Evelia Trejo ¿Por qué buscar claridad en Las horas más oscuras?

Why Seek Clarity in Darkest Hour?

 

Evelia Trejo[1]

 

Resumen:

Una lectura desde el ángulo de la historiografía, entendida como búsqueda de la verdad histórica, que rastrea las pautas de rigor, las licencias interpretativas y el sentido de la historia observables en la obra de Anthony McCarten dedicada a “las horas más oscuras” de Winston Churchill, y a la manera en el que sus dotes oratorias orientaron, según el escritor, el rumbo del mundo.

Palabras clave: Historiografía, verdad, Churchill, rigor histórico, retórica, sentido de la historia.

 

Abstract:

A reading from the angle of historiography, understood as a search for historical truth, which tracks the patterns of rigor, interpretive licenses, and sense of history observable in Anthony McCarten's work dedicated to "the darkest hours" of Winston Churchill, and the way in which his oratory skills guided, according to the writer, the course of the world.

 

Keywords: Historiography, Truth, Churchill, Historical rigor, Retoric, Sense of History.

 

Recibido: 2019-10-31

Aceptado: 2020-02-18

 

 

 

¿Por qué buscar claridad en Las horas más oscuras?[2]

 

Ésta fue la pregunta que me surgió cuando terminé la lectura de la obra de Anthony McCarten titulada precisamente Las horas más oscuras. Cómo Churchill salvó al mundo del abismo, obra que desde sus primeras páginas me generó curiosidad, despertó mi inquietud y me obligó a asumirla como una que no podía dejar de lado.

Más de una vez, me asaltó la duda de qué hacer para dar cuenta de esta narración que por su carácter podría ser tomada sin problema como una historia novelada, pero que, en los momentos en que reparaba en su apego a las condiciones del acontecer, me inclinaba a leerla como una Historia rigurosa y verdadera; como una suma de proposiciones avaladas por el robusto aparato crítico en que está sustentada. Es decir, por un trabajo heurístico propio de las que se reconocen como obras historiográficas, sin más. El vaivén para determinarla se sostuvo a lo largo de los diez capítulos que forman la obra, a los que debe sumarse una “Introducción”, muy breve pero suficiente para abrir la pista; un “Epílogo”, levemente más extenso y cuyo encabezado no tiene desperdicio; y una página de “Agradecimientos”, indicativa y sugerente.

Ingresé a cada uno de ocho de los diez capítulos, a partir de esa página que los precede en la que, a la manera de los titulares de un diario o de una simple crónica, se sintetiza el estado de la situación de los tiempos de guerra que constituyen la esencia del relato. Elijo algunos de ellos para a mi vez dar cuenta de lo que el autor propone registrar para enterar al lector de este apasionante relato de lo ocurrido a lo largo de 22 días del mes de mayo de 1940.

Día 7: “Hitler ya había invadido Checoslovaquia, Polonia, Dinamarca y Noruega”, “En aquellos momentos se disponía a conquistar el resto de Europa” (McCarten, 2017, p. 13); día 10: “Alemania comienza la operación Fall Gelb”, “Lanza su fuerza aérea, integrada por un millón de hombres, para llevar a cabo la Blitzkrieg”, “Caída del gobierno de Chamberlain” (McCarten, 2017, p. 79); día 11, “Churchill nombra su Gabinete de Guerra”, “La Blitzkrieg alemana doblega Holanda y Bélgica” (McCarten, 2017, p. 117); día 13:“Las tropas alemanas invaden Francia a través del Bosque de las Ardenas”;  “La reina Guillermina de Holanda se refugia en Inglaterra” (McCarten, 2017, p. 131); día 14, “Holanda es arrollada y se prevé que esté en manos de Alemania en unos días”, “Tras dos días de feroces combates, los Panzer alemanes cruzan el Río Mosa y entran en Francia” (McCarten, 2017, p. 149);  día 20, “El colapso de todo el IX ejército francés ha aplastado cualquier esperanza de contraataque”, “Churchill  tiene la idea de ordenar al Almirantazgo que prepare una gran flota de embarcaciones civiles para que se dirijan a los puertos franceses en caso de evacuación” (McCarten, 2017, p. 175); día 27, “Churchill se entera de que el rey de Bélgica contempla la posibilidad de rendirse a Alemania”, “Lord Halifax considera la posibilidad de firmar un acuerdo de paz con Alemania y ha terminado su Memorándum titulado ‘Propuesta de acercamiento a Italia’ (McCarten, 2017, p. 209); día 29, “El ritmo de la evacuación en Dunkerke es de unos dos mil hombres por hora y más de cuarenta mil soldados han desembarcado sanos y salvos en Gran Bretaña”, “La contundente respuesta de Churchill a Francia galvaniza a Reynaud, que ha decidido continuar la lucha y combatir mientras sea posible” (McCarten, 2017, p. 243).

