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A cincuenta años del Movimiento Universitario Popular de la UAP, ¿cómo y qué se recuerda? Una mirada a través de la Historia de Vida de Miguel Calderón Moreno

Fifty years after the Popular University Movement of the UAP, How and What is remembered? A Look through the Life Story of Miguel Calderón Moreno

 

Gissel Santander Soto*, 0000-0002-0380-6101

 

* Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Alfonso Vélez Pliego, BUAP. Licenciada en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP, actualmente estudiante del posgrado en Historia en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades Alfonso Vélez Pliego, BUAP. Correo electrónico: gisselsantanders@gmail.com

 

Resumen

El Movimiento Universitario Popular de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP), a inicios de la década de 1970, irrumpió en la historia política y transformó las relaciones de poder en el estado. Este proceso marcó a una generación de jóvenes universitarios que, influenciados por el contexto nacional e internacional, se organizaron y vincularon con diferentes luchas populares. A cincuenta años de este movimiento estudiantil, a través de la Historia Oral observamos el impacto que éste tuvo en sus historias de vida, tal es el caso de Miguel Calderón Moreno, participante de la organización estudiantil y hermano de uno de los líderes estudiantiles asesinado por el Estado el primero de mayo de 1973 en las instalaciones de la universidad.

Palabras clave: movimientos sociales, Historia oral, BUAP

 

Abstract

The Popular University Movement of the Universidad Autónoma de Puebla (UAP), at the beginning of the 1970s, broke into political history and transformed power relations in the state. This process marked a generation of young university students who, influenced by the national and international context, organized and linked to different popular struggles. Fifty years after this student movement, through Oral History we observe the impact it had on their life stories, such is the case of Miguel Calderón Moreno, a student organization participant and brother of one of the student leaders assassinated by the State on May 1, 1973 at the University facilities.

Keywords: social movement, Oral History, BUAP.

 

Introducción

Los movimientos universitarios en la década de 1960 que surgieron en diferentes latitudes produjeron cambios profundos en la forma de entender y hacer política, así como en el quehacer de las universidades públicas y sus estudiantes. En este contexto, el caso de la Universidad Autónoma de Puebla (UAP), no fue la excepción. Desde finales de la década de 1950 al interior de la universidad poblana los estudiantes quedaron polarizados ante la exigencia de hacer valer la autonomía de la institución reconocida jurídicamente, más no en la práctica. Los estudiantes liberales defendieron el proyecto de Reforma universitaria, mientras los estudiantes de ultraderecha formaron el Frente Universitario Anticomunista (FUA). A pesar de que, en 1961, los estudiantes liberales triunfaron, las diferencias entre los universitarios marcaron los siguientes diez años. En lo que puede denominarse una gran década, la UAP y sus estudiantes liberales se convirtieron en la caja de resonancia de los malestares sociales y los enfrentamientos con el gobierno del estado.

En este sentido, el Movimiento Universitario Popular de la Universidad Autónoma de Puebla, específicamente a principios de la década de 1970, es uno de los temas más icónicos de la historia reciente de la ahora Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) y la historia política de la entidad. Para la época, Puebla era el bastión político del cacicazgo de los hermanos Ávila Camacho, bajo el cual, durante cuatro décadas el poder político y económico actuaron como uno solo. A pesar de que durante los años sesenta el cacicazgo parecía haberse fortalecido con la llegada del poblano Gustavo Díaz Ordaz a la presidencia de la República, lo cierto es que en lo local el régimen sufrió duros golpes gracias a la organización social y los universitarios. Por ejemplo, en 1964, en vísperas de la toma de protesta de Díaz Ordaz, el gobernador del estado, el General Antonio Nava Castillo renunció al cargo después de que el movimiento conocido como el de los lecheros escaló. El ocaso del cacicazgo había iniciado. Cabe mencionar que desde el término de la gubernatura de Rafael Ávila Camacho en 1957 y hasta 1975, año en que terminó el interinato de Guillermo Morales Blumenkron, Puebla tuvo siete gobernadores, ninguno con más de tres años en el puesto por diferentes razones en las que, de una u otra forma, los estudiantes y su vinculación con diferentes luchas populares pusieron en jaque al gobierno del estado.

