Evelia
Trejo ¿Por qué buscar claridad en Las horas más oscuras?
Why Seek Clarity in Darkest Hour?
Evelia
Trejo[1]
Resumen:
Una lectura desde el ángulo de la
historiografía, entendida como búsqueda de la verdad histórica, que rastrea las
pautas de rigor, las licencias interpretativas y el sentido de la historia
observables en la obra de Anthony McCarten dedicada a
“las horas más oscuras” de Winston Churchill, y a la manera en el que sus dotes
oratorias orientaron, según el escritor, el rumbo del mundo.
Palabras clave: Historiografía,
verdad, Churchill, rigor histórico, retórica, sentido de la historia.
Abstract:
A
reading from the angle of historiography, understood as a search for historical
truth, which tracks the patterns of rigor, interpretive licenses, and sense of
history observable in Anthony McCarten's work
dedicated to "the darkest hours" of Winston Churchill, and the way in
which his oratory skills guided, according to the writer, the course of the
world.
Keywords: Historiography, Truth, Churchill, Historical rigor, Retoric, Sense of History.
Recibido: 2019-10-31
Aceptado: 2020-02-18
¿Por qué buscar claridad
en Las horas más oscuras?[2]
Ésta
fue la pregunta que me surgió cuando terminé la lectura de la obra de Anthony McCarten titulada precisamente Las horas más oscuras.
Cómo Churchill salvó al mundo del abismo, obra que desde sus primeras páginas
me generó curiosidad, despertó mi inquietud y me obligó a asumirla como una que
no podía dejar de lado.
Más
de una vez, me asaltó la duda de qué hacer para dar cuenta de esta narración
que por su carácter podría ser tomada sin problema como una historia novelada,
pero que, en los momentos en que reparaba en su apego a las condiciones del
acontecer, me inclinaba a leerla como una Historia rigurosa y verdadera; como
una suma de proposiciones avaladas por el robusto aparato crítico en que está
sustentada. Es decir, por un trabajo heurístico propio de las que se reconocen como
obras historiográficas, sin más. El vaivén para determinarla se sostuvo a lo
largo de los diez capítulos que forman la obra, a los que debe sumarse una “Introducción”,
muy breve pero suficiente para abrir la pista; un “Epílogo”, levemente más
extenso y cuyo encabezado no tiene desperdicio; y una página de
“Agradecimientos”, indicativa y sugerente.
Ingresé
a cada uno de ocho de los diez capítulos, a partir de esa página que los
precede en la que, a la manera de los titulares de un diario o de una simple
crónica, se sintetiza el estado de la situación de los tiempos de guerra que
constituyen la esencia del relato. Elijo algunos de ellos para a mi vez dar
cuenta de lo que el autor propone registrar para enterar al lector de este
apasionante relato de lo ocurrido a lo largo de 22 días del mes de mayo de 1940.
Día
7: “Hitler ya había invadido Checoslovaquia, Polonia, Dinamarca y Noruega”, “En
aquellos momentos se disponía a conquistar el resto de Europa” (McCarten, 2017, p. 13); día 10: “Alemania comienza la
operación Fall Gelb”,
“Lanza su fuerza aérea, integrada por un millón de hombres, para llevar a
cabo la Blitzkrieg”, “Caída del gobierno de Chamberlain” (McCarten, 2017, p. 79); día 11, “Churchill nombra su
Gabinete de Guerra”, “La Blitzkrieg alemana doblega Holanda y Bélgica” (McCarten, 2017, p. 117); día 13:“Las tropas alemanas
invaden Francia a través del Bosque de las Ardenas”; “La reina Guillermina de Holanda se refugia en
Inglaterra” (McCarten, 2017, p. 131); día 14,
“Holanda es arrollada y se prevé que esté en manos de Alemania en unos días”,
“Tras dos días de feroces combates, los Panzer
alemanes cruzan el Río Mosa y entran en Francia” (McCarten,
2017, p. 149); día 20, “El colapso de
todo el IX ejército francés ha aplastado cualquier esperanza de contraataque”,
“Churchill tiene la idea de ordenar al
Almirantazgo que prepare una gran flota de embarcaciones civiles para que se
dirijan a los puertos franceses en caso de evacuación” (McCarten,
2017, p. 175); día 27, “Churchill se entera de que el rey de Bélgica contempla
la posibilidad de rendirse a Alemania”, “Lord Halifax considera la posibilidad
de firmar un acuerdo de paz con Alemania y ha terminado su Memorándum titulado
‘Propuesta de acercamiento a Italia’ (McCarten, 2017,
p. 209); día 29, “El ritmo de la evacuación en Dunkerke
es de unos dos mil hombres por hora y más de cuarenta mil soldados han desembarcado
sanos y salvos en Gran Bretaña”, “La contundente respuesta de Churchill a
Francia galvaniza a Reynaud, que ha decidido continuar la lucha y combatir
mientras sea posible” (McCarten, 2017, p. 243).
