Emil Ludwig: un vistazo
a los dictadores europeos a minutos de la guerra
Emil Ludwig: a look at the european
dictators to minutes from the war
Patricia Montoya Rivero[1]
Brenda
Moctezuma Roa[2]
Alfredo
Pérez Jiménez[3]
Resumen
En
este artículo nos proponemos hacer una reflexión historiográfica sobre el libro
de Emil Ludwig Los tres dictadores:
Hitler, Mussolini y Stalin. Y un cuarto: Prusia. Si bien Ludwig ha sido
considerado como el padre de la biografía moderna, en esta obra lo que
consideramos que lleva a cabo es un ensayo biográfico y no tanto una biografía.
Palabras clave: Hitler,
Mussolini, Stalin, Emil Ludwig, Ensayo biográfico, Segunda Guerra Mundial
Abstract
In this
article we propose to make a historiographical reflection on the book of Emil
Ludwig The three dictators: Hitler,
Mussolini and Stalin. And fourth
oner: Prussia. Although Ludwig
has been considered the father of modern biography, in this work what we
consider he accomplishes is a biographical essay and not so much a biography.
Keywords: Hitler, Mussolini, Stalin, Emil Ludwig, biographic essay, Second
World War
Recibido:
2019-10-22
Aceptado:
2020-02-18
Se
facilita la inteligencia de nuestra propia época por el hecho de que vemos
actuar
a
los hombres muy cerca de nosotros,
pero
se dificulta, porque no conocemos sus papeles privados.
Emil Ludwig
A
manera de introducción
La biografía ha sido un género considerado,
hasta hace muy poco tiempo, como menor entre el gremio de historiadores
académicos, sin embargo, ha gozado de gran popularidad en el público lector,
desde épocas tan remotas como la antigüedad clásica. Tal es el caso de las Vidas Paralelas de Plutarco, que aún hoy
día se siguen leyendo, y es común encontrar en las mesas de las librerías gran
cantidad de títulos que nos ofrecen variadas biografías o historias de vida de
personajes de diversas épocas de la historia.
En efecto, la biografía
no se ha dejado de cultivar, pero se considera al autor alemán Emil Ludwig como
el padre de la biografía moderna. Ya no se busca únicamente mostrar las
acciones ejemplares, sino que se trata de comprender al personaje en su
totalidad humana y dentro de su contexto histórico. Se echa mano de los avances
de la psicología y de los factores sociales, políticos, económicos y culturales
que pudieron haberle influenciado para sus acciones y pensamientos. El biógrafo
moderno, lo mismo que un historiador académico, hurga en fuentes documentales,
materiales y testimoniales para explicar las vidas de los personajes
biografiados, así como el porqué de su protagonismo en una época y lugar
determinados (Montoya Rivero, 2010, pp. 196-199). Hoy en día ha surgido un
nuevo interés en la historiografía: “el retorno al sujeto” (María Gloria Núñez
Pérez, 1997, p. 408) que significa una nueva mirada a las biografías,
fundamentadas y contrastadas en suficientes fuentes, tanto del sujeto como del
contexto en el que se desarrolla la vida de éste.
En este texto nos hemos
propuesto hacer una reflexión historiográfica sobre una obra del famoso biógrafo
prusiano: Tres dictadores: Hitler,
Mussolini, Stalin. Y un cuarto: Prusia (Ludwig,1939).
Cuando se habla de Emil Ludwig
de inmediato se piensa en el biógrafo; sin embargo, su trabajo también abarcó
otros géneros, como el teatro y la novela, el reportaje y las crónicas
periodísticas, la entrevista y el ensayo biográfico. Es a un texto como este
último al que nos referiremos en las siguientes reflexiones.
Convencidos de que la
historia se escribe desde un horizonte de enunciación y que por lo mismo
observa los acontecimientos pasados a través de un lente entintado por el
contexto, consideramos que es necesario conocer a los autores de las obras en
su entorno. Por ello nos preguntamos ¿Quién fue Emil Ludwig y por qué tomó la
pluma para escribir sobre los dictadores contemporáneos a él? Para responder
esta pregunta antes de abordar su texto, debemos entender al autor y su tiempo
para poder desprender los motivos que lo llevaron a esgrimir los argumentos que
plasma en su obra.
El escritor y el mundo que vivió
En 1871, gracias a los esfuerzos del
canciller Otto von Bismarck y Guillermo I, emperador de Alemania y rey de
Prusia entre 1888 y 1918, se concretó la unificación de Alemania, la que pronto
tendría un lugar importante en el juego de equilibrio del poder europeo.
Entonces el ambiente nacionalista permeaba en las diferentes sociedades
europeas y los países germanos no habían sido la excepción (Eric Hobsbawm, 2012,
pp. 112). Habían pasado diez años cuando, en la localidad de Breslavia
(actualmente Polonia), en el seno de una familia acomodada de ascendencia
judía, nació Emil Cohn, hijo de un eminente oculista.
Gracias a que la familia mantenía buenas relaciones con funcionarios del
imperio Astro-húngaro logró cambiar su apellido por Ludwig; probablemente porque
buscaba mayor integración en el mundo germánico. Su familia le procuró una profunda
cultura y viajes que le brindaron una visión amplia del mundo.
El
joven Emil vivió la época del imperialismo. Entre 1884 y 85, mientras los
europeos vivían alegremente la Belle
époque, en la capital del Reich se llevaba a cabo la conferencia de Berlín
en la que las potencias europeas se repartían el continente africano y parte de
Asia. Presenció la llegada al trono de Guillermo II, quien destituyó a Bismarck
en 1890 por no estar de acuerdo con sus prácticas políticas (Antonio Ramos
Oliveira, 1973, pp. 266). Estudió Derecho y alcanzó el grado de Doctor. Cuando
contaba con 25 años, se trasladó a la región de Ascona, en Suiza, debido al
ambiente antisemita que se respiraba en el imperio Alemán,
aunque no practicaba la religión judía. Ese mismo año de 1906, inició su
prolífica producción literaria, con un drama sobre Napoleón, el cual
convertiría más adelante en la conocida y multieditada
biografía del emperador francés Napoleón. En 1914, sonaron los cañones de la Gran
Guerra que convocaron a las armas a los jóvenes de la época, pero Ludwig no participó
en ésta debido a su miopía, lo que le llevó a ejercer un oficio en que la escritura ̶ su
pasión ̶ seguiría siendo
importante: el periodismo; se distinguió como corresponsal del Berliner Tageblatt en
Viena y Estambul (Ludwig, 1957, p. 1216). Terminada la guerra el biógrafo
marchó a Kiel[4]
(Ramos Olivera, 1973, p.302), ya que parte de la Marina alemana se había
insubordinado para desconocer al káiser durante la revolución de noviembre de
1918.
