De viejos y nuevos
best-sellers: la novela latinoamericana de entresiglos
On Old and New Best-sellers: the Latinamerican
Novel in the Turn of the Centuries
Francisco Javier Ramírez Treviño[1]
Orcid:
https://orcid.org/0000-0003-3401-8762
Recibido:
20-10-2021
Aceptado:
6-10-2022
Resumen
Así como actualmente es aceptado
que el Boom latinoamericano no puede
ser caracterizado de forma exclusiva como un fenómeno literario, sino que es
necesario entender también la importancia que tuvo el mercado editorial en la
producción y difusión de un conjunto de novelas que hoy son incuestionablemente
canónicas, sería necesario hacer un ejercicio similar que ubicara una parte
significativa de la narrativa latinoamericana del momento. Esta nueva (y no tan
nueva quizá) narrativa del best-seller sobre la memoria de la violencia tiene al
discurso y al paradigma neoliberal de los derechos humanos como un muy
productivo telón de fondo que, echando mano, por un lado, de los diversos
procesos de justicia transicional en el continente, y por otro, de las
estrategias de la industria editorial transnacional, produce, difunde,
justifica y proyecta un particular conjunto de obras que constituyen el corpus de una de las vertientes más
llamativas de la reciente literatura latinoamericana.
Palabras
clave: historia
reciente, violencia política, derechos humanos, justicia transicional, nueva
narrativa latinoamericana.
Abstract
In the same way that is commonly accepted that Latinamerican literary Boom can not
be characterized exclusively just as a literary phenomenon, it is necessary to
understand the important role that literary market had in the production and
diffusion of a series of novels today unquestionably canonic, it would be also
pertinent to make a similar exercise that made possible to understand a
significant part of the most recent Latinamerican
narrative. This new (and not very new in some cases) best-seller narrative of
the memory of the recent political violence has the neoliberal discourse on
human rights as a very productive background curtain that uses, on the one
hand, the different processes of transitional justice that have occurred in the
continent, and, on the other hand, also uses the marketing strategies of the
transnational publishing industry, which produces, spreads justifies and
projects a particular set of novels that constitute the corpus of one of the
most striking strands of the most recent Latinamerican
literature.
Key words: Recent History, Political Violence, Human Rights,
Transitional Justice, New Latinamerican Narrative.
El
pasado es siempre conflictivo. A él se refieren, en competencia, la memoria y
la historia, porque la historia no siempre puede creerle a la memoria, y la
memoria desconfía de una reconstrucción que no ponga en su centro los derechos
del recuerdo. […] Más allá de toda decisión pública o privada, más allá de la
justicia y de la responsabilidad, hay algo intratable en el pasado. Pueden
reprimirlo sólo la patología psicológica, intelectual o moral; pero sigue allí,
lejano y próximo, acechando el presente como el recuerdo que irrumpe en el
momento menos pensado, o como la nube insidiosa que rodea el hecho que no se
quiere o no se puede recordar.
Beatriz Sarlo, Tiempo pasado
Viejos y nuevos best-sellers
En
un revelador artículo publicado en español a fines del año 2000, “La
insoportable levedad de la historia. Los relatos best-seller
de nuestro tiempo”, Francine Masiello
elaboraba algo similar a la genealogía del viejo y del nuevo best-seller en el
ámbito latinoamericano. Este lúcido texto fue una estimulante mezcla de
diagnóstico y pronóstico de cierta literatura regional, y de guía crítica para
acercarnos a un tipo muy particular de literatura latinoamericana: las novelas
de gran repercusión mediática y social agrupadas en la categoría mercantil de
“los libros más vendidos”, del best-seller como
quintaesencia del éxito literario y comercial. Sin embargo, en ningún momento Masiello cedía a la cómoda tentación de pontificar en contra
de las novelas precarias u oportunistas que poblaron las mesas de novedades de
las librerías en los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI, lo mismo
en América Latina que en el mundo global de nuestros días. A Masiello le interesaba algo más que hacer un fácil ranking de “buenas” o “malas” novelas;
le interesaba mucho más develar y entender los mecanismos y los procesos de
índole cultural, y también económica, por los que cierto tipo de narraciones
alcanzaban el estatuto de notoriedad regional, y en algunos casos casi mundial,
teniendo siempre en claro que había que ir más allá de lo evidente, es decir,
de lo que implicaba el siempre inasible (o polémico) argumento de “calidad” de
una novela. El antecedente más productivo para este ejercicio de crítica
cultural lo encontró en nuestro propio Boom.
A varias décadas de distancia de la
efervescencia del fenómeno, y también ya debidamente canonizados libros y
autores en el imaginario literario latinoamericano, resulta indispensable, para
Masiello, aceptar y comprender que el Boom fue mucho más que buena o
excepcional literatura: fue un fenómeno editorial y mediático extraordinario
(en el sentido de poco frecuente y en el sentido de excelente) que estaba en
sintonía con un clima de época (los
muy intensos años sesenta), que facilitaba y promovía ciertas producciones
simbólicas y la proliferación de fenómenos adyacentes a éstas. Al respecto, la autora nos previene de
lecturas ingenuas:
[…] los mercados
editoriales internacionales organizaron la circulación de los textos
ficcionales identificados con el boom
literario de la izquierda liberal de los años 60. Empresas tales como Seix
Barral y Joaquín Mortiz crearon una economía de las celebridades literarias […]
y, de ese modo, se permitió la circulación de imágenes ligadas a una América
Latina remota y exuberante; como también la repetición del modelo de civilización
y barbarie, revividos a menudo a través de los efectos del realismo mágico, de
las intuiciones de las matriarcas, y de las fantasías libidinales de los
jóvenes inocentes (Masiello, 2000, p. 801).
Este
argumento crítico, que puede leerse, y hay que insistir en ello, más en contra
de las lecturas reduccionistas y estereotipadas sobre América Latina que como
una diatriba contra el Boom en
particular, tiene su contraparte en la sólida argumentación de Masiello cuando ella misma también recupera y exalta lo
expresado por Ángel Rama: “¿Qué es el Boom
sino la más extraordinaria toma de conciencia por parte del pueblo
latinoamericano de una parte de su propia identidad? ¿Qué es esa toma de
conciencia sino una parte importantísima de su desalienación?” (Masiello, 2000, p. 801).
