La Revolución mexicana y los cursos de
invierno de 1955
Lemus Soriano, Elmy Grisel. (2023). La Revolución mexicana: un balance
desde la academia. Los cursos de invierno de 1955. Universidad Autónoma
Metropolitana Azcapotzalco, Serie Estudios, Biblioteca de Ciencias Sociales y
Humanidades.
Gilberto Urbina Martínez*, 0009-0000-6593-7986
*Facultad de Estudios Superiores Acatlán, UNAM
Correo: 825373@pcpuma.acatlan.unam.mx
La presente obra aborda
los cursos de invierno de 1955 en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM
que tuvieron como eje temático la Revolución mexicana. Era la primera vez que
se abría un espacio académico universitario para reflexionar específicamente
sobre el proceso armado iniciado en 1910.
La obra de Elmy Lemus resulta un propositivo análisis de dichos cursos
y también una novedosa propuesta para entender por qué y cómo se llevaron a
cabo éstos. Asimismo, es un excelente ejemplo de cómo realizar un análisis
propiamente historiográfico —entendido como el análisis de una fuente primaria en
relación con el contexto donde se produjo— puesto que la autora explora,
explica y analiza las circunstancias en las que se presentaron y en qué consistieron
aquellos cursos de 1955. Así, Lemus señala que el propósito de éstos fue
celebrar la recién fundación del Instituto Nacional de Estudios Históricos de
la Revolución Mexicana (INEHRM), creado por decreto del presidente Adolfo Ruiz
Cortines el 29 de agosto de 1953. El que, por cierto, cambió de denominación al
de Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México por
decreto del presidente Vicente Fox el 16 de mayo de 2006, conservando sus
siglas INEHRM.
En 1955 sería el vocal
ejecutivo de dicho instituto, Salvador Azuela, quien organizó este evento a fin
de festejar no solo la creación del INEHRM, sino para realizar principalmente una interpretación dentro
del marco académico de la Revolución mexicana, ese episodio relativamente
reciente (habían pasado 45 años de su inicio) que transformó al país y dotó de
legitimidad al sistema político mexicano. Como se puede desprender de los dos
primeros capítulos que versan sobre la profesionalización de la ciencias
sociales y humanidades, no se trataba de generar polémica política sobre este
suceso histórico acaecido en 1910, sino más bien plantear una reflexión
propiamente académica sobre aquel acontecimiento pretérito con base en una perspectiva
metodológica proveniente de aquellas disciplinas, desde cuestiones temáticas,
conceptuales, teóricas, entre otras, como se puede apreciar en el tercero y
cuarto capítulo.
Estos
cursos en realidad fueron una serie de conferencias que tuvieron como escenario
la también recién inaugurada Ciudad Universitaria, un
emblemático 20 de noviembre, pero de 1952. Para impartirlos fueron invitados una veintena de personajes que, en aquel
entonces, formaban parte de la intelectualidad mexicana en
distintas ramas de las ciencias sociales y las humanidades, de quienes la
autora ofrece, como anexo al final de la obra, un “Cuadro biográfico” que
resulta de gran utilidad para dimensionar sus trayectorias; así como otro anexo
donde se reproduce el programa completo de dichos cursos, lo que permite
entender las preocupaciones temáticas de estos conferencistas. Sin embargo,
llama la atención que a estas conferencias no fuera invitado Francisco L.
Urquizo, quién fuera uno de los fundadores del INEHRM.
En dichos cursos o
conferencias, realizados entre el 24 de enero y el 4 de febrero de 1955, se
planteó realizar una visión interpretativa de la Revolución mexicana trazando
cuestionamientos no necesariamente políticos sobre aquel pasado relativamente
reciente en un contexto, mediados de la década de 1950, en donde el gobierno
ruizcortinista paulatinamente se fue desligando del sexenio alemanista e
iniciando lo que se conocería en el ámbito económico como Desarrollo
Estabilizador.
Eran tiempos de cambios
en lo económico, político, social y hasta cultural. Era, a su vez, un tránsito
discursivo, como señala la autora, entre la Revolución finalizada en términos
materiales y la Revolución vigente en el discurso político y, por tanto, de
legitimación de acuerdo con lo experimentado por México en aquellos
momentos de transición axiomática, tanto en el ámbito académico como en el
político. Fue por ello que cuestionar las implicaciones de la Revolución, desde
el marco académico, incidió en que los conferencistas de estos cursos
recurrieran a categorías tales como “fuentes” o “memorias”, en términos
metodológicos, para realizar un “balance”, como señala la autora, respecto a la
vigencia de la Revolución como piedra angular de ese México moderno;
entendiendo a ese proceso no solo como una etapa armada, sino como el
“precursor intelectual” que serviría de “baremo” para evaluar los “desvíos y
virajes” de los gobiernos posrevolucionarios (p. 261). Lo que, a su vez,
incidiría para que en la década de 1960 se realizarán nuevas interpretaciones
sobre aquel proceso (p. 268).
