Artículos
LA OBRA POÉTICA DEL EXILIO DE RAFAEL ALBERTI COMO LITERATURA
TESTIMONIAL[1]
RAFAEL ALBERTI'S POETIC WORK OF EXILE AS A TESTIMONIAL
LITERATURE
María Eugenia Alava Carrascal*, 0000-0002-7281-5618
Es doctora por la
Universidad del País Vasco y sus líneas de investigación se centran en estudio
de la poesía española de posguerra, especialmente la poesía de autoras
españolas. Ha presentado trabajos sobre la poesía de Carmen Conde, Angelina
Gatell, Acacia Uceta, entre otras, en diferentes
congresos y ha publicado recientemente un libro sobre un trabajo de
colaboración entre Conde y una de sus autoras-pupilas, Angelina Gatell. Correo
electrónico: maru.alava39@gmail.com
Resumen
En el
presente trabajo se aborda la obra de Rafael Alberti en el exilio desde la
perspectiva del testimonio empleando las fuentes que sobre ello vienen
teorizando desde los noventa, tales como Annette Wiewiorka
(1998), entre otros. Se pretende otorgar una nueva dimensión a la recepción de
su obra en la península reflexionando, mediante la publicación de Alberti en
revistas filológicas peninsulares durante la posguerra, sobre qué lugar le
corresponde en las revisiones del panorama de la historiografía literaria de aquella
época.
Palabras clave: testimonio, giro subjetivo, posmemoria,
reconstrucción.
Abstract
This paper approaches Rafael Alberti's work in exile
from the perspective of testimony using the sources that have been theorizing
about it since the nineties, such as Annette Wiewiorka
(1998), among others. The aim is to give a new dimension to the reception of
his work in the peninsula by reflecting, through the publication of Alberti in
peninsular philological journals during the post-war period, on what place
corresponds to him in the revisions of the historiographic literary panorama of
that time.
Keywords:
Testimony, Subjective
Turn, Post-Memory, Reconstruction.
1. Introducción
Los
cuarenta fueron años duros para los escritores del exilio que ya en la década
de los años cincuenta finalmente llegarían a la asunción de que su separación
de la patria no era temporal. Tal y como explica Valeria de Marco (2013), un
sector comunista de los exiliados evaluaba beligerantemente las opciones de
actuar en la península cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. Pero era
evidente para todos, en mayor o menor medida, que su retorno no iba a ocurrir
pronto. De Marco (2013) lo explicaba en referencia a la línea de pensamiento
que siguió la curiosa publicación periódica de Max Aub,
Sala de espera (1948-1951).[2]
A
mediados de los cincuenta se gestaría también una segunda generación de
escritores que bebería de las fuentes de sus mayores para hablar de la
experiencia de la Guerra, pero sólo a través del prisma de lo que se les había
contado. Esa falta de experiencia en primera persona les daba más distancia y
hacía de su obra un documento que se situaba ya algo más alejado del extremo
desgarro de aquellos que habían sido expulsados de su tierra por la milicia
nacional. Algo similar ocurría también en el medio siglo peninsular.
Todos
ellos sin duda, tanto los de la primera como los de la segunda generación de escritores,
conformaron un paso adelante hacia lo que, en la década de los 90, comenzaría a
denominarse Memoria Histórica Revisionista[3] que, a partir de dichos
años finales del siglo, abordaría la temática de la Guerra Civil ya desde una
perspectiva distinta y con afán de comprender el conflicto de una manera más objetiva recuperando todos los
prismas de dentro y fuera de la península. Además, en lo que respecta al
terreno de la literatura, ello supondría un paso más con respecto de lo que
Maurice Halbwachs había denominado “Memoria Colectiva”
en 1968; elemento que ya había formado parte de muchas de las obras
peninsulares desde los setenta.
Sin
embargo, el caso de los escritores del exilio en los cuarenta es muy
particular. Nunca llegaron a integrarse en el canon de la literatura peninsular
de posguerra, ya que su trabajo llegó con años de retraso y las dificultades
para establecer un diálogo bidireccional con la literatura que se hacía en
España eran muy grandes, sobre todo en las primeras décadas de la posguerra. No
sólo la censura franquista, sino también la propia prohibición del PCE a los
exiliados comunistas a intentar publicar entre los autores peninsulares a los
que “negaba toda legitimidad” hasta más o menos 1953 (Martín Gijón, 2009, p. 226);
así como el propio sentimiento amargo de desplazamiento que ellos mismos sentían,
se convirtieron en condicionantes determinantes que hacían de la colaboración
literaria entre las dos orillas algo muy complicado aunque no fuera del todo
inexistente, como veremos más adelante.
Tal
y como ya señaló hace años Josebe Martínez-Gutiérrez
(1995, p. 236): “[…] la memoria del exilio transciende claramente la mera
recolección […], siendo una posición ideológica frente al olvido […] nacional.
En este sentido se establece una dialéctica entre el 'olvido' de la España
interior (a pesar de sus voces disidentes) y la memoria de la España
peregrina”. Pero esa memoria, paradójicamente, estaba dotada de una distancia
que la convertía en un documento menos iracundo, más objetivo; y, sobre todo,
más íntimo.
Temáticamente,
la visión del conflicto desde el exilio, de esa primera generación de la
diáspora europea y latinoamericana presentaba un desgarro mayor, un dolor
intrínseco marcado por la alteración de espacio y tiempo que hizo de su trabajo
algo nuevo, si bien la temática monopolística de la guerra era compartida con
sus compañeros de idioma. Finalmente, la noción de que su vuelta sería
imposible hizo del desarraigo un clímax.
