Representación y construcción de personajes LGBTI+ en
el noir mexicano
Representation and Construction of LGBTI +
Characters in Mexican Noir
Blanca
Estela López Pérez[1]
Resumen:
El cine negro o noir ofrece algunas de las primeras representaciones cinematográficas de la homosexualidad en el siglo XX, sumando así a los estereotipos en Estados Unidos. A pesar de la distancia temporal entre las producciones mexicanas y los clásicos noirs y neo noirs norteamericanos, ambos muestran atributos similares de personajes y estilo, lo que permite que nuestras producciones nacionales muestren un enfoque diferente y sensible desde la perspectiva LGBTI+, atravesada por nuestra violencia nacional.
Palabras clave: Film noir, violencia,
LGBT+, representación.
Abstract
The film noir offers some of the
first cinematographic representations of homosexuality in the XX Century, thus adding
to stereotypes in the United States. Despite the temporal distance between the Mexican
productions and the North American classic noirs and neo noirs, both show
similar character and style attributes, allowing our national features to show
a different and sensitive approach from the LGBTI+ perspective, imprinted by
our national violence.
Keywords: Film noir, violence, LGBT+, representation.
Recibido: 2020-08-10
Aceptado: 2021-01-27
Introducción
El cine negro o noir fue un estilo surgido en la cinematografía
norteamericana de los años 30 a los 50 del siglo XX. Este tipo de producciones
mostró un lado obscuro poco explorado por Hollywood hasta el 29 y la Gran
Depresión, con el acento en historias de crimen y violencia que reflejaban el
espíritu social de la época, así como la falta de presupuesto por parte de los
grandes estudios. Se trata de una forma audiovisual difícil de definir ya que
ofrece trabajos sobre temas que otros géneros ya trabajaban como el cine de gangsters y, en la dimensión del estilo visual, recupera
características del expresionismo alemán como consecuencia de la migración de creadores
producto del ascenso del nacionalsocialismo.
En vista de lo anterior, no resulta
extraño que los relatos de estas producciones estuvieran impregnados de
paranoia, miedo y desolación. Y que los personajes fueran en múltiples
ocasiones sujetos social y económicamente marginados que se ven obligados a probar
suerte por fuera de la ley, guiados por decisiones moralmente cuestionables
hacia destinos trágicos las más de las veces. A pesar de las dificultades en
cuanto a su definición, son identificables personajes como los detectives,
maleantes de poca monta, o bien, poderosos gánsteres del bajo mundo, las
icónicas femme fatales y, con frecuencia, personajes LGBTI+. Si bien
estos personajes son producto de la modernidad de principios de siglo, también
hacen evidente la tergiversación de las categorías de roles tradicionales de
género, así como el desplazamiento de los núcleos de la heteronormatividad a
principios del siglo pasado.
El film noir
ha encontrado campo fértil también en las décadas de los 70 y 80, al
incursionar en otros escenarios distintos de las grandes ciudades
norteamericanas e incluso la exploración de otras épocas pero que mantienen la
angustia y la incertidumbre social. En este sentido es posible observar
características de estructura, temática y caracterización en producciones de
otros países, y México no es la excepción. La complejidad cultural, así como
distintos tipos de asimetrías heredadas del siglo XX, permiten a los cineastas
mexicanos ofrecer producciones que comparten características con el noir pero que
también atienden a la especificidad del contexto nacional. A manera de ejemplos
se puede nombrar producciones como Distinto amanecer (1943) de Julio
Bracho, o La otra (1946), La diosa arrodillada (1947) y La noche
avanza (1952), las tres últimas dirigidas por Roberto Gavaldón, entre
muchos títulos de la voz autoral de grandes directores mexicanos. Además de los
elementos que persisten como la labor fallida de la ley, la presencia del
crimen impune y la constante atmosfera de paranoia, se agrega un elemento
diferenciador: algunas producciones se desplazan de la urbe centralizada a
estados de la provincia donde es posible encontrar no sólo formas locales de
delitos sino también formas de expresión de género distintas de las de la
capital.
