¡Renovarse o morir!
Análisis de las condiciones de posibilidad para el surgimiento de las
corrientes historiográficas contemporáneas
Renew or die! Analysis of the Possibility Conditions for the Emergence of
Contemporary Historiographic Currents
Manuel de Jesús Arroyo Monsiváis[1]
Resumen
El
objetivo de este trabajo es realizar un análisis y explicar las posibles causas
de emergencia de las corrientes historiográficas contemporáneas. Tomando como
base algunos textos, los cuales fueron revisados y que se centran en la
explicación de la emergencia de estas nuevas corrientes historiográficas, tales
como: Peter Burke y Jaume Aurell,
David Cannadine, Roger Chartier, François Dosse, Guillermo Zermeño, entre otros, se han visualizado y
se proponen tres condiciones de posibilidad para la emergencia de estas nuevas
corrientes. En primer lugar, la cuestión teórica, enseguida, la cuestión
epistemológica y, en tercer lugar, el contexto social, el cual, vino a traer un
denominado “Giro Cultural” a la manera de construir el pasado histórico.
Palabras clave: historiografía,
posibilidades, contemporaneidad, historia, conocimiento histórico.
Summary
The objective of this work is to
carry out an analysis and explain the possible causes of emergence of
contemporary historiographical currents. Based on some texts, which were revised and which focus on the explanation of the emergence
of these new historiographical currents, such as: Peter Burke and Jaume Aurell, David Cannadine, Roger Chartier,
François Dosse, Guillermo Zermeño,
among others, three conditions of possibility for the emergence of these new
currents have been visualized and proposed. In the first place, the theoretical
question, then the epistemological question and, thirdly, the social context,
which came to bring a so-called "Cultural Turn" to the way of
constructing the historical past.
Keywords:
Historiography, Possibilities,
Contemporaneity, History, Historical Knowledge.
Recibido: 05-02-2021
Aceptado: 26-05-2022
Introducción
Desde que el ser humano comenzó a
tener consciencia de sus actos, desarrolló técnicas, métodos y herramientas de
subsistencia, encontró lugares para establecerse y moldeó su calidad de vida, pudo
dar respuesta a problemas cotidianos, se agrupó en colectividades y fundó
pueblos y ciudades que, después, fueron entendidos como culturas y
civilizaciones, y finalmente comenzó a desarrollar su intelecto y a
cuestionarse el porqué de su existir en el mundo, el porqué de las condiciones
de su entorno, el porqué del surgimiento y decadencia de grupos de seres
humanos, en fin. Comienza a realizar una primera operación mental la cual lo
lleva a posicionarse en varias directrices de su propia existencia.
Desde
los tiempos primitivos hasta el presente, el ser humano sigue regido por
cuestionamientos que hacen de él un ser pensante y reflexivo de las diversas
condiciones y acciones que le tocan vivir en un lugar y momento determinados. Con
base en lo anterior, la acción de “preguntarse” se convierte en una condición
de cotidianidad que responde a las exigencias más problemáticas, así como a las
situaciones más simples que necesita conocer para poder continuar su paso por
el mundo, el cual, le ha permitido desarrollar habilidades, actitudes,
aptitudes y modos de entendimiento que hacen de su vida un constante
aprendizaje.
Esto
nos lleva a preguntarnos, ¿cómo es que los seres humanos se comenzaron a
cuestionar la necesidad de atrapar y atesorar el tiempo que les estaba tocando
vivir o, en su defecto, recordar y hacer vivir el tiempo que ya se les había
escapado? Parte de la respuesta la podemos encontrar a partir de que Heródoto,
considerado como el “Padre de la Historia”, comenzó a escribir las crónicas de
las guerras entre griegos y persas conforme realizaba sus viajes, ya que éstas
permitirían dejar constancia de lo ocurrido con su pueblo.
¿Dejar
constancia de los acontecimientos? ¿Evidenciar el contexto de diferentes épocas
que se tornaron conflictivas para la humanidad? ¿La necesidad de tener un
“recuerdo” de aquello considerado significativo para un determinado grupo o
grupos, los cuales, no quieren dejar que el tiempo borre del transcurso de la
vida? ¿Serían éstas, razones suficientes para atrapar el tiempo vivido y que se
vuelva vivo en un determinado momento? Es así como desde el presente, los
historiadores consideramos necesario destacar la importancia del rescate del
tiempo que ya no está, pero que vuelve a hacerse visible a través de preguntas
y problemáticas generadas en el ahora y su posible respuesta en el ya fue.
Para
la ciencia histórica y para el oficio del historiador, entendiendo esta
práctica como una “ciencia del sujeto”, tal como lo concibe Roger Chartier (Dosse, 2012, p. 26), la acción de “preguntarse” confiere y
otorga sentido en los ámbitos teórico y epistemológico para la construcción de
conocimiento histórico que garantice la permanencia del pasado en el presente.
Pero
¿de qué manera se hace visible el pasado en el presente? o, mejor dicho, ¿cómo
es que el pasado vive y puede ser encontrado desde el presente? La respuesta se
encuentra en la importancia de la narración, de lo escrito, del discurso que da
pie a entender que, de esta manera, es como podemos atrapar el tiempo y hacerlo
vivir para la posteridad.
La
historiografía puede entenderse como un trabajo que complementa a la disciplina
histórica a partir del ámbito de su interpretación. Ella se ha encargado de
apropiarse de las herramientas, modelos, técnicas y teorías para que la
construcción del pasado, a través del discurso, pueda adquirir y contener el
rigor científico y metodológico que la Historia ha logrado a partir de su
elevación como una disciplina científica a partir del siglo XIX.
