DOI
Artículo
Una pincelada del constructo
literatura infantil y juvenil (un paradigmático ejemplo con Louisa May Alcott)
A Glimpse of the Children’s and Young Adult Literature
Construct (A Paradigmatic Example with Louisa May Alcott)
Alejandra Sánchez Valencia, * 0009-0001-2218-6550
*Universidad Autónoma
Metropolitana. Profesora-investigadora titular C, tiempo completo en Lenguas
Extranjeras en la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco. Maestra en
Estudios México-Estados Unidos, y maestra en Letras Modernas (en Lengua
Inglesa), diplomada en literatura infantil y juvenil, realizó una estancia
académica en la Universidad de Oslo Noruega sobre cuentos folclóricos. Cuenta
con publicaciones nacionales e internacionales. Correo electrónico:
sva@azc.uam.mx
Resumen
En el presente artículo se
hará una revisión a los inconvenientes de definir a la literatura infantil y
juvenil (LIJ), y cómo ha cambiado la perspectiva a través del tiempo, en
combinación con cultura y lugar. Se ejemplificará con el peculiar nacimiento de
Mujercitas y su saga escritas por Louisa May Alcott
en el siglo XIX.
Palabras clave: LIJ, literatura infantil y juvenil, niño,
niñez, Louisa May Alcott.
Abstract
This article is a glimpse of the inconveniences about
defining Children’s and Young Adult Literature and how perspectives have
changed through time depending on culture and place too. A glance about Louisa
May Alcott’s Little Women saga as a peculiar example.
Keywords: YA Literature,
Children’s Literature, child, childhood, Louisa May Alcott.
Recibido: 2/11/2022
Aceptado: 12/04/2023
Introducción
En
el presente artículo se realizará un rápido recorrido sobre el constructo de la
literatura infantil y juvenil para entonces arribar al paradigmático ejemplo de
Louisa May Alcott –autora de Mujercitas (1868)
y la saga de la familia March que le siguió: Más cosas de mujercitas
(1869), Hombrecitos (1871) y Los muchachos de Jo (1886). El
artículo se dividirá en cinco pequeñas secciones que apunten hacia dónde poner
la mirada en este vasto sistema de la literatura infantil y juvenil (LIJ), con
especial énfasis en los Estados Unidos y su relación con el Reino Unido, en un
intenso recorrido cronológico, que solo apunta a lo más relevante en el
tratamiento de ésta y el caso de Alcott. Todo ello
para comprender, en un momento dado, por qué en tiempo, espacio y cultura se
puede privilegiar o no determinada producción.
Literatura infantil y juvenil (LIJ): una definición
escurridiza
En
México hay un refrán que dice que “en la casa del jabonero el que no cae
resbala”, y eso es justamente lo que sucede con la LIJ porque es un constructo
que se apoya en otros bastante escurridizos. Antes, se le consideraba un género
menor; hoy en día se hace referencia a ella como un sistema, un corpus literario,
escrito para los niños y que leen los niños. El estudioso inglés, Peter Hunt, con larga trayectoria en este campo señala: “I want to
look at it as an important ‘system’ of its own, not as a lesser or peripheral
part of ‘high culture’"[1] (Hunt, 1994, p. 7).
Y
ahí da inicio el problema número uno: ¿Y si lo que está escrito no fue pensado
para los niños como fue el caso de Robinson Crusoe de Daniel Defoe o la
sátira Gulliver´s Travels
de Jonathan Swift, pero los infantes se las ingeniaron para hacer propias esas
lecturas? ¿Deja de ser literatura infantil y juvenil? ¿Y si por ejemplo está
escrita para la niñez, pero son los adultos los que se apropian de ella como
fue el caso de Alice’s Adventures
in Wonderland de Lewis Carroll, deja de formar
parte de la LIJ? Entonces ahí empieza esta cuestión escurridiza. Más aún, ¿qué
vamos a entender por niño? ¿De qué edad a qué edad se es uno? Pues tendrá que
ver siempre con cultura, tiempo y espacio; porque no ha sido la misma
percepción a lo largo de la historia. Una definición era entender por niño y la
niñez ese periodo en que hay mucho juego y no hay responsabilidades de tipo económico
como para que los menores tengan que trabajar: “[…] childhood
is the period
of life which
the immediate culture thinks of as being
free of responsibility and
susceptible to education”[2] (Hunt, 1994, p. 5).