Puesto en claro y en perspectiva lo
que el Boom significó para lectores y
críticos, la autora se pregunta por qué el best-seller
nos “arrastra” tan seductoramente, pero ahora ya en relación con la nueva
narrativa latinoamericana (la de fines del siglo XX e inicios del XXI). Para encontrar una respuesta satisfactoria es
necesario plantear el tema-problema del mercado, y ya no sólo del mercado
editorial transnacional creado desde décadas atrás, y consolidado, justamente,
a partir del Boom, sino también del gran
mercado neoliberal de nuestro tiempo, en el que son tan importantes los flujos
de capitales financieros y materiales como los de tipo cultural, los cuales,
sumados e interactuantes entre sí, le dan a cierta parte de la humanidad la
idea, o la ilusión, de que participa de modo voluntario y activo de los
intercambios fácticos y simbólicos del libre mercado a escala planetaria:
consumimos productos y objetos concretos, y también consumimos ideas, modas,
gustos. Así, en este contexto económico
y cultural, en este clima de época de
entresiglos marcado por el paradigma neoliberal,
comienzan a emerger cierto tipo de narrativas, tanto literarias como políticas,
y en particular narrativas de sujetos antes soslayados, o de hecho excluidos,
de todo tipo de representación. Tres tipos de narraciones son especialmente
sintomáticas de este periodo, tanto para la esfera cultural como para el
mercado editorial: las narrativas de mujeres, las narrativas de minorías y las
narrativas de la memoria (como una vertiente de las narrativas sobre la
familia). Para efectos del texto aquí
estudiado, me referiré con particular énfasis al tercer tipo: las de la
memoria, aquellas que pretenden recuperar, interpretar e interpelar las muchas
posibilidades del pasado re-visitado desde el
presente. Para Masiello
se trata de narrativas que pueden ser tan estimulantes como evanescentes, tan
seductoras como censurables, en la medida en que crean una falsa ilusión de
estar participando, o haberlo hecho, en el devenir de la historia, para lo cual
basta sólo la voluntad de escribirse
y leerse como sujeto en y de
la historia. En la argumentación de Masiello, en estas
narraciones, que podríamos llamar “nuevas novelas históricas” de fin/inicio de
siglo se crea la idea, en quien escribe y en quien lee, de poder aprender y aprehender la historia y, casi, poder modificarla, o por lo menos
comprenderla, en función de un acto volitivo (tan intenso como ingenuo) de
justicia, sea individual o social:
[…] esta lectura
productiva por medio de la cual los lectores modifican el curso de los
acontecimientos históricos crea la ilusión de ser partícipes activos de la
política contemporánea a través del buceo de cierta información clandestina en
donde se pone en evidencia la vulnerabilidad de la ley y las constantes
violaciones de la justica. De este modo, somos convocados en tanto lectores a
una intervención en la que estamos en condiciones de expresar nuestras elecciones
y denuncias a través de los datos descubiertos y puestos en circulación. En una
época en la que, cada vez más, se determina la participación ciudadana en la
vida política y civil, el best-seller ofrece la
posibilidad de la intervención; así, nuestra acción es, en consecuencia, afirmada (Masiello,
2000, pp. 807-808).
Por
otro lado, otro texto de la misma Francine
Masiello, éste publicado en 2006, de título “Turistas
de lo abyecto”, puede servir para redondear esta reflexión en torno a las
llamadas nuevas narrativas surgidas a principios del siglo XXI. Este conciso y sugerente artículo, si bien
posee un objetivo y un desarrollo independiente del comentado en primer
término, podría leerse como una especie de prolongación reflexiva del mismo, y
acaso un estimulante complemento. En
éste, Masiello sigue ocupada en desbrozar, utilizando
los instrumentos de la crítica cultural, el ámbito de un cierto tipo de nuevas
formas de representación en la literatura: aquellas vinculadas con los
terrenos, antes totalmente acotados y minoritarios, del género, la sexualidad y
la familia. Resulta muy interesante cómo el último vector temático es vinculado,
de modo oblicuo, con la memoria, en este caso en su forma diluida y evanescente
de nostalgia. Desde los estudios culturales que dominaron la
academia entre fines del siglo XX e inicios del XXI, Masiello
busca un razonado punto intermedio entre la abundancia de las narrativas
emergentes (de los “cuentos de familia”, de los relatos queer) y lo que éstas representan (o representaban en el momento de
su efusión) para los críticos y los lectores; le interesan no tanto la
exaltación de la diferencia y la exigencia de visibilidad, sino que esa
exaltación y esa exigencia superen el exotismo como recurso neoliberal para
lidiar con lo diferente y, eventualmente, convertirlo en mercancías tan apetecibles
como desechables para un público culto y bienpensante.
En tal sentido:
La política de la
representación puede cambiar con el tiempo, pero todavía estamos abandonados en
un campo dominado por los placeres temporales, rituales narrativos que esparcen
su manto sobre las viejas preguntas acerca de la responsabilidad y los
derechos. Sin embargo, al interpelar en nuestros escritos a las mujeres, a los
marginales, a los sujetos homosexuales, podremos encontrar nuestra propia voz y
hacernos oír (Masiello, 2006, p. 243).
Sin
embargo, a contracorriente de lo expresado por Masiello
en torno a encontrar un sentido a estas nuevas narrativas que vaya más allá de
la celebración superficial de la diferencia de los llamados sujetos
subalternos, tenemos que el best-seller, y en particular aquel que apela a saldar
cuentas con la historia reciente, se nos presenta como un candente repositorio
de revelaciones y como un medio de participación en la arena de esa misma
historia de la que, como ciudadanos y como lectores, hemos estado alejados de
modo voluntario o impuesto. Este tipo de best-seller suele ser un proyecto
tanto literario como político, o políticamente correcto podríamos decir, de una
forma muy ad hoc con los tiempos de
hacer política en el neoliberalismo, en el que es posible abordar, con los
recursos retóricos y desde las posibilidades enunciativas de la literatura, los
horrores del pasado y elaborar una larga lista de agravios e injusticias, pero
también hacerlo desde un sistema de marketing
y celebridad, por medio de las apuestas financieras de las casas
editoriales transnacionales por tales o cuales temas y tratamientos, por medio
del cultivo de la fama de ciertos autores a escala regional y mundial, donde
importa tanto abordar y juzgar la violencia del pasado y su pervivencia en el
presente como hacer este ejercicio, tan necesario y bienvenido, como lucrativo.
Derechos humanos y nuevas ficciones
globales
Esta
sección retoma (por considerarlo por demás revelador) el título del muy
sugerente artículo de Fernando Rosenberg, “Derechos humanos, comisiones de la
verdad y nuevas ficciones globales. Y,
de igual modo, parte de la premisa de reflexión en torno a que la emergencia y
consolidación del discurso de los derechos humanos en la cultura global puede
ser considerado uno de los fenómenos de transmisión de conocimientos, prácticas
y valores más llamativos de nuestro tiempo. Este paradigma de pensamiento y
acción universalmente compartido en su esencia y organizado a partir de una
profusa legislación regional y mundial puede decirse que ha sido introyectado,
en particular desde el final de la Segunda Guerra Mundial y con especial
énfasis a partir del dominio neoliberal planetario, en la conciencia política
de una humanidad que, a la par que reconoce la imposibilidad de las grandes
utopías políticas y sociales, también pretende crear una estructura de
protección de las libertades reconocidas como más definitivas y trascendentes
para la vida individual y social. Es
necesario recalcar el hecho de que la creación, difusión y fortalecimiento de lo
que hoy podemos definir como discurso de
los derechos humanos es indisociable del momento epocal marcado por el ascenso del
neoliberalismo y la crisis del socialismo real, en particular los treinta años
más recientes, que tienen su punto crítico con la caída del Muro de Berlin y el decreto fáctico del final de las utopías. En tal sentido, puede hablarse de un vínculo
muy productivo entre la agenda política y económica del neoliberalismo con este
seductor discurso de protección de las libertades, toda vez que estaban
agotados o cancelados los grandes relatos de la historia y las posibilidades
emancipatorias contenidas antes, fundamentalmente, en las luchas del
anticolonialismo en el llamado Tercer Mundo y el socialismo libertario como
opción al capitalismo industrial tardío.