Conforme
ha avanzado el tiempo, las maneras y formas en las que se ha realizado la
construcción de conocimiento histórico han cambiado y/o se han modificado. En
la contemporaneidad, estas “mutaciones” en la forma de acercarse a la
construcción histórica, también han ido adquiriendo nuevas o renovadas
metodologías, teorías y cuestiones contextuales que han permitido el
surgimiento de nuevas corrientes de interpretación histórica.
Con
base en lo anterior, el objetivo de este trabajo es realizar un análisis y
explicar las posibles causas de emergencia de las corrientes historiográficas
contemporáneas. Tomando como base algunos textos que fueron analizados y se
centran en la explicación de la emergencia de estas nuevas corrientes
historiográficas, se han visualizado y se proponen tres condiciones de
posibilidad para la emergencia de estas nuevas corrientes. En primer lugar, la
cuestión teórica, enseguida, la cuestión epistemológica y, en tercer lugar, el
contexto social, el cual, vino a traer un denominado “Giro Cultural” (Aurell y Burke, 2012, p. 337).
Con base en ellas,
se tratará de analizar las distintas concepciones realizadas por varios autores
respecto a cada condición de posibilidad que han sido propuestas para el
abordaje de este trabajo y, así, poder realizar un diálogo entre cada una de estas
posturas y explicar, de una manera cronológica, la madurez adquirida por la
disciplina histórica en cada periodo de emergencia a través de lo teórico, lo
epistemológico y lo contextual-cultural. También, considero necesario realizar
una explicación final respecto a cuál es el lugar que ocupan en la actualidad
las corrientes historiográficas contemporáneas, y la posición del oficio del
historiador como parte de una reflexión sobre su práctica, la cual, en ciertas
condiciones, puede ser la manera en la que se renuevan o surgen nuevos modos de
interpretar el pasado histórico.
La cuestión teórica en la
creación de nuevas interpretaciones históricas contemporáneas
En la contemporaneidad, la
construcción del discurso histórico ha abordado temáticas, problemáticas,
situaciones y contextos que alrededor de 50 o 60 años atrás se hubiesen tornado
inimaginables para el estudio de la historia. La necesidad de dar a conocer los
nuevos problemas que aquejan a la sociedad, así como dar respuesta a conflictos
llevados a cabo por minorías sociales que merecen atención y espacio dentro de
un mundo totalmente convulsionado, han modificado el escenario historiográfico
en su cuestión teórica, epistemológica y contextual. Tal como lo apunta
Guillermo Zermeño:
[…] la
historiografía contemporánea se ha convertido en un inmenso baúl de curiosidades,
de relatos e investigaciones dedicados a sorprender y asombrarnos con todas
aquellas cosas que ignoramos del pasado o simplemente ni imaginábamos que
hubieran podido suceder, muchos de ello sin duda de gran interés (Zermeño
Padilla, 2014, p. 348).
En ese sentido, la disciplina
histórica y la forma de dar a conocer ese discurso realizado a través del
ejercicio del historiador, han experimentado diversas transformaciones,
modificaciones y renovaciones en sus postulados, en este caso, teóricos, para
adaptarse a las nuevas necesidades académicas, intelectuales y, sobre todo,
para posicionar en un mejor lugar a la ciencia histórica frente a las demás ciencias
sociales que, sin duda, han sido a la vez antagonistas y motivos de fractura o
discordias dentro de la propia disciplina.
Posicionémonos
entonces alrededor de la segunda mitad del siglo XX, en donde la denominada Posmodernidad,
concepto que utilizó por primera vez Jean François-Lyotard en 1979 (Aurell y Burke, 2013, p. 288),
comenzaba a proporcionar otras consideraciones teóricas que traerían como
consecuencia la renovación de la construcción de la obra histórica y que, a
partir de ese momento, podemos considerar que la disciplina y el trabajo del
historiador, comenzaron a tener una serie de transformaciones importantes que
darían como resultado el nacimiento de nuevas corrientes historiográficas para
la interpretación y comprensión del pasado.
El
llamado posmodernismo influyó de una manera significativa en el proceso
de maduración de la Historia. Este no era considerado como una corriente
intelectual afianzada alrededor de la década de los años 60 y 70, sino
constituía una serie de “epistemologías y metodologías” (Aurell
y Burke, 2012, p. 288) que tenían como objetivo
principal el alejar a la historia de los métodos científicos y experimentales a
los cuales estaba arraigada con anterioridad.
Los
postulados teóricos de la disciplina histórica que se desarrollaron en el posmodernismo
fueron insertándose en el entendido de posicionar esta nueva manera de concebir
tanto el tiempo en general como el de la construcción de conocimiento, a partir
de la superación y reacción de la historia posmoderna ante las corrientes
historiográficas anteriores, por ejemplo, la historia socioeconómica, la
historia serial, la historia social, la historia cuantitativista
o la historia económica.
Esta
renovación en los postulados teóricos que se desarrolló durante los años 60 y 70, consideraba que el ejercicio de la construcción del
conocimiento histórico meditara un viraje que trascendiera lo intelectual para
acercarse a lo vivencial, con ello, se estaría alejando definitivamente de las
teorías de la ilustración explicadas por Georg Iggers.
Como resultado de
lo anterior, las corrientes historiográficas, propias del posmodernismo,
consideraron un abordaje teórico enfocado en una expansión de las temáticas que
venían con la voz cantante, por ejemplo, todo aquel lenguaje creado por
la escuela de los Annales como:
historia de las mentalidades, psicología histórica, historia social de las
ideas, historia sociocultural, etcétera (Chartier, 1992, p. 14) , el cual, se vio reflejado en una
serie de puentes construidos a partir del diálogo con otras ciencias sociales pujantes
en los años 70’s.