Con el objetivo de mostrar
producciones que exponen las características del noir
desde tres marginalidades distintas (la delincuencia, la expresión de la
sexualidad y el género, y el contraste entre capital y provincia), se han
elegido dos ejemplos sobre los que se trabajará la construcción de personajes desde
una perspectiva principalmente psicoanalítica, marco que se ha usado en
anteriores trabajos sobre el cine negro: el primer caso será Puños rosas
(2005) del director Beto Gómez y Carmín tropical (2014) dirigida por
Rigoberto Perezcano. Ambas producciones permiten
explorar, desde la construcción de personajes fuera de la heteronorma,
la violencia producto de sus actividades así como los abusos que sufren
resultado de la triple marginación antes mencionada y que los encierra en un
marco del que es muy difícil salir. No son los únicos ejemplos y tampoco se
pretende agotar el tema en el presente espacio, pero permiten retratar las
características que el análisis propuesto persigue.
El film noir y la modernidad urbana
Las producciones
cinematográficas del noir no son las primeras
representaciones de la homosexualidad en el cine hollywoodense. Estos
personajes se encontraban ya en el cine del pre-código norteamericano a pesar
de que, durante las primeras dos décadas del siglo XX, la homosexualidad era
considerada una enfermedad o perversión sexual cuya representación en el cine
se hacía merecedora de censura (Sánchez del Pulgar, 2017, p. 100). La
representación giraba en torno a atributos femeninos que fueron heredados a las
producciones del noir y el neo noir de la segunda mitad del siglo, como lo muestran
los casos de personajes como los modales de Waldo en Laura (Preminger, 1944) o Lindsay con su perfume en Farewell my Lovely (Ricards, 1975). Pero fue
la presencia del código Hays la que mostró de manera
significativa que podían ser visibilizados en la pantalla grande y cómo debía
hacerse.
Desde 1934 a 1967, el código Hays apoyado por la iglesia católica fue una fuerza censora
de gran peso. Este código creado por la MPAA (Asociación de productores
Cinematográficos de Estados Unidos) y escrito por William H. Hays, un líder del partido Republicano, consistía en una
serie de restricciones con carácter moral que dictaba lo que podía aparecer en
pantalla y qué no. Sin embargo, antes del código ya existían instancias que
regulaban incluso la vida privada de los actores con el objetivo de proteger la
industria de mecanismos censores externos e insensibles a sus necesidades. Esto
significó perseguir y ocultar cualquier comportamiento que pudiera inscribirse
dentro de las perversiones sexuales, por las que se entendía “[…] tanto la
homosexualidad como la ninfomanía, la promiscuidad y la prostitución”
(Palencia, 2008, p. 21), temas recurrentes de las novelas hard-boiled
en las que el noir está profundamente basado.
De hecho, sería hasta 1961 con la película británica Victim
del director Beasil Dearden
cuando se mencionaría la palabra homosexual por primera vez en cine (Burton,
2010, p. 76). Las ficciones hard-boiled
corresponden a una respuesta norteamericana a las historias de detectives
clásicas inglesas (Conard, 2006, p.16) y se
encuentran impregnadas de escepticismo con respecto a la racionalidad
científica representada en la novela moderna de detectives; en gran medida,
también son consecuencia de los quiebres sociales y la delincuencia surgidos
durante la Prohibición[2].
De esta manera, las ficciones del hard-boiled
hacen evidente los límites del control racional estatal junto con los
personajes marginados ya fuera por la ley o por la medicina psiquiátrica.
