Francisco
Raúl Vargas Basurto y su libro Forjando una doctrina. (La
Escuela Médico Militar)
Francisco Raúl Vargas Basurto
and his Book Forging a Doctrine. (Military Medical School)
María Eugenia Arias[1]
Resumen:
El
objetivo de este estudio es presentar la semblanza y el contexto histórico del
médico militar e historiador Francisco Raúl Vargas Basurto; asimismo, realizar un análisis del libro
que escribió para dar a conocer sus características historiográficas. Además de plantear
cuál fue el alcance e impacto, incluiré una selección del contenido y una
reflexión final donde expondré las aportaciones más importantes de la obra.
Palabras
clave: Historia; historiografía;
análisis; fuente histórica; historiador médico militar; instituciones; Escuela
Médico Militar.
Abstract:
The objective of this study is to present the
semblance and historical context of the military doctor and historian Francisco
Raúl Vargas Basurto; also, to carry out an analysis
of the book he wrote to publicize its historiographical characteristics. In addition
to raising what the scope and impact were I will
include a selection of the content and a final reflection where I will expose
the most important contributions of the work.
Key words: History; Historiography; Analysis;
Historical Source; Military Medical Historian; Institutions; Military Medical
School.
Recibido: 20-04-2021
Aceptado: 30-03-2022
Introducción
El libro que nos ocupa Forjando
una doctrina […] (Vargas, 1945) llamó
mi atención por su atractivo título desde que lo vi citado en algunos textos de
historiadores médicos militares. Luego de leerlo, despertó el interés de
examinarlo a partir de una mirada historiográfica y, en el ejercicio, comprendí
la razón de ser de su denominación: el gerundio de la palabra “forjar” implica
una continuidad en la intención e inquietud principales de su autor, y el crear
a modo de “doctrina” un conjunto estructurado de enseñanzas e ideas en la mente
de los lectores.
Es una fuente
histórica valiosa porque permite conocer en parte la historia de la
Escuela Médico Militar y la de quien la escribió, ya que Francisco Raúl Vargas Basurto realizó sus estudios
profesionales en este plantel escolar, que luego completó en el hospital
militar. De ella emanan el espíritu de cuerpo, el sentido de pertenencia
e identidad que caracterizan al gremio de los que, como aquél, se formaron en
distintos momentos dentro de ambas instituciones; rasgos que con el tiempo se
fortalecieron mediante ceremonias, actos conmemorativos de fechas y hechos
fundacionales, homenajes a maestros, distinción de generaciones de la Escuela, entre
otros, que constituyeron —una tradición histórica—, y en los que
el autor tuvo una significativa presencia al participar en ellos como orador durante
varios años. Vargas Basurto después se dio a la tarea de compilar sus discursos
en el libro que aquí analizo, del cual fluyen relatos, testimonios,
reconocimientos, recuerdos, anhelos, siendo uno de los ideales del escritor, el
más sugerente en mi opinión: la búsqueda de un mejoramiento científico,
personal y colectivo de sus colegas.
El objetivo de este estudio es presentar la semblanza y
el contexto histórico de Francisco Raúl Vargas Basurto; asimismo, realizar un
análisis historiográfico de su libro para dar a conocer el sitio y el año de su
edición, cómo
se estructura, por qué lo escribió el autor, con qué estilo y qué fuentes. Además
de plantear cuál fue el alcance e impacto, incluiré una selección del contenido
y una reflexión final, donde expondré las aportaciones más importantes de la
obra.
Si
bien existen investigaciones sobre médicos historiadores mexicanos, entre ellos
galenos militares, de estos últimos no tengo noticia, siquiera de uno, que se
haya distinguido desde una perspectiva historiográfica por su obra escrita. La
semblanza de Vargas Basurto y el examen de su libro permitirán comprender el
porqué de la relevancia del autor y la de su contribución en la primera mitad
del siglo XX. En esto pienso que reside la originalidad del presente trabajo. El
sujeto es recordado actualmente por unos cuantos colegas que fueron sus alumnos,
cuyas edades oscilan entre los ochenta y noventa años, quienes además de cátedras,
le escucharon discursos en la escuela y el hospital militares, así como en otros
sitios, y leyeron sus textos. El rescate de un historiador empírico médico
militar y el dar a conocer su libro a un público lector mayor, más allá de su
ámbito, me parecen también novedosos.
