Michael Ignatieff y la biografía de Isaiah Berlin

Michael Ignatieff and the Biography of Isaiah Berlin

 

María Eugenia Arias[1]

Lilia Carbajal Arenas[2]

Teresita Quiroz Ávila[3]

Resumen

Michael Ignatieff, historiador canadiense escribió la biografía de Isaiah Berlin para mostrar las importantes aportaciones que hizo a la historia de las ideas sobre la Libertad, uno de los principios del Liberalismo. Al biógrafo le interesaba también conocer la influencia de la participación de Berlin en el Servicio Británico de Información con sede en Nueva York y en la embajada de Inglaterra en Washington durante la Segunda Guerra Mundial.

Palabras clave: Historia, biografía, liberalismo, libertad.

 

Abstract

Michael Ignatieff, a Canadian historian wrote the biography of Isaiah Berlin to show the important contributions that Berlin made to the history of ideas about Freedom, one of the principles of Liberalism. The biographer was also interested in knowing the influence of Berlin's participation in the British Information Service based in New York and in the British embassy in Washington during the Second World War.

Key words: History, biography, Liberalism, Freedom.

 

Recibido: 2019-10-31

Aceptado: 2020-09-18


Introducción[4]

 

La biografía, género literario que recrea la vida de un individuo en su contexto espacial e histórico, ha jugado un papel de suma importancia en el campo de la Historia porque constituye una fuente básica, alternativa o complementaria que enriquece el conocimiento del pasado. Su existencia es de larga data; se ha cultivado “desde la antigüedad clásica con ejemplos tan connotados como las Vidas paralelas de Plutarco o Los doce Césares de Suetonio, hasta nuestros días”. Sin embargo, “se ha escrito y teorizado [poco sobre ella debido a que] los historiadores académicos [la] han visto como un subgénero o género menor” (Montoya, 2010, p. 196).

La biografía ha sido sometida a una discusión permanente por científicos sociales e historiadores porque su escritura es subjetiva. Pierre Bourdieu plantea en su artículo “La ilusión biográfica”, que ésta carece del rigor científico pues “la historia de vida es una de esas nociones del sentido común que se ha introducido de contrabando en el mundo científico; primero, sin bombo ni platillos, entre los etnólogos, y luego, recientemente, y no sin estruendo, entre los sociólogos” (Bourdieu, 1989, p.74). Según el autor, se pretende relatar la vida como una sucesión de hechos históricos, aunque tal continuidad se pierde cuando el biógrafo realiza una entrevista a su personaje y la considera como fuente porque durante ella, se obliga a hacer secuencias ordenadas que den un sentido inteligible al relato. Esto, agrega Bourdieu, lleva al biógrafo y al biografiado a aceptar “el postulado del sentido de la existencia narrada”. Otro aspecto señalado por Bourdieu es el hecho de que los procesos sociales no se analizan bien al quedar sujetos al relato de una historia de vida, es como “dar razón de un trayecto en el metro sin tener en cuenta la estructura de la red, es decir, la matriz de las relaciones objetivas entre las diferentes estaciones” (Bourdieu, 1989, pp.74, 75, 82).

En un artículo de Alexander Pereira (2011), donde retoma los argumentos de Bourdieu en contra de considerar como un género histórico a la biografía, y los contrarresta al presentar los aportes metodológicos y conceptuales de esta forma de historiar a partir de autores como Francoise Dosse, Franco Ferrarrotti y Giovanni Levi. En particular para Dosse (2007), la empatía es necesaria entre el biógrafo y el biografiado, pero el primero debe mantener la distancia necesaria para mantener la presencia constante del entrevistado y con ello evitar hablar por él. Para ello propone el uso de modelos teóricos de mediano alcance capaces de captar las trayectorias biográficas sin perder las dinámicas estructurales. En su caso, Ferrarrotti propone para aprovechar el potencial heurístico del género biográfico abandonar los postulados objetivistas del método científico ya que la construcción de una biografía “tiene como objeto la interacción intrincada, confusa que se da recíprocamente entre el observador y el observado”; el mismo autor sugiere utilizar la VI Tesis sobre Feuerbach de Marx para producir conocimiento en la escritura de las biografías, ello se logra a partir de considerar que el individuo no es un reflejo pasivo de la estructura social pues “cada quien mediatiza desde su propia dimensión subjetiva la época y la sociedad que le tocó vivir” (Pereira p. 110-112).

A pesar de objetársele la falta de carácter científico a la biografía, su escritura cuenta, reiteramos, con una larga trayectoria cultivada por historiadores,[5] periodistas, sociólogos, psicoanalistas, entre otros. A cada uno de ellos les une un interés común: escribir una historia de vida[6] sobre un individuo distinguido entre sus contemporáneos para destacar aquello que los ha hecho diferentes, así como resaltar la importancia de sus aportes a la ciencia, el arte y al conocimiento histórico humano, como en el caso de la biografía que nos ocupa en este trabajo.

Bajo el título de Isaiah Berlin: su vida, Michael Ignatieff presenta al politólogo e historiador inglés (1909-1997), especializado en Historia de las Ideas, con una narrativa ágil y clara. Ignatieff da a conocer los momentos más significativos en la trayectoria del personaje que contribuyeron a definir su apego al liberalismo y a rechazar el comunismo soviético; nos hace vivir con Berlin su desarrollo personal e intelectual, así como profesional, además permite entender la relevancia de su trabajo como historiador de las ideas al presentar la diferencia entre “libertad positiva” y “libertad negativa”.

Michael Ignatieff trabajó la biografía de Isaiah Berlin en 18 capítulos y un Epílogo que comprenden desde la niñez hasta finales de octubre de 1997, cuando mantuvieron su última conversación. De esta amplia obra biográfica seleccionamos varios capítulos que consideramos fundamentales para conocer la labor del autor y la importancia de su personaje.

Respecto a la metodología, Ignatieff priorizó la entrevista como principal fuente de información; mantuvo largas y numerosas pláticas con Isaiah Berlin, necesarias para lograr su confianza y al fin relatara su vida a través de los momentos que el mismo Berlin considerara importantes. Las entrevistas iniciaron en diciembre de 1988 y terminaron en 1997 (Ignatieff, 1999, p. 411).

También entrevistó a Aline Halban, esposa de Isaiah, para tener un mayor acercamiento a su personaje. Lo mismo ocurrió con su editor y albacea literario Henry Hardy, encargado de reunir las cartas de Berlin a cientos de destinatarios, de ordenar sus manuscritos inéditos, así como de organizar un archivo de documentos, fotografías, grabaciones y videos. La entrevista con Hardy fue fundamental porque, menciona Ignatieff, le señaló errores y proporcionó nuevas fuentes que no había considerado.

Las conversaciones con Pat Utechin, secretaria por 20 años de Berlin, le aportaron información que también le permitió corregir errores; no menos importantes fueron aquellas entre Ignatieff y amigos y colegas del historiador y político. A las entrevistas, como se puede deducir de lo anterior, se agregaron documentos, fotografías, correspondencia y otras grabaciones, fuentes que complementaron la biografía (Ignatieff, 1999, pp. 405-409).