Samuel Moyn, uno de los
estudiosos más connotados del tema de los derechos humanos, y en particular de
su relevancia en el discurso y la agenda global de nuestra época, y cuyas obras más relevantes relacionadas
con esta tema son The Last Utopia: Human Rights in History, de 2010, y Human
Rights and the Uses of History, publicado en 2014
(por cierto, el primero ha sido traducido al español en 2015), llama
a comprender tres aspectos fundamentales de este discurso: su novedad, su
carácter contingente y su agotamiento, en particular a partir del quiebre
histórico representado por el 11 de septiembre de 2001. La propuesta de Moyn
es rica en investigación histórica, sugerencias filosóficas y postura política.
Y si bien su amplitud y profundidad rebasan el carácter y la extensión de este
texto, es necesario mencionar, así sea de modo sucinto, sus premisas centrales:
en primera lugar, el discurso de los derechos humanos, aunque puede parecer
provenir directamente de las experiencias de la Revolución francesa y la
Independencia de Estados Unidos, es más bien una construcción teórica y
política relativamente reciente, cuyo surgimiento pleno podemos fechar con
cierta exactitud después de la Segunda Guerra Mundial, pero no necesariamente
como una respuesta directa e inmediata a ésta; en segundo lugar, el vínculo que
el discurso de los derechos humanos ha tenido con el discurso del
neoliberalismo, y cómo ambos, aunque en aspectos esenciales pueden oponerse,
han encontrado formas para complementarse o, por lo menos, no estorbarse
mutuamente (en este punto en particular puede mencionarse la agenda de protección
de la libertad y la democracia que ha desembocado, en su peor faceta, en el
intervencionismo militar); y, por último, el agotamiento del discurso de los
derechos humanos, dado en función de que éste recibió las energías y exigencias
de las luchas sociales y políticas previas (la independencia del poder
colonial, la aspiración por un régimen democrático, los anhelos de
representación y respeto), pero no logró reactivar y propulsar éstas, sino que
las manipuló y enfrió, despojándolas de su potencial liberador, para
incorporarlas de forma domesticada en los intereses del poder neoliberal
mundial. Moyn,
sin embargo, no reniega de la existencia de este discurso de los derechos
humanos, y aunque aboga por su revitalización, o incluso su sustitución, advierte
del riesgo de que el hartazgo o la decepción sean los referentes en este
proceso de índole necesariamente crítica, en el sentido de contestación a los
poderes fácticos y en el sentido de urgencia moral impostergable.
El
tramo final del siglo XX y el inicio del siglo XXI fue especialmente profuso en
la circulación planetaria de este discurso, el cual fue útil y productivo no
sólo en lo estrictamente jurídico y político, sino que marcó todo un clima
cultural que hizo posible que, entre otros grandes proyectos de pretensión de
justicia global, se dieran las condiciones en diferentes países y regiones que
habían experimentado periodos de violencia política para desarrollar procesos
tan complejos como necesarios de justicia transicional y (eventual) reconciliación
en sociedades marcadas por una historia reciente traumática de confrontaciones
y abusos. En este contexto global es en el que hay que ubicar el surgimiento y
el desarrollo, así como los legados, de las diferentes comisiones de la verdad
que existieron en América Latina: entidades que recibieron diversos nombres y
mandatos específicos, enfrentaron avatares de toda índole y, finalmente, con
mayor o menor reconocimiento entregaron los resultados de sus investigaciones con
el objetivo de contribuir al establecimiento, o por lo menos la proposición, de
un paradigma de verdad, justicia, reparación y reconciliación en torno a un
pasado tormentoso.
En tal sentido, es necesario ubicar que las comisiones
de la verdad en América Latina fueron creadas en diversos momentos de su
historia reciente con varios objetivos interrelacionados con la investigación y
el esclarecimiento de periodos traumáticos en la vida social y política de
países como Argentina, Chile, Uruguay, Guatemala, El Salvador y Perú, entre
otros. Los objetivos esenciales que guiaron su fundación y el desarrollo de sus
trabajos estaban directamente vinculados con la necesidad de esclarecer el
pasado reciente traumático atravesado por el desconocimiento de los órdenes
institucionales democráticos, la cancelación de libertades individuales y
colectivas, la sistemática violación de los derechos humanos como política de
Estado y las confrontaciones internas entre diversos actores políticos. Hay que recalcar el hecho de que estas
comisiones surgieron como parte de proyectos de transiciones democráticas que
se vivieron en la región en el periodo final del siglo XX y principios del XXI,
procesos que siempre estuvieron, diríamos, motivados y tutelados como
expresiones de un gran movimiento global de compromiso y proyección del
paradigma de la democracia neoliberal, el cual, con diferencias en sus
antecedentes, temporalidades y resultados, se desarrolló lo mismo en América
Latina, Europa del Este, y alcanzó también a países africanos y asiáticos. Es decir, podríamos hablar de un clima de época de expansión democrática que hizo posible el surgimiento de grandes
proyectos nacionales, regionales y mundiales que apostaron por el binomio
transición democrática-justicia transicional después de periodos de violencia y
represión. En estos nuevos contextos
sociopolíticos, pertenecientes a las décadas más recientes en la historia
latinoamericana, fue como surgieron las comisiones de la verdad: con el
objetivo de investigar y esclarecer los hechos y procesos acaecidos y,
asimismo, señalar a los responsables de delitos diversos cometidos durante
periodos de guerra interna, persecución extendida de disidentes y violaciones
sistemáticas de los derechos humanos, además de otorgar una reparación material
y moral a las víctimas y afectados por los conflictos. De tal modo, las mencionadas comisiones
pretendían encaminarse al cumplimiento de un triple objetivo en relación con el
pasado reciente traumático: explicarlo en sus dimensiones históricas y
políticas, juzgarlo en sus condiciones éticas y jurídicas y, finalmente,
evitar, por medio de las condiciones previas, que se repitiera en el futuro. A modo de recuento muy sucinto, En el
contexto latinoamericano ha habido comisiones de la verdad, con diferentes
denominaciones, mandatos, avatares y repercusiones en los siguientes países:
Bolivia (1983), Argentina (1984), Chile (1991), El Salvador (1993), Haití
(1996), Guatemala (1999), Uruguay (2000), Paraguay (2000), Panamá (2001), Perú
(2003), México (2006), Ecuador (2010) y Brasil (2014).
