Proyecto e historicidad de la modernidad:  razón, ciudad, democracia y escuela

Project and Historicity of Modernity: Reason, City, Democracy and School

Eduardo Solano Vázquez[1]

Orcid: https://orcid.org/0000-0002-3038-0142

Recibido: 30-03-2022

Aceptado: 23-09-2022

 

Resumen

Se aborda la modernidad en tanto civilización, para que ella se despliegue en la historia ha sido indispensable que las ideas y expectativas civilizatorias se transmitan y enseñen, pues una civilización es tal en la medida que educa. La modernidad existente se caracteriza por darle prioridad a la razón, misma que interviene en el tiempo-espacio, esa intervención se ve manifestada en el deterioro de la naturaleza y la creación de ciudades, ellas son la prueba fehaciente del progreso: riqueza y desigualdad. La democracia moderna en tanto que se constituye a través de la libertad permite no sólo que haya una relación democrática entre gobernantes y gobernados, también da la posibilidad de acceder a la riqueza a través de la acción y el mérito. La escuela sostiene a la modernidad no sólo porque transmite sus ideales, sino porque a partir de ahí socializa y dota de capital humano a la civilización. El artículo se adscribe a los estudios de la modernidad con el objetivo de comprenderla, para que ello sea factible es necesario fragmentar la totalidad y mirarla por instancias. La modernidad busca la totalidad, pero no prescinde de los particulares: razón, ciudad, democracia, escuela.

 

Palabras clave: modernidad, razón, ciudad, democracia, escuela.

 

Abstract

Modernity is addressed as a civilization, for it to unfold in history it has been essential that civilizational ideas and expectations be transmitted and taught, since a civilization is such to the extent that it educates. The existing modernity is characterized by giving priority to reason, which intervenes in time-space, this intervention is manifested in the deterioration of nature and the creation of cities, they are the irrefutable proof of progress: wealth and inequality. Modern democracy, insofar as it is constituted through freedom, not only allows for a democratic relationship between the rulers and the ruled, it also gives the possibility of accessing wealth through action and merit. The school supports modernity not only because it transmits its ideals, but because from there it socializes and provides human capital to civilization. The article is ascribed to the studies of modernity with the aim of understanding it, for this to be feasible, it is necessary to fragment the whole and look at it by instances. Modernity seeks totality, but does not dispense with particulars: reason, city, democracy, school.

 

Keywords: Modernity, Reason, Town, Democracy, School.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“Lo nuevo y lo desconocido amedrentan casi siempre a los hijos de la tierra;

sólo aspiran a quedarse en sí mismas la vida de la planta y la bestia feliz”

Hölderlin. Empédocles y escritos sobre la locura.

In memoriam de Ernesta.

 

Introducción

La modernidad es abordada en su connotación de proyecto-época. Hay una idea que persiste en el texto: la construcción del presente a través de una conciencia diferente de la temporalidad respecto al medievo (Pérez, 2017). La razón también es crucial para pensar la modernidad, por su tendencia a conformar un modo de ser que aspira a la universalidad (Robles, 2012).

El primer apartado trata el asunto de la razón moderna, misma que se dedica a pensar el presente o la situación (Sloterdijk, 2010). El pensamiento moderno reflexiona para intervenir en las cosas, los objetos y las situaciones. La modernidad tiene el propósito de progresar, por lo tanto, el pensamiento tiene que dirigirse a lo útil y funcional.

El segundo apartado da cuenta de la ciudad, considerando que la razón también organiza los territorios (Virilio, 1999). Las fábricas, los museos y las escuelas no están edificados de manera azarosa. La ciudad moderna ofrece bienestar, pero es necesario que el ser humano ejerza la libertad y la igualdad; no obtendrá mejorías en su existencia individual y social, sino hace méritos. El moderno debe ser disciplinado en todos los ámbitos de su vida.

El tercer apartado del texto hace referencia a la democracia moderna, ésta es de corte liberal-representativa (Mouffe, 2003). El poder reside en el pueblo, éste se encuentra conformado por individuos libres e iguales que, a su vez, son propietarios, ya sea de dinero, mercancías o fuerza de trabajo.  El ser humano es individuo en tanto que es un ser social, así la individualidad es algo que se construye a través de la educación bajo los criterios estipulados por la sociedad.

El cuarto apartado versa respecto a la escuela, ésta se torna en el símbolo del progreso (Pineau, 2009). La escuela educa al individuo en dos sentidos: la sociabilidad y la capacitación. Para que el progreso sea una manifestación histórica es necesario que haya cohesión social, además de conocimiento especializado pertinente para el modo de producción.

Los cuatro apartados muestran grosso modo la conformación de la modernidad, ellos propician una conclusión: la modernidad se reinventa históricamente, gracias a que sostiene sus prácticas en la razón pragmática.

 

La razón moderna. Transformación y conquista del mundo

Los proyectos civilizatorios implican un modo de expresar el mundo. Las épocas históricas producen sus signos, los cuales permiten que se distinga, por ejemplo, el medievo (su signo Dios) de la modernidad (su signo Razón). El signo de una época condiciona la manera en la que ella afronta las situaciones. La modernidad solamente confía en lo que la razón es capaz de comprender y demostrar (Vázquez, 2005).

La modernidad es un proyecto que deposita su confianza en la razón, ella va a desplazar a Dios en tanto fundamento del mundo. Esta revolución civilizatoria indica que la modernidad se desinhibió del pensamiento y experiencia medieval del mundo (Sloterdijk, 2010). En la época moderna ya no es necesario especular respecto al más allá, de lo que se trata es de indagar el presente y sus condiciones:

 

La historia de la Edad Moderna no es, en principio, otra cosa que la historia de una «revolución» del espacio dentro del exterior homogéneo. Lleva a cabo la explicación de la Tierra, en tanto que a sus habitantes se les va enseñando con el tiempo que las categorías de la vecindad directa ya no bastan para interpretar la convivencia con otros y con otro en el espacio ampliado […] La época moderna es época-nondum: la época de un devenir muy prometedor, que se ha emancipado tanto del estatismo de la eternidad como del tiempo circular del mito (Sloterdijk, 2010, pp. 49-53).

 

La promesa que la modernidad exclama al hombre no es supraterrenal, no promete una vida mejor en el ámbito celestial, sino que la vida mejor la considera posible dentro de la tierra, la posibilidad se sostiene en la confianza respecto a la razón, pero no se trata sólo de razonar, sino también de actuar. Que la racionalidad esté inscrita en los actos no hace inviable el desastre o la catástrofe, pero ella permite un control y aprendizaje de las situaciones no planeadas ni deseadas. La razón moderna reflexiona sobre sí misma y también se corrige a través de los datos que obtiene de la experiencia.