De esta forma, como propone
la autora, los cursos de invierno de 1955 sobre la Revolución mexicana oscilaron
en tres dimensiones historiográficas: una que siguió recurriendo a la tradición
decimonónica en la que se priorizaban personajes y fechas; otra historicista que
concatenaba las disciplinas histórica y filosófica; y una concomitante entre la
sociología y la economía. Con base en esas dimensiones y una relación
presente-pasado se pretendió explicar históricamente la Revolución mexicana a
partir de una pregunta central ¿para qué estudiar la Revolución? Lo que
conllevó a cuestionar el concepto mismo de revolución;
teorizar sobre éste; proponer nuevas metodologías en función de cómo se
concebía una fuente histórica; quiénes podían ser considerados precursores de
la Revolución mexicana y quiénes susceptibles de ser considerados sujetos
históricos en aquel proceso fundacional del llamado México moderno. Lo cual se
puede apreciar en el análisis y afable narrativa que ofrece la autora al respecto,
manteniendo una lógica argumentativa tanto para los doctos del tema, así como
para los que apenas tengan un acercamiento a estas temáticas específicas.
Asimismo, el análisis
que realiza Lemus resulta una historiografía de la historiografía, puesto que
propone “que el éxito de esta interpretación historiográfica no tiene que ver
solamente con su relación con el poder, sino con el hecho de que su paradigma
de interpretación es una visión de la Revolución cercana a la francesa y
consolidada en un documento legal, como la Constitución de 1917” (p. 31). En
este sentido, a lo largo de la obra se puede apreciar la concomitancia entre el
contexto histórico y las preocupaciones académicas planteadas en aquellos
cursos de invierno de 1955. Lo que, a su vez, permite comprender qué se
concebía como lo “mexicano”, a partir de sus elementos simbólicos, la
articulación social, el surgimiento de instituciones (en este caso el INEHRM)
o, de manera general, cómo se podría integrar una historia nacional basada, en
esos momentos (1955), en la Revolución mexicana que, indefectiblemente, iba más
allá de lo académico, trastocando tangencialmente la arena política.
Ahora bien, cómo está
conformada la obra. Ésta se compone de una Introducción que, en sí misma, representa
un pertinente balance sobre la historiografía de la Revolución mexicana y cómo
clasificarla, al menos en lo que atañe a los cursos de invierno de
1955 y lo planteado en el revisionismo de las décadas siguientes. Así como
cuatro capítulos que, considero, pudieron diseccionarse en dos segmentos de
acuerdo con lo
planteado en la propia Introducción: el que versa sobre el contexto y la
profesionalización de la ciencias sociales y humanidades (capítulos 1 y 2) y el
que analiza propiamente el contenido de aquellos cursos (capítulos 3 y 4), a
fin ofrecer una visión más integral del entramado de la obra.
Independientemente de
esta salvedad, cada uno de los capítulos explica y analiza cabalmente su
contenido. En el primero de ellos se describe a los autores y el espectro
institucional que permitiría otras interpretaciones de la Revolución. En el
segundo, se priorizan las convergencias, más que allá de las divergencias,
respecto al contexto propiamente historiográfico de dichos cursos. Para así,
reflexionar en el capítulo tercero, sobre los conceptos utilizados por los
conferencistas, su responsabilidad intelectual, así como la conceptualización y
temporalidad de la Revolución y las miradas minúsculas que priorizaron el arte.
Y, finalmente, en el último capítulo exponer y analizar cuestiones
metodológicas relacionadas a las fuentes y los sujetos históricos esgrimidos
por aquellos conferencistas.
La obra de Lemus cierra
con un epílogo -a propósito del Cincuentenario de la Revolución- y las
Conclusiones generales. Estas últimas, aunque breves, resultan sumamente
sustanciales para entender cómo y por qué se realizaron aquellos cursos de
invierno de 1955 y también para ejemplificar cómo debe
realizarse un análisis historiográfico crítico y propositivo. Por lo que esta
obra resulta de mucha utilidad para seguir aprendiendo cómo realizar un
análisis propiamente historiográfico.