De la sangre a la tinta y el papel: Re-construcción historiográfica de la batalla de Cerro Gordo, 1847. Una propuesta para la nueva historia militar en México.

From Blood to Ink and Paper: Historiographic Re-construction of the Battle of Cerro Gordo, 1847. A Proposal for the New Military History in Mexico.

Mario A. García[1]

Resumen:

Este artículo es un análisis sobre la historiografía de la batalla de Cerro Gordo. Se pretende ver las generalidades del relato, a los autores que escribieron del tema, sus horizontes de enunciación, la importancia que le dan y con cuáles se cuenta para conocer la batalla. Al final de este balance historiográfico, se establece que algunas obras actuales, han reutilizado una forma narrativa casi invariable, teniendo como origen una sola historia. Se propone una herramienta metodológica proporcionada por el historiador John Keegan, llamada: “la pieza de batalla”, la cual consiste en una serie de conceptos crítico-metodológicos para detectar las simplificaciones del comportamiento humano en las historias de guerra y específicamente cuando se relata una batalla.

Palabras claves: Historiografía, batalla, Cerro Gordo, guerra México-Estados Unidos, siglo XIX.

Abstract:

This article is an analysis of the historiography of the battle of Cerro Gordo. It is intended to see the generalities of the story, as well as the authors who wrote the subject, their enunciation horizons, the importance they give it, and which ones are available to know the battle. At the end of this historiographic balance, it is established that some current works have reused an almost invariable narrative form, having as their origin a single story. Therefore, a methodological tool provided by historian John Keegan is proposed, called: “the piece of battle”, which consist of a series of critical-methodological concepts to detect simplifications of human behavior in war stories and specifically a battle tell.

Keywords: Historiographic, battle, Cerro Gordo, Mexican-American war, 19th century.

Recibido: 2021-02-23

Aceptado: 2021-07-14

 


 

 

La batalla de Cerro Gordo, que ocurrió durante la guerra entre México y Estados Unidos (1846-1848), es conocida por ser la última resistencia del ejército mexicano ante el invasor en Veracruz. También se conoce por ser uno de los “errores” tácticos de Antonio López de Santa Anna, que culminó en su derrota. Sin embargo ¿Cuánto realmente se conoce de ella?[2] ¿Cómo se cuenta y desde qué perspectiva? ¿Quiénes presenciaron la batalla? ¿Cuánto de lo que se cuenta se puede tomar como cierto y cuánto como ficción? El objetivo de este artículo es hacer una reconstrucción historiográfica de la batalla de Cerro Gordo que, desde que ocurrió el hecho, poco ha cambiado en la forma en cómo se cuenta.

Para comenzar, es importante hacer un par de precisiones. En primer lugar, este articulo rescata el argumento principal del capítulo uno de la tesis de maestría titulada: La batalla de Cerro Gordo, Experiencia militar mexicana durante la intervención estadounidense, 1847. Presentada en el Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad Veracruzana en diciembre de 2018. Por ello, el marco conceptual en donde se inscribe este texto es muy breve. En segundo lugar, este escrito se posiciona bajo el enfoque denominado de “trompetas y tambores” o “historia-batalla” (Pérez, 2018, p. 9), que consiste en reducir la observación del fenómeno histórico (la batalla) al punto de vista del combatiente (el soldado). Es decir, una microhistoria que busca describir de una manera muy precisa lo que ocurre cuando los soldados se ven inmersos en aquel contexto de máximo peligro. Para lograr esta descripción, se debe de tomar en cuenta elementos claves como las experiencias de guerra (traducido en documentos tales como: memorias de guerra, entre otros). De esta manera, el marco de la microhistoria (referido como una práctica historiográfica) puede ser utilizado en “cualquier contexto, independientemente de las características o dimensiones del objeto analizado”. (Pérez, 2018, p. 10).[3]

Lo anterior permitirá que explicaciones generales sobre la guerra entre México y Estados Unidos, y sobre quienes lucharon en ella, sean cuestionadas para dar paso a explicaciones de índole social y cultural con un carácter y sentido de individualidad de sus protagonistas. De esta forma y de acuerdo con Guardino (2017, p. 22) “las guerras se entienden mejor cuando se recurre a la historia social y cultural”.

En este sentido, para reconstruir la historiografía de la batalla de Cerro Gordo bajo este enfoque, tenemos que partir de los testigos que, en este caso, fueron pocos. En segundo lugar, explicaremos las obras que surgieron en el siglo XIX y cómo consolidaron los principios ciceronianos de la historia como maestra de vida y la identidad nacional (Luna, 2017). Esta visión moralista y ejemplar de la historia, sobresalta el valor del soldado mexicano y “obscurece” los elementos del comportamiento humano en peligro. En tercer lugar, se hablarán de las obras del siglo XX y sus cambios de enfoques y objetos de estudio sobre la guerra entre México y Estados Unidos, que llevaron como trasfondo las perspectivas militares. En un cuarto lugar, se expone la historiografía estadounidense que, desde años recientes, ha trabajado enfoques desde la historia social y la historia cultural para entender la guerra. Al final, se propone la herramienta metodológica: “la pieza de la batalla” como parte de nuevas miradas a la historia militar en México.     

Los “pocos” testigos

Si bien es importante para el enfoque de “tambores” contar con fuentes de primera mano, el caso de Cerro Gordo es particular, debido a que cuenta con pocos testigos y, de ellos, sus experiencias plasmadas en el papel varían en cuanto contenido, intenciones y temporalidad. Sin embargo, no se pueden obviar, ya que son los primeros en dar certeza de lo ocurrido aquel abril de 1847. Por tal motivo, partiremos de esta documentación como son las partes militares del general Antonio López de Santa Anna, los manifiestos en su contra por su campaña de aquel año y sus refutaciones tratando de justificar su participación militar. También están las memorias del general que fueron escritas posteriormente, así como los partes de otros oficiales que, si bien tuvieron una participación en la batalla, son pocos los datos que proporcionan.