La obra carece de introducción y, como dijimos, contiene 18 capítulos,[7] a cuyos títulos el autor asignó un año o periodo específicos -aunque no a todos-. Esos apartados se refieren además del tiempo, a los espacios, acontecimientos, asuntos e instituciones importantes en la vida del personaje. Al final, se localizan los “Agradecimientos” en los que Ignatieff aporta datos interesantes sobre el proceso de creación de la biografía; incluye un reconocimiento a quienes lo apoyaron; menciona a las personas entrevistadas, los sitios donde se alojó y los establecimientos académicos que visitó. También se encuentran, en las “Notas”, las referencias a los capítulos donde da a conocer sus fuentes, desglosa las abreviaturas que usó y aclara diversos asuntos. El autor recurrió a documentos de archivos, periódicos, libros, diccionarios, enciclopedias, ensayos, artículos y suplementos de revistas, crónicas, memorias, diarios, cartas, discursos, conferencias, apuntes autobiográficos de Mendel Berlin, además de las entrevistas.

Con respecto a las entrevistas a Berlin, Ignatieff señala que las realizó en los descansos de conciertos o durante la cena o paseando”, reiteramos, entre diciembre de 1988 y finales de octubre de 1997, y que ellas constituyeron su fuente principal.[8] Su segunda gran fuente fue la colección de correspondencia, la cual, junto a las transcripciones de las entrevistas, se localizan en Wolfson College, en el Archivo Berlín, que integró Henry Hardy (Ignatieff, 1999, p. 411). Distingue que la lista completa de los escritos de aquél está en “A Bibliography of Isaiah Berlin”, obra del mismo Hardy.

El índice de materias refleja el arduo trabajo analítico del biógrafo y resulta bastante útil para ubicar: lugares, individuos e instituciones; información sobre el carácter, los estudios y familiares, las cualidades, creencias e ideas, la salud, vida personal y profesional de Isaiah Berlin, etcétera. Además, el listado de las ilustraciones reúne los datos de las fotos que intercaló, otro elemento fundamental en la obra.

 

El Escritor

 

Michael Ignatieff se graduó en Historia, con honores, en 1969, en la Universidad de Toronto. En 1976, obtuvo el grado de Doctor en Historia en la Universidad de Harvard y en 1978, se tituló en Master of Arts en la Universidad de Cambridge. En sus primeros trabajos profesionales, se desempeñó a través de distintos medios de comunicación: columnista editorial en The Observer; como escritor independiente, locutor y periodista en Londres, realizó la serie documental Blood and Beloging: Journeys into the New Nationalism para la BBC de Londres en 1989-1993. En la academia fue investigador principal en el King´s College en Cambridge; investigador principal de Alastair Horne en el Colegio de San Antonio, en Oxford y catedrático en las Universidades de Toronto, Harvard y Oxford.

Ignatieff se ha destacado como un escritor prolífico; ha escrito ensayos, novelas y libros sobre problemas sociales y Derechos Humanos, entre las cuales se pueden mencionar: The Needs of Strangers (1984), Scar Tissue (1992), The Rights Revolution (2000), Human Rights as Politics and Idolatry (2001), The Lesser Evil: Political Ethics in an Age of Terror ((2004), Fire and Ashes: Succes and Failfure in Politics (2013). También, escribió dos biografías: El álbum ruso en 1987, que es una biografía familiar e Isaiah Berlin: una vida, en 1998. De acuerdo con su CV, que aparece en internet, se aprecia una larga trayectoria aunada a una intensa participación política como miembro del Parlamento canadiense y líder del Partido Liberal de Canadá de 2006 a 2011.[9]

 

La biografía

 

No es fácil empezar a contar una historia; pero justo en este punto de arranque, la magia de la palabra debe enganchar como carnada a quienes se crucen por el anzuelo para quedar cautivados por un recorrido. El itinerario es un reinicio cíclico por el trayecto, en este caso, de la lectura colectiva que se ha realizado sobre la biografía autorizada de Isaiah Berlin a través de la narración de Michael Ignatieff (Ignatieff, 1999), ambos identificados por sus coordenadas de origen. (Jaramillo, 2013) Acá, en esta historia, los sitios son determinantes; los capítulos en buena parte están nombrados por: ciudades, casonas, edificios que van fincando la vida de Berlin, el biografiado. También otros dan nomenclatura a ciertas etapas del individuo, nos referimos a lugares emocionales y éticos, que en conjunto con los espacios físicos perfilan la complejidad subjetiva y socio-política de un filósofo del siglo XX que reflexionó sobre el movimiento romántico, el marxismo, la libertad, la identidad y los autoritarismos.

Desde el primer capítulo, es sutil pero claramente identificada la importancia de la construcción de Isaiah Berlin como personaje. Se ubica la insistente voz del propio Berlin que se cuenta y se construye, tanto como la voz de Ignatieff que reconstruye y ordena la narración, mostrando el narcisismo indispensable en un intelectual que nunca dejó su postura de niño genio, la actitud bonachona de un burgués y la inteligencia del zorro con un objetivo de erizo. A pesar del desdén que evidencia Ignatieff respecto a Berlin, no puede dejarlo a la total deriva de su actitud crítica, porque al narrar, el autor se construye a sí mismo como ruso, judío, emigrante asimilado e intelectual. Señala Jaramillo "Ignatieff sabe dar cuenta de tan compleja biografía; es quizá demasiado medido tal vez le pese haber conocido mucho a un personaje de tantas dimensiones" (Sarabia, 1999). El vínculo entre estos individuos es en un proceso de entrevistas y sesiones donde queda evidente el rol en la elaboración de la biografía, del superior al aprendiz, escribe Ignatieff: "Me lo contó todo, pero no hasta que no hube aprendido a hacer bien las preguntas" (Ignatieff, 1999, p. 16), esto en el transcurso de diez años de conversaciones sobre la historia de una vida, en la intimidad del despacho confortable del intelectual quien cimentó la imagen del británico como flemático y equilibrado.

 

Así fue como comenzó este libro en septiembre de 1987. Yo no era antiguo alumno suyo ni hijo postizo: Berlin parece haber nacido sin instinto paternal. Yo simplemente estaba allí, en un principio, para entrevistarle. Grabé su charla, hora tras hora, como un criado que lleva los cántaros a la fuente. Cuando accedió a la biografía, después que hubiéramos trabajado juntos durante varios años, fue decisión suya que se publicara póstumamente, y que él no leyera una sola palabra de la misma. (Ignatieff, 1999, p. 12).

 

Las asociaciones de intelectuales y académicas (Inns a Court) en Inglaterra están fuertemente arraigadas a la figura masculina. Estos colegios han dado resignificado a las agrupaciones de pensadores contemporáneos en el siglo XX, los cuales se sitúan y conforman comunidades de saber que proporcionan condiciones excelentes para el trabajo de reflexión. La Mansión Albany existe como segunda residencia o "la casa en la ciudad" (pied-à-terre) que desde el siglo XVIII funciona a manera del sitio que recibe a los selectos miembros de un grupo, académicos quienes tienen un despacho para realizar sus actividades, en un ambiente de salones de estar con té, almendras, (nunca un whisky), luz a la hora correcta, sillones cómodos, pasillos, hermosos jardines en el marco de una arquitectura victoriana. Aquí es donde Ignatieff nos presenta a su personaje, nos introduce en una edificación en medio de un entorno urbano rodeado de librerías y dinámica vida cultural; entonces nos conduce por los pasillos de aquélla casa y nos lleva hasta los aposentos del profesor, a su espacio de reflexión y recuento de vida, luego nos señala: "Toda la vida de este hombre ha transcurrido en lugares como éste, en esos jardines vallados y habitaciones de ventanales altos que acompañan el privilegio institucional inglés" (Ignatieff, 1999, p. 9).