Y, en el mismo sentido temático planteado en el
párrafo previo, es pertinente tener en cuenta que la producción sobre el tema
de la justicia transicional y comisiones de la verdad es abundante, tanto para
el contexto latinoamericano como para el global. Dos textos por demás ilustrativos y
abarcadores sobre estos temas, tanto para los casos de América Latina como para
comprender su desarrollo global, son el de Jon Elster, Rendición de cuentas. La justicia transicional en perspectiva histórica
(publicado en español en 2006) y el de Priscilla Hayner,
Verdades innombrables. El reto de las
comisiones de la verdad (publicado en español en 2008). Estas obras fueron
publicadas originalmente, en inglés, en 2004 y 2001, respectivamente. Estos datos cronológicos, si bien pueden
considerarse anecdóticos, pueden darnos referentes para entender el clima de época en torno a estos temas y
procesos de la agenda política global de inicios del siglo XXI.
¿Cómo reaccionó la literatura del
continente a los trabajos y los resultados de estas comisiones, a estos
proyectos de justicia transicional?
Sería un error creer que la literatura sobre la violencia reciente
comenzó a circular y tener notoriedad a partir de las comisiones de la verdad,
pero sí podría llegarse razonablemente a la conclusión de que este clima de época que se ha mencionado
anteriormente tuvo una influencia determinante, o por lo menos real y directa,
para el surgimiento y proyección continental y global de cierto tipo de
narrativa relacionada con los conflictos del pasado inmediato o reciente y las
memorias individuales y socialmente compartidas en torno a esa violencia que
pretendía abordarse, explicarse y acaso también juzgarse. En tal sentido, el texto de Fernando
Rosenberg titulado “Derechos humanos, comisiones de la verdad y nuevas
ficciones globales” puede ser leído en términos muy productivos e iluminadores.
El autor establece un corpus de
novelas que, publicadas entre 2004 y 2007, cataloga como el sugerente membrete
de “nuevas ficciones globales de verdad y reconciliación”. Esta clasificación no sólo obedece a la
temática troncal de cada una de estas obras, todas vinculadas en sus
respectivas tramas de modo directo o mediado con los procesos de justicia
transicional en países como Perú, Chile y Guatemala, sino que tiene en cuenta
como un aspecto definitivo de éstas cómo fueron publicadas y difundidas por las
editoriales que se encargaron de llevarlas al mercado regional transnacional.
Las novelas más relevantes, aunque
no las únicas, que Rosenberg utiliza para su análisis (La hora azul, de Alonso Cueto; Abril
rojo, de Santiago Roncagliolo; El
desierto, de Carlos Franz; e Insensatez,
de Horacio Castellanos Moya). La hora azul recibió el Premio Herralde de Novela en 2005; Abril rojo fue galardonada con el Premio
de Novela Alfaguara 2006 y Un lugar
llamado Oreja de Perro, de Ivan Thays, que será analizada más adelante en este texto, fue
finalista del Premio Herralde en 2008.
Estas novelas le sirven a Rosenberg para proponer que,
más allá de la calidad literaria intrínseca de cada una, estas novelas deben
ser leídas y contextualizadas en función de un paradigma definido por dos
grandes vectores culturales: el discurso de los derechos humanos proyectado a
partir de las experiencias de justicia transicional en la región, por un lado,
y por otro, la fuerza de una industria editorial española y latinoamericana
transnacional que aprovecha este clima de
época y que, también, echa mano de las estrategias de marketing neoliberal
(en particular el otorgamiento de premios de gran repercusión mediática) para
lograr la mayor proyección simbólica y material de sus libros publicados. Rosenberg
abunda al respecto:
[…] me parece
interesante leer estas narrativas que aquí llamaré “de verdad y
reconciliación”, no porque busquen o supongan una o la otra sino más bien
porque se alimentan del marco jurídico-institucional transnacional que promovió
las comisiones en diferentes contextos nacionales pero
en el mismo clima geopolítico global.
Más que como expresión de una ciudad letrada comprometida en tramitar
los problemas de la nación, leemos estos relatos dentro de una gramática
transnacional en la que participa el mercado editorial (Ronsenberg,
2014, p. 143. Las cursivas son mías.).
En
este contexto de argumentación es provechoso, en primer término, traer a cuento
el texto de Francine Masiello
analizado en la primera sección de este artículo. Masiello,
con una lucidez incuestionable, explica el sistema literario-editorial creado y
potenciado por y para el Boom, y pone
éste en contexto con el propio de las narrativas femeninas, de minorías e
histórico-memoriales que se extendieron con innegable notoriedad entre mediados
de los años noventa y los primeros años del dos mil, las cuales antecedieron
cronológicamente a las narrativas analizadas por Rosenberg. En segundo término,
para efectos de contextualizar este nuevo momento en el que estas narrativas
latinoamericanas (las de verdad y reconciliación establecidas y
caracterizadas por Rosenberg) han ganado merecida o excesiva notoriedad, es
necesario comprender estas últimas de forma indisoluble con el discurso global
de los derechos humanos propio del neoliberalismo y cómo éstas novelas (premiadas,
reseñadas, comentadas y que alcanzan una innegable repercusión social)
aprovechan, a partir de las casas editoriales que las publican e insertan en el
mercado, este horizonte en el que el discurso de los derechos humanos es
sumamente relevante y aprovechable también en el campo de la producción
cultural. En tal sentido, no es
arriesgado afirmar que, si en los años sesenta y setenta tuvimos el Boom, y en el fin de siglo las
narrativas de sectores subalternos, ahora tenemos estas “nuevas ficciones
globales de verdad y reconciliación”. Al
respecto, Fernando Rosenberg es más explícito:
Quiero entonces
pensar estas novelas desde la perspectiva de la movilización del imaginario de
los derechos humanos como un discurso
global que se concibe como la superación de la política, y la manera en que
ellas alimentan o desalientan esa ilusión. Si entendemos que en cierta medida
el mercado cultural global había explotado una imagen de Latinoamérica como
región salpicada de coloridas revoluciones permanentes e inconclusas desde el Boom, la novela de “verdad y
reconciliación” satisface el nuevo imaginario global de la postpolítica
(Rosenberg, 2014, p. 146. Las cursivas son mías.).
En
el mismo sentido de esta reflexión crítica, podría decirse, sin duda de modo
provocador y polémico, que América Latina y su literatura siempre tendrán su
lugar en el contexto que el mercado global exige y otorga al mismo tiempo a
partir de ciertas modas e intereses de época: la eterna dicotomía entre
civilización y barbarie, la inconclusa construcción de estados nacionales, las
abismales desigualdades que la atraviesan de modo estructural y transversal, la
tierra inagotablemente exótica y fértil para todo propósito, la colorida región
salpicada de revoluciones fracasadas o inconclusas, el continente telúrico de
violencias insondables e inefables o, más recientemente, la región que
sobrevive a su pasado tempestuoso e intenta, aprovechando los recursos materiales
y discursivos del gran movimiento internacional por los derechos humanos, poner
ese pasado en claro, reconciliarse consigo misma y, finalmente, dejar a sus
muertos en paz.