El hombre moderno desea la conquista, quiere hacer suyo el progreso, la tierra y sus pobladores (Mejía, 2015). La teoría se encuentra al servicio de las prácticas, se conoce y se sabe para mejorar las circunstancias, por lo tanto, la contemplación es propia de los ascetas y los clericós, pero el moderno no quiere vivir sin goce y tampoco enclaustrado:

 

Un actor moderno no se pone en forma mientras no se apoye en un ejercicio específico de autoconsulta y autopersuasión. Por regla general, en el recurso a tales procedimientos lo que le importa no es el conocimiento teórico como tal, sino la puesta de conocimientos al servicio de metas prácticas. Del autoasesoramiento y autopersuasión ha de resultar finalmente la autodesinhibición […] La conciencia moderna de actor presupone una agencia autopersuasiva, que trabaja con éxito, y que una y otra vez pone en el disparadero a quienes actúan, organizando una asociación de permisos extraordinarios, promesas de beneficios y expectativas de una absolución ulterior (Sloterdijk, 2010, pp. 79-96).

 

La conquista solamente se alcanza con la actuación e intervención en la tierra, no hay premio para quien no hace méritos. La acción tiene sentido en la medida que la modernidad considera la historia en tanto hacer y no en cuanto revelación, pero no se trata de cualquier tipo de realización del hombre en la tierra, el hacer histórico relevante es aquel que posibilita el acceso al progreso, por ejemplo, la ciencia y la innovación tecnológica. Si lo que se hace no incide en el progreso de la historia, pasa al rubro de lo anecdótico.

La modernidad quiere inventar y dominar técnicas, lo cual sólo es posible a través de una razón pragmática. Al moderno no le interesa conocer el alma, sino el cuerpo, por lo tanto, la química y la biología son ciencias estructurales de la época moderna (Icaria, 2007). El moderno habla de lo que observa, es cierto que el ojo no puede captarlo todo, pero para objetivos pragmáticos es más oportuno que la especulación respecto a algo que no ha sido visto, pero del cual se suponen infinidad de pros y contras.

La observación de las situaciones y las cosas parte de la incertidumbre. La modernidad se inaugura con la duda y tiende hacia la invención (Latour, 2007). El conocimiento es una construcción y no una revelación para los elegidos, para conocer es necesario estar versado en algún tipo de saber, en la medida que se está especializado es factible que se produzcan conocimientos que ayuden a resolver situaciones económicas o enfermedades que merman la salud del cuerpo.

La prioridad del moderno es conocer de manera científica. La ciencia es la que detona el progreso de occidente. Que el desarrollo de la modernidad se sustente en la ciencia no quiere decir que la fe se ausente de los pensamientos y las acciones del moderno. En la modernidad la creación depende de los conocimientos, del ensayo y el error, aunado a la capacidad que el moderno tiene para reinventarse: “Nadie es realmente moderno si no acepta alejar a Dios tanto del juego de las leyes de la naturaleza como de las de la república […] Es la relación de los seres lo que hace el tiempo” (Latour, 2007, pp. 60-115).

El conocimiento científico depende de la razón, pero sin algo de fe, la duda y la incertidumbre conducirían al desquicio. El moderno traslada la fe del monasterio hacia los laboratorios, en ellos se generan los saberes y las cosas para la existencia, en ella las jornadas de trabajo son extenuantes, por lo cual, es necesario llegar a casa y preparar alimentos con una inversión mínima, pero eficaz del tiempo. El moderno se disciplina a sí mismo, Dios ya no es suficiente para dictaminar cómo han de hacerse las cosas para conseguir el progreso, éste no es posible si no hay un plan para llegar a la meta, ésta puede ser un fármaco, un dispositivo tecnológico. Sin embargo, la meta pronto se convierte en instrumento, el progreso no tiene límites, pues la historia moderna transita en línea recta.

La modernidad es un suceso en la historia, por lo tanto, conforma a su tipo de sujeto y también le enseña la lecto-escritura (Sloterdijk, 1999). El ser del humano no es una esencia, sino un aprendizaje de acuerdo con los contextos. En la construcción del moderno se quedan fuera otras maneras de relacionarse con el tiempo-espacio, las cuales no piensan la historia en términos de progreso ni de racionalidad:

 

Con la pregunta-por-el-humanismo se alude a algo más que a la conjetura bucólica de que el acto de leer educa.  Se halla en juego aquí nada menos que una antropodicea, es decir, una definición del ser humano de cara a su franqueza biológica, y a su ambivalencia moral. Pero por sobre todo, esta pregunta sobre cómo podrá entonces el ser humano convertirse en un ser humano real o verdadero, será formulada a partir de ahora de modo ineludible como una pregunta por los medios, entendiendo por estos a los medios comúlgales y comunicativos, por intermedio de los cuales las personas humanas mismas se orientan y forman hacia lo que pueden ser y llegan a ser (Sloterdijk, 1999, p. 6).

 

La razón pragmática será inculcada en el moderno, por ello él es un ser que construye, inventa y mejora sus circunstancias. El moderno es aquel que es capaz de adaptarse y recrear el medio, en su dimensión natural, histórica y social. Sin embargo, las capacidades humanas son limitadas, aquí es donde interviene la tecnología, ella es el complemento idóneo para la construcción ilimitada del progreso. No obstante, la tecnología va desplazando la capacidad de pensar y expresar juicios, lo cual propicia un extrañamiento entre creador y creatura. En este sentido, lo que fue pensado por el moderno para ir en pro de la realización histórica del progreso se convierte en lo que suscita el desencanto por las luces.

Los avances científicos, tecnológicos y económicos de la época moderna también han ocasionado el desequilibrio de la ecología. El moderno en tanto hacedor del mundo se ha separado de la naturaleza, ésta es para la razón pragmática únicamente un objeto de estudio. El proyecto moderno de hacer progresar el mundo no es realizable sin el deterioro del medio ambiente (Guatarri, 1996).

En la modernidad se prioriza al yo racional, no hay lugar para otras formas de conocer y expresar las situaciones y las cosas:

 

El sujeto no es evidente; no basta pensar para ser, como lo proclamaba Descartes, puesto que muchas otras formas de existir se instauran fuera de la conciencia, mientras que cuando el pensamiento se empeña obstinadamente en aprehenderse a sí mismo, se pone a girar como una peonza loca, sin captar ninguno de los Territorios reales de la existencia, los cuales, por su parte, derivan los unos en relación con los otros, como placas tectónicas bajo la superficie de los continentes (Guatarri,1996, pp. 21-22).