En este sentido, no debe sorprender
que los personajes del film noir muestren una
especie de desmoronamiento de los roles de género tradicionales. El quiebre del
29 y la Gran Depresión aniquilaron junto con el capital económico, uno de los
núcleos del poder masculino heterosexual y, en muchos aspectos, también una de
las defensas contra la angustia. Dice Sigmund Freud: “[...] se crea un
reservorio de representaciones, nacido de la necesidad humana de hacer
tolerable su indefensión, y construido a partir de los recuerdos de indefensión
de su propia infancia y de la infancia del género humano” (2009, p. 18). Así el
dinero, su circulación y los discursos modernos a su alrededor, devinieron en
historias sobre hombres proveedores, no sólo económicos sino de seguridad y
poder. En muchos sentidos, gran parte de la construcción de lo masculino
heteronormado del siglo XX se gestó a partir de la investidura libidinal del
dinero y por ello su falta redunda en la creación de personajes en apariencia
fuertes e independientes, pero, en el fondo, sensibles y, a menudo, asustados y
derrotados.
La
ciudad moderna, como producto y símbolo del poder económico, deja de ser una
fortaleza de seguridad para mostrar los límites de la racionalidad económica:
lo humano descarnado y, necesariamente, transgresor. Ante una masculinidad
vulnerada no es extraña la aparición de personajes como la femme fatale,
mujer sexualmente emancipada que resulta amenazante para el hombre que ha
perdido su poder fálico, o bien, el homosexual exquisito inmune a las demandas femeninas,
pero con acceso a las bondades culturales, siempre que su orientación sexual
permaneciera velada. De esta manera, el protagonista del noir,
desde sus defectos internos y externos, así como sus pasiones y ambiciones,
enfrenta un entorno incierto y despiadado que lo golpea constantemente con
absurdos y eventos ajenos a su comprensión (Lyons,
2000, p. 10). Al estar sujeto, ya sea por sus obsesiones o por su lujuria, el
protagonista rara vez juega como un héroe; es más bien una figura infantil
alienada y solitaria, de ahí la aversión que la mayor parte de los personajes
femeninos le provocan.
El
noir se presenta entonces como un realitycheck del sueño americano. Aunado a la
condición económica, el periodo entre guerras ponía en entredicho las
certidumbres de la vida cotidiana. Dice Mark T. Conard:
“[…] nuestras viejas formas de
entendernos a nosotros mismos y el mundo, y los valores que acompañaban a éstos, desaparecieron
o fueron insostenibles. Perdimos
nuestra orientación en el mundo, el significado y el sentido que nuestras vidas tenían, así como valores morales y límites bien definidos” (2006, p. 19). Esta disolución de límites es
representada en las ciudades del noir en tanto
ya no son espacios de asombro sino una especie de laberintos en los que los
protagonistas se pierden y encuentran, persiguen e investigan, pero también son
cazados. El uso de las imágenes de la urbe funciona para sostener la idea de
que hay algo por ser resuelto en una ciudad hacinada (Farish,
2005, p. 98), y en donde la ley no alcanza a todos los habitantes; pero a la
vez, construye un escenario que hace visibles a todos aquellos marginados por
la capa manifiesta del “deber ser” de la ciudad como proyecto moderno y que son
precisamente aquellos etiquetados como “perversos”: prostitutas, homosexuales,
delincuentes, autoridades corruptas, minorías étnicas, entre muchos otros. En
consecuencia, bares, prostíbulos, moteles, barrios pobres y ciudades perdidas,
así como muelles y mercados populares, son escenarios frecuentes de las
narraciones del noir; difíciles de mapear y,
en muchos sentidos, ajenos a los temas “oficiales” de investigaciones urbanas,
estos lugares suelen ser representados como todo aquello que la ciudadanía
prefiere ignorar pero que no deja de latir en las entrañas de las ciudades.