Berlin siempre vivió bien, confortablemente y le gustaba la vida social de alto nivel, las cenas y la plática constante. Escucharse y ser escuchado. La importancia de su voz y del decir a gran velocidad, del reflexionar a través de la conversación en reuniones diversas, en sus clases, conferencias y participaciones radiofónicas en la BBC; tenía el ritmo constante de un parlanchín "parecía borbotear y vibrar como un samovar en ebullición ..." (Ignatieff, 1999, pp. 11 y 12).

Ignatieff también nos enseña cómo terminan las sesiones diarias de conversación con Berlin: salen de la acogedora Mansión Albany, nosotros lectores atrás de ellos. Fuera del espacio privado, Ignatieff pone a su personaje en la calle del barrio exclusivo. Nos muestra cómo mira, como mantiene una actitud de niño observador que se pregunta y saca conclusiones, inferencias, ideas, quizá obviedades, pero en un constante ir y venir del pensamiento activo, hasta en los mínimos detalles. Ahí, en el barullo urbano se despiden Berlin e Ignatieff, entre el clásico afecto ruso de estrecha familiaridad que los identifica. Entonces se bifurca la escena. Con toda la experiencia de cineasta que nos atrapó en la narración, de una historia que aún está por contarse, los ojos de Ignatieff (la cámara fija) nos hace ver al personaje que se aleja en busca de nuevas disertaciones sobre algunos de los puntos neurálgicos de la existencia del biografiado, las preocupaciones filosóficas de la vida diaria (la joven de melena pelirroja, la cómoda casaca de pana, el potente bigote de un hombre) o algo más problemático: la autocensura durante el estalinismo y su amor intelectual por la poeta Anna Ajmatova.

Una pregunta puntual para escribir la vida de Berlin es ubicar, según Ignatieff, entre la gran variedad temática de su obra y en contraste el foco central de su reflexión filosófica. El biógrafo considera que la aceptación de sus "identidades en conflicto" (rusa, judía e inglesa) (Ignatieff, 1999, p. 17) le permitió forjar un temperamento a favor y crítico sobre la libertad del individuo a costa de posturas políticas, estaba más "interesado por la experiencia interior que por el compromiso político [...] más curioso sobre las variaciones del autoengaño humano que sobre la realpolitik" (Ignatieff, 1999, p. 14-15).

En la construcción de una biografía se ensalzan las cualidades positivas del personaje, se engrandecen las anécdotas para mostrar los ejemplos de vida, pero también se debe hacer hincapié en los puntos negativos de la figura estudiada. Así Ignatieff lo pone en contraste; en su ancianidad, Berlin tenía un deseo de seguir experimentando las maravillas de la vida, pero también mostraba cansancio y una profunda petulancia, al reconocer: "Ya no leo nada [...] No soporto leerme a mí mismo, no digamos ya a los demás" (Ignatieff, 1999, p. 11).

 

Colegio All Souls en Oxford

 

Con poco más de 20 años, Berlin ingresó al Colegio All Souls de la Universidad de Oxford en Inglaterra y se inició como profesor, una nueva etapa en la vida de Isaiah que le brindó: compañía, oportunidades de conversar y de vivir la vida de otros a través de sus experiencias, sin tener que aventurarse a fracasar en las suyas. Fue una etapa en que satisfacía sus ansias de vivir el momento en un ambiente académico de alto nivel, de codearse con las familias anglo-judías muy ricas (como los Rothchild y los Sieff), la cual disfrutó y se identificó plenamente con la forma de vida de la alta sociedad. (Ignatieff, 1999, p. 91)

Ignatieff presenta el ambiente de All Souls como “algo próximo a una democracia del intelecto”, ya que la pertenencia a este colegio se vinculaba al conocimiento más que a la posición social. Isaiah era un joven que, mediante la charla, el conocimiento y el saber escuchar, se convirtió en el centro de atención de sus colegas, así como seguro confidente de las estudiantes y ganó la confianza de sus padres debido a “su conocida vida asexual”. Pero el querido y estimado Shaya, apodo familiar de Isaiah, no pudo evitar los comentarios mordaces como el del poema de su amigo del colegio, MacNiece quien “le dejaba un plato de leche” con lo que sus amigos se referían a que lo recordaban más como mojigato que como gato, pues censuraba que las parejas se tomaran de la mano en público y manifestaba su desaprobación a la homosexualidad. Aquí Ignatieff nos muestra cómo se fue definiendo parte de la personalidad conservadora de Isaiah y su preocupación por insertarse en una sociedad formada por familias que vivían entre lujos y dentro de una cultura judía cerrada. (Ignatieff, 1999, pp. 94-95)

Isaiah no pudo evitar un acercamiento al amor. Rachel Walker, apodada “Tips”, asidua alumna y joven apasionada, fue a la habitación de Berlin para recibir una tutoría en filosofía y, posteriormente, mantuvo una relación por correspondencia con cartas cada vez más atrevidas, que el propio Berlin alentó en un inicio; pero cuando volvieron a encontrarse, ella le pidió matrimonio y Berlin, asustado, dio por terminada la relación con Rachel junto al juramento de evitar a las jovencitas y volver a su vida asexual y de profesor erudito. (Ignatieff, 1999, pp. 98-99)

“En el invierto de 1933 el warden de New Collage H. A. L., Fischer, le propuso que escribiera el volumen sobre [Carlos] Marx de la Home University Library. Isaiah aceptó por dos razones: eran años en que los jóvenes buscaban una alternativa de vida ante la depresión económica que sufría Europa, en tanto que Rusia causaba asombro con su despegue económico. (Ignatieff, 1999, p. 101)

Isaiah realizó el trabajo sobre la obra de Marx guiado por una pregunta: ¿Por qué Marx odiaba tanto a la sociedad que él amaba? Este trabajo le proporcionaría los primeros elementos teóricos sobre el concepto de libertad. Leer la obra de Marx le ocupó más tiempo del que había pensado pero esta lectura le permitió, desde su propia reflexión y experiencia, afianzar su idea acerca de la libertad que ofrecía el liberalismo inglés contra el dogmatismo sectario ruso, el cual condenaba a los intelectuales que se negaban a producir una propaganda servil a la dictadura stalinista. (Ignatieff, 1999, p. 102)

