentido de que éstas tenían poder para
esclavizar a los hombres, no menos que la naturaleza o las instituciones, de
ahí también provenía un sentido de la función esencialmente admonitoria y moral
del intelectual. De la parte inglesa había tomado el empirismo, la convicción
de que el mundo era como nos decían nuestros sentidos […]. Berlin achacaba a lo
inglés el contenido total de sus convicciones políticas: la tolerancia, el
debate libre, el respeto a la opinión de los demás”; “debía a su judaísmo el
hecho de que en su liberalismo hubiera quedado tanto espacio para la necesidad
humana de pertenecer”. (Ignatieff, 1999, p. 392).
Esta definición era muy importante ya
que se manifestó en su posición política respecto al establecimiento de un
estado israelita. Para Berlin ser
judío era un sentido de pertenencia, la condición misma de ser entendido. Su postura
quedó claramente establecida en 1937: la de un sionista partidario de dos
Estados. Israel debía compartir la
tierra con los palestinos y así la mantuvo toda su vida; en cuanto a su fe, mantuvo lo que decía, que “le
gustaría creer en Dios y en la vida después de la muerte pero que sencillamente
no tenía evidencia alguna de que dichas cosas existieran”. Sin embargo, no dejó de celebrar los ritos judíos: el día de Yom Kippur ayunaba y asistía a la
sinagoga; Passover lo celebraba con su madre y
después con amigos y colegas judíos; el Seder (primer
día de la pascua judía) los pasajes rituales eran leídos y cantados en hebreo,
lo más importante es que Berlin explicaba a los niños el significado de esta
celebración y respetaba estos rituales “porque
enseñaba a los hombres los límites de la razón”. (Ignatieff, 1999, 393-395).
El 16 de octubre de 1977 envió una
declaración pidiendo: “a los
israelíes que aceptaran la partición de los territorios con los palestinos.
Jerusalén debía mantenerse como capital del Estado judío, pero instaba a los
israelíes a que accedieran a que Naciones Unidas garantizara el derecho de
acceso a los Santos Lugares de los musulmanes, y el derecho de residencia a los
palestinos”. (Ignatieff,
1999, p. 399)
Esta petición muestra que Isaiah
Berlin mantuvo su convicción de que la libertad de uno no podía ser a costa de
la opresión de otro.
Conclusiones
Juan José
Pujadas plantea lo difícil que es hacer una historia de vida, a la cual concibe
como una “forma de documento científico”. Advierte que quienes recurren al
método biográfico, se trazan como meta “más deseada” encontrar “las
circunstancias” que le permitan realizarla y agrega, que tampoco es fácil
hallar a un informante idóneo -brillante, genuino, sincero, autocrítico- que
esté adentrado “en el universo social que estamos estudiando”, que “tenga una
buena historia que contar” y que su relato, además de “narrativamente interesante”,
resulte completo, explícito, ameno y claro, que “analice con una cierta
perspectiva su propia trayectoria vital y, sobre todo, que sea constante y esté
dispuesto a llegar hasta el final” (Pujadas, 1992, p. 47).
Con la lectura y el análisis de Isaiah Berlin: su vida,
hemos comprobado que Michael Ignatieff venció el reto. Nuestro ejercicio, no
sólo ha permitido valorar la biografía como una fuente histórica bien lograda,
por la forma en que está construida, sustentada y narrada, sino también porque
da a conocer a ese “informante idóneo” que resultó ser Berlin, a quien
Ignatieff siguió de manera puntual de principio a fin en las distintas etapas
de su existencia, tratándolo en específicos lugares y dentro de ciertas
condiciones históricas donde aquél transcurrió, permitiéndonos comprender dónde,
cuándo, porqué, cómo el personaje se manifestó en el tiempo pretérito que le
tocó vivir.
La empatía fue determinante para que
Michael Ignatieff lograra que Isaiah Berlin se expresara abiertamente; la paciencia
y perseverancia del biógrafo se mantuvo en todo momento, lo cual permitió que
la reticencia de Berlin se desvaneciera y no se inhibiera por las preguntas o
por la presencia de la grabadora. Ignatieff sabía que mostrar aquella empatía
en todas las sesiones de entrevista era un imperativo para poder implicarse y
lograr una relación estrecha con Isaiah (Dosee, 2007, pp. 387-391). Berlín, por su parte, encontró
un ambiente propicio para narrar los momentos que fueron importantes a lo largo
de su vida y de forma natural fue reconstruyendo un pasado que, a veces, no le
era tan grato.
