Artículos
Los muchos medios de la Literatura Electrónica: elementos
para pensar tecnologías digitales en los campos del lenguaje
The Sundry Media of
Electronic Literature
Blanca
Estela López Pérez, * 0000-0002-9666-8739
*Universidad
Autónoma Metropolitana. Profesora investigadora de Departamento de
Investigación y Conocimiento para Diseño, responsable del grupo de
investigación Diseño, Humanidades y Filosofía de la Cultura, y responsable del
programa de investigación Cultura Lúdica y Humanidades Digitales, de la
División de Ciencias y Artes para el Diseño en la Universidad Autónoma
Metropolitana en Azcapotzalco. Correo electrónico: belp@azc.uam.mx
Resumen
La
enseñanza de la literatura electrónica, así como el desarrollo de marcos
teóricos y metodológicos para su estudio, requiere de una estrategia
transdisciplinar. El fenómeno de lo literario no queda sujeto a los soportes
técnicos al ser pensado como un fenómeno del lenguaje producto de la lectura
creativa. Su enseñanza, en consecuencia, debe explorar la apertura
epistemológica y recorrer otros campos en busca del diálogo.
Palabras
clave: Literatura electrónica, lenguaje, tecnología,
transdisciplina.
Abstract
The teaching of
electronic literature, as well as the development of theoretical and
methodological frameworks for its study, requires a transdisciplinary strategy.
The phenomenon of the literary is not subject to technical supports as it is
thought of as a phenomenon of language that is the product of creative reading.
It´s teaching, consequently, must explore the epistemological opening and
explore other fields in search of dialogue.
Keywords: Electronic Literature, language, technology, transdiscipline
Recibido:
13/07/2022
Aceptado:
15/03/2023
Introducción
Las
definiciones más convencionales sobre qué es la literatura suelen acotarla a
ser un objeto que se ofrece a un lector sobre un soporte impreso, como lo
propone Jim Meyer (1997, p. 4) siguiendo a Linda Coleman y Paul Kay (1981, p.
27). Sin embargo, a pesar de todas las dificultades que una definición
presenta, algo que puede ser cierto es que, si se piensa a la literatura como
un fenómeno, entonces se libera de su sujeción a los soportes, particularmente
a la literatura en impresos, y adquiere un carácter de mayor abstracción como
lo señala Walter J. Ong (2013, p. 17 y 86). Este
carácter es el de la dimensión del pensamiento como fenómeno de creación de
sentidos múltiples, que encuentra su vehículo en los distintos lenguajes
producto de las condiciones técnicas y tecnológicas de cada medio, en principio.
Se hace este señalamiento porque la relación entre lenguaje y tecnología no es
lineal ni causal, sino compleja (López, B. y García, R. en López-León, 2018, p.
56), ya que también las distintas tecnologías serán producto de los lenguajes y
formas de pensamiento operantes; además, este vínculo tendrá efectos que se
escapan al cálculo y la predicción.
Ante
esta ruptura con la linealidad de pensamiento, lo literario se traslada de un
medio a otro, pero también trasciende los soportes disponibles en cada
contexto, participando de diferentes lenguajes y de la creación de
posibilidades de sentido cultural profundo mucho más allá de las traducciones y
adaptaciones. En consecuencia, la comprensión de lo literario como fenómeno
requiere de aproximaciones a su enseñanza que asimilen estrategias
convencionales a visiones de voluntad transdisciplinaria y de otra forma de
complejidad, al menos para los espacios de licenciatura, pero, principalmente,
posgrado. Esto implica una modificación de fondo a la manera en que, en
principio, muchos docentes fueron formados y que replican en sus asignaturas.
El
presente texto se encuentra dividido en tres secciones: en la primera se
trabaja la necesidad de la construcción de miradas y metodologías
transdisciplinarias que permitan abordar a la Literatura como un fenómeno
complejo del lenguaje; la segunda parte, desarrolla la idea de que el fenómeno
literario comparte características con el software, dado que ambos fenómenos
emergen como resultado de la complejidad del lenguaje sostenido en códigos,
pero a través de la lectura como acto creativo y, como consecuencia, se abre la
posibilidad de pensar el fenómeno de lo literario; el tercer apartado trabaja
sobre cómo abrir posibilidades de enseñanza-aprendizaje desde una visión de la
complejidad y la transdisciplina.
Necesidades transdisciplinarias y metodológicas
El
uso de tecnología y máquinas antecede por mucho al pensamiento de la modernidad;
sin embargo, la atribución de utilidad y eficacia como principios rectores sí
es un rasgo de esta etapa histórica, particularmente de la Revolución
Industrial. Ante el cambio de técnicas y desarrollo de formas distintas de
apropiarse del mundo, era evidente el surgimiento de una nueva forma de cultura
en Occidente.