Posteriormente,
Ludwig se dedicó de lleno a la factura de diversas obras, en especial de
biografías, de las que por entonces redactó más de diez[5], además de obras
históricas y los ensayos biográficos de los Tres dictadores…, en 1939.
En
este periodo Alemania estuvo marcada por la inestabilidad política y económica de
la República de Weimar. El Tratado de Versalles había impuesto múltiples sanciones
al país derrotado, entre ellas fuertes contribuciones económicas y la segregación
del corredor de Danzig de su territorio (David Thomson, 1974, pp.90-98). Lo
anterior sirvió como caldo de cultivo para el ascenso del nazismo. En 1923 Adolfo
Hitler se aventuró a dar un golpe de estado, pero al fracasar fue condenado a
prisión, tiempo que aprovechó para escribir Mi
Lucha, la cual sería publicada en 1925. Por su parte, Ludwig ganó fama, pero
a sus compatriotas no les agradaron sus obras, Guillermo II y Julio de 1914,
publicadas en 1925 y 1929 sucesivamente, ya que, a los ojos de sus conciudadanos,
Alemania no quedaba bien parada (Ludwig, 1957, p. 1221; Thomson, 1974, p.144.).
El
panorama europeo tampoco era alentador, en 1922 Benito Mussolini había
emprendido su marcha sobre Roma tras de la cual los fascistas obtuvieron el
poder. El entonces periodista Ludwig tendría que esperar seis años para lograr
entrevistar al Duce, en 1928. Mientras
tanto, en el mismo año de 1922, José Stalin se había convertido en Secretario
General del Comité Central del Partido Comunista en la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas. Nueve años después, a tres de haber entrevistado al
líder latino, Emil Ludwig pudo por fin sentarse frente al autócrata georgiano
para realizarle una jugosa entrevista. Otras personalidades a las que también
consiguió entrevistar nuestro autor en diferentes momentos,
fueron el líder checoslovaco Tomás Masaryk y el presidente estadounidense
Franklin Delano Roosevelt.
Al
iniciar la década de los años 30, Ludwig tenía cada vez más detractores en su
natal Alemania, había comenzado a levantar la voz para denunciar la cercanía de
una nueva guerra en Europa, dictando conferencias de corte pacifista por varios
países europeos. Fue entonces cuando decidió renunciar a la nacionalidad
alemana. Por enero de 1933, Hitler logró convertirse en canciller debido al
apoyo de Hindenburg, comenzando para Alemania el periodo del dominio nazi (Ramos
Oliveira, 1973, p. 61).[6] Para mayo de ese año se
llevó a cabo la quema de libros de “espíritu anti alemán” de diversos autores,
entre ellos los de Ludwig, por lo que “[…] me permitió –dice el escritor– ocupar
un lugar honorífico entre Spinoza y Heine” (Ludwig, 1957, p. 1229).
Para
1936, el escritor fue testigo de la alianza entre la Alemania nazi y la Italia fascista
que conformarían el Eje, al cual se le uniría Japón tres años después. Dos años
más adelante, ante la mirada pasiva de Europa, Hitler anexaría Austria y los Sudetes, seguiría Checoslovaquia con la anuencia del líder inglés,
Chamberlain, pero no de los checoslovacos (Thomson, 1974, p. 162).
Al
estallar la guerra nuestro autor permaneció por breve tiempo en Suiza pero, temeroso del poderío nazi, decidió viajar a
Estados Unidos, donde vivió durante el tiempo que duró el conflicto; sirvió en
la Secretaría de Guerra, por recomendación del propio presidente Roosevelt, (Ludwig, 1957, p. 1229) en tanto que sus libros
se publicaban en toda la Unión Americana, lo que le permitió vivir
holgadamente. Al término de la conflagración mundial regresó a Suiza, donde
años más tarde, en 1948, falleció. Tenía entonces 67 años y legaba a la
humanidad una muy amplia y reconocida producción, tanto biográfica como de
otros géneros.
En
cuanto a sus filiaciones políticas, Ludwig podría ser considerado como un
liberal y pacifista. Él pensaba que:
El Estado se ha creado para el ciudadano y
no el ciudadano para el Estado. El Estado es un mecanismo cuyo funcionamiento
nadie debe perturbar, pero al que nadie debe idolatrar. No entra en los fines
de una nación el morir por este mecanismo, ni el vivir dentro de él. No existen
naciones grandes ni pequeñas. No hay idearios, pueblos o razas mejores ni
peores. El concepto de raza está científicamente desacreditado. La pureza
racial no existe. La guerra no es la madre, sino la muerte de todas las cosas.
Las conquistas no tienen finalidad alguna; las enemistades cultivadas de padres
e hijos son propias de tribus insulares, no de naciones (Ludwig, 1957, p. 1228).
Sin
embargo también era crítico del capitalismo, decía
que:
[…]
la democracia y la libertad de opinión y de expresión no garantizan, ni
muchísimo menos, la igualdad ni los derechos del hombre. En este sentido, “la
fuerza” es mala de por sí, pues esta fuerza es la del dinero, que hasta en las
mismas democracias lo domina todo (Ludwig,
1957, p. 1208).
Incluso
simpatizó con el proyecto socialista ruso:
La
innata pasión que siento en contra de los ricos no tiene más remedio que crear
en mí cierto escepticismo con respecto a los americanos, que no se mueven más
que por el dinero, despertando, en cambio, cierta simpatía por los soviets, que
llegan casi a despreciarlo (Ludwig, 1957,
p. 1230).
Por
otra parte, en cuanto a lo religioso, como ya se mencionó, no fue un judío
practicante debido a que su padre “no educó a sus hijos en las costumbres y
ritos judíos.” (Ludwig, 1957, p.
1201). Sus creencias eran más bien deístas. Según él: “no [me] atrevería a
decir que, cuando rezo pueden ser consideradas estrictamente monoteístas [mis]
plegarias” (Ludwig, 1957, p. 1349). Concebía
a la Naturaleza como la mayor fuerza, pues “estamos envueltos y rodeados por
ella, incapaces de huir de su seno […]” (Ludwig, 1957, p. 1349).
Los
Tres dictadores
La
obra Tres dictadores: Hitler, Mussolini,
Stalin. Y un cuarto: Prusia es un texto publicado en 1939 entre los meses
de septiembre y noviembre. En ese mismo año fue Francisco Ayala, escritor y
traductor español exiliado en Argentina, quien recibe directamente del autor
los originales en alemán, la traduce y la publica en Buenos Aires, por lo que la
obra empieza a ser leída en el continente americano, donde Ludwig tenía
aceptación. En México, la editorial Latinoamericana la editaría en 1957 y, en
España, la editorial Acantilado la dio a la luz en 2011. Cabe destacar que la
obra no está incluida en las Obras
completas editadas en 1966, en cinco tomos, por la editorial Juventud de
Barcelona.
