El orden socio-político del mundo tardo-moderno y el sujeto que lo habita

The Socio-political Order of the Late-modern World and the Subject that Inhabits It

Eduardo Solano Vázquez[1]

https://orcid.org/0000-0002-3038-0142

 

Resumen: Este texto hace una reflexión respecto a las condiciones socio-políticas de la tardo-modernidad y el capitalismo avanzado, el modo en el que configuran al sujeto en sus relaciones con el mundo. Asimismo, el escrito se adhiere a las investigaciones en torno a la importancia de que el sujeto se politice.

Palabras clave: modernidad, sociedad, política, sujeto

Abstract: This text reflects on the socio-political conditions of late-modernity and advanced capitalism, the way in which they set up the subject in their relationships with the world. Likewise, the writing adheres to the investigations around the importance of the subject being politicized.

Keywords: Modernity, Society, Politics, Subject

Recibido: 4-02-2021

Aceptado: 20-12-2021

 

 

 

 

 

 

“Las cuestiones políticas no son meros asuntos técnicos destinados a ser resueltos por expertos”

Chantal Mouffe. En torno a lo político.

 

Introducción:

Los temas y las preguntas que convocan al pensamiento, la mayoría de las veces, son suscitadas por lo que se observa, se vive. Por supuesto, cuando se quiere exponer el pensamiento es imprescindible la objetividad, por lo cual se busca en otros y otras, “inquietudes” similares para establecer una conversación, con el objetivo de expresar algo más que apreciaciones. Tampoco se trata de imponer opiniones a diestra y siniestra, sino de clarificar y cuestionar lo que sucede. En este sentido, este escrito cuestiona el orden material existente, tomando como referencia para la reflexión a la modernidad capitalista y el sujeto que en ella reside.

En la primera parte del texto se habla en torno a lo que percibe el sujeto en la modernidad y el capitalismo avanzado. En este sentido, se señala que lo percibido por él es una sociedad que supuestamente se establece y funciona por medio de la ciencia y la tecnología (Giddens, 1994). Sin embargo, esa percepción dominante del mundo no cancela que de facto el desarrollo de la sociedad siga sosteniéndose en la explotación, la desigualdad social y política.

La percepción predominante del mundo condiciona las acciones del sujeto, es decir, la manera en la que afronta la realidad. En este sentido, la segunda parte del escrito aborda las condiciones en las que el sujeto se realiza en la modernidad y capitalismo tardío. También se reflexiona respecto a la soledad o la desvinculación hacia los otros y la comunidad por parte del sujeto moderno-capitalista. Ahora bien, la soledad y el silencio en torno al mundo no son el acabose, ya que queda la posibilidad de la ironía (Jankelevitch, 1982). Es decir, derruir la omnipresencia de la modernidad y el capitalismo mediante la imaginación de otros mundos posibles, para ello es importante dudar y cuestionar lo que se presenta como lo mejor e inevitable.

La tercera parte del texto se deslinda del pesimismo. Es decir, ante la creencia de que ya no hay alternativas, puesto que supuestamente el mundo moderno-capitalista es el mejor de los mundos posibles, aquí se considera oportuno reflexionar respecto a la importancia de que el sujeto se politice (Mouffe, 2007), y también desmitifique la soledad y el ensimismamiento, con el objetivo de postular proyectos en común en aras de derruir el individualismo y zanjar la desigualdad.

La conclusión del escrito insiste en virar el orden material existente. En este sentido, se considera importante que el sujeto tenga conocimiento en torno al funcionamiento del mundo. Conocer va a propiciar que el sujeto cuestione, por ejemplo, el discurso de la igualdad de oportunidades y percatarse si ella es una certeza o una ficción que sólo funge para controlar el conflicto y mantener el consenso y la paz.

 

La percepción del mundo en la modernidad y el capitalismo tardío

La manera en la que el sujeto percibe el mundo tiene que ver con la educación que recibe, pero también con las condiciones históricas, económicas y culturales. En este sentido, la manera en la que el sujeto se relaciona con las cosas y las situaciones se encuentra condicionada por lo que acontece en el mundo y la manera bajo la cual se transmite y asimila. Así pues, la relación que el sujeto tiene con el mundo no es casual, sino causada.

