Del cuerpo que se representa al cuerpo que se siente. Georges Vigarello y el estudio del cuerpo en la historia

From the Body that is Represented to the Body that is Felt. George Vigarello and the Study of the Body in History

Genevieve Galán Tamés[1]

https://orcid.org/0000-0001-8097-4881

Resumen:

El cuerpo se ha convertido en uno de los lugares privilegiados para el estudio de la sociedad y los individuos. El texto parte del interés de observar los rumbos que ha tomado la historia del cuerpo en años recientes con el fin de apreciar tendencias, temáticas y problemas de investigación. El artículo se enfoca en el caso del historiador Georges Vigarello con el propósito de reflexionar sus estrategias de investigación. El texto muestra que son principalmente dos los requisitos que se imponen a las investigaciones históricas de los últimos años: hacer aparecer la “experiencia” del cuerpo y traer a escena efectivamente al cuerpo en las investigaciones que lo hacen su objeto de estudio o que adoptan esta perspectiva de análisis.

Palabras clave: historiografía del cuerpo, historia del cuerpo, giro corporal, Georges Vigarello

 

Abstract:

The text is based on the interest in observing the directions taken by studies of the body in recent historiography, which makes it its subject of study. The essay is divided into three sections; the first two attempt to outline a general panorama of historical studies on the body, highlighting some trends and problems. The second focuses on the case of the historian Georges Vigarello, in order to ground the observations of the first sections.

Keywords: Body, Historiography, History of the Body, George Vigarello

Recibido: 6 de agosto de 2021

Aceptado: 31 de enero de 2022

 


 

 

El presente texto parte del interés de observar los rumbos que han tomado los estudios en torno al cuerpo en la historiografía reciente que lo hace su tema de estudio. Concretamente me interesa observar algunas de las principales tendencias temáticas, el tipo de retos o problemáticas que persisten y las estrategias de investigación enarboladas a partir de ello.

En las últimas décadas, a raíz del llamado “giro corporal”, hemos asistido a la entronización del cuerpo como uno de los lugares privilegiados para el estudio de la sociedad y los individuos. El “cuerpo” ha sido problematizado, desestabilizado y transformado en una categoría analítica central de las humanidades y las ciencias sociales. En esta transformación la importancia del cuerpo para los individuos y las sociedades humanas ha sido ampliamente argumentada.

Otros trabajos han abordado la emergencia del cuerpo como objeto de estudio de la disciplina histórica y las justificaciones que se han ofrecido para legitimar al cuerpo como un objeto de estudio importante para la comprensión del pasado, de modo que no trataré ese punto en este artículo (Galán, 2009). Por ser revelador de lo social, de lo cultural, de lo político y hasta de lo económico, el cuerpo ha ganado terreno como un objeto y tema legítimo, como elemento heurístico del pasado y las múltiples formas de aprehenderlo.

            Para intentar pensar este asunto, este texto está dividido en tres apartados. El primero y el segundo intentan trazar un panorama general de los estudios históricos en torno al cuerpo, subrayando algunas tendencias y problemas persistentes. El tercer apartado se enfoca en el caso del historiador del cuerpo, Georges Vigarello, con el fin de aterrizar de modo más esclarecedor las observaciones del primer apartado.

Aunque no es asunto de este artículo, conviene hablar brevemente de la motivación que hay detrás de este interés: ¿por qué sería pertinente observar el rumbo que ha tomado la historia del cuerpo en términos historiográficos? A finales de la década de 1980 fue palpable la multiplicidad de enfoques dedicados al estudio del cuerpo y de fuentes con las que hacer la historia del cuerpo.[2] La impresión dominante en este contexto era que la historia del cuerpo era un rompecabezas en construcción (Ripa, 2007, pp. 47-54). Para investigadores del tema, este “boom” de los estudios del cuerpo revela varias coyunturas. Memmi (2014), por ejemplo, comenta que este “boom” atestigua el descubrimiento (o redescubrimiento) a mediados del siglo XX de la dimensión física-corporal de los agentes sociales como algo de suma importancia para pensar e integrar al análisis académico, pero también a la cotidianidad.

Si bien, en la década de 1990 y el primer decenio del siglo XXI esta línea temática se consolida, también en este período los cuestionamientos comienzan a surgir. Por ejemplo, alrededor de 1990 aparecen críticas desde el ámbito historiográfico que objetan que el cuerpo en las investigaciones históricas aspire únicamente a ser representación y discurso. Desde esta perspectiva se señalaba que los cuerpos comen, trabajan, sufren y mueren (Duden, 1992, p. 471). Las historias de los cuerpos –en palabras de Dorinda Outram (1993, p. 349)— flotaban sin encarnarse nunca en la experiencia individual. Las críticas sirvieron para considerar el tema de la experiencia corporal como algo importante por hacer en la historia del cuerpo y mostraron al mismo tiempo la dificultad de integrar esta dimensión al análisis histórico.

Asimismo, es también en estas décadas de auge que uno de los obstáculos mayores para la historia del cuerpo se revela: el “horror” de lo fragmentario e inasible del cuerpo como objeto de estudio (Memmi, Guillo y Martin, 2009). Es decir, el cuerpo, a pesar de ser una veta de incursión a fenómenos sociales diversos y múltiples problemas, no se deja “atrapar” de manera fácil en las investigaciones históricas. No hay ninguna duda que estamos en nuestros cuerpos: sentir, actuar, hablar o pensar implica que tenemos un cuerpo a nuestra disposición. Empero, esta evidencia silenciosa y estructurante del cuerpo, que nunca interrogamos en nuestra vida cotidiana, se vuelve opaca y extraña, cuando intentamos aproximarnos desde una forma disciplinar (particularmente de modo histórico). Ya que es a partir del cuerpo (con nuestro cuerpo) que nos lanzamos a la conquista epistemológica del mismo, actuando como si fuera externo a uno mismo (Levine y Touboul, 2002, p. 11).

A modo de síntesis, Rafael Mandressi dice que el “cuerpo” y la historia del cuerpo han pasado de ser un objeto sin historia, a una historia sin objeto (2009, pp. 143-169). De ahí que, a unos decenios del llamado “giro corporal” en la historiografía, se imponga un momento reflexivo representado por las siguientes preguntas: ¿qué implica entonces hacer historia del cuerpo?, ¿en qué sentido el cuerpo –como objeto de estudio— necesita ser aprehendido de manera diferente por el historiador?, ¿son todas las historias que se cobijan, o se identifican con la palabra “cuerpo”, historias del cuerpo?, ¿es el “cuerpo” un objeto imposible de la disciplina histórica?, ¿qué estrategias utilizar para aprehenderlo en el tiempo y hacer frente a su polisemia?, y ¿cómo encarnarlo en la escritura académica?