Para
realizar este libro, el escritor se basó en los amplios conocimientos que tenía
de su época, de la historia y en sus propias experiencias como periodista, así
como en sendas entrevistas realizadas a Mussolini y a Stalin. Tampoco podemos
dejar de mencionar, la habilidad que como biógrafo había ejercitado para
conocer el alma de sus personajes. Es interesante mencionar las constantes
alusiones que hace al lenguaje corporal y a los cambios de expresión facial de
sus biografiados durante las conversaciones.
Cabe
aclarar que la obra no se trata de biografías tradicionales, sino de ensayos
biográficos en donde se pretende dar a conocer a los lectores quiénes son los
dictadores europeos más peligrosos para paz, su personalidad, aspiraciones y
pensamientos, así como el curso que podrían tomar los acontecimientos en Europa
y sus consecuencias para el mundo occidental.
El
autor dividió este texto en un prólogo, cuatro capítulos y un epílogo. Cada capítulo
corresponde a un dictador. Hitler, es a quien le dedica más páginas, le siguen Mussolini
y Stalin y finaliza
con “un cuarto dictador” que es Prusia; resulta curioso que para cada uno de
estos últimos tres dedica poco más o menos de la mitad de las páginas que
empleó para el dictador germano. La parte sobre Adolfo Hitler la subdivide en: “Un
histérico creador de historia”, “Hitler frente a la justicia”, y “Pronósticos”.
Consideramos que las páginas dedicadas al Führer fueron más debido a que
conocía con mayor profundidad la situación alemana y estaba al tanto de los
acontecimientos contemporáneos a él. En cambio, con respecto a los otros dos
personajes su fuente principal fue, sin duda, el resultado de las entrevistas realizadas,
así como el amplio conocimiento que tenía de la historia y de su
contemporaneidad. Para el apartado sobre Prusia, tenía trabajos previos como
las biografías de Guillermo II, Bismarck y Hindenburg, así como su propia experiencia vital como originario de
esa región, lo que le autorizaba para ser muy crítico, al tiempo que entendía
la idiosincrasia y el carácter propios del prusiano.
Convencido
nuestro escritor de la dificultad de escribir biografías sobre personajes
vivos, justifica su trabajo con la idea de explicar más los motivos de sus
acciones que las causas que derivaron de ellas, y que
si bien estos protagonistas pueden no representar conductas ejemplares, sus
hechos han tocado el orgullo de los pueblos, por lo que la atención del mundo
se vuelve hacia ellos (Ludwig, 2011, p. 70). “Sólo gente estúpida menosprecia a un jefe
porque practica una doctrina incómoda u odiada” (Ludwig, 2011, p. 70)
A
continuación vertimos algunas ideas que consideramos
importantes respecto al texto de Ludwig siguiendo el orden de la obra.
Adolfo Hitler y el
espíritu burgués
Ludwig,
comienza el apartado sobre Hitler abordando su infancia. Afirma que sus
primeros años no fueron felices, hijo de padre zapatero había nacido con
grandes esperanzas de sobresalir del resto de sus contemporáneos; sin embargo,
su falta de talento necesario para entrar a la Escuela de Artes de Viena hizo
que fuese rechazado de ésta y, el no ser partidario del trabajo, ha hecho que de
su juventud no se conozca más que había vagado por las calles de la ciudad (Ludwig,
2011, p. 15). Al pretender alcanzar el ideal prusiano, se había planteado como
meta tener una vida de estilo burgués, se veía a sí mismo como un pequeño
propietario sin mayores aspiraciones. Tampoco poseía gran inteligencia ya que
sus ideales eran la calca de una moda repentina. Afirma Ludwig que: “Poco a
poco aprendió a fundamentar la moda
antisemítica adoptada en Viena […]”[7] (Ludwig, 2011, p. 15). Pero, ¿a qué se debe la descripción que hace el autor de la
figura de Hitler?
En
“Un histérico creador de historia”, Emil Ludwig da las razones por las cuales
considera que tuvo éxito una figura como la del austriaco; la primera es la
oratoria. Sus discursos son la clave para que una buena parte de alemanes
confiara en las palabras del Führer. Después del estudio que hizo de las masas logró
crear símbolos y banderas que consiguieron darle identidad a la población
derrotada. No obstante, el escritor piensa que sus alocuciones eran largas y
tediosas, que los alemanes que acudían a escucharlos terminaban por no comprenderlos pero los aceptaban sin más. Sentencia que:
“Los alemanes son quizá la única nación que no ha tenido un gran orador” (Ludwig,
2011, p. 18), debido tal vez a que a cambio han tenido buenos músicos. Entre
líneas podemos observar que si los alemanes jamás han
contado con grandes oradores, es explicable que los discursos de Hitler no
hayan sido buenos, pero en cambio las masas que los escuchaban, ciertamente con
la necesidad de una nueva identidad y de recuperar el orgullo nacional, eran
fácilmente impresionables.
La
segunda razón es su gran simpatía por la clase media. Para Ludwig, la sociedad
alemana tenía las características adecuadas para que cualquier dictador que llegara
fuese aceptado: eran individualistas, dóciles, nacionalistas, beligerantes y
con una juventud idealista. Claro es, que después de la guerra las esperanzas
por recuperar el modo de vida perdido hacían del Canciller un nuevo mesías (Ludwig,
2011, p. 31). Por lo tanto, poco a poco, el perspicaz Ludwig demerita el
trabajo oratorio de Hitler pensando que la sociedad alemana ya estaba propensa
a admitir un autócrata. Los símbolos nazis fueron aceptados por el sector de la
sociedad alemana que congeniaba con el nacionalsocialismo, y el escritor no
deja escapar la oportunidad de descalificarlo cuando menciona que: “El
imposible lenguaje del libro (haciendo referencia a Mi lucha) demuestra que ha sido él verdaderamente su autor” (Ludwig,
2011, p. 21). Opinión con la que coincidimos.[8]
Pero
estas, las razones, no sólo se limitan al trabajo ideológico del partido
Nacional Socialista, realizado por años, sino que existen motivos contextuales
para su triunfo. 1) Los actos de violencia que aterrorizaron a la población (Ludwig,
2011, p. 33). 2) La lucha contra la Iglesia que, aunque poco frecuentada por
los alemanes, era fundamental para las familias (Ludwig, 2011, p. 34). 3) La propuesta
de la vida de los dirigentes como modelo a seguir, pese a que no fueran
ejemplares (Ludwig, 2011, p. 35). 4) La anulación del libre espíritu alemán o
la prohibición a la libertad de pensamiento y la restricción a los escritores y
profesores que propiciaran el pensamiento crítico, y
por último, 6) la incertidumbre jurídica. La plena independencia con la que las
autoridades ejercían su poder atemorizaba a cualquiera; fue por estas condiciones,
más que por la brillantez del pensamiento nazi, que el triunfo de Hitler
resultó avasallador. Estas han sido las causas que nos llevan a pensar que el
autor considera que la sociedad alemana apoyó el régimen más por coacción que
por convencimiento[9],
lo que pareciera ser contradictorio con los argumentos que esgrime en páginas
anteriores. Pensamos que lo escribió así para justificar que hubo alemanes que
aceptaron ese statu quo solamente
bajo coerción.
