De la sangre a la tinta y el papel: Re-construcción
historiográfica de la batalla de Cerro Gordo, 1847. Una propuesta para la nueva
historia militar en México.
From Blood
to Ink and Paper: Historiographic Re-construction of the Battle of
Cerro Gordo, 1847. A Proposal for the New Military History in Mexico.
Mario
A. García[1]
Resumen:
Este artículo es un
análisis sobre la historiografía de la batalla de Cerro Gordo. Se pretende ver
las generalidades del relato, a los autores que escribieron del tema, sus
horizontes de enunciación, la importancia que le dan y con cuáles se cuenta
para conocer la batalla. Al final de este balance historiográfico, se establece
que algunas obras actuales, han reutilizado una forma narrativa casi invariable,
teniendo como origen una sola historia. Se propone una herramienta metodológica
proporcionada por el historiador John Keegan, llamada: “la pieza de batalla”, la
cual consiste en una serie de conceptos crítico-metodológicos para detectar las
simplificaciones del comportamiento humano en las historias de guerra y
específicamente cuando se relata una batalla.
Palabras
claves: Historiografía, batalla, Cerro Gordo, guerra
México-Estados Unidos, siglo XIX.
Abstract:
This article is an
analysis of the historiography of the battle of Cerro Gordo. It is intended to
see the generalities of the story, as well as the authors who wrote the
subject, their enunciation horizons, the importance they give it, and which
ones are available to know the battle. At the end of this historiographic
balance, it is established that some current works have reused an almost
invariable narrative form, having as their origin a single story. Therefore, a
methodological tool provided by historian John Keegan is proposed, called: “the
piece of battle”, which consist of a series of critical-methodological concepts
to detect simplifications of human behavior in war stories and specifically a
battle tell.
Keywords: Historiographic, battle, Cerro Gordo, Mexican-American war, 19th century.
Recibido: 2021-02-23
Aceptado: 2021-07-14
La batalla de Cerro Gordo, que ocurrió
durante la guerra entre México y Estados Unidos (1846-1848), es conocida por
ser la última resistencia del ejército mexicano ante el invasor en Veracruz. También
se conoce por ser uno de los “errores” tácticos de Antonio López de Santa Anna,
que culminó en su derrota. Sin embargo ¿Cuánto realmente se conoce de ella?[2] ¿Cómo
se cuenta y desde qué perspectiva? ¿Quiénes presenciaron la batalla? ¿Cuánto de
lo que se cuenta se puede tomar como cierto y cuánto como ficción? El objetivo
de este artículo es hacer una reconstrucción historiográfica de la batalla de
Cerro Gordo que, desde que ocurrió el hecho, poco ha cambiado en la forma en cómo
se cuenta.
Para comenzar, es importante
hacer un par de precisiones. En primer lugar, este articulo rescata el
argumento principal del capítulo uno de la tesis de maestría titulada: La batalla de Cerro Gordo, Experiencia
militar mexicana durante la intervención estadounidense, 1847. Presentada
en el Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad
Veracruzana en diciembre de 2018. Por ello, el marco conceptual en donde se
inscribe este texto es muy breve. En segundo lugar, este escrito se posiciona bajo
el enfoque denominado de “trompetas y tambores” o “historia-batalla” (Pérez,
2018, p. 9), que consiste en reducir la observación del fenómeno histórico (la
batalla) al punto de vista del combatiente (el soldado). Es decir, una microhistoria
que busca describir de una manera muy precisa lo que ocurre cuando los soldados
se ven inmersos en aquel contexto de máximo peligro. Para lograr esta
descripción, se debe de tomar en cuenta elementos claves como las experiencias
de guerra (traducido en documentos tales como: memorias de guerra, entre otros).
De esta manera, el marco de la microhistoria (referido como una práctica
historiográfica) puede ser utilizado en “cualquier contexto, independientemente
de las características o dimensiones del objeto analizado”. (Pérez, 2018, p.
10).[3]
Lo anterior permitirá que
explicaciones generales sobre la guerra entre México y Estados Unidos, y sobre
quienes lucharon en ella, sean cuestionadas para dar paso a explicaciones de
índole social y cultural con un carácter y sentido de individualidad de sus protagonistas.
De esta forma y de acuerdo con Guardino (2017, p. 22)
“las guerras se entienden mejor cuando se recurre a la historia social y
cultural”.
En este sentido, para
reconstruir la historiografía de la batalla de Cerro Gordo bajo este enfoque,
tenemos que partir de los testigos que, en este caso, fueron pocos. En segundo
lugar, explicaremos las obras que surgieron en el siglo XIX y cómo consolidaron
los principios ciceronianos de la historia como maestra de vida y la identidad
nacional (Luna, 2017). Esta visión moralista y ejemplar de la historia,
sobresalta el valor del soldado mexicano y “obscurece” los elementos del
comportamiento humano en peligro. En tercer lugar, se hablarán de las obras del
siglo XX y sus cambios de enfoques y objetos de estudio sobre la guerra entre
México y Estados Unidos, que llevaron como trasfondo las perspectivas
militares. En un cuarto lugar, se expone la historiografía estadounidense que,
desde años recientes, ha trabajado enfoques desde la historia social y la
historia cultural para entender la guerra. Al final, se propone la herramienta
metodológica: “la pieza de la batalla” como parte de nuevas miradas a la
historia militar en México.
Los
“pocos” testigos
Si bien es importante
para el enfoque de “tambores” contar con fuentes de primera mano, el caso de
Cerro Gordo es particular, debido a que cuenta con pocos testigos y, de ellos,
sus experiencias plasmadas en el papel varían en cuanto contenido, intenciones
y temporalidad. Sin embargo, no se pueden obviar, ya que son los primeros en
dar certeza de lo ocurrido aquel abril de 1847. Por tal motivo, partiremos de
esta documentación como son las partes militares del general Antonio López de
Santa Anna, los manifiestos en su contra por su campaña de aquel año y sus refutaciones
tratando de justificar su participación militar. También están las memorias del
general que fueron escritas posteriormente, así como los partes de otros
oficiales que, si bien tuvieron una participación en la batalla, son pocos los
datos que proporcionan.