El punto final a la debacle avilacamachista lo puso el Movimiento Universitario Popular de UAP en 1973. Durante tres años, los estudiantes liberales, para este punto con una importante vinculación social, experiencia organizativa y militancia política, muchos de ellos abiertamente afines al Partido Comunista Mexicano (PCM), abanderaron una nueva Reforma universitaria que buscó abrir la universidad a la sociedad, masificar la matrícula, entre otras tantas demandas que polarizaron, no sólo a los universitarios, sino a toda la sociedad. Con la llegada de Luis Echeverría Álvarez a la presidencia de México, la situación política en Puebla cambió, las luchas populares tomaron fuerza y la universidad fue la cede de la acción política. Este periodo pasó a la historia como el más violento en la trayectoria de los movimientos universitarios en Puebla. Líderes universitarios como Joel Arriaga, director de la Preparatoria Benito Juárez y Enrique Cabrera Barroso, director del Departamento de Extensión Universitaria fueron asesinados en 1972. A esto se sumó la matanza de cinco estudiantes en el edificio Carolino el 1 de mayo de 1973. En consecuencia, el último gobernador avilacamachista Gonzalo Bautista O´Farril renunció al cargo, de la universidad fueron expulsados los últimos miembros de grupo FUA y los líderes estudiantiles comunistas se hicieron de la administración institucional.

Con estos antecedentes, la historia política reciente de Puebla obliga a quien la estudia a llevar la mirada a la propia historia de la UAP. En este sentido, la mayor parte de la historiografía sobre el tema ha sido producida desde la institución. A pesar de los bastos análisis, en casi ninguno se da voz a muchos de los personajes que participaron en la organización estudiantil, por el contrario, el testimonio ha quedado sólo como anécdota. Por lo anterior, reinterpretar el movimiento universitario, principalmente desde las fuentes orales, ya que éstas tienen la capacidad de expresar y formular lo vivido, lo cotidiano de las estructuras sociales, formales e informales, resulta una necesidad para el desarrollo del tema desde la perspectiva de la Historia del Tiempo Presente.

En este sentido, se intuye que los estudiantes de la UAP a lo largo de este proceso, pasan de tener un nexo netamente académico con la institución y el espacio universitario, a ser parte de un proceso político a escala local, lo que les permitió vincularse con diferentes sectores sociales y problemáticas populares que, durante esta misma temporalidad, entraron en conflicto con el Estado. Por lo que las preguntas para la construcción de la fuente oral buscan definir el perfil de los estudiantes, qué pensaban, qué hacían en ese momento, y a la distancia del tiempo, qué piensan que hicieron, es decir, qué se recuerda y cómo se recuerda.

La oralidad nos abre nuevas puertas de posibilidad para cumplir con la condena, casi imposible que, como historiadores tenemos de encontrar la verdad. La Historia Oral resulta ser un recordatorio de que el hombre no es un simple dato, sino un proceso, el cual actúa en su cotidianeidad. A pesar de esto, la Historia como disciplina, durante mucho tiempo descalificó esta vía de rememoración, ya que no cumplía con el marco metodológico que exigía el rango de ciencia. En su afán por alcanzar la verdad, se olvidó que ninguna huella, del tipo que sea, puede reproducir el acontecimiento.

Es por esto que se parte de la idea de que no estudiamos el hecho que ya pasó, y al cual es imposible tener acceso de manera veraz o fidedigna, sino que como historiadores, lo que buscamos son las ramificaciones de éste y su trascendencia en el presente, por lo tanto, su resignificación desde otro espacio, tiempo. Es por esto que nos preguntamos: ¿qué y cómo se recuerda? A partir de la metáfora que utiliza Ricoeur en su obra La memoria, la historia y el olvido (2010); cómo la percepción y reflexión del acontecimiento es marcado en el cubo de cera y cómo la memoria se pone en movimiento para encontrar el recuerdo, entonces resignificarlo a través del lenguaje para volver la marca archivada en algo activo.

