Proyecto e
historicidad de la modernidad: razón,
ciudad, democracia y escuela
Project and Historicity of Modernity: Reason, City,
Democracy and School
Eduardo
Solano Vázquez[1]
Orcid: https://orcid.org/0000-0002-3038-0142
Recibido: 30-03-2022
Aceptado: 23-09-2022
Resumen
Se aborda la modernidad en tanto
civilización, para que ella se despliegue en la historia ha sido indispensable
que las ideas y expectativas civilizatorias se transmitan y enseñen, pues una
civilización es tal en la medida que educa. La modernidad existente se
caracteriza por darle prioridad a la razón, misma que interviene en el
tiempo-espacio, esa intervención se ve manifestada en el deterioro de la
naturaleza y la creación de ciudades, ellas son la prueba fehaciente del
progreso: riqueza y desigualdad. La democracia moderna en tanto que se
constituye a través de la libertad permite no sólo que haya una relación
democrática entre gobernantes y gobernados, también da la posibilidad de
acceder a la riqueza a través de la acción y el mérito. La escuela sostiene a
la modernidad no sólo porque transmite sus ideales, sino porque a partir de ahí
socializa y dota de capital humano a la civilización. El artículo se adscribe a
los estudios de la modernidad con el objetivo de comprenderla, para que ello
sea factible es necesario fragmentar la totalidad y mirarla por instancias. La
modernidad busca la totalidad, pero no prescinde de los particulares: razón,
ciudad, democracia, escuela.
Palabras clave: modernidad, razón, ciudad, democracia, escuela.
Abstract
Modernity is
addressed as a civilization, for it to unfold in history it has been essential
that civilizational ideas and expectations be transmitted and taught, since a
civilization is such to the extent that it educates. The existing modernity is
characterized by giving priority to reason, which intervenes in time-space,
this intervention is manifested in the deterioration of nature and the creation
of cities, they are the irrefutable proof of progress: wealth and inequality.
Modern democracy, insofar as it is constituted through freedom, not only allows
for a democratic relationship between the rulers and the ruled, it also gives the possibility of accessing wealth through
action and merit. The school supports modernity not only because it transmits
its ideals, but because from there it socializes and provides human capital to
civilization. The article is ascribed to the studies of modernity with the aim
of understanding it, for this to be feasible, it is necessary to fragment the
whole and look at it by instances. Modernity seeks totality, but does not
dispense with particulars: reason, city, democracy, school.
Keywords: Modernity,
Reason, Town, Democracy, School.
“Lo nuevo y lo desconocido
amedrentan casi siempre a los hijos de la tierra;
sólo aspiran a quedarse en sí mismas
la vida de la planta y la bestia feliz”
Hölderlin. Empédocles y escritos sobre la locura.
In memoriam de
Ernesta.
Introducción
La modernidad es abordada en su
connotación de proyecto-época. Hay una idea que persiste en el texto: la
construcción del presente a través de una conciencia diferente de la
temporalidad respecto al medievo
(Pérez, 2017). La razón también es crucial para pensar la modernidad, por su
tendencia a conformar un modo de ser que aspira a la universalidad (Robles,
2012).
El
primer apartado trata el asunto de la razón moderna, misma que se dedica a
pensar el presente o la situación (Sloterdijk, 2010). El pensamiento moderno
reflexiona para intervenir en las cosas, los objetos y las situaciones. La
modernidad tiene el propósito de progresar, por lo tanto, el pensamiento tiene
que dirigirse a lo útil y funcional.
El
segundo apartado da cuenta de la ciudad, considerando que la razón también
organiza los territorios (Virilio, 1999). Las fábricas, los museos y las
escuelas no están edificados de manera azarosa. La ciudad moderna ofrece
bienestar, pero es necesario que el ser humano ejerza la libertad y la igualdad;
no obtendrá mejorías en su existencia individual y social, sino hace méritos.
El moderno debe ser disciplinado en todos los ámbitos de su vida.
El
tercer apartado del texto hace referencia a la democracia moderna, ésta es de
corte liberal-representativa (Mouffe, 2003). El poder
reside en el pueblo, éste se encuentra conformado por individuos libres e
iguales que, a su vez, son propietarios, ya sea de dinero, mercancías o fuerza
de trabajo. El ser humano es individuo
en tanto que es un ser social, así la individualidad es algo que se construye a
través de la educación bajo los criterios estipulados por la sociedad.
El
cuarto apartado versa respecto a la escuela, ésta se torna en el símbolo del
progreso (Pineau, 2009). La escuela educa al individuo en dos sentidos: la
sociabilidad y la capacitación. Para que el progreso sea una manifestación
histórica es necesario que haya cohesión social, además de conocimiento
especializado pertinente para el modo de producción.
Los
cuatro apartados muestran grosso modo la conformación de la modernidad,
ellos propician una conclusión: la modernidad se reinventa históricamente,
gracias a que sostiene sus prácticas en la razón pragmática.
La razón moderna. Transformación y conquista del mundo
Los proyectos civilizatorios
implican un modo de expresar el mundo. Las épocas históricas producen sus
signos, los cuales permiten que se distinga, por ejemplo, el medievo (su signo Dios) de la modernidad
(su signo Razón). El signo de una época condiciona la manera en la que ella
afronta las situaciones. La modernidad solamente confía en lo que la razón es
capaz de comprender y demostrar (Vázquez, 2005).
La
modernidad es un proyecto que deposita su confianza en la razón, ella va a
desplazar a Dios en tanto fundamento del mundo. Esta revolución civilizatoria
indica que la modernidad se desinhibió del pensamiento y experiencia medieval
del mundo (Sloterdijk, 2010). En la época moderna ya no es necesario especular
respecto al más allá, de lo que se trata es de indagar el presente y sus
condiciones:
La
historia de la Edad Moderna no es, en principio, otra cosa que la historia de
una «revolución» del espacio dentro del exterior homogéneo. Lleva a cabo la
explicación de la Tierra, en tanto que a sus habitantes se les va enseñando con
el tiempo que las categorías de la vecindad directa ya no bastan para
interpretar la convivencia con otros y con otro en el espacio ampliado […] La
época moderna es época-nondum: la época de un devenir
muy prometedor, que se ha emancipado tanto del estatismo de la eternidad como
del tiempo circular del mito (Sloterdijk, 2010, pp. 49-53).
La promesa que la modernidad exclama
al hombre no es supraterrenal, no
promete una vida mejor en el ámbito celestial, sino que la vida mejor la
considera posible dentro de la tierra, la posibilidad se sostiene en la
confianza respecto a la razón, pero no se trata sólo de razonar, sino también
de actuar. Que la racionalidad esté inscrita en los actos no hace inviable el
desastre o la catástrofe, pero ella permite un control y aprendizaje de las
situaciones no planeadas ni deseadas. La razón moderna reflexiona sobre sí
misma y también se corrige a través de los datos que obtiene de la experiencia.