La
capacidad de manipular y transformar el entorno en interés de obtener
beneficios y la exigencia de obtener resultados prácticos a partir del
conocimiento, no llevan a la Modernidad más que a una cultura de gran culto de
estas mismas características en la vida cotidiana, posibilitada por la máquina
(Reyes, 2016, p. 50).
Esta
mirada sobre el desarrollo de las técnicas y la producción de nuevas máquinas,
abonaron a la construcción de la idea de progreso (Wagner, 2017, p. 96), que
permitió relaciones de dominación que sostenían diferencias entre los contextos
“con progreso” y aquellos no desarrollados ubicados al margen de los supuestos
beneficios de los procesos de modernización.
La
visión disciplinaria de los distintos campos epistemológicos se inscribió sin
mayor dificultad en los imaginarios de los científicos de este marco histórico
ya que apunta a los fenómenos “objetivos” y con carácter técnico que atomizan
el conocimiento (Henao Villa et al., 2017, pp. 181 y 182). Esta visión atiende
a una ciencia que apuesta por la especialización resultado de una especificidad
constante en los datos y tipos de información dentro de un campo cuyas
fronteras son claras y delimitadas. Sin embargo, el rápido incremento de datos,
así como la precisión alcanzada por nuevas técnicas y aparatos para la
observación de fenómenos, desdibujó pronto estas barreras que, eventualmente,
se conservaron más por condición administrativa de los recintos académicos que
por su congruencia con el mapa epistemológico. Así no sólo las multidisciplinas se hicieron presentes, sino que, en algunas
ocasiones, perfilaron a los investigadores que trabajan un mismo fenómeno desde
diferentes perspectivas como grupos interdisciplinarios (Paoli, 2019, p. 350)
que potencialmente habrían desarrollado estrategias transdisciplinarias.
La
posibilidad de realizar estrategias transdiciplinarias se presenta cuando es
posible atravesar varias disciplinas generando un campo de conocimiento no
disciplinar que implica realizar cambios en los aparatos teóricos y
metodológicos para poder dar cuenta de los fenómenos reconocidos como objetos
complejos (Paoli, 2019, p. 352). Esta posibilidad para buscar y construir
conocimiento está influenciada por la filosofía de la deconstrucción; es decir,
en contraste con la visión aristotélica de la ciencia, la mirada de la
transdisciplina da espacio a efectos y consecuencias imprevistos (Frabetti, 2015, p. 36), sin tener como núcleo el control y
la predicción. De ahí que estas estrategias no propongan modelos analíticos,
sino explicaciones con mayor flexibilidad que puedan arrojar luz sobre
fenómenos complejos. En muchos sentidos, esta visión de la construcción de
conocimiento se contrapone al pensamiento metafísico para incursionar en una
ontología que persigue superar dicotomías a partir de la elaboración dialógica
sobre las diferencias entre conceptos opuestos y perspectivas diferentes.
Con
base en lo anterior, la producción teórica de los campos de conocimiento como
es el de la literatura difícilmente permanecen puros y esto permite la
construcción epistemológica a través del diálogo entre disciplinas y campos. La
generación de teorías literarias atiende la voluntad de definir qué es la
literatura y cómo se deben caracterizar, analizar y leer las producciones de
ésta. Las teorías tienen entonces la función de ser instrumentos de comprensión
para dar cuenta de un fenómeno de muchas aristas y alta complejidad, por lo que
esos cuerpos de explicaciones e instrumentos no pueden dejarse de lado, pero no
deben cerrarse sobre sus propias construcciones si es que aspiran a mantener
vigencia.
Para
Terry Eagleton no sólo el campo de la literatura es
complejo sino también las relaciones entre distintos cuerpos teóricos que en
ella se han desarrollado.
J. M.
Keynes, el economista, observó una vez que los economistas a quienes desagradan
las teorías o que afirman que trabajan mejor sin ellas, simplemente se hallan
dominados por una teoría anterior. Esto también puede aplicarse a los
estudiosos de la literatura y a sus críticos (1998, p.3).
El
campo de conocimiento permanece vivo al elaborar sobre las disonancias y
contradicciones que emergen cuando teorías diferentes se encuentran. Las
construcciones emanadas de estos diálogos corresponden a lo descrito por Frabetti con respecto a la aparición de caminos
imprevistos, algunos más afortunados que otros. Es en este sentido que el
trabajo de investigación no puede sesgarse sólo a las opciones conocidas, sino
que debe someterlas a crítica y evaluar su pertinencia para responder a nuevas
contingencias del fenómeno, pero, sobre todo, abrirlas a diálogos con otras
miradas.