Las primeras narraciones sobre el acontecimiento son los partes oficiales, extraordinarios y cartas que Antonio López de Santa Anna envió al gobierno informando sobre lo acontecido. En ellas expresa que el primer día de combate formal (17 de abril de 1847) habría ganado porque el enemigo no pudo tomar la posición del cerro, a pesar de su superioridad numérica. Pero al día siguiente (18 de abril) fue todo lo contrario. El ataque por la retaguardia por parte de los estadounidenses finiquitó la resistencia del ejército mexicano. Estas pequeñas narraciones mencionan algunos datos sobre el hecho de armas, por ejemplo: la hora en que empezó la batalla (al medio día del 17 y la mañana del 18) y cuantos efectivos sostuvieron la lucha (alrededor de ocho mil a nueve mil tropas) (Bustamante, 2003).[4]

Así como Santa Anna, otros generales también contaron sobre lo sucedido. Por ejemplo, Valentín Canalizo, quien dio su parte al gobierno y que fue leído al Congreso de aquellos años, en donde nos dice que a las siete de la mañana fue atacado de nueva cuenta el cerro y que, a pesar de la resistencia del ejército mexicano, este terminó por romper filas (Bustamante, 2003).

En las memorias del general Santa Anna (García, 1974) la batalla que vivió consta de un párrafo carente de datos sobre ubicación de tropas, estados mayores y enemigos. Tampoco ofrece una descripción de qué pensó a la hora de luchar, cómo comandó o desde dónde vio el combate. El general sólo escribió sobre los acontecimientos sobresalientes que su memoria pudo recordar, como las órdenes dadas para fortificar el cerro, el avance estadounidense sobre el mismo y la bizarría con la que el ejército mexicano detuvo por cinco horas al enemigo. De igual forma, menciona que los estadounidenses oscilaban entre los catorce mil combatientes, una cifra exagerada pues sólo llegaron a ser entre ocho mil y nueve mil, muy similar a las fuerzas del ejército mexicano (Guardino, 2017 p. 200). Del porqué Santa Anna tenga un relato muy corto, a pesar de haber sido uno de sus protagonistas, tal vez se deba al tiempo en que escribió sus memorias. Estas fueron redactadas a principios de los años setenta del siglo XIX cuando el general tenía setenta y cuatro años.   

Otro relato de Santa Anna, más cercano a la batalla, es un manifiesto que escribió el 24 de marzo de 1848, pero contiene menos datos en donde argumenta que la derrota ocurrió por las pocas defensas realizadas para detener a los invasores. En palabras de Genaro García (1974, p. 121) el manifiesto “peca de breve y sólo trata de generalidades, empero debe de ser leído por cuantos quieran conocer de manera cabal los acontecimientos de aquella época”. Existe un tercer documento que plantea una narración diferente de la batalla. Se trata de la impugnación del diputado Ramón Gamboa a un informe que Santa Anna presentó a la sección del Gran Jurado. “Impulsado Gamboa por la fuerza del deber, el deseo de vindicar el honor de su patria y el empeño de que se dilucidaran judicialmente a los acontecimientos que acaban de labrar la desgracia pública, acusó a Santa Anna, el 27 de agosto de 1847, de traicionar a México” (García, 1974, p. 213). En este sentido, Gamboa se dedicó a buscar en los partes de operaciones de otros militares y en periódicos, todas aquellas torpezas e incongruencias que cometió Santa Anna a la hora del combate. Aquí no importa el conocimiento de los hechos sino el señalamiento de los errores para dictar sentencia.

De esta forma, se cuenta con cuatro relatos que aportan cimientos muy endebles en la construcción narrativa del hecho de armas. Las partes oficiales y extraordinarios del ejército no detallan el combate. De igual manera, las memorias de Santa Anna son de un hombre anciano con un recuerdo de poco más de veinte años en su mente. El manifiesto de marzo de 1848 tenía toda la intención de justificar y explicar el papel de Santa Anna en la guerra, era claro que no asumiría culpas. Las faltas vendrían de un relato que tampoco explicaría el acontecimiento sino calificar al general de traidor.

 

El siglo XIX: la historia ejemplar a través de los Apuntes

Existe, al parecer, un último testigo de la batalla. Se trata del escritor Francisco Urquidi[5] quien fuera diputado de Chihuahua y secretario de Santa Anna en aquellos años (Luna, 2017, p. 133). Por medio de su pluma, se conoce el relato de la batalla, la cual apareció en la obra: Apuntes para la historia de la guerra entre México y Estados Unidos, publicada semanalmente en el periódico El Siglo Diez y Nueve, del 1 de septiembre de 1848 al 10 de mayo de 1849.[6] La redacción de dicho libro comenzó con las reuniones que sostenían una serie de letrados de la época (como Manuel Payno, Guillermo Prieto, José María Iglesias, Francisco Schiafino entre otros), cuando huían de la Ciudad de México ocupada por los estadounidenses. (Prieto, 2009, p. 590-591).

Esta obra es una de las más consultadas (clásica) de la guerra. Aquí Francisco Urquidi relata la batalla, que comienza con la salida de Santa Anna de la Ciudad de México el 30 de marzo de 1847, después de luchar en la Angostura y calmar la revuelta de los Polkos. Durante su viaje a Veracruz nombró a Valentín Canalizo como jefe inmediato de las tropas mexicanas y mandó a fortificar Cerro Gordo. Para Urquidi (Alcáraz, 1999), Cerro Gordo era el principio de los cambios entre los aires frescos de la zona xalapeña y el malsano clima de la costa veracruzana. Ahí se hacían notar dos cerros que forman parte del camino nacional llamados el Telégrafo y la Atalaya. En ellos Santa Anna mandó a Manuel Robles Pezuela a realizar reconocimientos para fortificar el área. Para Robles Pezuela la zona no era la mejor para entablar combate a los estadounidenses, sólo para hostigarlos. A pesar de tales opiniones Santa Anna estaba convencido de pelear en el lugar y arribó a Cerro Gordo el 5 de abril, donde apostó su campamento. Seguido, Urquidi presenta la distribución de la línea de batalla que formó el ejército mexicano, dividida en tres partes: el Telégrafo, el camino nacional y la derecha, esta última subdividida en tres partes también. Después de describir el terreno y la posición de las tropas, Urquidi cuenta que la vida en el campamento mexicano era muy pintoresca, a pesar de que los soldados sufrían falta de agua, alimentos y climas a los que no estaban acostumbrados. Todo esto ocurría cuando las tropas estadounidenses arribaban al poblado cercano conocido como Plan del Río.