Además,
la mirada al entorno individual, al mundo interior del individuo, estaba
llamada a superar, y a su vez era consecuencia, de esa brecha que las
ideologías contrapuestas habían abierto en España y que tanto dolor había
causado y aún habría de causar. Esta literatura “para nadie” que se creó en
Francia y en Hispanoamérica llevaba consigo también una modernización
estilística –posiblemente también por los nuevos estilos que en los países de exilio
conocían los escritores- que era capaz de transmitir los sentimientos, quizás
más desgarradores si cabe, con una renovación que escapaba al tremendismo universalista
de los poetas que publicaron sus obras durante los años cuarenta peninsulares,[4] y que también era
diferente a las novedades de las décadas posteriores en España.
Lo
privado se hizo público, y lo íntimo se hizo interpersonal (Gómez Vaquero,
2009), con una objetividad distinta a aquellas premisas que se podían encontrar
en las obras peninsulares marcadas por un fuerte exilio interior que no
permitía alejarse del problema ideológico lo suficiente en el sentido
brechtiano del distanciamiento. Esa mirada a lo interno y la temática
desgarradora de la guerra como núcleo en lo temático, así como la fragmentación
narrativa (Martínez, 2006) en lo estilístico, darían lugar a trabajos distintos
a los que se podían encontrar en la posguerra peninsular.
Finalmente,
todo ese amplio panorama generó estudios en la línea de la Memoria Histórica
Revisionista, relativa a todos los géneros, que han sido últimamente
considerados una ruptura con la epistemología tradicional en los últimos años y
son objeto de interés para los estudios socio-críticos
que se vienen ocupando de ello en diferentes vertientes ya desde las últimas
décadas del siglo XX, tratando de preparar nóminas abarcadoras y justas que
tengan en cuenta más de una perspectiva. En ese último interés se enclava este
estudio sobre la recepción en España
de la obra de Rafael Alberti desde el exilio que será además evaluada
bajo la nueva luz de los presupuestos de la literatura testimonial para
determinar qué consecuencias puede tener entenderla como tal a la hora de
incorporarla a los discursos sobre las panorámicas de historiografía literaria
que aúnen las obras de los exiliados con aquellas que se produjeron en la
península en la primera posguerra.
2. Las dificultades de conexión
cultural del exilio con la península durante los primeros años de la posguerra
y el aperturismo de los sesenta
Con
temática y estilo renovados, los escritores del exilio generaron trabajos que años
más tarde también se convertirían en un aliciente más para la renovación literaria
que se produjo en la península a partir de los años sesenta, entre otras cosas,
a raíz de las empresas editoriales que Carlos Barral emprendió por Europa y
Latinoamérica. Sin embargo, los autores siempre habían tratado de mantener un
contacto de distribución clandestina de títulos con su patria de origen, lo que
dio lugar a la difusión de sus obras, en más o menos medida en cada caso,
dentro de la península. Esos contactos se intensificaron a partir de la década
de los cincuenta y, para los sesenta efectivamente, la mayoría de los títulos
de los expatriados ya habían sido difundidos de una u otra manera dentro del
territorio peninsular.
En
el caso de los grandes poetas del 27, ellos gozaron de bastante libertad para
la difusión de sus obras dentro de la península, aunque no hubieran sido
publicadas en España, y quizás precisamente porque no residían dentro del país.
Como señala Ignacio Soldevila Durante, catedrático de la Universidad Laval de
Quebec, en el caso de Pedro Salinas, de Jorge Guillén, y por supuesto del
propio Rafael Alberti, esa difusión fue especialmente notable (Soldevila Durante
apud. Aznar Soler, 2001, p. 13).[5] Pero la década de los
sesenta fue, en efecto, especialmente boyante en el terreno de la recuperación
de nombres del exilio desde la península.[6] Desde la otra orilla, por
su parte, los esfuerzos de inclusión en el canon peninsular también se hicieron
notar especialmente en esa misma década aperturista de los sesenta.
No
se puede dejar de mencionar la revista proyectada en 1958 por Max Aub de título Los Sesenta
que pretendía reunir a voces del exilio interior y exterior en un camino
común hacia el entendimiento de la nueva literatura, todos mayores de sesenta
años. La revista, editada en México, publicó finalmente cinco números en el
mismo país entre los años 1964 y 1965 y se distribuyó también en España, a
través de las ediciones de José Porrúa Turanzas.[7]
La
revista incluyó a colaboradores internacionales de muy distinto signo como
Ramón J. Sender o André Malraux. Se publicó desde la correspondencia entre
Enrique Díez-Canedo y el escritor mexicano Alfonso Reyes antes de la Guerra
Civil, hasta un ensayo de Antonio Espina sobre la disciplina y el ocio, pasando
por un ensayo de Juan Larrea sobre la teleología de la cultura, poemas sueltos
de Jorge Guillén, y colaboraciones póstumas de Manuel Altolaguirre y Emilio
Prados.