            Estas preguntas –que dejo abiertas– sirven como introducción a la segunda pregunta de esta digresión: ¿por qué sería pertinente observar algunos rumbos que ha tomado la historia del cuerpo en términos historiográficos? Considero, a ese respecto, que la reflexión de índole historiográfica sobre la historia no debe ser una actividad secundaria que realizan algunos historiadores, sino que más bien debe ser una condición de posibilidad para la investigación histórica (Mendiola, 2000). Los estudios en torno al cuerpo y la corporalidad son sintomáticos de las preocupaciones de las sociedades contemporáneas en cuanto que revelan el creciente interés de un campo de estudio que ha tenido un importante aumento en las últimas décadas. Sin embargo, como campo de estudio, y desde las consignas anteriores, es necesario que reflexione sobre sí mismo para indagar aún más las maneras en las que se ha estudiado el cuerpo y cómo es posible hacerlo desde la historia.

 

I. Un panorama general

 

Antes de lanzarnos a este panorama (que más que panorama se ofrece como un diagnóstico fragmentario), cuya pretensión es señalar tendencias generales en los últimos años y problemáticas persistentes, conviene nuevamente hacer dos aclaraciones. En primer lugar, cuando hablo de historia del cuerpo, ¿a qué me refiero? Uno de los términos principales que utilizo en este texto, y cuya finalidad es la de agrupar y sistematizar la lectura de libros de historia y obras, es el de historia del cuerpo. En el caso de la disciplina histórica, hacer historia del cuerpo ha consistido (aquí estoy generalizando burdamente) en un modo de pensar sobre el cuerpo que busca mostrar las representaciones y prácticas corporales en su contexto histórico. Sin embargo, no es algo claramente definido, ya que el estudio del cuerpo coincide o se mezcla con otros intereses temáticos (como la historia de la medicina, el género o la sexualidad, por mencionar algunos rubros). Willemijn Ruberg (2020) plantea que la historia de cuerpo puede considerarse ya como un campo específico porque hoy es una línea de investigación con sus propias revistas, volúmenes temáticos, coloquios y seminarios (p. 9).

Si bien, por historia del cuerpo podemos entender en términos muy vagos a los textos de historia producidos académicamente que hacen del cuerpo su objeto de estudio, la idea misma de historia del cuerpo como una empresa temáticohistoriográfica mucho más amplia dentro del quehacer histórico dedicada al estudio del cuerpo se consolidó en un momento posterior a la publicación de los primeros trabajos históricos en torno a este tema.[3] Es a inicios del siglo XXI cuando observamos que esta empresa historiográfica se consolida cuando se identifica como una línea temática particular dedicada a pensar procesos históricos desde una perspectiva singular: la corporal.[4] Es bajo esta luz que ciertas obras históricas anteriores (y posteriores) adquieren una especial significación historiográfica al ser reposicionadas como parte de una amplia línea de investigación que es la “historia del cuerpo”. En ese sentido, en lo particular, entiendo por “historia del cuerpo” la reflexión y el estudio del cuerpo desde el quehacer histórico e historiográfico. Hacer historia del cuerpo implica preguntarse cómo cambia la comprensión de determinados fenómenos históricos si son examinados a la luz de la perspectiva corporal, o bien, haciendo de la categoría “cuerpo” el criterio de análisis privilegiado.

De igual modo, las tendencias y problemáticas desglosadas a continuación obedecen principalmente a la lectura de obras históricas publicadas sobre todo en los últimos veinte años. Tomo como punto de partida temporal la publicación de los volúmenes Historia del cuerpo humano (Corbin, Courtine y Vigarello, 2001), por su carácter de síntesis del tipo de historia del cuerpo que se venía haciendo hasta ese momento. En ese sentido, señalar la multitud de líneas temáticas sería una labor por mucho interminable. En este texto sólo me limito a algunas de ellas. La selección no es exhaustiva y tampoco imparcial, obedece a la intención de resaltar el dinamismo de un objeto poliédrico. Asimismo, estas menciones persiguen un mero fin descriptivo en aras de trazar un panorama que posibilite ubicar al lector en la discusión.

¿Hacia dónde se han movido las discusiones? ¿Se han separado mucho de aquellos trabajos pioneros de carácter histórico en torno al cuerpo? La respuesta es a la par afirmativa y negativa. Veamos a continuación por qué: observamos en ese sentido una proliferación de trabajos vinculados a la historia del género, la sexualidad, la belleza o las apariencias y la medicina desde la perspectiva corporal (por mencionar un ejemplo: Pardo-Tomás, Zarzoso y Menchero, 2018). Lo anterior no es extraño, ni nuevo, en cuanto que el interés por el cuerpo se ha mezclado con estas líneas temáticas y en muchos casos ha partido de éstas (Hamilakis, Pluciennik y Tarlow, 2002). La particularidad aquí quizá sea la exigencia enfática de trabajar explícitamente desde el registro corporal, es decir, a partir del cuerpo mismo como categoría analítica central y la experiencia histórica de la corporalidad como una perspectiva que permite privilegiar el aspecto experimental/experiencial del pasado humano. Lo anterior es entendido por quienes se ocupan de la historia del cuerpo –tal es el caso de Nora Doyle (2018) – no como el estudio de aspectos fácticos que acontecen a y en los cuerpos desde un punto de vista biológico o fisiológico, sino como los modos en que los discursos dominantes en torno al cuerpo y las experiencias corporales son significados por los sujetos históricos. Textos como los de Doyle (2018) y Marissa J. Fuentes (2016), por ejemplo, hacen suya esta exigencia e intentan trabajar con testimonios de cómo los sujetos históricos experimentan sus cuerpos; confrontando “representaciones” e “imaginarios” con “prácticas” y “experiencias”.