Pero, ¿y en qué rubro quedarían
clasificados los pequeñines que salen a la calle o están en el campo y ayudan a
llevar un ingreso a la familia? Y tenemos otra situación, ¿qué sucede con los
no tan chiquitos que se la pasan de beca en beca y cursan licenciatura y
maestría; y luego, segunda, tercera y cuarta maestría, doctorado, posdoctorado
y no existe la práctica laboral pero siguen siendo susceptibles de educación? ¿Esos
adultos son niños? Este tipo de reflexiones en torno a los actores del constructo
hace que las definiciones patinen de un lado a otro. Se propone, entonces que
al realizar algún trabajo sobre LIJ siempre se hable de cuál es el tiempo, el
espacio y la cultura; pues ello nos dará una buena perspectiva de lo que vamos
a tratar.
Jack
Zipes (2002), estudioso estadounidense, ha trabajado
mucho la cuestión folclórica y tiene una actitud un tanto irónica respecto a la
LIJ porque dice que es todo lo escrito para niños, y eso puede ser desde la
envoltura de un chicle hasta la caja del cereal, y además comenta que no se
están haciendo lectores críticos, sino que se están entrenando para el consumismo.
De la década de 1960 hasta la de 1980, el gobierno estadounidense aportaba
fondos considerables a los bibliotecarios y ahí los niños (o los papás de éstos)
no tenían que estar preocupándose de qué se le iba a comprar a los hijos para
que leyeran; simplemente en las bibliotecas de sus colonias, de la escuela,
etcétera, existía “el acervo”.
En
1980 se deja de otorgar dicho fondo, pues hay un problema de austeridad a nivel
nacional; empero, los niños ya contaban con “su domingo” –ese dinerito otorgado
por los padres en casa para que los infantes empiecen a administrarse y
prioricen en qué lo quieren invertir o gastar–. Así, al hacer uso de ese
presupuesto personal vienen estas figuras de las grandes cadenas comerciales
donde quienes brindan el servicio no son expertos en literatura, sino
vendedores. La crítica que hace Jack Zipes (2002, p. 19)
es que de ese modo únicamente se está entrenando a la niñez para ser fiel a una
marca comercial; aunque el asunto entero esté disfrazado de: “los de una marca
X” van a cooperar con tantas computadoras para determinada escuela, así como
con una cierta cantidad de libros que donarán si se consume el o los productos
en el número que ellos especifiquen. Se enseña, por lo tanto, a ser fiel a esas
empresas.
Por
otra parte, el teórico señala que, en el estado del arte y profesionalización de
la LIJ en los Estados Unidos, para 2002 ya eran dos mil las universidades que
ofrecían materias al respecto, además de diplomados, maestrías y estudios
doctorales. Y entonces hay una paradoja: la LIJ es consumida y leída por los
adultos (no sabemos entonces cuál es el porcentaje de niños y jóvenes lectores)
y, de aquellos, el noventa por ciento de los catedráticos que la enseña está
conformado por mujeres y otro tanto por autoras: “About
90 percent of the professors in the field of
children’s literature are females, which may parallel the
percentage of women in children’s book publishing […]”[3] (Zipes,
2002, p. 55).
Otro mito para resbalar: LIJ son los cuentos folclóricos o
maravillosos
Muchas
veces se ha pensado que la literatura infantil y juvenil es el equivalente a
los cuentos folclóricos, pero no es así. Forman parte de la oralidad compartida
a nivel familiar en los pueblos de las diversas regiones del mundo, y se
transmitían de generación en generación; además, la manera en que se abordaban
no tenía censura alguna. Eso vino después, en especial durante el siglo XIX por
la cuestión de los nacionalismos, las situaciones lingüísticas y las tendencias
a la clasificación que se daba en la ciencia.
Pensemos
por un momento en un cuento folclórico como “La Cenicienta”, donde el
imaginario nos lleva a la versión producida por Disney, y luego tenemos
contacto con la versión original recopilada por los Grimm y nos enteramos, por
ejemplo, que la magia venía del almendro que la joven plantó en la tumba de su
madre y regó con sus propias lágrimas. Y que una de las triquiñuelas empleadas
por una de las hermanastras por consejo de su madre fue cortarse el pie para
que cupiera en la zapatilla y se casara con el príncipe; cometido que casi
logra salvo que unas aves denuncian el engaño cuando está por llevarse a cabo
la ceremonia nupcial y sacan los ojos de las hermanastras dejándolas tuertas.