En fin, enunciados sí, pero ciertamente representativos de lo que no quiere McCarten que se pierda de vista.  

Hasta aquí, la evidencia de que todo el texto es Historia no siembra dudas. Pese a ello, recorrer el contenido de cada uno de los capítulos implicó mantener en vilo las cuestiones sobre la relación entre la Historia y la Literatura y las especificidades de que se ha ocupado el Seminario Interinstitucional, por ahora interesado en aprehender el siglo XX en las páginas históricas y literarias, en cuyo seno quise rendir cuentas de mi lectura. ¿Historia novelada?, o de manera llana historia con las licencias de ficción requeridas para armar el guion de una película, según se puede suponer de las palabras del escritor cuando afirma en la introducción que el libro y el guión surgieron de las mismas preguntas, o de sus declaraciones en el “Epílogo” en que asegura que obtuvo las conclusiones que comenta a partir de sus propias investigaciones llevadas a cabo “mientras preparaba la película  [] e intentaba escribir el presente libro” (McCarten, 2017, p. 267).  

Consciente de que sería el diálogo con mis colegas de este riquísimo espacio de confluencia en la discusión, el que daría ocasión de aventurar una respuesta más firme, decidí proceder, para armar estas páginas, de acuerdo con una convicción. Una parte de la realidad histórica del siglo XX, y otra del mayor interés, está inscrita en el texto que nos ofrece un escritor a mi juicio sincero, honesto y movido por algo más que curiosidad, quien se apoya, hay que decirlo porque así lo reconoce en los “Agradecimientos”, en el trabajo de archivo de la “heroica investigadora”, Rebecca Cronshey (McCarten, 2017, p. 275).

En vista de esa convicción, me dispuse a recoger las impresiones de la obra siguiendo el patrón que conozco y que me ha rendido frutos para explorar y comprender ese afán de dejar testimonio escrito de las indagaciones sobre el pasado, un patrón que le debe mucho al magisterio de textos de José Gaos, el transterrado español que disertó sobre el carácter del trabajo histórico (Gaos, 1960), y a los de Hayden White, el historiador y teórico norteamericano que brindó argumentos para apreciar el quehacer de los historiadores como uno preñado de recursos lingüísticos, filosóficos y literarios (White, 1992, 2003).

Rigor, licencias y sentido

Es absolutamente claro que, tal como lo anuncia en sus primeras líneas, la afición de Anthony McCarten por los discursos, y no por cualquiera de ellos, fue el motor que dirigió sus pasos a los repositorios que le permitirían explicar los pronunciados por Winston Churchill. El ingrediente distintivo de los discursos que indica le llamaron la atención desde tiempo atrás, es el de haber conseguido nada más y nada menos que cambiar el mundo. (McCarten, 2017, p. 7). De ahí que no resulte extraño el elenco que ofrece, Nehru, Lenin, Washington, Hitler, Martin Luther King, quienes fueron para él oradores de primera línea y a sus palabras dedicó horas de estudio. Y, por añadidura, encuentra en el caso de Churchill el atractivo de explicar cómo pudo preparar y pronunciar tres de esos excepcionales discursos en tan solo cuatro semanas (McCarten, 2017, p. 8).  