Para el 15 de abril ambas fuerzas comenzaron a realizar reconocimientos en los que hubo encuentros esporádicos, pero no fue hasta el 17 que hubo contacto, lo que hizo reacomodar las fuerzas militares que estaban cerca de ambos cerros. Santa Anna ordenó subir tropas al cerro del Telégrafo y trataba de elevar la moral de sus hombres, los estadounidenses trataban de ganar el cerro de la Atalaya e incluso se aventuraron a subir el Telégrafo. Para las cinco de la tarde el combate había terminado y ambos ejércitos pactaron para recoger a sus heridos y muertos.

Durante la madrugada del 18 ambas fuerzas empezaron a fortificar sus respectivas posiciones, pues era de pensar que el combate se reanudaría a la salida del sol. Y así ocurrió. Con los primeros rayos de la mañana, los estadounidenses iniciaron su avance sobre el Telégrafo, lo que los llevó a una lucha encarnizada contra el ejército mexicano. Al mismo tiempo, en las posiciones de la derecha otro grupo de voluntarios estadounidenses tomaron acciones que les trajeron consecuencias graves; no se imaginaron que dicha posición estaba muy bien pertrechada y tuvieron cuantiosas bajas. La lucha en ambas partes se prolongó durante el mediodía, hasta que la línea de los mexicanos en el Telégrafo fue rodeada y no soportó la carga de la infantería estadounidense, rompiendo filas. Se generó entonces un desorden que los jefes militares no pudieron contener (Alcáraz, 1999).

              La historia de la batalla, en síntesis, es un despliegue de nombres de batallones mexicanos luchando contra los estadounidenses en varias partes al mismo tiempo. Con grandilocuencia y poética descripción del combate, Urquidi usa frases como “la muerte agitando sus alas sobre aquel campo ensangrentado, incendiado en algunos puntos por los proyectiles enemigos, se mecía horriblemente sobre la espesa humareda que envolvía a millares de hombres encarnizados en la lucha” (Alcáraz, 1999, p. 179).  Lo anterior, es un intento por exaltar los actos heroicos de los soldados en contraste a las torpezas de su comandante, (Luna, 2017, p. 144). Podemos añadir un ejemplo más. Cuando Urquidi habla de Santa Anna lo describe así:

“[Santa Anna en Cerro Gordo] Se vanagloriaba entonces de haber detenido la marcha triunfal del enemigo, y halagando por su fortuna, que, abandonándolo un instante el año de [1]844, le había vuelto a sonreír desde su llegada a la República en [1]846, se entregaba á ilusiones fatales, que originaron quizá sus faltas de previsión. Enteramente fascinado, despreciaba aun la voz de la ciencia, exigía humillación de los que lo rodeaban, y era inaccesible á la razón y á la ingenuidad” (Alcáraz, 1999, p. 173).

En contraste, cuando Urquidi habla del militar anónimo lo describe así:

 “Y para el [soldado] que por la primera vez se hallaba en medio de un ejército frente al enemigo, en circunstancias tan solemnes para la patria, viendo por fin al soldado en el ejercicio de su misión caballeresca, y participando de su miseria y de su aislamiento; para quien contemplaba desde allí un pueblo entero indolentemente abandonado á la suerte de aquel puñado de hombres, y leía como en un libro una de las páginas más notables de nuestra historia; para el que, en fin, sentía aplicado sobre aquellos campos el lente del mundo y de los siglos, aquella situación tan nueva, tan grandiosa, era como la realización de un sueño. (Alcáraz, 1999, pp. 173-174).

Urquidi no es tan explícito en su posicionamiento de sentencia y parcialidad, como lo fueron sus contemporáneos coautores, por ejemplo, Manuel Payno (Luna, 2017, p. 135). Pero es evidente que, en este contraste de la gloria y el valor del soldado frente a la arrogancia, la frivolidad y la mala estrategia del general, no congeniaba con Santa Anna en la conducción de la guerra y lo responsabilizaba en buena medida del desastre. No por nada Santa Anna prohibiría la obra en los años cincuenta del siglo XIX (Vázquez, 2001, p. 49).

              Además, trataba de valorar los esfuerzos del ejército mexicano y presentarlos como los verdaderos héroes, a los que la historia les debía rendir homenaje por todo el sufrimiento padecido. Los redactores de los Apuntes intentaron escribir una historia que responsabilizara de manera colectiva la derrota de la guerra (Vázquez, 2001, p. 41) y a partir de ahí, explicar la idea de pueblo mexicano. Por esta razón, no es fortuito que la historia de la batalla de Urquidi esté construida de esta forma. Después de la derrota contra los Estados Unidos, “la necesidad de reconstruir la nación favoreció que los redactores de los Apuntes renovaran el paradigma ciceroniano [magistra vitae]. Los autores se erigieron en tribunos para impartir justicia: honrando los actos heroicos y condenaron los pequeños y grandes crímenes, los actos de cobardía, la improvisación y las traiciones” (Luna, 2017, p. 144). La obra se convirtió en el “prototipo” de historia moral y ejemplar que se buscaría escribir a lo largo del siglo XIX.

              Sin embargo, para nuestro enfoque (como se verá más adelante), este contexto en que fue publicada la obra, junto con su intencionalidad de impartir el juicio histórico, ha nublado aquellos elementos claves para entender la batalla desde el combatiente. La historia que nos cuenta Urquidi se vuelve confusa al tratar de seguir a algún batallón en la línea de fuego y, a partir de aquí, esta historia tendrá pocas variaciones en estructura narrativa, sobre todo, en la parte de lo acontecido tanto el 17 como el 18 de abril. 

Debieron de pasar casi veinte años para que hubiera un nuevo texto sobre la batalla, y esto fue a cargo de Manuel Rivera Cambas, (1869, p. 889-890) quien en su obra Historia antigua y moderna de Jalapa y de las revoluciones del Estado de Veracruz, retomó a Urquidi sin cambios sustanciales. Las únicas variantes fueron en la formación del ejército mexicano y las órdenes expedidas por los generales para fortificar Cerro Gordo. Sin embargo, en las acciones tanto del día 17 como del 18, Rivera Cambas va narrando el mismo orden de Urquidi. 