Hoy en día parecería inimaginable relatar ese cuento de ese modo; y ya se verá,
líneas más abajo, con quién y cuándo se empiezan a dar cambios para considerar
los cuentos folclóricos como un corpus de lectura infantil.
Por
lo pronto, que nos baste saber que de la Cenicienta hay unas 345 versiones,
incluso en África, y que en Noruega existe una versión masculina para el
personaje (una suerte de Ceniciento): “Askelad”;
mientras que, en México, en 1951, en la colección de Los cuentos de rancho
de Pascuala Corona, hay también una versión masculina con “Carbonerito”
(Sánchez Valencia, 2010).
En
un principio no era propiamente la lectura; sino la oralidad, así como las
cuestiones nacionalistas y de clasificación por temática y región, además del
orgullo por la lengua que se hablaba. Lo que hizo la gran diferencia fue el
trabajo de campo llevado a cabo por los estudiosos, el ir de región en región
entrevistando a las contadoras de cuentos y fijándolos por medio de la
escritura. Así se atesoraba un corpus regional y nacional. También se cayó en
la cuenta de que había variantes de los mismos cuentos, incluso en zonas
bastante distantes.
En
la cuestión lingüística podían delimitarse las isoglosas, esas demarcaciones que
mostraban de qué territorio a qué territorio se utilizaba cierto vocablo, pero
cambiaba en otro. Y fruto de ello son los diccionarios.
Los
cuatro grupos nacionales cuyos cuentos han tenido más difusión y reconocimiento,
y que son parte de un gusto compartido entre los lectores son los franceses, los
alemanes, los ingleses y los noruegos; no porque sean los únicos, pero sí los
que de manera muy temprana realizaron trabajo de campo, hicieron uso de la
imprenta e iniciaran su difusión.
Dentro
del imaginario compartido en el acervo lector y cuyos recuerdos pudieran
habitar en la mente y el corazón de más de uno, encontramos la herencia de lo
francés con Charles Perrault en “Caperucita roja”, “Barba azul” o “El gato con
botas”. En Alemania, el trabajo de recolección, registro y clasificación de los
hermanos Grimm dio lugar tanto a su gramática como a un diccionario, y a dos
volúmenes de cuentos. Los Grimm iniciaron como bibliotecarios, y en una época
en que prevalecía el romanticismo europeo, realizaron un trabajo de tipo
filológico, pues en la tradición oral de los relatos estaban las semillas de la
cultura, la lengua y la literatura nacional. Todo ello sentó las bases para los
estudios de folclor. Eventualmente ambos ejercieron como catedráticos. Algunos
de los cuentos recordados son “Blanca Nieves”, “Hansel y Gretel”, “Rapunzel” y
“La bella durmiente”, entre otros.
En
el caso del zoólogo Peter Christian Asbjörnsen y el
teólogo Jörgen Moe, durante su trabajo de recolección
y sistematización de los relatos en Noruega, además de la recopilación sobre
todo tipo de aventuras con los “trolls”, tenemos el
famosísimo cuento “Al este del sol, al oeste de la luna”. Por otra parte, Joseph
Jacobs, aunque australiano, se interesa en llevar a cabo el registro de las
narraciones en Inglaterra y ahí es donde empieza a cambiar el panorama. El
objetivo era colaborar con la sociedad folclórica y luego el entretenimiento de
los niños ingleses. Recordemos y consideremos, que la cuestión de la rivalidad
entre el entretenimiento y la instrucción ha estado en el corazón de la
literatura, pero muchísimo más en el de la LIJ. Algunos cuentos célebres anglosajones que
podríamos evocar con facilidad debido a que han sido parte de nuestro acervo
lector son: “Ricitos de oro”, “Los tres cochinitos”, “Jack y las habichuelas
mágicas”. En este grupo de cuentos, a diferencia de los antes comentados, hay
notas, referencias, el lenguaje original se homogeniza y se omiten los
dialectos.