Ante
el reconocimiento de la complejidad epistemológica, no resulta difícil pensar
en trascender la literatura como un objeto mensurable y concreto para pensarla
como un fenómeno sostenido por la incidencia del lenguaje. A principios del
siglo XX, los formalistas rusos ofrecieron herramientas para analizar el texto
impreso con elementos lingüísticos (Eagleton, 1998, p.
8), redundando tanto en un pluralismo como un eclecticismo teórico que apuntaba
a liberarse de algunos elementos predominantes en el contexto:
Con objeto de establecer las características específicas y
distintivas del discurso literario, los
formalistas renunciaron inicialmente al análisis de todos los elementos ajenos a la inmanencia literaria, de naturaleza referencial
o externa, especialmente los referidos al
autor, a su actitud psicológica o a su experiencia humana, del mismo modo que
también trataron de sustraerse a los presupuestos de cualquier estética
especulativa (Maestro, 1997, pp. 45 y 46).
También
buscaban evitar el positivismo histórico y la crítica impresionista, ya que
consideraban impertinente tomar en cuenta elementos ajenos a las palabras
expuestas en el texto (Selden, 2010, pp. 26 y 27) y
que la visión de la ciencia abonaba a competencias desgastantes por probar qué
preceptos eran los más adecuados. En breve, los elementos culturales debían ser
eliminados del análisis.
Con
base en estas características, la palabra en sí misma era la portadora de la
literariedad, objeto propio de estudio de la literatura. Dio origen a otras
escuelas como el estructuralismo y la metasemiótica (Selden, 2010, p. 40), y su relevancia es innegable. Pero a
pesar de los aportes del formalismo ruso y del estructuralismo, lo cierto es
que desechar los elementos culturales en la construcción de un objeto de
estudio que involucra al lenguaje reduce la importancia que factores como la
historia, la percepción o la psicología que los lectores y escritores puedan
tener en la constitución del fenómeno de lo literario. Posturas como las teorías
marxistas, nuevo historicismo y psicoanalítica, así como los estudios
culturales, de género y los postcoloniales (Appleman,
2009, p. 16), entre otros, ofrecen elementos que permiten subsanar las
omisiones con respecto a la participación de la cultura. La palabra al igual
que una coma en una línea de código, no sólo no contiene la funcionalidad total
del sistema, sino que no adquiere significación más que cuando es leído por una
persona en un contexto (o compilado por un programa con esa función diseñada
así por una persona también en un contexto).
La
palabra entonces detona un fenómeno de sentido sólo al ser vinculada con otras,
pero es necesario reconocer que la relación entre signos es operativa sólo ante
la función de lectura. Dado que la lectura es sólo incidentalmente visual
(Smith, 2012, p.75), se puede desprender la comprensión y la construcción de
sentido del soporte impreso para considerar que el fenómeno de lo literario no
se da en la página, sino en la interacción entre texto y lector (Iser, 1990, p. 107). Así el objeto de estudio de la
literatura se presenta con mucha mayor amplitud ya que no depende sólo de la
tecnología impresa para manifestarse, haciendo más accesible el trabajo sobre
propuestas como la literatura electrónica. Cabe mencionar también al teatro
como una manifestación de lenguaje performativo que antecede a los medios
digitales, por lo que lo literario como fenómeno producto de la interacción no
sería una novedad epistemológica.
En
consecuencia, no se propone desechar los aportes del siglo XX sino
incorporarlos a la discusión de los fenómenos del XXI. Al igual que con los
desarrollos tecnológicos, no se trata de pensar en artefactos sino de fenómenos
de sentido atravesados por la historia y la cultura. De esta manera, no se
desecha el objeto material pero tampoco se le otorga ser lo mismo que el
fenómeno. Consideremos que se inscribe en un sistema de relaciones complejas y
que detona posibilidades de lectura y elaboración que requieren de la
participación del lector activo para que se presenten.
La
mirada transdisciplinar implica que, en la búsqueda de conocimiento y su
construcción, se tomen en cuenta los factores humanos que inciden en los
fenómenos. Por tanto, se incluirán las funciones desarrolladas por los
lectores, generando así un campo que atraviesa, al menos, dos disciplinas: la
narratología, que trabaja sobre las relaciones y funciones estructurales hacia
adentro del texto escrito, y las ciencias de la comunicación, que se enfocan en
la lectura e interpretación hechas por los lectores en contextos determinados.
