Reseña de Armitage, David. (2017). Civil Wars. A History in Ideas. Nueva
York: Alfred A. Knopf.
Francisco Miguel
Ortiz Delgado[1]
David
Armitage es un académico británico
adscrito a la Universidad de Harvard, experto en historia
internacional e historia intelectual global y es autor de libros como The History
Manifesto (en coautoría,
2014), Foundations of Modern International Thought (2013), The
Declaration of Independence: A Global History (2007), Greater Britain, 1516–1776:
Essays in Atlantic History (2004) y The Ideological Origins of the
British Empire (2000). Armitage
posee pues un reconocido lugar dentro de la producción anglófona sobre la
historia intelectual.
En
su reciente libro, Civil Wars. A History in Ideas, construye
una breve historia de las ideas
sobre las “guerras civiles” en “Occidente”, entendido éste como Europa y
Estados Unidos principalmente (y siendo consecuente con su área de
especialización). Civil Wars no nos entrega una
disección del concepto de “guerra civil”, sino una narración sobre el pasado y
los cambios de tal concepto. En otras palabras, y como puede indicar su título,
el historiador provee de una “narración-historia” crítica de las ideas que han
sido desarrolladas en torno a ciertos conflictos militares que, a posteriori,
los intelectuales denominarían “guerras civiles”.
El
libro se encuentra escindido en seis capítulos: los dos primeros dedicados
primordialmente a la invención de la idea en la Antigua Roma y sus primeras
repercusiones políticas; los dos siguientes enfocados a los siglos XVII y XVIII;
los dos últimos al devenir de la mencionada idea desde el siglo XIX hasta la
actualidad. A continuación, destaco algunos de los contenidos que considero imprescindibles
y útiles para aquellos investigadores dedicados al análisis teórico,
historiográfico e histórico de la guerra civil. Agrego que, como se podrá apreciar
a partir de mi reseña, Armitage se encuentra dentro
de los historiadores expertos en historia intelectual, entendiendo a ésta como
un área-abordaje bien diferenciada del de la historia cultural en tanto que
estudia a las ideas como abstracciones producidas en los textos (escritos) de
los intelectuales, dejando pues a un lado las ideas contenidas en otro tipo de
soportes y/o producidas por no-intelectuales.
En
el primer capítulo, Armitage establece que los
romanos fueron los primeros en concebir a los conflictos internos de su estado
como civiles, por ser llevados a cabo exclusivamente entre ciudadanos. Para el británico
es evidente que los historiadores romanos concibieron a sus contiendas militares
internas como algo diferente a la stasis de los griegos y ya no emplearon tal palabra-idea
griega, de aquí que crearon una nueva conceptualización, a la cual habrían
denominado bellum civile. En
efecto, para Platón (Rep. 470 b-c) la
stasis es
un “conflicto entre cercanos” y la guerra o polemos es un “conflicto entre
extraños”.[2] Armitage consecuentemente explica que la stasis puede conducir
a una guerra contra extraños (los no conciudadanos) o nacer de ella, pero no
implica hacer una guerra, warfare. Ergo,
se nos verifica que los creadores de la idea de guerra civil no son los griegos
sino los antiguos romanos. Una evidencia de lo anterior, para Armitage, entre otras, es el hecho de que Thomas Hobbes no
habla de civil war
en su traducción al inglés de la Guerra
del Peloponeso de Tucídides, en tanto que evidentemente los griegos no
conocían el concepto. En concreto, el británico establece que la guerra civil, como
la entendían entre los romanos, seguirá teniendo influencia en la posteridad, esto
por dos cuestiones: 1) ocurría dentro los límites de una comunidad política
única y 2) uno de los dos bandos en conflicto poseía la legitimidad estatal. En
el segundo capítulo se pormenoriza el origen romano del concepto de guerra
civil. Se nos habla sobre los sentidos que Marco Tulio Cicerón, el primer intelectual
del que se tiene registro escrito que empleó el término como tal, asignó a la bellum civile. Luego,
se expone cómo el concepto fue adquiriendo cada vez más un carácter negativo en
diversos autores como Salustio, Orosio o Agustín de Hipona. Correctamente se
señala que el primero de los tres encontró el origen de las guerras civiles
romanas en la corrupción y la fortuna excesiva de Roma tras las Guerras Púnicas,
y bien se señala que Agustín de Hipona estableció que las guerras civiles son
parte intrínseca de las (agraviantes) política e historia de los romanos desde
sus orígenes –desde la contienda entre los hermanos Rómulo y Remo (una primera “mini
guerra civil”, diría yo).