Isaiah no sólo leyó la obra de Marx y Engels disponible en la biblioteca de Oxford, también contó con libros de Marx que su amigo J. L. Austin obtuvo cuando trabajaba en la Biblioteca de Lenin en Moscú. Dominar el idioma ruso y el alemán le permitió realizar una lectura directa de los escritos de Marx y de Lenin. Además, Ignatieff señala que “las lecturas de Berlín entre 1933 y 1938 le suministraron el capital intelectual del que iba a depender el resto de su vida”, refiriendo las obras de escritores desde la Ilustración hasta los socialistas del siglo XIX. Durante estos años Isaiah conoció a Alexander Herzen, aristócrata exiliado, enemigo del zarismo, cuyas memorias se convirtieron en uno de sus libros predilectos”. Ignatieff comenta que Berlin sentía afinidad con el escritor por defender la libertad en contra del dogmatismo sectario, y lo consideraba una persona que “exhibía el valor y compromiso político de los que Isaiah sabía que carecía”, pero el poeta, novelista y dramaturgo ruso Iván Turgénev fue quien más lo influenció porque al leer su libro En vísperas contra el inmovilismo reaccionario del zar Nicolás I, mantenía una esperanza de cambio de las reformas que podría impulsar el zar sucesor Alejandro II. Para Berlin, el escritor ruso encarnaba “la aptitud negativa del liberal, su capacidad para actuar y comprometerse, no obstante la empatía que le permitía ver el otro lado de la moneda”. Según Ignatieff, este autor posibilitó a Isaiah a conservar el equilibrio liberal mientas ahondaba cada vez más profundamente en los feroces odios y pasiones de la visión del mundo marxista”. (Ignatieff, 1999, pp. 103-104)

Ignatieff nos muestra un joven en conflicto con su contexto histórico, pues, debido al desacuerdo político mundial ante el avance del fascismo, sus amigos del colegio definían su compromiso político en tanto que él rechazaba la militancia pero no el análisis: Stephen Spencer marchaba a España para apoyar a la República española en su lucha contra el fascismo; las hermanas Lynd se incorporaban al Partido Comunista y Sheila Grant Duff le dijo que “había sentido vergüenza al ver las marchas de hambre que desfilaban por las calles de Oxford mientras vivía en una torre de marfil, Isaiah le respondió cortante que estaba sucumbiendo a un sentimentalismo tolstoiano”. (Ignatieff, 1999, p. 105)

Isaiah siempre trataba de no tomar partido en los acontecimientos políticos; sin embargo, pronto se vio envuelto en un conflicto con uno de sus amigos. A inicios de 1934, en el periódico The Manchester Guardian, se publicó un reportaje sobre discriminación contra los judíos en los tribunales alemanes. Von Trott escribió una carta al periódico declarando que, en su experiencia, no se practicaba dicha discriminación. Isaiah se indignó con esa carta y se distanció de aquél, aunque algunos de sus amigos lo defendieron argumentando que trataba de encubrir sus actividades en contra de Hitler. El alemán Adam Von Trott había formado parte del círculo de estudiantes de tendencia izquierdista, como Shiela Grant Duff y otros colegas cercanos a Isaiah, que solían visitar a éste en su cuarto en All Souls, donde sostenían largas charlas sobre filosofía, en particular acerca de Hegel. En 1933, terminó sus estudios y decidió regresar a Alemania para trabajar en el servicio público y hacer algo por su país que consideraba “estaba muy enfermo”. Entre Isaiah y Von Trott siempre había diferencias políticas porque Berlin desconfiaba de sus principios políticos; sin embargo, Von Trott solía pedirle su opinión y cada vez que viajaba, lo buscaba en Inglaterra.  (Ignatieff, 1999, pp. 106-108).

El asunto no quedó ahí, en otra ocasión Berlin le había comentado a Maurice Bowra, otro de sus amigos, que dudaba de la veracidad de la actividad política de Von Trott contra Hitler pues no sabía si lo hacía para detener el avance del fascismo o para asegurar su futuro en Alemania. El comentario trascendió al Servicio Secreto británico, razón por la que retiraron todo apoyo al alemán cuando éste buscó refugio en Inglaterra por estar involucrado en el intento de asesinato de Hitler; sus amigos de Oxford reprocharon a Isaiah y a Bowra su responsabilidad en la detención y ejecución de Von Trott. Maurice Bowra se disculpó públicamente, pero Isaiah guardó silencio, pues se negaba a consagrar a Von Trott como un héroe y en una carta a su amiga Shiela Grant Duff, en 1956, decía que el alemán había sido “una figura ambiciosa, fascinante, autoidealizada, personalmente encantadora y políticamente ambigua, al que le apasionaba la intriga al máximo nivel”. (Ignatieff, 1999, p. 110)

Según Ignatieff, este hecho demostraba que “Isaiah se resistía a la resaca sentimental de los demás, su implacabilidad de juicio y el papel de su judaísmo a la hora de definir sus compromisos últimos”. (Ignatieff, 1999, p. 110) Sin embargo, la actitud de Berlin y su proceder ante los hechos históricos –el avance del fascismo y del comunismo-, lo dejó en una posición cómoda muy relacionada con su concepto de “libertad” que para él significaba que la libertad individual de uno no implicara la injusticia para otros”. (Ignatieff, 1999, p. 110)

Ignatieff presenta a una persona que gustaba del sarcasmo; en otra ocasión, alemanes aristócratas dieron una plática en All Souls para buscar apoyo a su expansionismo fascista, y a Berlin se “le ocurrió decir que en su opinión las demandas territoriales alemanas sobre Europa eran tan razonables como las pretensiones ultramarinas británicas” (Ignatieff, 1999, p. 108). El comentario disgustó a Lewis Namier, historiador de origen polaco y ferviente sionista. Según muestra Ignatieff, Berlin era un sujeto que exhibía sus conocimientos como si fueran máximas verdades sin considerar que en su comentario hacía una desafortunada comparación, pues si bien ambas demandas eran injustificadas, la de los alemanes traía consigo el exterminio de los judíos.

 

Leningrado, 1945

 

Desde mediados de este año, “se había decidido que [Berlin] fuera a Moscú para preparar un largo informe sobre las relaciones norteamericano-soviético-británicas”. Voló entonces a esa capital a principios de septiembre. Varios conocidos suyos, le habían comentado sobre la posibilidad de que en “las librerías de Leningrado tuvieran mejores depósitos de publicaciones prerrevolucionarias que las que estaban a la venta para los extranjeros en Moscú” (Ignatieff, 1999, pp. 186-187, 205). Fue así que decidió ir a buscar en aquella ciudad.

El autor da a conocer un momento histórico trascendental constituido por dos asuntos en la biografía del personaje -motivos de nuestra selección-. Se trata, por un lado, de lo que fue “la piedra angular de la integridad moral”, la importancia que para Berlin tuvo la intelligentsia prerrevolucionaria como “auténtica voz de la cultura rusa”; por otro, de lo que él no dudó era “el acontecimiento más importante de su vida”: su visita a la poetisa Anna Ajmátova y el amor que sintió hacia ella (Ignatieff, 1999, pp. 222, 230). En este capítulo, además, expone datos sugestivos de Isaiah Berlin en un breve lapso temporal, que va de 1945 al primer bimestre de 1954, y en el que menciona hechos históricos anteriores, como el cerco alemán de Leningrado en el otoño del 41.

Ignatieff destaca que Berlin, al salir de Rusia a finales de 1945, percibió el odio que tenían los locales hacia la tiranía soviética. Además de esa percepción, a lo largo de este capítulo, considera otros rasgos del personaje: la viveza, la aguda observación, el notable ser sensible y sensitivo; el nerviosismo, la timidez, la nostalgia, la pena, la melancolía, el enojo. Asimismo, diversas vivencias,[10] particularmente en aquella urbe, sus impresiones acerca de la gente, de los espacios urbanos e interiores de los edificios y las casas donde estuvo; de la situación cultural, económica y política en aquel país.