Para responder a estos cuestionamientos, se propone hacer un pequeño ejercicio de reflexión a partir del testimonio de Miguel Calderón Moreno, quien era estudiante de una de las preparatorias de la UAP en el periodo propuesto. Se advierte que, en el caso de Miguel, el testimonio es además parte de su Historia de Vida, por lo que, los fragmentos que más adelante se retoman son parte del inicio de la construcción de una relación de confianza entre entrevistado y entrevistador. Antes de reflexionar sobre lo propuesto es fundamental dar un breve marco contextual del tema y del escenario en el cual está inserto el relato memorístico del entrevistado.

 

¿Cómo y qué se recuerda?

Al pensar construir una nueva interpretación sobre el Movimiento Universitario Popular de la UAP durante los primeros años de la década de los setenta, nos encontramos con una amplia gama de fuentes de todo tipo, sin embargo, al ser este un periodo relativamente cercano en el plano temporal, nos enfrentamos a un acontecimiento vivo, por así decirlo. Si bien las fuentes escritas, así como la producción historiográfica en torno al tema nos ofrecen múltiples posibilidades de estudio, problematización y reflexión, es necesario generar un ejercicio de recuperación de memoria desde la fuente oral, ya que representa una forma esencial de preservar el pasado, además de que muchos de los actores involucrados en este proceso histórico siguen vivos, lo que los convierte en la fuente principal para reinterpretar al movimiento estudiantil desde una nueva perspectiva histórica que privilegie a la memoria.

Sin embargo, la característica esencial del tiempo cercano es precisamente la presencia de actores que han vivido los acontecimientos estudiados por el historiador y son capaces eventualmente de dar testimonio de estos, de entablar un diálogo. Si bien el historiador del tiempo presente no ha vivido todo lo que entra directamente en su campo de observación, por lo menos puede hablar con quienes sí estuvieron ahí. El historiador es testigo del testigo, a veces, incluso el primero y quizá también el último con quien éste habló antes de morir.

A finales de la década de los setenta del siglo pasado, dentro de la academia, de la mano de la corriente de la Nueva Historia y los estudios sobre la memoria, surgió el debate sobre el uso de la oralidad como fuente histórica. Más allá de profundizar sobre este tema y los argumentos, tanto a favor, como en contra, damos cuenta que su utilización en el campo histórico es ya una discusión superada y, por lo tanto, avalada como parte de la construcción de nuevas narrativas históricas. En 1989 Eric Hobsbawn en su obra La era del Imperio anotaba que: “Cuando los historiadores intentan estudiar un período del cual quedan testigos supervivientes se enfrentan, y en el mejor de los casos se complementan, dos conceptos diferentes de la historia: el erudito y el existencial, los archivos y la memoria personal”. (en Cuesta 1998, p. 205).

Por su parte, Eugenia Meyer y Alicia Olivera, apuntan que sí bien, la Historia Oral debe basarse en lo que se ha dicho o escrito sobre el tema, “Lo escrito muchas veces explica lo que pasó, pero no el por qué sucedió” (1971, p. 375). Es ahí donde, a través de las fuentes orales podemos obtener información no incluida en los archivos documentales, recuperar aspectos desconocidos no registrados, que probablemente sólo se nos revelen por medio de las subjetividades de los testigos y nos brinden la oportunidad de ir más allá de lo ya dicho para generar una memoria distinta.

Sin perder de vista que nos referimos a un pasado inmediato, somos conscientes de que el uso de la fuente oral, además de ofrecernos virtudes interpretativas, también resulta ser portadora de recuerdos impregnados de una importante carga simbólica, nostálgica e incluso mitificada que va, como lo describe Josefina Cuesta “desde la selección de los temas hasta los términos empleados y la valoración de las experiencias”. (1998, p. 208).

