DOI:www.doi/org/10.24275/uam/azc/dcsh/fh/2019v31n58/Alcaraz
Sección: Artículo
El viaje
en el siglo XIX.
La Grand
Tour y el viaje pintoresco.
Ideas
sobre el paisaje
The journey in the XIX century.
The Grand Tour and the picturesque journey.
Ideas about the landscape.
Dianela Alcaraz
Herrera[1]
Resumen
El viaje se convirtió durante el siglo XIX
en una práctica muy difundida con el propósito de adquirir conocimiento frente
a lo otro. Esto implicó que para hacer comprensible los nuevos entornos se
dispusieran una serie de constructos que permitieron nombrar la realidad. Uno
de ellos, el paisaje, adquirió diversos significados de acuerdo a cada forma de
ver el mundo: ilustrado o romántico,
Palabras clave: viaje,
viajeros, Grand Tour, Viaje pintoresco, paisaje, Ilustración, Romanticismo.
Abstract
The journey during the XIX century became in a
well-spread practice whose purpose was to acquire knowledge facing the other.
This implied that in order to make new environments comprehensible, a set of
constructs was set out to name the reality. One of them, the landscape, that
based on each manner of watching the world, either illustrated or romantic,
acquired diverse meanings.
Keywords: Journey, traveller, Grand Tour, Picturesque journey,
Landscape, Illustration, Romanticism
Recibido en 25/07/2019
Aceptado en 08/10/2019
Viajar en el siglo XIX, significaba trasladarse de un lugar a otro para conocer,
enfrentarse con lo otro y realizar el paseo que implicaba recorrer un espacio.
La acción de pasear permitía al viajero adentrarse en la dinámica del lugar, no
sólo para conocer, sino para comprender la esencia de los lugares, tener un
mayor contacto con los espacios y deleitarse ante lo nuevo y desconocido. El
paisaje era un temas recurrente dentro de las descripciones, porque, en efecto,
el viaje más que implicar el traslado de un lugar a otro era una experiencia
que pasó de una mera acción recopiladora de los espacios a una vivida y emotiva
aprehensión del lugar.
El propósito de este pequeño artículo es mostrar cómo se da una
transformación en la forma de mirar el entorno. Este mirar estaba dominado por
el pensamiento ilustrado que privilegió el registro de la geografía y
especímenes aislados para explicar el funcionamiento del mundo mediante la
clasificación, mientras que en el posterior romanticismo se nombró paisaje a
esas características geográficas porque adquirieron una categoría estética al
incluir sentimientos sobre la belleza y la espiritualidad.
A finales del
siglo XVIII y principios del siglo XIX existió una práctica muy recurrente
entre los jóvenes de la clase acomodada,La
Grand Tour.Este era un viaje que tenía como propósito poner en practica los
conocimientos sobre ingeniería, arquitectura, geografía, botánica o arte.
Viajaban por diversos países como Italia, Grecia, la India o China o diferentes
continentes como América o África, en un afán por comprobar lo aprendido. Sin
embargo, como he dicho antes, el acto de viajar no solamente implicaba el
traslado, sino el enfrentamiento con lo otro y la autorreferencialidad. El
paisaje era uno de los temas más recurrentes durante el registro de lo visto:
era un elemento significativo dentro de la narrativa viajera para describir el
entorno.
Esta práctica del
viaje y el registro, (en un principio meramente comprobatorio, comparativo y
clasificatorio) se convirtió, bajo los nuevos aires del siglo XIX, en una
experiencia individual, sensible e introspectiva, donde transitar por los
diversos lugares, calles, plazas, alrededores de las ciudades, pasear, se
volvió un acto imprescindible para la comprensión del entorno. Esto significó
detallar cada espacio, desde un aspecto más personal y sensitivo que se nutría
de la experiencia personal, las impresiones, los sentimientos y las emociones
que provocaban las atmósferas de un espacio. El paisaje que apareció en estas
descripciones se convirtió, a decir de algunos investigadores, en el espejo del
alma del viajero.
El viaje y
los viajeros en el siglo XIX.
Quizá
la idea que tenemos del viaje en el siglo XXI es el de la mochila al hombro o el
del cómodo viaje todo pagado en el que las compañías turísticas seleccionan
los destinos por visitar sin un esfuerzo del turista por conocer más acerca del
lugar que visitará. Los viajes de hoy se registran por medio de la webcam de un celular o una cámara
digital sofisticada, que mantienen en su memoria las imágenes de los lugares
que hemos andado. Los recorridos de un lugar a otro, sea en auto o transporte
público, por carreteras bien trazadas y en buen estado, hoy facilitan el tiempo
de trayecto en una cantidad de horas. Las distancias se acortaron, por decirlo
de algún modo, en términos de percepción.
El
viaje del siglo XIX dista mucho de haber gozado de estas y otras tantas
facilidades. Por ejemplo, los viajeros extranjeros que llegaban a México en
principio tenían que hacer una larga travesía en barco que duraba meses, sólo
para llegar a las costas veracruzanas. De ahí pasaban otras cuantas semanas en
carreta para atravesar sierras y valles hasta llegar a la Ciudad de México. No
sin antes haber sufrido los cambios climáticos que van desde los calores
tropicales de la costa, pasando por las zonas húmedas, hasta los fríos de los
nevados de Toluca y zonas boscosas como Amecameca o el Desierto de los Leones,
aunado a las incomodidades del viaje por los malos caminos y la inquietud que
genera el bandolerismo. Y qué decir de los lugares para pernoctar, eran
pequeñas posadas o mesones que servían de alojamiento temporal para los
viajeros con lo necesario para pasar una o dos noches: cama, velas para
alumbrar y un comedor, que, según algunas descripciones, ofrecía un menú
decente.