Esta declaración de McCarten, para quien ha admirado siempre el valor y el poder de la palabra, fue una llamada de atención extra. Hoy, inmersos como estamos en nuestro país, en un mundo de comunicación que emite discursos destinados a convencernos de vivir una transformación, la cuarta de nuestra historia patria, el asunto adquiere un significado todavía más grande. Si bien, es preciso relativizar las circunstancias, en el contexto que nos rodea, juzgo que cobra una singular importancia tomar en consideración los derroteros que guían la pluma de este guionista, novelista y dramaturgo, quien centrado en el uso de la oratoria procura desentrañar cómo logra ésta impactar y modificar el rumbo de los acontecimientos.

Lo que el autor ofrece es, obviamente, un relato histórico que a lo largo de 273 páginas da cuenta puntual de los sucesos más relevantes ocurridos durante unos cuantos días en la vida del personaje principal, Winston Leonard Spencer Churchill, el recién nombrado primer ministro de la Gran Bretaña. En particular le interesa al biógrafo poner en escena los días transcurridos del 7 al 29 de mayo de 1940, en los cuales lo que acontece parece destinado a poner a prueba todos los recursos y experiencias del sujeto en cuestión. Según se deduce de su actuación frente a los hechos, el asunto no implica únicamente observar si logra pasar la dura prueba que le exigen las circunstancias de la guerra, sino apreciar que sus decisiones provocan una cadena de acontecimientos, sin los cuales carecería de importancia ocuparse en esa medida de penetrar en el mundo de sus pensamientos, en su psique. Y es que, lo que se da por supuesto es que Churchill cambia el rumbo de la Segunda Guerra y con ello el rumbo de la historia que se genera desde el corazón de Europa, a todas luces centro del mundo del que se habla. Y Churchill modifica la dirección porque consigue infundir en el ánimo de una parte de los combatientes, la decisión de triunfar a toda costa.

McCarten procede como un investigador que está dispuesto con absoluta seriedad a recoger todo género de fuentes para ir tras su presa. Contarlas y caracterizarlas fue una tentación que me asaltó desde el principio, en la que afortunadamente no caí. Dar la vuelta a las páginas para constatar al final de la obra los registros de que se valió (colocados en 479 notas), es una manera de aprobar el esfuerzo investigador de este autor,  percatarse de que, además de los discursos, -los cuatro en particular que impresionan al autor-, apoya sus aseveraciones en lo que desde la introducción anuncia como elementos indispensables para penetrar en lo que ocurría, es decir, las actas del Gabinete de Guerra que pudo consultar en los Archivos Nacionales, y, desde luego, una buena cantidad de obras relativas al Primer Ministro, de memorias de quienes compartieron esos años y esos días, de diarios y de noticias periodísticas.

Por otra parte, en su vertiente de historiador crítico, suele referirse más de una vez en el cuerpo del texto, a la procedencia de sus noticias e incluso reparar en la desconfianza que debieran generar algunas de ellas. En este caso, la prensa en particular, que descalifica cuando señala la distancia que había entre los sucesos que él logra rastrear en las fuentes y lo que los británicos recibían como información a través de dicho medio, en momentos en los que ostensiblemente se proyectaba una versión falsa de lo que pasaba en los distintos frentes de batalla.

Lo que revela este acopio de fuentes es, entre otras cosas, que Anthony McCarten se sabe metido en un asunto nada nuevo, colocado frente a un personaje de talla enorme y que ha sido asediado por la Historia de mil maneras. Cauteloso se mueve entre ese arsenal, sin perder nunca el objetivo. Y es allí, en el objetivo propuesto en donde radica la fragua de su trama, en donde se revela el nivel de control que ejerce sobre su propia escritura. Va en pos de un individuo que requiere ser presentado de modo convincente; ser descrito en una nota biográfica que indique a los lectores el grado de dificultad que representa predecir sus actos. Junto a él, o más bien, en el lado opuesto, otro protagonista de esta historia exige también su debida presentación: “Halifax, el zorro sagrado” (McCarten, 2017, p. 101-116) es el alter ego de “El zángano de la sociedad” (McCarten, 2017, p. 37-78). El aparente desequilibrio con que se introducen, 41 páginas para Churchill frente a 15 dedicadas a Halifax, no es obstáculo para sentir que ambos representan papeles estelares.