El apartado inicia con el regreso de Berlin a Leningrado en 1945, siendo “los libros y no la nostalgia” los que lo atrajeron al lugar de su niñez. Era un 12 de noviembre e Isaiah se hospedó en el hotel Astoria; caminó por la orilla del río Neva y en la calle observó cómo las personas tenían “un aspecto más raído y escuálido que los moscovitas [y que] el cerco de los mil días seguía marcado en los rostros” (Ignatieff, 1999, pp.205-206). Al día siguiente, llegó a una librería, acompañado de la química Brenda Tripp y de quien “evitó todo contacto”, y se percató de que la vida literaria rusa seguía viva. Gracias al crítico e historiador Vladimir Orlov que ahí estaba, Berlin supo del horror que aún padecían los locales tras haberse levantado el cerco alemán, y que el autor Mijaíl Zoshchenko y la poetisa Anna Ajmátova, silenciados por el régimen, seguían siendo considerados patrimonio nacional (Ignatieff, 1999, pp. 206-208).

Orlov y Berlin se dirigieron a un espacio singular que, en el capítulo, resulta emblemático: Fontanny Dom 44. Ahí vivía Anna, una mujer mayor que Isaiah por dos decenios, quien a sus 56 años se veía gruesa, ojerosa, con un porte arrogante y una expresión de “dignidad distante”; pero seguía siendo muy bella. Berlin sabía que destacaba cual “figura brillante”, además “hermosa del círculo poético prerrevolucionario” de los Acmeístas y que era “la estrella más fulgurante de la avant-garde de San Petersburgo [en] la guerra” (Ignatieff, 1999, p.209). Nunca había leído su obra, ni conocía lo que ella sufría, entre otras causas, porque su hijo Lev estaba encarcelado desde 1938.

Este primer encuentro, que fue fugaz, trascendió en ambas vidas. Ignatieff dedica un espacio importante a Ajmátova al considerar sus datos personales, las sufridas condiciones que tenía debido al sistema soviético, y su obra poética; hace un seguimiento de ésta en estudios literarios de especialistas e intercala versos que aderezan el capítulo. Basado quizá también en las entrevistas y los recuerdos de Berlin, creemos que sus líneas en parte son producto de la imaginación. Describe a detalle, con notable realismo el recinto, el piso donde se hallan, los muebles que ocupan, el humo del tabaco que se va; los atavíos, la solemne presencia de ambos, sus gesticulaciones y reacciones emocionales. Ignatieff captura sobremanera, logrando que sigamos con deleite aquí nuestra lectura.   

Orlov e Isaiah dejaron a Anna; cuando regresó éste al hotel, la llamó para acordar otra visita; ella, inquieta de poder verlo de nuevo, escribiría:

 

“Más con cuánto.

Contenta oí sus pasos

En la escalera, su toque en el timbre

Tímido como las yemas de los dedos de un joven

Que tocan por primera vez a una muchacha” (Ignatieff, 1999, p. 214).

 

En la reunión, le reveló a Berlin una singular impresión: que él “estaba haciendo de mensajero” entre “las dos culturas rusas en exilio”, la del exterior y la interior. Para Isaiah, agrega Ignatieff, la experiencia significó:

 

[…] La total seguridad de no haber conocido jamás a nadie con tanto talento para la autodramatización […]. [Y que] este encuentro le importaba por encima de todos los demás. La más grande poetisa viva en su lengua madre estaba allí hablando con él como si hubiera pertenecido siempre a su círculo […].  [Y] estaba a punto de producirse un momento de la más pura comunicación, de esos que sólo ocurren una o dos veces en toda la vida. (Ignatieff, 1999, pp. 215-216).

 

Tras conversar acerca de su niñez, juventud y de amores pasados, Anna recitó su Poema sin héroe aún inconcluso, sin saber Berlin que él sería el misterioso “Invitado del Futuro”, “el invitado del otro lado del espejo”; leyó además parte de Réquiem, ciclo de poemas escrito en honor de los torturados y desaparecidos de su generación. No permitió que él tomara apuntes de los poemas, pero le prometió enviarle un ejemplar completo. En estas páginas hay datos intelectuales de ambos sujetos; entre otros, hablaron de Dostoiewsky, Tolstoi y Turgénev. Y aquí hace una importante aclaración nuestro autor: para impedir cualquier interés erótico en él, Isaiah comentó estar enamorado, aunque no nombró a Patricia Douglas (Ignatieff, 1999, pp. 216-221).

Ignatieff agregó que: ningún ruso que lea Cinque, los poemas que dedicó [Anna] a su noche juntos, puede creer que no se acostaran. En realidad, apenas se rozaron […]”. Conforme ella le habló de su vida, él la comparó con “Doña Anna de Don Giovanni”. De esta forma, las horas que convivieron, los unió por siempre. “La vida de Isaiah se acercó más que nunca a la quieta perfección del arte” (Ignatieff, 1999, pp. 220-221).

Terminado el encuentro, Berlin regresó al Astoria y repitió un par de veces a Brenda Tripp que estaba enamorado. De la visita a Leningrado, sólo quedaría Ajmátova en su memoria. Esto nos lleva a asociar lo que dice Elizabeth Jelin (2002): “Toda narrativa del pasado implica una selección. La memoria es selectiva […] la construcción de memorias sobre el pasado se convierte […] en un objeto de estudio de la propia historia, el estudio histórico de las memorias, que llama entonces a historiar la memoria” (Ignatieff, 1999, pp. 29, 69).

Él permaneció una semana en la ciudad y fue a la ópera de Glinka La vida por el Zar en el teatro Marinsky; se entrevistó “con los más o menos brutales líderes políticos de la ciudad”. Todo esto que registró “-en sus informes oficiales-, desapareció rápidamente de su recuerdo”, lo que da idea, dice el autor, de cuánto le conmovió Anna. Y, “en lugar del memorándum sobre la política exterior soviética”, Berlin pasó escribiendo en diciembre su “Nota sobre la literatura y las artes de la RSFRS en los meses finales de 1945” (Ignatieff, 1999, p. 221).

Era “una historia de la cultura rusa en la primera mitad del siglo XX, una crónica de la malhadada generación de Ajmátova” que, según Ignatieff, sería “probablemente la primera exposición occidental sobre la guerra de Stalin contra la cultura rusa” y donde “Isaiah insistía en que la auténtica voz de la cultura rusa seguía siendo la “intelligentsia prerrevolucionaria […], envejecida pero elocuente […]”. A lo que el autor agrega algo por demás significativo: “Durante el resto de su vida, estas figuras siguieron siendo su patrón oro, la piedra angular de la integridad moral” (Ignatieff, 1999, pp. 221-222).

Tras un viaje a Washington en enero de 1946, volvió a Leningrado y se reencontró con Anna, quien le entregó ejemplares de su poesía y en uno, Isaiah descubrió después, que varios versos que formaban parte de Cinque: “trazaban la trayectoria [del] embeleso, su batalla contra la esperanza, [la] euforia y [la] pena” de Anna porque se iba Isaiah (Ignatieff, 1999, pp. 222-223). La despedida fue sin un abrazo, ni un roce. Isaiah viajó a Helsinki, Estocolmo, París y Washington, donde escribió una misiva, a fines de febrero, en la que seguía hablando del encuentro con Anna, como: “la cosa más emocionante, creo, que me ha ocurrido jamás” (Ignatieff, 1999, p. 224). Siguiéndola el autor, señaló que, en abril de ese año, leyó sus poemas en Moscú y que su compañero de viaje, Pasternak, le envió luego una carta a Berlin donde le comentó que una de cada tres palabras de Anna, se referían a él (Ignatieff, 1999, p. 226).