El
hombre moderno desea la conquista, quiere hacer suyo el progreso, la tierra y
sus pobladores (Mejía, 2015). La teoría se encuentra al servicio de las
prácticas, se conoce y se sabe para mejorar las circunstancias, por lo tanto,
la contemplación es propia de los ascetas y los clericós, pero el moderno no
quiere vivir sin goce y tampoco enclaustrado:
Un
actor moderno no se pone en forma mientras no se apoye en un ejercicio
específico de autoconsulta y autopersuasión.
Por regla general, en el recurso a tales procedimientos lo que le importa no es
el conocimiento teórico como tal, sino la puesta de conocimientos al servicio
de metas prácticas. Del autoasesoramiento y autopersuasión ha de resultar finalmente la autodesinhibición […] La conciencia moderna de actor
presupone una agencia autopersuasiva, que trabaja con
éxito, y que una y otra vez pone en el disparadero a quienes actúan,
organizando una asociación de permisos extraordinarios, promesas de beneficios
y expectativas de una absolución ulterior (Sloterdijk, 2010, pp. 79-96).
La conquista solamente se alcanza
con la actuación e intervención en la tierra, no hay premio para quien no hace
méritos. La acción tiene sentido en la medida que la modernidad considera la historia
en tanto hacer y no en cuanto revelación, pero no se trata de cualquier tipo de
realización del hombre en la tierra, el hacer histórico relevante es aquel que
posibilita el acceso al progreso, por ejemplo, la ciencia y la innovación
tecnológica. Si lo que se hace no incide en el progreso de la historia, pasa al
rubro de lo anecdótico.
La
modernidad quiere inventar y dominar técnicas, lo cual sólo es posible a través
de una razón pragmática. Al moderno no le interesa conocer el alma, sino el
cuerpo, por lo tanto, la química y la biología son ciencias estructurales de la
época moderna (Icaria, 2007). El moderno habla de lo que observa, es cierto que
el ojo no puede captarlo todo, pero para objetivos pragmáticos es más oportuno
que la especulación respecto a algo que no ha sido visto, pero del cual se
suponen infinidad de pros y contras.
La
observación de las situaciones y las cosas parte de la incertidumbre. La
modernidad se inaugura con la duda y tiende hacia la invención (Latour, 2007).
El conocimiento es una construcción y no una revelación para los elegidos, para
conocer es necesario estar versado en algún tipo de saber, en la medida que se
está especializado es factible que se produzcan conocimientos que ayuden a
resolver situaciones económicas o enfermedades que merman la salud del cuerpo.
La
prioridad del moderno es conocer de manera científica. La ciencia es la que
detona el progreso de occidente. Que el desarrollo de la modernidad se sustente
en la ciencia no quiere decir que la fe se ausente de los pensamientos y las
acciones del moderno. En la modernidad la creación depende de los
conocimientos, del ensayo y el error, aunado a la capacidad que el moderno
tiene para reinventarse: “Nadie es realmente moderno si no acepta alejar a Dios
tanto del juego de las leyes de la naturaleza como de las de la república […]
Es la relación de los seres lo que hace el tiempo” (Latour, 2007, pp. 60-115).
El
conocimiento científico depende de la razón, pero sin algo de fe, la duda y la
incertidumbre conducirían al desquicio. El moderno traslada la fe del
monasterio hacia los laboratorios, en ellos se generan los saberes y las cosas
para la existencia, en ella las jornadas de trabajo son extenuantes, por lo
cual, es necesario llegar a casa y preparar alimentos con una inversión mínima,
pero eficaz del tiempo. El moderno se disciplina a sí mismo, Dios ya no es
suficiente para dictaminar cómo han de hacerse las cosas para conseguir el
progreso, éste no es posible si no hay un plan para llegar a la meta, ésta
puede ser un fármaco, un dispositivo tecnológico. Sin embargo, la meta pronto
se convierte en instrumento, el progreso no tiene límites, pues la historia
moderna transita en línea recta.
La
modernidad es un suceso en la historia, por lo tanto, conforma a su tipo de sujeto
y también le enseña la lecto-escritura (Sloterdijk, 1999). El ser del humano no
es una esencia, sino un aprendizaje de acuerdo con los contextos. En la
construcción del moderno se quedan fuera otras maneras de relacionarse con el
tiempo-espacio, las cuales no piensan la historia en términos de progreso ni de
racionalidad:
Con
la pregunta-por-el-humanismo se alude a algo más que a la conjetura bucólica de
que el acto de leer educa. Se halla en
juego aquí nada menos que una antropodicea, es decir,
una definición del ser humano de cara a su franqueza biológica, y a su
ambivalencia moral. Pero por sobre todo, esta pregunta
sobre cómo podrá entonces el ser humano convertirse en un ser humano real o
verdadero, será formulada a partir de ahora de modo ineludible como una
pregunta por los medios, entendiendo por estos a los medios comúlgales y
comunicativos, por intermedio de los cuales las personas humanas mismas se
orientan y forman hacia lo que pueden ser y llegan a ser (Sloterdijk, 1999, p.
6).
La razón pragmática será inculcada
en el moderno, por ello él es un ser que construye, inventa y mejora sus
circunstancias. El moderno es aquel que es capaz de adaptarse y recrear el medio,
en su dimensión natural, histórica y social. Sin embargo, las capacidades
humanas son limitadas, aquí es donde interviene la tecnología, ella es el
complemento idóneo para la construcción ilimitada del progreso. No obstante, la
tecnología va desplazando la capacidad de pensar y expresar juicios, lo cual
propicia un extrañamiento entre creador y creatura. En este sentido, lo que fue
pensado por el moderno para ir en pro de la realización histórica del progreso
se convierte en lo que suscita el desencanto por las luces.
Los
avances científicos, tecnológicos y económicos de la época moderna también han
ocasionado el desequilibrio de la ecología. El moderno en tanto hacedor del
mundo se ha separado de la naturaleza, ésta es para la razón pragmática únicamente
un objeto de estudio. El proyecto moderno de hacer progresar el mundo no es
realizable sin el deterioro del medio ambiente (Guatarri,
1996).
En la modernidad se prioriza al yo racional,
no hay lugar para otras formas de conocer y expresar las situaciones y las
cosas:
El
sujeto no es evidente; no basta pensar para ser, como lo proclamaba Descartes,
puesto que muchas otras formas de existir se instauran fuera de la conciencia,
mientras que cuando el pensamiento se empeña obstinadamente en aprehenderse a sí
mismo, se pone a girar como una peonza loca, sin captar ninguno de los
Territorios reales de la existencia, los cuales, por su parte, derivan los unos
en relación con los otros, como placas tectónicas bajo la superficie de los
continentes (Guatarri,1996, pp. 21-22).