Las primeras narraciones
sobre el acontecimiento son los partes oficiales, extraordinarios y cartas que Antonio
López de Santa Anna envió al gobierno informando sobre lo acontecido. En ellas
expresa que el primer día de combate formal (17 de abril de 1847) habría ganado
porque el enemigo no pudo tomar la posición del cerro, a pesar de su
superioridad numérica. Pero al día siguiente (18 de abril) fue todo lo
contrario. El ataque por la retaguardia por parte de los estadounidenses
finiquitó la resistencia del ejército mexicano. Estas pequeñas narraciones
mencionan algunos datos sobre el hecho de armas, por ejemplo: la hora en que
empezó la batalla (al medio día del 17 y la mañana del 18) y cuantos efectivos
sostuvieron la lucha (alrededor de ocho mil a nueve mil tropas) (Bustamante,
2003).[4]
Así como Santa Anna,
otros generales también contaron sobre lo sucedido. Por ejemplo, Valentín
Canalizo, quien dio su parte al gobierno y que fue leído al Congreso de
aquellos años, en donde nos dice que a las siete de la mañana fue atacado de
nueva cuenta el cerro y que, a pesar de la resistencia del ejército mexicano,
este terminó por romper filas (Bustamante, 2003).
En
las memorias del general Santa Anna (García, 1974) la batalla que vivió consta
de un párrafo carente de datos sobre ubicación de tropas, estados mayores y enemigos.
Tampoco ofrece una descripción de qué pensó a la hora de luchar, cómo comandó o
desde dónde vio el combate. El general sólo escribió sobre los acontecimientos
sobresalientes que su memoria pudo recordar, como las órdenes dadas para
fortificar el cerro, el avance estadounidense sobre el mismo y la bizarría con
la que el ejército mexicano detuvo por cinco horas al enemigo. De igual forma,
menciona que los estadounidenses oscilaban entre los catorce mil combatientes,
una cifra exagerada pues sólo llegaron a ser entre ocho mil y nueve mil, muy
similar a las fuerzas del ejército mexicano (Guardino,
2017 p. 200). Del porqué Santa Anna tenga un relato muy corto, a pesar de haber
sido uno de sus protagonistas, tal vez se deba al tiempo en que escribió sus
memorias. Estas fueron redactadas a principios de los años setenta del siglo
XIX cuando el general tenía setenta y cuatro años.
Otro
relato de Santa Anna, más cercano a la batalla, es un manifiesto que escribió
el 24 de marzo de 1848, pero contiene menos datos en donde argumenta que la
derrota ocurrió por las pocas defensas realizadas para detener a los invasores.
En palabras de Genaro García (1974, p. 121) el manifiesto “peca de breve y sólo
trata de generalidades, empero debe de ser leído por cuantos quieran conocer de
manera cabal los acontecimientos de aquella época”. Existe un tercer documento que
plantea una narración diferente de la batalla. Se trata de la impugnación del
diputado Ramón Gamboa a un informe que Santa Anna presentó a la sección del
Gran Jurado. “Impulsado Gamboa por la fuerza del deber, el deseo de vindicar el
honor de su patria y el empeño de que se dilucidaran judicialmente a los acontecimientos
que acaban de labrar la desgracia pública, acusó a Santa Anna, el 27 de agosto
de 1847, de traicionar a México” (García, 1974, p. 213). En este sentido,
Gamboa se dedicó a buscar en los partes de operaciones de otros militares y en
periódicos, todas aquellas torpezas e incongruencias que cometió Santa Anna a
la hora del combate. Aquí no importa el conocimiento de los hechos sino el
señalamiento de los errores para dictar sentencia.
De
esta forma, se cuenta con cuatro relatos que aportan cimientos muy endebles en
la construcción narrativa del hecho de armas. Las partes oficiales y
extraordinarios del ejército no detallan el combate. De igual manera, las memorias
de Santa Anna son de un hombre anciano con un recuerdo de poco más de veinte
años en su mente. El manifiesto de marzo de 1848 tenía toda la intención de
justificar y explicar el papel de Santa Anna en la guerra, era claro que no
asumiría culpas. Las faltas vendrían de un relato que tampoco explicaría el
acontecimiento sino calificar al general de traidor.
El
siglo XIX: la historia ejemplar a través de los Apuntes
Existe, al parecer, un
último testigo de la batalla. Se trata del escritor Francisco Urquidi[5] quien
fuera diputado de Chihuahua y secretario de Santa Anna en aquellos años (Luna,
2017, p. 133). Por medio de su pluma, se conoce el relato de la batalla, la
cual apareció en la obra: Apuntes para la
historia de la guerra entre México y Estados Unidos, publicada semanalmente en el periódico El Siglo Diez y Nueve, del 1 de septiembre de 1848 al 10 de mayo de
1849.[6] La
redacción de dicho libro comenzó con las reuniones que sostenían una serie de
letrados de la época (como Manuel Payno, Guillermo Prieto, José María Iglesias,
Francisco Schiafino entre otros), cuando huían de la
Ciudad de México ocupada por los estadounidenses. (Prieto, 2009, p. 590-591).
Esta
obra es una de las más consultadas (clásica) de la guerra. Aquí Francisco Urquidi
relata la batalla, que comienza con la salida de Santa Anna de la Ciudad de
México el 30 de marzo de 1847, después de luchar en la Angostura y calmar la
revuelta de los Polkos. Durante su viaje a Veracruz
nombró a Valentín Canalizo como jefe inmediato de las tropas mexicanas y mandó
a fortificar Cerro Gordo. Para Urquidi (Alcáraz,
1999), Cerro Gordo era el principio de los cambios entre los aires frescos de
la zona xalapeña y el malsano clima de la costa veracruzana. Ahí se hacían
notar dos cerros que forman parte del camino nacional llamados el Telégrafo y
la Atalaya. En ellos Santa Anna mandó a Manuel Robles Pezuela a realizar
reconocimientos para fortificar el área. Para Robles Pezuela la zona no era la
mejor para entablar combate a los estadounidenses, sólo para hostigarlos. A
pesar de tales opiniones Santa Anna estaba convencido de pelear en el lugar y arribó
a Cerro Gordo el 5 de abril, donde apostó su campamento. Seguido, Urquidi
presenta la distribución de la línea de batalla que formó el ejército mexicano,
dividida en tres partes: el Telégrafo, el camino nacional y la derecha, esta
última subdividida en tres partes también. Después de describir el terreno y la
posición de las tropas, Urquidi cuenta que la vida en el campamento mexicano
era muy pintoresca, a pesar de que los soldados sufrían falta de agua,
alimentos y climas a los que no estaban acostumbrados. Todo esto ocurría cuando
las tropas estadounidenses arribaban al poblado cercano conocido como Plan del
Río.