¿En
qué se puede sustentar este nuevo enfoque teórico considerado más “extenso”? La
respuesta la podemos encontrar en el hecho de que los referentes teóricos del
posmodernismo de la época de los años 70 no pertenecían propiamente a la
disciplina histórica, sino que estos teóricos fundamentalmente eran “filósofos,
antropólogos y críticos literarios de la tradición francesa” (Aurell y Burke, 2013, p. 296).
Con base en ello,
las ciencias sociales, así como la disciplina histórica, comienzan a dar un
vuelco hacia la primacía del lenguaje, los códigos y los símbolos. Ellos se
verán reflejados en los postulados teóricos que renovarán la forma de la
construcción del conocimiento histórico, dejando atrás lo que se venía
trabajando de una manera tradicional y convencional, debido a que, según Roger
Chartier, este nuevo lenguaje creado por la tradición francesa dejaba sin
utilidad las designaciones tradicionales como: la historia de la filosofía, la
historia literaria, la historia del arte, etcétera. (Chartier, 1992, pág. 13)
El
reto ya estaba planteado a partir de que, en la posmodernidad de las ciencias
sociales, así como de la Historia durante los años 70, podemos entender que se
consideró necesario unir lazos teóricos y postulados intelectuales para hacer
frente a un nuevo horizonte de expectativa (Koselleck,
1998, p. 118) que se estaba planteando a partir de la superación de la
tradición anterior por parte de historiadores y teóricos provenientes de la
sociología, la psicología y la antropología. En ese sentido, Iggers constataba esta visión a partir de la publicación de
una de sus más grandes obras: De la
objetividad científica, al reto posmoderno (2012). Tomando en consideración el título de la
obra de Iggers, la condición teórica posmoderna iba
más allá de superar las condiciones cientificistas de la historia para darle
cabida a nuevas interpretaciones a través del uso de postulados de las ciencias
sociales que, en un principio, se consideró que eran sus más temibles enemigas
(Chartier, 1992, p. 60).
El diálogo de la Historia con las ciencias
sociales desencadenó una nueva perspectiva que llevó a considerar el discurso
más que la estructura. Así mismo, la reacción frente a la historia económica y social
se dio a través del uso de los postulados de la antropología, la cual, va a
traer una renovación en la forma de abordar el pasado histórico, y en donde
diversos actores desarrollarán herramientas teórico-metodológicas para
aproximarse, de una manera concreta, al desarrollo de la construcción histórica
que reivindica y tiene una relación más estrecha con las cuestiones culturales
(Aurell y Burke, 2013, p.
290).
Los ejemplos más característicos que
se tienen del surgimiento de nuevas corrientes historiográficas relacionadas al
cambio y planteamiento de nuevos postulados teóricos, los tenemos presentes en
los denominados “giros”, en este caso, el “giro antropológico” y el “giro lingüístico”.
En el caso primero, el “giro antropológico” comienza a tener una mayor
vitalidad a partir de la década de los sesenta, que es cuando practicantes,
pertenecientes a una u otra dimensión correspondiente a la antropología,
empezaron a influir de una manera importante en la disciplina histórica. En
palabras de Zermeño Padilla se comenzó a vivir una renovación en la escritura
científica de la Historia que ya no correspondía con el código de la oralidad,
sino ahora comulgaba con la escritura, es decir, con el discurso, con aquello
que diera cuenta de las prácticas sociales y de la comunidad (Zermeño Padilla, 2014,
pág. 357).
La Historia comenzó a nutrirse de la
antropología estructural, filósofos relacionados con el psicoanálisis, la
antropología postestructural y, por último, la que es
considerada como una de las más recientes, que sigue influyendo en el
desarrollo del discurso histórico, la llamada antropología simbólica (Aurell y Burke, 2013, p. 292). En
este mismo tenor, para los años 80, la antropología simbólica se había
convertido en una de las mayores directrices a las cuales la disciplina
histórica había apostado de una manera clara y segura. A raíz de ello,
exponentes como Natalie Z. Davis, Carlo Ginzburg, Peter Burke,
Robert Darnton y Simon Schama otorgaban sentido a este “giro antropológico” a
través de estudios como: vida ritual en las sociedades de la Edad Moderna, la
cultura popular, las fiestas, las ceremonias, los cultos populares, sólo por
mencionar algunos.
En segundo plano, el denominado
“giro lingüístico” aporta una serie de renovaciones a la disciplina histórica
en donde el discurso, los símbolos y el maridaje que se va a desencadenar a
través de la implementación de los códigos de significado, conseguirá una nueva
manera de interpretación de los procesos sociales.
Esta nueva corriente que comenzó a
utilizar la disciplina histórica a partir de los años 70,
partía del hecho de considerar el cuestionamiento de la creencia meramente
tradicional de que una investigación histórica racional nos permitía llegar a
un conocimiento auténtico del pasado. Con ello, la importancia de las palabras
dentro de la narración histórica pasa a adquirir un lugar importante en la
construcción de conocimiento histórico y, a partir de ahí, el conocimiento
racional del que partía dicha corriente va a sustentarse por esta acción (Aurell y Burke, 2013, p. 304).