La suerte de la poetisa fue triste: el partido comunista evitó publicar su obra, fue expulsada del Sindicato de Escritores y su libro de poemas –prometido a Isaiah- se convirtió “en pasta de papel”; a su hijo Lev, liberado en 1945, se le arrestó de nuevo. Anna estaba segura de que estas calamidades se debían a las visitas de Berlin. Por su parte, él comprendió después “las consecuencias”, ligadas al inicio de la Guerra Fría. A través de la embajada inglesa en Moscú, entre 1947 y 1948, supo que el destino de Anna era negativo y unos amigos le advirtieron no contactarla, pues la arriesgaría. Un sexenio, no supo de ella; Ignatieff dice que siguió mal (Ignatieff, 1999, pp. 227-229). Y reitera: Berlin no dudó que su visita a Anna era el acontecimiento más importante de su vida. Salió de Rusia habiendo concebido aquel odio hacia la tiranía soviética que iba a informar [en…] todo lo que escribió en defensa del liberalismo occidental y las libertades políticas a partir de entonces” (Ignatieff, 1999, p. 230).

El autor refiere que “la ola de antisemitismo se convirtió en marea” (1948-1953); destaca la ejecución de quince prominentes médicos judíos acusados de una conspiración para asesinar a Stalin en 1952 y menciona la muerte de Leo Berlin, tío de Isaiah, detenido por creérsele espía y quien finalmente aceptó el cargo en su contra. Cierra el capítulo (Ignatieff, 1999, pp. 230-231), diciendo que ya libre, en febrero del 54, Leo Berlin vio a uno de sus torturadores en una calle de Moscú y falleció de un ataque cardiaco.

 

Despertar tardío

 

Ésta es la frase con la cual Berlin titularía su autobiografía, de haberla escrito, por considerarlo el episodio de su vida más transformador. El capítulo cubre un tiempo de 16 años (1940-1956). Marca el inicio de la madurez de Berlin. Periodo en el cual Ignatieff cuenta la imbricación de importantes sucesos personales y creativos, un tiempo de ir y venir de Oxford a Moscú, de Oxford a Nueva York y de regreso, entre conferencias, clases y estancias diplomáticas. En la remembranza de Berlin y la narración de Ignatieff, el sentir de esta etapa está cargado de pasiones, en las que el biógrafo nos hace percibir la experiencia emocional del personaje y cómo vive una gama de sentimientos y pasiones: desde la soledad, el amor ingenuo y el sexual, hasta la tristeza por la enfermedad y la muerte del progenitor; importante situación es la disertación con su padre en el lecho hospitalario sobre la religiosidad, creencias que Berlin consideraba fundamentales en tanto tradiciones de identidad más que como dogmas de fe. La fuerte pérdida que representó el fallecimiento del padre para este intelectual y adolescente despreocupado de ciertas responsabilidades.

En “Un despertar tardío”, pasados los cuarenta años de edad, también refiere su consagración en el ámbito profesional con la traducción de la novela Primer amor de Iván Turgenev -del ruso al inglés- y la publicación del ensayo El zorro y el erizo, en donde reflexiona la importancia de Tolstoi en tanto el complejo novelista que pone en evidencia las visiones dispersas (el zorro sabe muchas cosas) y las explicaciones concretas para definir a la sociedad (el erizo sabe un gran y central asunto). Tal vez añadir que, en la confrontación, el erizo siempre gana porque sabe una cosa, pero una cosa grande, así describe Berlin a los pensadores.

En lo que respecta a la traducción de Primer amor, estuvo marcada por la presencia de sus amigas y amores, en un corolario de confesiones, cotidianidad y complicidades. No la traducción de un manual técnico, sino la búsqueda de las palabras exactas para describir las experiencias del amor, la significación emocional de una novela romántica, la novela de Turgenev que muestra la trágica historia de amores inocentes frente a la cruda realidad de una pasión sadomasoquista; triángulo amoroso entre un padre, su hijo y la joven Zinaida; en un ambiente campestre y burgués de la Rusia zarista. (Turgenev, 1865 en Mata, 2015).

Sucede la traducción de esta trama mientras discurre la vida cotidiana y amorosa del propio traductor. La pregunta que surge es ¿cuál es la determinante entre los afectos y el proceso intelectual, ¿cómo unos determinan a otros? ¿cómo negarse a observar las cualidades de quién le acompaña en la construcción de un proyecto que le apasiona?, ¿cómo no mezclar las emociones que produce el avanzar del trabajo, la coincidencia y la calidez de la otra persona que está en la trinchera de la labor diaria? Lo inevitable, a nuestro parecer, es que los individuos están inmersos en relaciones personales que estimulan de diferentes magnitudes su intelecto (encuentros, regalos, miradas, intercambios íntimos, confesiones, lugares y trayectos). Entonces la reflexión que el trabajo produce se enmarca con los intercambios entre los individuos, estos vínculos redinamizan las ideas y generan un estimulante proceso en la producción; algunas veces la pasión se presenta de forma explosiva resultando "actuaciones" excesivas de amor, frustración y también producción artística e intelectual. Ahora, ¿cómo mantener la ecuanimidad cuando se trabaja con pasiones?, ¿cómo no involucrarse?, ¿cómo mantenerse al margen de la verosimilitud que expone el novelista o el biografiado?, ¿cómo no confundir lo que entiende el traductor o el biógrafo de los personajes y lo que siente en sus propios afectos?

Las anécdotas amorosas que se recrean son emocionantes y cargadas de la aparente ecuanimidad, así como del pensamiento racional de los intelectuales de Oxford. Dice Berlin: "Estoy enamorado de tu mujer" y el colega declara a su esposa: "Isaiah se está volviendo loco. Ha vuelto a decir que está enamorado de ti". (Ignatieff, 1999, p. 285) En este tono también la serena, pero difícil plática que se refiere textualmente entre Berlin y Halban en torno a su esposa, un duelo de inteligencia entre dos hombres por una mujer, donde el guante y la estocada del duelo fue un discurso puntual y racional sobre la libertad, según refiere Ignatieff en palabras de Berlin.

 

Mira tienes toda la razón. La justicia está totalmente de tu parte. Tú estás casado con ella; tú la quieres. No puedo decir nada, entiendo plenamente tu posición. No hace falta que me expliques nada. Hay una sola cosa que quiero decir. Permíteme un consejo, que no enteramente desinteresado, como verás. Si tienes a alguien en la cárcel, el prisionero tiene más ganas de salir que el carcelero de mantenerlo dentro. Esto no va a acabar bien. Si le impides verme, esto no seguirá así definitivamente y antes o después terminará rompiéndose, incluso si yo no hago nada. A lo que Hans Halban respondió: Acepto tu propuesta. Puedes verla una vez a la semana (Ignatieff, 1999, p. 291).