Desde
producciones como la adaptación de la novela de Raymond Chandler, Farewell my Lovely de 1940, Murder,
my Sweet (Edward Dmytryk, 1944), hasta el future
noir Blade Runner (Ridley Scott,
1983), las ciudades norteamericanas como Los Ángeles son retratadas como dos
ciudades diferentes: la rica y visible, normalmente en la capa superior del
espacio urbano; en contraste con la pobre e invisible cubierta por la primera,
junto con sus distintos sistemas. En este sentido, la cinematografía mexicana
de los 40 también hace varios señalamientos a esta doble cara de las ciudades
modernas. Cineastas como Morayta Martínez con su obra Vagabunda
de 1950 muestran las siguientes líneas en el guion:
En
todas las grandes capitales del mundo, los contrastes se producen con una
viveza y fuerza sorprendentes. Junto al bienestar, van casi de la mano la más
absoluta pobreza, la desdicha y la lucha por la vida en su forma más cruel y
descarnada. En la Ciudad de México hay una barriada que todos denominan Zona
Roja, que es la más pobre, miserable y mezquina de todas. Inimaginable
hacinamiento de covachas y tugurios, donde habitan seres que miran con
indiferencia cómo se consume la vida, agobiados por un solo problema que ocupa
totalmente sus mentes: el tener qué comer (Narrador en Vagabunda, 1950).
Esta descripción
de la Ciudad de México junto con otras propuestas como las de Luis Buñuel en Los olvidados (1950) y Trotacalles
(1951) de la directora Matilde Landeta, muestran
el contraste entre la nueva imagen de la ciudad del proyecto del sexenio de Adolfo
Ruíz Cortínez (Lopez en Ramos, 2014, p. 95), y la realidad de las calles de la
capital mexicana. La atmósfera de inseguridad y desesperación no escapa a la
sensibilidad de los cineastas mexicanos que alcanzan a apreciar las
contradicciones de los proyectos de modernización nacionales, ya que van de la
mano de la exclusión de gran parte de la sociedad mexicana. De manera
particular, en los casos de Vagabunda y Trotacalles, se observa un discurso que
castiga a las mujeres que transgreden su posición sumisa ante el hombre de
posición acomodada, y son condenadas a la prostitución sin posibilidad de
redención.
Sin
embargo, el contraste entre dos ciudades y dos morales no es el único. En el
caso mexicano, la década de los 40 habrá de acentuar las diferencias entre la
ciudad y el México rural; a pesar de que la migración a la ciudad no era un
fenómeno nuevo, la diferencia económica, cultural y simbólica entre el adentro
y afuera del espacio urbano tendrá consecuencias más allá de la segunda mitad
del siglo XX. A diferencia del noir norteamericano, en las producciones mexicanas la
marginalidad con respecto a la ley escapa a la centralización de la capital
para alcanzar lugares que, dadas sus condiciones de poca o nula urbanización,
se convierten en ideales para albergar historias de crímenes, delincuentes y
otros personajes marginales.
La
producción de 2014 del director Rigoberto Perezcano, Carmín tropical, muestra como
protagonista a Mabel, una muxe que ha regresado a su
natal Oaxaca para indagar sobre el asesinato de su amiga Daniela. El director
lleva a la audiencia de la mano de Mabel a través de distintos lugares de clima
tropical en los que es evidente que la ley no existe y que el asesinato de una
mujer puede quedar impune a falta de investigación y presupuesto estatal. Se
recuperan los escenarios del noir como los bares, hoteles de paso y viviendas humildes,
en los que Mabel se encontrará con amigos, por un lado, y con autoridades
indiferentes, por otro. Sin tratarse de una ciudad, el escenario ofrece un acertijo
a ser resuelto contra reloj, comenzando con la vida privada de su amiga y
culminando en las aspiraciones y decepciones personales de la protagonista.