De esta manera, la historia cultural
parece estar al alza: en parte, porque ha sido la más receptiva a las ideas de
la antropología; debido a que tenía grandes pretensiones sobre el terreno que
iba abarcando a partir del enfoque adoptado por la Historia; y, por otro lado,
porque era la que más se había beneficiado del cambio de interés por la
explicación hacia el de la comprensión (Cannadine,
2002, p. 47).
A
partir de lo expuesto con anterioridad, la cuestión teórica es un referente
importante dentro del desarrollo de nuevas corrientes historiográficas dentro
de los años 60, 70 y 80. Esto no quiere decir que después de estos años la
disciplina histórica no siguió en constante renovación a partir de sus
postulados teóricos, sino que queremos exponer, en el siguiente apartado, cómo
es que la cuestión epistemológica y reflexiva, tomadas como condiciones de
posibilidad para la emergencia de las corrientes historiográficas
contemporáneas, fueron ganando terreno después de esta primera renovación de la
disciplina.
La reflexividad del
historiador en la construcción de conocimiento histórico contemporáneo. Una
cuestión epistemológica
A partir de los años 80, la
disciplina histórica comenzó a ver alterados sus postulados teóricos, respecto
a la renovación que se generó a partir de los años 60 y 70. Aquellas nuevas
interpretaciones históricas y el surgimiento de los denominados “giros”,
pusieron en tela de juicio el desarrollo de la disciplina histórica y su lugar
dentro del espacio social, así como enfrentarse, en determinada manera, por una
hegemonía o una “sana convivencia” con las ciencias sociales.
Lo
sucedido a partir de los años 80 ha sido cuestionado por varios intelectuales
de diferentes disciplinas afines a las ciencias humanas. Sin embargo, la
denominada “crisis de la historia”, llamada así por François Dosse (Dosse, 2012, p. 18) y por
Peter Burke y Jaume Aurell (Aurell y Burke, 2013), así como un
posible “cambio de paradigma”, concepto que fue manejado por Roger Chartier
(Chartier, 1992) o, en su defecto, un denominado “revisionismo”, concepción utilizada
por Guillermo Zermeño (Zermeño Padilla, 2014), pusieron a la ciencia histórica
y al trabajo del historiador en un punto en donde, con urgencia, se necesitaba
reflexionar, pensar, renovar, cuestionar y revisar los diversos modos en los
que se estaba llevando a cabo la construcción del conocimiento histórico ante
una situación que no era favorecedora para la Historia ni para las ciencias
sociales.
Con
ello, otra de las condiciones de posibilidad que se propone para el entendimiento
y surgimiento de las corrientes historiográficas contemporáneas es el hecho de
esta posible “crisis de la historia”, “cambio de paradigma” o el llamado
“revisionismo” que se comenzó a generalizar de una manera importante en la
disciplina histórica y en las ciencias sociales a partir de los años 80. Con
base en esta postura reflexiva en la que se situó la Historia, este
cuestionamiento del trabajo del historiador a partir de los modos y formas de
elaborar el discurso histórico llevó a que la misma disciplina experimentara
una nueva manera de construcción histórica, en este caso, dentro del ámbito
epistemológico y metodológico.
Una
de las características importantes, y en las que varios autores coinciden, es
el hecho de que la “crisis de la historia” tiene su fundamento a partir de la
pérdida de seguridad que la sociedad experimentaba en relación con las
concepciones teleológicas o de los postulados cientificistas del historicismo
decimonónico o de los paradigmas de posguerra (Dosse,
2012) y (Aurell y Burke,
2013).
Esta condición
comenzó a repercutir de una manera interesante en los contenidos teóricos que
se habían desarrollado con anterioridad a los años 80. Esta reflexión
desencadenó un “giro crítico”, un “giro reflexivo” o un “giro historiográfico”,
en donde la pregunta central consistió en saber qué era lo que estaba
ocurriendo con el presente y qué pasaría con el porvenir de la disciplina
histórica (Dosse, 2012, p. 25).
Las
dudas metodológicas y epistemológicas comenzaron a hacerse presentes en el
ámbito de las ciencias humanas y, sobre todo, en los historiadores en
particular. A partir de ello, Zermeño nos explica que:
[…] la historia
como disciplina académica está inmersa en un periodo de revisión y
transformación de muchas de las categorías de análisis, formas de narrar y
periodizar que han dado sustento y que han estructurado sus formas discursivas
construidas principalmente a partir del siglo XIX. Para muchos, es verdad, ese
“revisionismo” no significaría más que la destrucción de la historia o el fin
de la historia tal y como se ha venido conociendo y practicando (Zermeño
Padilla, 2014, p. 349).
No es que la historia fuera a
desaparecer o que hubiese llegado a su fin en la década de los años 80. Sino
que consideramos que las mutaciones de las corrientes historiográficas
corresponden a una cuestión tanto teórica, epistemológica y contextual que
necesitaban ser llevadas a otro plano de la realidad de la que se estaba
viviendo, debido a que los postulados y teorías anteriores a los años 80 ya no
tenían cabida para realizar una construcción del pasado histórico acorde a las
nuevas exigencias sociales, cambios políticos y de régimen que se estaban
experimentando a nivel mundial y que repercutían en la manera en cómo los
historiadores estaban elaborando su trabajo hasta ese momento.
Entonces,
¿cuáles factores estaban siendo considerados como “detonantes” para que se
pudiese llevar a cabo esta “crisis de la Historia”? Aurell
y Burke (2012) nos señalan que la crisis de la
disciplina histórica tiene dos raíces: una era considerada como la “amenaza”
del relativismo que ponía en duda la posición del conocimiento histórico de una
manera objetiva; y, dos, la desorientación de la disciplina histórica al buscar
un lugar dentro de las ciencias sociales al apostar por un lenguaje más humano,
propio de esas ciencias, que un lugar científico, propio de las ciencias
experimentales.