En
fin, enunciados sí, pero ciertamente representativos de lo que no quiere McCarten que se pierda de vista.
Hasta
aquí, la evidencia de que todo el texto es Historia no siembra dudas. Pese a
ello, recorrer el contenido de cada uno de los capítulos implicó mantener en
vilo las cuestiones sobre la relación entre la Historia y la Literatura y las
especificidades de que se ha ocupado el Seminario Interinstitucional, por ahora
interesado en aprehender el siglo XX en las páginas históricas y literarias, en
cuyo seno quise rendir cuentas de mi lectura. ¿Historia novelada?, o de manera
llana historia con las licencias de ficción requeridas para armar el guion de
una película, según se puede suponer de las palabras del escritor cuando afirma
en la introducción que el libro y el guión surgieron
de las mismas preguntas, o de sus declaraciones en el “Epílogo” en que asegura
que obtuvo las conclusiones que comenta a partir de sus propias investigaciones
llevadas a cabo “mientras preparaba la película […]
e intentaba escribir el presente libro” (McCarten,
2017, p. 267).
Consciente
de que sería el diálogo con mis colegas de este riquísimo espacio de
confluencia en la discusión, el que daría ocasión de aventurar una respuesta
más firme, decidí proceder, para armar estas páginas, de acuerdo con una
convicción. Una parte de la realidad histórica del siglo XX, y otra del mayor
interés, está inscrita en el texto que nos ofrece un escritor a mi juicio
sincero, honesto y movido por algo más que curiosidad, quien se apoya, hay que
decirlo porque así lo reconoce en los “Agradecimientos”, en el trabajo de
archivo de la “heroica investigadora”, Rebecca Cronshey
(McCarten, 2017, p. 275).
En
vista de esa convicción, me dispuse a recoger las impresiones de la obra
siguiendo el patrón que conozco y que me ha rendido frutos para explorar y
comprender ese afán de dejar testimonio escrito de las indagaciones sobre el
pasado, un patrón que le debe mucho al magisterio de textos de José Gaos, el
transterrado español que disertó sobre el carácter del trabajo histórico (Gaos,
1960), y a los de Hayden White, el historiador y teórico norteamericano que
brindó argumentos para apreciar el quehacer de los historiadores como uno
preñado de recursos lingüísticos, filosóficos y literarios (White, 1992, 2003).
Rigor,
licencias y sentido
Es
absolutamente claro que, tal como lo anuncia en sus primeras líneas, la afición
de Anthony McCarten por los discursos, y no por
cualquiera de ellos, fue el motor que dirigió sus pasos a los repositorios que
le permitirían explicar los pronunciados por Winston Churchill. El ingrediente
distintivo de los discursos que indica le llamaron la atención desde tiempo
atrás, es el de haber conseguido nada más y nada menos que cambiar el mundo. (McCarten, 2017, p. 7). De ahí que no resulte extraño el
elenco que ofrece, Nehru, Lenin, Washington, Hitler, Martin Luther King, quienes
fueron para él oradores de primera línea y a sus palabras dedicó horas de
estudio. Y, por añadidura, encuentra en el caso de Churchill el atractivo de
explicar cómo pudo preparar y pronunciar tres de esos excepcionales discursos
en tan solo cuatro semanas (McCarten, 2017, p. 8).