Antes de ubicar a Vargas Basurto, considero necesario
tratar aquí de manera sucinta varios datos históricos de la Escuela Médico
Militar:[2]
su antecedente inmediato fue la Escuela Práctica Médico-Militar, que inició sus
actividades en enero de 1881 dentro del Hospital Militar,[3] tras haber aprobado
Porfirio Díaz un año antes el proyecto de su creación; ahí estudiaban alumnos “de
los años superiores de la Escuela Nacional de Medicina para complementar su preparación
a fin de poder desempeñarse como cirujanos de ejército”; al término de la
carrera, aquéllos sustentaban el examen profesional en la Nacional de Medicina y
si aprobaban, recibían el grado de mayor; luego, durante un lustro, tenían “la obligación
de prestar sus servicios […] en las corporaciones militares” (Moreno, 2012, p.
6).
Más adelante, en el transcurso de la
Revolución, los alumnos avanzados y egresados de la Escuela Práctica
Médico-Militar jugaron un papel muy importante al asistir a enfermos y heridos,
aclarando que la institución castrense funcionó hasta 1914 cuando se suprimió
el Ejército Federal con los Tratados de Teoloyucan. Un hecho relevante, cerca
de León, Guanajuato y en junio de 1915, fue la asistencia médica que salvó la
vida del general Álvaro Obregón, quien había sido gravemente herido en el brazo
derecho; entre otros, había destacado el entonces teniente coronel médico
cirujano Enrique C. Osornio (Arias, 2017, p. 14).
Ese acontecimiento resultó trascendental
porque influyó en el pensamiento del primer jefe del ejército constitucionalista
y encargado del poder ejecutivo de la nación, Venustiano Carranza, quien, en
1916, “a solicitud expresa” de Osornio y de Guadalupe Gracia García y Cumplido,
aprobó el proyecto de creación de la que se llamó en su inicio Escuela Constitucionalista
Médico Militar.[4]
En
ella ingresó y cursó la carrera, entre otros alumnos pioneros, un joven
escritor veracruzano: Francisco Raúl Vargas Basurto.
En el acontecer
histórico de esta institución, el 12 de octubre de 1916 y el 15 de marzo de
1917 son fechas memorables por su carácter fundacional; corresponden a la
inauguración simbólica y al inicio de las funciones del plantel. Caben además,
entre sus personajes ilustres, los mencionados Osornio, para entonces general
brigadier médico cirujano, así como Gracia García y Cumplido,[5]
quien a principios de julio de 1916 recibió “el nombramiento de Coronel Médico Cirujano
del Cuerpo Médico Militar”.
Ambos lograron el visto bueno de Carranza a dicho proyecto y
aclararon que la escuela que se necesitaba sería no “sólo de aplicación como la
Práctica Médico-Militar”, sino una “de formación completa de médicos cirujanos
militares para el ejército” (Arias, 2017, p. 15. Véanse: Moreno, 2012, p. 7 y Gracia,
1982, pp. 251-252 y 437).
Cabe
distinguir los lugares donde se ha ubicado la institución: el primer edificio
escolar estuvo en la calle del Cacahuatal, en el centro
histórico de la Ciudad de México. El segundo desde 1930, en el antiguo Parque
de Ingenieros sito en Arcos de Belén y también en el centro. El tercero a
partir de 1946, en la calle Cerrada de Paloma en Lomas de Sotelo al poniente de
la capital. El cuarto y el quinto, fundados respectivamente en 1976 (Limón,
2011, p. 15-16) y 2016, siguieron en ese mismo lugar.
Semblanza y contexto
histórico del autor
Francisco Raúl Vargas
Basurto era teniente coronel médico cirujano y partero cuando —para fortuna
nuestra—, signó su “Autobiografía” en enero de 1932,[6] con base en la cual, así como
en otras fuentes, mencionaré varios de sus datos personales, profesionales y
culturales. Este médico militar nació en la ciudad de Veracruz el 10
de julio de 1898; sus padres fueron el señor Francisco Vargas y la señora Eduviges
Basurto, quien murió en 1900, dejando a su hijo muy pequeño pues apenas tenía
dos años.
Realizó sus estudios primarios en la Escuela Elemental
para Varones número 2, asimismo en la Escuela Cantonal Francisco J. Clavijero y
luego los continuó en el Colegio Preparatorio de Xalapa Enríquez. Se trasladó a
la capital del país, donde se formó profesionalmente en la Escuela
Constitucionalista Médico Militar; ingresó a la edad de 18 años, como soldado
alumno, el 6 de marzo de 1917 y egresó de ella, como mayor médico cirujano y partero
el 22 de julio de 1922. Reitero, perteneció a la primera generación de estudiantes
que cursó la carrera completa en la institución, sita en la calle del Cacahuatal (Lozoya,
1977, p. 73). En 1924, contrajo matrimonio con la señorita Amparo
Arreola y procrearon a dos hijos, oriundos de la Ciudad de México: Amparo
(1926- ¿?) y Francisco Raúl (1927-2020), quien sería un notable general de brigada
médico cirujano y partero, conocido en su medio como “Pancho Vargas”.