Y
no es para sorprenderse que Ludwig fuera crítico con Hitler ya que, pese a que
no practicaba el judaísmo, la persecución nazi era más racial que religiosa,[10] y por ende que criticara
su postura antisemita y que viera en el dictador una enorme incapacidad política,
pese a los grandes logros que Hitler había obtenido desde su cancillería. Pero sobre todo, los nexos del autor con Roosevelt, le darían
la idea de que la democracia norteamericana era el parangón.
En
el segundo apartado, “Hitler frente a la justicia”, se lleva a cabo un juicio
ficticio frente al, entonces inexistente, tribunal de la Haya y, aunque no
especifica la fecha, hace notar su esperanza en que el conflicto bélico termine
en la década de los cuarenta. Existen tres actores dentro del juicio, el Presidente, el defensor y el acusador público, estos dos
personificados en el autor, lo que lo hace argumentar y contra argumentar sobre
la actuación del dictador.
En
su alegato se puede observar la pasión con la que Ludwig interpreta a sus
personajes, ya que expone con seriedad cuáles serían los argumentos para estar a
favor de Hitler. Por ejemplo, el diálogo del defensor menciona: “Como alemán de
una provincia separada del resto se sintió poseído ya en la juventud por el
deseo de ver poderosa a su gran patria. Después de la derrota, ese deseo
adquirió los caracteres de una pasión” (Ludwig, 2011, p. 51). Pero no nos
dejemos engañar, justo en su defensa se encuentra esa pasión que lo
caracterizaba, la ineptitud política que Ludwig tanto critica. Además, él mismo
contradice la idea de un Hitler como gran libertador
Las
grandes sombras que el defensor ha evocado (Napoleón y Alejandro Magno) son las
más adecuadas para oscurecer la figura del acusado (…) Lo que a nosotros nos
justifica para aniquilar al acusado, cosa que nadie se atrevió a hacer con
Napoleón, es la pequeñez de su personalidad, que le ha impedido entrar en la
serie de los grandes hombres (Ludwig,
2011, p. 55-56).
Este
ejercicio dialéctico deja entrever la fuerte esperanza que guardaba sobre la
derrota y ulterior condena del tirano. Además, echa en cara los defectos del
austriaco frente a los “Grandes dictadores” de la historia. El autor critica
con mayor énfasis a Hitler por su postura antisemita.
En el último apartado “Pronósticos”
ofrece sus predicciones en cuanto al curso de la guerra. Asegura la derrota de
Hitler, y afirma que para que pudiese conseguir el triunfo tendría que aliarse
con la URSS, además está seguro de que Inglaterra no desistirá. La guerra puede
durar muchos años si es que su promotor no muere, pero el final no llevaría a
Europa al puerto de la paz, sino que a éste seguiría, como lo califica él, una
Revolución. Según nuestro autor, Mussolini no entraría a la conflagración, pero
al ser una obra escrita antes de la declaración de guerra italiana desconoce el
resultado. América apoyará incondicionalmente al viejo continente. Probablemente
este juicio lo emitió porque de acuerdo con su conocimiento del pueblo italiano
no lo considera apto para la guerra.
La
imagen que Emil Ludwig pinta del jefe germano es, por decir lo menos, de un
hombre inepto que logró su éxito gracias a la situación de la sociedad alemana,
que había sido derrotada y humillada en la Primera Guerra, y a su idiosincrasia.
Las críticas que le hace son, en algún momento, viscerales (Ludwig, 2011, p.
38-39).[11] Pero no podía ser de otra manera, tanto sus
relaciones fuera de Europa, su bien alimentada educación histórica y su
inevitable origen judío determinan el recelo que siente el escritor frente a esta
figura dictatorial. La especial atención que presta a sus acciones y a su
personalidad, son reflejo de la gran aversión que siente por Hitler.
Mussolini. El adversario
de las masas
Al
iniciar el apartado sobre Benito Mussolini, a quien dedica 29 páginas, Emil
Ludwig nos ofrece una lección de dónde debe situarse el biógrafo experimentado
para estudiar y analizar a sus personajes, para ello realiza una brillante
analogía con una representación de Ópera, que vale la pena citar textualmente:
Cuando
un hombre ocupa en la ópera un asiento de la primera fila de platea y otro se
sienta en la fila más alta del paraíso, sus impresiones respectivas se
diferencian entre sí tanto como las de una persona que contempla su tiempo y de
otra que estudia Historia. […] El uno estudia el tenor; el otro, el drama. Por
eso, en el gran espectáculo que se desarrolla desde hace ya veinticinco años
ante nuestros ojos, yo me he reservado dos localidades, una en lo más alto y
otra en primer término, y con frecuencia me cambio de sitio durante el mismo
acto (Ludwig, 2011, p. 69).
En
efecto, en el ensayo Tres dictadores…,
vemos que el autor nos presenta a sus protagonistas sin nunca perder de vista
su entorno, lo que da gran valor al texto y le permite realizar lúcidas prospectivas.
Ludwig
está convencido de que el hombre maduro se explica a través de sus antecedentes
personales, familiares y sociales; así afirma que la infancia de Mussolini no
está tan alejada de la de Hitler. Nació en una familia afecta al socialismo, de
bajos recursos y gran parte de su vida tuvo que trabajar. De su juventud se
sabe que laboró como constructor y vivió escondido la mayor parte de ésta, un
padre revolucionario y trabajador y una madre dedicada a la enseñanza, heredaron
esos valores a su hijo (Ludwig, 2011, p. 78). Pese a su enorme cercanía con la
ideología socialista, siempre despreció a la masa, aunque supo ocultarlo, en
cambio era obsesivo con los retratos y un gran ególatra. Emil Ludwig lanza una
descripción poco comprometedora de la personalidad del italiano, se ve que lo admira,
pero al mismo tiempo es detractor del fascismo ¿Cuáles son las razones de una
descripción tan particular?