Para finales del siglo XIX apareció la versión de la batalla a cargo de José María Roa Bárcena, en el libro Recuerdos de la invasión norteamericana (1846-1848) por un joven de entonces. En la opinión de Josefina Zoraida Vázquez la obra:

Ha sido ampliamente consultada por el material que contiene sobre las batallas y su contexto. Los documentos militares que Roa consultó le permitieron revalorar los esfuerzos del ejército mexicano en la defensa del país, hasta entonces soslayados por la pasión política. (Vázquez, 2000, p. 478).

A diferencia de los Apuntes e Historia antigua, la versión de Roa Bárcena narra los hechos desde las perspectivas de los combatientes, en donde se aprecia el amplio material consultado, como lo señala la historiadora. Otra de las diferencias es la falta de emociones que tienen los personajes, es decir, mientras que Urquidi introduce emociones (verdaderas o no) como la ansiedad, el temor o la preocupación de los soldados por combatir, Roa Bárcena hace caso omiso de lo anterior mostrando lo simplificado del comportamiento humano en su historia.    

De igual forma, Roa Bárcena cita a Urquidi para describir lo vivido en el combate y su estructura narrativa no cambia con respecto a las anteriores obras. Cabe destacar la buena reflexión que hace sobre el ataque del general estadounidense Gideon Pillow en el ala derecha de las posiciones mexicanas. Este ataque debió ser simultáneo con respecto a los demás asaltos estadounidenses y no posterior. Aquí, Roa Bárcena deja ver un aspecto que a veces suele pasarse por alto cuando se intenta narrar acontecimientos bélicos: los sucesos en el campo de batalla ocurren de formas paralelas; por lo cual, al escribir sobre una batalla se tiende a dividir temporalmente los eventos. (Roa Bárcena, 1986, p. 206-208). Para Roa Bárcena la guerra con los Estados Unidos “fue el doble resultado de la inexperiencia y del engreimiento de la propia capacidad, por una parte; y de la ambición que no halla freno en la justicia, y del abuso de la fuerza, por otra parte” (Matute, 1992, p. 478). Al igual que sus predecesores, Roa Bárcena reconoce que tanto el ejército como la guardia nacional “cumplieron su deber y dieron un espectáculo no común de rehacerse, presentarse ante el invasor y batirse con él a otro día de cada derrota, lo cual no hacen los cobardes.” Y también revalora el papel de Santa Anna lejos de los arrebatos políticos que permearon durante la guerra. (Matute, 1992, p. 483)

En esos mismos años aparecieron los tomos de México a través de los siglos. El tomo IV, elaborado por Enrique Olavarría y Ferrari, es el que narra la batalla.[7] Olavarría confiesa seguir los pasos de Roa Bárcena, pero de forma más corta y menos reflexiva y cuenta los hechos como en los Apuntes, sólo que al final omite la parte de la desbandada mexicana. Sin embargo, lo importante a considerar es lo que les pasa a los soldados mexicanos que se rindieron al término de esta. Según Olavarría:

El enemigo tenía el derecho de guardar bajo segura custodia a sus prisioneros; pero deseando sin duda evitarse el gravamen y las molestias que esto debía causarle, propuso que los que quisieran regresarían a México o a donde mejor les pareciese, sin otra condición que la que observar bajo palabra de honor, la prisión que hasta ser debidamente canjeados tenían la precisión de sufrir; muchos de ellos aceptaron juzgando seguramente que en nada faltaban a sus deberes, toda vez que tan imposibilitados para servir a su patria quedaban en su calabozo como bajo el sagrado de su palabra; esto, y nada más […] (Olavarría y Ferrari, 1984, p. 655).

Este tipo de conductas llama la atención porque, a decir de los militares juramentados, no estaban faltando a sus deberes. El pacto aparece como una especie de código del cual se valieron varios oficiales para salvaguardar su vida y la de sus subordinados. Peter Guardino (2017, p. 332) señala que los oficiales mexicanos se valían de la juramentación con dos objetivos, el primero era salir del confinamiento rápidamente para evitar la enfermedad y el hambre; y el segundo, para volver con sus familias, ya que eran los únicos que sostenían el hogar.

              Tanto la obra de Roa Bárcena como lo escrito por Olavarría pertenecen a un “afán cientificista de volver a la Historia un campo de conocimiento científico […] fundido en una idea de progreso de la humanidad, un avance hacia mejor”. Este “afán documentalista tenía una búsqueda de la verdad y una pretendida objetividad e imparcialidad por parte de quien estaba estudiando el pasado”. Con ello se afianzó, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, una explicación de la Historia de México como un “desenvolvimiento evolutivo, en el cual la nación mexicana atravesó varias etapas […] para constituirse en la nación moderna que parecía encaminarse hacia el progreso”. Así la Historia se volvería “un saber que ayudara a construir un imaginario colectivo, fincado en la idea de un pasado común, y además fomentara el amor a la patria (Bahena, 2019, pp. 74-76, 85). Para este punto, aquella explicación histórica que surgió como “prototipo” en los Apuntes había alcanzado su máximo grado de madurez.

 

Segunda mitad del siglo XX: cambio de paradigma

Esta corriente historiográfica de “historia científica” perduró durante la primera mitad del siglo XX. De ahí que diversos autores transcribieran documentos inéditos en aras de presentar los hechos lo más objetivamente posible. Por ejemplo: Francisco del Paso y Troncoso presentó Guerra del 1847 entre México y Estados Unidos, desde la salida de Puebla del ejército norteamericano hasta la ocupación de México (1908) y Alberto María Carreño, Jefes del ejército mexicano en 1847 (1914). A su vez, el historiador Genaro García reunió importantes memorias y correspondencia sobre la guerra como las cartas de José Fernando Ramírez, enviadas al gobernador de Durango, bajo el título México durante su guerra con los Estados Unidos, los apuntes del militar Manuel Balbontín, quien luchó en la guerra cuando era subteniente, y las memorias del general Santa Anna que son citadas en este artículo. (Vázquez, 2000, p. 478-479).