La cuestión es que el ritmo de la obra va in crescendo, se ponen en escena en dos capítulos concisos y hasta cierto punto breves, “Votación en la cámara” y “La caída de un líder”, los episodios históricos con que arranca una trama que adquiere el sabor de una novela, cuando su secuencia se interrumpe con la aparición del zángano y tras la caída de Neville Chamberlain, con la del zorro. Del primero al parecer, nada podía esperarse en el futuro.

La sentencia del padre de Winston de verlo encaminado a ser un zángano de la sociedad, sumada a la gran cantidad de defectos que se le adjudican, parecen augurar que nada podía ofrecer para forjar un porvenir; salvo que también comparecen en su presentación las notas que revelan lo que quizá fuera el concepto que iba formando de sí mismo, -si hay que aceptar la versión de McCarten-, cuando pocos años más tarde de recibir la invectiva de su padre, reviste de ciertos atributos al personaje de su única obra de ficción, redactada en medio de acciones de un conflicto bélico entre una tribu de Afganistán y las fuerzas británicas. Escribe Churchill de Savrola, protagonista que da nombre a la novela, que era un hombre “‘capaz sólo de descansar en la acción, de encontrar satisfacción únicamente en el peligro, y paz únicamente en la confusión… La ambición era su fuerza motriz, y era incapaz de resistirse a ella´” (Churchill, 1908, p. 32, en McCarten, 2017, p. 48).

El epíteto de zorro sagrado con el que según dos fuentes citadas por McCarten, Churchill caracterizó a Edward Frederick Lindley Wood, lord Halifax, sirve para identificar la personalidad de ese otro protagonista de primera línea, opuesto a Winston, en más de un sentido. De personalidad reservada, altivo y serio, según algunas fuentes, tras una apariencia imponente y a la vez débil, dio mucho qué decir cuando desde una posición de gobierno, y siendo cercano al primer ministro Chamberlain, tuvo ocasión de acercarse a Hitler y de externar opiniones preocupantes respecto a las ideas y acciones del Fürher. Mismas que ante la marcha de los acontecimientos en Alemania, le harían cambiar de opinión. Las expectativas que se abren en la obra cuando se acentúa su voluntad pacifista y su fe en la racionalidad indican a las claras que lo que viene adelante será una confrontación entre la astucia prudente del zorro y la imprevisible actuación del diletante y ambicioso zángano.

Antony McCarten coloca en su sitio al recién investido primer ministro, en el capítulo que titula “El gran dictador”, en el que, precisamente, da cuenta de algunas curiosas costumbres de Churchill, quien para asegurarse una actividad continua hasta altas horas de la noche tomaba un segundo baño y al hacerlo: “Se frotaba enérgicamente con un cepillo y dictaba discursos e informes a cualquiera de las secretarias que aguardaban detrás de la puerta del baño en una posición incomodísima” (McCarten, 2017, p. 126). Sus excentricidades no paraban allí, el autor las subraya, como deja ver, también, el escepticismo de sus colegas que observaban con atención a quien sin empacho se alude como “Elefante descarriado” (Lord Hankey, 1940, en McCarten, 2017, p. 129).   

A partir de ése que es el quinto capítulo, comienza la acción que no se detiene ya; que obliga a seguir a los principales sujetos en cada uno de los momentos de esa apasionante historia en la que lo pende sobre todos ellos es la solución de la vida de muchos. La guerra de los alemanes va adelante, los franceses, con todo lo que representan están a expensas ya de medidas que serán tomadas en medio de tensiones tremendas. Hay lugar en estas páginas para distraer la atención de la guerra, de la que por cierto es poco lo que se conoce con certeza, según se advierte por los testimonios que se citan, y de distraer digo, porque los hábitos y manías del admirado Churchill saltan a la vista, como saltan las meditaciones e intrigas de sus contrincantes.