Para
el 15 de abril ambas fuerzas comenzaron a realizar reconocimientos en los que hubo
encuentros esporádicos, pero no fue hasta el 17 que hubo contacto, lo que hizo
reacomodar las fuerzas militares que estaban cerca de ambos cerros. Santa Anna
ordenó subir tropas al cerro del Telégrafo y trataba de elevar la moral de sus
hombres, los estadounidenses trataban de ganar el cerro de la Atalaya e incluso
se aventuraron a subir el Telégrafo. Para las cinco de la tarde el combate
había terminado y ambos ejércitos pactaron para recoger a sus heridos y
muertos.
Durante
la madrugada del 18 ambas fuerzas empezaron a fortificar sus respectivas posiciones,
pues era de pensar que el combate se reanudaría a la salida del sol. Y así
ocurrió. Con los primeros rayos de la mañana, los estadounidenses iniciaron su
avance sobre el Telégrafo, lo que los llevó a una lucha encarnizada contra el
ejército mexicano. Al mismo tiempo, en las posiciones de la derecha otro grupo
de voluntarios estadounidenses tomaron acciones que les trajeron consecuencias
graves; no se imaginaron que dicha posición estaba muy bien pertrechada y
tuvieron cuantiosas bajas. La lucha en ambas partes se prolongó durante el
mediodía, hasta que la línea de los mexicanos en el Telégrafo fue rodeada y no
soportó la carga de la infantería estadounidense, rompiendo filas. Se generó
entonces un desorden que los jefes militares no pudieron contener (Alcáraz, 1999).
La historia de la batalla, en
síntesis, es un despliegue de nombres de batallones mexicanos luchando contra
los estadounidenses en varias partes al mismo tiempo. Con grandilocuencia y
poética descripción del combate, Urquidi usa frases como “la muerte agitando
sus alas sobre aquel campo ensangrentado, incendiado en algunos puntos por los
proyectiles enemigos, se mecía horriblemente sobre la espesa humareda que
envolvía a millares de hombres encarnizados en la lucha” (Alcáraz,
1999, p. 179). Lo anterior, es un
intento por exaltar los actos heroicos de los soldados en contraste a las
torpezas de su comandante, (Luna, 2017, p. 144). Podemos añadir un ejemplo más.
Cuando Urquidi habla de Santa Anna lo describe así:
“[Santa Anna en Cerro Gordo] Se vanagloriaba entonces
de haber detenido la marcha triunfal del enemigo, y halagando por su fortuna,
que, abandonándolo un instante el año de [1]844, le había vuelto a sonreír
desde su llegada a la República en [1]846, se entregaba á ilusiones fatales,
que originaron quizá sus faltas de previsión. Enteramente fascinado,
despreciaba aun la voz de la ciencia, exigía humillación de los que lo
rodeaban, y era inaccesible á la razón y á la ingenuidad” (Alcáraz,
1999, p. 173).
En
contraste, cuando Urquidi habla del militar anónimo lo describe así:
“Y para el
[soldado] que por la primera vez se hallaba en medio de un ejército frente al
enemigo, en circunstancias tan solemnes para la patria, viendo por fin al
soldado en el ejercicio de su misión caballeresca, y participando de su miseria
y de su aislamiento; para quien contemplaba desde allí un pueblo entero
indolentemente abandonado á la suerte de aquel puñado de hombres, y leía como
en un libro una de las páginas más notables de nuestra historia; para el que,
en fin, sentía aplicado sobre aquellos campos el lente del mundo y de los
siglos, aquella situación tan nueva, tan grandiosa, era como la realización de
un sueño. (Alcáraz, 1999, pp. 173-174).
Urquidi
no es tan explícito en su posicionamiento de sentencia y parcialidad, como lo
fueron sus contemporáneos coautores, por ejemplo, Manuel Payno (Luna, 2017, p. 135).
Pero es evidente que, en este contraste de la gloria y el valor del soldado
frente a la arrogancia, la frivolidad y la mala estrategia del general, no
congeniaba con Santa Anna en la conducción de la guerra y lo responsabilizaba
en buena medida del desastre. No por nada Santa Anna prohibiría la obra en los
años cincuenta del siglo XIX (Vázquez, 2001, p. 49).
Además, trataba de valorar los
esfuerzos del ejército mexicano y presentarlos como los verdaderos héroes, a
los que la historia les debía rendir homenaje por todo el sufrimiento padecido.
Los redactores de los Apuntes
intentaron escribir una historia que responsabilizara de manera colectiva la derrota
de la guerra (Vázquez, 2001, p. 41) y a partir de ahí, explicar la idea de
pueblo mexicano. Por esta razón, no es fortuito que la historia de la batalla
de Urquidi esté construida de esta forma. Después de la derrota contra los
Estados Unidos, “la necesidad de reconstruir la nación favoreció que los
redactores de los Apuntes renovaran
el paradigma ciceroniano [magistra vitae]. Los autores se erigieron en tribunos
para impartir justicia: honrando los actos heroicos y condenaron los pequeños y
grandes crímenes, los actos de cobardía, la improvisación y las traiciones” (Luna,
2017, p. 144). La obra se convirtió en el “prototipo” de historia moral y
ejemplar que se buscaría escribir a lo largo del siglo XIX.
Sin embargo, para nuestro enfoque
(como se verá más adelante), este contexto en que fue publicada la obra, junto
con su intencionalidad de impartir el juicio histórico, ha nublado aquellos
elementos claves para entender la batalla desde el combatiente. La historia que
nos cuenta Urquidi se vuelve confusa al tratar de seguir a algún batallón en la
línea de fuego y, a partir de aquí, esta historia tendrá pocas variaciones en
estructura narrativa, sobre todo, en la parte de lo acontecido tanto el 17 como
el 18 de abril.
Debieron
de pasar casi veinte años para que hubiera un nuevo texto sobre la batalla, y
esto fue a cargo de Manuel Rivera Cambas, (1869, p. 889-890) quien en su obra Historia antigua y moderna de Jalapa y de
las revoluciones del Estado de Veracruz, retomó a Urquidi sin cambios
sustanciales. Las únicas variantes fueron en la formación del ejército mexicano
y las órdenes expedidas por los generales para fortificar Cerro Gordo. Sin
embargo, en las acciones tanto del día 17 como del 18, Rivera Cambas va
narrando el mismo orden de Urquidi.