Sin embargo, para la segunda mitad del siglo XX, “el interés por el conflicto bélico empezó a ser desplazado por el del recuento diplomático”, así como el “afán conmemorativo” y los estudios académicos que estaban explicando la guerra desde lo regional (Vázquez, 2000, pp. 480-481). Sólo la obra que Manuel B. Trens editó, llamada Historia de Veracruz, es en donde la batalla vuelve a estar presente. En el tomo cinco de Historia de Veracruz, Trens utiliza documentos tanto de Santa Anna como de otros generales para describir las acciones que se tomaron durante aquellos días de combate. Igualmente, el relato de Roa Bárcena es una de las fuentes principales para construir el suyo. Lo interesante de la historia de Trens es que, al tratar de justificar su juicio sobre Santa Anna y el apoyo a Robles Pezuela, deja ver en la documentación que Santa Anna tiene claro por qué decidió presentar batalla en Cerro Gordo. Además, Trens hace aseveraciones sobre la derrota mexicana cuando en su narración no había llegado a ese punto (Trens, 1949, p. 257). De igual forma, su estructura narrativa respeta el orden de los Apuntes.

 En años recientes, se crearon “mejores condiciones para reinterpretar la guerra. Los estudios revisionistas sobre el siglo XVIII y la independencia replantean la versión tradicional liberal del periodo de 1821-1846 como simple era de caos, y encaran el problema de explicar cómo la próspera y rica Nueva España se convirtió en unas cuantas décadas en el país impotente de 1846, mientras las pequeñas trece colonias angloamericanas, menos importantes para su metrópoli que sus West Indies, se convirtieron en el dinámico Estado que arrebató a México la mitad de su extenso territorio” (Vazquez, 2000, p. 482). Pero no se volvió a tomar en cuenta algún enfoque militar de la guerra como lo empezaban a tener la historiografía estadounidense que, aunque cuenta con pocos estudios para estos momentos, ya estaban haciendo un “esfuerzo por superar el empeño por justificar o glorificar la guerra”. (Vázquez, 2000, p. 482).

 La historiografía estadounidense (nuevos enfoques de la historia militar)

A principios del siglo XX, en Estados Unidos, apareció la obra The War with Mexico de Justin H. Smith, un trabajo de dos volúmenes donde Cerro Gordo abre el segundo tomo. La batalla es descrita desde el campo de los estadounidenses, siendo los protagonistas los batallones de regulares y voluntarios bajo nombres respectivos (3°batallón de infantería, 2° de caballería o división de voluntarios, etc.). Aquí Smith utiliza las memorias de Ulises Grant y Robert Lee para describir la posición de Cerro Gordo. En tal lugar, según lo que extrajo Smith de las memorias, la posición mexicana era un “precipicio inescapable de un lado y de barrancos intransitables por el otro” (Smith,1919, p. 49). Así como este ejemplo y para la narración de acciones militares, Smith continúa utilizando memorias o cartas de oficiales.

En los años setenta llegó el libro de K. Jack Bauer titulado The Mexican War, 1846-1848. El relato (Bauer, 1974) es una combinación de las obras de Justin Smith y Roa Bárcena, junto con una serie de informes de generales y oficiales que lucharon en Cerro Gordo. En los años ochenta llegó la obra de John S. D. Eisenhower, So Far from God: The U.S War with Mexico, 1846-1848, cuyo relato y fuentes son las mismas que Bauer y se enfoca en las acciones de los estadounidenses exclusivamente (Eisenhower, 1989, p. 276). Para los años noventa el texto llamado The Mexican National Army, 1822-1852, de William A. DePalo Jr., afirma que Cerro Gordo fue una batalla de infantería “en donde el asalto al cerro se llevó el día” (DePalo, 1997, p. 124). En esa misma década del libro de DePalo Jr. aparecieron dos libros que optaron por mostrar otros aspectos en la historia de la guerra, llevando su objeto de estudio a la visión que tuvieron los soldados estadounidenses con respecto a la misma. Retomaron las fuentes ya consultadas por anteriores historiadores, pero centraron su atención en las personas que conformaban los batallones estadounidenses, a su vida antes y durante la guerra, a las enfermedades que enfrentaron y a los problemas políticos que existieron dentro de las filas, dando como resultado ciertas similitudes con sus homólogos mexicanos. Estos libros son: Army of Manifest Destiny: The American Soldier in the Mexican War, 1846-1848 de James McCaffrey (1994) y Mr. Polk’s Army, The American Military Experience in the Mexican War de Richard Bruce Winders (1997).

En años recientes Timothy Johnson en su libro A Gallant Little Army (2007) nos cuenta la batalla en dos partes, una que narra lo ocurrido el día 17 y la otra el día 18. En la primera parte se cuenta lo acontecido desde la llegada de los estadounidenses a Plan del Río y la fortificación del cerro del Telégrafo por parte de los mexicanos, hasta el combate librado el día 17. Johnson cuenta la batalla por medio de lo que podríamos mencionar como pasajes, es decir, en un primer momento acompañamos a los soldados estadounidenses y después, seguimos a los mexicanos para volver con los estadounidenses hasta los enfrentamientos en la tarde del 17.[8] Dentro de esta parte, Johnson señala un aspecto relevante que tiene que ver con la satisfacción de la comida de los soldados estadounidenses. Estos exploraron la zona en busca de alimentos y encontraron duraznos, naranjas, plátanos y árboles de lima, pero a los soldados no les eran suficientes dichas frutas por lo que se internaron en los potreros cercanos y tomaron dos vacas, a pesar de que sus dueños estaban presentes y se las llevaron a su campamento (Johnson, 2007, p. 74-75). Con este fragmento de información se puede llegar a pensar que los hombres tuvieron la iniciativa de buscar satisfacer sus necesidades con lo que encontrasen.