Por su parte, la producción Puños rosas (2004) del director Beto Gómez cuenta
la historia de Jimmy Morales, un boxeador que trabaja en la funeraria familiar
en la frontera con Estados Unidos. Se trata de un lugar controlado por el
crimen organizado frente a los ojos de las autoridades que también reciben su
tajada, o bien, se hacen de la vista gorda. La frontera norte del país ha sido
documentada de manera vasta en la ficción tanto por los escritores como por los
cineastas, en muchas ocasiones redundando en un espacio simbólico que conecta
dos naciones, pero, a la vez, invisibilizado junto con sus conflictos sociales,
económicos y políticos. Es:
[…] un espacio de confluencia y memoria compartida,
tendente a transformaciones sociales a partir por lo menos de la puesta en
evidencia de lo que sucede en ese contexto, pero al mismo tiempo es un espacio
de divergencias en el modo de entender el mundo y, por tanto, de escribir la
realidad en español, en inglés, […] (Pardo, 2013, p.159).
Y es ese espacio
el que permite la presencia no sólo de actividades al margen de la ley, sino
también el surgimiento de vínculos fuera de la heteronormatividad, a condición
de que ambos “delitos” no sean evidentes. En caso de romper con su condición de
invisibilidad, la producción de Gómez señala las penalizaciones, así como los
verdugos que las han de ejecutar.
Las historias del noir marcan el límite de las promesas de los
aparatos económicos modernos de la primera mitad del siglo XX en Norteamérica.
A la vez, esa forma de narración rebasa los escenarios tradicionales del género
para volver a señalar el mismo tipo de fallas en contextos donde los proyectos
de modernización estatales no fueron logrados. En consecuencia, las ficciones
cinematográficas mexicanas retratan las condiciones precarias de estos
contextos lejos de la centralidad al ofrecer narraciones cargadas de violencia,
crimen e impunidad, con pequeños instantes de esperanza e, incluso amor. De ahí
que se pueda afirmar que, si bien el noir como
estilo se sujeta muchas veces al escenario urbano, parte de lo central deviene
de la complejidad de los conflictos narrativos así como de la construcción de
los personajes y su capacidad para retratar el fracaso de los grandes relatos
culturales modernos.
Diversidad
sexual y marginalidad
Para finales del
siglo XIX y principios del XX, las ciencias positivas comenzaron a desplazar a
los preceptos religiosos de la reglamentación legal de la vida sexual (Roudinesco, 2010, p.88-89). Dos de los productos de este
movimiento fueron las ciencias de la sexología y la criminalística, que no
dejaron de tener un atravesamiento moral; por ello, la nueva división
sano/patológico habría de permear no sólo los campos de lo médico y lo legal
sino también los ámbitos artísticos y de producción de medios en forma de
reglamentos o de censura.
El Hollywood del pre-código no
mostró mayor preocupación en retratar personajes LGBTI+, a pesar de la
estereotipación y la explotación de los mismos fuera común. Después de la
instauración del código Hays, la imagen de la
homosexualidad quedó prohibida ya que se trataba de vínculos considerados
dentro de las perversiones sexuales y, además, tipificados como enfermedades
mentales.
La homosexualidad era una lacra, una amenaza para el
resto de la sociedad, el homosexual es culpable de su propia sexualidad y
debía ser castigado, debía pagar por su culpa, expiar sus pecados, la mayoría de
las veces lo hacía con su propia muerte. En el Hollywood de los años 30 y 40, donde
el happy ending
es una norma, los buenos deben llevarse a la chica y el gay, el malo, debe
morir (Martínez, 2009, p.1).
No en vano el
cine sujeto a este código forma parte del caldo de cultivo para fenómenos como
la homofobia y la transfobia ya que los medios de comunicación juegan un papel
importante en la construcción de la opinión pública. Sin embargo, es menester
reconocer que géneros como el noir logran
generar una propuesta alternativa a pesar de que, las más de las veces, la
muestren velada.