Como cierre de esta sección, vale la
pena recordar a André Schiffrin (1935-2013), conocido y respetado editor
franco-norteamericano, artífice y defensor de la edición independiente a
contracorriente de los monopolios transnacionales, primero en Pantheon Books y luego en The New Press. Schiffrin hizo
énfasis en la relevancia de publicar obras que, más allá del rédito económico,
tuvieran resonancias amplificadas en comunidades de sentido para combatir el
pensamiento acrítico y conformista característico del
final de la Guerra Fría y el consecuente triunfo del capitalismo (neo) liberal. En su canónico libro La edición sin editores señala:
El final de la guerra
fría no tuvo una influencia nítida sobre la edición, al menos no en mayor
medida que sobre otros medios de comunicación. Pero éste presenció el
desarrollo de una nueva ideología que reemplazó a la democracia occidental
frente al bloque soviético. La fe en el mercado, en su capacidad de conquistar
el mundo, la prisa por someter a él todos los otros valores se han convertido
en una marca de fábrica de la edición.
[…] Los libros suelen publicarse
más por su supuesto interés comercial que por aspectos intelectuales y
culturales que antes los editores valoraban a la hora de incluir un libro en su
catálogo. He escuchado a muchos
responsables de suplementos culturales quejarse de que buscan en vano en los
catálogos de las grandes editoriales un solo libro que justifique una reseña
seria (Schiffrin, 2001, pp. 11,15).
Un par de novelas “ejemplares”
Se
analizan brevemente en este apartado dos novelas latinoamericanas recientes que
pueden servirnos para comprender cómo los procesos de justicia transicional en
el continente, y particularmente la elaboración y difusión de informes de
comisiones de la verdad, han sido, en algunos casos, objeto de reacciones que
han estado lejos de la recepción virtuosa y alentadora de sus afanes de verdad,
justicia y reparación, y, más bien, han sido denostados y confrontados de forma
explícita, o bien, ubicados entre la desvergonzada indiferencia y la crítica
superficial. En estas narrativas perviven, de forma estructural, los escenarios
de violencia, abusos, desigualdad e indiferencia en que se gestaron los procesos
que las comisiones se abocaron a investigar; y éstas, a pesar de todos sus
recursos materiales y simbólicos desplegados, no alcanzan a explicar
suficientemente ni mucho menos a crear condiciones de reversión de la
violencia. Los personajes centrales de
ambas, ajenos de inicio a esos procesos de violencia, se van sumergiendo
paulatinamente en los resabios de ésta para llegar, por medio de la decepción,
el cinismo o la locura, a la dolorosa conclusión de que nada ha cambiado, de
que la violencia puede pervivir en formas a veces atroces y otras sutiles, y
que ésta se convierte en un abismo tan persistente como profundo. Son, en suma, novelas que deben ser leídas en
una clave crítica con respecto a ciertas experiencias de comisiones de la
verdad (la de Guatemala y la del Perú, en particular), si bien, es necesario
enfatizarlo, no debe reducirse su lectura a este aspecto puntual. Se trata de
las novelas Insensatez y Un lugar llamado Oreja de Perro.
Insensatez (Tusquets,
2004), del salvadoreño Horacio Castellanos Moya (nacido en Honduras en 1957),
es una novela que tiene como trasfondo histórico fácilmente identificable,
aunque nunca hecho explícito, el contexto previo a la presentación del informe Guatemala: Nunca más, a fines de abril
de 1998. Un autoexiliado periodista salvadoreño es convocado para terminar de
redactar y ordenar el informe, tarea que acepta sólo por el pago prometido de
cinco mil dólares, y no por una actitud idealista respecto a los derechos
humanos. Si inicialmente su actitud es de distancia con respecto a los hechos,
y de franco cinismo en relación con todo el aparato de justicia transicional
encargado de preparar y presentar el importante documento, su percepción de los
hechos va modificándose a partir del conocimiento de los terribles testimonios
de las víctimas que debe transcribir, y su propia vida va poco a poco
haciéndose cada vez más inestable y caótica, hasta llevarlo a un final
narrativo tan precipitado como desgarrador.
Este periodista que, en un principio
solo está dispuesto a corregir las páginas que debe revisar para que el
documento sea legible, va sumergiéndose en la violencia y el horror de los
testimonios sobrecogedores que debe leer, corregir y redactar en un lenguaje estándar, toda vez que corresponden a
indígenas que no hablan el español como lengua materna. Y comienza a transcribir
en su cuaderno de notas frases que lo mismo lo intrigan, lo conmueven, e
incluso lo estremecen por el contenido de violencia que proyectan: “Yo no estoy
completo de la mente”; “Hasta a veces no sé cómo me nace el rencor y contra
quién desquitarme a veces…”; “Porque yo ya no quiero que me maten la gente
delante de mí”; “Que siempre los sueños allí están todavía”, “Hay momentos en
que tengo ese miedo y hasta me pongo a gritar”; “Después vivimos el tiempo de
la zozobra”; “Todos sabemos quiénes son los asesinos”. Son apenas indicios de un infierno en el que
él irá abrasándose de forma paulatina e irreversible.
Pero en medio de este descenso al infierno está todo
el aparato de la justicia transicional con el que se relaciona con tanta conveniencia
como desprecio: todo un repertorio de personajes que sólo cumplen con una
mínima y aséptica parte en todo el teatro de la desgracia ajena: un judío
neoyorkino bienpensante, un militar uruguayo en rol
sospechoso, cooperantes españolas superficiales, y todo un desfile de funcionarios
de variado nivel y personalidad que van de lo anodino a lo despreciable, todos
siempre detrás del obispo encargado de vigilar el desarrollo de la encomienda
del informe y de su posterior presentación, a quien el narrador define sin la
menor vergüenza, a juzgar por su aspecto físico y modales severos, como un gran capo. En la parte final de la novela este obispo
será brutalmente asesinado apenas presentado el informe, el cual nuestro
protagonista no terminó de preparar pues huyó del país al enterarse de una
conjura militar para evitar la develación de las atrocidades cometidas durante
el conflicto interno. Imposible no tener en mente el asesinato de monseñor Juan
José Gerardi poco después de ser presentado el informe
Guatemala: Nunca más del Proyecto
Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica (REHMI), el cual documentó
el genocidio perpetrado en contra de comunidades indígenas supuestamente
simpatizantes de la guerrilla, arrasados en una guerra de exterminio emprendida
por el gobierno guatemalteco encabezado por Efraín Ríos Montt. En este punto es necesario comentar que Guatemala cuenta con dos informes relacionados con la
investigación de su pasado reciente traumático.