La modernidad y el capitalismo han transitado paralelamente en la historia, además han sabido modificar sus propósitos de acuerdo con el contexto y las situaciones. En sus inicios la modernidad y el capitalismo prometían el progreso social a través de la industria y el trabajo, pero la promesa no se cumplió, dado que unos acumularon riqueza y los demás se vieron inmiscuidos en la pobreza; por tanto, la modernidad y el capitalismo han tenido que reescribir su promesa sin dejar de remitir al progreso de la sociedad. En este momento histórico el progreso se considera posible a través de las tecnologías, así la fe no se ausenta en una civilización que tuvo que prescindir de Dios. Al comienzo se creía que la industria llevaría a la sociedad a la opulencia y hoy hay algo de fervor detrás de la racionalidad algorítmica que sostiene al cibermundo (Virilio, 1997).

El progreso al estar vinculado con la técnica es de facto productor de desigualdad (Cohen, 2007). Sin embargo, el progreso y la técnica en conjunto también producen encanto y fascinación, pues se ven ciudades y artefactos que parecen salidos de la ciencia ficción como si no hubiera imposibles, y es a partir de ahí que la promesa por un mejor porvenir no se tilda de descabellada. Asimismo, con los reducidos casos de éxito en la sociedad moderna-capitalista se genera una narrativa en aras de justificar que este es el mejor de los mundos posibles, ya que, aunque no todos gozan de riqueza, sí tienen la oportunidad de acceder a ella a través de la formación, el conocimiento, la inteligencia. En este sentido, se le encomienda al moderno que por sí mismo obtenga los recursos que le permitan competir en una sociedad que se asienta en la desigualdad.

Se considera que la desigualdad en la modernidad y el capitalismo tardío puede ser reducida, siempre y cuando, el individuo y la sociedad se esmeren, en otras palabras, que se formen e inviertan en la ciencia y la tecnología. Ahora bien, los conocimientos especializados son necesarios, pero por sí mismos no son suficientes para disminuir la desigualdad, ya no se diga erradicarla. De hecho, es un contrasentido apelar a un capitalismo sin desigualdad. Así pues, por más que el acceso a la información se masifique y aumenten los niveles de escolaridad, la desigualdad seguirá persistiendo:

La “nueva economía” está asociada a la idea de una mejor difusión de la información, de una baja de las barreras de acceso, y finalmente de una presión competitiva más fuerte sobre los actores de la economía. Sus propios operadores, sin embargo, tienden a convertirse en monopolios planetarios (2007, p. 91).

 

La sociedad que funciona y obtiene la riqueza a través de la información también va a requerir un sujeto ensimismado y personalista (individualismo), al que le sea imposible transgredir el pacto social. Es decir, se acepta que la conformación de la personalidad sea lo que conforme las expectativas e ilusiones del sujeto (modo de vestir, dieta), siempre y cuando se mantengan dentro del canon de producción y consumo de la modernidad y el capitalismo tardío. Por otro lado, el sujeto informado y reflexivo ve oportunidades de crecimiento y desarrollo económico por doquier; sin embargo, las ilusiones que se genera propician que la observación del panorama sea parcial, por tanto, donde el sujeto cree encontrar únicamente oportunidades de crecimiento y desarrollo, también está la catástrofe de la modernidad capitalista, o sea, la desigualdad y la violencia.

Los errores son parte del riesgo en la modernidad y el capitalismo tardío (Beck, 1998). Es decir, el error es inherente al desarrollo de la sociedad. Así pues, no hay información o conocimiento que no pueda ser corregido, es más, sólo lo corregible es redituable para la economía, de ahí que las tecnologías mejoren los productos ofrecidos cuasi al instante de ofrecerse en el mercado:

La sociedad del riesgo también es la sociedad de la ciencia, de los medios y de la información. En ella se abren así nuevos contrastes entre quienes producen las definiciones del riesgo y quienes las consumen […] En las condiciones de la individualización, los seres humanos han de cargar con el desempleo masivo como con un destino personal. Los seres humanos ya no son afectados por él de una manera socialmente visible y colectiva, sino específica a las fases de la vida (1998, pp. 53-117).