La norma legitimada, en este caso la
heterosexualidad, no sólo delimitaría la apariencia de los cuerpos sexuados
sino los usos adecuados de los mismos (Butler, 2002, p. 18). Parte de la
materialización de la norma se sostiene en las representaciones mediáticas y la
manera en que éstas son eco del sistema de creencias de las audiencias. En este
sentido, la prosperidad económica y las ideas alrededor del self-made
man que alimentaron las primeras décadas del XX,
también abonaron a la construcción de expectativas sociales sobre mujeres y
hombres; de ahí que el relato narcisista donde la hombría se sostenía en el
dinero arrebatado al padre-sistema, resultara tan frágil con el golpe del 29. Si
bien el dinero no es una fantasía del niño, siguiendo a Freud en su Carta Nº
573 (82) del 16 de enero de 1898 (Caparrós, 1995, pp. 309-310), lo cierto es
que se traslapa con la dimensión simbólica donde el padre es considerado fálico,
no por sí mismo, sino por ser el dueño de la fuente de ese poder y del deseo de
la madre que puede tener muchas formas, a saber, el dinero en el caso
particular.
Este quiebre económico del que el noir es producto, se ve reflejado en la construcción
de personajes como los detectives privados, sujetos que habrían trabajado para
la fuerza policíaca pero que renunciaron o fueron despedidos por negarse a
participar en un aparato corrupto. Es común que estos personajes se muestren
disminuidos ya que fueron “privados” de los privilegios y la inmunidad que el
estar en la fuerza les garantizaba. Por ello, no sorprende la frecuencia con la
que otro personaje, ahora empoderado, es presentado como antagonista: la femme
fatale, fuente de saberes obscuros, atractivo sexual, pero, también, guía
del protagonista en su descenso hacia un destino trágico. Para Alan Woolfolk,
desde su lectura de Freud, el vínculo entre el protagonista y la mujer fatal
implica que impulsos contradictorios convivan y guíen las decisiones tomadas (Conard, 2006, p. 120); por un lado, el hombre vulnerado en
su posición viril teme a la mujer devoradora y totémica, pero, por otro lado,
la desea y no puede dejar de escuchar sus consejos a pesar de saber el peligro
o las intenciones implicadas. Otra posibilidad que se presenta es la de la
mujer como objeto desaparecido que el detective es contratado para buscar y
que, en tanto mujer ideal, se vuelve una trampa fantasmagórica en la que
terminará atrapado. De la misma manera en que encontramos a las mujeres
fálicas, en el noir también se muestran otros
personajes que quebrantan la heteronorma,
particularmente en los neo noir ya que el código
Hays había perdido vigencia para finales de los 60:
hombres homosexuales y lesbianas. En el caso de las segundas el director de
arte Mark Stephenson declara que la mujer fatal es, siempre, lesbiana. De esta
forma, las representaciones de personajes LGBTI+ quedaron cargadas de
atribuciones negativas como son la estafa, el delito y el odio a los hombres
heterosexuales, como lo muestran producciones como las ya mencionadas Laura,
con el personaje de Waldo Lydecker, y Farewell my Lovely, con el de Lindsay Marriot en las versiones del
44, con el título de Murder, my Sweet, y 76, y el de Frances Amthor en la del 76.
La femme fatale juega un
papel dual ya que permite al protagonista avanzar en su búsqueda y recibe de
ella cierta protección, a la vez que aquello que se devela le acerca cada vez
más a su destino. Al final del camino, normalmente la mujer fatal se descubre
como el artífice del engaño y, evidentemente, como la genuina antagonista de la
historia. Este desdoblamiento pone en juego dos posiciones de la mujer
percibidas desde la perspectiva infantil del protagonista (masculino y no, a la
vez): la mujer que ayuda como un avatar materno que cohabita con la mujer
deseante y peligrosa. Pero esta dualidad se presenta también en el hombre
homosexual, recordemos una vez más a Waldo Lydecker
que juega como un padre y mentor de Laura Hunter, pero que, en el momento en
que ella ya no se posiciona como “su niña” y decide casarse con Shelby Carpenter (interpretado
por Vincent Price), Waldo decide matarla a sangre
fría tratando de culpar al pretendiente. Ambas figuras entonces, la mujer fatal
y el homosexual, quedan retratadas en un marco ambiguo que es amenazador tanto
para el hombre como para la mujer heteronormados,
pero que son padres protectores para las figuras infantilizadas.