Como lo mencionamos anteriormente, los debates en torno al uso de las fuentes orales, así como su valor e incluso objetividad, han sido superados en el ámbito académico, cabe recordar que, muchos de los prejuicios en torno a este tema se fundamentaron sobre la afirmación de que éstas pueden ser distantes de los acontecimientos, por lo que sufren distorsiones de la memoria, situación de la que no se encuentran totalmente exentas las fuentes documentales, por lo tanto, lo realmente importante en este sentido, es entender que la memoria no es un depósito pasivo de hechos, sino un proceso activo de creación de significados (Portelli, 1991).

En este sentido, Paul Ricoeur propone redirigir la pregunta de consulta al pasado. A partir de la fenomenología, reformula dos preguntas que buscan contravenir la línea más clásica u ortodoxa de indagar, pasa de simplemente cuestionar ¿cuál es la verdad? y ¿qué pasó realmente? (cuestiones que se encuentran impregnadas del afán de resolver objetiva y verazmente) a ¿de qué hay recuerdo? y ¿de quién es la memoria? La recomposición va más allá del desafío al canon, se trata de un nuevo nivel en la discusión filosófica, aparece el recuerdo como la imagen de algo visto, sentido, grabado a partir de nuestros sentidos, en lo que llamamos memoria, por lo que la forma en la que se grabó el recuerdo es resultado de una serie de circunstancias anteriores a la de su recepción sensorial, es decir, hay un antes y un después del recuerdo (2010, p. 19).

Como ejemplo, Miguel Calderón Moreno[1] al cuestionarlo sobre el año y la forma en que ingresó a estudiar a la universidad responde de la siguiente forma:

MCM: […] Yo llegué a la Universidad, ingresé en enero de 1971. Soy de la última generación de anualidades y bueno, pues yo tengo la fortuna de haber nacido en el núcleo de una familia obrera. Mi papá fue obrero, fue fogonero de la fábrica la Leonesa y pues desde que yo empecé a tener uso de razón en la vida, la vida de él y de mi mamá, pues me dieron una formación humana, en la cual me he empeñado en respetarla y eso es, eso es parte de lo que siempre cito cuando inicio este tipo de conversaciones. Llego en enero de 1971, cuando la universidad estaba en un momento de definición y bueno, todavía la sombra de del Movimiento del 68.

Es decir, Miguel resignifica su nexo con la universidad, a partir de su contexto familiar, en cuanto se genera la pregunta que incita a la búsqueda del recuerdo, lo que surge no es un dato como respuesta, lo lleva más allá del simple hecho de contestar a la pregunta sobre la forma y la fecha de ingreso a la universidad. Contextualiza el momento, formula explicaciones en torno a la respuesta. En un primer momento y si tuviéramos este fragmento de forma aislada, probablemente la puerta a la interpretación de por qué lo recuerda de esa forma invitaría a generar un sinfín de hipótesis, por el contrario, si agregamos a la respuesta que, Miguel Calderón Moreno es hermano de uno de los líderes del movimiento estudiantil, asesinado por el Estado, el primero de mayo de 1973 en el edificio Carolino y que el vínculo, tanto de él, como de su familia con el movimiento universitario fue su papá, por ser líder sindical, la interpretación cambia, entendemos que el ingreso a la universidad del hermano más pequeño de Alfonso Calderón Moreno, representa más que el simple acceso a la educación superior. En él se hace visible la asociación de la psicología individual con las determinantes del contexto histórico-económico-cultural meta-individual, se evidencia el entrecruzamiento de reciprocidad condicionante entre individuo, cultura y momento o fase histórica (Ferrarotti, 2007).

Más adelante, Miguel apunta que el inicio de su conciencia de participación en la vida universitaria nació de ver la actividad política de su hermano mayor, Alfonso. Confiesa incluso, no haber estado del todo convencido en ese momento de lo que se trataba el conflicto entre grupos al interior de la institución, pero empezaba a generar identidad: 

MCM: […] pues heredó la virtud de papá, del hombre de la oratoria. No se me hacía extraño, pero cuando veía sus discursos, cómo le aplaudían, pues entonces despertó en mí una inquietud de qué era lo que teníamos que hacer nosotros. Empecé no a convencerme, pero empecé a atender, a entender qué podíamos hacer en la universidad a la que estábamos llegando donde estaba el grupo democrático que había derrotado a los santillanas[2] que se disputaban la dirección del Directorio Estudiantil.