Esta
declaración de McCarten, para quien ha admirado siempre
el valor y el poder de la palabra, fue una llamada de atención extra. Hoy,
inmersos como estamos en nuestro país, en un mundo de comunicación que emite
discursos destinados a convencernos de vivir una transformación, la cuarta de
nuestra historia patria, el asunto adquiere un significado todavía más grande. Si
bien, es preciso relativizar las circunstancias, en el contexto que nos rodea, juzgo
que cobra una singular importancia tomar en consideración los derroteros que
guían la pluma de este guionista, novelista y dramaturgo, quien centrado en el
uso de la oratoria procura desentrañar cómo logra ésta impactar y modificar el
rumbo de los acontecimientos.
Lo
que el autor ofrece es, obviamente, un relato histórico que a lo largo de 273
páginas da cuenta puntual de los sucesos más relevantes ocurridos durante unos
cuantos días en la vida del personaje principal, Winston Leonard Spencer
Churchill, el recién nombrado primer ministro de la Gran Bretaña. En particular
le interesa al biógrafo poner en escena los días transcurridos del 7 al 29 de
mayo de 1940, en los cuales lo que acontece parece destinado a poner a prueba
todos los recursos y experiencias del sujeto en cuestión. Según se deduce de su
actuación frente a los hechos, el asunto no implica únicamente observar si
logra pasar la dura prueba que le exigen las circunstancias de la guerra, sino
apreciar que sus decisiones provocan una cadena de acontecimientos, sin los
cuales carecería de importancia ocuparse en esa medida de penetrar en el mundo
de sus pensamientos, en su psique. Y es que, lo que se da por supuesto es que
Churchill cambia el rumbo de la Segunda Guerra y con ello el rumbo de la
historia que se genera desde el corazón de Europa, a todas luces centro del
mundo del que se habla. Y Churchill modifica la dirección porque consigue
infundir en el ánimo de una parte de los combatientes, la decisión de triunfar
a toda costa.
McCarten procede
como un investigador que está dispuesto con absoluta seriedad a recoger todo
género de fuentes para ir tras su presa. Contarlas y caracterizarlas fue una
tentación que me asaltó desde el principio, en la que afortunadamente no caí. Dar
la vuelta a las páginas para constatar al final de la obra los registros de que
se valió (colocados en 479 notas), es una manera de aprobar el esfuerzo
investigador de este autor, percatarse
de que, además de los discursos, -los cuatro en particular que impresionan al
autor-, apoya sus aseveraciones en lo que desde la introducción anuncia como
elementos indispensables para penetrar en lo que ocurría, es decir, las actas
del Gabinete de Guerra que pudo consultar en los Archivos Nacionales, y, desde
luego, una buena cantidad de obras relativas al Primer Ministro, de memorias de
quienes compartieron esos años y esos días, de diarios y de noticias
periodísticas.
Por
otra parte, en su vertiente de historiador crítico, suele referirse más de una vez
en el cuerpo del texto, a la procedencia de sus noticias e incluso reparar en
la desconfianza que debieran generar algunas de ellas. En este caso, la prensa
en particular, que descalifica cuando señala la distancia que había entre los
sucesos que él logra rastrear en las fuentes y lo que los británicos recibían
como información a través de dicho medio, en momentos en los que
ostensiblemente se proyectaba una versión falsa de lo que pasaba en los
distintos frentes de batalla.
Lo
que revela este acopio de fuentes es, entre otras cosas, que Anthony McCarten se sabe metido en un asunto nada nuevo, colocado
frente a un personaje de talla enorme y que ha sido asediado por la Historia de
mil maneras. Cauteloso se mueve entre ese arsenal, sin perder nunca el
objetivo. Y es allí, en el objetivo propuesto en donde radica la fragua de su
trama, en donde se revela el nivel de control que ejerce sobre su propia
escritura. Va en pos de un individuo que requiere ser presentado de modo
convincente; ser descrito en una nota biográfica que indique a los lectores el
grado de dificultad que representa predecir sus actos. Junto a él, o más bien,
en el lado opuesto, otro protagonista de esta historia exige también su debida
presentación: “Halifax, el zorro sagrado” (McCarten,
2017, p. 101-116) es el alter ego de “El zángano de la sociedad” (McCarten, 2017, p. 37-78). El aparente desequilibrio con
que se introducen, 41 páginas para Churchill frente a 15 dedicadas a Halifax,
no es obstáculo para sentir que ambos representan papeles estelares.