Por un lado, el REHMI produjo el informe Guatemala: Nunca más (abril de 1998) y, posteriormente, la Comisión
para el Esclarecimiento Histórico presentó el informe Guatemala: memoria del silencio (febrero de 1999). De igual modo, es pertinente puntualizar que
Ríos Montt fue condenado por delitos de genocidio en 2013, pero la sentencia
fue revocada por supuestas fallas en el debido proceso.
Volviendo
a la trama de la novela, el redactor-corrector del informe después de huir del
país recala en algún país europeo, aparentemente Holanda, a donde llega a
refugiarse ya severamente trastornado después de la experiencia vivida. Lee un mensaje de correo electrónico que
parece más bien un telegrama: “Ayer a mediodía Monseñor presentó el informe en
catedral con bombo y platillo; en la noche lo asesinaron en la casa parroquial,
le destruyeron la cabeza con un ladrillo. Todo mundo está cagado. Da gracias
que te fuiste” (Castellanos Moya, 2004, p. 155).
Por otro lado, en las primeras páginas de Un lugar llamado Oreja de Perro (Anagrama,
2008), de Iván Thays (Lima, 1968), se lee:
Mi editor me informó
que el diario estaba decidido a apoyar a la Comisión de la Verdad. Por eso
cubriría este ridículo intento populista de un presidente que ya se va del
gobierno y cuyo partido no tiene ninguna oportunidad en las elecciones; un
populismo carente de objetivos concretos salvo la vanidad. La coyuntura es
obvia. En los últimos meses, algunos medios han reiniciado el ataque frontal
contra la Comisión. Primero, dijeron que los comisionados se prestaban a una
cacería de brujas, que las sesiones eran una casa del jabonero donde quien no
caía resbalaba. Luego, que su fin era una venganza política contra el gobierno
de Fujimori. Su existencia sólo serviría para atizar el fuego de viejas
rencillas. Intentando superar estas suspicacias el gobierno aumentó la palabra
“reconciliación”. Comisión de la Verdad y Reconciliación. Las aburridas
palabras (Thays, 2008, p. 15).
Oreja
de Perro es una localidad del Departamento peruano de Ayacucho que fue una de
las más azotadas por la violencia del conflicto entre Sendero Luminoso y el
aparato contrainsurgente del Estado peruano. Es un lugar, a decir de la
narración de Iván Thays, que recupera lo condensado
en el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, repleto de fosas
clandestinas, que sufrió un despoblamiento casi total durante la época del
conflicto armado, y en que ahora, después de un lento proceso de retorno de
quienes lograron sobrevivir, es un lugar en el que el silencio es apenas
interrumpido por los relatos del horror contados en voz baja. Un lugar de pobreza, frío, desolación y
muerte.
A
este sitio es enviado el protagonista-narrador de la novela: un periodista
abrumado por su propia y abrumadora tragedia personal (la muerte de su pequeño
hijo) y por el desmoronamiento de su matrimonio a consecuencia de ello. Esta tragedia es un telón de fondo personal
para que él conozca y se sumerja en la violencia del pasado reciente en una
región atenazada por la guerra interna en el Perú, una región que es elegida
por el gobierno saliente (severamente cuestionado) para presentar un programa de
apoyo social. Sin embargo, la realidad
rechaza este tipo de maquillajes, cuando todavía ocurren asesinatos y
desapariciones. Una tragedia social que difícilmente se puede entroncar con la
tragedia personal, y apenas sólo alcanzan a tocarse levemente: un país absorto en
su propia indiferencia que es incapaz de mirar y comprender la tragedia de
“otro” país: lejano y ajeno, y al mismo tiempo el mismo país.
Y
al igual que en Insensatez, desfila
una galería de personajes: ingenuos, cínicos, oportunistas, aburridos,
lugareños del caserío paupérrimo o visitantes a causa del evento protagonizado
por el presidente; todos forman un elenco que es incapaz de creer, aunque
alguno lo desea, una sola palabra de las buenas intenciones del gobierno
saliente (el de Alejandro Toledo) que había despertado las expectativas después
de que el inefable fujimorismo había huído y con él
todos sus impresentables cómplices. El
mismo gobierno de Toledo que había creado la comisión de la verdad y luego se
distanció de ésta, y apenas tuvo el mínimo interés de recibir su informe, y de
acatar sólo en la retórica una minúscula parte de sus recomendaciones para
evitar que las causas estructurales y coyunturales del conflicto se reavivarán.
El gobierno de un presidente esquivo, indiferente o cínico ante la ausencia y
el dolor de casi setenta mil muertos: la revelación más devastadora que el
informe daba a la sociedad peruana, todos ellos, o la mayoría, indios, pobres,
iletrados, hambrientos, que padecieron los abusos y la violencia sin límite lo
mismo por parte de Sendero Luminoso que por el Ejército peruano. Un informe que
también documentó los laberintos de la violencia y la crueldad, y también el
innegable carácter de raza y de clase en el conflicto. Es pertinente
puntualizar que la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú fue creada,
por decreto presidencial, en junio de 2001 y entregó su informe final a fines
de agosto de 2003.
Los personajes-narradores centrales
de Insensatez y Un lugar llamado Oreja de Perro, cada uno desde su particular
situación narrativa y ética, parecen coincidir en un aspecto fundamentalmente
inquietante: la imposibilidad para hacerse participantes reales de los procesos
de justicia transicional a los que se ven convocados de modo fortuito, a
sumergirse en ellos no del todo convencidos de su supuesta necesidad e
idoneidad moral. Más bien, su actitud hacia lo que una comisión u otra pueda o
debe hacer en relación con la violencia que investiga y sus consecuencias
oscila entre el cinismo más ácido y la incredulidad más indiferente, entre
solamente querer cobrar el sueldo acordado previamente por terminar de preparar
el informe, por un lado, y sobrellevar el peso de una tragedia y un trauma
personal que nada tienen que ver con la tragedia y el trauma de los otros. Son
personajes que dan cuentan, ambos, de un profundo desencuentro que podríamos
interpretar como el insalvable abismo que separa a las clases medias y altas
ilustradas de países como Perú y Guatemala (escenarios contextuales de las
novelas) de sus contrapartes nacionales indígenas: empobrecidos, aislados,
azotados por la violencia, la cual vivieron en estado de completa indefensión
material, jurídica y moral, abandonados por los Estados y las sociedades que,
en apariencia, debían haber impedido los horrores y abusos de los que fueron
víctimas. Ambos personajes-narradores
quedan, finalmente, presos del retorno de la violencia en cada una de las
narraciones. En un caso, el asesinato del prelado de la Iglesia que había
promovido y financiado un informe de la verdad sobre la violencia del pasado
reciente; en otro, el rebrote de la violencia obscena que nunca, en realidad,
había dejado de existir. Nada cambió.
Nada cambiará. Estas narraciones resultan ser profundamente desmoralizantes en
este aspecto: son una crítica, a veces sutil y otras feroz, de las buenas
intenciones de la justicia transicional en muchos países del continente, en los
que es imposible llegar al alto objetivo de establecer verdad, justicia y
reparación para una sociedad traumatizada por la violencia.