Trabajos como los coordinados por Pardo-Tomás, Zarzoso y Sánchez (2018), Doyle (2018) y Fuentes (2016) atestiguan el importante papel que sigue teniendo el estudio de las representaciones del cuerpo, para lo cual se exige miradas filosóficas, históricas, críticas y circunscritas a perspectivas de análisis más específicas, tales como lo racial, lo colonial, lo masculino, lo femenino, lo monstruoso, entre otros. Estas perspectivas particulares dan cuenta del interés por mostrar cómo el cuerpo históricamente se mira a través de distintos prismas igualmente importantes. Si algo muestra la historia del cuerpo es que es un campo que intrínsecamente tiene numerosas implicaciones en múltiples aspectos de la vida humana: económicos, políticos, archivísticos, etc. Outram (1993) se interrogaba hace un tiempo a propósito de qué clase de categoría analítica era el cuerpo: ¿es éste –más que una categoría— un hecho natural irreductible, el sine qua non de la historia, debido a que todos los acontecimientos de la historia son producidos por seres incorporados (seres con cuerpo)? O bien, ¿es un objeto ineludiblemente cultural, capaz de una infinita y constante maleabilidad y redefinición? (p.348) Outram abría otras preguntas: ¿cuáles eran las implicaciones de adoptar alguna de estas dos definiciones o las dos, de lo que es el “cuerpo”? ¿Ha de funcionar el “cuerpo” como una categoría universal de comprensión? Más adelante retomaré esta inquietud.

De igual forma, otra tendencia interesante a partir de inicios del siglo XXI ha sido la de las grandes obras colectivas y de síntesis, bajo la dirección de connotados historiadores o grandes sellos editoriales; en las que, a partir de un punto de encuentro y metodologías diversas, varias miradas –en ocasiones multidisciplinarias— en torno al cuerpo se suman y conjugan para ofrecer una mirada global y contextual (véase por ejemplo: Hillman y Maude, 2015; Bynum y Kaloff, 2014; Toulalan y Fisher, 2013; Rubial y Bieñko, 2011; Pitts-Taylor, 2008; y Marzano, 2007). Citando nuevamente a Outram (1993), vemos que el “cuerpo”, como nunca antes, emerge como un tema en boga; y, por lo mismo, trazar las constelaciones a las que está sujeto se convierte en un camino arduo. Obras como la de Toulalan y Fisher (2013) tienen como fin explícito trabajar una misma dimensión de lo corporal en distintos períodos históricos. En compilaciones como la de Rubial y Bieñko (2011) se nota un esfuerzo por evitar cierta dispersión temática y/o metodológica, común a muchos de estos trabajos. En obras como la de Bynum y Kaloff (2014) el trabajo editorial de los textos que conforman los volúmenes no es muy claro, salvo por el hecho de hacer del cuerpo su objeto de estudio y pretender agrupar en un mismo volumen o colección panoramas generales en torno a un tema o un período; o bien, ofrecerse como obras de consulta y referencia. Además de que son necesarias y útiles, también materializan la idea del cuerpo como un objeto poliédrico y la tarea de su escritura histórica, como la hidra de muchas cabezas.

Vinculados a giros recientes —y coetáneos al del mismo cuerpo—, como el llamado “giro espacial” y el “giro afectivo”[5], encontramos asimismo investigaciones en ese tenor (por ejemplo, el texto que compilan Boito y Grosso, 2010). La particularidad de estas ha sido la de pretender subrayar el carácter “vivo” y dinámico del cuerpo y la corporalidad en diferentes contextos históricos. En este registro vemos cómo aparecen, por un lado, trabajos vinculados al tema del cuerpo, el espacio y el movimiento (Fuentes, 2016). En estos resalta el papel del cuerpo y la experiencia corporal como un archivo complementario para el historiador. Lo que historiadoras como Fuentes (2016) llaman una “perspectiva sensorial”, se ha centrado en el posible desplazamiento urbano del cuerpo y lo que ese cuerpo pudo haber experimentado.

Por otro lado, en décadas recientes se constata un importante auge en obras que versan sobre el cuerpo en la historia de los deportes y la educación física. Estas temáticas han ofrecido una veta sugerente para adentrarse al tema de las disciplinas/tecnologías corporales (tema grandemente explorado a raíz de los trabajos de Foucault), el yo (y su fabricación) y cómo son significadas las prácticas corporales. En el caso de la historia de los deportes, se ha subrayado cómo con el surgimiento del deporte moderno se inventan espacios de práctica corporal y nuevas cualidades de los cuerpos (por mencionar dos ejemplos: Vebrugge, 2017 y Gleyse, 2010).

Por último, las investigaciones a propósito del cuerpo, las sensibilidades y emociones han experimentado de igual forma un auge significativo. Este último campo ha probado estar fuertemente en auge, en razón de tendencias temáticas dentro de las disciplinas humanas y sociales, el contexto presente que enfatiza la importancia del papel de las emociones socialmente, y evidentemente el carácter físico e histórico del cuerpo mismo, que lo vuelve el vector privilegiado para el estudio de las emociones al ser el lugar donde éstas se manifiestan e interpretan (Boito y Grosso, 2010; Boquet y Nagy, 2015; Corbin, Courtine y Vigarello, 2016). De tal suerte que, en mi opinión, en lugar de hablar de una perspectiva emocional, afectiva o sensible para mirar al pasado, podamos hablar más bien de una perspectiva corpo-afectiva, en cuanto que no puede prescindirse de pensar el cuerpo para hablar de las emociones.

 

II. Reflexiones teórico-metodológicas

Con la descripción de las líneas temáticas se suma la observación de las reflexiones teórico-metodológicas presentes o ausentes, pero siempre implícitas. Retomaré ciertos aspectos que me interesa subrayar. Una de las tensiones constantes al historiar el cuerpo tiene que ver con el tipo de preguntas que este objeto abre: ¿cómo definir el cuerpo en las investigaciones históricas?, ¿cuáles son las particularidades de estudiar el cuerpo históricamente?, ¿cómo definir el cuerpo teóricamente?, ¿es necesario hacerlo en las investigaciones que lo hacen su objeto de estudio?, ¿en qué sentido el cuerpo –como objeto de estudio— necesita ser aprehendido de manera diferente por el historiador?