En lo que corresponde al día 18, la perspectiva de Johnson está siempre enfocada en los estadounidenses y mantiene el esquema narrativo que hemos venido señalando. La historia de la batalla va siguiendo los parámetros de Urquidi. Para el combate de ese día, se comienza con los disparos de la artillería a los primeros rayos del sol, seguido del avance de la infantería estadounidense para tomar el cerro del Telégrafo y después el ataque fallido a las posiciones mexicanas de la derecha. Al final sabemos de la rendición de esta área al ser rodeados una vez conquistado el Telégrafo. Por último, cabe señalar la distinción entre los puntos de vista del general y del soldado sobre lo que la batalla fue para ellos. Por el lado del general (en este caso Johnson se refiere a Winfield Scott) la estrategia era lo principal, el resultado de la batalla se debió a una estrategia bien ejecutaba atacando el flanco del enemigo y tomando ventaja sobre él, como los libros de guerra indicaban. Mientras que para el soldado de infantería la batalla fue una lucha de las más feroces en las que había estado (Johnson, 2007, p. 97-98).

Diez años después de Johnson, Peter Guardino trajo de nueva cuenta el relato de la batalla. En The Dead March: A History of Mexican-American War, Guardino (2017, p. 194-195) rompe con algunos esquemas de narración establecidos desde Francisco Urquidi. En las primeras páginas, Guardino objeta las acusaciones de otros autores del porqué Santa Anna decidió pelear en Cerro Gordo. A diferencia del clima desértico del norte que trajo estragos al ejército mexicano, el clima de la zona de Veracruz podría jugar a favor de este. Además, para Santa Anna la zona era muy bien conocida, pues había peleado en esa región desde la época de la independencia. También Cerro Gordo estaba cerca de su hacienda de El Lencero, la cual, lo podía abastecer y tenía una buena vista de quien pasaba por el camino y las barrancas y le daban una barrera natural ante cualquier amenaza. Además, inutilizaría la artillería estadounidense que era rápida para desplegarse si el terreno lo permitía. Santa Anna no quería exponer a sus soldados contra la artillería ligera y móvil de los estadounidenses, y sabía que los soldados mexicanos eran tenaces en la defensa. El plan era contener a los estadounidenses en la tierra caliente, donde el vómito negro les afectaría. De igual forma, Guardino no se detiene a describir la naturaleza de Cerro Gordo ni la posición que tomaron los mexicanos para pelear. Sin embargo, en la parte que cuenta la pelea, tanto del 17 como del 18, Guardino continúa el esquema de todos los demás autores. Nos cuenta sobre el choque de las fuerzas el 17, la madrugada en que se fortificó las zonas de combate, la segunda pelea del 18 y la retirada de los mexicanos. A la obra de Peter Guardino se le podría considerar como la narración que mejor engloba lo escrito hasta este momento sobre la guerra y, además, añade los enfoques socioculturales que permiten un mejor entendimiento de las sociedades y los ejércitos en aquel conflicto. La historiografía estadounidense, en los últimos 20 años, ha demostrado que es posible hacer historia social y cultural de la guerra. Cuenta con las fuentes que la “historia-batalla” o el enfoque de “tambores” necesita para contar la guerra desde esa perspectiva. Sin embargo, al momento de acercarse al plano del combate, tanto la historiografía mexicana como la estadounidense continúan utilizando la misma estructura narrativa que, desde los Apuntes se ha venido manifestando. Ni siquiera la obra de Guardino, que es la más actual que se ha publicado sobre la guerra, escapa ante tal estructura. Entonces ¿cómo abordar este enfoque? Por medio de la “pieza de batalla” que proporciona John Keegan se puede comenzar a abordar.

 

La pieza de la batalla: una propuesta a la historia militar de México

La historia de Urquidi ha sido reiterativa en varias ocasiones y también su relato maestro, junto con sus sucesores, cuenta con supuestos historiográficos que simplifican el comportamiento de los soldados. Es aquí donde interviene el esquema llamado “la pieza de batalla” (Keegan, 2012). Dicho esquema es una forma de análisis de relatos bélicos para encontrar los rasgos comunes en las historias de guerra, mismas que reducen a palabras, enunciados y hasta interpretaciones de lo que se puede experimentar en el punto de máximo peligro (la batalla).

La pieza se encuentra compuesta de cuatro aspectos: a) movimiento discontinuo, b) uniformidad de comportamiento, c) caracterización simplificada y d) motivación simplificada.

El movimiento discontinuo se refiere a la construcción literaria de la batalla, que en la mayoría de las ocasiones suele ser brusca y estrepitosa. La uniformidad de comportamiento describe que todos los soldados hacen lo mismo, como si se trataran de autómatas o peones desempeñando una sola labor. La caracterización simplificada es el elemento más común en los relatos, pues generaliza a los hombres con términos militares y con nombres de oficiales. Por último, tenemos la motivación simplificada que dice la facilidad con que las órdenes y palabras de ánimos son acatadas renovando la moral para seguir peleando. (Keegan, 2012, p. 35-36, 66).

En su texto, Keegan desarticula una serie de relatos sobre un episodio bélico de principios del siglo XIX en Europa. Utilizando la lógica y la comparación entre las narraciones, disecciona una reflexión que le permite ponderar los elementos físicos y psicológicos ante la palabra escrita que, por lo general, termina por reducir el impacto que tienen las batallas en el recuento de los hechos históricos. Citando al autor, “si un historiador solo le interesa el resultado de una batalla ¿por qué se molesta en narrarla? Las batallas son acontecimientos deliberados y no casuales” (Keegan, 2012, p. 45-46), de ahí que se considere importante construir herramientas metodológicas que permitan un acercamiento más objetivo a tales eventos.     

En este sentido podemos utilizar “la pieza de batalla” para hacer un análisis a la batalla de Cerro Gordo siguiendo tres fuentes: Roa Bárcena, Justin Smith y por supuesto a Francisco Urquidi. Se han escogido estas tres por dos motivos principalmente. El primero, la historia de Urquidi es el relato maestro y la más cercana al acontecimiento histórico. En segundo, estas historias son las más longevas, las que describen a detalle el comportamiento de los soldados a la hora de luchar y, por consiguiente, tiene mayores interpretaciones por parte de sus autores. A diferencia de las historias de la segunda mitad del siglo XX y las del siglo XXI que, son una continuación de lo ya escrito.