En la “Autobiografía”, Vargas Basurto sugiere una
distinción temporal sin datarla. Por un lado, registró sus actividades “no
militares” alusivas a un pasado cercano, cuando cultivó el periodismo: en Xalapa,
fundó los periódicos científicos y literarios La voz del estudiante y Musa
Bohemia, además redactó en Savia
Joven; en el Distrito Federal, trabajó en El Demócrata y El Mexicano; colaboró también en El Mundo Ilustrado, La Semana Ilustrada y La
Ilustración Semanal. Por otro lado, consideró lo que “actualmente” hacía en
1932: se dedicaba “a la especialidad de enfermedades del aparato respiratorio y
niños”; era médico en el Hospital General Militar y profesor en la Escuela
Médico Militar, que ya se ubicaba en el
antiguo Parque de Ingenieros en Arcos de Belén (Lozoya, 1977, pp. 95-97). Vargas
pertenecía a la Asociación Médica Mexicana, la Academia Nacional de Ciencias
“Antonio Alzate” y a la Sociedad Mexicana de Médicos
Militares.[7] Además,
fundó y presidió a la Federación Mexicana de Ajedrez.[8]
De su labor docente, llevada a cabo desde 1922 hasta los
años cincuenta, sabemos que en distintos momentos impartió Propedéutica Médica,
Medicina Interna (Lozoya,
1977, pp. 143, 179 y 191) y
Clínica de Neumología (Arias, 2017, p. 108). Otros documentos de su expediente
personal permiten conocer sobre sus ascensos militares, cargos, años en el
ejército y cuándo falleció.[9]
Vargas Basurto, con matrícula número 213192, estuvo
durante 1922 a 1924 en el Hospital Militar de Instrucción, al tiempo que prestó
servicio en la sala de tuberculosos del Lazareto Militar de Tlalpan. En dicho
año 24, adquirió el carácter de adscrito en la tercera Comisión Reorganizadora
del Ejército y en el primer Regimiento de Ametralladoras. Fue comisionado de
1925 a mediados de 1931 en el Hospital Militar de Instrucción, luego llamado
Hospital General Militar a partir de los últimos meses de 1930. Desde el
segundo semestre de 1931 hasta finales de 1934, ocupó la jefatura de la 1a
Sección del Hospital y a inicios de 1935, se le designó médico Internista
del Servicio Médico de la Dirección General de Materiales de Guerra. De ese
último año 35 a inicios de 1944, continuó en la planta del Hospital General Militar,
cuyo nombre había cambiado a Hospital Central Militar en 1942. Entre 1945 y
1956, sin perder su carácter de Jefe de Servicio de
Neumología, se encargó de la subdirección del hospital, y en aquel año 45, presidió al Comité
Organizador de las Primeras Jornadas Médico Quirúrgicas del Hospital Central
Militar (S.a., 1945, pp. 34-37).
Por acuerdo
del general Manuel Ávila Camacho, presidente constitucional de los Estados
Unidos Mexicanos, el entonces coronel médico cirujano y partero Francisco Raúl
Vargas Basurto ascendió a general brigadier[10] el 16 de abril de 1946.[11] Fungió como Director General de
Sanidad Militar desde mediados de marzo de 1956 hasta fines de enero de 1959; en
este año murió el 8 de abril y en el mencionado nosocomio, a causa de
enfermedad renal aguda. Su “tiempo de servicio con abonos” al ejército mexicano
sumó un total de 47 años, un trimestre y una semana.[12]
Nuestro
personaje había pasado su niñez en el bello y alegre puerto jarocho, y parte de
su adolescencia en la culta, así como húmeda cabecera de su estado. Entonces habían
transcurrido el esplendor de la época porfiriana, la caída de Porfirio Díaz y
casi concluía la revolución. Vargas Basurto se forjaría como médico militar en
la ciudad capital del país, dentro de la escuela y del hospital militares, cuando
ambas instituciones del ejército mexicano emprendían sus pasos iniciales,
entregándose a la enseñanza, a la salud, a formar jóvenes en potencia, oriundos
de todas partes de la república y de varias naciones hermanas de Latinoamérica,
quienes por vocación se entregarían al estudio y a la práctica en los espacios
de aquel “binomio militar” (Moreno,
2012, 3-12);
luego serían hombres, que se convertirían en orgullosos y notables médicos
militares. Francisco Raúl Vargas Basurto resultó ser uno de ellos.
