Las ventanas de la biografía. Reflexiones personales
The
Windows of Biography: Personal Reflections
Will Fowler[1]
Resumen:
El presente ensayo ofrece una serie de reflexiones
personales sobre los méritos del género biográfico. Partiendo de la experiencia
del autor, y de lo que aprendió escribiendo las biografías de José María Tornel
y Mendívil (1795-1853) y Antonio López de Santa Anna (1794-1876), se exploran
aquí las vistas del pasado que nos brindan las ventanas de la biografía, viendo
el ejercicio biográfico como una manera de hacer “historia total”.
Palabras clave: Biografía, Tornel, Santa Anna, México siglo XIX,
historia total.
Abstract:
The present essay offers a series of personal
reflections on the merits of biography as a historical genre. Starting from the
author’s own experience and what he learnt from writing the biographies of José
María Tornel y Mendívil (1795-1853) and Antonio López de Santa Anna
(1794-1876), the different views of the past the windows of biography open up to
us are explored here, underlining how a form of “total history” may be attained
through the practice of biography.
Keywords: Biography, Tornel, Santa Anna, Nineteenth-century
Mexico, Total History.
Recibido: 2019-10-31
Aceptado: 2020-02-07
Hace treinta años que empecé el programa de
doctorado en la Universidad de Bristol, en el suroeste de Inglaterra, bajo la
dirección del Dr. Michael P. Costeloe. Sabía que quería investigar un tema que
se relacionara con la historia de México, ya que la razón por la que había
decidido quedarme en Bristol, donde había cursado la licenciatura, se debía a
la forma en que el Dr. Costeloe me había inspirado en sus clases (Zárate
Toscano, 2014, pp. 54-55; Fowler, 2012). Lo que no tenía tan claro era cuál era
el tema en que me debía centrar. Fue Costeloe quien me sugirió que realizara un
estudio sobre uno de los muchos políticos mexicanos de los “años olvidados”
(Vázquez, 1989) del siglo XIX que todavía no habían sido biografiados. Puestos
a escoger, en el otoño de 1989, había (¡Como lo sigue habiendo treinta años
después!) numerosas posibilidades.
Costeloe me puso como modelo la biografía de Thomas
E. Cotner sobre la carrera política y militar del que fuera dos veces
presidente de la República, José Joaquín de Herrera (1792-1854) (Cotner, 1949).
Era necesario, me dijo, tener conocimiento de la evolución, ideas y
experiencias tanto de figuras claves como secundarias del México Independiente para
poder entender mejor el porqué y cómo del devenir histórico de la República
durante las primeras (y convulsas) décadas nacionales con la ayuda de la
microhistoria de individuos particulares que resultaran, en algún sentido,
representativos. A través de la vida y las decisiones políticas de Herrera, era
posible apreciar las divisiones, a modo de ejemplo, que hubo en la familia
liberal entre puros y moderados. Como diría R.J. Salvucci en su reseña de la
biografía que escribió Jan Bazant sobre Antonio Haro y Tamariz (1811-1869) (Bazant,
1985) a través de una biografía como aquella, era posible dar con “una metáfora
para la política mexicana de mitad del siglo XIX” (Salvucci, 1993, p. 108).
Para Costeloe, la biografía, como concepto y
herramienta de explicación e investigación, tenía el mérito de poder ayudarnos
a entender mejor la complejidad de la evolución política del pasado, ya que al
explorar los cambios que pudiera haber encarnado tal o cual persona se hacía
posible apreciar tendencias y movimientos generales que, vistos a grandes
rasgos y sin el beneficio de esa mirada individualizada, podían resultar a
veces difíciles de entender. Sin un estudio detallado del comportamiento
político de individuos particulares, con su correspondiente lógica interna,
justificaciones, ideas, asociaciones, temores y acciones, había eventos, por
ende, que, sencillamente, nos podían resultar si no incomprensibles, al menos
de problemática comprensión, y que podíamos malinterpretar fácilmente basados
en vagas generalizaciones o prejuicios heredados de una historiografía
oficialista.