¿Qué
aspectos se pueden tomar como positivos a partir de la supuesta “crisis de la
historia” sucedida en la década de los años 80? En primer lugar, el hecho de
que el historiador comenzara a plantearse preguntas sobre su ejercicio ya es
una acción considerable. ¿Por qué? A partir de su reflexividad, él mismo
descubre cuáles son los elementos epistemológicos que se pueden cambiar para
estar en contexto con las nuevas situaciones académicas, sociales y políticas
por las que estaba atravesando su entorno intelectual.
En
segundo lugar, dentro de este mismo proceso reflexivo, el historiador tiende a
darse cuenta de que, en ese momento, se debe dar una prioridad importante al
hecho de pensar en la historicidad misma de su trabajo y de la historicidad de
toda categorización de las realidades del pasado. Lo cual, va a llevar al
historiador a una interrogación más ambiciosa de la epistemología e
historiografía y con más desafíos que antes (Dosse,
2012, p. 34). Lo anterior puede traducirse en que a
partir de los años 80, el historiador comenzó a preocuparse por redefinir la
disciplina histórica y su relación social con el tiempo, lo que lo llevó a
construir nuevos contenidos epistemológicos para poder llevar a cabo la
generación de conocimiento histórico en un momento de reflexión y de
preocupación por el lugar que ocupaba la historia en la sociedad frente a las
demás ciencias sociales.
Con
base en la supuesta o llamada “crisis de la Historia”, “revisionismo” o “cambio
de paradigma” que permitió al historiador de los años 80’s reflexionar acerca
de su práctica y de su proceder ante la disciplina histórica, consideramos
importante señalar dos vertientes que dieron paso al surgimiento de nuevas
corrientes historiográficas y que se formularon a partir de este proceso
reflexivo.
En
primer lugar, queremos destacar la condición de verdad a través de la narración
o, en su defecto, de la importancia de las formas de comunicar la verdad de una
época a otra teniendo énfasis en la narrativa. Este planteamiento es tratado
por Guillermo Zermeño, el cual, ya hemos utilizado para contextualizar y dar
pie al ejercicio de este trabajo. Sin embargo, es una cuestión interesante la
que éste intelectual maneja, debido a que a partir de que en los años 80, retomando
los postulados realizados por Thomas Kuhn, la Historia de la Ciencia viene a
desplazar a la Filosofía de la Ciencia donde: “[…] este desplazamiento
consistió en el reconocimiento de que la verdad de los hechos observados no
depende exclusivamente de su descripción exacta, sino, sobre todo, de la forma
en que se inscriben en una narración” (Zermeño Padilla, 2014, p. 352).
Zermeño
nos indica que, con este desplazamiento teórico entre la Historia y la
Filosofía, “[…] la pregunta teórica clásica sobre la naturaleza científica de
la explicación histórica se traslade al problema de la investigación acerca de
la función de la explicación de la configuración narrativa del discurso
histórico” (Zermeño Padilla, 2014, p. 352). Con base en esto, podemos concebir
que si se buscaba cierto “humanismo” a través del alejamiento de la postura
cientificista de la cual provenía la tradición del siglo XIX y, también, de las
formas en las que se comenzó a escribir la historia en los años 60 y 70, la
disciplina histórica encontraría, de nueva cuenta en la narración, una forma de
poder reinventarse y formular condiciones epistemológicas basadas en principios
científicos tales como los de la verdad a partir de la importancia de la
narración, esto, como parte fundamental de la construcción de sentido del
pasado y discurso históricos.
Y,
en segundo lugar, esta reflexividad por parte del historiador tiende a
desembocar en un panorama donde el ejercicio de la disciplina histórica va
enfocándose hacia la singularidad de los acontecimientos en su parte de
irreductibilidad, de indecibilidad, de novedad.
Tomando
como referencia la cuestión de la verdad a través de la narrativa y de la
singularidad de los acontecimientos, la historia fue desarrollando nuevas
maneras de construcción de conocimiento histórico. Un ejemplo de ello es el
retorno al género biográfico o, en su defecto, el surgimiento de los
microrrelatos como historias en donde por medio de la narrativa, esas
singularidades cobran relevancia insertándose también dentro del ámbito
cultural que tendrá una participación importante para el desarrollo de nuevas
corrientes historiográficas desde los años 80 en adelante.
El
compromiso reflexivo por parte del historiador a través de esta “crisis de la
Historia”, hizo que los contenidos epistemológicos y metodológicos tuvieran que
renovarse y adaptarse a las condiciones que estaban atravesando, en general,
las ciencias sociales y la historia. Paradigmas cientificistas y la importancia
de la narrativa como una condición de verdad para la elaboración del discurso
histórico, comenzaron a generar diversas apropiaciones en las maneras en que el
historiador estaba realizando su trabajo. Esto permitió una renovación de lo
que anteriormente estaba siendo manejado por la historia, lo que llevó a un
resurgimiento de esta a través de la condición social de la disciplina
histórica con el tiempo y, también, del ejercicio del historiador y su
perspectiva de presente y futuro.
El anclaje social
y temporal que trae como consecuencia el proceso reflexivo del historiador a
partir de los años 80, permitirá que las nuevas
corrientes historiográficas tiendan a decantarse hacia las situaciones
culturales que llevarán un nuevo “giro” en la manera de realizar la
construcción de conocimiento histórico.