De entrada, observamos que el concepto de cuerpo representa a la vez un indicador (por tratarse de una densidad biológica compartida por los seres humanos a través del tiempo) y un obstáculo en este tipo de estudios (ya que cada época histórica y registro discursivo asignan un significado, características y atribuciones diferentes a la palabra/noción cuerpo). En algunos casos estos significados no tienen forzosamente que ver con este cuerpo “propio”, biológico y somático del ser humano. Georges Vigarello (2006), en ese sentido, señalaba que nuestro porte, nuestras maneras de movernos, de pararnos, de expresarnos, de comportarnos son dependientes, en gran medida, de ese cuerpo representado, “mentalizado”, construido culturalmente, el cual imaginamos como una invariante antropológica absoluta de todo ser humano. No obstante, a pesar de que el cuerpo es el lugar de las paradojas –por la alteridad que puede llegar a representar– y de significaciones históricas cambiantes, se subraya asimismo el hecho de que no existe otra manera de pensar la corporalidad de los otros más que desde el sitio de la propia experiencia corporal (Courtine, Corbin y Vigarello, 2001). Como lo señalaba Duden (1992), existe hasta cierto punto una imposibilidad para pensar la corporalidad pasada desde un lugar que no sea el nuestro (p. 471).

En ese sentido, hago eco de una afirmación que hace el filósofo e historiador Bernard Andrieu (2006): no es suficiente describir al cuerpo para aprehenderlo, así como tampoco es suficiente estudiarlo en aras de lograr describirlo. Para Andrieu mantener una brecha entre describir, estudiar, aprehender –y ser consciente de ésta– es esencial para evitar la acumulación de datos o teorías abstractas sin metodología, problemática y rumbo con las que investigar sobre el cuerpo. Para investigadores como Corbin, Courtine y Vigarello (2001), incluso, la pregunta por el cuerpo debe ser siempre radical: estudiar el cuerpo implica “considerar, en definitiva, que existen unos recursos de sentido allí donde no parecían existir.” (p.19)

Para el sociólogo David Le Breton (2002) uno de los pasos esenciales al momento de aproximarse al estudio del cuerpo radica en establecer una definición del cuerpo que estudia –en su caso la sociología o la teoría social (un cuerpo bien diferente a aquél que observa el médico o el biólogo). Es decir, es importante precisar de qué objeto “cuerpo” estamos hablando. La tarea del investigador en ese sentido consiste en identificar la “naturaleza del cuerpo en el que piensa interrogar las lógicas sociales y culturales de que este es objeto” (p. 34). Le Breton objeta que las investigaciones han privilegiado lo que el cuerpo pone en juego, empero, el referente “cuerpo”, en muchos casos (y como también notaba Outram), no plantea interrogantes o mayores reflexiones.

¿Por qué podría ser importante definir el cuerpo (en las investigaciones), si en teoría todos poseemos uno? Desde la óptica de Le Breton y otros investigadores, la precisión conceptual (si es que esta es posible) facilitaría y sistematizaría los estudios en torno al cuerpo. Además, la importancia de los conceptos radica en que son términos que en las ciencias sociales y en las humanidades se vuelven indispensables para la autodescripción de la estructura social, para enmarcar los objetos de estudio (señalar distinciones) y facilitar la socialización de las investigaciones (guiar al lector en su lectura y hacerlo ver lo que nosotros queremos que vea) (Mendiola y Torres, pp. 9-14).

El reto no es menor en el caso del “cuerpo”: ¿cómo hacerlo? En ese sentido, ¿para aproximarme al estudio del cuerpo (para hacer la historia del cuerpo) basta únicamente con que yo planteé esta intención (mencione la palabra o el concepto sin jamás precisarlo) o, por el contrario, el estudio del cuerpo exige del investigador esta precisión conceptual?

En contraposición al argumento anterior, el sociólogo Bruno Latour (2004) replica que:

El cuerpo no es una residencia provisional de algo superior –un alma inmortal, el pensamiento universal– sino lo que deja una trayectoria dinámica mediante la cual aprendemos a registrar y a hacernos sensibles a aquello de lo que está hecho el mundo. […] Esa es la gran virtud de esta definición: no tiene sentido definir el cuerpo directamente, sino sólo sensibilizarlo a lo que son estos otros elementos. Al concentrarse en el cuerpo, se le dirige a uno inmediatamente (o mediatamente, mejor dicho) a aquello de lo que del cuerpo se ha hecho consciente. […] “nuestro cuerpo es la instancia palmar de lo ambiguo” (p. 206).

 

Para aproximarse a esta cuestión, Latour sugiere teorizar no el cuerpo en sí, sino el “modo de hablar sobre el cuerpo” (“body talk”), es decir, las muchas maneras en las que el cuerpo participa en distintas discusiones; prestando atención a las condiciones que permiten movilizar el cuerpo en nuestros estudios. Si bien la anotación de Latour va dirigida hacia otro campo, su señalamiento es importante para pensar la historia del cuerpo y la disciplina histórica misma. En el caso del cuerpo los problemas de su conceptualización y su estudio se mezclan irremediablemente con aquéllos de su puesta en narrativa (es decir, la socialización escrita de la investigación). La escritura también lo aprehende.

Abonando a lo anterior, Andrieu (2006) sostiene en ese mismo tenor que es necesario tratar de pensar el modo en el que el saber sobre el cuerpo se constituyó. Desde este planteamiento podríamos lanzar la siguiente pregunta: ¿cómo nuestro conocimiento (historiográfico) del cuerpo se vuelve posible? Andrieu señala que es preponderante pensar cuál es el concepto de cuerpo trabajado por cada especialidad. Para ello es importante conocer la gramática específica de cada disciplina y mostrar cómo el cuerpo es fabricado como tema de investigación. Escribir al cuerpo, en sus palabras, consiste en preguntarse constantemente: ¿por dónde abordar al cuerpo?, ¿cómo abordar al cuerpo?, ¿cómo describir al cuerpo?, ¿quién habla por el cuerpo?, ¿qué queremos que nos diga el cuerpo?, ¿qué queremos instituir a través de éste?

Ciertamente, no es posible esbozar una ruta que resuelva todos los problemas de análisis en torno al cuerpo como objeto de estudio de la historia. Cada temática plantea sus propias problemáticas y exige los modos de abordarlas. Personalmente no tengo una respuesta definitiva, sin embargo, me quedo con el siguiente planteamiento del texto de Le Breton, La sociología del cuerpo (2002). Ahí, el sociólogo señala que el cuerpo es una dirección de investigación, no una realidad en sí. Pregunto y dejo la interrogante abierta: ¿podría ese señalamiento ser una definición misma del objeto cuerpo para la historia y  las ciencias sociales?