Para
finales del siglo XIX apareció la versión de la batalla a cargo de José María Roa
Bárcena, en el libro Recuerdos de la
invasión norteamericana (1846-1848) por un joven de entonces. En la opinión
de Josefina Zoraida Vázquez la obra:
Ha
sido ampliamente consultada por el material que contiene sobre las batallas y
su contexto. Los documentos militares que Roa consultó le permitieron revalorar
los esfuerzos del ejército mexicano en la defensa del país, hasta entonces soslayados
por la pasión política. (Vázquez, 2000, p. 478).
A diferencia de los Apuntes e Historia antigua, la versión de Roa Bárcena narra los hechos desde
las perspectivas de los combatientes, en donde se aprecia el amplio material
consultado, como lo señala la historiadora. Otra de las diferencias es la falta
de emociones que tienen los personajes, es decir, mientras que Urquidi
introduce emociones (verdaderas o no) como la ansiedad, el temor o la
preocupación de los soldados por combatir, Roa Bárcena hace caso omiso de lo
anterior mostrando lo simplificado del comportamiento humano en su
historia.
De
igual forma, Roa Bárcena cita a Urquidi para describir lo vivido en el combate
y su estructura narrativa no cambia con respecto a las anteriores obras. Cabe
destacar la buena reflexión que hace sobre el ataque del general estadounidense
Gideon Pillow en el ala derecha de las posiciones
mexicanas. Este ataque debió ser simultáneo con respecto a los demás asaltos
estadounidenses y no posterior. Aquí, Roa Bárcena deja ver un aspecto que a
veces suele pasarse por alto cuando se intenta narrar acontecimientos bélicos:
los sucesos en el campo de batalla ocurren de formas paralelas; por lo cual, al
escribir sobre una batalla se tiende a dividir temporalmente los eventos. (Roa Bárcena,
1986, p. 206-208). Para Roa Bárcena la guerra con los Estados Unidos “fue el
doble resultado de la inexperiencia y del engreimiento de la propia capacidad,
por una parte; y de la ambición que no halla freno en la justicia, y del abuso
de la fuerza, por otra parte” (Matute, 1992, p. 478). Al igual que sus
predecesores, Roa Bárcena reconoce que tanto el ejército como la guardia
nacional “cumplieron su deber y dieron un espectáculo no común de rehacerse,
presentarse ante el invasor y batirse con él a otro día de cada derrota, lo
cual no hacen los cobardes.” Y también revalora el papel de Santa Anna lejos de
los arrebatos políticos que permearon durante la guerra. (Matute, 1992, p. 483)
En
esos mismos años aparecieron los tomos de México
a través de los siglos. El tomo IV, elaborado por Enrique Olavarría y
Ferrari, es el que narra la batalla.[7]
Olavarría confiesa seguir los pasos de Roa Bárcena, pero de forma más corta y
menos reflexiva y cuenta los hechos como en los Apuntes, sólo que al final omite la parte de la desbandada
mexicana. Sin embargo, lo importante a considerar es lo que les pasa a los
soldados mexicanos que se rindieron al término de esta. Según Olavarría:
El
enemigo tenía el derecho de guardar bajo segura custodia a sus prisioneros;
pero deseando sin duda evitarse el gravamen y las molestias que esto debía
causarle, propuso que los que quisieran regresarían a México o a donde mejor
les pareciese, sin otra condición que la que observar bajo palabra de honor, la
prisión que hasta ser debidamente canjeados tenían la precisión de sufrir;
muchos de ellos aceptaron juzgando seguramente que en nada faltaban a sus
deberes, toda vez que tan imposibilitados para servir a su patria quedaban en
su calabozo como bajo el sagrado de su palabra; esto, y nada más […] (Olavarría
y Ferrari, 1984, p. 655).
Este tipo de conductas
llama la atención porque, a decir de los militares juramentados, no estaban
faltando a sus deberes. El pacto aparece como una especie de código del cual se
valieron varios oficiales para salvaguardar su vida y la de sus subordinados.
Peter Guardino (2017, p. 332) señala que los
oficiales mexicanos se valían de la juramentación con dos objetivos, el primero
era salir del confinamiento rápidamente para evitar la enfermedad y el hambre;
y el segundo, para volver con sus familias, ya que eran los únicos que
sostenían el hogar.
Tanto la obra de Roa Bárcena como
lo escrito por Olavarría pertenecen a un “afán cientificista de volver a la
Historia un campo de conocimiento científico […] fundido en una idea de
progreso de la humanidad, un avance hacia mejor”. Este “afán documentalista
tenía una búsqueda de la verdad y una pretendida objetividad e imparcialidad
por parte de quien estaba estudiando el pasado”. Con ello se afianzó, a lo
largo de la segunda mitad del siglo XIX, una explicación de la Historia de México
como un “desenvolvimiento evolutivo, en el cual la nación mexicana atravesó
varias etapas […] para constituirse en la nación moderna que parecía
encaminarse hacia el progreso”. Así la Historia se volvería “un saber que
ayudara a construir un imaginario colectivo, fincado en la idea de un pasado
común, y además fomentara el amor a la patria (Bahena, 2019, pp. 74-76, 85).
Para este punto, aquella explicación histórica que surgió como “prototipo” en
los Apuntes había alcanzado su máximo
grado de madurez.
Segunda
mitad del siglo XX: cambio de paradigma
Esta
corriente historiográfica de “historia científica” perduró durante la primera
mitad del siglo XX. De ahí que diversos autores transcribieran documentos
inéditos en aras de presentar los hechos lo más objetivamente posible. Por
ejemplo: Francisco del Paso y Troncoso presentó Guerra del 1847 entre México y Estados Unidos, desde la salida de
Puebla del ejército norteamericano hasta la ocupación de México (1908) y
Alberto María Carreño, Jefes del ejército mexicano en 1847 (1914). A
su vez, el historiador Genaro García reunió importantes memorias y
correspondencia sobre la guerra como las cartas de José Fernando Ramírez,
enviadas al gobernador de Durango, bajo el título México durante su guerra con los Estados Unidos, los apuntes del
militar Manuel Balbontín, quien luchó en la guerra cuando era subteniente, y
las memorias del general Santa Anna que son citadas en este artículo. (Vázquez,
2000, p. 478-479).