Una narrativa que no sólo es literaria. Una historia
que puede ser literatura
Ivan Jablonka, historiador francés de origen polaco, propone en
su libro La historia es una literatura
contemporánea (2016) una especie de manifiesto (de hecho el subtítulo de la
obra es “Manifiesto por la ciencias sociales”) en el que establece como
declaración de principios que es necesaria una nueva operación de sentido
argumental y reflexivo que vuelva a unir la literatura con la ciencias sociales
y las humanidades, dejando de lado que el rigor metodológico está en conflicto
con las posibilidades enunciativas de la literatura. La postura de Jablonka,
puede decirse, se condensa en que literatura y ciencias sociales pueden, y
deben, imbricarse para aumentar tanto sus potenciales reflexivos como su
capacidad abarcadora de las realidades que pretenden representar por medio de
la escritura. Así, debería de abolirse
el divorcio entre la escritura de la historia y la escritura de la literatura, para
unirse en un nuevo tipo de escritura que aspire a tener tanta verdad como
rigor, tanta revelación como intensidad.
De modo aleccionador, Jablonka señala en el
prólogo de la obra:
[…] si la escritura es un
componente insoslayable de la historia y las ciencias sociales, lo es
menos por razones estéticas que por razones de método. La escritura no es el
mero vehículo de “resultados” ni el paquete que uno ata a las apuradas, una vez
terminada la investigación: es el despliegue de ésta, el cuerpo de la
indagación. Al placer intelectual y la capacidad epistemológica, se agrega la
dimensión cívica. Las ciencias sociales deben discutirse entre especialistas,
pero es fundamental que también puede leerlas,
apreciarlas y criticarlas un público más amplio. Contribuir mediante la
escritura al atractivo de las ciencias sociales puede ser una manera de
conjurar el desamor que les afecta tanto en la universidad como en las
librerías. […] la literatura es apta para explicar lo real […]. La literatura
no es necesariamente el reino de la ficción. Adapta y a veces anticipa los
modos de investigación de las ciencias sociales. El escritor que quiere decir
el mundo, se erige, a su manera, en investigador (Jablonka, 2016, p. 12).
“Toda
historia es historia contemporánea”. “Toda historia es historia para el
presente”. Se trata de un par de
sentencias que son continuamente invocadas en relación con los usos sociales de
la historia, para explicar la necesidad ética o la utilidad pragmática del
conocimiento histórico, de los saberes sobre el pasado proyectados y
justificados en, para y desde un presente
concreto. En las décadas más recientes
se ha dado un amplio debate académico sobre la caracterización de lo que ha
convenido en llamarse historia reciente, o historia del tiempo presente: una
historia que tiene como epicentro un presente en el que, a diferencia de la
distancia cronológica que solía definir el trabajo tradicional de los
historiadores, se articulan tanto un pasado cercano, o incluso inmediato, en el
que se ubica el investigador, y los horizontes de futuro de una comunidad de
sentido a la cual se dirige y con la que se retroalimenta el oficio de historiar. Es decir, nos ubicamos en un contexto de un
presente extenso en su temporalidad y extendido en sus posibilidades de análisis,
que ha dejado, curiosamente, o reveladoramente, de serle ajeno a la propia
historia, que ahora conversa y compite con otras disciplinas del campo
social y humanístico para dar cuenta de las innumerables e imbricadas
posibilidades de la propia complejidad del aquí
y el ahora.
El historiador francés François Hartog propuso
la categoría régimen de historicidad para
explicar la forma en que una comunidad ordena la sucesión del tiempo,
jerarquiza las realidades sociales e históricas y, sobre todo, le otorga
sentido y proyección al vínculo existente entre el tiempo y los acontecimientos
ocurridos en éste. En otras palabras, cómo una sociedad contemporánea entiende
las relaciones entre pasado, presente y futuro, toda vez que la llamada
aceleración del tiempo histórico propia de la modernidad exige que, desde un
presente que parece vivir en permanente contingencia, se trazan líneas de
reflexión y argumentación hacia un pasado que parece no haberse desvanecido del
todo y, también, hacia un futuro que pretende esbozarse en esta doble condición
aparentemente precaria: un pasado que no pasa y que pervive en un presente
abrumador. Presentismo es el concepto
que el propio Hartog propone para entender este presente histórico efervescente
de las sociedades actuales: todo parece relacionarse, apelar, increpar incluso
al aquí y al ahora y, desde este mirador, se pretende abarcar en una sola
operación de sentido, necesaria por única quizá, el arco temporal que,
construido desde el presente, va del pasado al futuro. En términos menos sutiles, el mismo Hartog
nos habla de un presente que “canibaliza” el pasado y el futuro.
Para
Hartog, siempre ha sido una cuestión central en el conocimiento histórico cómo
una sociedad se encarga de su pasado y qué hace socialmente con éste: cómo lo
interroga, lo interpela, lo confronta, lo matiza, lo rechaza, en suma, cómo lo
dota de sentido. Hartog no ignora que en tiempos de crisis las operaciones de
la historia tienden a plantearse y efectuarse como urgencias impostergables,
aún a sabiendas de que no hay en el horizonte del conocimiento histórico del
presente sino respuestas parciales y, aun, precarias. ¿Cómo articular, pues, pasado, presente y
futuro desde las urgencias del presente de la violencia, sin dejar de entender
que el presente tiene mucho de resabio del pasado, igualmente violento? ¿Y cómo intentar proyectar un sentido, si es
que existe tal, para esbozar una idea de futuro? ¿Cómo construir un futuro en el que, pasando
previamente por el conocimiento y el re-conocimiento
de la violencia, ésta sea cancelada en su catastrófica presencia y
posibilidad?
Retornando
del enfoque histórico al literario, en cuanto al campo cultural, y, más
específicamente, al campo literario en América Latina contemporánea, cómo
funciona una actitud que tiene una fundada razón de surgimiento que colinda con
la denuncia de los horrores del pasado, y en sus antípodas desemboca en el auge
de una literatura de la violencia, o de la memoria de la violencia, como
equivalente de la nueva literatura latinoamericana, o por lo menos de una
porción representativa y apetecible de ésta para el mercado editorial
transnacional. ¿Registra la memoria de los silenciados, o abona en la
construcción de tópicos victimizadores que responden
a las expectativas que las editoriales y sus concursos construyen para el
mercado latinoamericano? En términos
literarios, cómo narrar el horror, con qué recursos e intenciones, para no caer
en la normalización del discurso de la violencia, y recuperar la capacidad de
conmoción de la que precisa la denuncia narrativa para ser capaz de comunicar
sin volverse fórmula o repetición de tópico. ¿Acaso no habría que plantearse ir
más allá de la dialéctica víctimas-victimarios, y entender que entre unos y
otros hay también indiferentes, colaboradores, testigos, olvidadizos y
olvidados, y una larga lista de personajes, con sus respectivas historias y
memorias a cuestas, que habría que llevar a las páginas de la literatura y a la
reflexión en las ciencias sociales del continente, con toda su complejidad y
sus, quizá, ejemplares o abismales posibilidades para la comprensión de esa
violencia tan abrumadoramente presente en las realidades latinoamericanas?