 

Una idea que predomina en la percepción del sujeto es que la sociedad y la economía sólo funcionan y se desarrollan mediante experimentaciones y conocimientos especializados (Giddens, 1994). También en la modernidad y el capitalismo tardío se evita bajo el mass media (televisión, internet) que se hable y discuta respecto a desigualdad y violencia, porque lo que se busca instaurar es una sociedad que crea en los consensos y no en los conflictos, se quieren evitar las disputas y las revoluciones socio-políticas. Ahora bien, el capitalismo sigue recurriendo a la explotación total del sujeto, es decir, toma para sí su cuerpo y espíritu, en suma, lo sigue violentando y la desigualdad persiste en la época de la información masificada.

En la modernidad y el capitalismo tardío el discurso del éxito-fracaso se oye por doquier. La satisfacción de los deseos se ha convertido en sinónimo de éxito, no se prohíbe desear, pero no todos tienen las condiciones materiales para lograr la satisfacción. Ahora bien, el sujeto se esmera por no ser fracasado y por más méritos que hace, se percata que eso no es suficiente, pero no cuestiona la estructura social, sino a sí mismo, asumiendo que es el responsable de lo que le acaece. Sin embargo, el fracaso no se debe al esfuerzo de manera preponderante, sino a la desigualdad propia del capitalismo. Es importante hacer una disputa al discurso del éxito-fracaso que predomina en la modernidad y el capitalismo tardío, de ahí que la crítica no pierde vigencia.

El capitalismo obtiene sus ganancias a través de la explotación y el consumo (Horkheimer, 1966). En este sentido, estamos en una “civilización” que no se puede permitir la pobreza absoluta y allende su desigualdad no deja de promover la igualdad de oportunidades, pues ellas en algún sentido detonan el consumo, por ejemplo, el de los cursos de capacitación, pues se supone que mediante ellos se obtienen o mejoran las habilidades para competir con eficiencia en el mercado laboral:

No existen ni un mundo de representaciones libre de tendencias prácticas, ni siquiera una percepción aislada, libre de praxis y de teoría: la metafísica de los hechos no aventaja en nada a la del espíritu absoluto. Pero la circunstancia de que en la estructura del mundo, en la imagen del hombre y la sociedad, de cuya verdad tengo que percatarme, se haga valer una voluntad histórica no significa que dicha imagen pierda valor alguno (1966, p. 8).

 

Si un modo de ser histórica y socialmente logra prevalecer es porque tiene la pericia de transmitir e inculcar su representación del mundo. La modernidad y el capitalismo han logrado enseñar de manera masiva y bajo distintos medios (el internet, la televisión, la escuela) su manera de ser, y por si eso no fuera suficiente para predominar en la historia, también ha conseguido que su proyecto cultural-civilizatorio sea considerado el mejor de los posibles.

 

Las condiciones histórico-existenciales del sujeto en la modernidad y el capitalismo tardío

La realidad del mundo moderno-capitalista es contrastante. Por un lado, están las ciudades sofisticadas, por el otro, se encuentran las periferias en donde lo que se constata es la desigualdad, en ella existen los que producen la riqueza y el desarrollo del mundo moderno-capitalista. Además, no se puede omitir el ámbito rural, ya que allí se cultivan los alimentos que consumen los empresarios, gerentes, “personal de confianza”. Ahora bien, el contraste del mundo moderno-capitalista tardío se suscita a través del nivel de desarrollo tecnológico y científico. Sin embargo, los que se apropian, crean y ofertan el conocimiento tecnológico-científico establecen su hegemonía y la realidad contrastante no limita sus ganancias.

En la realidad contrastante el sujeto está ensimismado y se ocupa únicamente de sus aspiraciones, de ahí que se encuentra desvinculado de la comunidad. El sujeto moderno sin comunidad y preocupado únicamente por su circunstancia se va a esmerar hasta el cansancio por habitar y apropiarse de la ciudad, sin embargo, lo probable es que se quede a poblar la periferia. El sujeto de la periferia aspira al desarrollo y se niega a establecer un vínculo con el conjunto de excluidos. Sin embargo, si ellos lograran gestar proyectos políticos podrían modificar el orden existente a través de la propuesta de otro proyecto cultural-civilizatorio, uno que no se afinque en la desigualdad.