La obra es una biografía realizada
por un historiador por lo que el contexto histórico resulta fundamental, ya que
Ignatieff pudo conocer acontecimientos de cambios políticos, económicos y
sociales en los cuales Isaiah Berlín tomó parte activa. Durante los años del
advenimiento de la Segunda Guerra Mundial y los años de posguerra, Berlin debía
tomar posiciones respecto al fascismo, al comunismo o al liberalismo. La
presión por parte de sus amigos y colegas lo llevó a mantenerse al margen de la
discusión política, no por rehuir una responsabilidad social sino por definir
una postura ideológica. Fue una etapa en que Berlín dictó conferencias sobre su
concepción acerca de la libertad. Esos años eran un pasado inmediato para
Ignatieff ya que él había nacido en 1947,
lo que demandaba su “objetividad” como historiador para presentar al lector la
actuación de Berlín y sus razones dentro del contexto histórico donde había
tenido un papel relevante al estar encargado de enviar informes sobre la guerra
desde Estados Unidos a Inglaterra.
Michael Ignatieff admiraba y
respetaba a Isaiah Berlin a quien consideraba un gran historiador de las ideas;
compartía con él su adhesión al liberalismo por ser la doctrina que permitía
ejercer la libre elección a los individuos en una sociedad. La cercanía de
Ignatieff con Berlin se daba en dos puntos importantes: aquella adhesión, así
como ser historiadores y docentes; ello demandaba una implicación clara y
prudente por parte del biógrafo en su intento por mantener tanto la objetividad,
como la veracidad ante sus lectores. Si bien biógrafo y biografiado se habían
adherido al liberalismo como modo de vida, había una diferencia entre ambos: Isaiah
Berlín era un intelectual y se había dedicado al estudio de la libertad, por
ser uno de los fundamentos del liberalismo; en su caso, Ignatieff mantuvo una
militancia política y, como se dijo, fue líder del Partido Liberal Canadiense
de 2006 a 2011.
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105-122.
Cibergrafía
[1] Instituto de
Investigaciones Doctor José María Luis Mora, marias@institutomora.edu.mx
[2] Universidad Autónoma
Metropolitana, llca02@hotmail.com
[3] Universidad Autónoma
Metropolitana, tqa@azc.uam.mx
[4] Este texto es resultado
de los trabajos realizados en el Seminario Interinstitucional “Reflexiones en
historiografía” Rosalía Velázquez Estrada (UAM, Fes Acatlán-UNAM, IIH-UNAM,
Instituto Mora).
[5] Véase: Gortari, H. de
(1993, pp. 133-147).
[6] Ella
“trae consigo una serie de características que no se manifiestan en otro tipo
de documentos históricos”. “La historia narrada refleja la trayectoria de vida,
pero al mismo tiempo le atribuye significado, por lo cual encontramos
semejanzas entre el desarrollo de la vida y el desarrollo de la narrativa […]”.
Gattaz, A. (enero-abril, 1999, pp. 68-69). Véanse: Pujadas,
J. J. (1992, p. 47) y Garay, G. de (1997, pp. 16-28).
[7] Los cuales son: Albany,
Riga, Petrogrado, Londres, Oxford, All Souls, La Hermandad, Nueva York, Washington, Moscú,
Leningrado, La Tribu, Guerra Fría, Un despertar tardío, Fama, El liberal
acorralado, Wolfson y Retrospectiva.
Así se enuncian en el índice general, sin señalar los periodos o años asignados
que aparecen junto a los títulos en la mayoría de los apartados.
[8] Véase:
Portelli, A. (2016, p. 23).
[9]https://people.ceu.edu/sites/people.ceu.hu/files/profile/attachment/2208/cv2019marchmichaelignatieff.pdf.
[10] Hans-Georg Gadamer
considera que: “Aquello que puede ser denominado vivencia se constituye en el
recuerdo. Nos referimos con esto al contenido de significado permanente que
posee una experiencia para aquél que la ha vivido” (1991, p. 103).
[11] Las
historias de vida contribuyen “con importantes interpretaciones de la cultura y
de su tiempo, pero su foco de atención se encuentra en el pequeño detalle de la
vida cotidiana […]” (Garay, 1997, p. 17), siendo esta última: “una de las
parcelas más cotizadas del mundo histórico”, como lo concibió Luis González
(1991, p. 66).