Sin
embargo, para la segunda mitad del siglo XX, “el interés por el conflicto
bélico empezó a ser desplazado por el del recuento diplomático”, así como el
“afán conmemorativo” y los estudios académicos que estaban explicando la guerra
desde lo regional (Vázquez, 2000, pp. 480-481). Sólo la obra que Manuel B. Trens editó, llamada Historia
de Veracruz, es en donde la batalla vuelve a estar presente. En el tomo
cinco de Historia de Veracruz, Trens utiliza documentos tanto de Santa Anna como de otros
generales para describir las acciones que se tomaron durante aquellos días de
combate. Igualmente, el relato de Roa Bárcena es una de las fuentes principales
para construir el suyo. Lo interesante de la historia de Trens
es que, al tratar de justificar su juicio sobre Santa Anna y el apoyo a Robles
Pezuela, deja ver en la documentación que Santa Anna tiene claro por qué
decidió presentar batalla en Cerro Gordo. Además, Trens
hace aseveraciones sobre la derrota mexicana cuando en su narración no había
llegado a ese punto (Trens, 1949, p. 257). De igual
forma, su estructura narrativa respeta el orden de los Apuntes.
En años recientes, se crearon “mejores
condiciones para reinterpretar la guerra. Los estudios revisionistas sobre el
siglo XVIII y la independencia replantean la versión tradicional liberal del
periodo de 1821-1846 como simple era de caos, y encaran el problema de explicar
cómo la próspera y rica Nueva España se convirtió en unas cuantas décadas en el
país impotente de 1846, mientras las pequeñas trece colonias angloamericanas,
menos importantes para su metrópoli que sus West
Indies, se convirtieron en el dinámico Estado que arrebató a México la
mitad de su extenso territorio” (Vazquez, 2000, p.
482). Pero no se volvió a tomar en cuenta algún enfoque militar de la guerra
como lo empezaban a tener la historiografía estadounidense que, aunque cuenta
con pocos estudios para estos momentos, ya estaban haciendo un “esfuerzo por
superar el empeño por justificar o glorificar la guerra”. (Vázquez, 2000, p.
482).
La historiografía estadounidense (nuevos enfoques de
la historia militar)
A
principios del siglo XX, en Estados Unidos, apareció la obra The War with Mexico de Justin H.
Smith, un trabajo de dos volúmenes donde Cerro Gordo abre el segundo tomo. La
batalla es descrita desde el campo de los estadounidenses, siendo los
protagonistas los batallones de regulares y voluntarios bajo nombres respectivos
(3°batallón de infantería, 2° de caballería o división de voluntarios, etc.).
Aquí Smith utiliza las memorias de Ulises Grant y Robert Lee para describir la
posición de Cerro Gordo. En tal lugar, según lo que extrajo Smith de las
memorias, la posición mexicana era un “precipicio inescapable de un lado y de
barrancos intransitables por el otro” (Smith,1919, p. 49). Así como este ejemplo
y para la narración de acciones militares, Smith continúa utilizando memorias o
cartas de oficiales.
En
los años setenta llegó el libro de K. Jack Bauer titulado The Mexican War,
1846-1848. El relato (Bauer, 1974) es una combinación de las obras de Justin
Smith y Roa Bárcena, junto con una serie de informes de generales y oficiales
que lucharon en Cerro Gordo. En los años ochenta llegó la obra de John S. D.
Eisenhower, So Far from
God: The U.S War with Mexico,
1846-1848, cuyo relato y fuentes son las mismas que Bauer y se enfoca en
las acciones de los estadounidenses exclusivamente (Eisenhower, 1989, p. 276).
Para los años noventa el texto llamado The Mexican National Army, 1822-1852,
de William A. DePalo Jr., afirma que Cerro Gordo fue una
batalla de infantería “en donde el asalto al cerro se llevó el día” (DePalo, 1997, p. 124). En esa misma década del libro de DePalo Jr. aparecieron dos libros que optaron por mostrar
otros aspectos en la historia de la guerra, llevando su objeto de estudio a la
visión que tuvieron los soldados estadounidenses con respecto a la misma.
Retomaron las fuentes ya consultadas por anteriores historiadores, pero
centraron su atención en las personas que conformaban los batallones
estadounidenses, a su vida antes y durante la guerra, a las enfermedades que
enfrentaron y a los problemas políticos que existieron dentro de las filas,
dando como resultado ciertas similitudes con sus homólogos mexicanos. Estos libros son: Army of Manifest Destiny: The American Soldier
in the Mexican War, 1846-1848 de James McCaffrey (1994) y Mr. Polk’s Army, The American Military
Experience in the Mexican War de Richard Bruce Winders (1997).
En
años recientes Timothy Johnson en su libro A
Gallant Little Army (2007)
nos cuenta la batalla en dos partes, una que narra lo ocurrido el día 17 y la
otra el día 18. En la primera parte se cuenta lo acontecido desde la llegada de
los estadounidenses a Plan del Río y la fortificación del cerro del Telégrafo
por parte de los mexicanos, hasta el combate librado el día 17. Johnson cuenta
la batalla por medio de lo que podríamos mencionar como pasajes, es decir, en
un primer momento acompañamos a los soldados estadounidenses y después,
seguimos a los mexicanos para volver con los estadounidenses hasta los enfrentamientos
en la tarde del 17.[8]
Dentro de esta parte, Johnson señala un aspecto relevante que tiene que ver con
la satisfacción de la comida de los soldados estadounidenses. Estos exploraron
la zona en busca de alimentos y encontraron duraznos, naranjas, plátanos y
árboles de lima, pero a los soldados no les eran suficientes dichas frutas por
lo que se internaron en los potreros cercanos y tomaron dos vacas, a pesar de
que sus dueños estaban presentes y se las llevaron a su campamento (Johnson,
2007, p. 74-75). Con este fragmento de información se puede llegar a pensar que
los hombres tuvieron la iniciativa de buscar satisfacer sus necesidades con lo
que encontrasen.
En
lo que corresponde al día 18, la perspectiva de Johnson está siempre enfocada en
los estadounidenses y mantiene el esquema narrativo que hemos venido señalando.
