DOI
A cincuenta años del Movimiento Universitario
Popular de la UAP, ¿cómo y qué se recuerda? Una mirada a través de la Historia
de Vida de Miguel Calderón Moreno
Fifty years after the
Popular University Movement of the UAP, How and What is remembered? A Look through
the Life Story of Miguel Calderón Moreno
Gissel Santander Soto*, 0000-0002-0380-6101
* Instituto de
Ciencias Sociales y Humanidades Alfonso Vélez Pliego, BUAP. Licenciada en
Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP, actualmente
estudiante del posgrado en Historia en el Instituto de Ciencias Sociales y
Humanidades Alfonso Vélez Pliego, BUAP. Correo electrónico: gisselsantanders@gmail.com
Resumen
El Movimiento Universitario Popular de la
Universidad Autónoma de Puebla (UAP), a inicios de la década de 1970, irrumpió
en la historia política y transformó las relaciones de poder en el estado. Este
proceso marcó a una generación de jóvenes universitarios que, influenciados por
el contexto nacional e internacional, se organizaron y vincularon con
diferentes luchas populares. A cincuenta años de este movimiento estudiantil, a
través de la Historia Oral observamos el impacto que éste tuvo en sus historias
de vida, tal es el caso de Miguel Calderón Moreno, participante de la
organización estudiantil y hermano de uno de los líderes estudiantiles
asesinado por el Estado el primero de mayo de 1973 en las instalaciones de la universidad.
Palabras clave: movimientos sociales, Historia oral, BUAP
Abstract
The
Popular University Movement of the Universidad Autónoma
de Puebla (UAP), at the beginning of the 1970s, broke into political history
and transformed power relations in the state. This process marked a generation
of young university students who, influenced by the national and international
context, organized and linked to different popular
struggles. Fifty years after this student movement, through Oral History we
observe the impact it had on their life stories, such is the case of Miguel
Calderón Moreno, a student organization participant and brother of one of the
student leaders assassinated by the State on May 1, 1973 at the University
facilities.
Keywords: social movement, Oral
History, BUAP.
Introducción
Los
movimientos universitarios en la década de 1960 que surgieron en diferentes
latitudes produjeron cambios profundos en la forma de entender y hacer
política, así como en el quehacer de las universidades públicas y sus
estudiantes. En este contexto, el caso de la Universidad Autónoma de Puebla
(UAP), no fue la excepción. Desde finales de la década de 1950 al interior de
la universidad poblana los estudiantes quedaron polarizados ante la exigencia
de hacer valer la autonomía de la institución reconocida jurídicamente, más no
en la práctica. Los estudiantes liberales defendieron el proyecto de Reforma
universitaria, mientras los estudiantes de ultraderecha formaron el Frente
Universitario Anticomunista (FUA). A pesar de que, en 1961, los estudiantes
liberales triunfaron, las diferencias entre los universitarios marcaron los
siguientes diez años. En lo que puede denominarse una gran década, la UAP y sus
estudiantes liberales se convirtieron en la caja de resonancia de los malestares
sociales y los enfrentamientos con el gobierno del estado.
En
este sentido, el Movimiento Universitario Popular de la Universidad Autónoma de
Puebla, específicamente a principios de la década de 1970, es uno de los temas
más icónicos de la historia reciente de la ahora Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla (BUAP) y la historia política de la entidad. Para la época, Puebla
era el bastión político del cacicazgo de los hermanos Ávila Camacho, bajo el
cual, durante cuatro décadas el poder político y económico actuaron como uno
solo. A pesar de que durante los años sesenta el cacicazgo parecía haberse
fortalecido con la llegada del poblano Gustavo Díaz Ordaz a la presidencia de
la República, lo cierto es que en lo local el régimen sufrió duros golpes
gracias a la organización social y los universitarios. Por ejemplo, en 1964, en
vísperas de la toma de protesta de Díaz Ordaz, el gobernador del estado, el
General Antonio Nava Castillo renunció al cargo después de que el movimiento
conocido como el de los lecheros escaló. El ocaso del cacicazgo había iniciado.