El “giro cultural”, “la
renovación desde dentro” y la importancia del contexto para el surgimiento de
nuevas corrientes historiográficas
A lo largo de este trabajo, hemos
analizado y explicado cómo es que la disciplina histórica ha renovado sus
modelos teóricos, así como los epistemológicos y metodológicos, a partir de una
serie de condiciones de posibilidad que dieron cabida a este tipo de
transformaciones en la manera de llevar a cabo la generación de conocimiento
histórico durante la segunda mitad del siglo XX. Estas renovaciones y
transformaciones permitieron el desarrollo de corrientes historiográficas que
fueron posicionándose con base en el contexto que les estaba tocando vivir, ya
fuese académico, político, intelectual o social.
Años
como los 50, 60, 70 y 80 fueron importantes puntos coyunturales que permitieron
a la historia alejarse de los postulados cientificistas del historicismo del
siglo XIX, así como de las grandes escuelas de producción histórica y de la
visión teleológica que aún reinaba después del periodo de entreguerras. La historia
misma se encargaba de adaptar a las condiciones contextuales del ámbito
intelectual que le iba tocando vivir, con el objetivo de poder legitimarse, de
una manera sólida, como una ciencia encargada de la recuperación del pasado que
pudiera diferenciarse de las demás ciencias sociales que estaban generando en
ella una llamada “crisis de identidad” alrededor de los años 80’s (Aurell y Burke, 2013, p. 307) y
que se veía reflejada en los procesos reflexivos de la disciplina.
Con
la renovación de los postulados epistemológicos y metodológicos que se
desarrollaron alrededor de los años 80, esto como una respuesta por parte de
los historiadores ante la denominada “crisis de la historia”, el resurgimiento
de la importancia de la narrativa para la construcción del discurso histórico,
y de la atención por parte de los historiadores a las singularidades de los
acontecimientos, permitió abrir la brecha de otra nueva renovación en la manera
de hacer historia que se vio orientada al surgimiento o, mejor dicho, en el
resurgimiento de viejas maneras de hacer historia.
Pero,
a partir de los años 80 y 90, comienzan a suceder una serie de cuestiones
económicas, políticas y sociales que vienen a fortalecer el reformulamiento
de esta nueva manera de realizar la construcción del conocimiento histórico. Aparecían
en el mundo de las humanidades el auge creciente de los llamados géneros
canónicos: memorias, autobiografías, biografías, diarios íntimos,
correspondencias, etcétera. Lo hacían también sus diversas hibridaciones en los
medios: talk shows, reality shows, docudrama, etcétera.
Se sumaba también “el retorno del sujeto” en las ciencias sociales, que
atenuaban su pulsión cuantitativa para dar primacía a la voz y al relato
vivencial de la experiencia, junto al auge de la historia oral y el interés en
reconocidos académicos por escribir autobiografías más o menos intelectuales (Arfuch, 2018, pág. 11).
Para
dar conclusión a este trabajo, otra de las condiciones de posibilidad que se propone
para el surgimiento de nuevas corrientes historiográficas contemporáneas,
corresponde al hecho de que la situación contextual de los años 80 y 90, influyó de una manera importante en las visiones que
tenían los historiadores en la recuperación del pasado histórico. Aunado a
ello, el surgimiento de nuevos actores y nuevas problemáticas demandaban a la historia
explicaciones históricas para su comprensión y entendimiento.
La llamada
“renovación desde dentro” fue otro de los aspectos que llevó a la disciplina
histórica a replantearse la manera de la construcción del discurso histórico.
Y, por último, consideramos importante destacar el hecho de que a partir de la
renovación epistemológica que desembocó en el retorno de la narrativa y en la
atención a las singularidades de los fenómenos históricos, la cuestión cultural
parece ser para la Historia una de las mejores aliadas para dar otro “giro” a
la manera de llevar a cabo el ejercicio del historiador, ya que con la fusión
de la historia cultural y la historia social, se conjunta todo un ámbito que
antes estaba relegado por las condiciones contextuales y metodológicas de la
propia disciplina (Aurell y Burke,
2013, p. 310).
En
primer lugar, es necesario puntualizar que para el surgimiento de estas nuevas
corrientes historiográficas que van a desarrollarse a partir de los años 90, el
contexto mostró un panorama que en años anteriores había podido ser algo inimaginable.
Ya lo mencionaba Guillermo Zermeño con base en los nuevos textos históricos que
han circulado a partir de esos momentos:
Son textos y
relatos sin duda fascinantes por la novedad y el enfoque crítico que, en muchos
casos, nos obligan a modificar y revisar nuestras concepciones del pasado o de
las formas en las que se ha querido entender un periodo o un fenómeno
determinado y que responden sin duda también a nuevas sensibilidades y
atmósferas culturales de nuestros presentes (Zermeño Padilla, 2014, p. 348).
Pero, no sólo los textos eran los
fascinantes. Sino las cuestiones que surgieron a partir de dicha década. Nuevos
tipos de conflicto, basados en el género, identidad étnica, la religión o la
orientación sexual llegaron a parecer situaciones más urgentes y demandaban
nuevos tipos de explicación histórica. Por otro lado, el modelo de causalidad
con la que la mayoría de los historiadores comulgaron durante mucho tiempo, en
donde la economía influía en la sociedad, y la sociedad influía en la política,
ya no era adecuado por más tiempo. Se borraban las líneas de demarcación de la
posguerra a partir del colapso del comunismo en la Unión Soviética y en Europa
del Este en 1989-1990.