Alberti
formó parte del comité editorial de esa publicación, junto a Vicente
Aleixandre, Dámaso Alonso, Jorge Guillén, y Bernardo Giner de los Ríos como
secretario. Pero Alonso, por su parte, no llegó a enviar colaboraciones a la
revista para ninguno de los números. Y Gerardo Diego tampoco llegó nunca a
participar en ningún sentido (Morelli, 2015, p. 16). La no participación de
estos dos últimos poetas es clave también para vislumbrar la brecha literaria
que se abriría a partir del medio siglo entre los componentes del 27 exiliados
y los que se habían mantenido en la península después de la guerra, que fue
decisiva en lo tocante a conciliar las poéticas de los expatriados con aquellas
de los que habían tenido que defenderse en el nuevo panorama cultural español,
eligiendo cada uno sus propios recursos, que a menudo levantaban recelos por
parte de los desterrados. José Bergamín es el ejemplo por excelencia de esa
situación. Llamado a participar en la revista por Aub
cuando estaba por un corto periodo residiendo de nuevo en España, Bergamín le
escribía el 30 de agosto de 1963 que no pretendía hacerlo:
[…]
O sea, que no quiera colaborar en Los sesenta […] sino que me repugna
hacerlo –te lo digo con toda sinceridad- al lado de esos dos académicos de la
Real (realísimo contubernio, complicidad y cobardía) que son aquí Vicente y
Dámaso, examigos. Si vinieras a España lo comprenderías y sentirías, creo, como
yo. […] Yo sigo aquí milagrosamente […]. Veremos lo que duro. […] Me alegraría
mucho que vinieras a vernos en estas tierras y cielos maravillosos… (Bergamín
apud. Candel Vila, 2015, p. 67-68).
Se
sabe que finalmente accedió, aunque ninguna de sus participaciones se acabase
publicando (Candel Vila, 2015, p. 68). Pero la cita es muy iluminadora al
respecto de las deterioradas relaciones entre algunos de los integrantes del
27.
Alberti,
por su parte, sí colaboraba en el primer número de Los Sesenta con dos
poemas dedicados a Roma y en el número cuatro incluía también seis “Sonetos
romanos”, el primero de ellos el ya mítico “Lo que dejé por ti”. Sin embargo, Aub le reclamó varias veces otras participaciones que nunca
llegaron como, entre otras, algún capítulo de sus memorias (Candel Vila, 2015,
p. 85). En palabras del propio Aub, en una carta a
Jorge Guillén, Los Sesenta estaba a
llamada a convertirse en un “maduro Litoral”,
aludiendo a la revista que en su cuarta época dirigiría José María Amado en la
península y que también apoyó fervientemente a los exiliados desde Málaga (Aub apud. Morelli,
2015, p. 8). En cualquier caso, fue sin duda un hito fundamental en las
relaciones entre exiliados a todos los niveles, pero no tuvo en España la
repercusión que Aub hubiera querido puesto que el
grupo editorial, después de varios contactos epistolares fructíferos en cierta
medida, simplemente ya “no funcionaba” (Josep Mengual Catalá apud. Morelli, 2015, p. 20).
Este
ejemplo editorial ofrece una muestra clara más de las dificultadas de la
participación de los exiliados en la vida literaria peninsular por unas y otras
razones de limitación y autolimitación en cada una de las décadas de la
posguerra.
3. Los
elementos testimoniales de la poesía española exilar: el caso de Rafael Alberti
Rafael
Alberti fue un escritor de la llamada Generación del 27 que se consolidó como
poeta junto a otros grandes nombres como Federico García Lorca, Jorge Guillén,
Gerardo Diego, Pedro Salinas o Vicente Aleixandre en mitad del aperturismo
cultural que la Libre Enseñanza fomentaba en España durante las primeras
décadas del siglo XX. Nacido en El Puerto de Santa María en 1902 y establecido
en Madrid de forma permanente desde 1920 experimentó una notable evolución en
su poesía durante su madurez. A partir de Sobre los ángeles (1929), su
obra poética se comenzó a caracterizar por un compromiso político que hasta
entonces solo había estado latente. En su poesía madura, Alberti combinó su
maestría técnica con una mirada crítica hacia la realidad circundante. A partir
de su exilio, esa dimensión se acentuó, a la vez que se recuperaba también un
lenguaje simbólico desarrollado en sus primeros libros y deconstruido de una
audaz manera hacia nuevas cotas de expresión literaria.
Las
características de la obra poética exilar albertiana
se pueden hacer extensibles a varias producciones del exilio intelectual
español y más notablemente a las de su primera etapa (1939-1950). Merece la
pena destacarlas, antes de observar cómo y cuándo fueron recibidas sus obras exilares
en la península, para así poder entender en qué sentidos son objetos
literario-testimoniales de relevancia para una revisión histórica del exilio
español en clave memorialista-literaria. Entre las más fundamentales podemos
encontrar las siguientes:
a) El hecho de que sólo encontraran en sus
amistades –nuevas y viejas- un refugio donde sentirse lo suficientemente
cómodos para empezar a recordar, ordenar sus ideas, y narrar lo que les había
ocurrido podría ser, entre otras, una de las características principales de
todas estas obras.
b) El
espacio y el movimiento son también dimensiones clave en el entendimiento de la
posguerra por parte de los recién llegados a los países de exilio.
c) La
importancia de la corporeidad en la transmisión de la idea del dolor hace de
este algo completamente íntimo.
d) Por
otro lado, lo íntimo se transforma en interpersonal con extrema facilidad. Por
su parte, la intención de la conciliación de las dos orillas parece estar
siempre presente junto a un ansia de retorno que no va a ser posible.
e) La
recapitulación de lo ocurrido parece suceder desde el más puro dolor
existencial, objetivado a consecuencia de la distancia; más que desde la ira
que supone permanecer en el exilio interior soportando la presión sofocante del
Régimen.
f) Y,
finalmente, todo ello conlleva a veces fragmentarismos a nivel estilístico que,
en cada poeta, puede atender a diferencias tendencias desde incluso al
surrealismo, hasta un simbolismo de herencia más clásica, o, más habitualmente
y como es el caso de Alberti en Entre el clavel y la espada (1941), por
ejemplo, a un ansia de prosaísmo y explicitación interrumpido por una especie
de delirio.