La modernidad suscita la soledad, es más, la requiere para evitar la comunidad (Marx, 2012). Por otro lado, la opinión pública no repara en calificar la conducta del sujeto aislado, sobre todo, porque de ella depende el funcionamiento y orden del mundo. En este sentido, si el sujeto se deprime por no alcanzar los estándares de felicidad que se postulan en la sociedad, en vez de acompañar en la turbulencia al sujeto para que él logre establecer vínculos con los otros y la comunidad, y así, tenga posibilidad de vivir momentos alegres; lo que ocurre es lo contrario, pues se acusa al sujeto de ser disfuncional e improductivo: “El ser humano parece ser un misterio para el ser humano; sólo se atina a condenarlo, y no se lo conoce […] La opinión pública, vista de cerca, cobardemente encarnizada en hacer conjeturas sucias, da para ponerse rojo de vergüenza” (2012, pp. 69-88).

El sujeto puede estar inmiscuido en la soledad más angustiante y también puede creer que las decisiones que toma respecto a lo que viste, come y calza no están determinadas por las condiciones históricas y sociales. No obstante, siempre se le vigila para que sea productivo y tenga una conducta adecuada. Asimismo, las técnicas de vigilancia dependen del modo de producción (Foucault, 2007). Es decir, la economía influye en la manera en la que suceden las relaciones sociales. En este sentido, no es casual que la información esté democratizada, pues ahora se requiere eficiencia en cada uno de los niveles de la producción. Así pues, lo que menos importa es la erradicación de las enfermedades que aquejan al sujeto, sólo basta con controlarlas, y así, él puede seguir colaborando en la producción económica y social:

El siglo XVIII puso a punto toda una serie de mecanismos gracias a los cuales el poder iba a ejercerse con gastos –financieros, económicos– menores que en la monarquía absoluta. También se va a reducir su costo, en el sentido de disminuir las posibilidades de resistencia, descontento y rebelión que podía suscitar el poder monárquico (2007, p. 88).

 

La desigualdad social y económica que hay en el mundo moderno-capitalista propicia el distanciamiento social y hace imposible lo comunitario. En este sentido, es un error considerar que sólo el mass media ha venido a romper las relaciones facie ad faciem, puesto que es complicado establecer una vida en común, si antes no se erradica la desigualdad, pues mientras una minoría puede satisfacer deseos, los demás apenas y tienen acceso a los alimentos, ante esta situación, surge una pregunta ¿sigue siendo vigente una revolución social? Cabe señalar que, la vida en común no es pensar y aspirar a lo mismo, sino intentar darle solución a necesidades sociales que perpetúan la desigualdad. Lo común gestado desde la diferencia, pues de lo que se trata es de superar la homogeneidad, propia de la modernidad capitalista.

El mundo moderno-capitalista se jacta de ser el mejor de los mundos posibles, por ello tiende a impedir la manifestación radical de las alternativas, de esta manera, lo que ofrece sólo son opciones en torno a lo mismo. Es decir, ante la soledad y la desesperación que el sujeto manifiesta, el mercado le oferta medicamentos y entretenimiento para controlar la angustia, y así, él no cuestione la sociedad que la produce. En este sentido, lo que ocurre no es más que lo superfluo, o sea, se hacen banales las condiciones en las que se da la existencia, además se hace responsable al sujeto de situaciones que están más allá de su voluntad y que dependen de la estructura cultural-civilizatoria de la modernidad capitalista. Ésta impide la transformación rotunda del estado de cosas.

La soledad y la superfluidad son contraproducentes porque hacen que impere el nihilismo. Éste propicia el sinsentido y la renuncia respecto a la intervención del sujeto en los acontecimientos. Un efecto del nihilismo es considerar imposible la convivencia con los demás. Ante la imposibilidad de inmiscuirse en la convivencia y gestar proyectos comunes, el sujeto se conforma con tener acceso al consumo, aunque sólo sea para calmar el dolor o distraer la angustia. En el nihilismo de la modernidad y el capitalismo tardío, ya no hay chance ni para dudar respecto a si este es el mejor de los mundos posibles, es más, la duda ha muerto en un mundo que se encuentra repleto de información, hoy cada uno cree poseer la verdad, todo puede ser justificado y aparentemente todo tiene el mismo valor.