La razón pragmática requiere del
análisis específico de las cosas y los objetos, porque es mediante la
especialización del conocimiento que se pueden conseguir avances y darse los
descubrimientos que revolucionen la ciencia y la sociedad. La modernidad no requiere
del sabio que puede hablar de poesía, botánica y astrología al unísono, si el pensamiento moderno puede
intentar aprehenderse a sí mismo es porque trata con cosas y objetos
determinados a través de los cuales despliega sus dudas e hipótesis hasta conseguir
descripciones y explicaciones correctas. La razón moderna quiere crear
conocimientos que funcionen en el presente, pues se trata de hacer confortable
la estancia del hombre en la tierra.
La
razón moderna no se ocupa de Dios, o sea, no se habla de cielos e infiernos, de
lo que se habla es de experimentos, invenciones, novedades, pues son ellas las
que van logrando las mejorías en la vida individual y social. Sin embargo, el
alejamiento respecto al absoluto trae consigo la angustia:
El
precio inmaterial que los modernos pagan por su asegurabilidad es realmente
alto, incluso metafísicamente ruinoso, pues renuncian cada día más a tener un
destino, es decir, una relación directa con el absoluto como peligro
irreductible. Se declaran a sí mismos como casos de una medianía estadística
que se adorna individualistamente. El sentido de ser se reduce para ellos al
derecho de indemnización en un caso de siniestro regulado por normas
(Sloterdijk, 2010, p. 111).
El moderno no necesita del destino,
porque él hace la historia, pero para ello tiene que regular sus conductas y
disciplinarse. La libertad de pensamiento y acción sólo es realizable si se
aceptan las reglas de la vida moderna.
La
razón pragmática se ocupa de la tierra, la piensa para transformarla, pero los
motivos también detonan la investigación y condicionan las descripciones
(García, 1978). Así pues, la duda y la incertidumbre moderna no parten ex nihilo, hay intenciones que las
suscitan, pero también tienen que ser zanjadas, para tranquilizar al espíritu y
coadyuvar en los descubrimientos científicos. La razón pragmática construye un
espacio en el cual la vida moderna proclama y ostenta el bienestar, el deber
del especialista es aportar al progreso su conocimiento de las cosas, los
objetos y las situaciones: debe ser útil y funcional.
La ciudad moderna y la manifestación del progreso
La razón moderna disuelve los lazos
comunitarios, sustituye la etnia por el Estado-nación (Nancy, 2000). El moderno
ya no se piensa integrado a la naturaleza, su mente diseña fábricas, empresas.
En este sentido, se vuelve necesario el establecimiento de una lengua oficial,
con la cual se puedan dar las comunicaciones entre obreros, patrones,
ciudadanos (Monreal, 2016). El cambio de la etnia por el Estado-nación detona
la nostalgia:
Occidente
se ha entregado de antemano a la nostalgia de una comunidad más arcaica, y
desaparecida, a la añoranza de una familiaridad, de una fraternidad, de una
convivialidad perdidas […] La edad moderna se ha consagrado tenazmente a
encerrar el tiempo de los hombres y de sus comunidades en una comunión inmortal
donde la muerte, finalmente, pierde el sentido insensato que debiera tener —y
que tiene, obstinadamente (Nancy, 2000, pp. 21-25).
En la modernidad el espacio se
percibe y es comunicable mediante la lengua oficial, así es necesario enseñarla
y aprenderla, a partir de ella es posible la comunicación en el ámbito laboral,
político. Para el moderno es fundamental
educarse en la razón pragmática y, así, expresar, apropiarse y recrear el
espacio.
La
ciudad sólo puede ser descifrada y experimentada por aquel que ha aprendido la
manera de comportarse en ella y hacerla funcionar. Es cierto que todos pueden
aprender, sin embargo, no todos reciben la misma enseñanza. La jerarquía en la
modernidad ya no se basa en la herencia, sino en el mérito. En este sentido,
los palacios son reliquias que evocan herencias fastuosas, mientras que en la
ciudad todos son libres e iguales, por lo que cada uno obtendrá lo que la
acción dé de sí.
En
la ciudad se necesita libertad e igualdad, ellas están en concordancia con la
razón pragmática. Los actos libres tienen que coadyuvar al bienestar de la
ciudad y sus ciudadanos, por ello la voluntad creadora tiene un límite y si lo
traspasa se le recluta o excluye, la alteración de la ciudad es
contraproducente, sino contribuye a mejorarla en términos sociales y estéticos.
Asimismo, la democracia de la ciudad promueve la libertad e igualdad en
beneficio del individuo:
La
democracia, luego, falla, no porque no logre representar el en-común (como si
fuera una operación exterior), sino porque no logra exponerlo, vale decir
exponerse en él, exponernos en él, exponernos a «nosotros mismos» […] Existir
consiste pues en considerar su «sí mismo» como una «alteridad», de tal modo que
ninguna esencia, ningún sujeto, ningún lugar, puedan presentar esta alteridad
en sí, como el sí mismo propio de otro, o como un «gran Otro», o como un ser
común (vida o substancia) (Nancy, 2000, pp. 108-119).
Se accede al bienestar de la urbe,
en la medida que se aceptan y asimilan los requisitos para ser moderno: razón,
libertad, igualdad, mérito. En este sentido, la representación de lo común se
refiere solamente a la similitud, por lo cual, la alteridad no es pertinente
(Garrido, 2003). La ciudad puede ser plural en cuanto a modas en la
indumentaria, incluso a nivel de adscripción ideológica, siempre y cuando, ella
no ocasione cambios drásticos en la manera de pensar y experimentar el espacio
urbano, pues eso sería el declive y la ruina.
La
ciudad requiere progresar, es decir, producir tecnologías que hagan confortable
la estancia del ser humano en la tierra. La ciudad se adapta a los
acontecimientos, pues no hay progreso para lo inmóvil, ya que únicamente lo que
deviene puede aprender y perfeccionarse. Asimismo, no es casual que la
modernidad prescinda de Dios y la naturaleza en tanto fundamentos, pues el ser
de ambos se encuentra acabado, ya no pueden decaer y tampoco ir hacia algo
mejor. El moderno no quiere ser de una vez y para siempre, necesita conquistar
e inventar para realizarse en la historia.