Cabe mencionar que desde el término de la gubernatura de Rafael Ávila Camacho
en 1957 y hasta 1975, año en que terminó el interinato de Guillermo Morales Blumenkron, Puebla tuvo siete gobernadores, ninguno con más
de tres años en el puesto por diferentes razones en las que, de una u otra
forma, los estudiantes y su vinculación con diferentes luchas populares
pusieron en jaque al gobierno del estado.
El
punto final a la debacle avilacamachista lo puso el
Movimiento Universitario Popular de UAP en 1973. Durante tres años, los
estudiantes liberales, para este punto con una importante vinculación social,
experiencia organizativa y militancia política, muchos de ellos abiertamente
afines al Partido Comunista Mexicano (PCM), abanderaron una nueva Reforma
universitaria que buscó abrir la universidad a la sociedad, masificar la matrícula,
entre otras tantas demandas que polarizaron, no sólo a los universitarios, sino
a toda la sociedad. Con la llegada de Luis Echeverría Álvarez a la presidencia
de México, la situación política en Puebla cambió, las luchas populares tomaron
fuerza y la universidad fue la cede de la acción política. Este periodo pasó a
la historia como el más violento en la trayectoria de los movimientos
universitarios en Puebla. Líderes universitarios como Joel Arriaga, director de
la Preparatoria Benito Juárez y Enrique Cabrera Barroso, director del
Departamento de Extensión Universitaria fueron asesinados en 1972. A esto se
sumó la matanza de cinco estudiantes en el edificio Carolino el 1 de mayo de
1973. En consecuencia, el último gobernador avilacamachista
Gonzalo Bautista O´Farril renunció al cargo, de la universidad fueron
expulsados los últimos miembros de grupo FUA y los líderes estudiantiles
comunistas se hicieron de la administración institucional.
Con
estos antecedentes, la historia política reciente de Puebla obliga a quien la
estudia a llevar la mirada a la propia historia de la UAP. En este sentido, la
mayor parte de la historiografía sobre el tema ha sido producida desde la
institución. A pesar de los bastos análisis, en casi ninguno se da voz a muchos
de los personajes que participaron en la organización estudiantil, por el
contrario, el testimonio ha quedado sólo como anécdota. Por lo anterior, reinterpretar
el movimiento universitario, principalmente desde las fuentes orales, ya que éstas
tienen la capacidad de expresar y formular lo vivido, lo cotidiano de las
estructuras sociales, formales e informales, resulta una necesidad para el
desarrollo del tema desde la perspectiva de la Historia del Tiempo Presente.
En
este sentido, se intuye que los estudiantes de la UAP a lo largo de este
proceso, pasan de tener un nexo netamente académico con la institución y el
espacio universitario, a ser parte de un proceso político a escala local, lo
que les permitió vincularse con diferentes sectores sociales y problemáticas
populares que, durante esta misma temporalidad, entraron en conflicto con el
Estado. Por lo que las preguntas para la construcción de la fuente oral buscan
definir el perfil de los estudiantes, qué pensaban, qué hacían en ese momento,
y a la distancia del tiempo, qué piensan que hicieron, es decir, qué se
recuerda y cómo se recuerda.
La
oralidad nos abre nuevas puertas de posibilidad para cumplir con la condena,
casi imposible que, como historiadores tenemos de encontrar la verdad. La Historia
Oral resulta ser un recordatorio de que el hombre no es un simple dato, sino un
proceso, el cual actúa en su cotidianeidad. A pesar de esto, la Historia como
disciplina, durante mucho tiempo descalificó esta vía de rememoración, ya que
no cumplía con el marco metodológico que exigía el rango de ciencia. En su afán
por alcanzar la verdad, se olvidó que ninguna huella, del tipo que sea, puede
reproducir el acontecimiento.
Es
por esto que se parte de la idea de que no estudiamos el hecho que ya pasó, y
al cual es imposible tener acceso de manera veraz o fidedigna, sino que como
historiadores, lo que buscamos son las ramificaciones de éste y su
trascendencia en el presente, por lo tanto, su resignificación desde otro
espacio, tiempo. Es por esto que nos preguntamos: ¿qué y cómo se recuerda? A
partir de la metáfora que utiliza Ricoeur en su obra La memoria, la historia y el olvido (2010); cómo la percepción y reflexión del acontecimiento es marcado en
el cubo de cera y cómo la memoria se pone en movimiento para encontrar el
recuerdo, entonces resignificarlo a través del lenguaje para volver la marca
archivada en algo activo.