El fenómeno de lo literario es el objeto de estudio del que es posible dar
cuenta a través de esta estrategia que atraviesa ambos campos disciplinares.
La literatura como software
Al
considerar el objeto de estudio de la literatura como un fenómeno producto de
la interacción (Crawford, 2013, p. 27) y performatividad (Jayemanne,
2017, p. 127) de la lectura de medios interactivos hecha por un lector que pone
en acto su imaginario, se supera pensarla como un objeto construido de código
sobre un soporte impreso. Ya no se trata de un artefacto sino de una
particularidad del lenguaje. No se pretende desechar las visiones del siglo XX,
sino pensar el texto en tanto palabra impresa sobre libro como una forma de
tecnología del lenguaje capaz de trascender su soporte técnico. Pero esto
implica pensar no sólo a literatura más allá del soporte sino a la tecnología
también como algo distinto del artefacto mecánico.
Como
“fase avanzada de la técnica” (Abbagnano,
2008, p. 1011) y manifestación de las elecciones metafísicas en Occidente, la
tecnología habría apoyado la voluntad de predictibilidad y control de la
ciencia del positivismo a finales del siglo XIX. Sin embargo, al pensar la
técnica y la tecnología no como un sistema certero que es una copia de las
facultades humanas (Clark en Royle, 2000, p. 248),
sino evidenciando las diferencias para considerar la interacción entre humanos
y sus tecnologías como diálogos cuyas producciones son imprevisibles, se avanza
hacia una lógica que reconoce la dimensión empírica de los fenómenos del
lenguaje en el marco tecnológico.
El
conjunto de técnicas del que emergen las tecnologías, así como el conjunto de
palabras que provocan el fenómeno literario, no mantienen una relación de
espejo con su fenómeno, sino de interpretación. Es decir, una tecnología
particular, como lo son los libros impresos, tiene la posibilidad de exponer al
lector a diferentes grados de disonancias como pueden ser el idioma, el estilo,
la temática, entre otros; si lo que ofrece el libro encuentra correspondencia
con lo ya conocido y esperado por el lector, su redundancia será mayor a que si
algún elemento (o todos) le resultan poco familiares. En el segundo escenario,
el lector se enfrenta a que, si desea acceder a la información del texto, debe interactuar
con él, esto es, llevar a cabo “[un] proceso cíclico entre dos o más agentes
activos en el cual cada agente escucha, piensa y habla de manera alternada
-como en una conversación [diálogo]” (Crawford, 2013, p. 28). La lectura como
acto creativo es una forma de interacción, ya que aquel sentido generado no se
encuentra en el código (palabras impresas) ni en el imaginario en acción del
lector, sino en el fenómeno que emerge al encuentro de ambos. Pero este diálogo
sólo se presenta cuando existe disonancia entre el texto y las expectativas del
lector. Así, la interacción se presenta ante la diferencia entre dos agentes.
El
lenguaje no es lo mismo que los códigos, ya que se ha identificado como algo no
estático (Frebetti,
2015, p. 64) y dado por su materialidad, sino como un fenómeno
construido en el acto de lectura. Por eso es posible afirmar a la literatura
como un fenómeno de lenguaje y no como una propiedad de los códigos
lingüísticos. Es en este sentido que se persigue acercar la literatura al
software: “La especificidad del
software como tecnología reside precisamente en la relación que mantiene con la
escritura o, para ser más precisos, con formas de escritura históricamente
específicas” (Frebetti, 2015, p. 68). El texto se
escribe en código y este código debe ser traducido por programas compiladores a
lenguaje ensamblador y luego a código binario que se lee como acciones que la
máquina lleva a cabo que son significativas para las personas que solicitan
esas acciones. Así “[e]l
software no solo hace lo que dice; también se convierte en lo que dice. El
software no es solo performativo en el sentido del lenguaje natural. Es una
forma de escribir que se transforma en lo que dice” (Passati,
2020, p. 4). Es necesario identificar esta performatividad en las producciones
teatrales, por lo que no es exclusiva de las traducciones y acciones de los
lenguajes máquina.
La lectura como interactividad no implica una oposición
estructural entre un lector y un texto que se resolverá cuando alguno de los
componentes del par imponga su sentido al otro; se trata más bien de una
elaboración tercera que no se encuentra impresa en el libro y no está aislada
en el imaginario del lector pero que conecta a ambos. La interactividad es una
forma de apropiación (Passati, 2020, p. 7) de las
acciones que la máquina ofrece al usuario, en otras palabras, el usuario no lee
el código sino los efectos de éste sobre el soporte
digital, al igual que el acto de lectura de la literatura en libro impreso
comprende la activación de los efectos del lenguaje y no una decodificación
letra por letra, palabra por palabra como cuando recién se aprende esta
habilidad. Para Passati el software alcanza su máximo
grado de existencia al propiciar acciones que son interpretadas como
performatividad del lenguaje, inscripción simbólica que comparte con el
psicoanálisis y su trabajo con la cadena de significantes. El código y el
software como las palabras y la literatura, no se encuentran en sí mismos en
una relación sistémica ni de oposición hasta que una mirada humana pueda
leerlas de esa manera.