La historia de vida del italiano está dividida
por pequeños apartados que no tienen un nombre en específico, la biografía se
limita a describir la participación de éste en la Revolución, así como su
dictadura, pero no describe el fin de la guerra. Pensamos que de Mussolini no
necesita muchas fuentes externas porque tuvo un contacto directo con el
autócrata, convivió con él, lo entrevistó, lo observó de cerca y eso, además
del conocimiento del contexto de Europa, le basta para comprenderlo,[12] incluso menciona que:
…no
se me apareció como el jefe odiado de un mundo antidemocrático, sino que
investigué en él a un hombre de Estado […] todavía hoy que desde hace siete
años que estoy separado de él por completo […] puesto que ha llegado a ser
amigo público de Hitler y el adversario secreto de las tres grandes
democracias, todavía no temo declarar que para mí es el hombre de Estado más
interesante con que me he enfrentado en Europa (Ludwig, 2011, p. 71).
En
1922, el fascismo triunfó en Italia gracias a Mussolini y a la enorme
influencia del poeta-militar, Gabriele D’Annunzio. Pero para llegar a este
triunfo Mussolini pasó una gran parte de su vida escribiendo verdaderos dramas
sociales, estudiando a la masa italiana (Ludwig, 2011, p. 73). Al principio de
esta lucha no se deshizo de sus ideales, incluso Emil Ludwig señala que para
agosto de 1914 todavía era socialista y que despreciaba la guerra (Ludwig, 2011,
p. 76), pero por su gran capacidad analítica de la personalidad del hombre que
tuvo frente a sí en algún momento de 1928, percibió que su naturaleza era
egoísta y siempre prefirió sus intereses frente a los de Italia, frente a los
de sus conciudadanos y frente a su propia ideología, utilizando después de su
triunfo, la amenaza del fantasma del comunismo como fundamento de su lucha (Ludwig,
2011, p. 78), al igual que harían las otras democracias occidentales.
Pese a todos estos grandes defectos,
Ludwig asegura que el triunfo de Mussolini fue gracias a la excelente
estrategia de pose que adoptó el dictador. Los discursos que le brindaba a la
masa eran vacíos y no contenían más que una estructura predeterminada (Ludwig,
2011, p. 80). Según el testimonio de nuestro escritor, señala que después de un
enorme discurso a la masa el caudillo fascista le confesaba: “La masa no es
nada por sí misma ̶
me dijo más tarde al preguntarle yo ̶ sino un rebaño de ovejas hasta que no se la
organiza. Pero no por eso estoy en contra de ella. Le niego tan solo que pueda
gobernarse a sí misma” (Ludwig, 2011, p. 85).
Llama
la atención que, a diferencia del Führer, no señale grandes defectos de oratoria que sin duda
veía en el Duce. Esto probablemente
se deba a que Ludwig no se concebía como parte de la masa italiana. Su falta de
crítica poco tiene que ver con la vacuidad de los discursos, probablemente sea
por la admiración que tiene por el fascista. Además su
descripción de la población italiana es verdaderamente reveladora, de ellos
piensa que eran un pueblo,” […] crítico, músico, patético, indisciplinado y en
cualquier caso no militar” (Ludwig, 2011, p. 86). Es de notar que para nuestro autor
fue llamativo lo que Mussolini pensaba de su pueblo: “El dictador puede ser
querido […] al mismo tiempo que le teme la multitud. La multitud ama al hombre
fuerte. La multitud es una mujer” (Ludwig, 2011, p. 84).
Probablemente la gran simpatía del
biógrafo por su biografiado se deba a la percepción de que este último tenía de
una sociedad sin distinción racial o religiosa, no despreciaba ninguna forma de
vida y consideraba que la verdadera riqueza del pueblo italiano estaba en esas
mezclas. Sus ideas no eran una moda pasajera vienesa (Ludwig, 2011, p. 87). Sin
embargo, la comparación entre el germano y el latino ya casi al final de la
biografía era inevitable y la hace en el terreno de la oratoria. Los discursos
de Hitler eran más teatrales, él era el centro de atención y en tono “chillón”
convencía a las masas por aturdimiento y, en un vuelo de imaginación cree que
los alemanes al salir de cada alocución decían: “[…] ¡No le hemos entendido!
¡Qué grande debe ser! […]”, mientras que la gente salía de las arengas de
Mussolini diciendo: “[…] ¡Le hemos entendido, y tiene razón! […]” (Ludwig, 2011,
p. 89). Aunque Ludwig encuentra interesante al autócrata italiano, tal vez por
su rechazo a las teorías racistas, el primero deja claro su fuerte rechazo al
fascismo del segundo. Nuestro biógrafo acepta que se acercó a los dictadores
para “entender sus motivaciones [y para poder] contar de antemano con lo que
van a hacer” (Ludwig, 2011, pp. 70-71).
El texto culmina con una crítica
severa a Mussolini, menciona sus constantes fracasos después de 17 años de
ostentar el poder y el poco progreso alcanzado en Italia. Aún al final del ensayo
guardaba esperanzas de una ruptura entre Hitler y Mussolini: “Si él (Mussolini)
apoya en su aventura a su imitador (Hitler), terminará hundiéndose con él. Si
se mantiene alejado, demostrará cuánta es su superioridad sobre él en cuanto a
prudencia política” (Ludwig, 2011, p. 96).
Indudablemente
en este capítulo, nuestro autor se muestra mucho más benevolo
que al tratar a Hitler en el primero de su libro; su cercanía con el dictador
italiano le da una perspectiva mucho más personalista y cercana, además no
demerita su capacidad política, su capacidad de oratoria y le brinda una
inteligencia mayor. Señala sus defectos, pero esto, más que descalificarlo, lo vuelve
más humano.
Stalin, el único dictador
convencido
Siguiendo
la línea establecida, el biógrafo comienza haciendo una breve descripción de la
juventud de José Stalin. Menciona que tenía una voz angelical y que participó
en el coro de la celebración del cumpleaños del Zar. Su familia era humilde y
su padre zapatero; su madre, quien deseaba el ascenso social de su hijo, lo
llevó a un seminario eclesiástico para que lograra salir de la miseria. Pero ese
joven, promotor y fiel creyente del socialismo se convertiría en uno de los más
grandes dictadores. Con acento georgiano y sin el intelecto necesario para
agradar a la Europa occidental gobernó con puño de hierro. ¿Cuáles son los
elementos que Ludwig rescata al describir al sucesor de Lenin?
El capítulo referente a Stalin, en
comparación de los otros es aún más breve y apenas alcanza las 27 páginas.