Sin embargo, lo que adquiere una tonalidad intensa es el uso de la palabra de Winston Churchill. Esto no puede juzgarse mera distracción, es de hecho el eje que nos hace reparar en la condición de esta versión novelesca de la historia que nos ofrece el escritor: “Sangre, fatigas, lágrimas y sudor” y “Lucharemos en las playas”, capítulos 6 y 10, respectivamente, son el marco ideal para la representación de lo que acontece en el entorno y en el interior del propio Churchill.

Para comenzar, al narrador le es preciso subrayar que con el discurso pronunciado frente a la Cámara de los Comunes el 13 de mayo, el peculiar personaje se obligara a “disipar los temores con palabras; solo con palabras” (McCarten, 2017, p. 135). Y dedica sus páginas a citar las frases que aparecen en dicha pieza oratoria, mismas con las que él da nombre a su sexto capítulo, y a rastrear la manera en la que el recién estrenado primer ministro las ensayara los días previos, e incluso las registrara años atrás en tres de sus publicaciones de carácter histórico, una, de 1900, otra, de 1931 y la última, de 1939. Siempre en alusión a la guerra.

A McCarten le interesa dar razón con la mayor puntualidad posible de esa admiración por el arte de la oratoria que fue patente en el joven Churchill, lector de Cicerón y de Tito Livio, y autor, en 1897, a su vez, de un texto inédito: El andamiaje de la retórica (McCarten, 2017, p. 140), en el que definió al orador como la encarnación de las pasiones de la multitud. Más de cuatro décadas después, estaba convencido de ello y en su papel de orador, esa pequeña alocución de solo siete minutos contenía todo lo que había aprendido, leído en diversos textos, y que en ese momento necesitaba poner en práctica.

Para el biógrafo de esos momentos de la vida de Churchill, éste hablaba no únicamente a los políticos que estaban a su alrededor, sino a la nación, al mundo y a la historia. De allí que no resista la tentación de aplicarse al breve análisis de la conformación de ese discurso, que, de acuerdo con algunos testimonios, refiere como mal recibido por los miembros de la Cámara; pero, en cambio, interpretado y proyectado por la prensa (esa prensa que emitía mensajes equivocados sobre las operaciones de guerra) como un discurso ovacionado sonoramente. Eso era lo que los británicos querían escuchar. Aquí no interesa a McCarten dilucidar si los periódicos mentían; parece indicar que los redactores de los diarios se sabían transmisores de una voz que decía lo que todos querían escuchar; por ello se detiene en ese brevísimo y sustancioso capítulo en las palabras que por muchos años paladeó Winston y en los recursos retóricos que supo emplear. A fin de cuentas, frente a la incertidumbre de lo que vendría en esa guerra, quizá tenía presente lo que atribuía desde 1897 a la gran oratoria, al decir que la veía como “´una especie de truco ingenioso, que engaña al público con una serie de impresiones vívidas, que son escamoteadas antes de que lleguen a ser examinadas de cerca y que desaparecen antes de que puedan ser atacadas´” (Churchill, 1897, en McCarten, 2017, p. 144).    

McCarten logra que el lector de su libro repare en la fuerza de las frases y las palabras más elocuentes. Sabe que, desde ese momento, la decisión de anunciar que la política a seguir era la de hacer la guerra contra ‘una tiranía monstruosa’ nunca antes superada en el catálogo de crímenes de la humanidad; y declarar como objetivo la victoria a toda costa, repitiendo esa mágica palabra todas las veces que consideró necesario, son los recursos utilizados por Churchill para colocarse a la cabeza de una nación en guerra.

            El escritor y biógrafo se permite ese ejercicio de análisis retórico para fortalecer su hipótesis y satisfacer la convicción que ha puesto por delante al iniciar su obra, Churchill sabía construir discursos, y a él le corresponde evidenciarlo y constituirlo como una piedra de toque para la trama de su texto. Es por ello que no pierde la oportunidad de citar en el capítulo en que da cuenta de que “La situación empeora” lo que frente a los micrófonos de la BBC pronuncia el líder, el 19 de mayo, para inspirar a todo un pueblo, afirmando que:

“Habrá muchos hombres y muchas mujeres en nuestra isla que cuando llegue el momento, como llegará, de enfrentarse a la gran prueba, sentirán consuelo, e incluso orgullo por compartir los mismos peligros que arrostran nuestros muchachos en el frente -soldados, marineros y aviadores, ¡Dios los bendiga! - y por librarles de parte al menos del embate que tienen que aguantar” (Churchill, 19 de mayo de 1940, en McCarten, 2017, p. 171).