Una
de las razones por las que siglos después, los cuentos folclóricos o
maravillosos forman parte del corpus de la LIJ, radica en los frutos que
produce en los lectores, en especial por el modo en que fortalecen e instilan
espíritus inquebrantables, tal cual señala la estudiosa May Hill (Arbunoth, 1961, p. 283): “Whether
or not children
are conscious of it, these stories
may become sources of moral strength –a strength which is part
faith, part courage, and wholly unshakeable”.[4]
LIJ: entretenimiento o rigor
Desde
el año 1922, en Estados Unidos, cada año se hace entrega de la medalla John
Newberry a lo que se considera el mejor libro infantil de la nación. Fue creada
por los libreros, pero después, quienes hacían el reconocimiento eran los
bibliotecarios.
Conviene
ubicarse en tiempo y espacio: en Inglaterra existía una tradición puritana muy
fuerte, en que al niño se le consideraba, desde que estaba en el vientre de su
madre, como una fuente de pecado, alguien que iba a transgredir, todos los
códigos morales, si desde chico no se le atendía. ¿Y cómo se haría eso? Enseñándole
a leer La Biblia, porque entonces el miedo era que se fuera al infierno debido
a una temprana muerte. Los libros con ese código puritano eran muy estrictos, así
que cuando, en el siglo XVIII, John Newberry –como librero inglés–, decide dar
un giro de tuerca a la literatura, añade el entretenimiento; al puro rigor se
le hace a un lado. Newbery había leído a John Locke, quien hablaba de que el
niño era una “tabula rasa” y que se le iba construyendo.
Si
bien es cierto Newberry se dedicó a imprimir una serie de libros para adultos y
difundirlos, resulta sorprendente que cuatrocientos fueron dedicados a la niñez
y que fue a él a quien se le ocurrió hacer ediciones bonitas de los cuentos folclóricos,
con pastas atractivas, ilustraciones que llamaran la atención y que se cuidara
el lenguaje. A partir de este momento podemos entender por qué a los cuentos
folclóricos o maravillosos se les asocia como sinónimos de LIJ.
Veamos
otro ejemplo a propósito del entretenimiento: El progreso del peregrino,
escrito por el anabaptista John Bunyan en 1678 donde se narra esa transición de
todos los seres humanos por la Tierra, que es un viaje –o debería serlo–,
pensado en ir luchando contra nuestros propios defectos y nuestras propias
tendencias para llegar un día a la Ciudad Celestial. Se dice que después de La
Biblia, es el segundo libro más leído en el mundo. Y aunque no fue escrito
para niños, la lectura resultaba tan entretenida, que los infantes vieron el
modo de irse apropiando de algo que no estuvo pensado para ellos.
Pensemos
ahora en Henri Hoffman, del siglo XIX; en realidad era un cirujano que deseaba
dar un regalo de cumpleaños a su pequeño hijo, y al revisar la oferta editorial
de su tiempo, decidió él mismo hacer su propia edición e ilustrarla. Él pensaba
que la mejor manera de advertir a los niños era ilustrando las consecuencias
(bastante hiperbólicas, por cierto) de no portarse bien, además de “enganchar”
al escucha por medio de las rimas. Tal fue el nacimiento de Struwelpeter
(1845), que en español se conoce como Pedro melenas y que en realidad es
una colección de varias historias sobre niños desobedientes (Carpenter y Prichard, 1984). Basado
en lo que se conocía como la pedagogía del terror, una de las narraciones trata
sobre un niñito que se chupaba los pulgares y ya lo habían amonestado sobre la
posibilidad de que llegara el sastre con sus tijeras si reincidía en la falta y
le cortara esos dedos –lo que finalmente sucedió–. (No es de extrañarse
entonces que su castigo fuera el mismo que aquél que prometía en su campaña de
2018 el candidato neolonés Jaime Heliodoro Rodríguez Calderón, mejor conocido
como “El Bronco” para ser gobernador: “mochar las manos” a los ladrones). Y así
vemos, con dos siglos de antelación, que al pobre personaje le cortan los
pulgares no por ladrón, sino por desobediente.
En
el mismo tenor de esa pedagogía del terror o “cuentos de advertencia”, y en la
misma recopilación de Struwelpeter también se
cuenta con “La trágica historia de Paulina y los cerillos”; una niña con
fascinación pirómana, que ve en los fósforos un juguete excepcional, pero a la que
ya han dicho que puede suceder un accidente. A ella no le importa, los prende y
la consecuencia fue que se incendió su vivienda y murió. Como vemos: más claro
ni el agua.