Para superar estas oposiciones del estructuralismo, es
pertinente recurrir a autores como Jacques Derrida y su estrategia de
deconstrucción, así como rescatar de Paul Ricoeur el excedente de sentido. Para
Derrida, la estructura se cierra a partir de su origen: el centro. Este centro
impide la sustitución, permutación e intercambio de elementos; señala una
prohibición de cambio que da las directrices de toda la estructura:
El concepto de estructura centrada es, efectivamente,
el concepto de un juego fundado, constituido a partir de una inmovilidad
fundadora y de una certeza tranquilizadora, que por su parte se sustrae al
juego. A partir de esa certidumbre se puede dominar la angustia, que surge
siempre de una determinada manera de estar implicado en el juego, de estar
cogido en el juego, de existir como estando desde el principio dentro del juego
(Derrida, 1989, p. 384).
Este cierre también
limita las posibilidades de lectura ya que la defensa de un sentido originario de
esta interpretación de textos también impide una nueva escritura (Derrida,
1985, p. 19). Los cierres en epistemología ofrecen certeza sobre el campo de
estudio y las construcciones teóricas que lo constituyen. Sin embargo, Derrida
también señala que centros como la filosofía metafísica poco sirven para pensar
la incertidumbre en la construcción de posibilidades epistemológicas,
particularmente en los temas de tecnología (Frebatti,
2015, p. 34). La estrategia y método deconstructivos no persiguen la prevalencia
de un elemento en el encuentro entre opuestos, sino la generación de elementos
terceros que los conecten.
Derrida reconoce que el
uso de la tecnología puede refrendar la presencia de centros, pero, junto con
Clark, también identifica la posibilidad de que el razonamiento y cálculo que
dieron origen a una tecnología particular, sean interrumpidos. Estas rupturas
de continuidad con los núcleos abren la posibilidad para lo inesperado, y esta
es la capacidad deconstructiva de las tecnologías (Frebatti,
2015, p. 36): se da un rebase de las posibilidades de instrumentalización e
invención que estaban predeterminadas. Mientras en la mirada metafísica de la
tecnología, ésta no es más que un artefacto que cumple una función para la que
fue creado (Mitcham, 1994, p. 164), para Derrida es un elemento de encuentro
que, en su lectura crítica y creativa, permite generar posibilidades más allá
de la instrumentalización para el que fue creado.
Por su parte Ricoeur
permite también escapar de la inmovilidad estructural al señalar que los
elementos comunicacionales de un texto, como el mensaje, en realidad no existen
más que como fenómeno de interpretación a través de la lectura del lector
contextualizado.
Si bien es cierto que sólo el mensaje tiene una
existencia temporal, una existencia en duración y sucesión, donde el aspecto
sincrónico del código pone al sistema fuera del tiempo sucesivo, entonces la
existencia temporal del mensaje da testimonio de la realidad de éste. De hecho,
el sistema no existe. Tiene solamente una existencia virtual. Solamente el
mensaje le confiere realidad al lenguaje, y el discurso da fundamento a la
existencia misma del lenguaje, puesto que sólo los actos del discurso discretos
y cada vez únicos actualizan el código (Ricoeur, 2003, p. 23).
El romper los núcleos
descentraliza la lectura, permitiendo la protesta contra la reducción del
fenómeno discursivo al código lingüístico. El mensaje puede leerse desde los
paradigmas convencionales del lector, pero en tanto exista un juego de resistencia
se puede lograr construir un sentido más allá de lo que el sistema de signos
muestra en un nivel literal. El mensaje ya no es sólo uno, sino que se vuelve
múltiple de acuerdo a la cantidad de lectores y sus
elaboraciones particulares.