Como ya se había
mencionado, se habían venido abajo los grandes modelos teleológicos y, por
último, pareciese que estos factores dieron otra “nueva crisis” a la historia,
la cual, de nueva cuenta, volvió a reformular sus postulados teóricos y
metodológicos, pero, ahora, adaptándolos a partir de las nuevas necesidades
sociales (Cannadine, 2002, p. 35).
Con
base en los “giros” lingüístico y antropológico que fueron analizados
anteriormente, la disciplina histórica estaba considerando desarrollar una nueva
manera de recuperación del pasado histórico, en este caso, un “giro cultural” (Aurell y Burke, 2013, p. 330). Ésta
tercera vía proponía una especie de síntesis entre el viraje de la historia de
las mentalidades y el viraje lingüístico de la nueva historia narrativa.
A
partir del retorno de la nueva historia narrativa, las tendencias relacionadas
con la historia cultural comenzaron a sobresalir sobre el resto. La narración
de lo singular trajo como acompañamiento los matices que permitían descubrir su
relación con los aspectos más esenciales de la cultura a la que pertenecía su
contexto. Mientras que el eclecticismo del que se rodeaba este nuevo “giro
cultural” a partir de sus referentes intelectuales, le permitió a esta “tercera
vía” dotar de una enorme capacidad de aglutinación y de consenso epistemológico
a la nueva manera de escribir la Historia. Sin embargo, este “giro cultural”
iluminó los modos de comunicación, la circulación de las ideas y las prácticas
y acción del individuo, que siempre atiende al significado (Rubín, 2002, pág.
149) y que se reflejó en la historiografía, una historiografía más amplia, que abarcaba
más allá de lo que era tradicional en los años 80 y 90.
Por
último, la llamada “renovación desde dentro” vino a hacerse presente a partir
de que el resurgimiento de los métodos narrativos adquiere un posicionamiento,
el cual, corresponde a un procedimiento adecuado a través del cual la Historia
ha conseguido no sólo recuperar la conexión con el lenguaje del pasado, sino
también con el lenguaje del presente, haciéndola más referencial y comprensible
(Aurell y Burke, 2013, p.
322).
Estas
nuevas corrientes historiográficas que van a surgir de una “renovación desde
dentro” de la propia disciplina, también tendrán una “recuperación renovada” de
las corrientes historiográficas más tradicionales. En sí, las llamadas “nuevas nuevas historias” proponen un acercamiento más poliédrico
de la realidad, basado en un concepto más amplio de cultura.
De la misma
manera, estas corrientes historiográficas se enfocarán en la recuperación del
relato y de la narración histórica, en el énfasis de los sujetos históricos
sobre los objetos, y una apropiación de carácter mayoritario al propio fenómeno
histórico a partir de elementos que se habían dejado de lado como la historia
oral, la evidencia de las imágenes, los vestigios arqueológicos, o los
documentos inquisitoriales (Aurell y Burke, 2013, p. 326).
Esta
nueva renovación de la disciplina histórica a través de estas tres
condicionantes propuestas para la explicación y análisis de las mismas, las
podemos ver reflejadas a través de ejemplos como: a) la nueva historia
narrativa y la microhistoria, en donde el objetivo principal de esta corriente
es reivindicar y recuperar el relato, dando así paso a la revitalización del
género biográfico; b) la nueva historia política, la cual trabaja la
incorporación de los aspectos culturales como factores fundamentales en la
explicación del cambio sociopolítico, metiéndose de lleno en la dimensión
cultural a través del mundo del poder y resistencia, autoridad y legitimidad,
orden y obediencia, discursos políticos, los mitos, los símbolos, la identidad,
las imágenes (Pedersen, 202, p. 79), sólo por mencionar algunos y; c) la
historia de la religiosidad, en donde nuevos temas como la muerte, las
lecturas, la infancia, la piedad popular, el purgatorio, la marginación, etc.,
además de la descristianización y secularización que se ha llevado a cabo de
una manera reciente en el mundo occidental, ha llevado al éxito a esta nueva
corriente historiográfica, (Aurell y Burke, 2013, p. 328) aunque es posible que la Historia
Política, ahora en el siglo XXI, parece estar lista para ocuparse de aquellas
plurales sociedades en donde la religión es un tema central, haciendo que este
“giro cultural” se amplíe aún más (Hufton, 2002, p.
148).
No
quiere decir que a partir de la cuestión contextual de los años 90’s, la
“renovación desde dentro” y el “giro cultural”, únicamente hayan impactado en
el resurgimiento de la historia social, la historia política, la historia
religiosa, la historia cultural, la historia de género, la historia
intelectual, etcétera, sino que ese impacto y esa reflexión de las disciplinas
históricas dio cabida al surgimiento de otras corrientes historiográficas que
con el tiempo se irían posicionando como las que mayor respuestas darían a
interrogantes tradicionales y actuales como: la historia social del lenguaje,
la historia de la vida cotidiana, la “historia desde abajo”, la historia de la
cultura material, la historia de la comida, la historia del cuerpo, la historia
de los libros y de la lectura, la historia de los sentidos y las emociones, la
historia de género y los estudios subalternos, por citar algunas. En pocas
palabras, esta tercera condición de posibilidad que proponemos para el
surgimiento de las corrientes historiográficas contemporáneas complementa a las
dos revisadas anteriormente como un conjunto de reflexiones que abrieron la
puerta para que nuevas maneras de escribir la historia imperen en el quehacer
del historiador desde mediados del siglo XX hasta nuestros días.
A manera de conclusión
La cuestión teórica, epistemológica y
la contextual-cultural fueron parte de un ejercicio para poder comprender que,
a partir de estas condiciones de posibilidad, la historiografía contemporánea
ha pasado por diversos estadios de renovación y reflexión en la forma de
construir el discurso histórico desde mediados del siglo XX hasta nuestros días.