 

La razón pragmática requiere del análisis específico de las cosas y los objetos, porque es mediante la especialización del conocimiento que se pueden conseguir avances y darse los descubrimientos que revolucionen la ciencia y la sociedad. La modernidad no requiere del sabio que puede hablar de poesía, botánica y astrología al unísono, si el pensamiento moderno puede intentar aprehenderse a sí mismo es porque trata con cosas y objetos determinados a través de los cuales despliega sus dudas e hipótesis hasta conseguir descripciones y explicaciones correctas. La razón moderna quiere crear conocimientos que funcionen en el presente, pues se trata de hacer confortable la estancia del hombre en la tierra.

La razón moderna no se ocupa de Dios, o sea, no se habla de cielos e infiernos, de lo que se habla es de experimentos, invenciones, novedades, pues son ellas las que van logrando las mejorías en la vida individual y social. Sin embargo, el alejamiento respecto al absoluto trae consigo la angustia:

 

El precio inmaterial que los modernos pagan por su asegurabilidad es realmente alto, incluso metafísicamente ruinoso, pues renuncian cada día más a tener un destino, es decir, una relación directa con el absoluto como peligro irreductible. Se declaran a sí mismos como casos de una medianía estadística que se adorna individualistamente. El sentido de ser se reduce para ellos al derecho de indemnización en un caso de siniestro regulado por normas (Sloterdijk, 2010, p. 111).

 

El moderno no necesita del destino, porque él hace la historia, pero para ello tiene que regular sus conductas y disciplinarse. La libertad de pensamiento y acción sólo es realizable si se aceptan las reglas de la vida moderna.

La razón pragmática se ocupa de la tierra, la piensa para transformarla, pero los motivos también detonan la investigación y condicionan las descripciones (García, 1978). Así pues, la duda y la incertidumbre moderna no parten ex nihilo, hay intenciones que las suscitan, pero también tienen que ser zanjadas, para tranquilizar al espíritu y coadyuvar en los descubrimientos científicos. La razón pragmática construye un espacio en el cual la vida moderna proclama y ostenta el bienestar, el deber del especialista es aportar al progreso su conocimiento de las cosas, los objetos y las situaciones: debe ser útil y funcional.

 

La ciudad moderna y la manifestación del progreso

La razón moderna disuelve los lazos comunitarios, sustituye la etnia por el Estado-nación (Nancy, 2000). El moderno ya no se piensa integrado a la naturaleza, su mente diseña fábricas, empresas. En este sentido, se vuelve necesario el establecimiento de una lengua oficial, con la cual se puedan dar las comunicaciones entre obreros, patrones, ciudadanos (Monreal, 2016). El cambio de la etnia por el Estado-nación detona la nostalgia:

 

Occidente se ha entregado de antemano a la nostalgia de una comunidad más arcaica, y desaparecida, a la añoranza de una familiaridad, de una fraternidad, de una convivialidad perdidas […] La edad moderna se ha consagrado tenazmente a encerrar el tiempo de los hombres y de sus comunidades en una comunión inmortal donde la muerte, finalmente, pierde el sentido insensato que debiera tener —y que tiene, obstinadamente (Nancy, 2000, pp. 21-25).

 

En la modernidad el espacio se percibe y es comunicable mediante la lengua oficial, así es necesario enseñarla y aprenderla, a partir de ella es posible la comunicación en el ámbito laboral, político.  Para el moderno es fundamental educarse en la razón pragmática y, así, expresar, apropiarse y recrear el espacio.

La ciudad sólo puede ser descifrada y experimentada por aquel que ha aprendido la manera de comportarse en ella y hacerla funcionar. Es cierto que todos pueden aprender, sin embargo, no todos reciben la misma enseñanza. La jerarquía en la modernidad ya no se basa en la herencia, sino en el mérito. En este sentido, los palacios son reliquias que evocan herencias fastuosas, mientras que en la ciudad todos son libres e iguales, por lo que cada uno obtendrá lo que la acción dé de sí.

En la ciudad se necesita libertad e igualdad, ellas están en concordancia con la razón pragmática. Los actos libres tienen que coadyuvar al bienestar de la ciudad y sus ciudadanos, por ello la voluntad creadora tiene un límite y si lo traspasa se le recluta o excluye, la alteración de la ciudad es contraproducente, sino contribuye a mejorarla en términos sociales y estéticos. Asimismo, la democracia de la ciudad promueve la libertad e igualdad en beneficio del individuo:

 

La democracia, luego, falla, no porque no logre representar el en-común (como si fuera una operación exterior), sino porque no logra exponerlo, vale decir exponerse en él, exponernos en él, exponernos a «nosotros mismos» […] Existir consiste pues en considerar su «sí mismo» como una «alteridad», de tal modo que ninguna esencia, ningún sujeto, ningún lugar, puedan presentar esta alteridad en sí, como el sí mismo propio de otro, o como un «gran Otro», o como un ser común (vida o substancia) (Nancy, 2000, pp. 108-119).

 

Se accede al bienestar de la urbe, en la medida que se aceptan y asimilan los requisitos para ser moderno: razón, libertad, igualdad, mérito. En este sentido, la representación de lo común se refiere solamente a la similitud, por lo cual, la alteridad no es pertinente (Garrido, 2003). La ciudad puede ser plural en cuanto a modas en la indumentaria, incluso a nivel de adscripción ideológica, siempre y cuando, ella no ocasione cambios drásticos en la manera de pensar y experimentar el espacio urbano, pues eso sería el declive y la ruina.

La ciudad requiere progresar, es decir, producir tecnologías que hagan confortable la estancia del ser humano en la tierra. La ciudad se adapta a los acontecimientos, pues no hay progreso para lo inmóvil, ya que únicamente lo que deviene puede aprender y perfeccionarse. Asimismo, no es casual que la modernidad prescinda de Dios y la naturaleza en tanto fundamentos, pues el ser de ambos se encuentra acabado, ya no pueden decaer y tampoco ir hacia algo mejor. El moderno no quiere ser de una vez y para siempre, necesita conquistar e inventar para realizarse en la historia.