Con el software
ocurrirá algo muy semejante, no sólo ante la presencia de inteligencias
artificiales capaces de aprender, sino principalmente por la presencia de
herramientas y producciones de código abierto. Según una de las empresas más
importantes en el tema, Red Hat (2022), el software
de código abierto utiliza licencias especiales para permitir que el código de
programación quede abierto a los usuarios, de tal suerte que lo puedan
modificar de acuerdo con sus necesidades y objetivos de desarrollo. Como texto,
el software podría cerrarse y circunscribirse a una sola forma de operación;
sin embargo, la apertura permite, al igual que el acto de lectura, la
generación de otras posibilidades de escritura, tanto sobre el texto del código
como la creación de otros textos informáticos. Este tipo de lectura de código
no persigue replicar lo ya programado sino apropiarlo en una forma particular
de lectura, la interacción, para generar otra cosa. Aunque, si bien, este tipo
de trabajos suelen perseguir objetivos utilitarios, lo cierto es que en los
campos de la literatura electrónica y las artes digitales permiten
experimentaciones que abren puertas a posibilidades de lenguaje performativo,
pero también multisensorial. Tanto las ficciones interactivas como los
videojuegos pueden definirse como software tanto por su utilización de líneas
de programación como por los efectos que éstas tienen en los usuarios a través
de las interfases. Se puede mencionar el trabajo de Zoe
Quinn, Depression Quest
(2013), en el que la autora ofrece un testimonial sobre su depresión crónica a
través de páginas de un diario que contiene fotografías, descripciones de sus
días y música atmosférica; el jugador/lector toma el rol de una persona que
padece depresión y debe tomar decisiones que afectan su vida cotidiana con base
en lo ofrecido por los textos y los datos del diseño de información que indican
el estado de la terapia o ausencia de así como el uso de medicación y sus
efectos en el personaje.
Una problemática que el
acto de lectura como actividad crítica y creativa hace manifiesta en las aulas,
es el predominio de núcleos estructurales para la construcción de teorías
literarias. El caso de las producciones de literatura electrónica permite observar
la descentralización de los soportes y transitar del papel a las pantallas;
pero lo más importante tal vez sea la descentralización de la palabra como
única portadora del fenómeno literario, ya que ofrece una posibilidad
metafórica a través del uso de técnicas que el libro impreso no ofrecía y de la
integración con otros lenguajes como el cinematográfico, musical y sonoro,
entre otros. Esta integración abre diferentes posibilidades de interpretación,
unas más afortunadas que otras, y también de escritura para otras producciones.
Así estas nociones de diversidad opuestas a la integración homogénea generan un
espacio inter o intermedial de producción de sentido (Kattenbelt,
2008, p. 25).
Otras posibilidades de enseñanza
La
mirada de las estrategias transdisciplinares es pertinente en la enseñanza de
las teorías literarias porque abre al diálogo y a la construcción. No es la
única vía, pero puede tener aportes para la revisión y crítica de posturas
existentes ante los fenómenos literarios contemporáneos. Sin embargo, no se
trata de aplicarla sin cuidado o de manera difusa; al contrario, demanda
apertura para para poder atravesar los campos que los investigadores consideren
pertinentes, pero también cuidado estricto en la selección de cuerpos teóricos,
herramientas y técnicas de análisis e interpretación que provengan de otros
campos.
Pero
para que el recorrido transdisciplinario pueda comenzar en el espacio
educativo, es necesario que los estudiantes experimenten la complejidad del
fenómeno narratológico y comunicacional de la literatura electrónica, y que
puedan reconocer los alcances y límites de las propuestas. Scott Rettberg invita a sus estudiantes a visualizar el fenómeno
de la siguiente manera:
Imagina que, mientras lees un poema en la página del
libro, las palabras saltan de la página al espacio tridimensional y comienzan a
volar por la habitación, cambiando de forma y reagrupándose en el entorno
físico. Imagina que cuando abriste el libro, estaba lleno de hilos que lo
conectaban con todos los demás libros de tu biblioteca, lo que haría posible
extraer parte de otro libro directamente al texto del que estabas leyendo (Rettberg, 2020, p. 25).
Esta
pequeña descripción permite observar la integración de nuevas dimensiones al
texto literario. Elementos como la palabra impresa, estática y bidimensional,
adquieren tridimensionalidad, movimiento e, incluso, audio. El entramado de
lenguajes incrementa complejidad de la lectura e invita a generar preguntas
sobre el significado, la intención y el sentido que esa forma de escritura
persigue mostrar en la interacción con ella.