La
cuestión es que el ritmo de la obra va in crescendo, se ponen en escena
en dos capítulos concisos y hasta cierto punto breves, “Votación en la cámara”
y “La caída de un líder”, los episodios históricos con que arranca una trama
que adquiere el sabor de una novela, cuando su secuencia se interrumpe con la
aparición del zángano y tras la caída de Neville Chamberlain, con la del zorro.
Del primero al parecer, nada podía esperarse en el futuro.
La
sentencia del padre de Winston de verlo encaminado a ser un zángano de la
sociedad, sumada a la gran cantidad de defectos que se le adjudican,
parecen augurar que nada podía ofrecer para forjar un porvenir; salvo que
también comparecen en su presentación las notas que revelan lo que quizá fuera
el concepto que iba formando de sí mismo, -si hay que aceptar la versión de McCarten-, cuando pocos años más tarde de recibir la
invectiva de su padre, reviste de ciertos atributos al personaje de su única
obra de ficción, redactada en medio de acciones de un conflicto bélico entre
una tribu de Afganistán y las fuerzas británicas. Escribe Churchill de Savrola, protagonista que da nombre a la novela, que era un
hombre “‘capaz sólo de descansar en la acción, de encontrar satisfacción
únicamente en el peligro, y paz únicamente en la confusión… La ambición era su
fuerza motriz, y era incapaz de resistirse a ella´” (Churchill, 1908, p. 32, en
McCarten, 2017, p. 48).
El
epíteto de zorro sagrado con el que según dos fuentes citadas por McCarten, Churchill caracterizó a Edward Frederick Lindley
Wood, lord Halifax, sirve para identificar la personalidad de ese otro
protagonista de primera línea, opuesto a Winston, en más de un sentido. De
personalidad reservada, altivo y serio, según algunas fuentes, tras una
apariencia imponente y a la vez débil, dio mucho qué decir cuando desde una
posición de gobierno, y siendo cercano al primer ministro Chamberlain, tuvo
ocasión de acercarse a Hitler y de externar opiniones preocupantes respecto a
las ideas y acciones del Fürher. Mismas que ante la
marcha de los acontecimientos en Alemania, le harían cambiar de opinión. Las
expectativas que se abren en la obra cuando se acentúa su voluntad pacifista y
su fe en la racionalidad indican a las claras que lo que viene adelante será
una confrontación entre la astucia prudente del zorro y la imprevisible
actuación del diletante y ambicioso zángano.
Antony
McCarten coloca en su sitio al recién investido primer
ministro, en el capítulo que titula “El gran dictador”, en el que,
precisamente, da cuenta de algunas curiosas costumbres de Churchill, quien para
asegurarse una actividad continua hasta altas horas de la noche tomaba un
segundo baño y al hacerlo: “Se frotaba enérgicamente con un cepillo y dictaba
discursos e informes a cualquiera de las secretarias que aguardaban detrás de
la puerta del baño en una posición incomodísima” (McCarten,
2017, p. 126). Sus excentricidades no paraban allí, el autor las subraya, como
deja ver, también, el escepticismo de sus colegas que observaban con atención a
quien sin empacho se alude como “Elefante descarriado” (Lord Hankey, 1940, en McCarten, 2017,
p. 129).
A
partir de ése que es el quinto capítulo, comienza la acción que no se detiene
ya; que obliga a seguir a los principales sujetos en cada uno de los momentos
de esa apasionante historia en la que lo pende sobre todos ellos es la solución
de la vida de muchos. La guerra de los alemanes va adelante, los franceses, con
todo lo que representan están a expensas ya de medidas que serán tomadas en
medio de tensiones tremendas. Hay lugar en estas páginas para distraer la
atención de la guerra, de la que por cierto es poco lo que se conoce con
certeza, según se advierte por los testimonios que se citan, y de distraer
digo, porque los hábitos y manías del admirado Churchill saltan a la vista,
como saltan las meditaciones e intrigas de sus contrincantes.