La imaginación también es el preludio del pensamiento, de ahí que imaginar no sea un “desperdicio”, más allá de que en términos económicos no reporte ganancias. En este sentido, es imperativo imaginar, pero sin olvidar que eso sucede a partir de que el sujeto está inmiscuido en la realidad. Los proyectos alternativos respecto a otro mundo distinto al moderno-capitalista pasan por la imaginación y pretenden un mundo que prescinda de la homogeneidad, la desigualdad. Por supuesto, en el despliegue histórico no ha habido ni habrá comunidad o sociedad perfecta, no se busca la perfección, sino romper con la homogeneidad y la desigualdad social, esa ruptura es posible por más que aparente ser una utopía grandilocuente; es más, de una utopía de esa envergadura es de lo que se tiene que liberar el sujeto, considerando que, la modernidad y el capitalismo son una utopía con esas características. La utopía moderna-capitalista colapsó al socialismo de Estado y con esa acción canceló cualquier alternativa respecto a este mundo:

Nuestro respeto desaparece cuando descubrimos de qué minúsculas causas dependen los más grandiosos acontecimientos de la historia o de la vida interior; todo aquello en lo que se basaba nuestro orgullo de seres pensantes se desploma de golpe revelando la miseria de nuestra verdadera naturaleza, y nuestra desilusión es tan amarga como la del patricio que descubre, oculto en su genealogía, algún antepasado poco brillante (Jankelevitch, 1982, p. 34).

 

La desilusión no sirve, por lo menos no, para salir del ensimismamiento y el nihilismo del mundo moderno-capitalista. En este sentido, la ironía en tanto sonrisa inteligente (Jankelevitch, 1982) podría contribuir a desmitificar y virar el orden social existente. Es decir, es oportuno que el sujeto retome la duda, que se pregunte, si lo que percibe es lo mejor o sólo es lo que se ha impuesto dejando tras de sí otras manifestaciones culturales-civilizatorias. Retomar la duda, no para reconstruir lo premoderno, ni para desvalorizar de suyo lo moderno, sino para superar el orden material existente, o sea, la desigualdad y la homogeneidad que hace percibir las situaciones y las cosas de manera absurda.

 

El orden social de la modernidad y el capitalismo tardío. La intervención política del sujeto

La superfluidad de las situaciones suscita que la desigualdad no sea cuestionada. Es decir, lo que predomina es la expectativa e ilusión en torno al consumo. Por ello, la cuestión respecto a por qué el salario no llega a cubrir los gastos mensuales es irrelevante. En este sentido, la modernidad y el capitalismo despolitizan al sujeto a través del aislamiento y el culto a la personalidad (Žižek, 2008).

Inmerso en sí mismo el sujeto no se percata ni inmiscuye en asuntos políticos. Por ejemplo, no cuestiona la desigualdad, ésta es un componente de las relaciones de poder que se llevan a cabo en la sociedad moderna-capitalista. El discurso imperante dice que, el problema es la corrupción, así se neutraliza el conflicto social y se propaga la creencia de que aquí lo importante es la paz, la fraternidad, y no es que se pugne por la guerra, pues de lo que se trata es de establecer un mínimo de justicia, ésta se puede conseguir través de una sociedad que para realizarse en la historia no necesite relaciones de poder desiguales. En este sentido, es importante cuestionar la desigualdad y desmitificar la promesa moderna-capitalista de la igualdad de oportunidades. También es pertinente desmantelar la creencia de que sólo el conocimiento especializado detona la riqueza, pues ella hace recaer en el mérito y no en el capital (económico-cultural) la posición que el sujeto detenta en la sociedad (Bourdieu, 2001).

El sujeto aislado y satisfecho con su personalidad, mismo que se niega a tener contacto con los demás, porque rehúye a los conflictos y sólo quiere paz, no cesa de pedir derechos para sí, pero el triunfo de la personalidad sólo es aparente, pues lo que obtiene no deja de responder al orden social. Es decir, por más que el sujeto considere que está libre del veredicto social, éste condiciona y regula los deseos, las conductas: “El derecho consagra el orden establecido consagrando una visión de ese orden que es una visión de Estado, garantizada por el Estado […] El derecho hace el mundo social, pero con la condición de no olvidar que él es hecho por ese mundo” (Bourdieu, 2001, pp. 201-202).

La libertad que obtiene el sujeto dentro de la sociedad no está pensada para que se trastoquen los cimientos culturales-civilizatorios. Asimismo, tampoco se puede manifestar la coerción de manera flagrante. En este sentido, el poder sobre los otros no sólo se consigue con el látigo, es más, esas formas de ejercer el poder son propias de los incivilizados; y aquí cada uno decide cómo vivir, siempre y cuando, la decisión no fracture el pacto social, en el momento que eso esté latente se le recuerda al sujeto que este es el mejor de los mundos posibles, así que más le vale adecuar su conducta o quedará expulsado.