 

III. Georges Vigarello y la historia del cuerpo: estrategias de investigación

 

Para matizar o pensar aún más las preguntas anteriores, conviene encarnarlas en un historiador: Georges Vigarello (1941- ). Vigarello es reconocido como uno de los colaboradores más importantes en el estudio del cuerpo históricamente. Se diplomó originalmente en educación física, y luego realizó estudios en filosofía e historia. Actualmente es director honorario de estudios en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS, París), codirector del Centro de estudios transdisciplinarios Edgar Morin y miembro del Instituto Universitario de Francia, entre otros. Durante un largo tiempo Vigarello dirigió un seminario dedicado la historia del cuerpo y las prácticas corporales en la EHESS (París) ¿Puede este caso servir de generalización? O bien, ¿servir para apuntalar mejor lo anotado en el inciso anterior? En este apartado me interesa observar particularmente las “estrategias de investigación” que este historiador del cuerpo ha desarrollado en la múltiple bibliografía que, directa o indirectamente, ha consagrado al tema del cuerpo. Por “estrategia de investigación” entiendo las premisas, las teorías, los métodos, los conceptos, etcétera, que hacen inteligible el objeto de estudio del historiador (en este caso el cuerpo), al tiempo que posibilitan el análisis, la explicación y la comprensión de un tema. Es decir, por “estrategia de investigación” se pueden entender también todas aquellas herramientas que ayudan al historiador a posicionarse frente a un objeto de estudio y dar cuenta del mismo (sin que esto suponga un control total, solo un modo de afrontar situaciones de investigación).  En el caso de los libros de historia me interesa pensar: ¿cuáles son los presupuestos que flotan al interior y alrededor del texto? Y, sobre todo: ¿cuáles son las estrategias de investigación que se están utilizando para aprehender el cuerpo en la historia?

            ¿Por qué Georges Vigarello? Además de la notoriedad que este historiador ha adquirido en este campo, que lo vuelve una elección válida, me interesa analizar su caso por dos razones: a) en primer lugar, por el hecho de que muchas de sus obras han contribuido a moldear el panorama, las herramientas y los métodos de la historia del cuerpo; b) en segundo lugar, porque es un historiador que ha trabajado el cuerpo desde los inicios del llamado “giro corporal” y que continúa hasta la fecha ocupándose de éste. Lo anterior permite observar cómo este investigador y sus trabajos “dislocan” al objeto; cómo cambia su mirada, sus intereses, sus temas, sus preguntas y sus estrategias. En ese sentido, y a modo de breve presentación, Vigarello ha realizado importantes investigaciones en torno a la evolución de las prácticas y representaciones del cuerpo a lo largo de la historia y mediante distintos temas como la belleza, la salud, el deporte, la pedagogía, la obesidad, entre otros.[6]

El estudio del cuerpo es importante para este historiador puesto que “es el primer espacio donde se imponen los límites sociales y psicológicos” que moldean las conductas de los hombres; “es el emblema donde la cultura inscribe sus signos como si fueran blasones” (2005a, p. 9). De ahí que muchas de sus investigaciones están guiadas por el interés de mostrar un cuerpo que se construye social y culturalmente. En sus primeros trabajos Vigarello (1991) hace patente el hecho de que la manera de relacionarnos con nuestro cuerpo, de experimentarlo, forma parte de lo que Norbert Elias llamó el “proceso de civilización”. A grandes rasgos, puede decirse que las historias del cuerpo de Vigarello constituyen (por lo menos las de las décadas de 1980 y 1990) la exposición de un lento proceso de conquista de una subjetividad corporal. Por ende, una de sus pretensiones al hacer la historia del cuerpo (cierta historia del cuerpo) es, hasta cierto punto, dar cuenta de esa sensibilidad perdida.

Según lo apuntaba en 1992, el objeto “cuerpo” no constituye un campo, ni pertenece a ningún dominio conceptual homogéneo. Más bien es un objeto que brinda la posibilidad de mirar con profundidad trazos, indicios y representaciones a lo largo del tiempo. ¿En qué sentido? Para Vigarello la observación en torno al cuerpo puede sugerir nuevos inventarios e interpretaciones del pasado, dar vida a documentos olvidados u otorgar unidad a materiales inconexos. El cuerpo como objeto de estudio representa un corpus de vestigios con los que hacer historia, al tiempo que multiplica las informaciones sobre la sensibilidad de una época, un contexto o una cultura (1992, p. 5).

Lo anterior quizá explique por qué el concepto de cuerpo es poco reflexionado en sus libros (mas no en las entrevistas que se le han realizado).[7] Para Vigarello (2020), el cuerpo es un concepto plural y hasta cierto punto ficcional. De ahí que, en lugar de ahondar en torno a éste como paso obligado metodológicamente, propone el trabajo en torno a los puntos de unificación del cuerpo o lo que también ha llamado como “esquema corporal”. Es decir, trabajar en torno a cómo el cuerpo –como idea, concepto, realidad y noción–ha aparecido unificado a lo largo del tiempo (bajo qué discursos, qué prácticas, etc.).

Pensando sobre sus propias investigaciones, Vigarello indica que son tres las preocupaciones dominantes que atraviesan su obra: A) la atención a los cambios en los umbrales de la sensibilidad a lo largo del tiempo. Este interés se observa en obras como: Corregir el cuerpo (1976), Lo limpio y lo sucio (1985), Historia de la violación (1998) y sus múltiples trabajos sobre el fenómeno y la práctica deportiva. B) Los desplazamientos en las representaciones e imágenes del cuerpo, que pueden constatarse en textos como: Historia de la belleza: el cuerpo y el arte de embellecerse (2005b), La metamorfosis de la grasa: historia de la obesidad (2013) y El sentimiento de sí: historia de la percepción del cuerpo (2016), entre otros. C) Los cambios en las economías, dispositivos, espacios y técnicas que rodean al cuerpo. Cabe señalar que por lo general sus historias privilegian una temporalidad extensa (como si el cuerpo, pero, más que el cuerpo, la sensibilidad perdida, las representaciones e imágenes, los dispositivos y técnicas sólo pudieran aparecer de ese modo).

Algo característico del estilo de Vigarello es que por lo general analiza las representaciones y prácticas que dan forma al cuerpo presentes en discursos que no tienen como objetivo aparente proporcionar un saber sobre el cuerpo (en este aspecto podemos apreciar la idea de cómo es el historiador del cuerpo quien construye un corpus para el cuerpo), pero que de manera directa o indirecta lo constriñe, le da forma, lo dota de una imagen. Al final, lo que se observa es que estos discursos, puestos o no en relación unos con otros, tienen mucho más que ver con la manera en la que el cuerpo se piensa y representa históricamente de lo que se cree en un primer momento. Desde la perspectiva de Vigarello, estos discursos se vinculan al cuerpo porque son portadores de preceptos que le dan forma, lo cuadriculan y lo someten a normas. Hay que aproximarse al cuerpo identificando un sistema de discursos, prácticas, relaciones, técnicas, etc., que permitan otorgarle carne, materia o cuerpo, al cuerpo.