La
ciudad moderna se guía por la razón pragmática, pero no está exenta de caer en
idealismos, en la urbe también se suscita la idealización del progreso, se ve
en él solamente el pro, pero no se hace alusión al contra (Virilio, 1997). Se
hace hincapié en lo que es bello y funcional, pero se omite que tras el
progreso viene el deterioro. La modernidad es una civilización revolucionaria,
por lo cual, es difícil que practique el equilibrio y la mesura: “Sabemos que
no progresamos por-medio de una tecnología sino reconociendo su accidente específico;
su negatividad específica […] El poder es siempre el poder de controlar un
territorio mediante mensajeros, medios de transporte y de transmisión”
(Virilio, 1997, pp. 14-17). En la ciudad se expresa lo que es pertinente para
el uso y desarrollo de la razón pragmática, los mensajes que aluden al desastre
o la alternativa civilizatoria no tienen cabida, se pueden decir en gritos
callejeros y panfletos, pero no ocupan la escuela, el periódico, la televisión,
el internet.
La
lengua oficial que permite la comunicación del moderno,
sólo va a mentar aquello que insiste en el progreso de la ciudad. Lo que se
comunica necesita de la persuasión, pues el mensaje puede ser entendido a
cabalidad, pero el entendimiento no implica que se haga lo que el mensaje pide,
por lo cual, él tiene que contener elementos persuasivos para convencer y,
sobre todo, producir actos. Por ejemplo, el acto de invertir dinero, pues nadie
invertirá ipso facto, así se tienen
que mostrar casos reales o escenarios posibles en relación con los beneficios
que trae la inversión del capital, no sólo para el inversor, sino para el
contexto en el que él se desenvuelve.
El
progreso se publicita en la ciudad. Los descubrimientos y las invenciones
relevantes se exponen en la ciudad. La aspiración del individuo es convertirse
en citadino y defender la ciudad de aquello que intenta erradicarla o
invadirla. Por otro lado, la percepción moderna está condicionada por el pragmatismo
y la perfectibilidad de las cosas, los objetos y las situaciones, no es que en
la tierra todo sea perfecto, pero en la medida que hay imperfección, la razón
pragmática puede intervenir para llevar lo imperfecto a un mejor estado,
siempre hacia delante. El retroceso no forma parte de las prácticas modernas.
La
modernidad se puede jactar no sólo de promocionar el progreso, sino también de
realizarlo, mediante la ciencia y tecnología consigue lo que antes se
consideraba imposible, por ejemplo, los trasplantes en el cuerpo humano. Así
pues, la modernidad posterga la muerte, aunque no la puede evitar. Las
tecnologías también ayudan en el funcionamiento del cuerpo socio-político,
y así, intervienen en la historia: “No hay política sin ciudad. No hay realidad
de la historia sin la historia de la ciudad. La ciudad es la mayor forma
política de la historia […] La técnica coloniza el cuerpo humano como ha
colonizado el cuerpo de la Tierra” (Virilio, 1997, pp. 41-56). Las tecnologías
siempre han acompañado a las civilizaciones y culturas, pero es en la
modernidad donde adquieren relevancia, pues se vuelven el canon de lo
civilizatorio.
El
tiempo fluye vertiginosamente en la ciudad moderna, también se requiere que lo
pensado y actuado sea útil y con resultados inmediatos. Por otro lado, la
comunicación en su deriva sociopolítica también tiene que ser precisa, el
diálogo facie ad faciem
no tiene viabilidad, meditar e intercambiar opiniones respecto a quién es el
indicado para gobernar la ciudad es un consumo de horas, así el diálogo no es
realizable en una época que se sustenta en lo productivo. La democracia
representativa es la idónea para gobernar en la modernidad, puesto que le quita
al individuo la responsabilidad de dedicarse por sí mismo a la res publica, y así, él puede invertir su
tiempo en la realización de negocios, ciencia y tecnología (Almagro, 2016).
En
la urbe no tiene cabida la divergencia, ésta en su radicalidad puede propiciar
guerras civiles, mismas que retardan el progreso. Así pues, la tolerancia es lo
que permite zanjar los desacuerdos, es necesario que en un acuerdo los
involucrados estén dispuestos a pensar en una lógica del mal menor, para
salvaguardar las actividades productivas.
La
razón pragmática no descifra esencias, ella piensa para llevar a cabo acciones.
La ciudad se puebla de instrumentos eficaces, no hay cabida para lo inútil e
improductivo. La modernidad considera que todo lo que hay es un instrumento,
incluso la libertad y la igualdad (Žižek, 2008). En
los aparadores se muestran indumentarias de culturas milenarias y hasta de la contracultura, se pueden calzar zapatos
con diseño mesoamericano, sin que ello implique dejar de pensar y actuar
modernamente:
¿Estamos
condenados a movernos exclusivamente dentro del espacio de la hegemonía o
podemos, al menos provisionalmente, interrumpir su mecanismo? […] Lo que esta
tolerante práctica excluye es, precisamente, el gesto de la politización:
aunque se identifiquen todos los problemas que pueda tener una madre
afroamericana lesbiana y desempleada, la persona interesada “presiente” que en
ese propósito de atender su situación específica -ay algo “equivocado” y
“frustrante”: se le arrebata la posibilidad de elevar “metafóricamente” su
“problemática situación” a la condición de “problema” universal (Žižek, 2008, pp. 25-39).
La diferencia radical no puede
poblar la ciudad, pues ella propone y ejerce otras formas de estar en la urbe,
mismas que colapsan los mensajes, las vialidades., en suma, la comunicación
(Gracida, 1989). Una ciudad colapsada es de hecho el retroceso, por ello el
moderno siempre camina en línea recta, no mira hacia el pasado, sino hacia el
futuro, éste representa un desafío, en él las cosas y las situaciones siempre
pueden ser mejores. El bienestar de la vida moderna no tiene límite, el moderno
no encuentra satisfacciones que lo tengan contento por periodos prolongados. El
habitante de la ciudad moderna lo desea todo: saber, poder y felicidad al unísono. Los deseos no están prohibidos,
pero la realidad pronto resquebraja la pretensión de ser sabio, poderoso y feliz.
Para la ciudad es suficiente con que el humano pueda crear, corregir y
organizar, o sea, le basta con el saber y el poder.
El
bienestar en la ciudad moderna requiere del consumo, lo producido tiene que ser
probado, para que a partir de ahí se puedan hacer mejores alimentos, ropas,
electrodomésticos (Virilio, 1999). Sin embargo, el consumo se encuentra
estratificado:
La
freedom for want es revolucionaria en la medida en que substituye
el hombre del derecho costumbrista, provisto de herencias, por el hombre de
acción sanitarista y social, es decir, por el hombre desnudo y solo bajo la
mirada estatal y clínica […] El hombre de la free no es el hombre de la
indigencia y de la pobreza total […] El hombre de la freedom
es el de la espera, el de la expectación (Virilio, 1999, pp. 21-27).