Sin
embargo, lo que adquiere una tonalidad intensa es el uso de la palabra de
Winston Churchill. Esto no puede juzgarse mera distracción, es de hecho el eje
que nos hace reparar en la condición de esta versión novelesca de la historia
que nos ofrece el escritor: “Sangre, fatigas, lágrimas y sudor” y “Lucharemos
en las playas”, capítulos 6 y 10, respectivamente, son el marco ideal para la
representación de lo que acontece en el entorno y en el interior del propio
Churchill.
Para
comenzar, al narrador le es preciso subrayar que con el discurso pronunciado
frente a la Cámara de los Comunes el 13 de mayo, el peculiar personaje se
obligara a “disipar los temores con palabras; solo con palabras” (McCarten, 2017, p. 135). Y dedica sus páginas a citar las
frases que aparecen en dicha pieza oratoria, mismas con las que él da nombre a
su sexto capítulo, y a rastrear la manera en la que el recién estrenado primer
ministro las ensayara los días previos, e incluso las registrara años atrás en
tres de sus publicaciones de carácter histórico, una, de 1900, otra, de 1931 y
la última, de 1939. Siempre en alusión a la guerra.
A
McCarten le interesa dar razón con la mayor
puntualidad posible de esa admiración por el arte de la oratoria que fue
patente en el joven Churchill, lector de Cicerón y de Tito Livio, y autor, en
1897, a su vez, de un texto inédito: El andamiaje de la retórica (McCarten, 2017, p. 140), en el que definió al orador como
la encarnación de las pasiones de la multitud. Más de cuatro décadas después,
estaba convencido de ello y en su papel de orador, esa pequeña alocución de
solo siete minutos contenía todo lo que había aprendido, leído en diversos
textos, y que en ese momento necesitaba poner en práctica.
Para
el biógrafo de esos momentos de la vida de Churchill, éste hablaba no
únicamente a los políticos que estaban a su alrededor, sino a la nación, al
mundo y a la historia. De allí que no resista la tentación de aplicarse al
breve análisis de la conformación de ese discurso, que, de acuerdo con algunos
testimonios, refiere como mal recibido por los miembros de la Cámara; pero, en
cambio, interpretado y proyectado por la prensa (esa prensa que emitía mensajes
equivocados sobre las operaciones de guerra) como un discurso ovacionado
sonoramente. Eso era lo que los británicos querían escuchar. Aquí no interesa a
McCarten dilucidar si los periódicos mentían; parece
indicar que los redactores de los diarios se sabían transmisores de una voz que
decía lo que todos querían escuchar; por ello se detiene en ese brevísimo y
sustancioso capítulo en las palabras que por muchos años paladeó Winston y en
los recursos retóricos que supo emplear. A fin de cuentas, frente a la
incertidumbre de lo que vendría en esa guerra, quizá tenía presente lo que
atribuía desde 1897 a la gran oratoria, al decir que la veía como “´una especie
de truco ingenioso, que engaña al público con una serie de impresiones vívidas,
que son escamoteadas antes de que lleguen a ser examinadas de cerca y que
desaparecen antes de que puedan ser atacadas´” (Churchill, 1897, en McCarten, 2017, p. 144).
McCarten
logra que el lector de su libro repare en la fuerza de las frases y las
palabras más elocuentes. Sabe que, desde ese momento, la decisión de anunciar
que la política a seguir era la de hacer la guerra contra ‘una tiranía
monstruosa’ nunca antes superada en el catálogo de
crímenes de la humanidad; y declarar como objetivo la victoria a toda costa,
repitiendo esa mágica palabra todas las veces que consideró necesario, son los recursos
utilizados por Churchill para colocarse a la cabeza de una nación en guerra.