La ciudad moderna se guía por la razón pragmática, pero no está exenta de caer en idealismos, en la urbe también se suscita la idealización del progreso, se ve en él solamente el pro, pero no se hace alusión al contra (Virilio, 1997). Se hace hincapié en lo que es bello y funcional, pero se omite que tras el progreso viene el deterioro. La modernidad es una civilización revolucionaria, por lo cual, es difícil que practique el equilibrio y la mesura: “Sabemos que no progresamos por-medio de una tecnología sino reconociendo su accidente específico; su negatividad específica […] El poder es siempre el poder de controlar un territorio mediante mensajeros, medios de transporte y de transmisión” (Virilio, 1997, pp. 14-17). En la ciudad se expresa lo que es pertinente para el uso y desarrollo de la razón pragmática, los mensajes que aluden al desastre o la alternativa civilizatoria no tienen cabida, se pueden decir en gritos callejeros y panfletos, pero no ocupan la escuela, el periódico, la televisión, el internet.

La lengua oficial que permite la comunicación del moderno, sólo va a mentar aquello que insiste en el progreso de la ciudad. Lo que se comunica necesita de la persuasión, pues el mensaje puede ser entendido a cabalidad, pero el entendimiento no implica que se haga lo que el mensaje pide, por lo cual, él tiene que contener elementos persuasivos para convencer y, sobre todo, producir actos. Por ejemplo, el acto de invertir dinero, pues nadie invertirá ipso facto, así se tienen que mostrar casos reales o escenarios posibles en relación con los beneficios que trae la inversión del capital, no sólo para el inversor, sino para el contexto en el que él se desenvuelve.

El progreso se publicita en la ciudad. Los descubrimientos y las invenciones relevantes se exponen en la ciudad. La aspiración del individuo es convertirse en citadino y defender la ciudad de aquello que intenta erradicarla o invadirla. Por otro lado, la percepción moderna está condicionada por el pragmatismo y la perfectibilidad de las cosas, los objetos y las situaciones, no es que en la tierra todo sea perfecto, pero en la medida que hay imperfección, la razón pragmática puede intervenir para llevar lo imperfecto a un mejor estado, siempre hacia delante. El retroceso no forma parte de las prácticas modernas.

La modernidad se puede jactar no sólo de promocionar el progreso, sino también de realizarlo, mediante la ciencia y tecnología consigue lo que antes se consideraba imposible, por ejemplo, los trasplantes en el cuerpo humano. Así pues, la modernidad posterga la muerte, aunque no la puede evitar. Las tecnologías también ayudan en el funcionamiento del cuerpo socio-político, y así, intervienen en la historia: “No hay política sin ciudad. No hay realidad de la historia sin la historia de la ciudad. La ciudad es la mayor forma política de la historia […] La técnica coloniza el cuerpo humano como ha colonizado el cuerpo de la Tierra” (Virilio, 1997, pp. 41-56). Las tecnologías siempre han acompañado a las civilizaciones y culturas, pero es en la modernidad donde adquieren relevancia, pues se vuelven el canon de lo civilizatorio.

El tiempo fluye vertiginosamente en la ciudad moderna, también se requiere que lo pensado y actuado sea útil y con resultados inmediatos. Por otro lado, la comunicación en su deriva sociopolítica también tiene que ser precisa, el diálogo facie ad faciem no tiene viabilidad, meditar e intercambiar opiniones respecto a quién es el indicado para gobernar la ciudad es un consumo de horas, así el diálogo no es realizable en una época que se sustenta en lo productivo. La democracia representativa es la idónea para gobernar en la modernidad, puesto que le quita al individuo la responsabilidad de dedicarse por sí mismo a la res publica, y así, él puede invertir su tiempo en la realización de negocios, ciencia y tecnología (Almagro, 2016).

En la urbe no tiene cabida la divergencia, ésta en su radicalidad puede propiciar guerras civiles, mismas que retardan el progreso. Así pues, la tolerancia es lo que permite zanjar los desacuerdos, es necesario que en un acuerdo los involucrados estén dispuestos a pensar en una lógica del mal menor, para salvaguardar las actividades productivas.

La razón pragmática no descifra esencias, ella piensa para llevar a cabo acciones. La ciudad se puebla de instrumentos eficaces, no hay cabida para lo inútil e improductivo. La modernidad considera que todo lo que hay es un instrumento, incluso la libertad y la igualdad (Žižek, 2008). En los aparadores se muestran indumentarias de culturas milenarias y hasta de la contracultura, se pueden calzar zapatos con diseño mesoamericano, sin que ello implique dejar de pensar y actuar modernamente:

 

¿Estamos condenados a movernos exclusivamente dentro del espacio de la hegemonía o podemos, al menos provisionalmente, interrumpir su mecanismo? […] Lo que esta tolerante práctica excluye es, precisamente, el gesto de la politización: aunque se identifiquen todos los problemas que pueda tener una madre afroamericana lesbiana y desempleada, la persona interesada “presiente” que en ese propósito de atender su situación específica -ay algo “equivocado” y “frustrante”: se le arrebata la posibilidad de elevar “metafóricamente” su “problemática situación” a la condición de “problema” universal (Žižek, 2008, pp. 25-39).

 

La diferencia radical no puede poblar la ciudad, pues ella propone y ejerce otras formas de estar en la urbe, mismas que colapsan los mensajes, las vialidades., en suma, la comunicación (Gracida, 1989). Una ciudad colapsada es de hecho el retroceso, por ello el moderno siempre camina en línea recta, no mira hacia el pasado, sino hacia el futuro, éste representa un desafío, en él las cosas y las situaciones siempre pueden ser mejores. El bienestar de la vida moderna no tiene límite, el moderno no encuentra satisfacciones que lo tengan contento por periodos prolongados. El habitante de la ciudad moderna lo desea todo: saber, poder y felicidad al unísono. Los deseos no están prohibidos, pero la realidad pronto resquebraja la pretensión de ser sabio, poderoso y feliz. Para la ciudad es suficiente con que el humano pueda crear, corregir y organizar, o sea, le basta con el saber y el poder.

El bienestar en la ciudad moderna requiere del consumo, lo producido tiene que ser probado, para que a partir de ahí se puedan hacer mejores alimentos, ropas, electrodomésticos (Virilio, 1999). Sin embargo, el consumo se encuentra estratificado:

 

La freedom for want es revolucionaria en la medida en que substituye el hombre del derecho costumbrista, provisto de herencias, por el hombre de acción sanitarista y social, es decir, por el hombre desnudo y solo bajo la mirada estatal y clínica […] El hombre de la free no es el hombre de la indigencia y de la pobreza total […] El hombre de la freedom es el de la espera, el de la expectación (Virilio, 1999, pp. 21-27).