Empecemos por la narración de Roa Bárcena que simplifica la caracterización de los actores agrupando con los nombres de los comandantes de los cuerpos militares, por ejemplo:

A las once de la mañana del 17 quedaba Twiggs en sus posiciones, al Noreste de los cerros del Telégrafo y de la Atalaya. No le era posible seguir avanzando a cortar por retaguardia el camino de Jalapa sin ser descubierto desde el Telégrafo; en consecuencia, dispuso ocupar las alturas inmediatas […] y dio órdenes al coronel Harney, jefe de las 2° brigada de regulares, quien hizo destacar al teniente Gardner con la 1°compañina del 7° de infantería reconociera desde allí la comarca. Con esta fuerza se encontró la mexicana que conducida por el general Alcorta practicaba reconocimientos en la misma dirección, y como a las doce del día se rompió el fuego entre la descubierta de Alcorta y la compañía de Gardner. […] La batería de Talcott, de obuses de montaña y para-cohetes a la Congréve, seguía a la 1°brigada de regulares y destacó 2 piezas que las órdenes del teniente Reno quedaron establecidas en el Atalaya. […] Las demás piezas de esa batería, a las órdenes de los tenientes Callender y Gordon, se apostaron en la extremidad derecha de la línea enemiga protegiendo el paso o garganta por donde se nos aproximó la fuerza de Harney. […] Santa Anna desde los primeros disparos acudió con su estado mayor al Telégrafo, donde estuvo dirigiendo la acción. Descendió de dicho cerro el 3° de infantería a reforzar a Alcorta: se mandó que subiesen a aquella posición otros cuerpos, escalonándose los ligeros en la falda; que el 4° de Línea cubriera uno de los flacos más amenazados; que en la cumbre y en los parapetos quedaran una parte del 3° de Línea y el 11° de infantería; que la reserva formara en columna sobre el camino nacional, y que el 6° de infantería acudiera de la guardia o reserva de la batería del camino, a cubrir nuestra derecha (Roa Bárcena, 1986, p. 205).

Como podemos ver, son los jefes u oficiales quienes protagonizan el combate y no los soldados; pero no sólo eso, el relato de la batalla de Roa Bárcena está construido bajo un aparato técnico utilizando jerga militar, como son obuses de montaña y cohetes a la Congréve. Asimismo, cuenta con una uniformidad en el comportamiento de los actores; tanto mexicanos como estadounidenses pelean, no hay momentos de insubordinación, desesperación o miedo a la hora de enfrentar las balas y las bayonetas. También el desgaste físico humano está ausente en la narración; subir un cerro demanda un esfuerzo y prepararse para combatir otro. Por último, es interesante señalar que, para ser un relato escrito con prosa militar, no se mencione cómo los altos mandos daban las órdenes a sus subordinados, pues no hay respuesta a cómo Santa Anna pudo orquestar tales movimientos de tropas, a la sazón de los ruidos de disparos y gritos en plena lucha. Un punto para considerar es que el autor, influenciado por permanecer alejado de los juicios, deja que las fuentes hablen por sí solas dando un panorama general de la batalla. Casi todas las fuentes que utiliza son partes militares de la batalla, tanto mexicanos como extranjeros. Por lo tanto, era natural que reprodujera pasajes de dichos partes en su relato.

El relato de Justin Smith, presenta algunas similitudes con Roa Bárcena, pero también diferencias. Las similitudes radican en una caracterización simplificada de los actores: tenemos a los cuerpos militares mencionados con los nombres de los jefes y su movimiento discontinuo: cobertura, desaliento del enemigo atacante y retirada. Pero en sus diferencias, Smith muestra a los partícipes de la batalla un tanto más humanos y no como autómatas; por ejemplo y volviendo a los hechos ocurridos el día 17:

Uno de los capitanes […] preguntó a Twiggs hasta dónde podía cargar al enemigo. "Cargárselos al infierno" rugió el Tigre de Bengala; y naturalmente una pequeña fuerza estadounidense se precipitó por la ladera más alejada de La Atalaya y comenzó a ascender al Telégrafo. Estaba entonces en una situación desesperada, expuesta al cañón de los mexicanos y en número superior. Un grupo de norteamericanos bajo el mando del mayor Summer, cuya valentía se apresuró a ayudar a la pequeña fuerza, sólo logró compartir su difícil situación. Pero se pudo poner a cubierto; un obús desalentó al enemigo; y más tarde este grupo fue capaz de retirarse (Smith, 1919, p. 52).

Aquí vemos lo enmarañado del combate. Smith muestra un nivel más profundo en describir el comportamiento. Aquí, hay peligro en las incursiones hacia el cerro, los oficiales pedían órdenes, no sólo las recibían y se generaba una interacción entre mandos y subordinados. También aparece el instinto de conservación (la cobertura que tomaron los estadounidenses ante la fuerza mexicana). Estas son las circunstancias que obligan a actuar de cierta forma cuando se entra en la zona de peligro. Por último, tenemos a Francisco Urquidi. Su pieza de batalla cuenta así:

[…] el 17, al medio día, habiendo salido el general Alcorta a hacer un reconocimiento por el cerro de la Atalaya, encontró una parte de las fuerzas enemigas, las que batió en retirada con una avanzada nuestra, entretanto que el 3° de infantería, que guarnecía el Telégrafo, descendía a protegerlo. El general Santa Anna acudió allí inmediatamente, haciendo subir a algunos cuerpos después de haber mandado que sobre el camino formase la columna de reserva: situó en la falta del Telégrafo a los batallones ligeros en varias líneas, escalonadas en el centro de aquella posición, al 4° de línea hacia la izquierda, que era por donde cargaba con más tenacidad el enemigo, y en la cumbre sobre los parapetos quedó una parte del 3° de línea y el 11° de infantería. El 6° de infantería acudió a la derecha por orden del general Vega, impidiendo con sus fuegos que la posición fuese envuelta. Un fuego vivísimo se sostenía por ambas partes, y los empujes de los americanos sobre nuestras líneas eran rechazados con el mayor vigor. La presencia del general Santa Anna, que, sobre la misma cumbre del cerro, acompañado de su estado mayor, ordenaba la acción, animaba a las tropas: las alegres vivas a la República, a la independencia y el general en jefe, en que prorrumpían los que acompañaban a S.E., excitaban en ellas un vivo entusiasmo. Nuestros soldados afrontaban la muerte con denuedo, la desafiaban y resplandecía en sus frentes el júbilo de la victoria. […] En los demás puntos se le resistía [a los estadounidenses] con el mismo esfuerzo, y prologándose de hora en hora aquella lucha, terminó al fin, porque rechazados los enemigos por todas partes, se retiraron algunos al mismo cerro de la Atalaya, y los demás se internaron en las boscosas cañadas que se descubrían a la izquierda de nuestras posiciones (Alcáraz, 1999, p. 175-176).