La historia de la batalla va siguiendo los parámetros de Urquidi. Para el
combate de ese día, se comienza con los disparos de la artillería a los
primeros rayos del sol, seguido del avance de la infantería estadounidense para
tomar el cerro del Telégrafo y después el ataque fallido a las posiciones
mexicanas de la derecha. Al final sabemos de la rendición de esta área al ser
rodeados una vez conquistado el Telégrafo. Por último, cabe señalar la
distinción entre los puntos de vista del general y del soldado sobre lo que la
batalla fue para ellos. Por el lado del general (en este caso Johnson se
refiere a Winfield Scott) la estrategia era lo principal, el resultado de la
batalla se debió a una estrategia bien ejecutaba atacando el flanco del enemigo
y tomando ventaja sobre él, como los libros de guerra indicaban. Mientras que
para el soldado de infantería la batalla fue una lucha de las más feroces en
las que había estado (Johnson, 2007, p. 97-98).
Diez
años después de Johnson, Peter Guardino trajo de
nueva cuenta el relato de la batalla. En The Dead March: A History
of Mexican-American War, Guardino (2017, p. 194-195)
rompe con algunos esquemas de narración establecidos desde Francisco Urquidi.
En las primeras páginas, Guardino objeta las
acusaciones de otros autores del porqué Santa Anna decidió pelear en Cerro
Gordo. A diferencia del clima desértico del norte que trajo estragos al
ejército mexicano, el clima de la zona de Veracruz podría jugar a favor de este.
Además, para Santa Anna la zona era muy bien conocida, pues había peleado en
esa región desde la época de la independencia. También Cerro Gordo estaba cerca
de su hacienda de El Lencero, la cual, lo podía abastecer y tenía una buena
vista de quien pasaba por el camino y las barrancas y le daban una barrera
natural ante cualquier amenaza. Además, inutilizaría la artillería
estadounidense que era rápida para desplegarse si el terreno lo permitía. Santa
Anna no quería exponer a sus soldados contra la artillería ligera y móvil de
los estadounidenses, y sabía que los soldados mexicanos eran tenaces en la
defensa. El plan era contener a los estadounidenses en la tierra caliente,
donde el vómito negro les afectaría. De igual forma, Guardino
no se detiene a describir la naturaleza de Cerro Gordo ni la posición que
tomaron los mexicanos para pelear. Sin embargo, en la parte que cuenta la
pelea, tanto del 17 como del 18, Guardino continúa el
esquema de todos los demás autores. Nos cuenta sobre el choque de las fuerzas
el 17, la madrugada en que se fortificó las zonas de combate, la segunda pelea
del 18 y la retirada de los mexicanos. A la obra de Peter Guardino
se le podría considerar como la narración que mejor engloba lo escrito hasta
este momento sobre la guerra y, además, añade los enfoques socioculturales que
permiten un mejor entendimiento de las sociedades y los ejércitos en aquel conflicto.
La historiografía estadounidense, en los últimos 20 años, ha demostrado que es
posible hacer historia social y cultural de la guerra. Cuenta con las fuentes
que la “historia-batalla” o el enfoque de “tambores” necesita para contar la
guerra desde esa perspectiva. Sin embargo, al momento de acercarse al plano del
combate, tanto la historiografía mexicana como la estadounidense continúan
utilizando la misma estructura narrativa que, desde los Apuntes se ha venido manifestando. Ni siquiera la obra de Guardino, que es la más actual que se ha publicado sobre la
guerra, escapa ante tal estructura. Entonces ¿cómo abordar este enfoque? Por
medio de la “pieza de batalla” que proporciona John Keegan se puede comenzar a
abordar.
La
pieza de la batalla: una propuesta a la historia militar de México
La historia de Urquidi ha
sido reiterativa en varias ocasiones y también su relato maestro, junto con sus
sucesores, cuenta con supuestos historiográficos que simplifican el
comportamiento de los soldados. Es aquí donde interviene el esquema llamado “la
pieza de batalla” (Keegan, 2012). Dicho esquema es una forma de análisis de
relatos bélicos para encontrar los rasgos comunes en las historias de guerra,
mismas que reducen a palabras, enunciados y hasta interpretaciones de lo que se
puede experimentar en el punto de máximo peligro (la batalla).
La
pieza se encuentra compuesta de cuatro aspectos: a) movimiento discontinuo, b) uniformidad
de comportamiento, c) caracterización
simplificada y d) motivación
simplificada.
El movimiento discontinuo se
refiere a la construcción literaria de la batalla, que en la mayoría de las
ocasiones suele ser brusca y estrepitosa. La
uniformidad de comportamiento describe que todos los soldados hacen lo
mismo, como si se trataran de autómatas o peones desempeñando una sola labor. La caracterización simplificada es el
elemento más común en los relatos, pues generaliza a los hombres con términos
militares y con nombres de oficiales. Por último, tenemos la motivación simplificada que dice la
facilidad con que las órdenes y palabras de ánimos son acatadas renovando la
moral para seguir peleando. (Keegan, 2012, p. 35-36, 66).
En
su texto, Keegan desarticula una serie de relatos sobre un episodio bélico de
principios del siglo XIX en Europa. Utilizando la lógica y la comparación entre
las narraciones, disecciona una reflexión que le permite ponderar los elementos
físicos y psicológicos ante la palabra escrita que, por lo general, termina por
reducir el impacto que tienen las batallas en el recuento de los hechos
históricos. Citando al autor, “si un historiador solo le interesa el resultado
de una batalla ¿por qué se molesta en narrarla? Las batallas son
acontecimientos deliberados y no casuales” (Keegan, 2012, p. 45-46), de ahí que
se considere importante construir herramientas metodológicas que permitan un
acercamiento más objetivo a tales eventos.
En
este sentido podemos utilizar “la pieza de batalla” para hacer un análisis a la
batalla de Cerro Gordo siguiendo tres fuentes: Roa Bárcena, Justin Smith y por
supuesto a Francisco Urquidi. Se han escogido estas tres por dos motivos
principalmente. El primero, la historia de Urquidi es el relato maestro y la
más cercana al acontecimiento histórico. En segundo, estas historias son las
más longevas, las que describen a detalle el comportamiento de los soldados a
la hora de luchar y, por consiguiente, tiene mayores interpretaciones por parte
de sus autores. A diferencia de las historias de la segunda mitad del siglo XX
y las del siglo XXI que, son una continuación de lo ya escrito.