Costeloe, sospecho porque estaba en aquellos
momentos escribiendo su historia de la Primera República Central (1835-46)
(Costeloe, 1993) y tenía interés en saber más sobre algunos de los personajes
más destacados de estos años, me sugirió que me planteara investigar a uno de
los siguientes políticos/militares: José María Tornel y Mendívil, Mariano
Paredes y Arrillaga, Gabriel Valencia o Mariano Arista. Aunque no recuerdo bien
por qué me decanté por el primero, sospecho que me atrajo el que, a diferencia
de los otros tres, Tornel fuera un intelectual hecho y derecho con todas las de
la ley que escribía como los ángeles. Y me entró la curiosidad por saber cómo
un hombre tan erudito e ilustrado como él pudiera haber acabado siendo uno de
los seguidores más leales y dedicados de Santa Anna, figura que entonces, sin
haberlo investigado todavía a fondo, se me representaba como un auténtico monstruo
y villano. Huelga decir que Paredes y Arrillaga (presidente de la República en
1845-46), Valencia (golpista asiduo durante estos años) y Arista (presidente de
la República en 1851-53) siguen por ser biografiados.
Hasta entonces, aunque consciente de la tradición
biográfica británica (Garner, 2018), si había leído biografías, por lo general,
estas habían sido de índole popular-comercial, más que académicas, y habían
girado en torno a las vidas de artistas famosos, deportistas célebres o los
grandes héroes y villanos de la historia universal. Si se hubiera tratado de un
novelista o poeta a quien admiraba, lo que me interesaba averiguar era cómo
había influido su vida en su obra además de saber más sobre el carácter y las
vivencias del individuo en cuestión y el contexto en el que se había movido. Me
interesaría descubrir las numerosas maneras en las que se había traslucido su
genialidad a tal o cual edad, y de lo mucho que había sufrido y de cómo había
superado un sinfín de reveses para conseguir publicar su primera obra y darse a
conocer. Al mismo tiempo reconozco que me daría pavor la idea de que se me
revelara el que en la realidad y en su vida privada hubiera resultado ser una
persona menos amable (o admirable) de cómo me la había figurado. Nunca sienta
bien que nos destruyan a nuestros ídolos.
Con las biografías de los deportistas me pasaba algo
parecido. Quería leer sobre cómo a los cinco años tal o cual futbolista ya era
capaz de las más inauditas proezas, de cómo había salido de la pobreza a base
de meter goles imposibles. Lo importante en cierta manera era el individuo en
sí; por ser especial, extraordinario; el que hubiera sido un “monstruo de la
naturaleza”, ora como autor de obras maestras de la literatura universal, ora
como delantero centro con dotes mesiánicas. Era consciente, es más, de que para
que una biografía me cautivara debía haber un elemento narrativo atractivo,
como el que se encuentra en una novela. La historia de su vida y milagros debía
enganchar al lector. Y debo confesar que también me atraía el morbo de
descubrir el lado oscuro de los famosos biografiados, el que tuvieran
debilidades y flaquezas como cualquier hijo de vecino, que detrás de sus
estatuas de bronce, sus deslumbrantes carreras y épicas hazañas resultaran ser,
a la hora de la verdad, maniacos sexuales de cuidado, cobardes perversos, alcohólicos
o drogadictos, y, de ser posible, desgraciados. Nada como descubrir que
Napoleón era dizque impotente porque llevaba los calzoncillos demasiado
apretados (Hibbert, 2002, p. 120). Como lo señala Carlos Herrejón Peredo,
refiriéndose al caso del padre Hidalgo, pareciera como si el público estuviera
dividido entre los que quieren ver confirmadas todas las virtudes concebibles y
por concebir en una biografía de su héroe idolatrado, y los que, por el contrario,
quieren encontrarle cuantos más defectos y pecados mejor, tildando a los
biógrafos que han buscado complacer a unos de ser “panegiristas incondicionales
y patrioteros de ayer” y a los otros de ser “iconoclastas y seudohistoriadores
de hoy, mercaderes del morbo” (Herrejón Peredo, 2014, p. 11).