Dividido en apartados sin ningún título, este bosquejo de la personalidad del
autócrata de Tiflis, está enfocado en su participación
en el partido comunista y su llegada al poder. Al igual que en la parte sobre
Mussolini, Ludwig se vale principalmente de las palabras del dictador pronunciadas
durante la entrevista realizada en 1931, por lo que no necesita echar mano de muchas
fuentes secundarias ya que tiene contacto personal con Stalin. El autor está convencido
de que de los tres dictadores que él estudia, es de este último en donde la
entrevista aparece de modo más recurrente a lo largo de las páginas.
De
José Stalin afirma que es el único de los protagonistas tratados, que mantiene una
ideología clara, y que pese a los años, sigue persiguiendo el propósito de su
juventud; de él menciona: “El auténtico revolucionario ̶ y entre los tres dictadores,
solamente Stalin lo es ̶ no perderá
nunca por completo su primera visión” (Ludwig, 2011, p. 101).
A diferencia de los otros
dictadores, Ludwig justifica la llegada del georgiano al poder, cree que su
difícil juventud es la causante de su forma de gobernar. Incluso se pregunta
“¿No tiene que hacer a los hombres [refiriéndose a la difícil situación de
Stalin en el pasado], si no los quiebras, firmes y cada vez más fanáticos,
luchadores apasionados en favor de su comunidad?” (Ludwig, 2011, p. 102). Y es
porque considera que la formación política de Stalin fue más turbulenta, se vio
perseguido y no se formó a partir de grandes discursos ni ascendió al poder por
medio de pequeños cargos. Fue la mano armada de Lenin lo que propició su rápido
ascenso.
Pero
casi de inmediato, el biógrafo, une el destino del dictador con el de León
Trotsky[13] y las comparaciones se
hacen inevitables. Los describe como los perfectos polos opuestos, y ve en cada
uno las virtudes que se encontraban en inigualable comunión en la persona de Lenin,
diciendo que: “Sus caracteres conforman sus fisonomías. Son el ligero y muy
ilustrado hijo de un granjero judío acomodado y el tosco hijo de un pobre
zapatero que se formó tardíamente, los que se encuentran uno frente a otro” (Ludwig,
2011, p. 110). Para Ludwig, el pesado mando de Stalin no le es del todo
simpático ya que, en muchos momentos, habla sobre el liderazgo occidentalizado
de Trotsky, por ejemplo cuando sentencia que los
Stalin siempre siguen a los Trotsky en el curso natural de las revoluciones (Ludwig,
2011, p. 112), pero la fuerza bruta y la paciencia son las que llevaron a
Stalin a conservar el poder. En cuanto a sus habilidades oratorias considera
que existe una enorme diferencia con los dictadores tratados en los capítulos
anteriores, y supone que el soviético es el peor de todos, pues “lee siempre
sus discursos” (Ludwig, 2011, p. 111).
Es muy interesante observar, que la
guía cronológica de la vida de Stalin siempre está ligada a la de Lenin, Ludwig
no termina de separar a los personajes importantes de la Revolución, sino que
más bien pareciera que el contacto personal que ha tenido con Stalin gracias a
sus conversaciones, no le es suficiente para describir su figura. Desde un
inicio menciona el escaso contacto visual que Stalin tiene con él como
interlocutor, y que mientras hablaban el jefe garrapateaba con la punta roja de
un bicolor. El autor también era muy cercano a Trotsky y lo califica como el
favorito del ejército, pero sin el carácter napoleónico necesario para arrancar
el poder de las manos de Stalin (Ludwig, 2011, p. 119-120). Tal vez esa sea la
razón por la que no deja de compararlos.
A diferencia de los otros dictadores,
en este caso nuestro escritor no condena el relativo poco progreso del país, y
no ejemplifica ni critica la capacidad de la masa rusa para comprender ya un
discurso, ya a quien la gobierna y ni siquiera habla de las características del
mismo pueblo, sino que lo que al parecer lo cautiva es la supuesta pureza de
las ideas del georgiano que no pudo encontrar en los autócratas teutón y latino.
Lo cree un hombre metódico, frío que se considera a sí mismo capaz de gobernar
con la violencia y la represión necesarias para dominar a un pueblo, un abusivo
que utiliza a la vieja maquinaria rusa para aprovecharse de sus débiles vecinos
y así expandir su poder (Ludwig, 2011, p. 126). Pero las constantes citas a
Marx o a Lenin y las repetidas reprimendas del dictador a Ludwig por no distinguir
la pureza de la teoría, terminan por convencerlo de que, efectivamente, Stalin
era un hombre que confiaba en sus convicciones. Pese al pacto entre el autócrata
ruso y el teutón,
piensa que: “No puede ser la intención de un hombre, tan fanático, lógico y
paciente, no puede ser la intención de un tan apasionado discípulo de Lenin y
Marx traicionarlos a ambos, y obrar de acuerdo con los fascistas. Antes bien se
propone hundirlos” (Ludwig, 2011, p. 127).
En
efecto, José Stalin se plantea sagazmente engañarlos a todos con “muchas más
perspectivas de ganar en este gran juego” (Ludwig, 2011, p. 127). Emil Ludwig
insiste en que el triunfo alemán dependería de su alianza con la URSS, pero es a
Stalin por ser más congruente con el socialismo y porque no podría mantener la
existencia de un pacto germano-soviético, a quien le concede el triunfo.
Podríamos afirmar que es al
georgiano al único que considera como un hombre de Estado debido a la fuerza de
su carácter, a su congruencia ideológica y a la firmeza en sus decisiones
políticas lo que mantiene cohesionado, aunque oprimido, a un pueblo de orígenes
tan diversos.[14]
Prusia, la dictadura
histórica
En
el texto que nos ocupa Prusia es personalizada como si de un individuo se
tratase y con esta idea, Emil Ludwig nos expone los rasgos de su personalidad
que hicieron posible que el militarismo alemán se identificara con el espíritu
prusiano. Es así como para el caso de Prusia, nuestro autor utiliza la misma
estructura que hemos visto en el tratamiento de los dictadores germano, latino
y soviético, aunque en este caso no retrata la infancia sino los orígenes
históricos del país prusiano.
El
pueblo germano que él conoció nunca estuvo conformado por partes iguales que
desearan estar juntas bajo un mismo mando. Las diferencias entre las costumbres
y caracteres de las provincias alemanas marcarían para siempre una diferencia
tan notoria que según Ludwig no lograrían formarse como una verdadera nación. Sería
tal el peso que Prusia tendría sobre la conformación del nuevo estado que jamás
dejaría de ser un lastre para el nuevo país. Interesante es, entonces, que la
dictadura no sea exclusiva de los “Grandes hombres” sino que el poder
totalitario también pueda ser ejercido por un ente abstracto o región
geográfica como Prusia.