 

 El ser del moderno está conformado para la acción, o sea, a través de las conquistas y descubrimientos espera un mejor porvenir, no desea y tampoco espera en la quietud, por eso el moderno se desplaza sobre la tierra: la conoce, se asombra y la transforma. La ciudad es la prueba fehaciente de la transformación de la tierra, se coloca en ella lo que la razón pragmática ha proyectado y requiere para seguir siendo: industrias, laboratorios, escuelas, avenidas, edificios. El moderno ha exteriorizado su pensamiento, significando hasta el último rincón de la tierra.

La razón pragmática organiza y le asigna propósitos a la ciudad. La urbe a través de sus instituciones regula el comportamiento del individuo y también le proporciona las condiciones para que pueda conseguir el bienestar, es decir, garantiza formalmente la libertad e igualdad de acción. En este sentido, la democracia es el soporte social, político y económico de la modernidad, puesto que ha quedado atrás la época en la que el bienestar de la existencia era un privilegio amparado en lo divino y natural. La modernidad depende de la disposición y pericia del individuo para integrarse a la ciudad y contribuir al desarrollo.

 

Democracia moderna: igualdad y libertad

La democracia moderna es de raigambre liberal-representativa, así va a priorizar al individuo, pero también dota de soberanía al pueblo, éste es subsumido por el Estado, o sea, el pueblo no es una particularidad étnica, sino una entidad sostenida por un régimen jurídico (Mouffe, 2003). Forman parte del pueblo el individuo libre e igual, mismo que adquiere y práctica los derechos y obligaciones requeridos por el Estado.

El individuo y el Estado pueden tener intereses distintos, pero no se pueden disociar, porque el individuo sin estatus de ciudadanía carece de realidad histórica y social. El individuo sin derechos podrá ser el más audaz y creativo en los negocios y la ciencia, pero no tendrá un respaldo que le permita competir con otros; lo mismo sucede con el Estado, éste no puede relacionarse con sus pares, sino representa a alguien, o sea, al pueblo constituido por individuos libres e iguales:

 

En una sociedad liberal democrática el consenso es, y será siempre, la expresión de una hegemonía y la cristalización de unas relaciones de poder […] Las relaciones de poder y su papel constitutivo en la sociedad han sido eliminados, y los conflictos que conllevan han sido reducidos a una simple competencia de intereses que es posible armonizar (Mouffe, 2003, pp. 64-123).

 

La modernidad necesita de la armonía en sus relaciones sociales, el conflicto y la anarquía obstaculizan el progreso, por ello a través de la razón pragmática y la democracia produce consensos, pues sabe de la imposibilidad para que la armonía se dé por sí misma, sobre todo porque cada individuo quiere demostrar que es el más apto, el que hace ciudades más bellas y funcionales, el que sus descubrimientos científicos y tecnológicos han ayudado de manera relevante al progreso histórico de la civilización.

En la democracia y la ciudad moderna, el consenso representa lo acordado por individuos racionales, además en él también se expresa la autonomía (De Julios, 1995). El que no razona pragmáticamente y sus actos no son autónomos, se queda fuera del consenso, sus intereses no están representados, por lo que su estancia en la ciudad se torna complicada, aunque le queda la posibilidad de asimilar e imitar lo que postula y representa el consenso democrático.

La pacificación interna de la ciudad le es posible al Estado, mediante su forma de gobierno, es decir, la democracia representativa y liberal (Schmitt, 2009). Que una ciudad esté pacificada y se rija por consenso, no implica que los conflictos no se susciten, pero ellos se encuentran neutralizados, en aras de que no se afecte el funcionamiento de la ciudad y el bienestar de los ciudadanos, así el conflicto y la guerra moderna son deseables y realizables en el exterior, sobre todo, cuando es una tierra fértil para el progreso. Sin embargo, internamente tiene que prevalecer la paz y el orden:

 

El Estado, en su condición de unidad política determinante, concentra en sí una competencia aterradora: la posibilidad de declarar la guerra, y en consecuencia de disponer abiertamente de la vida de las personas […] <<La humanidad>> resulta ser un instrumento de lo más útil para las expansiones imperialistas, y en su forma ético-humanitaria constituye un vehículo específico del imperialismo económico (Schmitt, 2009, pp. 75-83).

 

La razón pragmática, la libertad e igualdad liberal, son factores que constituyen al moderno, con ellos construye su antropodicea, la cual se hace efectiva en la ciudad (Fernández, 2009). Sólo es moderno el que trabaja y transforma la tierra, el que elige su gobierno de manera democrática, no importa que deba ceder algo en torno a sus aspiraciones, pues es mejor la intervención mínima a dejar que el presente y el futuro de la historia dependan de los designios de Dios, el rey, el azar. La democracia en tanto forma de gobierno del Estado moderno no sólo controla lo gregario del hombre, los conflictos y disputas por los objetos y las cosas, también permite el desarrollo y la manifestación histórica de su individualidad. El moderno delega el poder en las instituciones, de esa manera, se puede ocupar de sus negocios, hipótesis científicas e innovaciones tecnológicas. El moderno no quiere ocupar su tiempo en el ágora ni en la contemplación de las estrellas, sino en el conocimiento y producción de lo útil y funcional.

El moderno crea y defiende las instituciones, mediante ellas sus acciones y reivindicaciones sociales se cumplen (Touraine, 1999). Si no hay arbitro que cuide las reglas de la convivencia social moderna, la libertad puede suscitar tiranías y autoritarismos. En la modernidad la libertad y sus beneficios son para cada uno de los individuos con estatus de ciudadanía:

 

Entre cierto orden institucional puramente a la defensiva y unas revueltas de mero carácter contestatario debe existir, debe ser reconocido y reactivado, un espacio público que combine el reconocimiento de los conflictos sociales con la voluntad de integración […] Con el tiempo se fue comprendiendo finalmente que era posible instaurar eso que los ingleses dieron en llamar, antes que nadie, la democracia industrial, convertida primeramente en política socialdemócrata y transformada luego, después de la Segunda Guerra Mundial, en Estado del bienestar ( Touraine, 1999, pp. 10-11).

 

La lógica de la modernidad opera en términos de unidad: la síntesis, el consenso y la integración, se combate todo lo que la puede hacer añicos. Si se quiere el bienestar y confort de la modernidad, se tiene que aceptar la manera que propone para conducirse y relacionarse, o sea, ampararse en las instituciones democráticas. Las reivindicaciones que trastoquen las instituciones y que desmonten la representación democrática se quedan fuera del Estado, porque son mera revuelta, eso no contribuye al progreso del individuo y la sociedad.