De los chapbooks a los
tractos
Hannah
More, Maria Edgeworth y Mary Martha Sherwood, fue una
triada de autoras de Reino Unido que fueron criadas de manera rigurosa, que
apuntalaron hacia una transición más lúdica y menos severa en los escritos para
la niñez y la juventud. Hannah More, de acuerdo con Carpenter
y Prichard (1984), es quien inicia con la tradición.
Ella observa que hay unos libros –que en realidad son como cuadernillos o
panfletos–, en los que vienen lo mismo cuentos de hadas que baladas. Su
presentación era muy rústica, y una vez más estaban pensados como lectura de
los adultos; además eran baratísimos, por ello “cheap
books”, que de manera coloquial devino en “chapbooks”. Esto a ella le genera la idea, junto con Robert
Raikes, de hacer un proyecto que se conoce como las Sunday Schools (escuelas
dominicales).
Se
debe recordar que los niños y jovencitos aportaban al ingreso familiar y era
importante que en su día de descanso no desperdiciaran la vida en vicios, sino
que participaran de lecturas edificantes que les guiaran sin que fueran seres
supersticiosos por leer sobre hadas, brujas o duendes. Se necesitaba estar
“sobrio” en la vida. El individuo debía tener control de sí mismo. Lo que va a
cambiar con este nuevo tipo de material de lectura es que va a ser entretenido;
y esta tradición inaugurada por Hannah More es la que siguen las otras dos
autoras, que eran más jóvenes. Así nacen los tractos morales, que son la
contrapartida de los “chapbooks” –aunque inspirados
en ellos–, y que llegan a tener gran éxito.
Luego
siguen los “Penny dreadfuls” y las “Dime Novels”, en Inglaterra, que tienen que ver con
publicaciones que se dedicaban más bien a entretener, pero a raíz de “lo otro”,
de la otredad; y en el caso de Inglaterra ellos querían decir aquellos mundos
donde abundaban los españoles, los italianos, los egipcios y los franceses, y que
con tan solo diez centavos (de ahí el epíteto de “Dime Novel”), podría tenerse
acceso a tales escenarios y personajes. Los “penny dreadfuls”, en cambio, hacen alusión también a lo exótico,
a la otredad en Estados Unidos, específicamente con sus tribus oriundas, con sus
propios grupos indígenas. El epíteto a dichos escritos hace referencia,
nuevamente, a la cantidad que costaba adquirir una novelita: un centavo.
Todo
esto tendrá sentido en el siglo XIX cuando el editor Thomas Niles
de Roberts Brothers invite a Louisa May Alcott, a dos años de transcurrida la Guerra de Secesión, a
escribir un libro para jovencitas.
A
la propuesta recibida por Alcott ella responde que sí pero sin decir cuándo, sin poner fecha por una simple
razón: a ella más bien le gustaba lo gótico y era de las que escribían “penny dreadfuls”, por la simple
razón de que eran muy bien pagados, se escribían rapidísimo, y en su familia
había muchas deudas que saldar.
Un paradigmático ejemplo con Louisa May Alcott
y la saga March
Al
momento contamos ya, tras este breve recorrido, con una panorámica de la
literatura infantil y juvenil antes y en los tiempos de Louisa May Alcott. Hemos visto cómo se conformaba la dieta lectora de
la época, lo que convivía, y la transición en ciernes para el mundo editorial.
No
es de extrañarse que, si la dieta lectora de las Trece Colonias se nutría por
lo importado de la Madre Patria, repleta de un rigor puritano cuyo principal
objetivo era que la niñez aprendiese a leer de inmediato para tener acceso a La
Biblia y así salvar el alma, esta postura permaneciera en el Nuevo Mundo
durante bien entrado el siglo XIX, a pesar de su Independencia y expansión
hacia el Oeste.
Por
lo tanto, la presencia de Louisa May Alcott fue un
giro de 180 grados desde su propia postura y convicciones (Sánchez Valencia,
2017). Su familia y los amigos de ésta, pertenecían a la Iglesia Unitaria ꟷcomo
Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreauꟷ, entre otros, que unidos a
Amos Bronson (padre de Louisa), conformaron el grupo
filosófico de los trascendentalistas, que
consideraban que el ser humano, desde niño, llevaba en sí el conocimiento
universal, solo que necesitaba de la guía de los adultos para revelar esa
verdad interna, con la que ya habían nacido y que, con las actividades adecuadas,
se formarían como seres integrales en lo físico, mental y espiritual.