El ser del moderno está conformado para la
acción, o sea, a través de las conquistas y descubrimientos espera un mejor
porvenir, no desea y tampoco espera en la quietud, por eso el moderno se
desplaza sobre la tierra: la conoce, se asombra y la transforma. La ciudad es
la prueba fehaciente de la transformación de la tierra, se coloca en ella lo
que la razón pragmática ha proyectado y requiere para seguir siendo:
industrias, laboratorios, escuelas, avenidas, edificios. El moderno ha
exteriorizado su pensamiento, significando hasta el último rincón de la tierra.
La
razón pragmática organiza y le asigna propósitos a la ciudad. La urbe a través
de sus instituciones regula el comportamiento del individuo y también le
proporciona las condiciones para que pueda conseguir el bienestar, es decir,
garantiza formalmente la libertad e igualdad de acción. En este sentido, la
democracia es el soporte social, político y económico de la modernidad, puesto
que ha quedado atrás la época en la que el bienestar de la existencia era un
privilegio amparado en lo divino y natural. La modernidad depende de la
disposición y pericia del individuo para integrarse a la ciudad y contribuir al
desarrollo.
Democracia moderna: igualdad y libertad
La democracia moderna es de
raigambre liberal-representativa, así va a priorizar al individuo, pero también
dota de soberanía al pueblo, éste es subsumido por el Estado, o sea, el pueblo
no es una particularidad étnica, sino una entidad sostenida por un régimen
jurídico (Mouffe, 2003). Forman parte del pueblo el
individuo libre e igual, mismo que adquiere y práctica los derechos y
obligaciones requeridos por el Estado.
El
individuo y el Estado pueden tener intereses distintos, pero no se pueden
disociar, porque el individuo sin estatus de ciudadanía carece de realidad
histórica y social. El individuo sin derechos podrá ser el más audaz y creativo
en los negocios y la ciencia, pero no tendrá un respaldo que le permita
competir con otros; lo mismo sucede con el Estado, éste no puede relacionarse
con sus pares, sino representa a alguien, o sea, al pueblo constituido por
individuos libres e iguales:
En
una sociedad liberal democrática el consenso es, y será siempre, la expresión
de una hegemonía y la cristalización de unas relaciones de poder […] Las
relaciones de poder y su papel constitutivo en la sociedad han sido eliminados,
y los conflictos que conllevan han sido reducidos a una simple competencia de
intereses que es posible armonizar (Mouffe, 2003, pp.
64-123).
La modernidad necesita de la armonía
en sus relaciones sociales, el conflicto y la anarquía obstaculizan el
progreso, por ello a través de la razón pragmática y la democracia produce
consensos, pues sabe de la imposibilidad para que la armonía se dé por sí
misma, sobre todo porque cada individuo quiere demostrar que es el más apto, el
que hace ciudades más bellas y funcionales, el que sus descubrimientos
científicos y tecnológicos han ayudado de manera relevante al progreso
histórico de la civilización.
En
la democracia y la ciudad moderna, el consenso representa lo acordado por
individuos racionales, además en él también se expresa la autonomía (De Julios,
1995). El que no razona pragmáticamente y sus actos no son autónomos, se queda
fuera del consenso, sus intereses no están representados, por lo que su
estancia en la ciudad se torna complicada, aunque le queda la posibilidad de
asimilar e imitar lo que postula y representa el consenso democrático.
La
pacificación interna de la ciudad le es posible al Estado, mediante su forma de
gobierno, es decir, la democracia representativa y liberal (Schmitt, 2009). Que
una ciudad esté pacificada y se rija por consenso, no implica que los
conflictos no se susciten, pero ellos se encuentran neutralizados, en aras de
que no se afecte el funcionamiento de la ciudad y el bienestar de los
ciudadanos, así el conflicto y la guerra moderna son deseables y realizables en
el exterior, sobre todo, cuando es una tierra fértil para el progreso. Sin
embargo, internamente tiene que prevalecer la paz y el orden:
El
Estado, en su condición de unidad política determinante, concentra en sí una
competencia aterradora: la posibilidad de declarar la guerra, y en consecuencia
de disponer abiertamente de la vida de las personas […] <<La
humanidad>> resulta ser un instrumento de lo más útil para las
expansiones imperialistas, y en su forma ético-humanitaria constituye un
vehículo específico del imperialismo económico (Schmitt, 2009, pp. 75-83).
La razón pragmática, la libertad e
igualdad liberal, son factores que constituyen al moderno, con ellos construye
su antropodicea, la cual se hace efectiva en la
ciudad (Fernández, 2009). Sólo es moderno el que trabaja y transforma la
tierra, el que elige su gobierno de manera democrática, no importa que deba
ceder algo en torno a sus aspiraciones, pues es mejor la intervención mínima a
dejar que el presente y el futuro de la historia dependan de los designios de
Dios, el rey, el azar. La democracia en tanto forma de gobierno del Estado moderno
no sólo controla lo gregario del hombre, los conflictos y disputas por los
objetos y las cosas, también permite el desarrollo y la manifestación histórica
de su individualidad. El moderno delega el poder en las instituciones, de esa
manera, se puede ocupar de sus negocios, hipótesis científicas e innovaciones
tecnológicas. El moderno no quiere ocupar su tiempo en el ágora ni en la
contemplación de las estrellas, sino en el conocimiento y producción de lo útil
y funcional.
El
moderno crea y defiende las instituciones, mediante ellas sus acciones y
reivindicaciones sociales se cumplen (Touraine, 1999). Si no hay arbitro que
cuide las reglas de la convivencia social moderna, la libertad puede suscitar
tiranías y autoritarismos. En la modernidad la libertad y sus beneficios son
para cada uno de los individuos con estatus de ciudadanía:
Entre
cierto orden institucional puramente a la defensiva y unas revueltas de mero
carácter contestatario debe existir, debe ser reconocido y reactivado, un
espacio público que combine el reconocimiento de los conflictos sociales con la
voluntad de integración […] Con el tiempo se fue comprendiendo finalmente que
era posible instaurar eso que los ingleses dieron en llamar, antes que nadie,
la democracia industrial, convertida primeramente en política socialdemócrata y
transformada luego, después de la Segunda Guerra Mundial, en Estado del
bienestar ( Touraine, 1999, pp. 10-11).
La lógica de la modernidad opera en
términos de unidad: la síntesis, el consenso y la integración, se combate todo
lo que la puede hacer añicos. Si se quiere el bienestar y confort de la
modernidad, se tiene que aceptar la manera que propone para conducirse y
relacionarse, o sea, ampararse en las instituciones democráticas. Las
reivindicaciones que trastoquen las instituciones y que desmonten la
representación democrática se quedan fuera del Estado, porque son mera
revuelta, eso no contribuye al progreso del individuo y la sociedad.