Si
bien la idea del viaje de hoy dista mucho de la del siglo XIX en cuanto a
condiciones, también lo es en cuanto a su intención, objetivos e intereses,
inclusive en cuanto a formas de mirar el mundo.
El
viaje que se realizaba durante el siglo XIX tenía una renovada intensión
civilizatoria fincada en el discurso de verdad. Lo que movía a estos hombres
decimonónicos, a decir de Margarita Pierinni, consistía en lo siguiente:El hombre occidental del siglo XIX, esgrime
nuevamente en la verdad, como en
siglos anteriores, sólo que ahora se le llamacivilización y en nombre de ella se avanza, se coloniza, se impone
por la razón o por la fuerza, hábitos, formas de vida o estructuras sociales
(1990, p. 41). A diferencian de aquellos viajeros del siglo XVI donde el rasgo
fundamental de su pensamiento era religioso o expedicionario.
Los
viajeros decimonónicos contaban con otras referencias culturales, otros
horizontes. Por un lado, una mezcla de la herencia ilustrada del siglo XVIII con
pretensiones de clasificar al mundo y, por el otro, los nuevos movimientos,
como el romanticismo del siglo XIX, que trató de explicar el entorno mediante
la sensibilidad. En este momento el ideal de instrucción coexistía con el deleite.
El
viajero de la primera mitad del siglo XIX elaboró descripciones conformadas por
una serie de interpretaciones del entorno basado en sus formas de percibir. Éstas
a su vez, estuvieron sujetas a un tipo de pensamiento dominado por las
tradiciones de la época, enmarcadas
por cánones que mantenían esas estructuras. Sin
embargo, estos
testimonios estuvieron definidos por los diferentes bagajes y circunstancias
culturales de cada uno de los viajeros. Por ello se convierten en
representaciones que llevan impresas el punto de vista de cada individuo.
La
realidad del sitio al que viajaban era diferente y el describir los espacios
visitados por los extranjeros se convirtió en una forma de apropiación de lo
nuevo, lo extraño, lo otro, con todo y sus choques en el imaginario. Era, como
indica José María García Arredondo (2012, p. 255), una necesidad de ubicación.
Era necesario saber en dónde se está,
reconocerlo para nombrarlo y aproximarlo a los referentes del observador. Por
ello la experiencia es entendida como
ese cúmulo de conocimientos adquiridos sobre el medio que nos rodea, el cual se
percibe y se le trata de dar sentido. Alfaro (p. 1) indica que la experiencia
de lo otro es recurso invaluable para aguzar la mirada y tornarla lúcida y
penetrante y Koselleck la considera instrumento primordial para llevar a cabo
una descripción (1933, p. 15).[2]En
este sentido, los viajeros tenían una forma de apropiarse la realidad y darle
sentido;interactuaban con el espacio
por medio del paseo. Esto permitió una experiencia de comprensión del entorno
al adquirir una nueva perspectiva de los espacios porque se observa de cerca,
se interactúa y esto genera un conocimiento acerca delo otro.
Sin
embargo, la experiencia se ve atravesada por los pensamientos, tradiciones,
horizontes y enunciaciones de los individuos, así como sus expectativas. Todas
estas condiciones entran en juego para construir una particular visión. Este
tipo de descripciones dieron origen a obras actualmente denominadas de viajes, porque en ellas se recaba la
experiencia producida al trasladarse a otros lugares.
Son
diversos los motivos que mueven a un viajero desde el principio de las
civilizaciones y, al respecto, algunos autores del siglo XVIII nos dicen que
existen dos fuentes del saber humano y su devenir: la historia y los viajes
(Pierinni M., 1990, p. 15). Es en este contexto que las personas están
dispuestas a dejar lo propio, moverse, mudarse física y mentalmente para
enfrentar lo ajeno que puede asombrar, confundir, horrorizar o deleitar.
Durante
el siglo XVIII y, al menos la primera mitad del siglo XIX, existieron cierto
tipo de viajes con la pretensión de conocer el mundo bajo una nueva mirada. Al
estudiar las descripciones de quienes llevaron a cabo estas travesías, podemos dar
cuenta de la mirada viajera. La cual, mediante el registro de lo visto, nos
señala aquellos detalles de la realidad que consideraba sumamente necesarios
para entender el entorno, como lo era el paisaje.
La Grand Tour
y el afán racional.
Las
prácticas que mantuvieron los viajeros decimonónicos fueron una herencia de
tradiciones dieciochescas que a la luz del siglo XIX adquirieron intenciones
diferentes. No es que hayan sido opuestas o eliminadas, unas se convirtieron en
el precedente de otras. Así encontramos dos de las prácticas que permitieron la
existencia y prueba del viajero durante el siglo XVIII: el viaje y el registro.
Estos se convirtieron durante el siglo XIX en los viajes pintorescos, en los cuales se recabaron las descripciones de
costumbres, hábitos, poblaciones y paisajes. El objetivo de estas prácticas pasó
desde el afán por instruir hasta el de deleitar al estimado lector.