Por otro lado, no
sólo se analizó cómo fue que se dieron estos procesos durante toda la segunda
mitad del siglo XX, sino que, intrínsecamente, se pudo vislumbrar cómo es que
la misma disciplina histórica fue adquiriendo una “madurez” intelectual, la
cual se ve reflejada en los periodos de emergencia y de “crisis” de la misma,
con el objetivo de permanecer vigente como esa ciencia del pasado que
reconstruye realidades pretéritas desde un determinado presente. Eso sí,
haciéndolo con métodos, teorías y renovaciones epistemológicas acordes a este
proceso reflexivo y experiencial o, porque no, también podría llamarse
experimental, ya que se fueron experimentando diversos factores y elementos que
dieron como resultado un producto adecuado para la continuación de la construcción
del conocimiento histórico, reto que el mismo tiempo le estaba poniendo en su
camino.
Puede
caer en una obviedad que, actualmente, corrientes historiográficas “nuevas”
estén tomando presencia a la par de las que ya hemos estado considerando a lo
largo de este trabajo. La historia del medio ambiente, la historia global o, en
su defecto, la historia comparada (Aurell y Burke, 2013, p. 337) han sido las que, hasta el momento,
han levantado la mano y se han encargado de irse posicionando en las nuevas
maneras de hacer historia.
Pero,
valdría la pena preguntarse ¿En el 2022, la disciplina histórica en qué plano
teórico, epistemológico o contextual se encuentra? Es decir, los postulados y
las cuestiones que tuvieron una renovación a partir de la década de los años 90
han permeado el ambiente académico e intelectual desde la transición al nuevo
siglo y la primera década del siglo XXI. De los años 90’s al año 2022 han
transcurrido poco más de 30 años, en donde el contexto económico, político,
social, cultural, religioso, intelectual, etc. han cambiado de una manera
considerable la manera de percibir el mundo que nos está rodeando y, sobre
todo, ha cambiado radicalmente, desde nuestro punto de vista, la forma en que
la sociedad desea conocer y apropiarse de su pasado.
¿Es
necesario que ocurra una nueva “crisis” en la historia y/o en las ciencias
sociales para que la disciplina histórica sepa cuáles son los escenarios a los
cuales se está enfrentando? ¿Es necesario que vuelvan a derrumbarse y superarse
cuestiones teleológicas que probablemente, pudieron haber surgido en el
transcurso de este cambio y renovación en la manera de hacer historia? ¿Es necesario
voltear a ver un desmoronamiento en alguna “escuela” o lugar académico que
pudiese haber emergido después de la desaparición del historicismo o la Escuela
de los Annales?
Parece
ser que el 2022 ha estado generando nuevas condiciones de posibilidad que deben
hacer pensar y reflexionar al historiador, y a la misma disciplina, en la
manera en cómo en los últimos años se ha estado desarrollando la escritura de
la historia. Por citar un ejemplo, la cuestión pandémica que nos embarga desde
hace meses ha revivido el interés por los temas epidémicos y vuelven, en su
defecto, las historias relacionadas con la salud pública, el caso de la
protección y defensa en contra de las epidemias, las reacciones sociales ante
dichas problemáticas, la historia de las enfermedades, etc.
Pero,
a lo que se quiere llegar es, precisamente, a invitar a la constante reflexión
sobre el lugar que la Historia ocupa hoy en día y cómo se está llevando a cabo
la construcción del discurso histórico porque, como ya lo mencionaba François Dosse:
La pérdida de un
buen número de certezas, el carácter cada vez menos estructurante de los
paradigmas utilizados hasta allí como esquemas de lectura del pasado, así como
la renuncia a ambiciones hegemónicas desmesuradas, han modificado el paisaje
historiográfico (Dosse, 2012, p. 47).
Pero, en el 2022 ¿Qué es lo que está
ocurriendo con el lugar de la Historia y con el trabajo del historiador en la
construcción del discurso histórico? ¿Estamos entrando en una nueva “crisis” de
la Historia? Estas y más preguntas deberían ser constantes referentes de
reflexión para poder legitimar el lugar que la Historia tiene como ciencia y
dignificar el discurso y la investigación histórica como formas fundamentales
de traer al presente aquellas realidades olvidadas del pasado. No dejemos que
crisis o cambios de paradigmas nos indiquen qué es lo que se está haciendo mal
dentro de la disciplina, sino que, ahora sí “desde dentro”, se puedan conocer
aquellas debilidades teóricas, metodológicas, epistemológicas y contextuales que
pueden llevar a un estancamiento de la construcción de discurso histórico.
Propongamos,
mejor, nuevas corrientes historiográficas que sean pensadas y reflexionadas a
partir del constante trabajo de revisión del propio oficio del historiador para
el mejoramiento y conocimiento de la disciplina histórica. Con ello, podría
apostarse a dignificar el lugar social e intelectual que tanto trabajo le ha
costado a la Historia ganarse y, sobre todo, poder apostar por incluir en esas
nuevas corrientes historiográficas la vida de actores, fenómenos y situaciones
que piden desesperadamente ser escuchados y comprendidos a través de la
explicación histórica.
Bibliografía
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vida narrada. Memoria, subjetividad y política. Córdoba, Argentina: Eduvim .
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(2014). ¿Cómo reescribir la historia de la historiografía? Prolegómenos para
una historia de la verdad en la historia.. México: El Colegio de México A.C.,
Centro de Estudios Históricos.