Myriam
Jimeno en su colaboración al texto de la antropóloga Veena
Das (2008), define la subjetividad del individuo-víctima, citando a Sherty Ortner, como “una
conciencia específicamente cultural e histórica” (Ortner
en Jimeno, 2008, p. 277). Young (2013, p. 7), por su parte, en referencia a
Edward Said, reclama en su trabajo la producción poética como creadora de testimonio:
“Desde el exilio, muchos escritores y poetas se encargan de recuperar lo que se
ha perdido, y sus palabras son las herramientas por las cual esta recuperación
puede ocurrir”.
Por
tanto, aunque a priori podría parecer inadecuado incluir a los grandes
poetas españoles de la Generación del 27 dentro de la subalternidad de la
actualmente denominada “era del testigo” (Wiewiorka,
1998) es evidente que
desgraciadamente algunos de ellos formaron parte de una minoría exiliada que
tenía mucho que decir al respecto de la causa republicana, pero que no pudo
hacerlo por el desfase temporal y espacial al que estuvo sometido.
Es
en ese sentido precisamente en el que recuperar la obra poética de Alberti como
herramienta testimonial cobra relevancia en materia de revisión de la memoria
histórica para el plano literario hispánico.
4. La recepción de la poesía de
Alberti en la península desde el exilio: un caso particular de prolijas relaciones
culturales intercontinentales
El
caso de la difusión de las obras poéticas del exilio de Rafael Alberti[8] en la península durante la
posguerra fue bastante notable. Se dio especialmente en la mencionada década de
los sesenta, aunque ya habría empezado con anterioridad. La edición de Suma Taurina (1963), por la editorial RM
de Barcelona, marcó sin duda un antes y un después en el terreno de la
legalidad de esa difusión. Pero para esa fecha, muchos de sus títulos ya habían
sido distribuidos por la península de diversas maneras, aunque ninguno hubiera
sido editado ahí.
Uno
de los ámbitos más relevantes de la difusión plenamente legal de sus obras fue
el terreno hemerográfico. Las revistas literarias se hicieron eco desde mucho
antes de 1963 de la producción poética de Alberti en el exilio y, en este
sentido, conforman un paradigma en esa difusión legal de su obra en el terreno
peninsular.
Habría
que destacar su colaboración en tres revistas peninsulares de la posguerra
andaluza especialmente relevantes en sí mismas, además, en lo que respecta a la
recuperación de nombres del exilio: la gaditana Platero (1948-1954); la ya mencionada malagueña Litoral. Revista de la Poesía y el Pensamiento
(4ª época, 1968-1988); y la
también malagueña Caracola. Revista
Malagueña de Poesía (1952-1980).
También
hay que mencionar, antes, su colaboración puntual en Mensajes de poesía (1948-1952),[9] donde aparecieron algunos
poemas de Entre el clavel y la espada (1941) en 1949, en el número 4 de la
publicación. Esa fecha fue sin duda de una prontitud inhabitual con respecto a
sus siguientes intentos de incluir sus producciones en la vida literaria de la
posguerra peninsular. También cabría mencionar, por su similar prontitud, el
poema enviado a Aljaba: Arte y Literatura,
modesta revista de Jaén, en diciembre de 1949: “Retornos del amor en la
noche triste”; así como su colaboración en el número 45 de la mallorquina Papeles de Son Armadans, en diciembre
de 1959. Esta última revista le dedicaría también un importante homenaje
completo en su número 88, en julio de 1963, donde se incluían varias muestras
de su poesía, así como dedicatorias de otros escritores en varios formatos,
desde el poema hasta el ensayo. Tras esas tres muestras prontas de su trabajo en
el exilio, “Retornos del amor en una azotea”,[10] por su parte, sería
publicado en Cuadernos de Ágora ya en
el otoño 1961.
En
la primera publicación andaluza de entre las tres más relevantes que hemos
planteado, la gaditana Platero,
Alberti apareció en los números 14 y 22 en 1952 y 1953, respectivamente,
ofreciendo en el segundo dos poemas de Ora
marítima (1953). También en el mencionado número 3 de la cuarta época de Litoral, aparecería un poema del libro, “La
fuerza heracleana”, así como dos de A la pintura. (Poema del color y la línea) (1945-1952),
libro del cual ya había llegado una edición completa (1945-1948) de la
editorial Losada, de la colección dirigida por Amado Alonso y Guillermo de
Torre, en 1948 por medio de un viaje a Buenos Aires de Dámaso Alonso en el que
el poeta le había dedicado y regalado un ejemplar.[11] Igualmente, Alberti
facilitó por carta que Juan Ramón Jiménez y Pedro Salinas participasen en la
revista gaditana desde Puerto Rico y Baltimore respectivamente (Hernández
Guerrero, 1984, p. 11). Y también merece la pena recordar que el número 7 de
dicha publicación, en 1951, fue censurado precisamente por un poema de Fernando
Quiñones dedicado al poeta gaditano (Hernández Guerrero, 1984, p. 15).
La
segunda revista andaluza, la malagueña Litoral,
albergó algunos poemas de Canciones y
baladas del Paraná (1953-1954), en sus números 2 y 3 de su cuarta época al
cargo ya de José María Amado, en el verano de 1968. En el famoso número 3 se
incluía la canción 24, emblemática en lo que respecta al tema del exilio
poético, puesto que estaba dedicada a Pedro Salinas, fallecido en Boston en
1951, y reproducía un clima de intimidad y franco entendimiento mutuo. El
número también fue especialmente emblemático en la órbita de los poetas
exiliados puesto que se publicó precisamente en el mismo mes en que moría León
Felipe en México, y así quedaba registrado en la última página de la
publicación, después incluso del colofón: “Compuesto este número nos llega la
noticia de que el gran poeta León Felipe, nos deja a solas con sus versos. No
queremos cerrar sin un emocionado recuerdo a su vida y obra poética.” (VV.AA.,
1968, p. 69).