Para
responder a estos cuestionamientos, se propone hacer un pequeño ejercicio de reflexión
a partir del testimonio de Miguel Calderón Moreno, quien era estudiante de una
de las preparatorias de la UAP en el periodo propuesto. Se advierte que, en el
caso de Miguel, el testimonio es además parte de su Historia de Vida, por lo
que, los fragmentos que más adelante se retoman son parte del inicio de la
construcción de una relación de confianza entre entrevistado y entrevistador. Antes
de reflexionar sobre lo propuesto es fundamental dar un breve marco contextual
del tema y del escenario en el cual está inserto el relato memorístico del
entrevistado.
¿Cómo y qué se recuerda?
Al
pensar construir una nueva interpretación sobre el Movimiento Universitario
Popular de la UAP durante los primeros años de la década de los setenta, nos
encontramos con una amplia gama de fuentes de todo tipo, sin embargo, al ser
este un periodo relativamente cercano en el plano temporal, nos enfrentamos a
un acontecimiento vivo, por así decirlo. Si bien las fuentes escritas, así como
la producción historiográfica en torno al tema nos ofrecen múltiples
posibilidades de estudio, problematización y reflexión, es necesario generar un
ejercicio de recuperación de memoria desde la fuente oral, ya que representa
una forma esencial de preservar el pasado, además de que muchos de los actores
involucrados en este proceso histórico siguen vivos, lo que los convierte en la
fuente principal para reinterpretar al movimiento estudiantil desde una nueva
perspectiva histórica que privilegie a la memoria.
Sin
embargo, la característica esencial del tiempo cercano es precisamente la
presencia de actores que han vivido los acontecimientos estudiados por el
historiador y son capaces eventualmente de dar testimonio de estos, de entablar
un diálogo. Si bien el historiador del tiempo presente no ha vivido todo lo que
entra directamente en su campo de observación, por lo menos puede hablar con
quienes sí estuvieron ahí. El historiador es testigo del testigo, a veces,
incluso el primero y quizá también el último con quien éste habló antes de
morir.
A
finales de la década de los setenta del siglo pasado, dentro de la academia, de
la mano de la corriente de la Nueva Historia y los estudios sobre la memoria,
surgió el debate sobre el uso de la oralidad como fuente histórica. Más allá de
profundizar sobre este tema y los argumentos, tanto a favor, como en contra,
damos cuenta que su utilización en el campo histórico es ya una discusión
superada y, por lo tanto, avalada como parte de la construcción de nuevas
narrativas históricas. En 1989 Eric Hobsbawn en su
obra La era del Imperio anotaba que:
“Cuando los historiadores intentan estudiar un período del cual quedan testigos
supervivientes se enfrentan, y en el mejor de los casos se complementan, dos
conceptos diferentes de la historia: el erudito y el existencial, los archivos
y la memoria personal”. (en Cuesta 1998, p. 205).
Por
su parte, Eugenia Meyer y Alicia Olivera, apuntan que sí bien, la Historia Oral
debe basarse en lo que se ha dicho o escrito sobre el tema, “Lo escrito muchas
veces explica lo que pasó, pero no el por qué sucedió” (1971, p. 375). Es ahí
donde, a través de las fuentes orales podemos obtener información no incluida
en los archivos documentales, recuperar aspectos desconocidos no registrados,
que probablemente sólo se nos revelen por medio de las subjetividades de los
testigos y nos brinden la oportunidad de ir más allá de lo ya dicho para
generar una memoria distinta.
Sin
perder de vista que nos referimos a un pasado inmediato, somos conscientes de
que el uso de la fuente oral, además de ofrecernos virtudes interpretativas, también
resulta ser portadora de recuerdos impregnados de una importante carga
simbólica, nostálgica e incluso mitificada que va, como lo describe Josefina
Cuesta “desde la selección de los temas hasta los términos empleados y la
valoración de las experiencias”. (1998, p. 208).