Dos
ejemplos de lo anterior, los ofrece la obra del diseñador de juegos Luis León
con los títulos The Wandering
(2021) y Epithymia (2022), ambas ficciones
interactivas cuya jugabilidad depende del uso de texto y su polisemia. La
primera es un recorrido a través de tres laberintos donde se recolectan a
través de diálogos con otros cinco personajes, frases y palabras en una libreta
que serán utilizadas para contestar preguntas y lograr escapar. El objetivo es generar
textos que puedan tener diferentes significados de acuerdo con el orden en que
se presenten y las opciones elegidas para las respuestas. En el segundo caso, Epithymia es una estatua que podrá ser animada si el
jugador logra que ella recuerde su nombre; en un recuadro, después de dar
lectura al texto, el jugador escribirá el que supone es el nombre de la estatua
y no podrá seguir avanzando hasta que complete la palabra. En ambas ficciones,
la acción se convierte en acto al entrelazarse con el lenguaje palabra y
permitir la construcción de narraciones a partir de los sentidos que emergen
ante la interacción del jugador con los elementos del sistema. Ambos casos
ofrecen al jugador elementos para que explore y construya su experiencia de
ficción a través de varios lenguajes pero, sobre todo,
permiten que juegue con las palabras y obtenga efectos distintos.
El
entender los principios de la literatura electrónica comienza por identificar
los elementos históricos y contextuales en los que la tecnología aparece (Rettberg, 2019, p. 11). También es pertinente explorar las
miradas filosóficas desde las que se ha construido la idea de técnica y
tecnología, ya que no es lo mismo considerar que se trata de herramientas
utilitarias, de extensiones de nuestro cuerpo, de expresiones de conocimiento
o, incluso, de un contínuum con el pensamiento. Si, como se propuso en la
sección anterior, aspiramos a establecer un diálogo que permita generar
posibilidades de trabajo fuera de los núcleos estructurales de las teorías
literarias tradicionales, es necesario pensar la exploración de las vertientes
filosóficas que han trabajado la tecnología.
Sin
embargo, tal vez ese trabajo de discusión no sea el que ofrezca los retos más
complejos, a pesar de que los campos de la filosofía no son tema fácil. Los
soportes tecnológicos digitales han modificado los lenguajes de los medios
audiovisuales tradicionales e, incluso, pareciera que la posibilidad de
permutaciones, combinatorias y transformaciones es infinita. Sin embargo, este
entorno se encuentra limitado no por las barreras entre lenguajes sino por
aspectos como el legal, los derechos de autor, de distribución y
comercialización, así como distintos regímenes mediáticos y de uso de medios
digitales (Rettberg, 2019, p. 12), dejando acceso y
creación supuestamente ilimitados junto con las acotaciones de los medios tradicionales.
Estos marcos limitan no sólo los materiales que pueden ser utilizados sino la
ventana de tiempo durante la cual una obra puede existir en línea; en el caso
de la literatura electrónica almacenada en soportes de cinta, sus posibilidades
de reproducción y copia están sujetas a la condición y mantenimiento de equipos
electrónicos. Otro factor es la vigencia del soporte tecnológico que contiene
una obra; poco a poco, el patrimonio digital se vuelve inaccesible al quedar
obsoletas tecnologías para su uso. En el caso de discos compactos y discos
láser, el límite es la caducidad del material y su deterioro al paso del
tiempo. Este ha sido el caso de ficciones interactivas y de videojuegos creados
durante las últimas décadas del siglo XX. Estas posibilidades de resistencia
lejos de disolver las oportunidades de construcción del campo de la literatura
electrónica tal vez abonen a la deconstrucción como Derrida propuso,
permitiendo elaborar nuevas rutas y formas de escritura a pesar de las
restricciones en los ámbitos tecnológicos, como es el caso de los escritos
etiquetados como #Cuentwittos en la plataforma Twitter que son mini cuentos que
se sujetan a la extensión de 280 caracteres aunque, al principio, fueron de
sólo 140 caracteres.
La
disolución de núcleos estructurales es un objetivo de esta forma de trabajo que
consiste en romper la verticalidad del discurso en el aula, para generar una
red más horizontal de diálogo y construcción, particularmente en los niveles de
posgrado, aunque no exclusivamente. De acuerdo con la empresa IBM (2022), el
código abierto no sólo son líneas de signos en un programa, sino que su
apertura para la modificación por parte de los usuarios implica una filosofía
de trabajo cuyas directrices son la transparencia, colaboración, entrega,
inclusión y comunidad, elementos que son pertinentes en los espacios
universitarios. La libertad intelectual por la que apuesta el código abierto es
muy cercana a la emancipación de las certezas ofrecidas por el sujeto supuesto
saber (SsS) que ha predominado en las aulas y cuya
opacidad trasferencial se presenta como uno de los principales obstáculos en la
educación (Guindi, 2017, p. 373).
En
consecuencia, podemos proponer las siguientes directrices para a impartición de
estos temas: 1) Prácticas colaborativas: al descartar las certezas de los
modelos tradicionales, la posibilidad de lectura y escritura no se acotan a la
labor individual, sino que requieren del diálogo y la discusión grupal.