Algunas conclusiones
¿De
qué hablamos cuando hablamos de literatura de la violencia en América Latina,
en particular si abordamos el periodo comprendido, de modo aproximativo, entre
fines del siglo XX e inicios del siglo XXI, atravesado por dictaduras
militares, alzamientos guerrilleros, represalias antisubversivas,
confrontaciones civiles, paramilitarismo arrasador, narcotráfico transnacional
incipiente y neoliberalismo sin freno?
En otras palabras, cómo se narra la violencia en y desde América Latina
en su literatura, y más concretamente en su narrativa más reciente: cómo se
cuentan y re-cuentan los abismos de la violencia que
ha sumergido a la región en un baño de sangre desde los aniquilamientos
selectivos y el terror generalizado de las dictaduras argentina y chilena,
pasando por las guerras civiles de Guatemala, El Salvador y Nicaragua, llegando
a la confrontación entre Sendero Luminoso y el implacable aparato
contrasubversivo del Estado peruano, sin dejar de mencionar las muchas
violencias derivadas de la gran violencia del narcotráfico, hasta llegar, por
poner un lindero concreto, a las memorias sobre lo ocurrido, que intentan
comprender y denunciar lo ocurrido años o décadas después de la vorágine de
terror. Se trata de la literatura que,
desde el presente, confronta la violencia actual y, asimismo, en muchas
ocasiones visita el pasado reciente, ese pasado que no pasa, en la medida y el
sentido en que tanto presente como pasado configuran un largo catálogo de
abusos sostenidos, heridas abiertas, interrogantes sin respuesta e inagotables
cuentas pendientes.
Un aspecto por demás importante
en este ámbito de reflexión, tanto para el estudio de la representación de la
violencia en la literatura latinoamericana actual como para los usos sociales
de la historia y la memoria de la violencia, de las nuevas y las viejas
violencias que se pretende abordar, dilucidar y juzgar, es el que tiene que ver
con la visibilidad de la producción
literaria: es decir, qué se publica en relación con el tema que nos ocupa. Es necesario plantear cómo la producción
literaria, y más particularmente la publicación y difusión de estas apuestas
narrativas (y más concretamente novelísticas), puede estar ligada a
“intereses”, “gustos” y “exigencias” del mercado regional y transnacional
editorial. ¿Qué escriben los escritores latinoamericanos en torno a la
violencia, o a las violencias del pasado reciente y del presente de sus
sociedades? ¿Qué publican las editoriales? ¿De qué tipo de editoriales hablamos:
pequeñas, independientes, con proyección limitada; medianas, con alcances de
difusión regional específico (Cono Sur, Área Andina, Centroamérica); de tipo
transnacional, con aparatos de difusión robustos y alcances mediáticos
continentales, además de capacidad para “imponer” los intereses, gustos, modas
y exigencias mencionados líneas arriba? ¿Qué
significa, tanto en términos estrictamente literarios como también editoriales
y de repercusión cultural que varias de las obras de mayor repercusión mediática que abordan la violencia política del pasado
reciente de América Latina hayan recibido premios literarios o, bien, hayan
sido finalistas de los mismos (otorgados por las editoriales de mayor presencia
en el ámbito de lengua española: Planeta, Alfaguara, Tusquets, Anagrama), lo
cual automáticamente implicó que éstas tuvieran un cierto tipo de difusión y
proyección social que es imposible no tener en consideración a partir de los
intereses, gustos y modas ya enunciados, que forman parte de lo que podríamos
definir como un campo cultural de los derechos humanos vigente a partir de los
más recientes treinta años, y del cual la producción literaria y la industria
editorial como un binomio no pueden estar al margen, sino que, más bien,
aprovechan éste para garantizar, o al menos apostar, por la repercusión de las
obras publicadas.
En dicho contexto cultural, estas
novelas resultan ser, independientemente de la calidad literaria intrínseca que
posean (y muchas la tienen sin duda), casi una práctica de corrección política
compartida por autores, editores y lectores, pero que no, por poco ingenua que
sea, deja de ser menos necesaria en una región como la nuestra, marcada por
todas sus abrumadoras violencias del pasado y del presente.
Bibliografía
Castellanos Moya, H.
(2004). Insensatez. México: Tusquets
Editores.
Elster, J. (2006).
Rendición de cuentas. La justicia
transicional en perspectiva histórica (Ezequiel Zaidenwerg,
trad.). Buenos Aires: Katz Editores (Col. Conocimiento, 3016).
Hartog, F. (2007). Regímenes de historicidad. Presentismo y
experiencias del tiempo (Norma Durán y Pablo Avilés, trads.).
México: Universidad Iberoamericana.
Hunt, L. (2009). La invención de los derechos humanos
(Jordi Beltrán Ferrer, trad.). Barcelona: Tusquets.
Jablonka,
I. (2016). La historia es una literatura
contemporánea. Manifiesto por las ciencias sociales (Horacio Pons, trad.).
Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Jelin,
E. (2002). Los trabajos de la memoria.
Madrid: Siglo XXI de España/Siglo XXI de Argentina/Social Science
Research Council.
_______________. (2006).
Turistas de lo abyecto. En Sánchez Prado Ignacio (2006, coord.), América Latina: giro óptico. Nuevas visiones
desde los estudios literarios y culturales, Puebla: Universidad de las
Américas/Secretaría de Cultura.
Moyn, S. (2014).
Human Rights and the Uses of History.
Nueva York: Verso
___________. (2010). The Last Utopia. Human Rights in History. Cambridge: Harvard
University Press.
Rosenberg, F. (2016). After Human Rights. Literature, Visual Arts, and Film in Latin America,
1990-2010. Pittsburgh:
University of Pittsburgh Press.
Sarlo,
B. (2005). Tiempo pasado. Cultura de la
memoria y giro subjetivo. Una discusión. Buenos Aires: Siglo XXI Editores
Argentina.
Schifrrin,
A, (2001). La edición sin editores. Las
grandes corporaciones y la cultura (Eduardo Gonzalo, trad.). México: ERA.
Thays, I. (2008). Un lugar llamado Oreja de Perro. Barcelona:
Editorial Anagrama.
Hemerografía
Masiello, F. (2000), La
insoportable levedad de la historia. Los relatos best-sellers de nuestro tiempo
(Isabel Quintana, trad.). En Revista
Iberoamericana, LXVI, (193), octubre-diciembre 2000, pp. 799-814.
Rosenberg, F.
(2014). Derechos humanos, comisiones de la verdad y nuevas ficciones globales.
En Cuadernos de Literatura, XVIII, (36), julio-diciembre 2014, pp.
141-165.