Como
lo mencionamos anteriormente, los debates en torno al uso de las fuentes
orales, así como su valor e incluso objetividad, han sido superados en el
ámbito académico, cabe recordar que, muchos de los prejuicios en torno a este
tema se fundamentaron sobre la afirmación de que éstas pueden ser distantes de
los acontecimientos, por lo que sufren distorsiones de la memoria, situación de
la que no se encuentran totalmente exentas las fuentes documentales, por lo
tanto, lo realmente importante en este sentido, es entender que la memoria no
es un depósito pasivo de hechos, sino un proceso activo de creación de
significados (Portelli, 1991).
En
este sentido, Paul Ricoeur propone redirigir la pregunta de consulta al pasado.
A partir de la fenomenología, reformula dos preguntas que buscan contravenir la
línea más clásica u ortodoxa de indagar, pasa de simplemente cuestionar ¿cuál
es la verdad? y ¿qué pasó realmente? (cuestiones que se encuentran impregnadas
del afán de resolver objetiva y verazmente) a ¿de qué hay recuerdo? y ¿de quién
es la memoria? La recomposición va más allá del desafío al canon, se trata de
un nuevo nivel en la discusión filosófica, aparece el recuerdo como la imagen
de algo visto, sentido, grabado a partir de nuestros sentidos, en lo que
llamamos memoria, por lo que la forma en la que se grabó el recuerdo es
resultado de una serie de circunstancias anteriores a la de su recepción
sensorial, es decir, hay un antes y un después del recuerdo (2010, p. 19).
Como
ejemplo, Miguel Calderón Moreno[1] al cuestionarlo sobre el
año y la forma en que ingresó a estudiar a la universidad responde de la
siguiente forma:
MCM: […]
Yo llegué a la Universidad, ingresé en enero de 1971. Soy de la última
generación de anualidades y bueno, pues yo tengo la fortuna de haber nacido en
el núcleo de una familia obrera. Mi papá fue obrero, fue fogonero de la fábrica
la Leonesa y pues desde que yo empecé a tener uso de razón en la vida, la vida
de él y de mi mamá, pues me dieron una formación humana, en la cual me he
empeñado en respetarla y eso es, eso es parte de lo que siempre cito cuando
inicio este tipo de conversaciones. Llego en enero de 1971, cuando la
universidad estaba en un momento de definición y bueno, todavía la sombra de del
Movimiento del 68.
Es
decir, Miguel resignifica su nexo con la universidad, a partir de su contexto
familiar, en cuanto se genera la pregunta que incita a la búsqueda del
recuerdo, lo que surge no es un dato como respuesta, lo lleva más allá del
simple hecho de contestar a la pregunta sobre la forma y la fecha de ingreso a
la universidad. Contextualiza el momento, formula explicaciones en torno a la
respuesta. En un primer momento y si tuviéramos este fragmento de forma
aislada, probablemente la puerta a la interpretación de por qué lo recuerda de
esa forma invitaría a generar un sinfín de hipótesis, por el contrario, si
agregamos a la respuesta que, Miguel Calderón Moreno es hermano de uno de los
líderes del movimiento estudiantil, asesinado por el Estado, el primero de mayo
de 1973 en el edificio Carolino y que el vínculo, tanto de él, como de su
familia con el movimiento universitario fue su papá, por ser líder sindical, la
interpretación cambia, entendemos que el ingreso a la universidad del hermano más
pequeño de Alfonso Calderón Moreno, representa más que el simple acceso a la
educación superior. En él se hace visible la asociación de la psicología
individual con las determinantes del contexto histórico-económico-cultural
meta-individual, se evidencia el entrecruzamiento de reciprocidad condicionante
entre individuo, cultura y momento o fase histórica (Ferrarotti, 2007).
Más
adelante, Miguel apunta que el inicio de su conciencia de participación en la
vida universitaria nació de ver la actividad política de su hermano mayor,
Alfonso. Confiesa incluso, no haber estado del todo convencido en ese momento
de lo que se trataba el conflicto entre grupos al interior de la institución,
pero empezaba a generar identidad:
MCM:
[…] pues heredó la virtud de papá, del hombre de la oratoria. No se me hacía
extraño, pero cuando veía sus discursos, cómo le aplaudían, pues entonces
despertó en mí una inquietud de qué era lo que teníamos que hacer nosotros.