Conocido
como el siglo de las luces debido al
papel del pensamiento racional, el cientificismo y el mecanicismo como faros
del saber humano, el siglo XVIII fue un momento donde el discurso de la verdad dominó el pensamiento bajo el mando de la razón y el progreso como instrumentos civilizatorios. Europa comenzaba a
gestar un renovado interés expansionista y de dominio, el cual se vistió con
los ropajes de progreso y razón para llegar a los lugares más recónditos del
mundo.[3] El viaje auspiciado por este interéscobróimportancia dentro del pensamiento científico como sinónimo de conocimiento y verdad con un trasfondo
expansionista.
Los
hombres eran testigos de los hechos, los observaban y estaban en el lugar mismo
de la evidencia, a la que entendían como una prueba fehaciente de veracidad: el
viaje se convirtió en una experiencia de verdad. La ya mencionada Grand Tourfue una de las prácticas culturales más
habituales en el siglo XVII; consistía en los viajes que frecuentemente hacían
por Europa los hijos de personajes adinerados de Inglaterra para completar su
educación(Soto Roland, 2005, p. 2).[4]
Esta
idea en poco tiempo irradió sus presupuestos a varios puntos de Europa y tuvo
un claro objetivo: conocer todo acerca del hombre y su entorno. Se pretendió
comprender el mundo para dominarlo, por ello no es raro que quienes tenían
acceso a ese gran viaje fueran jóvenes acomodados de clases sociales altas, de
familias vinculadas a la política o a la emergente burguesía.
Las
tradiciones del pensamiento en el siglo XVIII giraban en torno a las culturas
clásicas que se tomaron como modelos de racionalidad. De modo que Grecia e
Italia se convirtieron en los destinos más visitado por ser puntos de origen
del conocimiento. Por lo tanto ir a la fuente originaria era una referencia
obligada (Córdoba,
2005, p. 17-53).[5] Pero también la
filosofía de la época estaba fundamentada en las nuevas tendencias que, debidas
a Montesquieu y Jean Jaques Rouseau, se expandían como manifestación
intelectual donde el hombre, la ciencia y la filosofía ocupaban un lugar
preponderante dentro del pensamiento.
Margarita
Pierinni indica que la filosofía de la Ilustración dejó huellas en los viajeros
de ese momento: el viaje tiene ahora, fundamentalmente, un objetivo
científico, se engloba una serie de conocimientos universales: la geografía, la
arqueología, la historia y las costumbres. Se viaja para explorar el mundo
físico, el mundo social, el mundo moral (1990, p. 29). El viaje adquirió enormes dimensiones y su fin era conocer al
hombre en todas sus posibilidades: costumbres, lenguas, formas de vida, de
gobierno y sociedad. Pero todo bajo un sentido de utilidad, es decir, debía
contar con un fin específico, básicamente científico, encaminado a contribuir
al conocimiento, ya sea para confirmar una teoría o recopilar información
sobre la naturaleza humana (Pierinni M.,1990: 30).
El hombre del siglo XVIII era un ser racional,
todo lo veía a través de los ojos del cientificismo y la razón; buscaba extraer
leyes universales con un propósito de exactitud, lo que significaba aprehender
al hombre así como el funcionamiento para entenderlo y dominarlo.Esto trajo consigo la elaboración de un tipo
de descripción asentado en un lenguaje científico que clasificaba todo lo
existente: algo indispensable para dar orden. Así surgió el método científico
como una herramienta esencial de análisis y estudio, cuya finalidad eracomprobar y verificar hipótesis esenciales para
la generación del conocimiento.
El
registro usó la descripción científica como un instrumento que comprendió dos
tipos de recursos, uno escrito y otro visual. El recurso escrito se
caracterizaba por no contener adjetivos, era conciso y puntual, se valía de las
convenciones de la época, como las clasificaciones taxonómicas, que permitían
el orden y la explicación. La escritura científico-descriptiva alcanzó profundidades
conceptuales por la información geográfica, botánica, económica e histórica
contenida en los informes. Práctica que encarnaba la vanguardia en el conocimiento
bajo nuevas categorías de análisis, pero también representaba la formalidad de
convenciones academicistas que daban validez a las investigaciones traducidas
en la llamada ciencia (Soto, 2005, p.
4).
Por otro lado, el recurso visual tuvo
gran aceptación dentro del método. El dibujo resultó ser el medio a través del
cual se podía representar la información exacta y fiel de las características de
un ejemplar en estado vivo, como su forma y color. Los dibujos, designados con
el nombre de ilustraciones, se transportaban hacia aulas y gabinetes donde eran
estudiados en caso de que los ejemplares vivos no se tuvieran a la mano. Su
escrupulosa representación permitía a los científicos botánicos o naturalistas
estudiar, identificar y nombrar a las especies (Pérez, 2013, p. 3).
Este
tipo de representaciones tiene un claro objetivo utilitario: la ilustración
científica es una rama de la ilustración artística [
]. El adjetivo
´científica´ nos subraya que la información que entrega, tiene su fuente en la
ciencia (Pérez R.G., 2013, p. 2). A pesar de su delicada y bella elaboración,
su única función era la de transmitir conocimientos concretos. Cada uno de los
ejemplares en estas ilustraciones era extraído de su hábitat natural, pues se
daba prioridad al estudio en sus características individuales y no de su
interacción con el medio que le rodeaba.