De igual forma, es interesante notar cómo Vigarello señala que las prescriptivas que rigen las corporalidades siempre son “razonadas” según la época. En todos los casos se trata de códigos pensados y legitimados, a pesar de que, hoy en día, muchos de ellos, casi no tendrían sentido. Lo anterior nos permite observar cómo el objetivo en estas historias no es el de señalar únicamente rupturas, sino entender los procesos en su dinamismo. Para Vigarello un aspecto importante es la distancia que hay entre las distintas imágenes que proponen un saber sobre el cuerpo y que ofrecen un indicio para trazar lo nuevo. Es por ello que insiste en que las corporalidades nunca adoptan ninguna de las prácticas o normas “pasivamente”. Por ende, uno de los retos al momento de hacer esta historia es el de observar lo anterior en el marco de las cambiantes imágenes del cuerpo y los “gestos” que lo ciñen y se desplazan.

En décadas recientes los temas trabajados por Vigarello se han insertado en lo que podríamos llamar el ámbito del registro de las sensaciones o percepciones corporales y sensibilidades del cuerpo, según lo testimonian trabajos como los antes mencionados: El sentimiento de sí y los tres volúmenes dedicados al tema de la historia de las emociones, Histoire des émotions (2016, 2017), que dirige nuevamente junto con Corbin y Courtine. Temática que en apariencia podría parecer lejana a su interés en torno al cuerpo. La historia de las emociones, no obstante, se presenta aquí como aquélla de la lenta construcción del espacio psíquico en la conciencia occidental; en donde el cuerpo se ofrece como signo, indicio y reflejo de lo anterior (pp. 5-10). A ese respecto, Vigarello (2020) comenta que con el cuerpo un tema siempre abre otro tema: ciertos aspectos y debates toman fuerza en el presente, y llevan al historiador a interrogarlos históricamente. De ahí que ningún tema este realmente alejado uno del otro.

Ahora bien: ¿qué podemos decir de las múltiples estrategias que este historiador del cuerpo ensaya en sus obras? En primer lugar, vemos que la observación de su propio presente no deja de estar ausente en sus investigaciones. Esta reflexión sobre el tiempo propio le permite catapultar el tipo de historia que quiere contar y vindica la importancia del estudio del cuerpo. En la mayoría de sus textos el estudio del cuerpo se justifica en el sentido en el que éste siempre nos muestra otra cosa. En definitiva, no se trata del estudio del cuerpo por el cuerpo. Se trata de una cuadratura particular para observarlo, misma que él construye como una bisagra para mirar cambios culturales y sociales más amplios. Es posible afirmar que el trabajo de Vigarello al abordar estos cambios culturales desde la perspectiva de lo corporal son equiparables al fenómeno acústico; al rebotar en una superficie regresan a nosotros para devolvernos en última instancia una cierta imagen del cuerpo y la corporalidad. Parcial sí, pero imagen al fin.

En lo que concierne al análisis de las representaciones corporales, Vigarello es atento a las diferentes imágenes, discursos y miradas colindantes y divergentes que inciden en los modos de pensar la corporalidad y el cuerpo: “en la medida en la que la palabra, y no el cuerpo, es la que resulta indispensable al sujeto para captar lo que, dentro de él, se halla más profundamente escondido” (2005a, p. 237). Dos preguntas atraviesan por lo regular el análisis: ¿cómo se representa el cuerpo? Y, ¿qué mecanismos ponen en acción esas representaciones? Para él es importante tener en cuenta las exigencias propias de los diferentes discursos de cada época, las ideologías vigentes en ellos, y las metáforas utilizadas a lo largo del tiempo.

En el caso de los discursos Vigarello se interroga: ¿de qué nos dan cuenta éstos y cómo cambia la exigencia a la que llaman? Para él la historia del cuerpo sostenida en distintos discursos históricos debe ilustrar cómo se van añadiendo exigencias nuevas (hasta volverse más complejas), en qué lugar se manifiestan y cómo éstas se van transformado (2020). Vigarello es sensible del mismo modo a las técnicas corporales que produce cada discurso y que se encarnan en determinadas prácticas y/u objetos. El estudio de éstos puede servir para medir la efectividad de los saberes y su incidencia en el cuerpo; también para observar la vigencia, el poder y los efectos de unos discursos sobre otros. Aquí importa el modo en el que las prácticas se difunden y generalizan, así como su institucionalización y lo que esta implica.

Una cuestión sugerente que se desprende del estudio de las representaciones y prácticas corporales es la importancia que Vigarello otorga a la noción de gesto como herramienta conceptual y metodológica en el análisis del cuerpo. Importa dar cuenta del “gesto” que se ciñe sobre el cuerpo (y que lo ciñe). Según se aprecia, Vigarello privilegia principalmente dos aspectos de los discursos que analiza: por un lado, es atento a las posibles continuidades en el gesto o las preocupaciones en torno al cuerpo; y, por otro lado, también observa el cambio, la diferencia en el gesto o las inquietudes renovadas o inéditas en torno al cuerpo. Pero ¿qué es este gesto para él?, ¿cómo lo entiende?, ¿puede servirnos a nosotros para estudiar el cuerpo desde otro ámbito? En ese punto Vigarello es poco explícito. Salvo tal vez cuando señala, en Lo limpio y lo sucio (1991), que el gesto (en ese caso de limpieza), se encuentra conformado por discursos, saberes y prácticas. Podríamos pensar de ese modo que el gesto designa una actitud, una mirada compartida, una técnica aprendida y legitimada por un saber. El gesto que se posa sobre el cuerpo revela para Vigarello toda una concepción del funcionamiento del mismo cuerpo. Pone en evidencia el conjunto de modelos que regulan los “comportamientos” corporales de los sujetos, su perfectibilidad y sus recursos. Aquí nuevamente podemos ver cómo en sus obras en el fondo lo que observa es el gesto de aseo corporal, el gesto corrector del cuerpo, los gestos de violencia sexual hacia el cuerpo, etc. 