Louisa
May Alcott, que vivía los múltiples e históricos
cambios en su nación: la expansión territorial, la transformación de nación
agrícola a industrial (lo cual aceleraba todos los procesos y producía cambios
en la economía y el actuar), la lucha por la abolición de la esclavitud y el
sufragio de las mujeres y las constantes inmigraciones a territorio nacional.
Además de la ansiedad de tantos frentes abiertos al mismo tiempo; como para
desear que los hombres y las mujeres del futuro tuvieran una brújula interna
que les ayudase a redireccionar el timón cuando errasen el camino; que fueran
ciudadanos críticos, conscientes, observadores de sí mismos y de su entorno,
valientes y portadores de aquél triple código moral que las casas editoriales y
los guardianes de la lectura (padres y maestros) buscaban en los escritos
“love, labor and hope”, es decir: amor, trabajo y esperanza (Marsella, 1983, p.
130).
Solo
un individuo lo suficientemente fuerte de espíritu podría andar de frente al
futuro sin importar cuántas incertidumbres hubiera en el camino. Sería un
ciudadano en el que cualidades como ser trabajador y diligente, empático con
los otros y compasivo, traería aparejada una mejor sociedad pese al connato de
resquebrajadura nacional que acababan de sufrir los Estados Unidos de 1861
a1865 en el corazón mismo de la patria con la Guerra de Secesión.
Así
que, lo que en apariencia fue una mera casualidad: el que Thomas Niles, editor de Roberts Brothers,
la invitara a redactar una novela para señoritas, con la cual y sin saberlo,
inaugura un nuevo género literario: la “Family Story” –que es una de las aportaciones de los Estados
Unidos en el mundo editorial y que se exporta a nivel internacional–, resultara
una lectura familiar y no solo de jovencitas como tantas veces pudo creerse.
De
acuerdo a May Hill (Arbunoth, 1961), en dicho género,
los personajes son los miembros de una familia, los temas no solo se
circunscriben a lo doméstico –a diferencia de la novela doméstica cuyos
orígenes se rastrean en Inglaterra con Pamela y The
Vicar of Wakefield,
pues observamos las constantes migraciones a lo largo de la saga de cuatro
novelas de la familia March iniciando con Mujercitas (1868) y culminando
con Los muchachos de Jo en 1886, donde los personajes se desplazan no
solo dentro de la nación, sino por el mundo.
La
escritura de la autora resulta ágil y entretenida al tiempo que espejea a una
nación que se identifica con la familia March y apuntala una identidad nacional
con unos cuantos recursos literarios como son: metonimia, oposiciones binarias,
acumulación, sinécdoque, metáfora, hipérbole, parábola y alegoría; además de
aspectos lingüísticos, en tanto gráficamente se perciben los orígenes de los
diferentes personajes que podían ser del norte, del sur; ingleses, alemanes,
franceses o italianos, conformando así la antesala de uno de los pilares sobre
los que descansa el credo estadounidense: un país que da la bienvenida a todos
aquellos extranjeros que deseen formar parte de su cosmopolitismo que al final
se acrisola –al menos en teoría o en el imaginario–, y se asimila en lo
estadounidense.
Louisa
May Alcott juega con la recreación de personajes con
verdaderos dilemas que toman decisiones, piden auxilio y guía a los mayores, y
viven también las consecuencias de sus actos, donde el salirse de la norma es
una posibilidad de explorar y vivenciar rutas, no por maldad o porque se tenga
al demonio en el cuerpo, sino porque algunos experimentan en carne propia y no
en experiencia vicaria.
Jo
March, uno de los personajes más entrañables y recordados de la saga, alter ego
de la escritora Louisa May Alcott, con dulzura le
dice a Dan, el jovencito rebelde y que a su vez actúa como otro alter ego, que
esas ganas de salir corriendo y estrellarse con algo, ella misma lo
experimentó, pero eso no es una cuestión de tipo moral, no es tener al diablo
en el cuerpo, sino las ansias de libertad propias de la juventud: “it is not
‘the devil’, as you call it,
but the very
natural desire of all young people
for Liberty. I used to feel just so, and once, I really did think
for a minute that I would bolt”[5] (Alcott, 1978, p. 595).