Él,
como otros colegas y maestros, tuvieron que trasladarse a otro plantel por el derrumbe
parcial que tuvo en 1930 su primera Escuela, la del Cacahuatal
(Moreno, 2017, p. 110). A partir de entonces y hasta el quindenio siguiente,
participó como docente en la segunda Escuela, la de Arcos de Belén. Vargas,
conforme pasó a la adultez, destacaba ya como orador y es probable que por su
afán a la lectura y el haber sido periodista no ignorara qué sucedía en el
mundo o cómo en México hubo una continuidad de cambios integrales en la etapa
de la reconstrucción nacional. Vivió en carne propia la crisis que pasó su Alma mater por falta de recursos
económicos, del riesgo que ella corrió en 1938, cuando las autoridades casi la
clausuraran “por innecesaria y costosa” (Lozoya, 1977, p. 164).
En
las dos décadas siguientes en que transcurrió la vida del escritor, fue testigo
del por qué México participó en la Segunda Guerra Mundial a favor de las
potencias aliadas y en contra de las del Eje. Al tiempo, Vargas Basurto había alcanzado
la plenitud; se desenvolvía como médico militar y docente en el Hospital
Central Militar y la tercera Escuela, ambos ubicados en Lomas de Sotelo (Lozoya,
1977, pp. 198-203). Continuó escribiendo textos, la mayoría de ellos como un
historiador empírico; sin duda, siendo amante de la Historia y de su venerada “madre escuela”.
Nuestro
escritor, reitero, sobresalió en su gremio como orador y lo demostró con creces
al participar en ceremonias que se llevaron a cabo entre 1918 y 1944 para conmemorar
aniversarios de la fundación de la Escuela Médico Militar, la iniciación de
cursos en ella, asimismo con el fin de distinguir a la generación de 1918 y con motivo del
reparto de títulos a la antigüedad de 1925. Entre los lugares donde Vargas pronunció
sus discursos, estuvieron: el anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria;
el Hospital Militar de Instrucción; el restaurante La Europea; el Salón de
Acuerdos del Departamento del Cuerpo Médico Militar; el Salón de Actos del
Colegio Militar; la Sala de Conferencias del Palacio de Bellas Artes, y su Alma
mater.
¿Por qué precisar el tiempo y el espacio? ¿Cuándo y dónde
se manifestó Vargas Basurto como comunicador ante un público escucha? Si
tomamos en cuenta aquellas dos coordenadas fundamentales de la Historia, cabe
destacar que la edad del autor osciló entre casi sus veinte y cuarenta y seis
años, que pasó de la adolescencia a la adultez. Siguiendo los datos de la
“Autobiografía”, sabemos que, durante el transcurso de aquellos años, al tiempo
que vivió en la capital del país, donde formaría una familia, iba ascendiendo
en la jerarquía castrense, se formaba, desenvolvía y desempeñaba tanto como
médico, como docente en el “binomio militar”, reitero, la escuela y el hospital
militares —que
fuera su segundo hogar —.
En otras palabras y con base en la teoría de las generaciones
(Ortega, 1938, González, 1984 y Marías, 1967), el autor
había pasado de la juventud o “época de gestación”, a la madurez “época de
gestión o predominio”, (1967, pp. 88, 101). Para entonces, había dado sus
primeros pasos como estudiante en la institución en ciernes y como joven orador;
luego avanzó y se manifestó siendo adulto, dejando huella al correr su pluma y al
brindar sus palabras de viva voz, asimismo como médico neumólogo e internista.
A la par -su horizonte cultural-, se iría ampliando conforme se preparaba de
manera autodidacta y gradual con lecturas asiduas, y al haber conocido a
individuos cultos de distintas edades dentro de su gremio, a quienes escuchó y
con los que convivió en algún momento.
Pensemos que aquel horizonte correspondía en buena
medida a un universo, un “sistema de vigencias” o “mundo histórico” (1967, pp. 88-89,
102, 105 y 157), donde nuestro autor veracruzano estaba adentrado — en un ambiente galeno castrense —; cuando tanto a él como a otros sujetos, quienes respiraban
los aires de su tiempo, se
imponían “automáticamente” los usos
sociales, las creencias e ideas, reza Marías (p. 88); asimismo, las doctrinas
que se iban forjando, los
códigos de valores, las tradiciones, enseñanzas de su acontecer y su
medio.