Empecemos
por la narración de Roa Bárcena que simplifica la caracterización de los
actores agrupando con los nombres de los comandantes de los cuerpos militares,
por ejemplo:
A
las once de la mañana del 17 quedaba Twiggs en sus
posiciones, al Noreste de los cerros del Telégrafo y de la Atalaya. No le era
posible seguir avanzando a cortar por retaguardia el camino de Jalapa sin ser
descubierto desde el Telégrafo; en consecuencia, dispuso ocupar las alturas
inmediatas […] y dio órdenes al coronel Harney, jefe
de las 2° brigada de regulares, quien hizo destacar al teniente Gardner con la
1°compañina del 7° de infantería reconociera desde allí la comarca. Con esta
fuerza se encontró la mexicana que conducida por el general Alcorta practicaba
reconocimientos en la misma dirección, y como a las doce del día se rompió el
fuego entre la descubierta de Alcorta y la compañía de Gardner. […] La batería
de Talcott, de obuses de montaña y para-cohetes a la Congréve, seguía a la 1°brigada de regulares y destacó 2
piezas que las órdenes del teniente Reno quedaron establecidas en el Atalaya.
[…] Las demás piezas de esa batería, a las órdenes de los tenientes Callender y Gordon, se apostaron en la extremidad derecha
de la línea enemiga protegiendo el paso o garganta por donde se nos aproximó la
fuerza de Harney. […] Santa Anna desde los primeros
disparos acudió con su estado mayor al Telégrafo, donde estuvo dirigiendo la
acción. Descendió de dicho cerro el 3° de infantería a reforzar a Alcorta: se
mandó que subiesen a aquella posición otros cuerpos, escalonándose los ligeros
en la falda; que el 4° de Línea cubriera uno de los flacos más amenazados; que
en la cumbre y en los parapetos quedaran una parte del 3° de Línea y el 11° de
infantería; que la reserva formara en columna sobre el camino nacional, y que
el 6° de infantería acudiera de la guardia o reserva de la batería del camino,
a cubrir nuestra derecha (Roa Bárcena, 1986, p. 205).
Como podemos ver, son los jefes u oficiales quienes
protagonizan el combate y no los soldados; pero no sólo eso, el relato de la
batalla de Roa Bárcena está construido bajo un aparato técnico utilizando jerga
militar, como son obuses de montaña y cohetes a la Congréve.
Asimismo, cuenta con una uniformidad en el comportamiento de los actores; tanto
mexicanos como estadounidenses pelean, no hay momentos de insubordinación,
desesperación o miedo a la hora de enfrentar las balas y las bayonetas. También
el desgaste físico humano está ausente en la narración; subir un cerro demanda
un esfuerzo y prepararse para combatir otro. Por último, es interesante señalar
que, para ser un relato escrito con prosa militar, no se mencione cómo los
altos mandos daban las órdenes a sus subordinados, pues no hay respuesta a cómo
Santa Anna pudo orquestar tales movimientos de tropas, a la sazón de los ruidos
de disparos y gritos en plena lucha. Un punto para considerar es que el autor,
influenciado por permanecer alejado de los juicios, deja que las fuentes hablen
por sí solas dando un panorama general de la batalla. Casi todas las fuentes
que utiliza son partes militares de la batalla, tanto mexicanos como
extranjeros. Por lo tanto, era natural que reprodujera pasajes de dichos partes
en su relato.
El relato de Justin Smith, presenta algunas similitudes con Roa Bárcena, pero
también diferencias. Las similitudes radican en una caracterización
simplificada de los actores: tenemos a los cuerpos militares mencionados con
los nombres de los jefes y su movimiento discontinuo: cobertura, desaliento del
enemigo atacante y retirada. Pero en sus diferencias, Smith muestra a los
partícipes de la batalla un tanto más humanos y no
como autómatas; por ejemplo y volviendo a los hechos ocurridos el día 17:
Uno
de los capitanes […] preguntó a Twiggs hasta dónde
podía cargar al enemigo. "Cargárselos al infierno" rugió el Tigre de
Bengala; y naturalmente una pequeña fuerza estadounidense se precipitó por la
ladera más alejada de La Atalaya y comenzó a ascender al Telégrafo. Estaba
entonces en una situación desesperada, expuesta al cañón de los mexicanos y en
número superior. Un grupo de norteamericanos bajo el mando del mayor Summer,
cuya valentía se apresuró a ayudar a la pequeña fuerza, sólo logró compartir su
difícil situación. Pero se pudo poner a cubierto; un obús desalentó al enemigo;
y más tarde este grupo fue capaz de retirarse (Smith, 1919, p. 52).
Aquí vemos lo enmarañado del combate. Smith muestra un
nivel más profundo en describir el comportamiento. Aquí, hay peligro en las
incursiones hacia el cerro, los oficiales pedían órdenes, no sólo las recibían
y se generaba una interacción entre mandos y subordinados. También aparece el
instinto de conservación (la cobertura que tomaron los estadounidenses ante la
fuerza mexicana). Estas son las circunstancias que obligan a actuar de cierta
forma cuando se entra en la zona de peligro. Por último, tenemos a Francisco
Urquidi. Su pieza de batalla cuenta así:
[…]
el 17, al medio día, habiendo salido el general Alcorta a hacer un
reconocimiento por el cerro de la Atalaya, encontró una parte de las fuerzas
enemigas, las que batió en retirada con una avanzada nuestra, entretanto que el
3° de infantería, que guarnecía el Telégrafo, descendía a protegerlo. El
general Santa Anna acudió allí inmediatamente, haciendo subir a algunos cuerpos
después de haber mandado que sobre el camino formase la columna de reserva:
situó en la falta del Telégrafo a los batallones ligeros en varias líneas,
escalonadas en el centro de aquella posición, al 4° de línea hacia la
izquierda, que era por donde cargaba con más tenacidad el enemigo, y en la
cumbre sobre los parapetos quedó una parte del 3° de línea y el 11° de
infantería. El 6° de infantería acudió a la derecha por orden del general Vega,
impidiendo con sus fuegos que la posición fuese envuelta. Un fuego vivísimo se
sostenía por ambas partes, y los empujes de los americanos sobre nuestras
líneas eran rechazados con el mayor vigor. La presencia del general Santa Anna,
que, sobre la misma cumbre del cerro, acompañado de su estado mayor, ordenaba
la acción, animaba a las tropas: las alegres vivas a la República, a la
independencia y el general en jefe, en que prorrumpían los que acompañaban a
S.E., excitaban en ellas un vivo entusiasmo. Nuestros soldados afrontaban la muerte
con denuedo, la desafiaban y resplandecía en sus frentes el júbilo de la
victoria. […] En los demás puntos se le resistía [a los estadounidenses] con el
mismo esfuerzo, y prologándose de hora en hora aquella lucha, terminó al fin,
porque rechazados los enemigos por todas partes, se retiraron algunos al mismo
cerro de la Atalaya, y los demás se internaron en las boscosas cañadas que se
descubrían a la izquierda de nuestras posiciones (Alcáraz,
1999, p. 175-176).