Solicitan la apertura a la diferencia y, tomando riesgos, también al sin
sentido para romper con el sentido prescrito estructuralmente. 2) El
aprendizaje de lectura de diferentes lenguajes cinematográficos, fotográficos,
tipográficos, de programación, entre otros, así como herramientas de análisis e
interpretación. 3) Reconocer el lugar de la escritura y la producción de
literatura electrónica como parte del proceso para adquirir agencia sobre los
distintos lenguajes. La oposición teoría y práctica, retomando a Derrida, es
imaginaria; pero si la práctica de creación dialoga con las teorías es posible
un proceso deconstructivo en lo educativo. 4) El diálogo con las tecnologías no
quiere decir que éstas se constituyan en un nuevo núcleo, ya que se corre el
riesgo de obturar el proceso de creación y comenzar a sujetar el desarrollo de
la reflexión a las respuestas ya probadas en el uso de los paquetes y programas
de cómputo. Un ejemplo lo encontramos en el campo de las artes digitales con
las propuestas del art thinking, en las que el
objetivo es la creación de nuevas imágenes, por inesperadas o entrópicas que
puedan resultar, a partir de la exploración y experimentación con el código de
los algoritmos (Nake y Grabowski,
2017, p. 23), haciendo modificaciones y re-escrituras
hasta obtener no sólo una imagen, sino múltiples propuestas entre las que podrá
aparecer alguna que caracterice el pensamiento creativo detrás de esa forma
particular de lenguaje.
Un
caso contemporáneo es el de las inteligencias artificiales (IAs)
utilizadas para crear imágenes a partir de obras ya existentes como DALL-E 2, Dreamstudio y Midjourney, pero
que han sido aplicadas por artistas digitales a sus propias producciones
plásticas y fotográficas para obtener imágenes genuinamente innovadoras. Autores
como el artista digital Rob Sheridan y el estudio Phenrriz
Photo, han hecho uso de aplicaciones de IA a sus
trabajos fotográficos para obtener efectos que otros programas no ofrecían, además
de continuar elaborando las imágenes con herramientas tradicionales hasta
obtener el visual deseado. Algo semejante ocurre con los generadores de texto como
Jaspe IA, Artículo Forge 3.0 o el bot
de conversaciones ChatGPT, que fueron creadas con el
objetivo de presentar las mismas características de escritura que una persona a
través de combinatorias de algoritmos. Sin embargo, ante lo expuesto en el
texto, puede observarse que, si bien replican patrones de código, difícilmente
emularán la generación de sentido profundo dentro de un fenómeno de lo
literario, al menos por el momento.
Estas líneas conducentes son contingentes y deben ser
flexibles si aspiran a romper con los núcleos estructurales educativos. Pueden
presentarse otras posibilidades a futuro, pero también en la revisión del
pasado a través de los ejercicios retrospectivos. Como se mencionó en secciones
anteriores, la perspectiva transdisciplinaria se separa de la idea positivista
de progreso unidireccional por lo que puede recuperar, releer y reescribir la
teoría de tal suerte que pueda dar cuenta de los fenómenos que observa en
distintos momentos históricos y contextos tecnológicos.
Cierre
El
fenómeno de lo literario, particularmente en las producciones de literatura
electrónica, requiere la generación de estrategias inter y transdiciplinarias,
así como marcos teóricos metodológicos acordes para poder dar cuenta de su
complejidad. No se persigue descartar las perspectivas del siglo XX sino
integrarlas a explicaciones, no modelos, de mayor complejidad y apertura. Ante
estas posibilidades es necesario considerar la presencia de la tecnología como
fenómeno que también involucra a los distintos lenguajes y sus posibilidades de
diálogo y creación, que es donde se presenta el fenómeno de lo literario.
La
literatura es un fenómeno más allá de las líneas del código lingüístico y
gramatical. Se trata de un fenómeno que emerge de la lectura creativa, como
diálogo e interacción entre un lector en un contexto y la obra; de ahí la
necesidad de considerar la construcción de puentes transdisciplinarios entre
los campos de la narratología y las ciencias comunicacionales. Esta posibilidad
de construcción permite una mirada amplia y flexible que se adapta a las
condiciones en que el fenómeno de lo literario puede presentarse, permitiendo
dar cuenta de este sin generar centros inamovibles para la lectura e
interpretación.
Las
estrategas de lectura, experimentación y construcción comunitaria del campo de
desarrollo de software pueden aportar elementos para buenas prácticas de
enseñanza-aprendizaje. Así se aspira a eliminar la separación de teoría y
práctica para lograr una formación integral y de mayor complejidad.
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