La
Litoral de la tercera época, revivida
brevemente en México por Prados y Altolaguirre en 1944, había demostrado que la
libertad de esa publicación no conocía límites y que su objetivo principal era
el desarrollo de la poesía, dejando honrosamente de lado viejas heridas. Pero en
esa cuarta época, ya en la península, su valiente recuperación de nombres de
poetas del 27, frente a la presión de la censura, fue sin embargo de gran
relevancia para el mundo literario español en más de un sentido, aunque el
objetivo de Amado fuera igualmente el desarrollo de la “verdad de la poesía” (Litoral. Revista de poesía, arte y
pensamiento, 2018).
En
ese monográfico número 3, el homenaje a Alberti, que cubría los meses de agosto
a septiembre del 68, aparecieron también el soneto 4 de los Corporales de Entre el clavel y la espada (1941), en
una reproducción del primer manuscrito original, y el después famoso “Se
equivocó la paloma”; además de un inédito que el poeta envió especialmente de
título “Abro el diario, ¡Qué infinita angustia!...”, también en reproducción
manuscrita, que después aparecería en el libro Canciones del alto valle del Aniene (1967-1972).
En el número también aparecían varios poemas de Roma, peligro para caminantes (1968), puesto que el libro se habría
de publicar, en México, en ese mismo año.
De hecho, “Basílica de San Pedro”, manuscrito, habría el ejemplar y después
le seguían “3 retahílas a Pablo Picasso”, “Lo que dejé por ti”, y “Nocturno”,
del mismo libro. De Retornos de lo vivo
lejano (1948-1956), como ya hemos mencionado, también había una muestra:
“Retornos del amor en una noche de verano”. Seguidamente se encontraban “A la
línea” y “El Bosco”.
Todo
ello suponía un hito en el panorama poético de la posguerra peninsular en el
terreno de sus arduos intentos de colaborar con los exiliados. En la navidad de
ese mítico año 68, Alberti enviaría un poema titulado “Navidad” a la revista. Y
en 1969, el poeta colaboraba en el número 6 con un poema titulado “Picasso”, dado
que fue en ese mismo año cuando el artista comenzó a enviar sus dedicatorias a
la revista (Litoral. Revista de poesía,
arte y pensamiento, 2018). En el número compuesto 8-9 de ese mismo 69, un especial
dedicado a Federico García Lorca, añadía el poeta dos poemas en su nombre. También
colaboró posteriormente en la revista con algunas publicaciones en 1973 y
durante la Transición.[12]
Fue
Litoral, en definitiva, un espacio de
libertad, valentía y comprensión para todos los exiliados durante su historia.
Merece la pena transcribir, en lo tocante al autor que nos atañe en este
trabajo, la dedicatoria que se le dedicaba en el famoso número 3: “A Rafael
Alberti, desde tierras de Andalucía, al pie de su mar, bajo su cielo… con el
corazón, la mano emocionada…un grupo de poetas.” (VV.AA., 1968, p. 5). Igualmente,
emocionantes eran las palabras del “Punto final”, a modo de salutación desde la
península al autor en Roma: “[…] Ahí está Rafael, en Roma, el pelo blanco,
mirando, buscando en el cielo azul, como en las aguas del Paraná, el mapa de
España, su pueblo y su casa. […]” (VV.AA., 1968, p. 67).
Respecto
a la tercera publicación de Andalucía, dirigida por el poeta José Luis Estrada Segalerva ayudado por Bernabé Fernández-Canivell,
hay que destacar que participaron también todos los demás poetas exiliados.
Aquello era movimiento lógico teniendo en cuenta que se imprimía en “Dardo”,
anteriormente de nombre “Sur”, la imprenta donde habían trabajado Manuel
Altolaguirre y Emilio Prados imprimiendo la primera época de la anterior Litoral. Alberti sólo colaboró en ella
puntualmente en octubre de 1955 con los “Sonetos corporales” de Entre el clavel y la espada (1941)
–fecha también muy pronta con respecto al resto de sus participaciones en la
prensa literaria peninsular-; en 1959 con “Por encima del mar” de Ora marítima (1953); en septiembre de 1966
con “Lo que dejé por ti” de Roma, peligro
para caminantes (1968), que apareció en el número 167 y aparecería después
en el homenaje de Litoral, cuando aún
no se había publicado el libro; y ya en 1975 con el poema “El ángel de las
bodegas”.
Pero
curiosísima es, por ejemplo, la nómina que dejaba el número 24 de esa Caracola, a fecha tan pronta como
octubre de 1954, donde se podían encontrar, los siguientes nombres de exiliados:
Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Juan Gil-Albert, y Josep Carner. De Emilio
Prados se incluía “Rosal Ángel” que, aunque no aparecía en su Mínima muerte (1944), bien podría
haberlo hecho por afinidad temática; y de Altolaguirre, “Despedida”, de su Poemas en América (1955). Juan
Gil-Albert, ya residiendo en España, colaboraba con un famoso relato sobre “La
siesta”, firmado en Málaga en 1953; y Josep Carner añadía “Elegía” en catalán,
trasladado al castellano en una versión de Rafael Santos Torroella.
Todos
los colaboradores aparecían nombrados en la página final, como de costumbre,
bajo una cinta vaporosa dentro de la que se podía leer el lema de la revista:
“En el parnaso hay sitio para todos” (VV.AA., 1954). Ese número 24 había sido
especialmente relevante además puesto que, en una pequeña introducción, inusual
en la publicación, se aseguraba que desde entonces cambiaría de rumbo para
dejar en ese parnaso sitio a aquellos que optaban por el amor y no por la indiferencia;
es decir, no a aquellos preocupados por las ortodoxias o heterodoxias en
poesía, sino a los preocupados por su funcionalidad. Un claro movimiento hacia
la poesía crítica que cambiaba de rumbo la publicación con una nómina especial.[13] Fue así Caracola, por su parte, también un
importante espacio de acogida para las producciones de los exiliados durante la
segunda mitad del siglo XX peninsular.