Además de la noción o idea de gesto como los “lentes” para observar algo del cuerpo y la corporalidad (y por ende al cuerpo mismo, el cual es siempre un cuerpo fragmentado), en otras de sus obras aparece también la noción de “arte” para aproximarse al estudio del cuerpo. Esta palabra, que aparece sobre todo en su obra Historia de la belleza, implica un desplazamiento o un replanteamiento con respecto a las estrategias que aparecen en sus primeros trabajos. ¿Qué supone lo anterior? Esta sugerencia en el título, ¿es algo azaroso?, ¿o por el contrario nos habla de una estrategia concisa para pensar otros aspectos de cómo puede estudiarse al cuerpo?

Esta noción le permite a Vigarello trazar una historia de la valorización de las apariencias físicas y sus signos expresivos, pero también le permite trazar una historia de los medios de embellecimiento que dan a los sentidos, a los gestos y a los imaginarios corporales movilidad y elasticidad (Baboulene, 2004). Pensando la acción de embellecer el cuerpo cómo un “arte”, Vigarello (2005b) subraya como la apariencia corporal es algo que progresivamente se va pensando como capaz de reconstruirse, modificarse e inventarse, mediante artificios y cuidados. Esta historia de la belleza corporal se encarna y canaliza nuestra mirada en dirección a la noción de “inventar”. En sus palabras: “inventar” significa aquí “reorganizar”, “rediseñar” (p. 12). De modo que esta historia de la belleza es una historia de cómo lo bello se inventa, se reorganiza, se rediseña a través del tiempo, o en una periodicidad concreta, movido por cambios culturales y sociales.

Lo anterior es significativo, pues Vigarello justifica que, a diferencia de otros trabajos sobre la materia, el suyo es una historia de la belleza corporal: “expresada por los actores, observada por ellos, sus normas, sus perfiles, y también la de los medios de embellecimiento o de conservación de la belleza, los que dan sentido al cuidado, a los ungüentos, a los afeites, a los secretos” (p.10), etc. Agrupar estos discursos mediante la noción de “arte” e “invención” le permite asir esta exigencia particular que se instala en la historia del cuerpo a finales del siglo XX: la de privilegiar la experiencia de los cuerpos. Por ende, le posibilita hasta cierto punto restituir esta exigencia de hacer una historia del cuerpo particularizada, matizada y diferenciada según los cuerpos y no sólo un cuerpo.

Esta exigencia de restituir este “nivel” también se encuentra presente en El sentimiento de sí (2016). En este texto, Vigarello observa cómo el presente demanda más que nunca una arqueología de los efectos corporales. En su diagnóstico subraya cómo paulatinamente se ha instalado en nuestras sociedades occidentales una nueva exigencia: la toma de conciencia de sí centrada en el cuerpo. El cuerpo es más que nunca el espacio para la lectura de sí. Hoy, al parecer, a través de un trabajo atento de escucha de los índices corporales y de re-sentir la sensaciones corporales se accede a una lectura profunda del “yo”.[8] Para Vigarello esta exigencia (y sus implicaciones) constituye una total ruptura con el pasado, antaño la “percepción interna” se concibe en completa independencia de lo orgánico (2016, pp. 7-8). Este texto en particular testimonia los cambios temáticos en las historias académicas de los cuerpos: de las representaciones del cuerpo al cuerpo que se siente.

Así, las nociones de “gesto”, “arte” e “invención” se vuelven la punta de lanza del historiador que va en pos del cuerpo. No es el cuerpo lo que mira (¿cuándo, alguna vez, se mira?), son los “gestos” que lo encarnan (el gesto de aseo, el gesto de corrección, el gesto disciplinar), el “arte” que lo moviliza (el arte de embellecerse, el arte de la silueta) y las “invenciones” que instalan, de repente, en las corporalidades (la invención de la grasa corporal, la invención del yo).

Con respecto a la puesta en narrativa de sus investigaciones, Vigarello ha confesado que la escritura es igual de importante que las fuentes trabajadas. Según apunta en una entrevista (2020): el historiador batalla por “hacer ver”, por transparentar una representación corporal, por evidenciar un corpus para el cuerpo, por unir tiempos y plasmar en ocasiones anécdotas o ejemplos que concentren bien la pulsión de lo que uno quiere decir. Agrega que lo que busca idealmente es que el lector se sienta interpelado en su experiencia corporal, en su sensibilidad física; al tiempo que encuentre un texto fluido, claro, fácil de leer, ligado a los flujos del cuerpo. Lo anterior exige –a modo de estrategia— gran precisión en el vocabulario, conceptos y argumentos implementados para encarnar al cuerpo en la grafía. El cuerpo y sus experiencias existen de otro modo en la escritura del historiador. Y eso es ya un trabajo sobre nuestro propio cuerpo.

 

A modo de conclusión

 

En estos años de eclosión “corporal” el cuerpo indiscutiblemente ha ganado un lugar dentro del panorama académico; su estudio, como se ha constatado en lo expuesto inicialmente, insta a exigencias particulares y abre múltiples preguntas. En mi perspectiva hay dos requerimientos que se imponen en las investigaciones históricas de los últimos años, a saber: a) hacer aparecer la “experiencia” del cuerpo (exigencia que comparten otras tendencias temáticas) y b) traer a escena efectivamente al cuerpo en las investigaciones que lo hacen su objeto de estudio o que adoptan esta perspectiva de análisis. Este último punto, a mi parecer, me parece el más apremiante. En ello recae la posibilidad de que la historia del cuerpo vuelva a ser una historia con objeto.

Para pensar lo anterior –y sin que parezca “receta de cocina” – vinculo lo expuesto en los dos primeros incisos con la historia del cuerpo desarrollada por Vigarello. En su obra, vemos esta transformación –compartida en otros trabajos sobre el tema–del cuerpo que se representa, al cuerpo que se siente. ¿Cómo hacer aparecer la “experiencia” del cuerpo (exigencia de las últimas décadas)? Recapitulando, observamos cómo Vigarello señala que el objeto cuerpo moviliza él mismo los métodos para estudiarlo. ¿Cómo es esto? Por ejemplo, una primera estrategia consistiría en interesarse en lo que nos da cuerpo: en los discursos, en la manera en la que hablamos del cuerpo y su funcionamiento, de su apariencia, de su valor en determinados momentos, así como en pensar en las metáforas que lo ciñen; y en las palabras, las frases, las oraciones que lo piensan. Otra segunda estrategia sería pensar en lo que hace el cuerpo (en lo que hacemos con el cuerpo), en su irrupción, en su ruido, en su movimiento, etc.; es decir, en las prácticas y técnicas corporales. Para Vigarello, las representaciones del cuerpo tienen consecuencias prácticas en las lógicas de acción corporal cotidianas y por esa razón es fundamental considerar esta dimensión. Estas estrategias permiten, hasta cierto punto, hacer frente al problema sobre cómo integrar la dimensión sensible y experiencial, así como hacer frente a la exigencia sobre cómo definir conceptualmente al cuerpo en las investigaciones.