El registro servía únicamente para
explicitar características y detalles particulares, es decir, era una parte del
método basado en evidencias que llevaría al hombre a encontrar verdades y sistematizar
el conocimiento: el hombre ilustrado rastrea los antecedentes históricos,
analiza los elementos que pueden haber dado pie a mitos, plantea hipótesis[
],
acumula testimonios escritos que provienen de un pasado bastante reciente (las
relaciones de misioneros y conquistadores portugueses y españoles)
(Pierinni,1990, p. 31). Este quehacer se convirtió en una forma de apropiarse
el mundo, de comprenderlo y dominarlo.
Al
recolectar, registrar, clasificar y catalogar se pensó que con la comprensión
de las leyes bajo las cuales el hombre y su entorno se regían, se subyugaba el
funcionamiento del mundo. Con ello nació el viaje de exploración y el viajero
naturalista, representante del espíritu ilustrado, quien concentraban todas las
características del academismo racional: observar, describir, clasificar y
traducir en palabras el universo material. (Soto, 2005, p. 3).
Ese
universo maravilloso ofrecido por las nuevas tierras como América, resultaba
irresistible descubrirlo o más bien re-descubrirlo, puesto que el pensamiento
científico permitió ver con otros ojos las cosas ya existentes ante el soplo
del dominio y control basados en ese discurso de verdad. Práctica que implementaba
la civilización como un nuevo
instrumento de dominación de unos países sobre otros, de unas razas sobre
otras, de un grupo social sobre otros (Pierinni,1990, p. 32).
La
tradición cientificista basada en el discurso de verdad y civilización perduró
a lo largo del siglo XVIII en el pensamiento de la sociedad. Pero, nuevos aires
fundamentados en el sentimiento y
propiciados por el romanticismo rompieron paradigmas y tradiciones que
confluyeron para dar paso a otro tipo de viajero.
En
esta transición podemos encontrar a uno de los viajeros científicos ilustrados
por definición, su nombre, Alexander Von Humboldt,[6] quien
con su gran trabajo como naturalista, geógrafo, botánico, geólogo, químico,
astrónomo e historiador, aportó un extenso conocimiento a las ciencias sobre
las particularidades naturales y sociales de diferentes territorios a finales
del siglo XVIII (Del Moral, 2003, p. 7-8).Trascendió durante la mayor parte del XIX, por
ser uno de los iniciadores de la revolución cultural, definida por Jean Paul
Duviols como la creación y difusión de documentos iconográficos que expresaban
sensibilidad estética y al mismo tiempo, ofrecían garantías científicas
(Duviols, 1996, p. 18).
Su
obra tuvo gran impacto en el pensamiento ilustrado por el aporte a las ciencias
denominadas físicas, como las ciencias naturales, geográficas, botánicas,
astronómicas, entre otras disciplinas. Su trabajo implicó una ardua
investigación y estudio de las características físicas de diversos territorios
que comprendían el mundo. Sin embargo, también tuvo influencia en el
pensamiento romántico al cambiar de paradigma al oscilar entre el rigor
científico y la estética de la descripción. (Puig-Samper y Rebok, 2003)
La
vena científica de Humboldt es la que termina por definir su esencia como
hombre de razón. Esta se observa en
la siguiente cita a propósito del conocimiento de las ciencias físicas,
Adquirí
muy luego la íntima convicción de que toda contemplación en grande de la
naturaleza así como todo ensayo dirigido á comprender las leyes que componen la
física del mundo, serían siempre empresa quimérica y vana sin una pasión
vehementísima por el estudio sólido y profundo de las ciencias naturales en
todos su diferentes ramos. (Humboldt, 2005, X,).
Es
consciente de que la naturaleza debe de ser contemplada como una totalidad
donde interactúan los diferentes elementos que la componen, además de contar
con una capacidad para producir un cierto deleite en quien mira. Pero no
descarta el estudio concreto y científico para alcanzar los secretos que
encierra la naturaleza, sin caer en construcciones idealistas o ilusas
basadas en la especulación.
La
naturaleza entendida como un organismo vivo es una concepción que Humboldt
regaló a las ciencias físicas, ya que desde su punto de vista cada
característica subsiste según y en función del clima, situación geográfica e
incluso la sociedad, por lo que no se le puede disociar del medio ambiente.
Este hallazgo dio origen a la idea de unidad de la naturaleza (Puig-Samper y
Rebok, 2003, p. 22).
La unidad de la
naturaleza
como idea permitió alcanzar un descubrimiento visual en su parte estética
(Duviols, 1996, p. 18). Miguel Ángel Puig (2003) señala que al otorgar a la
naturaleza el título de paisaje
intervino la relación de la naturaleza física y la naturaleza humana. Esto le
dio un giro a la organización del espacio en el que se modificaron sus
criterios de percepción y se amplió la escala de observación, es decir, el
carácter científico que define los aspectos geográficos e históricos son
vinculados a la descripción artística del individuo producida desde su
percepción. Esta revolución en la forma de observar la naturaleza influyó
notoriamente en la manera de concebir los espacios en los viajeros de épocas
posteriores, porque no solo registraban sus hallazgos, sino que daban ese toque
ameno al ver a la naturaleza más allá de sus características físicas.