El escritor y biógrafo se permite ese
ejercicio de análisis retórico para fortalecer su hipótesis y satisfacer la
convicción que ha puesto por delante al iniciar su obra, Churchill sabía
construir discursos, y a él le corresponde evidenciarlo y constituirlo como una
piedra de toque para la trama de su texto. Es por ello que
no pierde la oportunidad de citar en el capítulo en que da cuenta de que “La
situación empeora” lo que frente a los micrófonos de la BBC pronuncia el líder,
el 19 de mayo, para inspirar a todo un pueblo, afirmando que:
“Habrá muchos hombres y muchas mujeres en
nuestra isla que cuando llegue el momento, como llegará, de enfrentarse a la
gran prueba, sentirán consuelo, e incluso orgullo por compartir los mismos
peligros que arrostran nuestros muchachos en el frente -soldados, marineros y
aviadores, ¡Dios los bendiga! - y por librarles de parte al menos del embate
que tienen que aguantar” (Churchill, 19 de mayo de 1940, en McCarten,
2017, p. 171).
Estaba
en su mira señalar, al dirigirse a todos los pobladores de la Gran Bretaña, que
el pueblo británico y el pueblo francés se habían puesto en marcha para salvar
no solo a Europa, sino a toda la humanidad, “de la tiranía más
repugnante y más destructiva que haya ensombrecido y ensuciado nunca las
páginas de la historia” Churchill, 19 de mayo de 1940 en McCarten,
2017, p. 172). Esta vez, la respuesta de los políticos fue mucho más positiva, dice
el autor, pero, indudablemente, lo más importante es que se ampliaba la
audiencia de quien escuchaba al orador que a la vez dedicaba su tiempo y sus mayores
esfuerzos a tratar de convencer a Roosevelt de apoyarlo y a disuadir a
Mussolini de sumarse a Alemania.
McCarten pone
en juego sus propios recursos estilísticos para llevar adelante este relato en
el que tienen cabida los “Miedos, dudas y presiones desde dentro”, como tienen
lugar las aproximaciones cargadas de intención a las palabras que van mostrando
como se ejerce el liderazgo al calor de la “Crisis del gabinete…”. En efecto, frente
a la Cámara de los Comunes, a sabiendas de que lo declaraba ante toda la nación
que requería una dosis extraordinaria de ánimo, en ese momento crucial en el
que las noticias de la guerra eran desfavorables, Churchill insiste en el
compromiso adquirido de “defender la causa del mundo”, un compromiso “nuestro”
Churchill, 28 de mayo de 1940, en McCarten, 2017, p.
230), afirma; y con ello abre paso a lo que coronará sus prendas discursivas en
las que el uso de la primera persona del plural se impone.
El discurso del 4 de junio con el
que se cierra el repertorio de piezas oratorias ofrecido por McCarten para penetrar en el alma de Churchill, es uno que
le permite intervenir más de una ocasión para poner de relieve sus características.
Había terminado la evacuación de Dunkerke, pero la
guerra no había concluido. Era la oportunidad en la que repetir una palabra,
“lucharemos”, daría la certeza de ir hacia adelante, en los mares y los
océanos, por el aire, decía, “defenderemos nuestra isla a cualquier precio”. Y
cerraba augurando que la Armada británica lo haría hasta que “cuando Dios
quiera, el Nuevo Mundo, con todo su poder y su fuerza, dé un paso al frente
para rescatar y libera al Viejo” (Churchill, 4 de junio de 1940, en McCarten, 2017, p. 264).
Hasta
aquí, la función de las herramientas discursivas del primer ministro,
desplegadas en unas cuantas semanas, pero acariciadas desde décadas atrás,
sostienen el propósito de McCarten que a su vez pone
punto final a su capitulado recordando que a los veintitrés años ya estaba
cierto Winston de que “‘de todos los talentos concedidos al hombre, ninguno es
tan valioso como la oratoria’” (Churchill, 1897, en McCarten,
2017, p. 265).
Ahora,
cabe añadir algo más sobre las impresiones que prevalecen en esta reflexión
tras recorrer los sucesos que desfilan en las páginas de McCarten.