Influido por las biografías literarias que había
leído hasta entonces y por otras menos literarias y que acostumbran a
monopolizar las estanterías de las librerías de los aeropuertos, concebí mi
trabajo sobre Tornel, en un principio, en términos cronológicos, ansioso por
encontrar la manera de narrar de modo emocionante sus aventuras y desventuras desde
que huyó del Colegio de San Ildefonso para unirse a los insurgentes durante la
Guerra de Independencia (1810-21) hasta convertirse en la eminencia gris del
partido santanista. Padecí, por lo tanto, algo así como una crisis existencial
cuando, tras haber escrito más de 200 cuartillas, Costeloe me dijo que debía
volver al principio y abordar el estudio de la carrera política y militar de
Tornel adoptando una aproximación temática. Aunque reconozco que estuve a punto
de tirar la toalla y abandonar la tesis en aquel momento para dedicarme ya de
pleno y de por vida a una carrera docente como profesor de lengua española para
extranjeros, al final recapacité y me di cuenta que Costeloe tenía toda la razón
del mundo en resaltar la importancia del análisis temático, y de insistir en
que no me dejara llevar por los momentos dramáticos de la historia del
personaje.
En aquel caso, como sucede con toda figura política
de la historia, la importancia de la biografía no yacía tanto en cómo Tornel
había hecho esto o lo otro, o sentido tal o cual emoción, año tras año, entre
que nació en Orizaba en 1795 y murió de un ataque de apoplejía en la Ciudad de
México en 1853, sino en la importancia de estudiarlo precisamente para
averiguar qué nos decía su vida del México en el que le había tocado servir de
diputado, gobernador, ministro de guerra, senador, y escritor. De ahí que mi
tesis doctoral (Fowler, 1994) no acabara siendo una biografía como tal, con un
principio y un final, y la narración de una vida prodigiosa de por medio, sino
un estudio biográfico sobrio y sereno en el que analicé la carrera política y
militar de Tornel según una serie de apartados temáticos, a saber: su relación
con la insurgencia, con los yorkinos en la década de 1820, su participación en
el Congreso (1826-29), la postura que adoptó en lo referente a las leyes de
expulsión de españoles (1827-29), su experiencia como Gobernador del Distrito
Federal (1828-29), su visión de los Estados Unidos, tal y como la esbozó en su
libro sobre Texas y el vecino del norte (Tornel, 1837), su carrera como
ministro de guerra en seis ocasiones distintas (1833-53), su contribución en
las áreas de educación y cultura (1821-53), y su relación con Santa Anna
(1821-53), habiéndose convertido en su informante y conspirador capitalino,
propagandista por excelencia, y colaborador intelectual.
Es cierto que cuando publiqué mi biografía de Tornel
seis años después (Fowler, 2000a), tras reescribir la tesis completamente y
teniendo en cuenta los proyectos políticos de sus contemporáneos que había
trabajado en un libro aparte (Fowler, 1998a), decidí retomar una visión
cronológica por haber llegado a la conclusión de que hacía falta hacer hincapié
en la evolución política de Tornel. Me interesó mostrar cómo, a través de los
años, y en reacción a los fracasos constitucionales de las primeras décadas,
había pasado de ser un federalista radical en los primeros años de la República
Federal (1824-35) para convertirse tras la debacle de la Intervención
estadounidense (1846-48) en el renuente defensor de una dictadura. Sin embargo,
no dejé por eso de seguir los consejos de Costeloe, y me esforcé en interrumpir
la narrativa, siempre que hiciera falta, para analizar el que fuera el tema que
requería ser explicado en detalle. De ahí que incluyera secciones como, por
ejemplo, “Tornel, el educador” o “Tornel, el historiador” (Fowler, 2000, pp.