La
figura de Humboldt y su obra cobran importancia por la influencia que tuvieron
en las ciencias físicas y en la forma de observar el entorno, como lo señala Duvois
(1996) en el siguiente párrafo:
La
personalidad del sabio prusiano, la calidad de su obra científica, lo original
y extraordinario de sus descubrimientos contribuyeron a despertar el interés de
Europa por el continente americano, que se puso muy en boga durante el periodo
romántico. La fascinación exótica que ejerció en otros aventureros dio como
origen los viajes pintorescos. Por lo tanto, durante el periodo posterior a
los movimientos independentistas se puede hablar de una escuela humboldtiana
de pintores en América. (pp.
16-20)
Su
obra se convirtió en referente de la mayor parte de los viajeros naturalistas
del siglo XIX, quienes encontraron se inspiraron en el cúmulo de notas,
registros e ilustraciones y también en sus reflexiones contemplativas sobre la naturaleza,
forma peculiar de transmitir los espacios naturales, mezcla de tradición
ilustrada y mirada romántica. Todo lo anterior contribuyó a que viajasen a otras
tierras bajo la guía de Von Huboldt, porque persiguieron esa visión naturalista
y exótica del mundo así como la curiosidad aventurera bosquejada en sus líneas,
En
aquel librillo que escribí primitivamente en alemán y fue luego traducido al
francés [
] tocaba bajo puntos de vista generales algunos ramos de la geografía
física, tales como la fisonomía de los vegetales, de las sabanas y de los
desiertos, y el aspecto de las cataratas. Si ha sido de alguna utilidad, no
tanto se debe á lo que en libro en sí podía ofrecer, cuanto á la influencia que
ha ejercido en el ánimo y en la imaginación de una juventud ávida de ciencia,
dispuesta á lanzarse en lejanas empresas. (Humboldt, 2005, X)[7]
Sin
embargo, su obra también generó expectativas en viajeros con intereses
lucrativos al presentar a México como un gran
cuerno de la abundancia capaz de ofrecer diversidad de productos para su
explotación.
Siguiendo
sus instrucciones, pautas cientificistas y señalamientos acerca de lugares de
interés por su gran riqueza natural o humana, el naturalista logró captar la
atención del mundo sobre territorios ya conocidos, pero desde un nuevo enfoque
en el que la naturaleza participa conjuntamente con la acción humana. De esta
manera se fueron estableciendo los temas recurrentes en los libros de viajes
señalados por viajeros de gran peso científico como Humboldt.Las ruinas de civilizaciones antiguas, los
climas, la vegetación típica de los lugares, los paisajes para establecer un
panorama de la geografía y la población, florecieron como temáticas obligadas.
Durante el siglo XIX todos estos temas tuvieron otros alcances como el paisaje,
las ciudades, lo prehispánico o lo costumbrista, que contaron con una finalidad
ya no meramente instructiva.
Para
el estudio de los viajeros en México, la figura de Humboldt adquiere
importancia por la diversidad de información que logró reunir sobre el país,
pero sobre todo, por ser el precursor de la práctica del viajé científico y
artístico, antecedente y parámetro para todo aquel interesado en el
conocimiento y el saber de este territorio. Entre los viajeros de la primera mitad
del siglo XIX tenemos a Carl C. Sartorius (1824), Carl Nebel (1829), Thomas
Egerton (1930), Johan Moritz Rugendas (1831), Mathieu de Fossey (1831) y hasta
la mismísima Madame Calderón de la Barca (1839),[8] entre
otros. Todos ellos fueron receptores de la gran herencia de éste científico
prusiano, ya fuese mediante el seguimiento de sus itinerarios o como fuente de
información sobre los territorios, que en cualquiera de los casos, se convirtió
en un estímulo e inspiración.
Estos
viajeros de la primera mitad del siglo XIX se les puede considerar como
pertenecientes a la escuela humboldtiana,
debido a claras manifestaciones temáticas en sus obras: tenían por principio la
idea del gran viaje americano y
además ofrecían datos plenamente científicos a la par de la mirada estética
para que la naturaleza fuera entendida en su totalidad y fuese vista como paisaje. Otro indicativo de pertenencia
al grupo era la directa autoridad que adquirían sus textos al lograr ser
publicados como los viajes pintorescos,
libros que surgieron para satisfacer curiosidades sociales, por cierto
europeas, los cuales describían e ilustraban lugares lejanos con pobladores de
extrañas costumbres.
La
figura de Humboldt se convirtió en preámbulo de un nuevo tipo de viajero
encauzado hacia un siglo definido por los profundos cambios en las formas de
concebir el mundo, en el cual los intereses y deseos de catalogar y clasificar
ceden su lugar a la emoción, a la sensación y al sentimiento. Esto posibilitó
acceder a otro modo de entender la realidad bajo la nueva mirada que proponía
el romanticismo, nuevo espíritu que rondó durante el siglo XIX.
Entre la racionalidad y la emoción.
A
finales del siglo XVIII y principios del XIX, los propósitos del viaje, así
como las formas de registro, cambiaron. El viajero naturalista adquirió nuevos
tintes al diversificar sus intereses y objetivos. En este momento el discurso
de la verdad y razón se inclinó por la emoción y sensibilidad, pero no dejó de
lado su esencia colonizadora, solo que ahora se le llamó civilización (Pierinni,1990, p. 41).