El
tercer capítulo hace hincapié en la influencia de la cultura y de los conceptos
de los antiguos romanos en el pensamiento europeo de los siglos XV al XVII. Armitage puntualiza que en esta época muchos de los libros
escritos en la Antigüedad que trataban las guerras civiles romanas fueron best-sellers;
entre éstos encontramos a los textos de Salustio, de Julio César, de Cornelio
Tácito y de Floro (a diferencia de hoy en día, cuando los best-sellers escritos en la
Antigüedad son los textos de los griegos Platón y Aristóteles; es decir, hoy en
día, en comparación a la Edad Moderna temprana, pocos leen a Salustio o a
Tácito). Es remarcable que Armitage nos recuerde que intelectuales
como John Locke se formaron leyendo a Floro, y otros intelectuales como Adam
Smith se formaron con Eutropio. La influencia de las
ideas romanas llega entonces hasta América, lo que para el autor se evidenció
en los escritos de Gonzalo Fernández de Oviedo o de Garcilaso de la Vega. Igual
de notable en el texto es la breve revisión sobre la idea de guerra civil en
Hugo Grocio, en Thomas Hobbes y en general dentro de las deliberaciones en
torno a las revoluciones inglesas del siglo XVII. En el cuarto capítulo
encontramos una muy acertada observación sobre la historia contemporánea de la
idea de guerra civil, basada en reflexiones de Reinhardt Koselleck:
el estudio teórico y filosófico de la guerra civil ha quedado relegado desde el
siglo XVIII. Su desplazamiento se debió a que la guerra civil ha quedado
desprestigiada en comparación con el de la idea de “revolución”. En efecto, creo
que es irrefutable la observación de Armitage/Koselleck sobre que la revolución es una idea que comenzó a
ser sumamente estudiada a finales del siglo XVIII; los estudios filosóficos y
teóricos alrededor de ella inundaron e inundan los temas de tesis y las
bibliotecas, relegando los estudios sobre otras ideas como la de guerra civil. Según
las evidencias, desde 1789, el concepto de revolución pasó de ser plural a
singular, de ser inevitable a ser voluntario y calculable, “Revolution
as an ocurrence gave way to
revolution as an act”. Sin embargo, el británico nos refiere agudamente que la
revolución es sólo una especie del género llamado guerra civil.[3] Sobre
el siglo XVIII subraya que sobresalió el escritor suizo Emer
de Vattel en el estudio del concepto de “guerra”
porque sus ideas influyeron a Thomas Jefferson, pero además su pensamiento
siguió dejando impronta en la argumentación a favor de la intervención militar de
cualquier país extranjero en determinadas guerras civiles ajenas.
En
el quinto y sexto capítulos, Armitage analiza el
devenir de la idea en ciertos autores de los siglos XIX, XX y XXI. El historiador
revisa primero el pensamiento de John Stuart Mill, de quien se observa que
también estuvo a favor de la intervención militar foránea en un país que sufre
de una guerra civil. Luego, el texto aborda la sobresaliente circunstancia de
que el orden internacional contemporáneo está sustentado en dos principios
contradictorios: a) el respeto a la soberanía nacional, y b) el respeto a los
derechos humanos. Es decir, considero que Armitage
explica concienzudamente la aporía de que: salvaguardar los derechos humanos de
un país en guerra civil mediante la intervención implica atentar contra
la soberanía de este país. Encontramos luego una somera revisión al pensamiento
de John Rawls con respecto a la guerra en general; es esencial la crítica que Armitage hace al pensador estadounidense por la imprecisión
con la que ejemplifica su escisión de la guerra en nueve tipos diferentes. Por
ejemplo, se dice que en la división rawlsiana podemos
llegar a la conclusión de que la “Guerra Civil Norteamericana” no es ni “guerra
de liberación nacional”, ni “guerra civil (de justicia social)”, lo cual sería
una descripción muy controversial.
Por último, sobresale la observación de que existe una cierta reivindicación
del estudio conceptual y teórico de la guerra civil en los estudios de Michel
Foucault, para quien, se dice, la guerra civil es “the
matrix of all power struggles”,
“the very apotheosis of power”.
Armitage
concluye que son indispensables las historias de las ideas como la de la guerra
civil, tanto por su actualidad (es señalado que anualmente, en promedio, desde
1989 hasta 2016, ha habido al menos veinte conflictos intra-estatales)
como por la necesidad moral-legal de tener una definición clara, aunque
temporal, sobre ella. Para el autor, los estudios diacrónicos sobre lo que es
la guerra civil no deben de aportar una definición que convenza a todos, sino
precisamente mostrar los cambios de/en su
definición en distintas épocas y pensadores, deben poner en la mesa de estudio
sus revisiones genealógicas a la
Nietzsche o a la Koselleck.
En
definitiva, considero que con la lectura de textos como el reciente libro de Armitage se podría evitar el no poseer “ningún
conocimiento, ninguna voluntad de conocer el pasado; y […] [se podría
evitar adolecer de] un instinto histórico, una <segunda visión>,
necesaria justamente”, como refirió Nietzsche (2002, p. 82) sobre ciertos
genealogistas. El libro del británico es útil porque secunda a establecer el
punto de partida de la crítica contra el valor (moral) que ciertos individuos
pudiesen dar a las ideas de “guerra”, guerra civil, “rebelión”, “revolución”, “intervención”,
etc.