Como se mencionó, existe un antes y un después del recuerdo, Ricœur lo plantea como sujeto histórico, ya que contiene un tipo de información que va más allá de lo factual o comprobable y está relacionado con un acontecimiento de índole comunal, social, es decir existen más personas que lo vivieron, por lo tanto, con la capacidad de narrarlo. Sin embargo, el recuerdo como simple escena del pasado es algo que aparece de forma pasiva, no es sino hasta que la anamnesis aparece (el recuerdo trabajado como memoria misma o recuerdo que la memoria guarda) que se clasifica y recolecta. Tiene consciencia del tiempo transcurrido, para definir al recuerdo, Ricoeur recurre a la metáfora griega entre Sócrates y Tetero sobre un cubo de cera:

Sócrates elabora una especie de fenomenología del error: tomar una cosa por otra. Para resolver esta paradoja, presenta la metáfora del trozo de cera: “Concédeme, entonces, en atención al razonamiento, que hay en nuestras almas un bloque maleable de cera: en unas personas, menos en otras; de una cera más pura para unos y más adulterada para otras; unas veces, más dura, otras, más blanda, y en algunos, en el término medio. -Tetero: “Lo concedo”. -Sócrates: “Pues bien, digamos que es un don de Memoria, la madre de las Musas: aquello de que queremos acordarnos de entre lo que vimos, oímos o pensamos, lo imprimimos en este bloque como si imprimiéramos el cuño de un anillo. Y lo que se imprimió, lo recordamos y lo sabemos en tanto su imagen (eidolon), permanezca ahí; pero lo que se borre o no se pudo imprimir, lo olvidamos (epilelesthai), es decir, no lo conocemos”. (2010, p. 25).

El recuerdo es entonces, el resultado de la suma de la unión entre nuestro ente físico con el psicológico para percibir, observar y almacenar. Pero, cómo es que el recuerdo se manifiesta, es decir, cómo es que de ser etéreo llega a tener la capacidad de ser transmitido. La única vía que le da existencia al registro de experiencia, lo que le da movilidad a la imagen impresa en la cera es el lenguaje. La decodificación de la imagen, la transmisión de la forma pasiva al recuerdo como memoria, hará que el recuerdo hable. Este proceso de transformación de recuerdo pasivo a testimonio es, en sí mismo un trabajo que implica historiar, pues se recurre a algo pasado y se coloca en la inmediatez narrada, por lo tanto, dotado de sentido, resignificado.

La memoria de los entrevistados resulta casi inagotable, pues el testimonio nunca es dos veces igual, es por esto que para este ejercicio es importante acotar que, la evidencia testimonial es parte de una construcción de la fuente, pues en las dos entrevistas con Miguel, que han dado como resultado más de cuatro horas de grabación, el ejercicio de comparación entre lo obtenido de una y otra, podría ser éste un amplio tema para adentrarnos a los laberintos de la memoria. 

Como lo explica Graciela de Garay, la entrevista de Historia Oral implica entender que los hombres comunican, no sólo datos, sino afectos, sentimientos y visiones del mundo, por lo que implica establecer una relación entre el entrevistado y el entrevistador, resulta un proceso de seducción y cortejo (1999, 83-84). En consecuencia, el contenido de la fuente oral depende de las preguntas, diálogos y la relación entre los dos involucrados, ya que el resultado final es producto tanto del narrador, como del investigador, el historiador es también objeto.