Aquí están todos los elementos. Movimiento discontinuo: algunos cuerpos subieron el cerro por órdenes de Santa Anna (que hasta el momento no sabemos cómo ordenaba), otros reforzaron la cima de este, se compartió un “fuego vivísimo”, se rechazó el ataque y los estadounidenses se “internaron en las boscosas cañadas” como si fueran una especie de sombras. Uniformidad del comportamiento: todos los mexicanos luchan para defender su posición. Caracterización simplificada: los nombres de 3° y 4° de línea, 11° y 6° de infantería son las herramientas gramaticales que aglutinan a quinientos o seiscientos hombres que componían un batallón de la época. A su vez está Santa Anna junto con su estado mayor y el general Vega. Motivación simplificada: la presencia de Santa Anna y su estado mayor animaba a las tropas a luchar. Si bien el análisis está centrado en la acción que ocurre el día 17 de abril, estos elementos los podemos encontrar en toda la narración de la batalla, unos más tangibles que otros pero que, sin duda, simplifican el comportamiento humano en situaciones de riesgo.

Conclusión

La forma en cómo se cuenta la batalla de Cerro Gordo la conocemos a través del relato de Francisco Urquidi. Su estructura narrativa ha tenido pocas variaciones y autores posteriores lo retoman aceptando su interpretación. El contexto en el que Urquidi escribió su historia tenía la intención de crear un relato moralista y ejemplar, que rescatara las lecciones aprendidas de la guerra para la nación mexicana, tomando como ejemplo las proezas del ejército mexicano que defendió a capa y espada a su pueblo. Este principio se consolidaría a la luz de la historia “científica” de finales del siglo XIX, la cual ya tenía toda la intención de explicar el pasado mexicano, como un pueblo único que iba caminando hacia el progreso. Esto fue eclipsando el acercamiento de miradas militares al cambio del siglo XX que, ya para mediados del mismo, estaba buscando nuevos horizontes para historiar (como los enfoques diplomáticos y regionales). De igual forma la historiografía estadounidense empezó a abordar la guerra desde los campos socioculturales, pero no se pudo quitar el peso que la estructura narrativa del siglo XIX ya había enmarcado. Prueba de ello, es que sus narraciones, como las del lado mexicano, son estrepitosas y dejan en claro quiénes son los protagonistas. Agrupan y generalizan arbitrariamente a los partícipes junto con su comportamiento, sin permitir entender las cuestiones físicas de la batalla, las relaciones sociales entre el cuerpo militar durante la pelea y la motivación personal y grupal que hace que los soldados permanezcan frente a la amenaza en vez de dar media vuelta y huir. Ante tal impedimento no parece mala la idea de empezar a proponer nuevas formas de análisis sobre los acontecimientos bélicos en la historia militar de México, como lo es “la pieza de batalla”. Ya que como dice Keegan, citando a Michael Howard, cierta clase de libros militares “pierden de vista para qué están los ejércitos. Los ejércitos, daba a entender, están para combatir. Podemos deducir, pues, que la historia militar debe tratar, en último término, de la batalla (Keegan, 2012, p. 27).

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[1] Escuela Normal Superior Veracruzana Dr. Manuel Suárez Trujillo, magx19.mg@gmail.com

[2] Más bien ¿Cuánto se sabe de las batallas entre México y Estados Unidos durante los años 1846-1848?

[3] Para profundizar en este enfoque se pueden revisar las obras llamadas: El rostro de la batalla (2013), de John Keegan; Battle: A History of combat and culture (2003), de John A. Lynn y más reciente algunas tesis como la de Alonso Pérez Juárez: Estrategias y tácticas militares en la guerra México-Estados Unidos: Una visión a partir del campo de batalla de Sacramento, Chihuahua (1847), de la Universidad autónoma de Zacatecas, así como la del autor de este artículo, entre otras.

 

[4] Estos eventos se conocieron en la mañana del 19 y a lo largo del 20 de abril en la Ciudad de México.

[5] Se asume que Francisco Urquidi estuvo en la batalla porque el escritor se menciona a sí mismo al final de su narración junto con Francisco Schiafino (Alcáraz, 1999, p. 184). A su vez, en las memorias de Guillermo Prieto, se menciona que los redactores de los capítulos presenciaron los acontecimientos de la guerra (Vázquez, 2001, pp. 30, 41) y (Luna, 2017, pp. 133, 135). Sin embargo, más allá de lo que dice Prieto y Urquidi, no se ha podido localizar alguna otra fuente que reafirme o rechace tal declaración.

[6] Cabe mencionar que, al momento de publicarse el libro Apuntes para la historia de la guerra entre México y Estados Unidos, también estaba en circulación otra obra llamada El nuevo Bernal Díaz del Castillo, ó sea historia de la invasión de los angloamericanos en México, de Carlos María de Bustamante (1847). En esta obra, Bustamante no va más allá de lo que logró tomar de la información que llegaba a la Ciudad de México, atribuyendo la derrota del ejército mexicano al mal emplazamiento de sus fuerzas militares.

[7] Por aquellos años apareció el texto de Eduardo Paz (1889), llamado La invasión norteamericana en 1846; ensayo de historia patria-militar. Si bien Paz no hace una historia de la guerra y narra la batalla, por su formación como militar realiza una reflexión bajo axiomas castrenses que señalan las fallas tácticas y logísticas que tuvieron ambos ejércitos en el momento de enfrentarse, dando a entender que quien ganó la guerra fue el que tuvo menos equivocaciones a la hora de actuar en sus operaciones militares. 

[8] También Johnson cuenta sobre las órdenes expedidas por Santa Anna para levantar el ejército en Veracruz, describe el cerro del Telégrafo junto con el de la Atalaya. Después de esto, se dedica a describir las actividades de reconocimiento de los estadounidenses, para finalizar con el combate el día 17.