Por
su parte, el lenguaje científico propio de la Ilustración poco a poco se fue
separando del gusto de los viajeros, al preferir algo más estético y subjetivo
para hacer de la realidad una pasión desbordada, producto de una nueva
concepción de la realidad bajo el llamado romanticismo
(Illades C., 2005, p. 11).[9] No es que haya
desaparecido toda una forma de ver el mundo para dar paso a otra, más bien,
ambas formas de proyectar la realidad convivieron en el mismo espacio
descriptivo (Soto, 2005, p. 6). El informe científico adquirió matices
estéticos y delicados, el dato duro se vinculó a las descripciones literarias y
poéticas al incluir puntos de vista emocionales y sensibles.
Los
vientos del nuevo espíritu dieron un giro a los objetivos de la tradición del
viaje y el registro, que, sin duda, fueron herencia de un tipo de viajero
interesado en contemplar la realidad más que explicarla: hablamos del viajero
romántico.
Para
el hombre de pensamiento apasionado e idealista, el viaje ya no solo tenía un fin útil, ni servía para catalogar o
clasificar el mundo científicamente, ahora lo había de interpretar bajo la
óptica de la experiencia personal e íntima (Soto, 2005, p. 8). Por lo que el
paseo se convirtió en la actividad preferida por este tipo de viajero. La
atención sobre el entorno se situó en la percepción del individuo asociado a
los aspectos sensoriales y emocionales que los ambientes o los diversos
espacios le ofrecían. Por lo tanto, la forma de representar la realidad se
alejó paulatinamente de la experiencia racionalista para orientarse en la
introspección por medio de la evocación, la sensibilidad y la espiritualidad. Lo
anterior favorecido por escenarios melancólicos
y solitarios como los bosques, selvas, desiertos, mares o montañas.[10]
El
viajero de este siglo reinventó los espacios: al concederles nuevos
significados, los dotó de sentimiento, de emoción, pues los construyó a partir
de sus sensaciones y percepciones, pero sobre todo se introdujo el elemento
autobiográfico donde proyectó su yo y su estado de ánimo que recayó
directamente en la descripción del entorno (Soto, 2005, p. 8). También usó un
tipo de lenguaje más estético que exaltó los aspectos emocionales de su psique,
con ello, el registro también sufrió
transformaciones, se alejó del lenguaje academicista para abrirse a un recurso
expresivo rico en adjetivos que propiciaba la fantasía, la exuberancia, la
maravilla y el misterio (Soto, 2005, p. 8).
Esto
significó que las formas de representar la realidad tuvieron una revolución no
solo textual, sino también visual. Mientras que el viajero ilustrado mediante
el dibujo extraía detalladamente características individuales del ejemplar
estudiado, entendido como plantas, animales o personas fuera de su hábitat, el
viajero romántico se interesó por representar el entorno general, el todo
articulado entre los aspectos del medio ambiente: la vegetación, los accidentes
geográficos, la población, la ciudad y su historia.
Este
salto constituyó un cambio en los modos de expresar la realidad y la concepción
del espacio; en el que se podía
observar la interacción entre la naturaleza y los seres humanos. En este giro
la experiencia personal y sensitiva, junto con el lugar que se ocupa en el
mundo, ocuparon el centro de la reflexión del romanticismo. Estas
representaciones no solo se llevaron a cabo textualmente sino también por medio
de imágenes contenidas en ciertos libros a
manera de pinturas y litografías que reforzaban visualmente los textos. El libro pintoresco se convirtió en una
publicación que ofrecía experiencias más que conocimientos y en su interior se
produjeron cuadros paisajísticos que combinaban información científica con
atmósferas emotivas. Por un lado se encontraban dibujos de la vegetación típica
de un lugar, por otro, atmósferas emotivas que alimentaban la imaginación, la
evocación y el desplazamiento del lector, cuando menos mentalmente, hacia
lugares exóticos y lejanos. En suma, una experiencia distante de los informes
estrictamente pormenorizados que solo establecían clasificaciones y datos
aislados. Si bien estos trabajos sirvieron para instruir con base en un tipo de
información específica y concreta, su objetivo último era el de entretener y
deleitar a los lectores, ideal clásico que perduró durante la mayor parte del
siglo XIX (Pierinni, 1990, p. 39).
Dentro
de las cualidades que adquirió el viajero romántico estaba el concebir una
renovada forma de pensar el mundo: además de observar y clasificar, también sentía. Las representaciones sobre la
realidad decimonónica se convirtieron en un género prolijo que a diferencia de
los registros del XVIII, tuvo una expansión en cuanto a fuerza expresiva. Ésta
vigorizada forma de comprender el entorno transformó la narración en algo más
vívido al dar paso a la imaginación y a la experiencia sensible, componentes
fundamentales y visibles en la forma de transmitir la realidad (Ríos, 2011, p. 2).
En
el siglo XVIII el pensamiento ilustrado atestiguó la aparición del libro de viajes como género En el siglo
XIX la proliferación de los viajes
pintorescos fue favorecida por el interés que se tejió entre una serie de
elementos a saber: primero, el expansionismo asentado en la idea de
civilización frente a la barbarie o lo exótico; segundo, la nueva forma de ver
el mundo con el predominio de la experiencia íntima y personal aunada a las
renovadas formas descriptivas textuales y visuales. Todo lo anterior despertó
el interés de las sociedades ilustradas e industrializadas, fascinadas por los
textos e imágenes que alimentaban su imaginación, que permitía fugarse de la
realidad urbanizada y mecanizada.