En el primer encuentro con Miguel Calderón, se observó la forma en que el acto de recordar vuelve a la marca en recuerdo activo. Al formular la primera pregunta de la entrevista: ¿en qué año y cómo ingresó a la universidad?, ésta se convirtió en un poderoso catalizador de memoria, pues inició una narración en tono de monólogo que duró más de diez minutos. En este ejercicio de soliloquio, en el cual se evitaron las interrupciones, el entrevistado decidió hablar, como lo mencionamos, en primer lugar, de su contexto familiar, de su hermano, al cual, a lo largo de la entrevista, intentó siempre referirse en presente, lo que sin lugar a dudas da cuenta de la existencia de una ruptura, evidenció la latencia del trauma:

MCM: […] Pero Alfonso Calderón Moreno ya era egresado de la preparatoria nocturna Benito Juárez, también llegué ahí por obvias razones a la preparatoria nocturna Licenciado Benito Juárez, ahí en San Manuel. Y bueno, pues ya la presencia de Alfonso ya bastante importante. No exagero, me he impuesto la regla y la conducta de no exagerar ni glorificar la forma de ser de Alfonso, simplemente lo transmito como yo viví con él y sigo viviendo.

En Miguel y su familia, después del primero de mayo de 1973 existe lo que LaCapra llama Una traumatización secundaria o transmisión intergeneracional de trauma”, (2006, 152), ya que, en ellos, de la misma forma en que se heredaron prácticas o valores positivos, se transmitió una experiencia desagradable que los marcó para siempre. La aclaración sobre la no exageración en torno al personaje de Alfonso, nos muestra una parte de la memoria a la defensiva, que puede ser producto de la calibración que, con los años se ha hecho en torno a la historia muchas veces contada sobre su hermano, es por esto que, de forma muy temprana aparece la acotación sobre el tema que sentencia:

MCM: […] Alfonso, y lo adelanto así, así lo voy a tocar en el transcurso de esta plática, Alfonso no nace a la vida universitaria ni nace en una formación política en el primero de mayo de 73, Alfonso ingresó a la preparatoria Benito Juárez en el año de 67. Y con el antecedente, yo digo que la vida siempre ha sido benigna con nosotros. Mis padres, sus amistades en el año de 64 y antes, empezaron a llegar a mi casa a buscar a mi papá, universitarios que pedían su solidaridad, pedían su apoyo porque enfrentaban conflictos en el 62, en el 63.

Existe además una reivindicación de su hermano, su familia y él como personajes legítimos dentro de la lucha universitaria, pues no son personajes espontáneos, existe una trayectoria dentro del contexto, más allá de lo que ha trascendido en la historia oficial. En el testimonio además se puede observar la nostalgia como la parte emocional de la memoria, la cual resulta al tiempo, ser evidencia de la conciencia del pasado al cual, muchas veces alabamos más y al que recurrimos para darnos un lugar dentro de la historia, resignificarnos desde el presente como parte de eso que fue pero que tiene repercusiones dignas de recordar en el ahora. Así es como recuerda Miguel la trascendencia del papel de los estudiantes universitarios de su generación:

MCM: […] Y a la postre, y hasta la fecha, somos una generación que cumplió, cumplió. Estoy hablando de la escuela de Derecho, independientemente de lo que cumplimos en la preparatoria. Somos una generación que innovó el estudio del Derecho aquí en Puebla. Cambiamos el contenido del estudio y del Derecho y eso ya, ya fue bajo las directrices del Partido, del Partido Comunista, que es parte de la Reforma universitaria. Todos estos son eslabones que estoy, te estoy citando para tener pues, todo, todo el panorama y de ahí, de todos los procesos que se van desencadenando.

En este sentido se excusa al auto hacerse un reconocimiento dentro de la historia, aclarando que, resulta así, sólo por ser parte de un panorama más general que da sentido al hilo de la narración. En este sentido el historiador debe estar consciente de que el entrevistado es un representante de la cultura, por lo que tiene una visión particular e individual del mundo, formada dentro de la cultura hegemónica o en oposición a dicha ideología. Es como si los testimonios fueran una combinación de mito e ideología (De Garay, 1999).