 

¿Quién era la damisela? Aline Gunzburg "una francesa esbelta, deportista y aristócrata [...], nacida en el seno de un distinguido sector de la comunidad judía de París," (Ignatieff, 1999, p. 285) hija de un barón ruso, nieta de un banquero y filántropo de San Petersburgo; casada con el físico austriaco Hans Halban quien trabajaba en el programa nuclear Manhattan. Esta francesa judía después de varios años de matrimonio y una clandestina relación amorosa con Berlin, se separa de su marido y a los pocos meses en una importante sinagoga se casa con Isaiah siguiendo los ritos judíos, que a ambas familias involucran.

Estos curiosos relatos sobre la vida amorosa y sexual de Berlin lo muestran, en términos de la construcción del personaje, como el hombre ya dueño de una madurez masculina arrolladora, lo cual garantiza una imagen de seguridad y potencia, muy alejada del joven de cuarenta años que escucha tras las paredes las excitantes pasiones de Patricia Douglas a quien dedicó la traducción de Primer amor. En este recorrido de tres lustros, el biografiado deja de ser, como el personaje de la novela de Turgenev, un infante enamorado. Entonces Berlin se convierte en un adulto responsable de sus relaciones afectivas, dueño de una presencia varonil con una esposa e hijastros, con una virilidad resuelta, la cual antes fuera posiblemente cuestionada dado que a las cuatro décadas de existir seguía sin vida sexual.

Así la biografía se construye del engarce de los sucesos históricos, pero dimensiona la vida privada del personaje. Generalmente en los estudios históricos se da más importancia a los hechos políticos, públicos y de mayor envergadura social; y por ende menor significación a los hechos privados, íntimos y cotidianos, los que en primera instancia repercuten en la inmediatez de los individuos donde se involucran sus características personales y subjetivas, nos referimos a la vida cotidiana,[11] la cual sí es objeto de análisis y puntualización en los trabajos de corte biográfico, donde es fundamental estructurar la trama real de la vida personal y en su colectividad.

 

La fama 1957-1963

 

 

A mediados de 1957, Isaiah había logrado la estabilidad sentimental al lado de su esposa Aline y sus tres hijos; tenía una posición económica holgada y le habían ofrecido el título de Sir, lograba con ello un reconocimiento social y académico e intelectual. Estos años son muy importantes para Berlin ya que con su matrimonio logró adquirir un sentido de pertenencia “la búsqueda de encajar, de acoplarse y de complacer a todos menos a los suyos propios, quedó en el pasado. (Ignatieff, 1999, p. 300-302)

Su estabilidad emocional le permitió reformular la diferenciación entre sus concepciones de “liberal” y “romántica” de libertad, en una distinción más nítida entre libertad negativa y libertad positiva. “Los liberales aspiran a restringir la autoridad en sí mientras que los demás aspiran a tenerla en sus propias manos”.

Isaiah define la libertad negativa como la esencia del credo político auténticamente liberal: permite al individuo que haga lo que quiera, siempre que sus actos no interfieran en la libertad de los demás. Y a la libertad positiva, como la esencia de las teorías políticas emancipadoras” desde la socialista a la comunista porque, argumenta, estas doctrinas quieren utilizar el poder político para liberar a los seres humanos, que así pueden hacer realidad algún potencial oculto, bloqueado o reprimido”. (Ignatieff, 1999, p.305)

Isaiah creía y expresaba que: “Todo es lo que es: libertad es libertad, no igualdad o equidad o justicia o cultura ni felicidad humana ni conciencia tranquila (p. 308). Ignatieff señala que:

 

En la práctica política, Berlin no era ni conservador ni individualista al estilo laissez-faire, sino un liberal tipo New Deal convencido de que las personas no pueden ser libres si son pobres, desgraciadas y tienen una educación deficiente. La libertad sólo era libertad si se disfrutaba de ella con algún grado de igualdad social. (Ignatieff, 1999, p. 308)

 

Durante esos años, 1957-1963, sostuvo una polémica con E. H. Carr por su crítica a su ensayo “Lo inevitable en la historia” Carr preguntaba que si Berlin creyera en la mera posibilidad de la explicación histórica dada su indiferencia hacia los factores sociales y económicos y su aparente creencia en que la primera preocupación del historiador no debía ser la explicación sino la valoración moral.

 

Berlin insistió en que la teoría marxista otorgaba un énfasis casi exclusivo a la causa económica y despreciaba la importancia de las ideas, las creencias y las intenciones de los individuos […] Más aún, la supuesta objetividad moral de la historiografía marxista era falsa.  La historia que hacía Carr era la narración en ascenso y posterior triunfo de las fuerzas “progresistas”: el proletariado y el partido bolchevique. (Ignatieff, 1999, p. 318)

 

Los años de la década de los 60 fueron de viajes a Estados Unidos para impartir cátedras en Harvard y en City University de Nueva York; esto le gustaba a Berlin porque encontraba colegas afines a él, los especialistas en Rusia Martín Malia, Adam Ulam, Richard Pipes, Marc Raeff y James Billington; los críticos Edmund Wilson y Leonel Trilling; el historiador y activista político demócrata Arthur Schlesingger Jr., el filósofo e historiador de las ideas Morton White (Ignatieff, 1999, p. 321-323). Durante su estancia en Estados Unidos conoció a John F. Kennedy y a su esposa durante una recepción. Al presidente Kennedy le interesaba conversar con él sobre la situación política, sobre Stalin y Churchill, Isaiah se sorprendió el interés que le puso el Presidente de Estados Unidos lo que le hizo sentir la responsabilidad de la información que estaba proporcionando, aunque no se volvieron a encontrar.

Cuando Berlin regresó en octubre de 1963 a Oxford, sintió que volvía a un país disminuido y de segunda categoría. Ese mismo año, al dar una conferencia en la Universidad de Sussex, en noviembre le informaron del asesinato de John F. Kennedy (Ignatieff, 1999, p. 327).

Para concluir la biografía, Ignatieff recuperó algunas expresiones de Berlin que perfilaban su personalidad en cuanto a lo político y lo intelectual. En Isaiah Berlin confluían tres culturas: rusa, inglesa y judía, las tres se hilaban en su vida para darle un perfil único. “De los pensadores rusos, Herzeng y Turgénev, había tomado la fascinación por las ideas y el sentido de que éstas tenían poder para esclavizar a los hombres, no menos que la naturaleza o las instituciones, de ahí también provenía un sentido de la función esencialmente admonitoria y moral del intelectual. De la parte inglesa había tomado el empirismo, la convicción de que el mundo era como nos decían nuestros sentidos […]. Berlin achacaba a lo inglés el contenido total de sus convicciones políticas: la tolerancia, el debate libre, el respeto a la opinión de los demás”; “debía a su judaísmo el hecho de que en su liberalismo hubiera quedado tanto espacio para la necesidad humana de pertenecer”. (Ignatieff, 1999, p. 392).

Esta definición era muy importante ya que se manifestó en su posición política respecto al establecimiento de un estado israelita. Para Berlin ser judío era un sentido de pertenencia, la condición misma de ser entendido. Su postura quedó claramente establecida en 1937: la de un sionista partidario de dos Estados. Israel debía compartir la tierra con los palestinos y así la mantuvo toda su vida; en cuanto a su fe, mantuvo lo que decía, que “le gustaría creer en Dios y en la vida después de la muerte pero que sencillamente no tenía evidencia alguna de que dichas cosas existieran”. Sin embargo, no dejó de celebrar los ritos judíos: el día de Yom Kippur ayunaba y asistía a la sinagoga; Passover lo celebraba con su madre y después con amigos y colegas judíos; el Seder (primer día de la pascua judía) los pasajes rituales eran leídos y cantados en hebreo, lo más importante es que Berlin explicaba a los niños el significado de esta celebración y respetaba estos rituales porque enseñaba a los hombres los límites de la razón. (Ignatieff, 1999, 393-395).