Traemos
a colación, por último, el homenaje de Papeles
de Son Armadans en el número 88 de julio de 1963 –con depósito legal en
1958-, donde se podían encontrar: “Algo sobre mi poética”; cuatro poemas
manuscritos de Abierto a todas horas (1964),
libro que después se publicaría en España en la editorial vallisoletana de Afrodisio Aguado ya asentada en Madrid; y el poema “El
sexagenario” con una fotografía de Alberti con una barba postiza
representándolo, dado que el homenaje se hacía con motivo de su sesenta
cumpleaños.
En
efecto, esta revista mallorquina de Camilo José Cela había cumplido muchos de
los objetivos de conciliación que la mencionada Los Sesenta de Max Aub, con menos
fortuna, perseguiría entre 1964 y 1965 (Candel Vila, 2015, p. 58). Y lo había
hecho sorteando posiciones políticas muy conflictivas tal y como se podía
apreciar en la introducción al número dedicado a Alberti bajo el título “Sólo
para los malpensantes”.[14] Es curioso el hecho de
que la revista se apoyara en otras publicaciones para salvaguardar su número
que, efectivamente, sí que representaba un gran tendido de puentes con el poeta
del exilio.
Ya
desde “Algo sobre mi poética”, firmado en Buenos Aires, se podía leer: “Mas
sobre todo soy poeta de combate… / pero de esos del mar y el verso como puño.”
(Alberti apud. VV.AA., 1963, p. 5). Y
en el poema que el poeta gaditano le dedicaba Vicente Aleixandre, “A Rafael
Alberti, a través del mar”, se podía leer en la última estrofa: “Y ahora, amigo
continuo, te oigo cerca. / La mar nos une. Una sangre común late en la orilla.
/ […]” (Aleixandre apud. VV.AA., 1963,
p. 92).
Por
su parte, la colaboración del poeta de la generación del 50, José Hierro, en
forma de poema titulado “El encuentro”, dejaba buena cuenta de su conocimiento
de Retornos de lo vivo lejano (1952)
en los versos de la segunda estrofa: “Si hablase, / llorarías. Si enfrentases /
tus espectros al espejo, / seguro que no verías / imágenes reflejadas. / Lo
vivo lejano, ha muerto: / lo mató el tiempo. […]” (Hierro apud. VV.AA., 1963, p. 127). Pero la muestra más fehaciente de las
relaciones literarias con exilio albertiano la dejaba
Gregorio Prieto en su afectuosa narración titulada “Arboleda encontrada de una
adolescencia perdida”, donde hacía referencia al trabajo de Alberti tanto en
verso como en prosa.[15] Curioso es este hallazgo
y valiente por parte de Prieto el escribir sobre él, ya que el primer libro de
las memorias de Alberti, Arboleda perdida
(1902-1917), sólo había sido
editado, para 1963, en la editorial mexicana Séneca de José Bergamín en 1942 y
en la Compañía General Fabril Editora de Buenos Aires en 1959, ya con el
segundo libro incluido. Pero no sería editado en España hasta 1975. Sin
embargo, como ya hemos dicho, la difusión de las obras albertianas
en la península ya era muy grande, casi plena, para la década de los sesenta.
5. Conclusión
Como
hemos visto, el caso de Rafael Alberti es verdaderamente interesante en lo
relativo a las reconstrucciones de la literatura del exilio desde la península
por lo prolijo de sus contactos. No se puede olvidar tampoco el bagaje cultural
y específicamente literario del autor como condicionante fundamental de sus
producciones escritas en todos los
sentidos. Tampoco se puede olvidar que el caso de Alberti fue el de un exilio
privilegiado en el ámbito intelectual, salvo por el hecho de ser un intelectual
comunista declarado en la Argentina de los primeros años del peronismo.
Sus
contactos poéticos y políticos en la península así
como el hecho de ser un poeta ya consagrado del panorama lírico español
permitieron que mucha parte de su poesía del exilio se difundiera legalmente en
la península con bastante regularidad a partir del medio siglo, respaldada y
camuflada con sus logros líricos anteriores a la guerra, tal y como se ha visto
a través de sus publicaciones en las diferentes revistas españolas.
Sus
libros también fueron difundidos con bastante libertad en la península, dentro
de lo que cabe, debido a esa situación de privilegio cultural dentro del
régimen de Franco que compartía con los otros grandes poetas del 27. Como cénit
de este fenómeno habría que mencionar la pequeña reseña que Ricardo Doménech
hacía en 1964, en el número 112 de la revista de izquierdas Triunfo, a Suma Taurina (1963).[16] A través de la mezcla
enumerativa con poemarios antiguos, Doménech mencionaba una amplia nómina de
libros del exilio, aún no publicados en España, dándolos a conocer a quienes aun
potencialmente no lo hicieran, y otorgándoles una posición de normalidad
realmente privilegiada, dadas las circunstancias, en el ámbito literario
español de la posguerra. Además, al final de la reseña, añadía: “Casi todos los
poemas aquí recogidos son ya ‘clásicos’ en la poesía española contemporánea.” (Doménech,
1964, p. 72). Además, para que no quedasen dudas al respecto, José María
Castellet ya le había incluido en su señera antología de 1960, Veinte años de poesía española (1939-1959),
con sendas canciones 37 y 43 de las del Paraná, además de citando toda su
producción del exilio en la correspondiente nota bio-bibliográfica. Todo lo
cual es altamente indicativo de la situación excepcional que vivió el poeta
como exiliado al menos, como hemos dicho, en el ámbito cultural. No se puede
negar sin embargo que, y quizás aún más por todo ello, fue un doloroso exilio al fin y al cabo.