La figura de la madre fálica entra
en la pantalla de Puños rosas con el personaje de La Güera, interpretada
por la actriz Isela Vega, quien es la cabeza de una banda de ladrones de autos.
Para La Güera, los que trabajan para ella son tratados como niños incapaces de
tomar decisiones y cuyos conflictos son resueltos por la voluntad de mamá; ella
dicta las acciones a tomar no sólo en el “negocio” sino también en la vida
personal, lo que no representa un problema para su yerno, en principio. Germán
Corona, interpretado por José Yenque, es el yerno de
La Güera y su lugarteniente en la organización delictiva. Sin embargo, la
complejidad de Germán permite albergar una función propia del sistema narrativo
del noir pero con una encarnación poco común:
el homme fatale que atrae al
protagonista, Jimmy, jugándose en un papel dual: por un lado, le ofrece apoyo y
confianza, además de regalos caros, pero por el otro lo hunde en su mundo
delictivo y en la prisión.
Germán le frece a Jimmy lo que su
padre le niega, como un padre protector. Sin embargo, se trata de un espejismo
dado que, al igual que el padre del boxeador, Germán es un transgresor de la
ley al ser un capo del robo de autos y, a la vez de la heteronorma,
un hombre homosexual a puerta cerrada. A diferencia de los personajes
heterosexuales del neo noir, este hombre fatal
no necesita alternar entre el padre y el hombre seductor de acuerdo con el
género de otros personajes; para Jimmy, él es ambos y a eso se debe la voluntad
con la que se permite ser atrapado. No resulta sorprendente que Jimmy no sea el
primer personaje que Germán hiere, con o sin intención, ya que esta doble
función también se muestra en su vínculo con su abogado, Álvaro, quien le
permite jugar como “damisela en desgracia” para acudir a su rescate una y otra
vez. La refrenda del vínculo homoerótico es una
característica marcada en los vínculos del homme
fatale (Cohen, 1993, p. 116), y permite observar que, entre los personajes
de la mujer y el hombre fatales, las funciones no son muy distintas: ambos son
padre-madre y hombre-mujer, aunque en ambas funciones predomina una inscripción
más cercana al registro imaginario que hacia el simbólico de la ley psíquica.
Para Jason Holt, la mujer fatal
tiene un carácter distinto en el noir clásico
que en el neo noir (Holt
en Conard, 2006, p. 28); mientras que al final el
personaje suele morir o ser castigado, su contra parte logra prosperar en el
clásico, y, en contraste, en el segundo caso la femme fatal logra
sobrevivir y salirse con la suya, un cambio producto tanto de la posguerra como
de la incursión de las mujeres en los ámbitos laborales y los logros de las
luchas sociales. En este sentido, podemos identificar en Germán a un hombre
fatal clásico que, a pesar de que su amor por Jimmy es genuino, no podrá
sobrevivir a su condición de maleante ni a la de hombre homosexual, ya que
Álvaro al verse desplazado por Jimmy lo traiciona y provoca su divorcio de
Alicia. Al quedar fuera de la protección de La Güera, Germán no tiene más que
tratar de defenderse con sus propios medios para terminar traicionado, una vez
más, tanto por su familia como por sus secuaces.