El sujeto cree vivir en paz, sin disputas ideológicas, ni guerras. Además, tiene la libertad de forjar su historia, destino, proyecto de vida. Sin embargo, la modernidad y el capitalismo tardío no prescinden de la violencia, pues desde el momento en el cual lo científico y económico configuran un tipo de poder, y a partir de ahí estipulan una manera de vivir, ya están ejerciendo violencia sobre los otros. Por otro lado, el entendimiento haría posible un mundo sin violencia (Benjamin, 1995), o sea, sin desigualdad, y aquí la presunción se derrumba, pues el exceso de información no ha propiciado más que la superfluidad y ausencia de entendimiento. Además, la igualdad de oportunidades y el mérito no son más que parte del discurso que justifica el orden material existente:

Toda violencia es, como medio, poder que funda o conserva el derecho. Si no aspira a ninguno de estos dos atributos, renuncia por sí misma a toda validez […] Creación de derecho es creación de poder, y en tal medida un acto de inmediata manifestación de violencia. Justicia es el principio de toda finalidad divina, poder, el principio de todo derecho mítico (Benjamin, 1995, pp. 47-65).

 

La intervención política del sujeto en la sociedad moderna-capitalista propicia en primera instancia el cuestionamiento de la desigualdad, después genera la inquietud y el entusiasmo por crear otras realidades históricas y sociales. Es por eso que a la modernidad capitalista le es imprescindible el ensimismamiento del sujeto, pues si él se atreve a convivir y confrontarse con los demás echarían por la borda el mito del individualismo. Por otro lado, es necesario recalcar que la desigualdad es violencia, aunque la modernidad capitalista insista en que lo primordial para el desarrollo civilizatorio es la paz, mediante ella se neutralizan los conflictos y el orden-funcionamiento social queda intacto.

Los que detentan el poder-violencia no son enemigos, sino adversarios de los desiguales (Mouffe, 2007). En este sentido, el hecho de que se desmitifique la paz o el consenso en tanto discurso del mundo tardo-moderno y capitalista no quiere decir que la alternativa sea la violencia y destrucción rotunda de todo lo que hay. Sin embargo, es necesario cuestionar la promesa y el optimismo en torno al desarrollo de la sociedad moderna-capitalista, pues de esa manera, se puede ir modificando la percepción y realidad del mundo: “La frontera entre lo social y lo político es esencialmente inestable, y requiere desplazamientos y renegociaciones constantes entre los actores sociales. Las cosas siempre podrían ser de otra manera, y por lo tanto todo orden está basado en la exclusión de otras posibilidades” (Mouffe, 2007, p. 25).

Los cambios en el mundo son imposibles sin la acción, es más, los sucesos histórico-sociales por más que no tengan la intención de revolucionar la sociedad, sino sólo de reformarla necesitan acciones que los detonen. En este sentido, no hay una entidad sobrehumana, llámese Dios, Ciencia, Tecnología que por sí mismas generen un mundo, siempre se requiere de una voluntad anclada en la historia que marque el derrotero de lo que ha de realizarse, ello no quiere decir que las situaciones y las cosas estén bajo control, pues siempre hay algo que se escapa, resiste o contradice lo que se enuncia como el mejor de los mundos posibles.

Ya no se trata de construir el futuro, puesto que apelar a lo que vendrá es descuidar lo que sucede. Es decir, es cardinal que los propósitos en torno a la situación del sujeto en el mundo se desvinculen de lo grandilocuente. Así pues, se requiere que las acciones giren en torno a lo posible, es decir, lo que está al alcance, por ejemplo, se pueden emprender acciones para el cuidado del cuerpo y la inteligencia a través de una alimentación balanceada y también mediante jornadas de trabajo que permitan el descanso. Por supuesto, lo idóneo es derruir el modo de producción, pero mientras eso adquiere realidad se puede empezar por una parte de la estructura cultural-civilizatoria de la modernidad capitalista.