La democracia y las instituciones permiten al moderno transformar la sociedad sin fragmentarla, ya que la unidad debe persistir. Se pueden destruir cosas y objetos al exterior, pero internamente la paz debe prevalecer, un espacio público pacificado, le da la posibilidad al moderno de ejercer su libertad, por ejemplo, asociarse con sus iguales en los negocios. Se neutraliza el conflicto y se trata de evitar la guerra para que no se interrumpa la marcha hacia el progreso. La razón pragmática estipula lo idóneo y perjudicial en la modernidad.

La modernidad se establece y funciona a través de individuos racionales, con instituciones que les permiten dedicarse a las actividades productivas, sin ellas no sería posible el orden y el progreso. Individuo e instituciones se complementan, no se puede pensar el uno sin las otras, el régimen democrático que los regula es una manifestación concreta de la razón pragmática:

 

La modernidad occidental se consiguió gracias a la concentración de medios de actuación en manos de cierta élite que se definía a sí misma como racional, y a que ésta afirmo su papel dirigente en contra del resto de fuerzas supuestamente irracionales. Una vez alcanzada, proporcionó a Occidente la supremacía durante siglos, aunque al precio de la escisión de la sociedad, de su polarización en todos los aspectos: empresarios autoproclamados racionales contra trabajadores considerados como rutinarios o perezosos; colonizadores portadores de la ilustración contra embrutecidos << salvajes>> que rechazaban las ventajas del progreso (Touraine, 1999, pp. 73-74).

 

El irracional puede dejar de serlo, tiene que mostrar disposición para dejarse modificar por la educación, ella coadyuva en la conformación de lo racional (Abrantes, 2012). Mientras él no esté ilustrado debe dejar que lo representen, aunque sus intereses no estén expresados en el consenso. La irracionalidad no es permanente, se sale de ella mediante la educación.

La democracia moderna representa el interés y voluntad del individuo, pero ambas están subordinadas a la razón. No hay representación sin criterios racionales, tampoco se representan los razonamientos y experiencias que no se encuentran ceñidas al pragmatismo. El demos moderno es selectivo busca lo mejor para sí y va a defenderse de lo que quiera disolverlo: autoritarismos, anarquismo, comunidades que apelan a la ancestralidad. La modernidad no se entiende sin el hombre libre e igual, capaz de perfeccionar lo imperfecto y crear mejores condiciones para la existencia.

En la modernidad el desacuerdo es contraproducente, porque rompe con la unidad que debe prevalecer en la sociedad (Rancière, 1996). Además, él pone bajo sospecha los intereses que representa la democracia, considerando que no hacen referencia a los intereses de aquellos que no razonan ni actúan para progresar:

 

Para que la comunidad política sea más que un contrato entre personas que intercambian bienes o servicios, es preciso que la igualdad que reina en ella sea radicalmente diferente a aquella según la cual se intercambian las mercancías y se reparan los perjuicios […] La modernidad no sólo pone los derechos "subjetivos" en el lugar de la regla objetiva de derecho. Inventa también el derecho como principio filosófico de la comunidad política (Rancière, 1996, pp. 18-103).

 

El derecho no es suficiente para asegurar la unidad de las relaciones sociales, por eso es necesaria la policía, para que vigile los altercados y los contenga. En la ciudad se tiene que ser civilizado hasta en la manera de manifestar las inconformidades, sólo son escuchadas y resueltas las protestas expresadas por los ciudadanos, de ellos se espera el buen comportamiento, si se les olvida el deber con la ciudad, la policía se encarga de recordarlo, aunque tenga que reprimir la libertad, lo más preciado que el moderno posee.  No hay libertad absoluta, se puede hacer, es más, el moderno tiene la vocación de transformarse, siempre y cuando no transgreda el orden de las cosas.

La democracia representa a los iguales, protege sus manifestaciones en la medida que piden mejores condiciones para estar en la sociedad: salud, educación, trabajo. Sin embargo, las manifestaciones no tienen que ser transgresoras del orden. La modernidad gira sobre su propio eje, no se desvía de su camino hacia el progreso. Por otro lado, aprende de sus errores y se adapta a los sucesos de la historia. Por ejemplo, en su forma de gobernar, o sea, la democracia representativa, incluye derechos que parecieran contravenir a su estructura civilizatoria (Silva, 1998).

La representación democrática selecciona aquello que la conforma, justifica racionalmente la exclusión (Rancière, 2009). Argumentando objetividad en la selección se defiende de las críticas que apuntan lo siguiente: la igualdad está estratificada, o sea, que hay unos más iguales que otros. La modernidad del mismo modo que otras civilizaciones hace una distribución de las ocupaciones o para hablar modernamente, una división social del trabajo:

 

Un mundo “común” nunca es simplemente el ethos, la estancia común, que resulta de la sedimentación de un cierto número de actos entrelazados. Éste es siempre una distribución polémica de maneras de ser y de “ocupaciones” en un espacio de los posibles. Es a partir de ahí que se puede plantear la pregunta por la relación entre la “ordinariedad” del trabajo y la “excepcionalidad” artística. Aquí la referencia platónica aún puede ayudar a plantear los términos del problema. En el tercer libro de La República, el sujeto mimético es condenado ya no simplemente por la falsedad y por el carácter pernicioso de las imágenes que propone, sino según un principio de división del trabajo que ya sirvió para excluir a los artesanos de todo espacio político común (Rancière, 2009, pp. 53-54).

 

La división social del trabajo para una ciudad democrática que se despliega a través de la razón pragmática requiere de la especialización, la época del aprendiz en los talleres ha sido desplazada por un modo de producción tecnificado. La modernidad requiere una forma de educar que pueda contribuir a desplegarla en la historia, es decir, permitirle sostenerse, realizarse y reproducirse. De esta manera, la escuela se torna importante, ella educa de forma masiva y también en aras de socializar a los individuos. En la escuela se enseña la razón pragmática a los educandos, mediante ejercicios lógico-matemáticos y también se inculca el modo de relacionarse social y políticamente.

 

Modernidad y escuela

La modernidad es una civilización para la conquista, pero requiere de la cohesión socio-política para su despliegue histórico. La escuela contribuye a la cohesión a través de la estandarización del currículo, también se torna en sinónimo de lo civilizado, ya que un individuo y una sociedad que se escolarizan son propensos al progreso (Pineau, 2009):

 

La escuela se convirtió en un innegable símbolo de los tiempos, en una metáfora del progreso, en una de las mayores construcciones de la modernidad […] El sistema educativo se convirtió en una vía inestimable de ascenso social y de legitimación de las desigualdades, en una tensión constante entre la igualdad de oportunidades y la meritocracia que ordenan sus prácticas (2009, pp. 28-43).