El 16 de octubre de 1977 envió una declaración pidiendo: a los israelíes que aceptaran la partición de los territorios con los palestinos. Jerusalén debía mantenerse como capital del Estado judío, pero instaba a los israelíes a que accedieran a que Naciones Unidas garantizara el derecho de acceso a los Santos Lugares de los musulmanes, y el derecho de residencia a los palestinos. (Ignatieff, 1999, p. 399)

Esta petición muestra que Isaiah Berlin mantuvo su convicción de que la libertad de uno no podía ser a costa de la opresión de otro.

 

Conclusiones

 

Juan José Pujadas plantea lo difícil que es hacer una historia de vida, a la cual concibe como una “forma de documento científico”. Advierte que quienes recurren al método biográfico, se trazan como meta “más deseada” encontrar “las circunstancias” que le permitan realizarla y agrega, que tampoco es fácil hallar a un informante idóneo -brillante, genuino, sincero, autocrítico- que esté adentrado “en el universo social que estamos estudiando”, que “tenga una buena historia que contar” y que su relato, además de “narrativamente interesante”, resulte completo, explícito, ameno y claro, que “analice con una cierta perspectiva su propia trayectoria vital y, sobre todo, que sea constante y esté dispuesto a llegar hasta el final” (Pujadas, 1992, p. 47).

Con la lectura y el análisis de Isaiah Berlin: su vida, hemos comprobado que Michael Ignatieff venció el reto. Nuestro ejercicio, no sólo ha permitido valorar la biografía como una fuente histórica bien lograda, por la forma en que está construida, sustentada y narrada, sino también porque da a conocer a ese “informante idóneo” que resultó ser Berlin, a quien Ignatieff siguió de manera puntual de principio a fin en las distintas etapas de su existencia, tratándolo en específicos lugares y dentro de ciertas condiciones históricas donde aquél transcurrió, permitiéndonos comprender dónde, cuándo, porqué, cómo el personaje se manifestó en el tiempo pretérito que le tocó vivir.    

La empatía fue determinante para que Michael Ignatieff lograra que Isaiah Berlin se expresara abiertamente; la paciencia y perseverancia del biógrafo se mantuvo en todo momento, lo cual permitió que la reticencia de Berlin se desvaneciera y no se inhibiera por las preguntas o por la presencia de la grabadora. Ignatieff sabía que mostrar aquella empatía en todas las sesiones de entrevista era un imperativo para poder implicarse y lograr una relación estrecha con Isaiah (Dosee, 2007, pp. 387-391). Berlín, por su parte, encontró un ambiente propicio para narrar los momentos que fueron importantes a lo largo de su vida y de forma natural fue reconstruyendo un pasado que, a veces, no le era tan grato.  

La obra es una biografía realizada por un historiador por lo que el contexto histórico resulta fundamental, ya que Ignatieff pudo conocer acontecimientos de cambios políticos, económicos y sociales en los cuales Isaiah Berlín tomó parte activa. Durante los años del advenimiento de la Segunda Guerra Mundial y los años de posguerra, Berlin debía tomar posiciones respecto al fascismo, al comunismo o al liberalismo. La presión por parte de sus amigos y colegas lo llevó a mantenerse al margen de la discusión política, no por rehuir una responsabilidad social sino por definir una postura ideológica. Fue una etapa en que Berlín dictó conferencias sobre su concepción acerca de la libertad. Esos años eran un pasado inmediato para Ignatieff ya que él había nacido en 1947, lo que demandaba su “objetividad” como historiador para presentar al lector la actuación de Berlín y sus razones dentro del contexto histórico donde había tenido un papel relevante al estar encargado de enviar informes sobre la guerra desde Estados Unidos a Inglaterra.

Michael Ignatieff admiraba y respetaba a Isaiah Berlin a quien consideraba un gran historiador de las ideas; compartía con él su adhesión al liberalismo por ser la doctrina que permitía ejercer la libre elección a los individuos en una sociedad. La cercanía de Ignatieff con Berlin se daba en dos puntos importantes: aquella adhesión, así como ser historiadores y docentes; ello demandaba una implicación clara y prudente por parte del biógrafo en su intento por mantener tanto la objetividad, como la veracidad ante sus lectores. Si bien biógrafo y biografiado se habían adherido al liberalismo como modo de vida, había una diferencia entre ambos: Isaiah Berlín era un intelectual y se había dedicado al estudio de la libertad, por ser uno de los fundamentos del liberalismo; en su caso, Ignatieff mantuvo una militancia política y, como se dijo, fue líder del Partido Liberal Canadiense de 2006 a 2011.

 

Bibliografía

 

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Cibergrafía

 

https://people.ceu.edu/sites/people.ceu.hu/files/profile/attachment/2208/cv2019marchmichaelignatieff.pdf

 

 

 



[1] Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora, marias@institutomora.edu.mx

[2] Universidad Autónoma Metropolitana, llca02@hotmail.com

[3] Universidad Autónoma Metropolitana, tqa@azc.uam.mx

[4] Este texto es resultado de los trabajos realizados en el Seminario Interinstitucional “Reflexiones en historiografía” Rosalía Velázquez Estrada (UAM, Fes Acatlán-UNAM, IIH-UNAM, Instituto Mora).

[5] Véase: Gortari, H. de (1993, pp. 133-147).

[6] Ella “trae consigo una serie de características que no se manifiestan en otro tipo de documentos históricos”. “La historia narrada refleja la trayectoria de vida, pero al mismo tiempo le atribuye significado, por lo cual encontramos semejanzas entre el desarrollo de la vida y el desarrollo de la narrativa […]”. Gattaz, A. (enero-abril, 1999, pp. 68-69). Véanse: Pujadas, J. J. (1992, p. 47) y Garay, G. de (1997, pp. 16-28).

[7] Los cuales son: Albany, Riga, Petrogrado, Londres, Oxford, All Souls, La Hermandad, Nueva York, Washington, Moscú, Leningrado, La Tribu, Guerra Fría, Un despertar tardío, Fama, El liberal acorralado, Wolfson y Retrospectiva. Así se enuncian en el índice general, sin señalar los periodos o años asignados que aparecen junto a los títulos en la mayoría de los apartados.

[8] Véase: Portelli, A. (2016, p. 23).

[9]https://people.ceu.edu/sites/people.ceu.hu/files/profile/attachment/2208/cv2019marchmichaelignatieff.pdf.

[10] Hans-Georg Gadamer considera que: “Aquello que puede ser denominado vivencia se constituye en el recuerdo. Nos referimos con esto al contenido de significado permanente que posee una experiencia para aquél que la ha vivido” (1991, p. 103).

[11] Las historias de vida contribuyen “con importantes interpretaciones de la cultura y de su tiempo, pero su foco de atención se encuentra en el pequeño detalle de la vida cotidiana […]” (Garay, 1997, p. 17), siendo esta última: “una de las parcelas más cotizadas del mundo histórico”, como lo concibió Luis González (1991, p. 66).