La
poesía, por su parte, fue quizás el género donde más claramente se pudieron
rastrear las características que hemos descrito sobre la literatura de los
autores españoles exiliados en los cuarenta. En este trabajo se ha pretendido
presentar un acercamiento a la obra poética del primer exilio de Alberti de una
manera un tanto novedosa que, en la línea de los estudios sociocríticos, podría
resultar fructífera en las construcciones de nóminas y panoramas de posguerra
que se hagan de ahora en adelante, más amplios y abarcadores. Para ello resulta
muy interesante la perspectiva del testimonio (Wiewiorka,
1998) como nuevo género literario
puesto que la producción artística e intelectual del poeta en este momento
estaba dotada de la más reciente memoria histórica
en el sentido literal de la palabra. Es decir, en el sentido del recuerdo
personal de su historia; y por eso es de especial interés abordar este tipo de
testimonio “en caliente” –la guerra ni siquiera había terminado oficialmente
cuando llegó a París en febrero- que aún no estaba sometido a una reevaluación
ideológica y “reconstruido a raíz de códigos y posteriores preparaciones”, tal
y como define Wiewiorka (1998) los testimonios de la Soah, para ofrecerlos a una España del futuro en la que imperarían las reconstrucciones
desde lo que Spitzer denominaría posmemoria.
En
cualquiera de los casos, la propia naturaleza de su obra permite abordarla como
un testimonio literario. Y un testimonio especialmente interesante si tenemos
en cuenta la novedosa intimidad que el poeta desvela en ella, tras y previo a
años de un fuerte y explícito compromiso político en Latinoamérica y Europa. Relevante
en este sentido es también constatar que José Bergamín empleó precisamente la
simbología del clavel y la espada, aludiendo a su segundo libro en el exilio
cordobés, para referirse a Alberti en una carta de disculpa que escribió en
1977 después de que entre ambos poetas hubieran surgido algunas diferencias con
motivo de unos versos de Bergamín sobre la presencia del otro en una recepción
de los reyes de España en Roma. Que Bergamín empelase esa simbología para una
composición tan personal refuerza la idea de que es precisamente Entre el
clavel y la espada de Alberti uno de los más intensos e íntimos libros del
poeta, donde el sentimiento de tristeza, pérdida y amargura de los primeros
días de exilio, más pura y sinceramente se dejaron sentir. Reproducimos
completa la composición de Bergamín por lo pertinente de sus versos para
comprender todos estos sentimientos:
Rafael, ya estás aquí.
“Entre el clavel y la espada”.
Tu abierta mano sin nada.
(Sin alba y sin alhelí).
Perdóname si te herí.
Yo no fui.
Fue la amargura
de esta España negra y dura,
que perdura,
y nos quema a ti y a mí.
Que nos quema a fuego lento
y da ceniza al viento
y al humo su frenesí.
¡De qué otro modo sería
si hubiera sido otra España
la que a ti te recibía!
Todavía
se escucharía en tu canto
el eco de tu alegría.
Ahora en tu mano vacía
el invisible clavel
es flor de melancolía.
¡Dios te guarde Rafael!
(Bergamín
a Alberti apud. Alberti et al., 1982 p. 73)
Con
todo, el hecho de que alguna producción poética exilar pueda ser considerada
testimonial es interesante puesto que aporta una nueva visión al concepto de
género literario y, bidireccionalmente, a sí misma ensalzando dos de sus
cualidades principales: la honestidad a través de la emotividad y la dimensión
individual hecha interpersonal. Con todo, en el caso particular del exilio
español es evidente que la producción poética que tardíamente nos llegó es un
valioso repositorio de documentos testimoniales que merecen toda la atención que crecientemente han ido teniendo
en los últimos años desde las esferas de revisión de la Memoria histórica y
literaria.
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Rafael Alberti, n.º 3, (agosto-septiembre 1968).
VV.AA. Papeles de son Armadans, n.º 88, (julio 1963).
[1] Este trabajo se ha realizado dentro del
Proyecto con ref. PID2019-107687GB-100 del MINECO.
[2] “Los exiliados de 1939
habían perdido la ilusión de que las ‘democracias’ exigieran la retirada de
Franco y, una vez más, se encontraban abandonados a la propia suerte,
circunstancia que motivaba a los militantes antifascistas, desde fuera de
España, a examinar las posibilidades de actuar y apoyar a la resistencia al
régimen en el interior del país, opción mayoritaria entre los comunistas” (De
Marco, 2013, p. 15).
[3] Manuel Aznar Soler ha empleado
este término y similares, tales como “contra-historia”,
en numerosas ocasiones en sus trabajos de referencia sobre el exilio literario
español, por ejemplo, en Los laberintos del exilio. Diecisiete estudios
sobre la obra literaria de Max Aub, Renacimiento,
2003; o en su volumen como coordinador, de referencia: Las literaturas
exiliadas en 1939, Gexel, 1995. Se debe tener en
cuenta que se emplea en este trabajo en sentido contrario a cómo algunos
historiadores y periodistas lo han venido empleando desde la Transición
española (e.g. Pío Moa, César Vidal) para hacer una
relectura de la historia de España de los últimos años de la dictadura
franquista en claves neoconservadoras y “seudorevisionistas”,
tal y como las ha calificado recientemente Enrique Moradiellos.