Propongo que Civil Wars,
se encuentra dentro de la ya tradicional línea metodológica de textos como The Idea of Nationalism,
de Hans Kohn (1944), o History of the Idea of Progress, de Robert Nisbet (1980), por
mencionar algunos. Aprecio, tentativamente, que estas tres obras hacen una
revisión muy parecida de las “ideas”: inician su revisión en la Antigüedad
grecolatina y llegan hasta la época (contemporánea) en que viven sus
correspondientes autores; las tres revisan las ideas de “guerra civil”,
“nación” o “progreso”, respectivamente, en textos de carácter tanto
literario, como historiográfico y filosófico. La obra de Armitage, hay que reconocer, tiene además el
mérito de recurrir igualmente a textos de intelectuales que fueron científicos
sociales, jurisprudentes y, en menor medida, militares o teóricos de la guerra.
Por ende, la obra provee de múltiples (multidisciplinarias) y variadas fuentes
para profundizar en el tema; lo cual es una de sus mayores cualidades.
Al
texto, no obstante, le es muy visible la falta de revisión de la historia de
las ideas sobre la guerra civil durante la Edad Media: no hay comentarios sobre
su concepción dentro de, por ejemplo, los Padres de la Iglesia (que entre éstos
hay teóricos de la guerra justa, civil o inter-naciones),
los intelectuales del Imperio Bizantino (que tantas guerras y disensiones internas
padeció, como la guerra civil por la iconoclastia) o dentro de los artífices de
la Carta Magna y el Concordato de Worms. Hubiese sido
deseable un repaso de la idea de guerra civil en la Iglesia medieval ya que,
como observa Koselleck, “Sin la interpretación
teológica del mundo de la Iglesia cristiana desde la perspectiva de la
salvación, no hubiera sido posible ni la disputa de las investiduras, con todas
sus consecuencias políticas” (2001, p. 47), es decir, no hubiera sido posible
el enfrentamiento bélico interno (la guerra civil) en las ciudades-estado
italianas medievales o entre los súbditos del Sacro Imperio Romano-Germánico.
Así, el salto temporal que Armitage hace del siglo V
de la era común al siglo XVI, es seguramente reprochable para una obra que nos
entrega una visión general de la idea de guerra civil en los intelectuales. No
es que se le pida al autor el que haya revisado temas fuera de su área de interés/especialidad,
como el revisar la idea de guerra civil en intelectuales como Al-Farabi, Avicena o Ibn Jaldún, pues estos “medievales”
pueden ser entendidos como “no-occidentales”. Pero es sobresaliente la falta de
abordaje de las ideas sobre guerra civil de Tomás de Aquino o Marsilio de
Padua, por mencionar algunos; y esto por más de que se (me) contraargumente que
en la “Edad Media” no hubo “Estado” y por ende, no hubo guerra civil; un
argumento que, a todas luces es “aposterioricamente”
e históricamente falso pues ¿Qué fueron la Guerra de los tres Enriques
(en el Sacro Imperio Romano), la Guerra Castellana de 1351, la Guerra de las
Dos Rosas, entre otras, sino guerras civiles?
Al
final, el texto en efecto tiene relevancia, por ejemplo, cumple con el propósito
de mostrarnos con exactitud y con múltiples evidencias que la idea de guerra
civil ha sido, a lo largo de las épocas, una idea problemática; una idea sobre
la que nunca ha habido, ni habrá, al parecer, consenso. Por otra parte, uno
de los méritos del libro es precisamente su brevedad (con respecto al
cronológicamente amplio tema tratado), en virtud de la cual puede servir como
un muy ameno preámbulo para un más profundo estudio de las (ideas de las) guerras
civiles en todo el mundo.
Bibliografía
Armitage,
David. (2017). Civil Wars. A History in Ideas. Nueva
York: Alfred A. Knopf.
Koselleck,
R. (2001). Los estratos del tiempo. Barcelona: Paidós.
Nietzsche, F. (2002). La
genealogía de la moral. Madrid: Alianza.
Platón.
(2015). República, versión de Conrado
Eggers Lan (2015), Madrid: Gredos.
[1] Universidad Autónoma
Metropolitana, fmiguelod@gmail.com
[2] En efecto, dice
Sócrates: “Me parece que, así como hay dos nombres para designar, por un lado,
a la guerra [polemos], y, por otro, a
la disputa intestina [stasis], hay
allí también dos cosas, según aspectos diferentes. Las dos cosas a que me
refiero son, por una parte, lo familiar y congénere, y, por otra, lo ajeno y lo
extranjero” (Rep. 470 b-c).
[3] Una cuestión que no ha
sido muy analizada.