 

La educación moderna es democrática, cualquiera puede ser un educando, no se necesita un rango aristócrata o ser superdotado para acceder a la escuela. Ella es regulada por el Estado, él tiene el interés de que la educación otorgue ciudadanos que pongan en práctica los ideales modernos, libertad e igualdad:

 

No se podía hablar de una nación moderna sin un Estado civil, es decir, sometido sólo a las exigencias de los ciudadanos […] La educación sirve a la política de transformación social. Pero como ésta requiere para su modernización no sólo una enseñanza pragmática y utilitarista, sino también una instrucción para la civilidad y para la democracia (Fernández, 1998, pp. 214).

 

El moderno es ciudadano de un Estado-nación masificado, mismo que se realiza histórica y económicamente bajo el modo de producción capitalista. La educación que recibe el moderno busca amalgamar la ciudadanía con el trabajo, teniendo como referente social y político al pensamiento liberal. La modernidad educa para que el hombre se asuma como un individuo capaz de lograr lo que se propone a través de su inteligencia y disciplina, pero ellas son limitadas, no hay inteligencia que sea omnicomprensiva ni voluntad que pueda conseguir siempre lo que desea. No obstante, la modernidad no puede retrotraerse, se mueve en línea recta, por ello busca la manera para que la inteligencia y la disciplina puedan dinamitar el progreso.

La modernidad es científica y en lo que se refiere a la educación, la encomienda es: educar al ser humano para que sea un ser racional, y así, transforme la naturaleza y la sociedad apoyado en el saber especializado (Barrena, 2012). La escuela tiene que fomentar un pensamiento analítico, mismo que incida en las acciones, el educando no sólo debe pensar correctamente, sino también hacer las cosas con eficiencia:

 

La actividad que ha de desarrollarse en las escuelas no es entonces un hacer por hacer, sino que se dirige a lograr algo valioso, sea en el orden moral o en el orden del conocimiento. La acción es un medio de crecimiento que ha de emplearse, pero no un fin en sí mismo. Es necesario que se comprendan primero los objetivos, y después las habilidades y las acciones que han de llevarse a cabo para lograr esos objetivos […] El yo está abierto a las innovaciones que suponen un desafío a esos hábitos, y que hacen que sean sustituidos por otros nuevos (Barrena, 2012, pp. 5-7).

 

La modernidad se erige como una civilización proclive a la novedad, conoce y experimenta para mejorar las circunstancias. El yo tiene que abrirse al mundo, si se queda ensimismado, el pensar se torna inútil, ya que no remite a la transformación de las situaciones y las cosas. La escuela tiene que disciplinar al yo, para que sus razonamientos contribuyan a la realización histórica del progreso. Es decir, la escuela tiene que dirigir la inteligencia y validarla a través de los exámenes (Urraco y Nogales, 2013).

El humano moderno no es individuo y ciudadano fuera de la sociedad, por eso es que debe adaptarse a ella, esta coerción social es un mal menor, ya que la fatalidad para el moderno es carecer de ciudadanía, sin ella no se tienen derechos, por ejemplo, el derecho a integrarse al sistema escolar. Sin escolaridad el progreso en tanto experiencia histórica es imposible.

El pensamiento moderno no contempla lo trascendente, de hacerlo, la discusión se concentraría en lo indefinido. Si la modernidad ha podido transformar la naturaleza y la sociedad ha sido porque ha delimitado sus objetos de estudio, en ello ha contribuido el modo pragmático de razonar (Daros, 2002). Asimismo, el pensamiento es pertinente cuando representa y describe lo que estudia.

El pensamiento se especializa en la escuela, así él puede contribuir en la producción y reproducción social. El pensamiento tiene que ser capaz de resolver los problemas a los que se enfrenta el individuo y la sociedad, es crucial que la escuela forme al pensamiento, para que éste transforme el mundo:

 

La escuela es una institución de la sociedad, no separada de ella, sino más bien contribuyendo a la actividad de su comunidad. Una buena escuela reconocerá esta relación y buscará como reflejar las normas de la sociedad para dirigir su futuro hacia la máxima felicidad humana. Las escuelas deberían buscar cómo preparar la juventud para el liderazgo, la responsabilidad y la vida democrática (Mejía, 1978, p. 57).

 

En la escuela se educa a un ser que no es omnipotente, al cual se le enseña que debe valorar las situaciones, las cosas y los objetos por su utilidad, incluso él mismo se otorga un valor por lo que hace:

 

Es que el sujeto que mediatiza todo convirtiéndolo en instrumento termina siendo también un medio de esta razón pragmática. Así, el hombre concreto pasa a ser parte también de esta naturaleza mediatizada, lo que conduce a que él mismo termina siendo devorado por los mecanismos puestos en marcha (Galafassi, 2002, p. 16).

 

La modernidad le encomienda a la escuela que discipline y controle al hombre, en suma, que lo eduque. No es que el moderno sea un autómata incapaz de discernir lo que se le enseña, al contrario, el moderno es un ser que reflexiona, pero la reflexión in extremis le impide vislumbrar otras posibilidades de existencia fuera de la razón pragmática e instrumental.

La escuela en tanto que tiene la encomienda de educar al moderno, no sólo le da prioridad al pensamiento, sino también a la acción. Por otro lado, el moderno establece relaciones fuera de sí mismo, y así, se encuentra con sus pares, ya sea para hacer negocios, amistades, solucionar problemas de índole social, por ejemplo, el respeto hacia los bienes ajenos o la propiedad privada. La escuela debe enseñar a sus educandos a comportarse de la manera más racional posible:

 

La escolar debiera ser una experiencia de aprendizaje democrático para las nuevas generaciones. La escuela forma a la ciudadanía para una sociedad democrática y participativa […] Una democracia auténtica exige una ciudadanía culta y esta es una tarea en buena medida responsabilidad de la escuela, aunque no exclusivamente de ella (Feito, 2010, pp. 59-60).

 

La escuela acepta al educando en tanto individuo, así lo va a conformar de acuerdo con los criterios de la sociedad. El educando aprenderá a ser en libertad e igualdad, respetará lo que no es suyo, de no hacerlo, se hará acreedor a una sanción. En este sentido, los exámenes son el preludio de lo que sucede cuando se acata o se desobedece lo que la autoridad indica, si se han aprendido bien las lecciones del profesor, el educando obtiene buenas notas, en caso contrario, el educando es reprobado: “La escuela tiene un componente educativo global que va más allá de lo escolar incorporándose a un constructo social, a una forma de “intervención social” que afecta a la infancia, pero también a sus familias y a los docentes” (Osoro, Castro, 2017, p. 96). Así pues, es crucial y obligatorio educar a la infancia en tanto que ella es la ciudadanía futura.