Este
tipo de representaciones, convertidas en libros, no son más que el resultado de
construcciones basadas en esos convencionalismos de la práctica romántica,
donde son señalados aspectos del mundo como la naturaleza, el paisaje, las
ciudades, las ruinas arqueológicas, los hábitos y costumbres de la población
bajo una mirada asistida por la exacerbación del sentimiento, el estado de
ánimo o las sensaciones. Así los libros adquirieron elementos que se
convirtieron en tópicos de este tipo de obras como parte del canon de la época,
el cual adquirió nuevos significados con los soplos románticos.
El viajero del siglo XIX manifestó en
sus libros una actitud hacia la contemplación de la realidad y la experiencia
vivida en el viaje; más quetrasladarse
de un lugar a otro, entró en contacto con estos lugares mediante el recorrido. Fue
crucial adquirir conocimiento de tipo introspectivo y del lugar que se ocupaba
en el mundo. Así, por ejemplo, surgió la necesidad de encontrar las raíces y el
origen de sí mismo, cuestión que contribuyó al nacimiento de los nacionalismos
y la búsqueda de lo propio. Por tanto se acrecentó el interés por las ciudades,
costumbres y tradiciones locales, tema constante dentro de los libros de viajes
pintorescos, por la población y todo lo que le concierne: hábitos, vestimentas,
actividades, diversiones, oficios, costumbres, tradiciones y hasta la comida. Los
paseos permitieron al viajero observar más de cerca estos rasgos e inclusive
ser receptores directos de las atmósferas. En consecuencia, ellos mismos se
vieron envueltos en los nuevos ambientes. (Senderos, 1996, p. 13).
La
naturaleza, y su nueva concepción entendida como paisaje, fue otro de los temas que tuvieron un cambio en la forma
de ser interpretado. Antes reducida por los registros mediante la catalogación
y clasificación, ahora aparece indomable, peligrosa y dominante. Para el
viajero romántico la naturaleza es una fuerza vital incontrolable que todo lo
invade (Soto, 2005, p. 10) y su falta de armonía simétrica, que antes requería el
domesticarla mediante jardines, ahora resulta armoniosa (la irregularidad, el
caos y lo salvaje) porque en ella el viajero se siente parte de ese mismo mundo
que ambos habitan. El viajero no controla a la naturaleza, se une a ella.
Por
ello el escenario más satisfactorio es el de las ruinas devoradas por la
naturaleza que toma lo que le pertenece y condena lo artificial. Lo natural es
comprendido en su conjunto, en la interacción de cada elemento, para dar cabida
al paisaje. En términos filosóficos además de físicos, los principios
románticos permiten identificar oposiciones como la ciudad frente el campo lo
artificial frente a lo natural. (Soto, 2005, p. 10).
El
paisaje se convirtió en un elemento
imprescindible en las descripciones de los viajeros decimonónicos por varias
cuestiones. En primer lugar, por ser entendido como el territorio mismo;
describirlo también era caracterizar las particularidades de un país. En
segundo lugar, el paisaje se convirtió en uno de los rasgos mas seductores del
viaje. Pensemos en las condiciones para trasladarse durante el siglo XIX: las
travesías eran mas lentas, no había tantos edificios y las ciudades no eran tan
grandes, esto posibilitó admirar en su esplendor la geografía del lugar. Porque
el paisaje en términos físicos, es geografía; en términos estéticos,
contemplación, admiración y tal vez gozo y deleite. Por lo tanto, el viaje se
concibió como una experiencia personal de reflexión en la que la espiritualidad
del viajero romántico convirtió al paisaje en el reflejo de su alma, aquel en
el que vertía sus estados de ánimo y emociones.
Los viajes pintorescos permitieron que
el paisaje se convirtiera en uno de los referentes por excelencia para describir países. Una vez elaborados, estos
registros cumplieron su principal fin: el conocimiento de otros lugares durante
el siglo XIX, que a la luz del tiempo se convertirían en registros que muestran
la mirada viajera, importante para entender el entorno del pasado (Kohut, 2010,
p. 74).
Conclusión
Los
viajeros de las primeras décadas del siglo XIX pertenecieron a una cohorte de
transición entre la ilustración y el romanticismo y esa mezcla de tradiciones influyó
en su pensamiento.
Los
viajeros al llegar a diversos territorios, donde las realidades eran complejas,
trataron de dar sentido a esos nuevos entornos. El paisaje fue uno de esos
rasgos nuevos que no pasó desapercibido: los climas, la vegetación y las
apropiaciones de la población sobre el espacio dieron lugar a las características
representativas de cada uno de los lugares que visitaron.
Durante
la primera mitad del siglo XIX el viajero que se trasladó a diferentes tierras
partía de un presupuesto ciertamente engañoso: creía que eran un espíritu libre
de prejuicios, abierto, sin ideas preconcebidas y totalmente objetivo en su
registro, pero en la realidad no era capaz de dejar de lado las comparaciones. La
naturaleza, las ciudades, las calles o la población son tópicos establecidos en
ese afán por dar sentido a esos lugares ajenos, representados bajo diversas
ópticas y en función de diferentes categorías de análisis, según los bagajes
culturales de cada uno.