Forjando
una doctrina. (La Escuela Médico Militar) y una selección del contenido
Este libro,
que llegó a mis manos por préstamo interbibliotecario de la Biblioteca del
Centro de Estudios sobre la Universidad, UNAM, con el paso de los años se ha
convertido en “raro”.[13] Se
publicó en la Imprenta Flores y Millares, en la capital de nuestro país, en
1945 y su tiraje fue de 50 ejemplares “numerados especiales y de 950 en papel
Arte S. C.”. Es una obra temprana en el haber y en el
proceso historiográfico de la Escuela Médico Militar que enriquece la
literatura histórica[14] de la institución (Hexter,
1975, pp. 451-472; Matute y Trejo, 2018, pp. 7-9), y la de nuestro país.
Con
relación al alcance del libro, la habrán leído colegas del autor —profesores,
condiscípulos, alumnos — de la
época que le tocó vivir. Y, con el tiempo, se demuestra que el texto trascendió
a las generaciones siguientes, ya que, reitero, los historiadores empíricos
médicos militares lo han manejado, por lo que sustento que su impacto fue
notable y sus lectores hicieron de él “un clásico”. En el caso de quien
escribe, de otros profesionales y estudiosos de la Historia, así como de varias
ciencias sociales del medio civil, no ha mucho que lo conocemos; al momento que
nos ha interesado el acontecer histórico e historiográfico de la institución
médico castrense.
¿Qué
género de material es la obra y qué contiene? ¿A quiénes la dirigió el autor;
con qué estilo y con qué fuentes la escribió? Se trata de una compilación de
textos diversos —en su mayoría discursos—, que Vargas
pronunció, como dije, entre 1918 y 1944 en diversos
lugares de la Ciudad de México. Forjando una doctrina […] fue escrito principalmente para el gremio médico militar con
un lenguaje fluido, a la vez culto y romántico, con uso frecuente de metáforas,
así como ocasional de ironías y locuciones latinas. Tuvo carácter de
divulgación y guardó la clara intención del autor de transmitir su visión
histórica inmediata -tanto del ayer como del entonces presente- de la Escuela
Médico Militar; asimismo, de mostrar la inquietud de despertar un interés, una
conciencia en los lectores del por qué nació y aún continuaba su Escuela.
A
través del libro observamos que el escritor veracruzano se fundió en sus discursos; hallamos el
ser sensible y humanista de quien,
además del periodismo, cultivó la Historia (Vargas, 1947) y la
Antropología (Vargas, 1945, pp. 55-56). Asimismo,
que abrevó textos de novelistas, filósofos, científicos, poetas, etc. de
diversas épocas, entre quienes citó a Cicerón, Gonzalo de Berceo, Garcilaso de
la Vega, Fray Luis de León, Miguel de Cervantes, Lope de Vega, René Laënec, Eliphas Levy, Stanley Hall,
Miguel de
Unamuno y
Ricardo León.
El
libro está estructurado con un índice; un prólogo del general médico cirujano
Guadalupe Gracia García y Cumplido; después, constituyen su cuerpo principal: un
proemio, seis discursos, una alocución y un artículo de la pluma de Vargas
Basurto. Y al final hay un epílogo del general médico cirujano Adolfo M. Nieto
y Armas. Incluye además epígrafes de varios escritores; uno de ellos de nuestro
autor, aparece en la portada y dice: “La vida es un enigma, la vida es una tragedia, la vida
es una lucha. Pero sobre todas las cosas, la vida es un deber” [sic].
En adelante, expondré brevemente lo que me resultó más importante
y sustancial de la obra. En el “Proemio”, escrito en 1944, Vargas mencionó el
porqué de su “modesta recopilación”, dejando claro
que no pretendía aplauso, ni anhelo de prestigio: “El móvil es más profundo,
quizás romántico. Obedece a dictado imperioso interno, al mismo incentivo que
hubo para la elocución de todos y cada uno de estos discursos” (1945, pp. 19-20),
de los que resaltó la idea primordial y su objetivo:
La devoción por una madre escuela. Pretenden
inculcar en quienes los oyeron y en quienes los lean, la búsqueda de un
mejoramiento científico, personal y colectivo. […] Ambicionan, como obra, convertirse en breviario para todo hijo de la Escuela
Médico Militar. Para aquellos que vivieron las etapas dolorosas e
inquietantes de la fundación y de los primeros años; para quienes vinieron
después […] han de traer estos trozos una fe en el porvenir de la Escuela; fe
vislumbrada desde la tribuna como alumno, sostenida como profesor, pero siempre
incólume en el lapso de veintisiete largos años (1945, p. 20).