Estaba en su mira señalar, al dirigirse a todos los pobladores de la Gran Bretaña, que el pueblo británico y el pueblo francés se habían puesto en marcha para salvar no solo a Europa, sino a toda la humanidad, “de la tiranía más repugnante y más destructiva que haya ensombrecido y ensuciado nunca las páginas de la historia” Churchill, 19 de mayo de 1940 en McCarten, 2017, p. 172). Esta vez, la respuesta de los políticos fue mucho más positiva, dice el autor, pero, indudablemente, lo más importante es que se ampliaba la audiencia de quien escuchaba al orador que a la vez dedicaba su tiempo y sus mayores esfuerzos a tratar de convencer a Roosevelt de apoyarlo y a disuadir a Mussolini de sumarse a Alemania.

            McCarten pone en juego sus propios recursos estilísticos para llevar adelante este relato en el que tienen cabida los “Miedos, dudas y presiones desde dentro”, como tienen lugar las aproximaciones cargadas de intención a las palabras que van mostrando como se ejerce el liderazgo al calor de la “Crisis del gabinete…”. En efecto, frente a la Cámara de los Comunes, a sabiendas de que lo declaraba ante toda la nación que requería una dosis extraordinaria de ánimo, en ese momento crucial en el que las noticias de la guerra eran desfavorables, Churchill insiste en el compromiso adquirido de “defender la causa del mundo”, un compromiso “nuestro” Churchill, 28 de mayo de 1940, en McCarten, 2017, p. 230), afirma; y con ello abre paso a lo que coronará sus prendas discursivas en las que el uso de la primera persona del plural se impone.

            El discurso del 4 de junio con el que se cierra el repertorio de piezas oratorias ofrecido por McCarten para penetrar en el alma de Churchill, es uno que le permite intervenir más de una ocasión para poner de relieve sus características. Había terminado la evacuación de Dunkerke, pero la guerra no había concluido. Era la oportunidad en la que repetir una palabra, “lucharemos”, daría la certeza de ir hacia adelante, en los mares y los océanos, por el aire, decía, “defenderemos nuestra isla a cualquier precio”. Y cerraba augurando que la Armada británica lo haría hasta que “cuando Dios quiera, el Nuevo Mundo, con todo su poder y su fuerza, dé un paso al frente para rescatar y libera al Viejo” (Churchill, 4 de junio de 1940, en McCarten, 2017, p. 264).   

Hasta aquí, la función de las herramientas discursivas del primer ministro, desplegadas en unas cuantas semanas, pero acariciadas desde décadas atrás, sostienen el propósito de McCarten que a su vez pone punto final a su capitulado recordando que a los veintitrés años ya estaba cierto Winston de que “‘de todos los talentos concedidos al hombre, ninguno es tan valioso como la oratoria’” (Churchill, 1897, en McCarten, 2017, p. 265).

Ahora, cabe añadir algo más sobre las impresiones que prevalecen en esta reflexión tras recorrer los sucesos que desfilan en las páginas de McCarten. Esas páginas que llevan al lector de un punto a otro del escenario del conflicto, Francia e Inglaterra, e invitan también a la consideración de los Estados Unidos, puesto que el norteamericano que Churchill lleva dentro es consciente de la necesidad de sumarlos a los más ostensibles protagonistas de esa guerra para que se vea como materia obligada que están allí para colaborar en la definición.

La definición de qué, es lo que a fin de cuentas me va intrigando conforme avanza la narración. Y sin duda, es ese el punto en el que encuentro una perla para aventurar mi propia apreciación del sentir de McCarten. Si están a la vista todos los elementos que se presentan y se conjugan para desarrollar tanto la explicación como la interpretación que ofrece, es preciso bucear un poco más en ella para advertir uno de orden más profundo y dispuesto a darle estructura en su conjunto.