“Haz algo por ti y también por los demás”, esa es la encomienda y no importa que vaya en contra del pos-deber, tampoco se trata de un elogio a la obediencia y más cuando ésta se relaciona con la homogeneidad de criterios y opiniones. Sin embargo, en un mundo que ha desvinculado al sujeto de sí mismo, de los otros y la comunidad, pues el llamado a la responsabilidad por lo propio y lo ajeno, es de suyo contestatario: “No tenemos el poder de eliminar los conflictos y escapar a nuestra condición humana, pero sí tenemos el poder de crear las prácticas, discursos e instituciones que permitirían que esos conflictos adopten una forma agonista” (Mouffe, 2007, 138).

La acción y el pensamiento del sujeto pueden ir en busca de alternativas posibles, es decir, realizables en el aquí y ahora. Asimismo, es necesario que él dude y que la información no le atrofie la imaginación ni el entendimiento. Es importante que se generen otras posibilidades de mundo, puesto que este no es el mejor de los mundos posibles, sino el que ha perdurado mediante la hegemonía cultural-civilizatoria de la modernidad capitalista.

 

Conclusión

La mirada también es susceptible de ser educada, aunado a que lo que el sujeto observa en el ámbito histórico-social es producido. En este sentido, la manera en la que se encuentran expuestas las cosas y las situaciones responden a unos objetivos, incluso en las crisis de la modernidad capitalista, el control no deja de persistir. Es por ello que para virar el orden material existente es crucial cuestionar la representación del mundo de la modernidad capitalista. Así pues, cuestionar la información y reflexión no es con el propósito o el afán de renunciar al pensamiento, el saber, sino para considerar la otra cara de la opulencia y el desarrollo, mismo que no ha sido y no es para todos.

La modernidad y el capitalismo pregonan libertad e igualdad de oportunidades, y la publicidad e instituciones refuerzan lo que se expresa. Empero, el sujeto que tiene frente a sí los objetos de consumo no los puede obtener sólo con mover la mano, es necesario que trabaje, pero el trabajo tampoco le da la posibilidad de consumir a plenitud, puesto que el sueldo no es suficiente y lo que sobreviene es la deuda e insatisfacción. De esa manera, se construye un sujeto angustiado y preocupado sólo por sus circunstancias, además éste es incapaz de ver a su alrededor y percatarse de que lo sucedido no sólo lo afecta a él, sino a la totalidad de la cultura-civilización.

Hacer una ruptura con la modernidad capitalista, suena imposible en una sociedad en la que impera el nihilismo. Sin embargo, valdría la pena intentarlo, sin esperar que ahí las cosas sean “maravillosas”, sería suficiente con que se combata la desigualdad y se pongan de manifiesto los asuntos comunes. El llamado hacia lo común, en este momento, es un acto que pone en duda y ejerce la crítica en torno a la creencia de que la soledad y la satisfacción individualista son parte intrínseca del sujeto. Por otro lado, frente al distanciamiento social que lo deja desamparado, pues ni los demás ni las instituciones hacen lo posible por acompañarlo en su travesía dentro de la modernidad capitalista, se hace cardinal y combativo construir lo común, nombrarlo y contrastarlo con las palabras y situaciones que significan al mundo de la modernidad capitalista.   

Bibliografía

Beck, U. (1998). La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Buenos Aires: Paidós.

 

Benjamin, W. (1995). Para una crítica de la violencia. Buenos Aires: Editorial Leviatán.

 

Bourdieu, P. (2001). Poder, derecho y clases sociales. Bilbao: Desclée de Brouwer.

 

Cohen, D. (2007). Tres lecciones sobre la sociedad posindustrial. Buenos Aires: Katz.

 

Foucault, M. (2007). Los anormales. Curso en el college de france (1974-1975). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

 

Giddens, A. (1994). Consecuencias de la modernidad. Madrid: Alianza Editorial.

 

Horkheimer, M. (1966). La función de las ideologías. Madrid: Taurus.

 

Jankelevitch, V. (1982). La ironía. Madrid: Taurus.

 

Marx, K. (2012). Acerca del suicidio. Buenos Aires: Las cuarenta.

 

Mouffe, C. (2007). En torno a lo político. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

 

Virilio, P. (1997). El Cibermundo, la política de lo peor. Madrid: Cátedra.

 

Žižek, S. (2008). En defensa de la intolerancia. Madrid: Sequitur.

 

 

 

 

 



[1] Universidad Nacional Autónoma de México, pumalibro@hotmail.com