En el “Discurso pronunciado el
día 15 de marzo de 1918, en el
anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, con motivo del Primer
Aniversario de la Fundación de la Escuela Médico Militar” (1945, pp.
21-29), el entonces joven orador manifestó sentirse inseguro ante sus
compañeros y mentores; a la par, dijo que lo alentaban tanto su entusiasmo
juvenil, como el deber; además, que esperaba que sus escuchas no lo dejaran perderse
en su “laberinto de ideas”. Vargas se refirió a la “obra buena y justa” que de
manera conjunta habían contribuido los profesores, así como los alumnos a
realizar lo que “no ha mucho era un deseo” (1945, pp.
25-26).
Y
con giros retóricos (White, 1992, pp. 13-50), haciendo gala de su elocuencia, pluralizó
al asumir el papel, la función, de ser vástagos y padres de la Escuela Médico
Militar: “hijos porque recibimos vida de la Escuela; porque la luz que alumbra nuestro cerebro fue hecha
verdad a través de ella; porque nuestra sangre es su sangre; porque nuestra
carne es su carne”.
Y “padres porque […] la vida de su vida es la que nosotros
le inculcamos; porque de nuestro prestigio personal dependerá el de ella” (1945, p. 28).
Luego
planteó: “El hombre llega a la cima por valer de su esfuerzo y por
la acción poderosa de su voluntad de
hierro. […] comprende a todo un servicio: el sanitario; a toda una institución:
el Ejército”.
Además, exhortó a maestros y compañeros con el propósito de vencer obstáculos tanto
en el camino, como en la labor. Y concluyó el discurso con esta exaltación: “Abierto
está el templo, entremos. Lucen con claridad sólo tres palabras, pero con ellas
se sintetizan una voluntad, una lucha y una vida: Comenzad, Continuad, Concluid” [sic]. (1945, pp. 28-29).
Un lustro después de aquel
primer discurso, en su “Alocución
pronunciada en el restaurante ´La Europea´, el día 4 de junio de 1923, en la comida ofrecida a la generación de
1918 de la Escuela Médico Militar”, Vargas se refirió a la lealtad y a
lo poco que con orgullo se señalaba el origen del título profesional:
Lealtad por los ideales […]. Insisto, como en
muchas otras ocasiones, que cariño y lealtad para la Madre Escuela no se
demuestran […] con frases hechas o con ditirámbicos discursos. […] Para
vosotros, compañeros que aún sentís el calor de las aulas; para vosotros, almas
jóvenes, que por serlo sois almas buenas, es esta advertencia de lapidarias
frases que enderezo a quienes no se han atrevido a decir que son Médicos Cirujanos
y Parteros doctorados en la Escuela Médico Militar; ante vosotros descubro este
anatema, para que le grabéis en vuestro corazón, ya que se cuentan con los
dedos de una mano los pocos que señalan con orgullo el origen de su título; […]
os recuerdo esta frase que ha de quemar las sienes de los ingratos: No es el
Título el que hace al Médico, sino el Médico el que hace el Título (1945, pp.
43 y 45-47).
El 6 de septiembre de 1930 y en el Salón de Acuerdos del Departamento del
Cuerpo Médico Militar, con motivo del reparto de títulos a la antigüedad “1925”
de la Escuela, Vargas Basurto presentó un discurso, que en mi opinión es el más
interesante. En él lanzó Una llamada de
atención a sus colegas y al ejército; sugirió su visión antropológica de un
México heterogéneo y propuso soluciones:
¿Qué ha hecho el Médico Militar, personalmente, por
el soldado? Poco. Quizá nos atreviésemos a decir: nada. […] ¿No es necesario,
no es indispensable ir acumulando material para formar un cuerpo de enseñanza
que sirva para salvaguardar la vida de ese sufrido juan [sic]?
Nuestro México, conjunto de razas heterogéneas,
forma su ejército con elementos disímbolos en materia y en espíritu: de
estructuras anatómicas diferentes, de costumbres sociales distintas, de
constantes biológicas desemejantes. ¿Por qué no comenzar por señalar las
[medidas] constitucionales de todas nuestras razas y así poder escoger,
científicamente, los individuos que reúnan las mejores condiciones para
integrar el Instituto Armado? Fijar las medidas del yaqui, del mayo, del
zapoteco, del tarasco, del juchiteco, del otomíe [sic], del tarahumara, del seri,
del totonaca, del criollo, del mestizo, etc., […] es norma imprescindible,
fundamental […] para un buen reclutamiento (1945, pp. 55-56).