Con la descripción sobre el carácter
prusiano, Ludwig concluye su libro. Son 28 páginas en las que da una
explicación histórica del porqué la influencia de Prusia ha hecho de Alemania
un país desgraciado. Sin embargo, sus intenciones no son lo que parecen, él
considera que de declararse una guerra debería ser contra Prusia y no contra
Hitler o la nación alemana (Ludwig, 2011, p. 131), porque independientemente
del hombre que dirige la beligerancia, el espíritu prusiano es un “cáncer” que
ha invadido a los alemanes, pero ¿por qué Ludwig se refiere así a esta región
del norte?
Él nació en Breslavia, en la actual
Polonia, como ya mencionamos, ciudad ubicada al nororiente en la región de
Prusia. Situación por demás interesante si se logra comprender el desdén que
tiene por su país de nacimiento. De Prusia menciona: “Los pecados de Prusia
dentro de la comunidad alemana son, […], tan viejos como la Prusia misma, y por
lo tanto se remontan trescientos años atrás en esa época, al final de la Guerra
de los Treinta años” (Ludwig, 2011, p. 133). Por lo que desde su inicio Prusia
cargaba con el estigma de la conquista violenta, por lo que la actual Alemania no
estaba unida por intereses comunes como, según el autor, Inglaterra o Francia. De
ahí que Prusia no fuese digna de la civilización europea (Ludwig, 2011, p.
132).
Emil Ludwig, habla sobre las mentes
ilustradas, como él mismo se considera, pero también cree que la producción de
mentes brillantes está dispuesta por ubicación geográfica, en efecto, menciona
a Lutero, Goethe, Beethoven, Mozart como oriundos del sur y del este alemán; afirma
que él se siente en mayor consonancia con ellos, más que con la masa prusiana.
Reprocha que poco se sabría de la existencia de Prusia
si no fuera por enormes personajes como Pedro “El Grande”, Bismarck o por los
conciertos de Bach que llevan por nombre la ciudad de Brandemburgo, por lo que
podemos inferir que considera al pueblo prusiano de poseer un espíritu cultural
pequeño, al igual que el Führer.
Lo anterior tiene fines propagandísticos para hacer notar que no todo el pueblo
alemán es igual, se trata de un sector en específico (los prusianos) dirigidos
por un hombre en especial (Hitler) los que buscan la guerra en Europa.
Ludwig
agrega con respecto a los dirigentes prusianos que ninguno de ellos amaba
verdaderamente a Alemania y por ello pensaban en la permanente preponderancia
prusiana “Este prusiano (refiriéndose a Bismarck) creador del imperio alemán
[…] consideraba a los otros Estados alemanes como colonias de Prusia y sólo
frente a Austria sentía respeto y atención” (Ludwig, 2011, p. 141). El
desprecio de nuestro autor por los prusianos, probablemente se deba a que
considera que conoce el ánimo de estos hombres al ser originario de esa región,
a semejanza de Emanuel Kant (Ludwig, 2011, p. 147), quien “dirigió
manifestaciones políticas contra el espíritu prusiano… y destruyó todos los
ideales prusianos en su libro La paz
perpetua, escribiendo contra el nacionalismo y la educación militar”[15] (Ludwig, 2011, p. 147), con
quien comulgaba nuestro autor.
Esta perspectiva que tiene Emil
Ludwig se logró gracias a que tuvo una educación muy amplia a lo largo de
diferentes ciudades europeas y alemanas, pero también porque su cercanía con
las democracias le mostraron las grandes dificultades y peligros que implicaba
el sistema monárquico prusiano. Así menciona que “[…] Roosevelt no puede
declarar hoy guerra alguna sin la anuencia del Congreso, el Rey de Prusia podía
en todo instante adoptar por sí solo una decisión en materia que afecta el
destino, y no sólo al de Prusia precisamente” (Ludwig, 2011, p. 143). Esta
comparación se debe a que crítica el excesivo poder que se concentraba en el
emperador alemán; con ello intenta señalar la injustificada fuerza con la que
los prusianos sometieron a las otras regiones alemanas (Ludwig, 2011, p. 143).
Además, considera más débiles de
ideas a cualquier organización política que se instala, como los comunistas o
socialistas, que poca resistencia presentaron a la instauración del nazismo (Ludwig,
2011, p. 155). Orgullo es el que infla su pecho al decir que existe esta
profunda separación, que entre el norte y el sur no exista más patria que
tratados comerciales, la misma moneda, y todo lo que corresponda a dos culturas
de la misma lengua: “Lo único que Europa no podría consentir nunca al fundarlos
es un parlamento común y un ejército común” (Ludwig,
2011, p. 157).
El
sentido de pertenencia que Ludwig crea a lo largo de su vida se ve influenciado
por las circunstancias que lo rodean, y su acusación a Prusia como la génesis
de los males mayores de los alemanes, se debe a la inclinación militarista de
este pueblo. También establece la necesidad de diferenciarse de Hitler y de aquellos
dictadores que poco tienen de ilustrados. Es por demás notoria la necesidad que
mantiene el autor de explicitar las acciones de los alemanes alegando la
influencia del carácter prusiano sobre la mayoría de la población. El cáncer
prusiano nubló las mentes de los alemanes. De esta manera argumenta la
necesidad de dividir a Alemania en dos partes, pero no de forma vertical como
sucedió al concluir la guerra y ser derrotados los países del Eje, sino
siguiendo una línea horizontal que segregase a Prusia del resto de los estados
germánicos, pues con ello se terminaría con su nefasta influencia.
En
el Epílogo del ensayo, Emil Ludwig concluye que los tres dictadores abordados
estarían dispuestos a pasar por encima de las libertades de sus conciudadanos,
menospreciando a las masas, con tal de obtener sus objetivos de poder. Los tres
se caracterizan por su gran capacidad para el odio. Si bien cada uno con
particularidades propias de su individualidad, por lo que se les puede agrupar como
vengativos a Stalin y Hitler, como poseedores de coraje a Stalin y Mussolini y
por vanidosos, faltos de humor, supersticiosos, despreciadores de las masas, a
Hitler y Mussolini. Y resume: el único congruente con sus ideas es Stalin, el
que tiene personalidad es Mussolini y el demente es Hitler.
Finalmente
pronostica que Stalin permanecería en el poder al finalizar la guerra, que Europa
tendría unidad ante el exterior y que la diplomacia nuevamente ganaría terreno.