¿Cómo traer a escena al cuerpo en la historia del cuerpo? Vigarello dice que hacer historia del cuerpo implicaría volver presente a este objeto y sus representaciones en las distintas investigaciones que emprendemos. ¿Qué significa esto? En el centro del problema un tema debe dominar: observar la manera en la que el cuerpo ha sido representado y la manera en la que esta representación incide en las prácticas. El reto es introducir el cuerpo en el corazón del problema histórico. No obstante, Vigarello (2020) observa que esta exigencia no es indispensable. Ésta no compromete la calidad del proyecto, ni lo vuelve superior o inferior. Empero, si no es contemplada, la investigación no revelaría entonces aquello que constituye la historia del cuerpo. Aquí conviene nuevamente insistir: ¿qué se encuentra, entonces, en el corazón del dispositivo corporal? Para construir una historia del cuerpo Vigarello indica que debemos, por un lado, privilegiar al cuerpo como objeto central y, por otro lado, considerarlo en una perspectiva histórica. Es decir, se trata de concebir el cuerpo tal y como fue percibido en un determinado período histórico, tomando en consideración la heterogeneidad documental y conceptual que atraviesa al objeto mismo. ¿Es éste el reto que debe seguir asumiendo la historia del cuerpo para no caer en la dispersión?, ¿es ése el reto que debe asumirse –y que no siempre se hace— para que la historia del cuerpo vuelva a tener un objeto: el cuerpo? Toca al investigador interesado juzgar.

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[1] Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, ggalantames@gmail.com     

[2] El surgimiento del cuerpo como objeto de estudio de la disciplina histórica debe entenderse como parte de un momento historiográfico más amplio ubicado particularmente dentro del contexto de la llamada nouvelle histoire, vinculada a la historia de las mentalidades y estructurada alrededor de la revista Annales. La llamada nouvelle histoire pretendió, en su momento, promover un nuevo tipo de historia enfocada en pensar nuevos problemas, enfoques y temas (entre ellos el tema del cuerpo). Este momento historiográfico se visibilizó con la publicación de dos volúmenes: el primero de ellos titulado Hacer la historia, publicado en 1974 bajo la dirección de Jacques Le Goff y Pierre Nora; el segundo, titulado La nueva historia, publicado en 1978 bajo la dirección de Jacques Le Goff, Jacques Revel y Roger Chartier. En éstos se invoca, entre otras cosas, al “desmenuzamiento” de los objetos de estudio de la historia, se reconoce a la antropología como influencia teórica principal, y se invita a que el historiador reflexione sobre sus procedimientos metodológicos y sus recursos disciplinares de escritura (Dosse, 2006, p. 159-201).

[3] Un signo evidente del éxito del interés por el cuerpo lo constituyen los tomos Historia del Cuerpo Humano, coordinados por los historiadores Alain Corbin, Jean-Jacques Courtine y Georges Vigarello, publicados en 2001 en español por la editorial Taurus. Esta obra es, hasta cierto punto, la primera en su rubro temático. Precedida tan sólo por los tomos que publicaron en 1990, Michel Feher, Nadia Tazi y Ramona Nadal, Fragmentos para una historia del cuerpo humano. Estos tomos, compuestos de diversos ensayos —autoría de distintos especialistas—, constituyen una especie de momento síntesis de estos múltiples enfoques y estudios en torno al cuerpo.

[4] La proliferación de estudios sobre el cuerpo a inicios del siglo XXI tiene que ver, en la opinión de Ruberg (2020), por un lado, con un cambio en la percepción del cuerpo moderno. De un cuerpo disciplinado y rígido, se pasa a la idea de un cuerpo flexible y fluido, cuya identidad se adapta en todo momento. Por otro lado, está la importancia que adquieren las críticas feministas y el crecimiento de los estudios de género.

[5] Si los “giros” fueran así de fáciles de definir, diríamos que el “spatial turn” no es otra cosa que la reintroducción del espacio como perspectiva de análisis en las humanidades. Esta reintroducción significa una mayor problematización en torno a la perspectiva espacial y un mayor trabajo con esta categoría. La introducción del espacio, en palabras de Giacomo Marramao (2015), es una “vía privilegiada para analizar las dinámicas paradójicas que tiene la actual globalización en relación con el problema de la identidad y de la diferencia.” (p.123) Lo mismo podemos decir para el caso del “giro afectivo”, a saber: hacer de las emociones y los afectos objetos de estudio de las ciencias sociales y las humanidades. Su premisa es la de observar cómo los fenómenos sociales adquieren nuevas interpretaciones a la luz de estas perspectivas de estudio. (Maíz, 2020, pp.11-14).

[6] Algunas de sus obras son: Histoire de la fatigue du Moyen Age à nos jours (2020); Le sentiment de soi: histoire d´une decouverte (2014); La silhouette du XVIII à nos jours (2012); Les métamorphoses du gras (2010); Du jeu ancien au show sportif. La naissance d´une mythe (2002); Histoire de la beauté: le corps et l´art d´embellir (2004);  Histoire du viol: XVIe-XXe siècle (1998); Le prope et le sale: l´hygiène du corps depuis le Moyen Age (1985); Le corps redressé (1978).

[7] Esto se explica en parte por el carácter reflexivo de las entrevistas, en donde se le exige al historiador una mirada de segundo orden sobre su propio trabajo. Asimismo, la necesidad de definir al cuerpo como concepto o categoría de análisis dentro de las investigaciones ha sido una exigencia que se ha sumado paulatinamente a los trabajos en torno al cuerpo en los últimos años.

[8] Vigarello (2016) argumenta que esta “obligación” de una escucha atenta del cuerpo no aparece de la nada en nuestro tiempo. Las certezas sobre las que se basa esta auto-observación corporal no emergieron bruscamente: éstas poseen un pasado. Una indagación histórica que se interrogue por las condiciones de posibilidad de lo anterior muestra como la “experiencia” y la “sensación” corporal, lejos de ser una simple conciencia pura del cuerpo, son dimensiones que se han labrado, complejizado y enriquecido progresivamente a través del tiempo. (pp. 9-12).