Empecé no a convencerme, pero empecé a atender, a entender qué podíamos hacer
en la universidad a la que estábamos llegando donde estaba el grupo democrático
que había derrotado a los santillanas[2] que se disputaban la
dirección del Directorio Estudiantil.
Como se mencionó, existe un antes y un
después del recuerdo, Ricœur lo plantea como sujeto
histórico, ya que contiene un tipo de información que va más allá de lo factual
o comprobable y está relacionado con un acontecimiento de índole comunal,
social, es decir existen más personas que lo vivieron, por lo tanto, con la
capacidad de narrarlo. Sin embargo, el recuerdo como simple escena del pasado
es algo que aparece de forma pasiva, no es sino hasta que la anamnesis aparece (el recuerdo trabajado
como memoria misma o recuerdo que la memoria guarda) que se clasifica y
recolecta. Tiene consciencia del tiempo transcurrido, para definir al recuerdo,
Ricoeur recurre a la metáfora griega entre Sócrates y Tetero sobre un cubo de
cera:
Sócrates elabora una especie de fenomenología del error: tomar una cosa
por otra. Para resolver esta paradoja, presenta la metáfora del trozo de cera:
“Concédeme, entonces, en atención al razonamiento, que hay en nuestras almas un
bloque maleable de cera: en unas personas, menos en otras; de una cera más pura
para unos y más adulterada para otras; unas veces, más dura, otras, más blanda,
y en algunos, en el término medio. -Tetero: “Lo concedo”. -Sócrates: “Pues
bien, digamos que es un don de Memoria, la madre de las Musas: aquello de que
queremos acordarnos de entre lo que vimos, oímos o pensamos, lo imprimimos en
este bloque como si imprimiéramos el cuño de un anillo. Y lo que se imprimió,
lo recordamos y lo sabemos en tanto su imagen (eidolon), permanezca ahí; pero lo
que se borre o no se pudo imprimir, lo olvidamos (epilelesthai), es decir, no lo
conocemos”. (2010, p. 25).
El
recuerdo es entonces, el resultado de la suma de la unión entre nuestro ente
físico con el psicológico para percibir, observar y almacenar. Pero, cómo es
que el recuerdo se manifiesta, es decir, cómo es que de ser etéreo llega a
tener la capacidad de ser transmitido. La única vía que le da existencia al
registro de experiencia, lo que le da movilidad a la imagen impresa en la cera
es el lenguaje. La decodificación de la imagen, la transmisión de la forma
pasiva al recuerdo como memoria, hará que el recuerdo hable. Este proceso de
transformación de recuerdo pasivo a testimonio es, en sí mismo un trabajo que
implica historiar, pues se recurre a algo pasado y se coloca en la inmediatez narrada,
por lo tanto, dotado de sentido, resignificado.
La memoria de los
entrevistados resulta casi inagotable, pues el testimonio nunca es dos veces
igual, es por esto que para este ejercicio es importante acotar que, la
evidencia testimonial es parte de una construcción de la fuente, pues en las
dos entrevistas con Miguel, que han dado como resultado más de cuatro horas de
grabación, el ejercicio de comparación entre lo obtenido de una y otra, podría
ser éste un amplio tema para adentrarnos a los laberintos de la memoria.
Como lo explica Graciela
de Garay, la entrevista de Historia Oral implica entender que los hombres
comunican, no sólo datos, sino afectos, sentimientos y visiones del mundo, por
lo que implica establecer una relación entre el entrevistado y el
entrevistador, resulta un proceso de seducción y cortejo (1999, 83-84). En
consecuencia, el contenido de la fuente oral depende de las preguntas, diálogos
y la relación entre los dos involucrados, ya que el resultado final es producto
tanto del narrador, como del investigador, el historiador es también objeto.