[4] Entre otros muchos y por
señalar las obras más marcadamente “tremendistas” al decir de Jorge Urrutia
sobre Pisando la dudosa luz del día (1945) de Camilo José Cela: Dámaso
Alonso con Hijos de la ira (1944), Vicente Aleixandre con Sombra del
paraíso (1944), Eugenio de Nora con Pueblo cautivo (1946), José Luis
Hildago con Los muertos (1947), Ángela Figuera
con Mujer de barro (1948), Carmen Conde con Mujer sin Edén (1949)
o Victoriano Crémer con Las horas perdidas (1949).
[5] Aunque no se debe olvidar en
este punto el caso de la prohibición explícita de Maremágnum (1957) y el secuestro del libro que impidió a Guillén
pasar por España en sus viajes a Italia durante una temporada (Dolfi, 2004, p. 79).
[6] Cabe destacar en este terreno
los esfuerzos de José Agustín Goytisolo, a finales ya de la década, para
rescatar nombres de poetas prohibidos por el régimen; la recuperación de Jaime
Gil de Biedma de varios libros de Juan Gil-Albert para la colección Ocnos de Joaquín Marco (Marco, 2014, p. 211);
los viajes de José Bergamín desde su segundo exilio en Uruguay a España con
fructíferos intercambios culturales; o, en el caso de Alberti, la reedición de Sobre los ángeles en la colección de
Marco ya en 1970, y el rescate de Retornos
de lo vivo lejano para la misma colección Ocnos, ya en 1972 (Marco, 2014,
p. 206).
[7] A pesar de que estaba
proyectada también para ser editada en Málaga, apoyada por Bernabé Fernández-Canivell, editor de la también malagueña Caracola y esto nunca se consiguió.
[8] Para consultar la relación completa de
publicaciones del poeta de antes, durante y después del exilio, remitimos al
lector interesado a los siguientes trabajos: Poetas andaluces de la generación del 27. Tomo I (2007), perteneciente a la colección “Catálogos temáticos de
la Biblioteca de Andalucía” promovida por la Consejería de Cultura de Sevilla; La
poesía de Rafael Alberti (1930-1939) (1984) de Antonio Jiménez Millán,
Diputación de Cádiz; Promesa y desolación. El compromiso en los escritores
de la generación del 27 (2001), Universidad de Granada; “La poesía
de Rafael Alberti”, introducción a R. A., Poesía completa (1988), de
Luis García Montero, Aguilar; Rafael Alberti, libro a libro (2003) de
José Jurado Morales y Manuel Ramos Ortega (eds.), Universidad de Cádiz.
[9] Revista de Vigo
fundada por Eduardo Moreiras e impulsada por Vicente Aleixandre.
[10] Junto al poema de título similar de Aljaba, éste formaba parte de Retornos de lo vivo lejano (1948-1952),
del que aparecería después otra muestra, con la fecha actualizada de 1956 en el
título principal, en el famoso número 3 de la cuarta época de Litoral en un homenaje al poeta de 1968 donde se incluían también varios poemas
de su época anterior al exilio, así como composiciones de otros poetas en su
honor firmadas de forma manuscrita.
[11] Se puede consultar dicho ejemplar en la
biblioteca de la Real Academia Española.
[12] José Bergamín también mandaría sus
colaboraciones a la publicación, ya desde Madrid. Un pequeño texto suyo, a modo
de dedicatoria, había abierto el número 3 en torno a su amigo Alberti.
[13] El número compuesto 90-94 del 59, como
no podía ser de otra manera, sería un homenaje al fallecimiento de Manuel
Altolaguirre.
[14] “[…] Este número
homenaje [...] no tiene ni clave extraña que descifre el misterio que no
esconde, ni velada intención de aplauso hacia una determinada actitud política
con la que los Papeles de Son Armadans no
pueden estar acordes […]. Suscribimos las palabras de Ínsula, n.º 198: ‘El
hecho de que una parte de su poesía, la más endeble y perecedera, haya servido
y continúe sirviendo a unos fines de consigna política, que antes perjudican
que enriquecen su obra, y de los que esta revista no puede hacerse solidaria,
no debe hacernos olvidar que una gran parte de la poesía de Alberti, como ha
recordado ‘Pueblo’, es de la más alta calidad […]’” (VV.AA., 1963, p. 3).
[15] “El último o uno de los
últimos libros (no podría precisarlo) de Rafael Alberti, se llama Arboleda perdida. Este libro lo estaba
leyendo una amiga mía, entre los árboles de un paseo madrileño, donde
casualmente nos encontramos, y me dijo: “Habla muy bien de ti Rafael Alberti en
la primera parte de este libro”. Me leyó los párrafos que me dedica en esta
especie de autobiografía poética. Por estos trozos, recordando nuestra amistad
adolescente, yo lo llamaría a este libro Arboleda
encontrada, puesto que me devolvió en ese instante, alegremente, aquellos
momentos de una naciente y maravillosa amistad juvenil” (Prieto apud. VV.AA., 1963, p. 132).
[16] “Rafael Montesinos ha
hecho una excelente y muy cuidada antología de temas taurinos albertianos. [...] En prosa, a través de unas páginas de ‘La
arboleda perdida’. En verso, a través de una serie de poemas seleccionados de ‘Marinero
en tierra’, ‘El alba del alhelí’, ‘Cal y canto’, ‘Ora marítima’, ‘Baladas y
canciones del Paraná’, ‘Entre el clavel y la espada’, ‘Pleamar’, y ‘A la
pintura’, además de la impresionante elegía a Ignacio Sánchez Mejías, ‘Verte y
no verte’. […]” (Doménech, 1964, p. 72).