Un año después en el artículo “La Escuela Médico Militar”, que
originalmente se publicó en México, el 20 de noviembre de 1931 y en el
periódico vespertino El Universal Gráfico,
Vargas Basurto escribió sobre el porqué se estableció la institución e incluyó
parte del decreto de su creación. Entre líneas, destacó que, en reiteradas y
múltiples ocasiones, la prensa de la capital había publicado noticias sobre:
“el tema de la desaparición de la Escuela […], aduciendo razonamientos falsos
que tienen como base el desconocimiento de la vida de la Institución tan
duramente flagelada”. Agregó que: “al presente”, el cuerpo médico militar
estaba formado por profesionales “cultos, conscientes de sus deberes y de sus obligaciones”,
quienes habían alcanzado reputación e “imponer en el público la opinión
contraria de antaño: ¿es Médico Militar? entonces es bueno” (1945, pp. 65 y 76).
Luego cerraba así:
El beneficio de esto se hizo patente en nuestras
últimas asonadas, cuando ya se contaba en todas las corporaciones militares con
alumnos salidos de ese semillero de buenas enseñanzas, [en] las que se vio la
eficiencia de un buen servicio de Sanidad Militar […]. Y si esto no es la
consecuencia lógica de la vida de intimidad que durante los años de su carrera
ha tenido con el elemento militar; si esto no es la resultante de lo que ha
venido recogiendo en el transcurso de su vida en el Hospital; si esto no es la
fructificación de la semilla sembrada por Carranza y Obregón, entonces… La
Escuela Médico Militar debe desaparecer (1945, pp. 76-77).
En las siguientes líneas del discurso que Vargas pronunció el 15 de marzo
de 1942 en la sala de conferencias del Palacio de Bellas Artes, con motivo de
las bodas de plata de la fundación de la Escuela Médico Militar, observamos
cómo el autor escribió con el corazón e imaginamos cómo en aquel recinto habrá
emocionado a sus escuchas mentores y compañeros, al expresarse así: “El tiempo
nos ha hecho peinar canas”. Nos colocamos del lado contrario: “ya no en el
banquillo del estudiante, sino en el asiento de la cátedra […]. Ahora Madre
Escuela, no solamente creo en ti, no solamente adoro en ti, no solamente lucharé
por ti, sino que juro morir por ti [sic]” (1945, pp. 98 y 104).
En el penúltimo elemento del libro, Vargas Basurto
rescató el discurso que leyó el 17 de enero de 1944 en el plantel escolar,
cuando una vez más se conmemoró el inicio de cursos en la institución:
¡Vieja calle del Cacahuatal,
que ahora llevas el nombre de nuestra Escuela,[15] cómo supiste de nuestros ensueños y cómo fuiste
testigo de nuestra fe! […] La evolución de nuestra Escuela sigue la tradición; la tradición que es base y garantía del desarrollo
verdadero; esa tradición que
reúne circunstancias objetivas y prácticas con las que nacen del estudio
psicológico y del de nuestros sentimientos; todo ese conjunto de mitos y de leyendas que nos unen
con el pasado […] (1945, pp. 110-111).[16]
Cierro el presente
apartado, destacando que el término que subrayo —tradición—, “es esencialmente conservación” (Gadamer,
1991, p. 349) y que su portador “no es ya tal o cual manuscrito que es un trozo
del entonces, sino la continuidad de la memoria” (p. 469).
Reflexión final
A través de Forjando una doctrina […], el
autor veracruzano, generoso, nos llevó de la mano —con la misma influencia
que aportó como mentor y orador a sus colegas—, para comprender por qué
su “modesta recopilación” logró convertirse, más allá de en un breviario destinado a los hijos de la
Escuela Médico Militar en una fuente histórica, que enriqueció a la historiografía
de esta institución. Adentrarme en la fuente, permitió valorarla
como tal, por su unicidad y conforme al sentido que en ella percibí. Pienso que
tanto mi persona, como la de otros consumidores, pertenecemos de modo distinto
a la misma, en respuesta a cómo la interpretamos. De acuerdo con el mismo
Gadamer: nuestra participación “actual en lo que dice”, es “en sentido
auténtico […] una participación en lo que el texto nos comunica” (pp. 413-414 y
470).
Del libro emanan el espíritu
de cuerpo, los principios de
pertenencia e identidad que han caracterizado al gremio médico militar y
que se relacionan
con la lealtad, el deber, el honor y el respeto (Véase: Boszormenyi
y Spark, 1994), el orgullo, la disciplina, la unión e
idiosincrasia. De algún modo, significa a los egresados como herederos directos
de una comunidad fortalecida durante años por otras promociones que les
precedieron y legaron enseñanzas, ejemplos de vida; que constituyeron su árbol
genealógico y la razón de ser médicos militares mexicanos (Arias, 2017, p. 34).