La
democracia y las instituciones permiten al moderno transformar la sociedad sin
fragmentarla, ya que la unidad debe persistir. Se pueden destruir cosas y
objetos al exterior, pero internamente la paz debe prevalecer, un espacio
público pacificado, le da la posibilidad al moderno de ejercer su libertad, por
ejemplo, asociarse con sus iguales en los negocios. Se neutraliza el conflicto
y se trata de evitar la guerra para que no se interrumpa la marcha hacia el
progreso. La razón pragmática estipula lo idóneo y perjudicial en la modernidad.
La
modernidad se establece y funciona a través de individuos racionales, con
instituciones que les permiten dedicarse a las actividades productivas, sin
ellas no sería posible el orden y el progreso. Individuo e instituciones se
complementan, no se puede pensar el uno sin las otras, el régimen democrático
que los regula es una manifestación concreta de la razón pragmática:
La
modernidad occidental se consiguió gracias a la concentración de medios de
actuación en manos de cierta élite que se definía a sí misma como racional, y a
que ésta afirmo su papel dirigente en contra del resto de fuerzas supuestamente
irracionales. Una vez alcanzada, proporcionó a Occidente la supremacía durante
siglos, aunque al precio de la escisión de la sociedad, de su polarización en
todos los aspectos: empresarios autoproclamados racionales contra trabajadores
considerados como rutinarios o perezosos; colonizadores portadores de la
ilustración contra embrutecidos << salvajes>> que rechazaban las
ventajas del progreso (Touraine, 1999, pp. 73-74).
El irracional puede dejar de serlo,
tiene que mostrar disposición para dejarse modificar por la educación, ella
coadyuva en la conformación de lo racional (Abrantes, 2012). Mientras él no
esté ilustrado debe dejar que lo representen, aunque sus intereses no estén
expresados en el consenso. La irracionalidad no es permanente, se sale de ella
mediante la educación.
La
democracia moderna representa el interés y voluntad del individuo, pero ambas
están subordinadas a la razón. No hay representación sin criterios racionales,
tampoco se representan los razonamientos y experiencias que no se encuentran
ceñidas al pragmatismo. El demos moderno es selectivo busca lo mejor para sí y va a
defenderse de lo que quiera disolverlo: autoritarismos, anarquismo, comunidades
que apelan a la ancestralidad. La modernidad no se entiende sin el hombre libre
e igual, capaz de perfeccionar lo imperfecto y crear mejores condiciones para
la existencia.
En
la modernidad el desacuerdo es contraproducente, porque rompe con la unidad que
debe prevalecer en la sociedad (Rancière, 1996).
Además, él pone bajo sospecha los intereses que representa la democracia,
considerando que no hacen referencia a los intereses de aquellos que no razonan
ni actúan para progresar:
Para que la comunidad política sea
más que un contrato entre personas que intercambian bienes o servicios, es
preciso que la igualdad que reina en ella sea radicalmente diferente a aquella
según la cual se intercambian las mercancías y se reparan los perjuicios […] La
modernidad no sólo pone los derechos "subjetivos" en el lugar de la
regla objetiva de derecho. Inventa también el derecho como principio filosófico
de la comunidad política (Rancière, 1996, pp.
18-103).
El derecho no es suficiente para asegurar
la unidad de las relaciones sociales, por eso es necesaria la policía, para que
vigile los altercados y los contenga. En la ciudad se tiene que ser civilizado
hasta en la manera de manifestar las inconformidades, sólo son escuchadas y
resueltas las protestas expresadas por los ciudadanos, de ellos se espera el
buen comportamiento, si se les olvida el deber con la ciudad, la policía se
encarga de recordarlo, aunque tenga que reprimir la libertad, lo más preciado
que el moderno posee. No hay libertad
absoluta, se puede hacer, es más, el moderno tiene la vocación de
transformarse, siempre y cuando no transgreda el orden de las cosas.
La
democracia representa a los iguales, protege sus manifestaciones en la medida
que piden mejores condiciones para estar en la sociedad: salud, educación,
trabajo. Sin embargo, las manifestaciones no tienen que ser transgresoras del
orden. La modernidad gira sobre su propio eje, no se desvía de su camino hacia
el progreso. Por otro lado, aprende de sus errores y se adapta a los sucesos de
la historia. Por ejemplo, en su forma de gobernar, o sea, la democracia
representativa, incluye derechos que parecieran contravenir a su estructura
civilizatoria (Silva, 1998).
La
representación democrática selecciona aquello que la conforma, justifica
racionalmente la exclusión (Rancière, 2009).
Argumentando objetividad en la selección se defiende de las críticas que
apuntan lo siguiente: la igualdad está estratificada, o sea, que hay unos más
iguales que otros. La modernidad del mismo modo que otras civilizaciones hace
una distribución de las ocupaciones o para hablar modernamente, una división
social del trabajo:
Un
mundo “común” nunca es simplemente el ethos, la estancia común, que resulta de
la sedimentación de un cierto número de actos entrelazados. Éste es siempre una
distribución polémica de maneras de ser y de “ocupaciones” en un espacio de los
posibles. Es a partir de ahí que se puede plantear la pregunta por la relación
entre la “ordinariedad” del trabajo y la
“excepcionalidad” artística. Aquí la referencia platónica aún puede ayudar a
plantear los términos del problema. En el tercer libro de La República, el
sujeto mimético es condenado ya no simplemente por la falsedad y por el
carácter pernicioso de las imágenes que propone, sino según un principio de
división del trabajo que ya sirvió para excluir a los artesanos de todo espacio
político común (Rancière, 2009, pp. 53-54).
La división social del trabajo para
una ciudad democrática que se despliega a través de la razón pragmática
requiere de la especialización, la época del aprendiz en los talleres ha sido
desplazada por un modo de producción tecnificado. La modernidad requiere una
forma de educar que pueda contribuir a desplegarla en la historia, es decir,
permitirle sostenerse, realizarse y reproducirse. De esta manera, la escuela se
torna importante, ella educa de forma masiva y también en aras de socializar a
los individuos. En la escuela se enseña la razón pragmática a los educandos,
mediante ejercicios lógico-matemáticos y también se inculca el modo de
relacionarse social y políticamente.
Modernidad y escuela
La modernidad es una civilización
para la conquista, pero requiere de la cohesión socio-política
para su despliegue histórico. La escuela contribuye a la cohesión a través de
la estandarización del currículo,
también se torna en sinónimo de lo civilizado, ya que un individuo y una
sociedad que se escolarizan son propensos al progreso (Pineau, 2009):
La
escuela se convirtió en un innegable símbolo de los tiempos, en una metáfora
del progreso, en una de las mayores construcciones de la modernidad […] El
sistema educativo se convirtió en una vía inestimable de ascenso social y de
legitimación de las desigualdades, en una tensión constante entre la igualdad de
oportunidades y la meritocracia que ordenan sus prácticas (2009, pp. 28-43).