 

Comentarios finales

La historia oral se convierte “en un sistema extractor de recuerdos, ideas y memorias que contribuyen a conocer mejor la Historia” (Meyer y Olvera 1971, 372), por lo que, al construir la historia desde la oralidad, no sólo nos encontramos ante una simple forma de discurso, sino al análisis y tratamiento de la memoria, viva, individual y colectiva. Es así que no podemos ignorar que, la memoria no trabaja sola, sino que existe junto al recuerdo, al silencio y al olvido. Estos dos últimos elementos se vuelven imprescindibles dentro de cualquier análisis sobre la materia, ya que su aparición dentro del relato sostiene un proyecto o identidad, se entiende que el pasado se elimina o resignifica en aras de un presente o futuro que dote de identidad al sujeto o grupo portador del recuerdo (Cuesta 1998). En este sentido, la información más importante puede, muchas veces, estar dentro de lo que se oculta o en el mismo hecho que lleva al informante a callarlo.  

La memoria es dinámica, progresiva o regresiva, defensiva o redentora; cambiante acorde con lo que ha vivido, lo que se va calibrando con razón del tiempo, la edad, los sucesos y hasta las influencias, todo ello inexorablemente en un maridaje inseparable al olvido, sea voluntario o involuntario. Ante esto, entonces, no debemos magnificar los testimonios, mucho menos santificar a los testigos, a pesar de las tentadoras posibilidades de poder hacer otra historia que rete a la narración oficial o de rescatar a los que no se les dio voz.

Regresando a Ricoeur y la metáfora de la cera, todos tenemos un lienzo maleable, con características distintas, en el cual se plasman imágenes que produce el mundo exterior y que son impregnadas gracias a la percepción de nuestro ente sensorial. Es la memoria la que organiza y construye la narración que facilita al ser humano la capacidad de reconocer la existencia de un pasado. La cuestión es qué sigue y cómo debe utilizarse el recuerdo pasivo, cómo extraer la información de la imagen estática, de qué forma se manifiesta y qué representa, es decir, qué es lo que en realidad está plasmado en el lienzo, qué fragmento de la realidad quedó impregnado y cómo se ha ido modificando, mimetizando.

Es así como cada individuo lleva dentro de sí su propio fichero de recuerdos, por lo que, para comprender y reconstruir, la atmósfera de un tiempo que ya no existe, para generar un vínculo de contemporaneidad de uno mismo con los personajes del pasado, la mayor dificultad puede resultar, no la falta de información, sino la ausencia del saber olvidar y callar, lo mismo que el otro. En el binomio memoria y olvido, ambos ligados infaliblemente a la historia y a las verdades múltiples, nos hacen asumir su pluralidad y necesidad permanente por recuperar lo pasado.

 

Bibliografía

LaCapra, D. (2006). Historia en tránsito: experiencia, identidad, teoría crítica. FCE Argentina.

Portelli, A. (1991). “Lo que hace diferente a la Historia Oral”. en Dora Schwarzstein (ed.). La Historia Oral. Buenos Aires: Centro de Estudios de América Latina.

Ricoeur, P. (2010). La memoria, la historia, el olvido. España: Trotta.

 

Hemerografía

Cuesta, J. (1998). Memoria e Historia: Un estado de la cuestión. Revista Ayer, (32), 203-246.

Garay, G. (1999). La entrevista de historia oral: ¿monólogo o conversación?. REDIE. Revista Electrónica de Investigación Educativa, 1(1), 7.

Meyer, E y Olivera, A. (1971). La Historia Oral: Origen, metodología, desarrollo y perspectivas. Revista Historia Mexicana, 21(2), 372-387.

 

 



[1] Dentro de los fragmentos testimoniales aparecerá con las siglas MCM.

[2] Los “Santillanas” hace referencia a un grupo opositor a la corriente de estudiantes liberales liderado por dos hermanos de apellido Santillana. A lo largo de la entrevista Miguel Calderón los identifica como un grupo de porros al servicio del gobierno con el objetivo de sembrar inestabilidad al interior de la universidad.