Finalmente, considero las
aportaciones del libro. Una de ellas es el alcance que éste tuvo al divulgar
mediante discursos una parte de la historia de la Escuela Médico Militar, desde
que surgió en el año diecisiete hasta mediados de la década de los cuarenta. Otra
contribución, el texto revela la trascendencia de dicho establecimiento educativo
médico castrense que nació de la revolución con el triunfo oficial de la
facción constitucionalista; lo que responde, de alguna manera, al porqué los hijos
de aquella “madre escuela” han venerado como prócer a Venustiano Carranza. Una
más, el libro enriquece a la historia de las instituciones médicas de México. Y
distinguiendo también una singularidad histórica de la Escuela: el haber referido
las altas y bajas en el curso de la institución, haciendo conciencia de porqué
continuó.
Francisco Raúl Vargas Basurto inculcó
en sus escuchas, luego lectores del gremio, aquello que otrora enfatizó era un principio:
el deber, a la par que subrayó la importancia del estudio, de la enseñanza y práctica
de la ciencia médica, del compromiso de prestar servicio al ejército, así como
a la nación. Permitió poder hallar en los motivos de sus discursos, la trascendencia
de conmemorar ciertas fechas —que siguen siendo emblemáticas en la historia del
plantel escolar—, y la de destacar a las generaciones que avalan el
prestigio de la institución. Termino considerando que el autor está presente en
la memoria de médicos militares historiadores, porque se encuentra en su
genealogía historiográfica. Y que la parte expresiva de Forjando una
doctrina […] es la que más aporta al sentido de pertenencia e identidad, asimismo
al orgullo de formar parte de la comunidad médico militar. Orgullo gracias al
cual, el historiador empírico veracruzano
logró uno de sus objetivos: inculcar en su gremio la búsqueda de mejorarse en
lo personal y colectivo, así como científicamente.
Bibliografía, hemerografía y cibergrafía
Archivos
Archivo Histórico
de la Secretaría de la Defensa Nacional, Ramo Cancelados, Expediente personal
del Extinto Francisco Raúl Vargas Basurto, XI/III/3-2858, t. 3.
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[1]Instituto de Investigaciones Doctor José
María Luis Mora, marias@institutomora.edu.mx
[2] Su denominación actual
es Escuela Militar de Medicina.
[3] Este nombre cambió poco
después a “Hospital Militar de Instrucción”.
[4] Esta denominación cambió a Escuela
Médico Militar en 1922.
[5] Guadalupe Gracia
García y Cumplido fungió como primer director.
[6] Archivo Histórico de la Secretaría de
la Defensa Nacional, Ramo Cancelados, Expediente personal del Extinto Francisco
Raúl Vargas Basurto, XI/III/3-2858, t. 3, f. 504. En adelante: AHSDN, RC.
[7] AHSDN, RC, XI/III/3-2858, t. 3, f.
504.
[8] Raúl Ocampo Vargas
menciona que su abuelo, tuvo gran
afición por el ajedrez. Además de ser fundador y presidente de dicha Federación, organizó el primer torneo internacional jugado en México en 1933.
Véanse: “Chess Coach, ajedrez a
la orden”. Recuperado de http://chesscom-chesscoach.blogspot.com/2012/03/la-foto-que-capablanca-dedico-mi-abuelo.html
Y Entrevista
al M. I. [Maestro Internacional] Raúl Ocampo Vargas, realizada por Juan Cervera
Sanchís, del libro inédito “Ajedrez: Pasión y Misterio”. Recuperado de http://fernandoemiliosaavedrapalma.blogspot.com/2011_04_17_archive.html
[9] AHSDN, RC, XI/III/3-2858, 8 t.
[10] AHSDN, RC, XI/III/3-2858, t. 8, fs. 1953-1960.
[11] El número de cédula profesional de
Vargas Basurto es 3497 y se consignó en 1946. http://cedula.buholegal.com/3497/
[12]
AHSDN, RC, XI/III/3-2858, t. 8, f. 1957.
[13] Es probable
que se encuentre también en bibliotecas del Ejército.
[14] “Literatura histórica”,
“retórica de la historia” e “Historia”, así con mayúscula, son sinónimos de la
historiografía.
[15] Desde 1925, la calle del Cacahuatal cambió de nombre a calle Escuela Médico Militar.
(Arias, 2017, p. 13, n. 21).
[16] Las cursivas son mías.