En
el primer encuentro con Miguel Calderón, se observó la forma en que el acto de
recordar vuelve a la marca en recuerdo activo. Al formular la primera pregunta
de la entrevista: ¿en qué año y cómo ingresó a la universidad?, ésta se
convirtió en un poderoso catalizador de memoria, pues inició una narración en
tono de monólogo que duró más de diez minutos. En este ejercicio de soliloquio,
en el cual se evitaron las interrupciones, el entrevistado decidió hablar, como
lo mencionamos, en primer lugar, de su contexto familiar, de su hermano, al
cual, a lo largo de la entrevista, intentó siempre referirse en presente, lo
que sin lugar a dudas da cuenta de la existencia de una ruptura, evidenció la
latencia del trauma:
MCM: […]
Pero Alfonso Calderón Moreno ya era egresado de la preparatoria nocturna Benito
Juárez, también llegué ahí por obvias razones a la preparatoria nocturna
Licenciado Benito Juárez, ahí en San Manuel. Y bueno, pues ya la presencia de
Alfonso ya bastante importante. No exagero, me he impuesto la regla y la
conducta de no exagerar ni glorificar la forma de ser de Alfonso, simplemente
lo transmito como yo viví con él y sigo viviendo.
En
Miguel y su familia, después del primero de mayo de 1973 existe lo que LaCapra llama “Una
traumatización secundaria o transmisión
intergeneracional de trauma”, (2006, 152), ya que, en ellos, de la misma forma
en que se heredaron prácticas o valores positivos, se transmitió una
experiencia desagradable que los marcó para siempre. La aclaración sobre la no
exageración en torno al personaje de Alfonso, nos
muestra una parte de la memoria a la defensiva, que puede ser producto de la
calibración que, con los años se ha hecho en torno a la historia muchas veces
contada sobre su hermano, es por esto que, de forma muy temprana aparece la
acotación sobre el tema que sentencia:
MCM:
[…] Alfonso, y lo adelanto así, así lo voy a tocar en el transcurso de esta
plática, Alfonso no nace a la vida universitaria ni nace en una formación
política en el primero de mayo de 73, Alfonso ingresó a la preparatoria Benito
Juárez en el año de 67. Y con el antecedente, yo digo que la vida siempre ha
sido benigna con nosotros. Mis padres, sus amistades en el año de 64 y antes,
empezaron a llegar a mi casa a buscar a mi papá, universitarios que pedían su
solidaridad, pedían su apoyo porque enfrentaban conflictos en el 62, en el 63.
Existe
además una reivindicación de su hermano, su familia y él como personajes
legítimos dentro de la lucha universitaria, pues no son personajes espontáneos,
existe una trayectoria dentro del contexto, más allá de lo que ha trascendido
en la historia oficial. En el testimonio además se puede observar la nostalgia
como la parte emocional de la memoria, la cual resulta al tiempo, ser evidencia
de la conciencia del pasado al cual, muchas veces alabamos más y al que
recurrimos para darnos un lugar dentro de la historia, resignificarnos desde el
presente como parte de eso que fue pero que tiene repercusiones dignas de
recordar en el ahora. Así es como recuerda Miguel la trascendencia del papel de
los estudiantes universitarios de su generación:
MCM: […]
Y a la postre, y hasta la fecha, somos una generación que cumplió, cumplió. Estoy
hablando de la escuela de Derecho, independientemente de lo que cumplimos en la
preparatoria. Somos una generación que innovó el estudio del Derecho aquí en
Puebla. Cambiamos el contenido del estudio y del Derecho y eso ya, ya fue bajo
las directrices del Partido, del Partido Comunista, que es parte de la Reforma
universitaria. Todos estos son eslabones que estoy, te estoy citando para tener
pues, todo, todo el panorama y de ahí, de todos los procesos que se van
desencadenando.
En este sentido se
excusa al auto hacerse un reconocimiento dentro de la historia, aclarando que, resulta
así, sólo por ser parte de un panorama más general que da sentido al hilo de la
narración. En este sentido el historiador debe estar consciente de que el
entrevistado es un representante de la cultura, por lo que tiene una visión particular
e individual del mundo, formada dentro de la cultura hegemónica o en oposición
a dicha ideología. Es como si los testimonios fueran una combinación de mito e
ideología (De Garay, 1999).