La
autora ha ofrecido un corpus en el que los diferentes lectores pueden sentirse
identificados, en que los personajes son tan redondos que también pueden ser
imitados, a diferencia de aquella literatura de la pedagogía del terror y la
advertencia de la que ya habíamos hablado. En otras palabras: es un nuevo
modelo y de ahí se derivarán las series de “Family Stories”, como The Five
Little Peppers de Harriet Mulford
Stone Lothrop (Sánchez Valencia, 2017, pp. 40-41).
En
el imaginario del credo estadounidense se afianza un sentido de identidad y se
promueve en los niveles nacional e internacional. Una ráfaga de oxígeno puro en
un ambiente editorial que buscaba independizarse de la otrora Madre Patria.
CONCLUSIONES
A
lo largo de esta pincelada del constructo literatura infantil y juvenil y un
paradigmático ejemplo con Louisa May Alcott, se ha
podido constatar la complejidad de este sistema que alguna vez fue considerado
género menor.
Se
ha reflexionado sobre lo escurridizo de los diferentes constructos en los que
se apoya la LIJ, y algunas de las posturas tomadas a nivel diacrónico sobre la
niñez y el tipo de lecturas que debían llegar a ella y por qué. También se ha constatado
que si bien es cierto hay corpus literarios a los que han tenido acceso los
niños, fueran pensados y/o escritos para ellos o no –también los hicieron suyos–,
además de considerar la profesionalización de la LIJ como un fenómeno reciente.
Al
vivir en pleno siglo XXI y ser sobrevivientes de la pandemia de la COVID-19 aparejada
a sus desgracias, es obvio que los modos de relacionarnos, de tener clases y de
leer con las nuevas tecnologías han generado cambios dramáticos. ¿En qué forma
repercutirá todo ello en el modo de describir al niño y a la niñez, al joven y
a la literatura para ellos? ¿Al modo de crearla y analizarla después de su
recién profesionalización en la segunda mitad del siglo pasado? ¿Hasta qué
lugar del corazón llegará ese entrañable “Había una vez”? ¡Habrá que estar
atento!
Bibliografía
Alcott, L. (1978). Little Women. Good Wives. Little Men. Gran Bretaña: Octopus
Books Limited.
Arbunoth, M. (1961). Children and Books. (3ª. ed.). Estados Unidos: Scott, Foresman and Company.
Carpenter, H., Prichard, M. (1984).
The Oxford Companion to Children’s Literature. Oxford y Nueva York:
Oxford University Press.
Hunt, P. (ed). (1994). An
Introduction to Children’s Literature. Oxford y Nueva York: Oxford
University Press.
Marsella, J. (1983). The promise of Destiny: children and
women in the short stories of Louisa May Alcott. Westport, Conn.: Greenwood Press.
Sánchez
Valencia, A. (2017). Familia e identidad nacional en la novelística temprana
de Louisa May Alcott. México: Universidad
Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco.
Zipes, J. (2002). Sticks and Stones. The Troublesome Success of Children’s Literature from
Slovenly Peter to Harry Potter.
Nueva
York y Londres: Routledge.
Hemerografía
Sánchez
Valencia, A. (2010). “Carbonerito”: enlace entre el
cuento popular noruego y el mexicano. Tema y Variaciones de Literatura.
(34),153-164.
[1] A partir de este momento y como una cortesía al lector, de no señalar lo contrario, la traducción es mía: Quiero verlo como un “sistema” importante en sí mismo; no como uno de menor rango o periférico a “la alta cultura”.
[2] La niñez es el periodo de la vida en que la cultura del momento la considera libre de responsabilidades y apta para la educación.
[3] Aproximadamente el noventa por ciento de los catedráticos en el área de la literatura infantil y juvenil son mujeres, lo cual puede equipararse al porcentaje, también de mujeres, en la publicación de libros para niños.
[4] Ya sea que los niños estén conscientes o no, de ello; estas historias pueden tornarse en fuentes de fortaleza moral: una fuerza que en parte es fe, coraje, y en suma una totalidad inquebrantable.
[5] No es ‘el diablo’, como lo llamas; sino el deseo totalmente natural de todos los jóvenes de ser libres. Solía sentirme exactamente igual, y en una ocasión, incluso pensé que me desbocaría.