Esas páginas que llevan al lector de un punto a otro del escenario del
conflicto, Francia e Inglaterra, e invitan también a la consideración de los
Estados Unidos, puesto que el norteamericano que Churchill lleva dentro es
consciente de la necesidad de sumarlos a los más ostensibles protagonistas de
esa guerra para que se vea como materia obligada que están allí para colaborar
en la definición.
La
definición de qué, es lo que a fin de cuentas me va intrigando conforme avanza
la narración. Y sin duda, es ese el punto en el que encuentro una perla para aventurar
mi propia apreciación del sentir de McCarten. Si están
a la vista todos los elementos que se presentan y se conjugan para desarrollar
tanto la explicación como la interpretación que ofrece, es preciso bucear un
poco más en ella para advertir uno de orden más profundo y dispuesto a darle
estructura en su conjunto.
El
autor nunca duda de la aberración que hubiera significado el triunfo de los
nazis; nunca de que la razón histórica asiste a los países aliados; nunca de
los motivos que asistían a Halifax para intentar a toda costa proteger las
vidas humanas propiciando un entendimiento. Sin embargo, los motivos morales
que no se cuestionan y parecen radicar todo el tiempo más en los opositores a
Churchill que en él mismo, no bastan para conseguir la definición deseada. Para
lograr el triunfo, para vislumbrarlo e impulsarlo en aquel momento lo que realmente
se percibe como efectivo es la fuerza de la palabra, el arrojo de esa
personalidad impredecible de un primer ministro que se inaugura como tal con un
historial lleno de cuestionamientos, pero a la vez se convierte en el verdadero
artífice de la solución que exige la historia.
El único capaz de cambiar el curso del mundo con su discurso.
McCarten
siente cumplida la tarea, espera con ella complacer al padre combatiente en esa
misma guerra, y espera también contribuir desde la trinchera que ocupa a dar
mayor claridad a lo que concebimos como la verdad histórica; en este caso,
rectificar o complementar una versión sobre el protagonista central que ayude a
conocer a un hombre capaz de dudar, capaz de dar la razón a quienes tomaron
posiciones distintas y conceder incluso un recorrido por el camino de la
negociación que podría conducirlo hasta el mismo Hitler, con tal de salvar la
difícil situación de las tropas francesas y británicas. Es en ese punto en el
que hace patente el propósito historiador, pero es también ese punto en el que
la penetración psicológica, más amiga de la literatura que de la historia, es
la carta que el escritor decide jugar. El impresionante personaje que ha pasado
a la Historia del siglo XX con tanta gloria pudo flaquear, sí, McCarten tiene elementos para sostenerlo; sin embargo, lo
que prevalece en su obra es mostrar cómo la definición de lo ocurrido entonces
y después pudo fraguarse en la actitud y la actividad del genio creador que
confiaba en su palabra, se enorgullecía de dominarla y valiéndose de ella
conseguía convencer de cómo su lucha se encaminaba a vencer a esa gran amenaza,
la cual auguraba el imperio de la irracionalidad en el mundo.
¿Por
qué buscar claridad en las horas más oscuras? Quizá porque en ellas, el
investigador de buena pluma encontró una manera de hurgar para mostrar la
condición humana del personaje, sus debilidades y sus grandezas, para hallar
estas últimas justamente dónde quería buscarlas, en las características del
orador que, a su juicio, y esto hay que destacarlo, a su juicio, pudo cambiar
el mundo, o en todo caso corregir su rumbo, con el fin de orientarlo hacia el
deber ser de la historia.
Bibliografía
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White, H. (1992). Metahistoria. La imaginación histórica en la
Europa del siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica.
White, H. (2003). El
texto histórico como artefacto literario. Barcelona: Ediciones Paidós.
[1] Instituto de
Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México,
evelia@unam.mx
[2] La parte
medular de este ensayo sobre la obra de Anthony McCarten fue leída y comentada
en el Seminario Interinstitucional de Reflexiones historiográfica “Rosalía
Velázquez Estrada”, el 4 de septiembre de 2019.