218-230 y 255-262, respectivamente) para poder reflexionar sobre sus
aportaciones como pedagogo y escritor, por mencionar tan solo dos de sus
numerosas facetas. Escogí la etapa de su vida en la que sus actividades, en un
ámbito u otro, fueron las más destacadas y, por ende, representativas,
aprovechando una coyuntura particular para ofrecer una interpretación global de
sus actividades, fuera como promotor de las primeras letras, por un lado, o cronista
del México independiente, por otro (Tornel, 1852).
La experiencia de estudiar a Tornel, primero para
obtener el grado de doctor, y luego en busca de escribir una biografía que nos
ayudara a entender la evolución del proyecto santanista, me llevó a comprender
en carne propia cómo el género de la biografía nos abre ventanas con vistas del
pasado que no seríamos capaces de vislumbrar de otra manera. En el caso de
Tornel esto comportó entender cómo y de qué manera los eventos traumáticos de
las primeras décadas impactaron en las ideas políticas de toda una generación, llevaron
a que algunos, como lo fue el caso de Tornel, fueran perdiendo poco a poco su
fe en un sistema representativo federal, para pasar luego a desconfiar de
cualquier constitución democrática, hasta llegar a la trágica conclusión de que
solo con una dictadura se podía sacar el país adelante. El apreciar que las
ideas de un hombre como Tornel pudieran evolucionar de una manera tan
dramática, reflejando las diferentes etapas por las que pasó la República tras
independizarse de España, con sus periodos de esperanza (1821-1828), desencanto
(1828-35), decepción profunda (1835-48), y desesperación (1848-55) (Fowler, 1998b, p. 222), me forzó a
replantearme completamente mi idea de que Santa Anna y sus seguidores hubieran
sido poco más que una pandilla de chaqueteros cínicos oportunistas sin
ideología alguna o que hubieran siempre albergado tendencias dictatoriales. Si
las ideas de Tornel habían evolucionado, era posible inferir que lo mismo había
sucedido con las de Santa Anna aun y cuando fuera “un hombre de acción”. De ser
así, hacía falta investigarlo tomando en cuenta los hallazgos que la biografía
de su amigo intelectual venían a demostrar, aparcando a un lado los tópicos de
siempre, que hubiera sido un vendepatrias, un traidor, y un dictador. Y si bien
por razones de espacio me limito aquí a resaltar la noción que aportó el
biografiar a Tornel de que el santanismo fue una ideología que evolucionó con
el tiempo en reacción a las decepciones de las primeras décadas, el estudiar la
historia del México Independiente a través de su carrera política y militar,
abrió otras ventanas al pasado que me permitieron entender mejor los intereses
veracruzanos de los políticos más allegados a Santa Anna, las tensiones que
surgieron entre los hombres de bien de la capital y los políticos militares de
provincia, la red de amistades que se entretejió alrededor de Tornel y el
caudillo, y temas y cuestiones aparte como lo pudieran ser el impacto que tuvo
la Compañía Lancasteriana en la educación mexicana de la época (Fowler, 1996a)
o la visión patriótica santanista anti-partidos que Tornel, como ministro de
guerra, supo desarrollar dentro del ejército permanente (Fowler, 1996b).