Aquí están todos los
elementos. Movimiento discontinuo:
algunos cuerpos subieron el cerro por órdenes de Santa Anna (que hasta el
momento no sabemos cómo ordenaba), otros reforzaron la cima de este, se
compartió un “fuego vivísimo”, se rechazó el ataque y los estadounidenses se
“internaron en las boscosas cañadas” como si fueran una especie de sombras. Uniformidad del comportamiento: todos
los mexicanos luchan para defender su posición. Caracterización simplificada: los nombres de 3° y 4° de línea, 11°
y 6° de infantería son las herramientas gramaticales que aglutinan a quinientos
o seiscientos hombres que componían un batallón de la época. A su vez está
Santa Anna junto con su estado mayor y el general Vega. Motivación simplificada: la presencia de Santa Anna y su estado
mayor animaba a las tropas a luchar. Si bien el análisis está centrado en la
acción que ocurre el día 17 de abril, estos elementos los podemos encontrar en
toda la narración de la batalla, unos más tangibles que otros pero que, sin
duda, simplifican el comportamiento humano en situaciones de riesgo.
Conclusión
La
forma en cómo se cuenta la batalla de Cerro Gordo la conocemos a través del
relato de Francisco Urquidi. Su estructura narrativa ha tenido pocas
variaciones y autores posteriores lo retoman aceptando su interpretación. El
contexto en el que Urquidi escribió su historia tenía la intención de crear un
relato moralista y ejemplar, que rescatara las lecciones aprendidas de la
guerra para la nación mexicana, tomando como ejemplo las proezas del ejército
mexicano que defendió a capa y espada a su pueblo. Este principio se
consolidaría a la luz de la historia “científica” de finales del siglo XIX, la
cual ya tenía toda la intención de explicar el pasado mexicano, como un pueblo
único que iba caminando hacia el progreso. Esto fue eclipsando el acercamiento
de miradas militares al cambio del siglo XX que, ya para mediados del mismo,
estaba buscando nuevos horizontes para historiar (como los enfoques
diplomáticos y regionales). De igual forma la historiografía estadounidense
empezó a abordar la guerra desde los campos socioculturales, pero no se pudo
quitar el peso que la estructura narrativa del siglo XIX ya había enmarcado.
Prueba de ello, es que sus narraciones, como las del lado mexicano, son estrepitosas
y dejan en claro quiénes son los protagonistas. Agrupan y generalizan
arbitrariamente a los partícipes junto con su comportamiento, sin permitir
entender las cuestiones físicas de la batalla, las relaciones sociales entre el
cuerpo militar durante la pelea y la motivación personal y grupal que hace que
los soldados permanezcan frente a la amenaza en vez de dar media vuelta y huir.
Ante tal impedimento no parece mala la idea de empezar a proponer nuevas formas
de análisis sobre los acontecimientos bélicos en la historia militar de México,
como lo es “la pieza de batalla”. Ya que como dice Keegan, citando a Michael
Howard, cierta clase de libros militares “pierden de vista para qué están los
ejércitos. Los ejércitos, daba a entender, están para combatir. Podemos
deducir, pues, que la historia militar debe tratar, en último término, de la
batalla (Keegan, 2012, p. 27).
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Cuauhtémoc Hernández Silva, México: CIESAS, El Colegio de México, INAOE.
[1] Escuela Normal Superior Veracruzana Dr. Manuel Suárez Trujillo, magx19.mg@gmail.com
[2] Más bien ¿Cuánto se
sabe de las batallas entre México y Estados Unidos durante los años 1846-1848?
[3] Para
profundizar en este enfoque se pueden revisar las obras llamadas: El rostro de la batalla (2013), de John Keegan; Battle: A History of combat and culture
(2003), de John A.
Lynn y más reciente algunas tesis como la de Alonso Pérez Juárez: Estrategias y tácticas militares en la
guerra México-Estados Unidos: Una visión a partir del campo de batalla de
Sacramento, Chihuahua (1847), de la Universidad autónoma de Zacatecas, así
como la del autor de este artículo, entre otras.
[4] Estos eventos se
conocieron en la mañana del 19 y a lo largo del 20 de abril en la Ciudad de
México.
[5] Se asume que Francisco
Urquidi estuvo en la batalla porque el escritor se menciona a sí mismo al final
de su narración junto con Francisco Schiafino (Alcáraz, 1999, p. 184). A su
vez, en las memorias de Guillermo Prieto, se menciona que los redactores de los
capítulos presenciaron los acontecimientos de la guerra (Vázquez, 2001, pp. 30,
41) y (Luna, 2017, pp. 133, 135). Sin embargo, más allá de lo que dice Prieto y
Urquidi, no se ha podido localizar alguna otra fuente que reafirme o rechace
tal declaración.
[6] Cabe mencionar que, al momento de publicarse el libro Apuntes para la historia de la guerra entre México y Estados Unidos, también estaba en circulación otra obra llamada El nuevo Bernal Díaz del Castillo, ó sea historia de la invasión de los angloamericanos en México, de Carlos María de Bustamante (1847). En esta obra, Bustamante no va más allá de lo que logró tomar de la información que llegaba a la Ciudad de México, atribuyendo la derrota del ejército mexicano al mal emplazamiento de sus fuerzas militares.
[7] Por aquellos años
apareció el texto de Eduardo Paz (1889), llamado La invasión norteamericana en 1846; ensayo de historia patria-militar.
Si bien Paz no hace una historia de la guerra y narra la batalla, por su
formación como militar realiza una reflexión bajo axiomas castrenses que
señalan las fallas tácticas y logísticas que tuvieron ambos ejércitos en el
momento de enfrentarse, dando a entender que quien ganó la guerra fue el que
tuvo menos equivocaciones a la hora de actuar en sus operaciones
militares.
[8]
También Johnson cuenta sobre las órdenes expedidas por Santa Anna para levantar
el ejército en Veracruz, describe el cerro del Telégrafo junto con el de la
Atalaya. Después de esto, se dedica a describir las actividades de
reconocimiento de los estadounidenses, para finalizar con el combate el día 17.