La educación moderna es democrática,
cualquiera puede ser un educando, no se necesita un rango aristócrata o ser superdotado para acceder a la escuela.
Ella es regulada por el Estado, él tiene el interés de que la educación otorgue
ciudadanos que pongan en práctica los ideales modernos, libertad e igualdad:
No
se podía hablar de una nación moderna sin un Estado civil, es decir, sometido
sólo a las exigencias de los ciudadanos […] La educación sirve a la política de
transformación social. Pero como ésta requiere para su modernización no sólo
una enseñanza pragmática y utilitarista, sino también una instrucción para la
civilidad y para la democracia (Fernández, 1998, pp. 214).
El moderno es ciudadano de un
Estado-nación masificado, mismo que se realiza histórica y económicamente bajo
el modo de producción capitalista. La educación que recibe el moderno busca
amalgamar la ciudadanía con el trabajo, teniendo como referente social y político
al pensamiento liberal. La modernidad educa para que el hombre se asuma como un
individuo capaz de lograr lo que se propone a través de su inteligencia y
disciplina, pero ellas son limitadas, no hay inteligencia que sea omnicomprensiva ni voluntad que pueda
conseguir siempre lo que desea. No obstante, la modernidad no puede
retrotraerse, se mueve en línea recta, por ello busca la manera para que la
inteligencia y la disciplina puedan dinamitar el progreso.
La
modernidad es científica y en lo que se refiere a la educación, la encomienda
es: educar al ser humano para que sea un ser racional, y así, transforme la
naturaleza y la sociedad apoyado en el saber especializado (Barrena, 2012). La
escuela tiene que fomentar un pensamiento analítico, mismo que incida en las
acciones, el educando no sólo debe pensar correctamente, sino también hacer las
cosas con eficiencia:
La
actividad que ha de desarrollarse en las escuelas no es entonces un hacer por
hacer, sino que se dirige a lograr algo valioso, sea en el orden moral o en el
orden del conocimiento. La acción es un medio de crecimiento que ha de
emplearse, pero no un fin en sí mismo. Es necesario que se comprendan primero
los objetivos, y después las habilidades y las acciones que han de llevarse a cabo
para lograr esos objetivos […] El yo está abierto a las innovaciones que
suponen un desafío a esos hábitos, y que hacen que sean sustituidos por otros
nuevos (Barrena, 2012, pp. 5-7).
La modernidad se erige como una
civilización proclive a la novedad, conoce y experimenta para mejorar las
circunstancias. El yo tiene que abrirse al mundo, si se queda ensimismado, el
pensar se torna inútil, ya que no remite a la transformación de las situaciones
y las cosas. La escuela tiene que disciplinar al yo, para que sus razonamientos
contribuyan a la realización histórica del progreso. Es decir, la escuela tiene
que dirigir la inteligencia y validarla a través de los exámenes (Urraco y Nogales, 2013).
El
humano moderno no es individuo y ciudadano fuera de la sociedad, por eso es que debe adaptarse a ella, esta coerción social es un mal
menor, ya que la fatalidad para el moderno es carecer de ciudadanía, sin ella
no se tienen derechos, por ejemplo, el derecho a integrarse al sistema escolar.
Sin escolaridad el progreso en tanto experiencia histórica es imposible.
El
pensamiento moderno no contempla lo trascendente, de hacerlo, la discusión se
concentraría en lo indefinido. Si la modernidad ha podido transformar la
naturaleza y la sociedad ha sido porque ha delimitado sus objetos de estudio,
en ello ha contribuido el modo pragmático de razonar (Daros, 2002). Asimismo,
el pensamiento es pertinente cuando representa y describe lo que estudia.
El
pensamiento se especializa en la escuela, así él puede contribuir en la
producción y reproducción social. El pensamiento tiene que ser capaz de
resolver los problemas a los que se enfrenta el individuo y la sociedad, es
crucial que la escuela forme al pensamiento, para que éste transforme el mundo:
La
escuela es una institución de la sociedad, no separada de ella, sino más bien
contribuyendo a la actividad de su comunidad. Una buena escuela reconocerá esta
relación y buscará como reflejar las normas de la sociedad para dirigir su
futuro hacia la máxima felicidad humana. Las escuelas deberían buscar cómo
preparar la juventud para el liderazgo, la responsabilidad y la vida
democrática (Mejía, 1978, p. 57).
En la escuela se educa a un ser que
no es omnipotente, al cual se le enseña
que debe valorar las situaciones, las cosas y los objetos por su utilidad,
incluso él mismo se otorga un valor por lo que hace:
Es
que el sujeto que mediatiza todo convirtiéndolo en instrumento termina siendo
también un medio de esta razón pragmática. Así, el hombre concreto pasa a ser
parte también de esta naturaleza mediatizada, lo que conduce a que él mismo
termina siendo devorado por los mecanismos puestos en marcha (Galafassi, 2002, p. 16).
La modernidad le encomienda a la
escuela que discipline y controle al hombre, en suma, que lo eduque. No es que
el moderno sea un autómata incapaz de discernir lo que se le enseña, al
contrario, el moderno es un ser que reflexiona, pero la reflexión in extremis le impide vislumbrar otras
posibilidades de existencia fuera de la razón pragmática e instrumental.
La
escuela en tanto que tiene la encomienda de educar al moderno, no sólo le da
prioridad al pensamiento, sino también a la acción. Por otro lado, el moderno
establece relaciones fuera de sí mismo, y así, se encuentra con sus pares, ya
sea para hacer negocios, amistades, solucionar problemas de índole social, por
ejemplo, el respeto hacia los bienes ajenos o la propiedad privada. La escuela
debe enseñar a sus educandos a comportarse de la manera más racional posible:
La
escolar debiera ser una experiencia de aprendizaje democrático para las nuevas
generaciones. La escuela forma a la ciudadanía para una sociedad democrática y
participativa […] Una democracia auténtica exige una ciudadanía culta y esta es
una tarea en buena medida responsabilidad de la escuela, aunque no
exclusivamente de ella (Feito, 2010, pp. 59-60).
La escuela acepta al educando en
tanto individuo, así lo va a conformar de acuerdo con los criterios de la
sociedad. El educando aprenderá a ser en libertad e igualdad, respetará lo que
no es suyo, de no hacerlo, se hará acreedor a una sanción. En este sentido, los
exámenes son el preludio de lo que sucede cuando se acata o se desobedece lo
que la autoridad indica, si se han aprendido bien las lecciones del profesor,
el educando obtiene buenas notas, en caso contrario, el educando es reprobado:
“La escuela tiene un componente educativo global que va más allá
de lo escolar incorporándose a un constructo social, a una forma de
“intervención social” que afecta a la infancia, pero también a sus familias y a
los docentes” (Osoro, Castro, 2017, p. 96). Así pues,
es crucial y obligatorio educar a la infancia en tanto que ella es la
ciudadanía futura.