La escuela tiene que contribuir a la modernidad mediante la producción del individuo y la sociedad, si la modernidad deja de ser el fundamento o la que estipula los criterios para el despliegue histórico de la existencia, la escuela no sólo entraría en crisis, sino que dejaría de tener sentido, así la escuela no cesa en construir al individuo: “Fomentar la obediencia del individuo, establecer una economía del tiempo […] Cada alumno ocupa un lugar según su jerarquía de saber y capacidad” (Urraco, Nogales, 2013, p. 156). El mérito es toral en una economía que se sustenta en el trabajo y la innovación tecnológica.

La modernidad es formalmente democrática, por ejemplo, el acceso a la escuela es igualitario, aunque dentro de ella se establecen jerarquías de acuerdo con la disposición y aptitudes del educando:

 

Puede entenderse que la democracia iguale todas las cosas y las personas, no hacia arriba sino hacia abajo, una igualitarización que antes que mejorar empeora las cosas […] La democracia es un régimen de vida relajado y no de mando tenso e imperioso […] Hay demagogia cuando para defender la pretensión oligárquica de dominio sobre el mundo se esgrimen argumentos democráticos (Marcos, 1990: 62-63 y 66).

 

La conformación de una inteligencia crítica haría posible el develamiento y la denuncia de la demagogia (Marcos, 1990). La educación también puede contribuir en la construcción de un yo crítico y no sólo conformar un yo eficiente. La crítica y la eficiencia podrían conjuntarse, en esa posibilidad hay utopía, misma que constituye a los proyectos educativos, para que la crítica y la eficiencia sean objetivos indisociables en la educación escolar, la sociedad moderna tendría que sustentar sus prácticas sin la razón pragmática, ésta sólo emite juicios que refieren a lo útil o inútil de las cosas, los objetos y las situaciones. Así, surge una cuestión ¿es factible una modernidad sin utilitarismo?

El ideal de la modernidad consiste en educar al ser humano, para que él sea libre e igual, y así, consiga lo que su inteligencia y voluntad le permitan. La escuela no va a educar para la prudencia, sino para la invención, la transformación de la tierra sólo es posible si se tiene un espíritu inventivo (Londoño, 1999). La modernidad no anhela el más allá: “La moral deja de concebirse como un código ahistórico impuesto desde “arriba” para pasar a ser una ética civil conformada por criterios sobre las relaciones de convivencia y de realización personal que tiene en cuenta las condiciones y las consecuencias” (Londoño, 1999, p. 20). 

El individuo considera necesario razonar pragmáticamente, ello trae como consecuencia que el espacio social en donde se desenvuelve se modernice. El progreso de la sociedad sólo es dable en la medida que la razón funciona en el mundo a través del libre mercado, la innovación tecnológica (Mejía, 2019). La modernidad es una civilización que tiene la pericia de adaptarse a las circunstancias y condiciones históricas: “La modernidad actual condiciona la conexión de la cultura individual y las redes sociales, la base es el individuo conectado con otros y la libertad personal para compartir intenciones comunes” (Mejía, 2019: 281). La escuela sigue teniendo la encomienda de formar ciudadanos, mismos que también puedan ser rentables en el mercado (Bosch, 2003).

La escuela hace una selección respecto a su currículo, no enseña sin criterios. Por otro lado, ella siempre ha colaborado en la socialización del individuo, no solamente inculcándole valores en cuanto al comportamiento social, sino también en torno a la manera en la que el modo de producción capitalista ha mutado, o sea, de la revolución industrial a la revolución cibernética.

La escuela ha surgido como un ideal ilustrado, así ella también confía en la capacidad de la razón para civilizar al hombre (Quiroga, 2017).  En el despliegue histórico de la modernidad, la escuela ha ido incorporando contenidos y objetivos respecto a lo que enseña:

 

El ciudadano global contemporáneo debe ser competitivo. En este sentido, la gestión surge como una necesidad y una solución para lograr el éxito educativo […] La escuela empieza a funcionar como una empresa, en donde el trabajo debe ser lo más racionalizado posible y la gestión es la herramienta principal para llevar adelante el gobierno y la dirección de las instituciones (Quiroga, 2017, pp. 228-230).

 

La modernidad y la escuela tienen la capacidad de reinventarse. Los cambios socio históricos sólo suscitan crisis, pero no el colapso. Modernidad-escuela aprenden de los cambios, para seguir constituyendo el modo de pensar y actuar del moderno frente a la sociedad y la naturaleza.

 

Conclusión

La modernidad propicia la razón pragmática con el objetivo de apropiarse y modificar la tierra. La modernidad necesita un yo activo dispuesto a conocer. No hay cabida para la contemplación y la revelación debe ser superada.

El pensamiento moderno observa instrumentos por doquier, éstos son los que permiten realizar el progreso de la civilización. El progreso se hace tangible en una ciudad que ofrece bienestar. El moderno no quiere recompensas en el ámbito supraterrenal, de ahí que para él sea indispensable construir ciudades, no importa que se deteriore la naturaleza.

La ciudad moderna tiene el objetivo de concretar el progreso, de ahí que es necesario que las relaciones sociales que se dan en ella estén avaladas por la democracia en cuanto igualdad y libertad. Si el progreso es sólo para algunos, ya sea por su linaje, iniciación o mandato divino, el moderno no considerará oportuno educarse a través de la escuela.

La escuela enseña los ideales de la civilización: igualdad, libertad, progreso. La escuela se convierte en el sostén de la modernidad, pues le enseña al educando a respetar la propiedad privada, además de formarlo en la razón pragmática, en suma, socializa y dota de capital humano. Es decir, ayuda al despliegue civilizatorio de la modernidad.

La modernidad es un acontecimiento en la historia, mismo que puede ser superado. La modernidad es aprendiz de la historia, por ello ante las crisis propiciadas por las guerras, la economía y la tecnología, en vez de que colapse se reinventa.

La emancipación del hombre y la invención tecnológica son cruciales para que la modernidad persista. El moderno asume el rol del demiurgo respecto a la civilización, puesto que la modernidad se alejó de Dios, pero no de las creencias, su fe está puesta en el razonamiento pragmático, mediante el cual considera que puede hacer el mundo a su imagen y semejanza.

 

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[1] Universidad Nacional Autónoma de México, pumalibro@hotmail.com