El
único referente que se tiene es lo que se conoce y el concepto del mundo bajo
el que se ha vivido. Esto se aprecia en el paseo, forma de recorrer y concebir
los lugares de manera mas íntima y personal cercana a las atmósferas y
ambientes y en el paisaje como representación de una idea de lo que es un país.
El
viajero, en una forma de enfrentarse a la realidad y para hacer comprensible
los nuevos entornos, inventó bajo su mirada toda una serie de constructos que
permitieron nombrar la realidad en el siglo XIX. Entre esos elementos estuvo la
visión de un paisaje que,
aunque completamente ajeno a sus experiencias, actuó de dos formas en las descripciones: por
un lado, como sujeto y objeto de descripción, elemento esencial de la
comprensión del mundo; por otro, como término y concepto de las
convencionalidades estructurales que toda narrativa viajera del siglo XIX debió
poseer, en las que el viajero demostraba haber estado en un lugar y dominar los cánones mediante la
descripción.
Lo
cierto es que todo cuanto se representa, visual o textualmente, es un
constructo producto de las formas de concebir el mundo.
Referencias
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http://www.edhistorica.com/pdfs/VIAJEROS_Ilustrados_y_Romanticos_siglo_XVIII_XIX_.pdf
[1] Colegio de Bachilleres, heal.dian@gmail.com.
[2] Hay que entender la experiencia en términos de Koselleck,
es decir, la vinculación del pasado y del futuro como parte de la construcción
del presente. El pasado contribuye a formar los conceptos en el presente y
permiten crear expectativas hacia el futuro, de esta manera la carga de
experiencias del pasado conocidas como prejuicios
son vinculados el presente por medio de enunciaciones y bagajes culturales que
permiten la proyección de dichos prejuicios hacia el futuro a manera de
posibilidades.
[3] La revolución
científica, el auge del pensamiento racional y la industrialización de
Inglaterra dieron pie al movimiento ilustrado, el cual se transmiti a diversos
puntos de Europa, como Francia y Alemania, los cuales al desarrollarse
industrialmente concibieron la idea de progreso. Esto contribuyó con un
entusiasta interés por expandirse sobre territorios menos desarrollados pero
con gran capital de recursos naturales muy convenientes para la industria (Soto
Roland, 2005).
[4] Se convirtió en una práctica
muy imitada durante el siglo XVIII bajo esta visón del viaje como conocimiento.
A partir del siglo XIX la práctica tuvo un alcance mayor, no solo de
conocimiento sino de autoconocimiento bajo el pensamiento romántico, sin dejar
de lado los intereses expansionistas europeos con la enarbolada bandera
civilizatoria muy difundida durante este siglo.
[5] En la obra Cosmos de Alexander von Humboldt, a lo
largo de su introducción expresa repetidamente esta idea sobre la antigüd;edad
clásica como una fuente eterna de instrucción y de vida.
[6] Friedrich Wilheim
Heinrich Alexander Von Humboldt fue un científico naturalista prusiano que
nació el 14 de septiembre de 1769 y falleció el 6 de mayo de 1859 en el mismo
lugar. Con una inteligencia brillante e irrefrenable curiosidad logró tener una
sólida base educativa en diversas materias: geografía, economía, meteorología,
astronomía, botánica, geología e ingeniería producto de su formación en las
universidades mas importantes de su época. Sus viajes científicos abarcan
regiones de Europa, como Inglaterra, Holanda, Francia, Bélgica y España.
Exploró Centroamérica, Venezuela, las regiones de los ríos Orinoco y Amazonas,
Colombia, Ecuador, las cordilleras de los Andes, Cuba, México y Estados Unidos.
También se aventuró a la región que va desde los Urales hasta Siberia. Su
amplísima obra ha contribuido al conocimiento científico en diversidad de
disciplinas, especialmente favoreció la concepción de una nueva forma de
entender la geografía (Del Moral, 2003).
[7] El
viajero hace mención de su texto llamado Cuadros
de la Naturaleza de 1808, en el que hace referencia a diversas zonas
geográficas de Europa, África, América y Estados Unidos. En él lleva a cabo un
estudio de geografía al comparar los diversos climas, vegetación y animales en
cada una de las regiones, sin embargo también se puede advertir el origen de la
idea de paisaje como un todo que interactúa entre sí, como un ser vivo
susceptible al análisis científico y a la vez contemplativo.
[8] Las fechas que aparecen entre paréntesis corresponden al momento que llegaron los viajeros a México.
[9] Algunos autores como
Alfredo de Paz, Carlos Illades, Hugh Honour, Roger Picard, Peter Burke, Isaiah
Berlin, Albert Béguin, entre otros, han definido al Romanticismomás que como un movimiento, como corriente o forma de
pensamiento,un complicado proceso de
rupturas y transformaciones del paradigma que permeaba durante la Ilustración,
todo ello reflejo de una realidad que cambió sus formas de concebir el mundo
dejando de lado la mecanización al que se dirigía la Ilustración frente a
nuevos criterios de verdad.
[10] Inclusive el término
escenariopara designar a la
naturaleza es parte del cambio en la forma de concebir los espacios al ser
asociados a la idea del teatro donde el viajero es un espectador que se ve
envuelto en el espectáculo que ofrece el entorno.