La
escuela tiene que contribuir a la modernidad mediante la producción del
individuo y la sociedad, si la modernidad deja de ser el fundamento o la que
estipula los criterios para el despliegue histórico de la existencia, la
escuela no sólo entraría en crisis, sino que dejaría de tener sentido, así la
escuela no cesa en construir al individuo: “Fomentar la obediencia del
individuo, establecer una economía del tiempo […] Cada alumno ocupa un lugar
según su jerarquía de saber y capacidad” (Urraco,
Nogales, 2013, p. 156). El mérito es toral en una economía que se sustenta en
el trabajo y la innovación tecnológica.
La
modernidad es formalmente democrática, por ejemplo, el acceso a la escuela es
igualitario, aunque dentro de ella se establecen jerarquías de acuerdo con la
disposición y aptitudes del educando:
Puede
entenderse que la democracia iguale todas las cosas y las personas, no hacia
arriba sino hacia abajo, una igualitarización que
antes que mejorar empeora las cosas […] La democracia es un régimen de vida
relajado y no de mando tenso e imperioso […] Hay demagogia cuando para defender
la pretensión oligárquica de dominio sobre el mundo se esgrimen argumentos
democráticos (Marcos, 1990: 62-63 y 66).
La conformación de una inteligencia
crítica haría posible el develamiento y la denuncia de la demagogia (Marcos,
1990). La educación también puede contribuir en la construcción de un yo
crítico y no sólo conformar un yo eficiente. La crítica y la eficiencia podrían
conjuntarse, en esa posibilidad hay utopía, misma que constituye a los
proyectos educativos, para que la crítica y la eficiencia sean objetivos
indisociables en la educación escolar, la sociedad moderna tendría que
sustentar sus prácticas sin la razón pragmática, ésta sólo emite juicios que
refieren a lo útil o inútil de las cosas, los objetos y las situaciones. Así,
surge una cuestión ¿es factible una modernidad sin utilitarismo?
El
ideal de la modernidad consiste en educar al ser humano, para que él sea libre
e igual, y así, consiga lo que su inteligencia y voluntad le permitan. La
escuela no va a educar para la prudencia, sino para la invención, la
transformación de la tierra sólo es posible si se tiene un espíritu inventivo
(Londoño, 1999). La modernidad no anhela el más allá: “La moral deja de
concebirse como un código ahistórico impuesto desde “arriba” para pasar a ser
una ética civil conformada por criterios sobre las relaciones de convivencia y
de realización personal que tiene en cuenta las condiciones y las
consecuencias” (Londoño, 1999, p. 20).
El
individuo considera necesario razonar pragmáticamente, ello trae como
consecuencia que el espacio social en donde se desenvuelve se modernice. El
progreso de la sociedad sólo es dable en la medida que la razón funciona en el
mundo a través del libre mercado, la innovación tecnológica (Mejía, 2019). La
modernidad es una civilización que tiene la pericia de adaptarse a las
circunstancias y condiciones históricas: “La modernidad actual condiciona la
conexión de la cultura individual y las redes sociales, la base es el individuo
conectado con otros y la libertad personal para compartir intenciones comunes”
(Mejía, 2019: 281). La escuela sigue teniendo la encomienda de formar
ciudadanos, mismos que también puedan ser rentables en el mercado (Bosch,
2003).
La
escuela hace una selección respecto a su currículo,
no enseña sin criterios. Por otro lado, ella siempre ha colaborado en la
socialización del individuo, no solamente inculcándole valores en cuanto al
comportamiento social, sino también en torno a la manera en la que el modo de
producción capitalista ha mutado, o sea, de la revolución industrial a la
revolución cibernética.
La escuela ha surgido como un ideal
ilustrado, así ella también confía en la capacidad de la razón para civilizar
al hombre (Quiroga, 2017). En el
despliegue histórico de la modernidad, la escuela ha ido incorporando
contenidos y objetivos respecto a lo que enseña:
El
ciudadano global contemporáneo debe ser competitivo. En este sentido, la
gestión surge como una necesidad y una solución para lograr el éxito educativo
[…] La escuela empieza a funcionar como una empresa, en donde el trabajo debe
ser lo más racionalizado posible y la gestión es la herramienta principal para
llevar adelante el gobierno y la dirección de las instituciones (Quiroga, 2017,
pp. 228-230).
La modernidad y la escuela tienen la
capacidad de reinventarse. Los cambios socio históricos sólo suscitan crisis,
pero no el colapso. Modernidad-escuela aprenden de los cambios, para seguir
constituyendo el modo de pensar y actuar del moderno frente a la sociedad y la
naturaleza.
Conclusión
La modernidad propicia la razón
pragmática con el objetivo de apropiarse y modificar la tierra. La modernidad
necesita un yo activo dispuesto a conocer. No hay cabida para la contemplación
y la revelación debe ser superada.
El
pensamiento moderno observa instrumentos por
doquier, éstos son los que permiten realizar el progreso de la
civilización. El progreso se hace tangible en una ciudad que ofrece bienestar.
El moderno no quiere recompensas en el ámbito supraterrenal, de ahí que para él sea indispensable construir
ciudades, no importa que se deteriore la naturaleza.
La
ciudad moderna tiene el objetivo de concretar el progreso, de ahí que es
necesario que las relaciones sociales que se dan en ella estén avaladas por la
democracia en cuanto igualdad y libertad. Si el progreso es sólo para algunos, ya
sea por su linaje, iniciación o mandato divino, el moderno no considerará
oportuno educarse a través de la escuela.
La
escuela enseña los ideales de la civilización: igualdad, libertad, progreso. La
escuela se convierte en el sostén de la modernidad, pues le enseña al educando
a respetar la propiedad privada, además de formarlo en la razón pragmática, en
suma, socializa y dota de capital humano. Es decir, ayuda al despliegue
civilizatorio de la modernidad.
La
modernidad es un acontecimiento en la historia, mismo que puede ser superado.
La modernidad es aprendiz de la historia, por ello ante las crisis propiciadas
por las guerras, la economía y la tecnología, en vez de que colapse se
reinventa.
La
emancipación del hombre y la invención tecnológica son cruciales para que la
modernidad persista. El moderno asume el rol del demiurgo respecto a la
civilización, puesto que la modernidad se alejó de Dios, pero no de las
creencias, su fe está puesta en el razonamiento pragmático, mediante el cual
considera que puede hacer el mundo a su imagen y semejanza.
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