Pasar a escribir una nueva biografía de Santa Anna,
como descubrí casi enseguida, me enfrentó, por eso, a una nueva clase de reto. A
diferencia de Tornel, sobre quien no había nada escrito cuando lo investigué
(María del Carmen Vázquez Mantecón lo estaba trabajando curiosamente al mismo
tiempo que yo, y sacó su libro sobre él después de que yo defendiera mi tesis,
pero antes de que publicara mi biografía en el 2000 [Vázquez Mantecón, 1997]),
existían ya numerosos trabajos sobre el caudillo veracruzano y me enfrentaba
además a una leyenda negra avasalladora que había interiorizado un sector
amplio de la sociedad. Resultaba de ello que hiciera falta no solo defender
cuidadosamente cualquier nueva interpretación que pudiera yo plantear, pero
dedicar otro tanto de tiempo para desmontar todas las mentiras o medias
verdades que se venían repitiendo desde la época de Porfirio Díaz, como que
Santa Anna había vendido la mitad del país o perdido la Guerra de 1846-48 a
propósito por un puñado de dólares.
Sin embargo, haber estudiado a Tornel de cerca,
teniendo en cuenta las ventanas que había abierto su biografía sobre el
santanismo y la figura misma de Santa Anna, me forzaban a investigarlo con una
mente abierta, dispuesta a reconocer que los cambios políticos del caudillo
veracruzano quizá se debieran a las mismas razones por las que las ideas de
Tornel habían evolucionado, y a aceptar que después de una vida y carrera
política tan larga, era esencial estudiar sus acciones en diferentes momentos
dándole la importancia debida a los diferentes contextos en los que le había
tocado asumir el poder o enfrentarse a determinados enemigos domésticos y
extranjeros. El que hubiera sido un dictador nefasto y arbitrario en 1853-55 no
significaba que no pudiera haber sido un federalista liberal de ideas generosas
en 1828, obcecado por defender a su compadre radical Vicente Guerrero contra
las maniobras de las elites que apoyaron la candidatura de Manuel Gómez
Pedraza, primero, y luego, el pronunciamiento de Xalapa de 4 del diciembre de
1829 que acabó llevando a Anastasio Bustamante al poder.
Con Santa Anna, es más, me pareció obvio que hacía
falta averiguar a qué se había dedicado todo el tiempo que había preferido
volverse a sus haciendas veracruzanas antes que permanecer al frente del
gobierno en la Ciudad de México. De ahí que trabajé en los archivos regionales
de Veracruz, becado por la British Academy, por buena parte de 1999, para
llegar a la conclusión de que, teniendo en cuenta el tiempo que dedicó a
extender sus dominios jarochos y el tiempo que robó al Estado para poder volver
a ellos, resultaba imposible entenderlo si no se empezaba por apreciar que no
solo fue un militar y un político, sino también, y quizá sobre todo, un
hacendado (Fowler, 2000b). Sin embargo, antes que nada, investigar a Santa Anna
y escribir una nueva biografía de él (Fowler, 2018a), me llevó a ser consciente
de que la biografía como género, nos permite desarrollar lo que en otra parte
he defendido como una “historia total” (Fowler, 2018b). Me explico.