Reflexiones
finales
Nadie
mejor que Emil Ludwig pudo escribir el ensayo motivo de estas reflexiones. Su
conocimiento del espíritu prusiano, así como su experiencia vital, le
permitieron observar con sensibilidad y lucidez lo que ocurría, y vislumbrar
los acontecimientos que se avecinaban. En efecto, no puede haber texto sin
contexto.
Por
la temporalidad en que fue escrita, podemos inferir que la obra tiene un fin
propagandístico. A Ludwig le preocupaba la inminente guerra, así como la
situación que Alemania había alcanzado con Hitler a la cabeza, de ahí que
quisiera alertar a sus lectores en particular y al mundo en general de lo que
ocurriría. Por ello son tan importantes las prospectivas que desarrolla en su
obra. Cabe destacar que el ficticio juicio al Führer en el entonces inexistente
Tribunal de la Haya, resulta del todo interesante, por el significado de la
derrota del poderío nazi con el fin de desmoralizar a sus partidarios y para
alentar a sus contrincantes a seguir la lucha contra el dictador, mostrando el
rostro descarnado del nacionalsocialismo
A lo largo del texto se puede apreciar la
influencia del psicoanálisis en el biógrafo, desarrollado por el austriaco
Sigmund Fred, reflejado en las características que describe de cada uno de los
dictadores: histérico para Hitler, frío para Stalin, carismático para
Mussolini. También demuestra la influencia que tiene de la sociología al tratar
de enumerar las características de los pueblos alemán e italiano. Por otra
parte, y mucho más evidente es la influencia del periodismo al utilizar las
entrevistas que realizó a Mussolini y a Stalin como fuentes directas para sus
ensayos biográficos, aunque no pudo hacerlo con Hitler, al ser perseguido por
éste, ni con Prusia por tratarse de un espacio geográfico.
Hemos
considerado que esta obra es un ensayo biográfico y no una serie de biografías.
La biografía viene a ser una historia completa de una vida. Empieza con el
nacimiento, termina con la muerte o con la culminación de la obra del
biografiado: el objetivo de una biografía es mostrar la singularidad de un
personaje, muchas veces con ideas de emulación o advertencia. Denominamos a
este texto como ensayo biográfico por considerar que Ludwig fundamenta sus
opiniones políticas a través de los argumentos que le prestan los hechos
realizados hasta ese momento por los protagonistas de su texto: Hitler,
Mussolini, Stalin y Prusia.
A
diferencia de sus otras obras biográficas las cuales son dedicadas a grandes
personalidades, ya sean políticas o artísticas, en la obra Tres dictadores… incluye a Hitler a quien él mismo no considera un
gran personaje, sin embargo no lo puede soslayar por su
peligrosidad y belicismo.
Por
otra parte y no menos importante es la labor del
traductor Francisco Ayala, quien en el mismo año de 1939 tradujo el texto,
probablemente con la finalidad de continuar con la labor propagandística de
Ludwig en el mundo hispanohablante y así difundir la peligrosidad de los
dictadores, pensando tal vez en Francisco Franco, por cuya causa fueron
perseguidos y exilados intelectuales que no comulgaban con el régimen, entre
ellos el propio Ayala.
Por
último, nos adherimos a la idea esgrimida por Emil Ludwig “La derrota de los
dictadores [significa] para sus propios pueblos la salvación” (Ludwig, 2011, p.
160).
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[1] Universidad Nacional Autónoma de México, FES Acatlán, pa_mon_ri@yahoo.com.mx.
[2] Universidad Nacional Autónoma de México, FES Acatlán.
[3] Universidad Nacional Autónoma de México, FES Acatlán.
[4] Capital del estado alemán Schleswig-Holstein, a orillas del mar Báltico, donde se encontraba una base naval desde 1860.
[5] Entre las biografías que escribió en el periodo entre Guerras, destacan Beethoven, Goethe, Bismarck, Wagner, Cromwell, Weber, Miguel Ángel, Schliemann, Rembrandt, Goethe, Hindenburg, Lincoln y Cleopatra.
[6]
Para comprender y ahondar sobre el totalitarismo puede verse Hannah Arent
(2015), Los origenes del Totalitarismo.
Federico Finchelstein (2018), Del fascismo
al populismo en la historia. Timothy Snyder, (2017), Sobre
la tiranía: veinte lecciones que aprender del siglo XX
y (2018) El camino hacia la no libertad. Tony Judt y Timothy Snyder, (2012), Pensar el siglo XX.
[7] Las cursivas son nuestras.
[8] En efecto, la opinión generalizada es que el libro está mal escrito, la sintaxis es confusa, las metáforas están mal construidas y la narrativa es aburrida. Además de que fundamenta sus ideas en falsedades y verdades a medias.
Estudios sobre el líder alemán en donde se plantean críticas interesantes a su texto son Sven Felix Kellerhoff (2015), Mi lucha. La historia del libro que marcó el siglo XX; Neil Gregor (2005), How to Read Hitler; Thomas Webber (2012), La Primera Guerra de Hitler. Por otra parte, es importante mencionar que el Instituto de Historia Contemporánea de Múnich, en 2015, a los 70 años de la muerte del dictador y concluir los derechos de autor, publicó una edición de Mi Lucha con aproximadamente tres mil quinientas notas realizadas por especialistas.
[9] No se refiere, desde luego, a la sociedad a alemana en su conjunto, sin que podríamos distinguir entre grupos de personas que resultaron afines al nacismo: jóvenes sin perspectivas, adultos en la miseria, proletarios, sindicalistas.
[10] La persecución nazi era racial sin lugar a dudas. Su doctrina es racista. Una víctima de esta idea fue el mismo Ludwig, ya que, a pesar de no practicar de la religión judía, fue perseguido por el régimen por su condición racial como judía. Véase Hitler (1962, p.35).
[11] Curioso es que critique las prácticas sexuales de Hitler o sus relaciones amorosas, pero eso solo demuestra la profunda necesidad de atacar por todos los frentes al Führer.
[12] En su obra Adalides de Europa, Retratos biográficos, de 1934, retrata a varios personajes entre los que se encontraban Nansen, Motta, Briand, Rathenau, Masaryk, Lloyd George, Venizelos, Mussolini y Stalin. Es interesante ver como incluyó a Mussolini y a Stalin, pero no a Hitler.
[13] Emil Ludwig también entrevistó, durante su exilio, a León Trotsky. Lo que le brindaría el conocimiento necesario para compararlos.
[14]
Para ahondar en el estalinismo, véase las obras de Aleksandr Solzhenitsyn,
(2012), Archipiélago gulag. Manfred Hellmann, Carsten Goehrke, Peter Shibert
y Richard Lorenz (1972), Rusia.
[15] Se trata de una obra de tema filosófica escrita por el ilustre filósofo en 1795, en la que vierte algunas de sus opciones políticas.