El autor nunca duda de la aberración que hubiera significado el triunfo de los nazis; nunca de que la razón histórica asiste a los países aliados; nunca de los motivos que asistían a Halifax para intentar a toda costa proteger las vidas humanas propiciando un entendimiento. Sin embargo, los motivos morales que no se cuestionan y parecen radicar todo el tiempo más en los opositores a Churchill que en él mismo, no bastan para conseguir la definición deseada. Para lograr el triunfo, para vislumbrarlo e impulsarlo en aquel momento lo que realmente se percibe como efectivo es la fuerza de la palabra, el arrojo de esa personalidad impredecible de un primer ministro que se inaugura como tal con un historial lleno de cuestionamientos, pero a la vez se convierte en el verdadero artífice de la solución que exige la historia.  El único capaz de cambiar el curso del mundo con su discurso.

McCarten siente cumplida la tarea, espera con ella complacer al padre combatiente en esa misma guerra, y espera también contribuir desde la trinchera que ocupa a dar mayor claridad a lo que concebimos como la verdad histórica; en este caso, rectificar o complementar una versión sobre el protagonista central que ayude a conocer a un hombre capaz de dudar, capaz de dar la razón a quienes tomaron posiciones distintas y conceder incluso un recorrido por el camino de la negociación que podría conducirlo hasta el mismo Hitler, con tal de salvar la difícil situación de las tropas francesas y británicas. Es en ese punto en el que hace patente el propósito historiador, pero es también ese punto en el que la penetración psicológica, más amiga de la literatura que de la historia, es la carta que el escritor decide jugar. El impresionante personaje que ha pasado a la Historia del siglo XX con tanta gloria pudo flaquear, sí, McCarten tiene elementos para sostenerlo; sin embargo, lo que prevalece en su obra es mostrar cómo la definición de lo ocurrido entonces y después pudo fraguarse en la actitud y la actividad del genio creador que confiaba en su palabra, se enorgullecía de dominarla y valiéndose de ella conseguía convencer de cómo su lucha se encaminaba a vencer a esa gran amenaza, la cual auguraba el imperio de la irracionalidad en el mundo.

¿Por qué buscar claridad en las horas más oscuras? Quizá porque en ellas, el investigador de buena pluma encontró una manera de hurgar para mostrar la condición humana del personaje, sus debilidades y sus grandezas, para hallar estas últimas justamente dónde quería buscarlas, en las características del orador que, a su juicio, y esto hay que destacarlo, a su juicio, pudo cambiar el mundo, o en todo caso corregir su rumbo, con el fin de orientarlo hacia el deber ser de la historia.

 

Bibliografía

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Churchill, W.S. (1908). Savrola: A Tale of the Revolution in Laurania, Londres: George Newnes.

 

Churchill, W. S. (19 de mayo de 1940). Alocución radiofónica a la nación. Churchill Archives Centre.

 

Churchill, H. (28 de mayo de 1940). HC Deb Series 5.

 

Churchill, H. (4 de junio de 1940). War Situation, HC Deb Series 4.

 

Gaos, J. (1960). Notas sobre la historiografía. En Álvaro Matute (2015) (selección y prólogo), La teoría de la Historia en México (1940-1968), (pp. 230-262) México: Fondo de Cultura Económica.

 

Hankey a sir Samuel Hoare, 12 de mayo de 1940. Beaverbrook Papers.

 

McCarten, A. (2017). Las horas más oscuras. Cómo Churchill salvó al mundo del abismo, México: Ediciones Culturales Paidós, Crítica.

 

White, H. (1992). Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica.

 

White, H. (2003). El texto histórico como artefacto literario. Barcelona: Ediciones Paidós.

 

 



[1] Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México, evelia@unam.mx

[2] La parte medular de este ensayo sobre la obra de Anthony McCarten fue leída y comentada en el Seminario Interinstitucional de Reflexiones historiográfica “Rosalía Velázquez Estrada”, el 4 de septiembre de 2019.