Las múltiples facetas de la vida de Santa Anna y la
gran variedad de documentos que generó, no solo hacen que sea imposible
encasillarlo como una sola cosa: hijo inquieto y pendenciero, hermano atento,
marido adúltero, padre considerado, militar valiente, hacendado dedicado,
político versátil, Héroe de Tampico, general, presidente de la República, “Héroe”
de San Jacinto, vendepatrias, o Su Alteza Serenísima. Todo ello nos obliga a
abordar los diferentes momentos y aspectos de su vida, usando un abanico de
herramientas metodológicas. A modo de ejemplo, para entender si fue un buen
militar y estratega, cuando nos vemos forzados a interpretar las decisiones que
tomó en las numerosas batallas en las que le tocó dirigir sus tropas, es
esencial echar mano de la historia militar. Por otro lado, si queremos
comprender sus cambios políticos, no solo requerimos entender las ideas de la
época y los problemas del contexto, tanto a nivel nacional como regional,
teniendo en cuenta sus escritos públicos y privados, los de sus contemporáneos
más las interpretaciones que nos haya aportado la historiografía especializada,
nos es preciso poder manejar las aproximaciones teóricas relevantes de la
historia y ciencias políticas. Habiendo dirigido gobiernos con sus
correspondientes políticas económicas y sido un hacendado y hombre de negocios
al mismo tiempo requieren del biógrafo además una comprensión de la historia
económica y de cómo funcionaba la economía mexicana en la “época de los
agiotistas” (Tenenbaum, 1985). Y por si todo esto fuera poco, el instante en
que nos adentramos en su vida personal y las relaciones que tuvo con sus
esposas, sus amantes, hermanos, e hijos (legítimos y naturales), nos
encontramos ante la necesidad de esgrimir argumentos que pertenecen finalmente
a la historia social. De hecho, el trabajar la biografía de Santa Anna, me
llevó a desentrañar, haciendo uso de teorías de la antropología social, cómo
los rituales que acompañaron las numerosas fiestas que tuvieron lugar en la
villa de Xalapa para celebrarlo, consagraron su fama como mito viviente, capaz
de salvar la patria de sus repetidas crisis (Fowler, 2002). Me incentivó
también para que trabajara con teorías de estudios de género para apreciar el
grado de independencia del que llegaron a beneficiarse sus dos esposas, Inés de
la Paz García y Dolores Tosta (Fowler, 2005). E incluso me inspiró para que
explorara temas pertenecientes a la historia cotidiana, dedicándome a analizar
aquellos aspectos de su vida íntima que le dieron placer o pesar como hombre
privado (Fowler, 2007). Como he insistido en otra ocasión, la biografía ideal
es aquella que nos brinda una “historia total” del acontecer histórico
estudiado, porque el biógrafo debe estar igual de cómodo tratando temas tanto
de historia política como de historia jurídica, de historia social como de
historia diplomática, de historia económica como de historia militar, y de
historia cultural como de historia cotidiana (Fowler, 2018, p. 47).
Lo que busqué tanto en el caso de Tornel como en el
de Santa Anna, fue sobre todo, entender sus comportamientos políticos y, al
hacerlo, el contexto en que se movieron, llevando a una interpretación que si
bien nos debiera ayudar a comprender mejor lo que hicieron o dejaron de hacer
estas dos figuras históricas, debiera permitirnos al mismo tiempo, a través de
las ventanas que nos abren sus correspondientes biografías, descubrir toda una
serie de aspectos hasta entonces ignorados del periodo histórico al que
pertenecieron. Si bien una biografía de una figura histórica nos permite acercarnos
al individuo biografiado y apreciar tanto la complejidad humana como la del
paisaje político por el que deambuló, no cabe duda que también debe servir para
ayudarnos a entender los grandes temas de la época en la que le tocó vivir, en
base a su experiencia personal.
No cabe duda que cada día se están escribiendo más
biografías académicas, serias y rigurosas, de figuras destacadas de la historia
de México, que están desafiando la mala fama que tiene la biografía, gracias a
su versión popular-comercial, de pertenecer a un subgénero literario,
hagiográfico o sensacionalista. Y es con base en lo expresado aquí, en términos
de cómo las ventanas de la biografía nos pueden servir para desentrañar toda
una serie de incógnitas que, hasta la fecha, siguen por ser comprendidas,
aproximándonos al pasado adoptando algo parecido a una “historia total”, que termino
las presentes reflexiones personales donde empecé, rescatando la recomendación
de Michael Costeloe de hace treinta años. Igual que los seis personajes de la obra
de Luigi Pirandello de 1921 que se encuentran en busca de un autor, todavía hay
un vasto reparto de políticos y militares del siglo XIX mexicano que se hallan
a la espera de que un historiador les dedique el estudio biográfico que se
merecen. A los estudiantes de maestría que se estén preguntando sobre qué deberían
hacer la tesis doctoral: ya saben lo que les toca, empezando por Mariano
Paredes y Arrillaga, Gabriel Valencia, o Mariano Arista…
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