Comentarios finales
La
historia oral se convierte “en un sistema extractor de recuerdos, ideas y
memorias que contribuyen a conocer mejor la Historia” (Meyer y Olvera 1971,
372), por lo que, al construir la historia desde la oralidad, no sólo nos
encontramos ante una simple forma de discurso, sino al análisis y tratamiento
de la memoria, viva, individual y colectiva. Es así que
no podemos ignorar que, la memoria no trabaja sola, sino que existe junto al
recuerdo, al silencio y al olvido. Estos dos últimos elementos se vuelven
imprescindibles dentro de cualquier análisis sobre la materia, ya que su
aparición dentro del relato sostiene un proyecto o identidad, se entiende que
el pasado se elimina o resignifica en aras de un presente o futuro que dote de
identidad al sujeto o grupo portador del recuerdo (Cuesta 1998). En este
sentido, la información más importante puede, muchas veces, estar dentro de lo
que se oculta o en el mismo hecho que lleva al informante a callarlo.
La
memoria es dinámica, progresiva o regresiva, defensiva o redentora; cambiante
acorde con lo que ha vivido, lo que se va calibrando con razón del tiempo, la
edad, los sucesos y hasta las influencias, todo ello inexorablemente en un
maridaje inseparable al olvido, sea voluntario o involuntario. Ante esto, entonces,
no debemos magnificar los testimonios, mucho menos santificar a los testigos, a
pesar de las tentadoras posibilidades de poder hacer otra historia que rete a
la narración oficial o de rescatar a los que no se les dio voz.
Regresando
a Ricoeur y la metáfora de la cera, todos tenemos un lienzo maleable, con
características distintas, en el cual se plasman imágenes que produce el mundo
exterior y que son impregnadas gracias a la percepción de nuestro ente
sensorial. Es la memoria la que organiza y construye la narración que facilita
al ser humano la capacidad de reconocer la existencia de un pasado. La cuestión
es qué sigue y cómo debe utilizarse el recuerdo pasivo, cómo extraer la
información de la imagen estática, de qué forma se manifiesta y qué representa,
es decir, qué es lo que en realidad está plasmado en el lienzo, qué fragmento
de la realidad quedó impregnado y cómo se ha ido modificando, mimetizando.
Es
así como cada individuo lleva dentro de sí su propio fichero de recuerdos, por lo que, para comprender y
reconstruir, la atmósfera de un tiempo que ya no existe, para generar un
vínculo de contemporaneidad de uno mismo con los personajes del pasado, la mayor
dificultad puede resultar, no la falta de información, sino la ausencia del
saber olvidar y callar, lo mismo que el otro. En el binomio memoria y olvido,
ambos ligados infaliblemente a la historia y a las verdades múltiples, nos
hacen asumir su pluralidad y necesidad permanente por recuperar lo pasado.
Bibliografía
LaCapra, D. (2006).
Historia en tránsito: experiencia,
identidad, teoría crítica. FCE Argentina.
Portelli,
A. (1991). “Lo que hace diferente a la Historia Oral”. en Dora Schwarzstein (ed.). La
Historia Oral. Buenos Aires: Centro de Estudios de América Latina.
Ricoeur,
P. (2010). La memoria, la historia, el
olvido. España: Trotta.
Hemerografía
Cuesta, J. (1998). Memoria e
Historia: Un estado de la cuestión. Revista
Ayer, (32), 203-246.
Garay,
G. (1999). La entrevista de historia oral: ¿monólogo o conversación?.
REDIE. Revista Electrónica de
Investigación Educativa, 1(1),
7.
Meyer,
E y Olivera, A. (1971). La Historia Oral: Origen, metodología, desarrollo y
perspectivas. Revista Historia Mexicana, 21(2),
372-387.
[1] Dentro de los fragmentos testimoniales aparecerá con
las siglas MCM.
[2] Los “Santillanas” hace referencia a un grupo opositor
a la corriente de estudiantes liberales liderado por dos hermanos de apellido
Santillana. A lo largo de la entrevista Miguel Calderón los identifica como un
grupo de porros al servicio del gobierno con el objetivo de sembrar
inestabilidad al interior de la universidad.