En contraste con Germán, Carmín tropical
ofrece otra versión del hombre fatal que se corresponde con la función de la
femme fatale del neo noir. Mabel en su
investigación sobre el asesinato de Daniela, conoce a Modesto, un taxista local
que la lleva a diferentes lugares en Oaxaca que van desde la estación de
policía, un presidio, bares, hasta el lugar donde el cadáver fue hallado. Poco
a poco, Modesto comienza a ganarse la confianza de Mabel y de sus amigos, con
lo que inicia un romance que promete algo de la seguridad y certezas buscadas. Ante
esta posibilidad romántica y la probable recuperación de su carrera como
cantante, Mabel encuentra en esta fantasía mucho más de lo que buscaba y, sin
darse cuenta, este desbordamiento la atrapa en un “reino viscoso y perverso” (Zizek, 2009, p. 34) del que no podrá salir; la
identificación de Mabel con Daniela, permite la búsqueda de la mujer ideal y su
encuentro es con un cadáver. Perezcano comienza a
revelar algo que la audiencia ya intuye y que Mabel ignora: Modesto es el
asesino de Daniela y, en breve, será el suyo. Pero no sólo eso, logrará salir
impune como probablemente lo ha hecho ya varias veces y ante los ojos cómplices
del comandante Rómulo. Así, el personaje de Modesto muestra las aristas del
padre protector, el hombre seductor y el monstruo fuera de la ley simbólica,
pero que refrenda la ley del machismo heteronormado: la mujer y cualquiera que
ostente los signos de femineidad, debe morir y su ejecutor puede caminar
impune.
Aquí es necesario señalar una
diferencia entre los papeles de las mujeres y los hombres fatales en los neo noirs: mientras la mujer fatal que logra salirse con
la suya es, desde algunas lecturas, un producto del poder social adquirido por
las mujeres, en el caso de los hombres fatales es diferente. El hombre fatal en
tanto avatar del padre fálico y por encima de la ley, refrenda las relaciones
asimétricas entre los géneros así como las categorías culturales que sostienen
la heterosexualidad como única posibilidad de construcción de género. Sin
embargo, en este mismo sentido es necesario reconocer que la exacerbación de la
mujer fatal también implica una falta de sometimiento a la ley simbólica y
aleja a esta figura de una representación de la mujer emancipada para mostrar a
una madre gozadora capaz de cometer los mismos delitos que su contraparte el
padre totémico y gozador.
Violencia, representación
e ¿invisibilidad?
La historia de
la cinematografía ha estado impregnada de representaciones de distintas formas
de violencia desde el inicio. Dependiendo de las normas vigentes en cada
momento, distintas formas de censura han permitido o impedido la mostración de
aquello que pudiera perturbar a las audiencias obligando a los cineastas a
desarrollar formas de representación audiovisual que permitieran entender la
violencia contenida en las historias de gangsters
sin romper la normativa. Sin embargo, junto con la reglamentación
cinematográfica, las pantallas como soporte de la representación también se
encuentran sujetas a los sistemas de creencias en los contextos sociales, de
tal suerte que no sólo se trata de lo que es mostrado y lo que no, sino también
el cómo se presenta. De ahí que tal vez sea arriesgado considerar que la
comunidad LGBTI+ ha sido invisibilizada cuando las representaciones están
presentes; sin embargo, la manera de construir esas representaciones ha sido
sesgada y contribuyó a la estereotipación e, incluso, a la antipatía y, en
consecuencia, es menester señalar estos mecanismos.
Como se explicó en el primer
apartado, la homosexualidad a principios del XX fue considerada dentro de las
perversiones sexuales y, por lo tanto, debía ser omitida en la cinematografía. A
pesar de esto, el cine de Hollywood no careció de estos personajes y optó por
caracterizaciones veladas. Si bien es cierto que el noir
muestra una mirada poco halagadora sobre la vida norteamericana (Schrader,
1971), este estilo se vio en la necesidad de recurrir a detalles sutiles para
construcción de personajes LGBTI+ junto con otro tipo de cortes como la omisión
de imágenes explícitas de golpes y muertes por armas de fuego. Sin embargo, esta
censura no implica una reducción en la violencia del contexto como tampoco la exacerba,
ya que la discriminación contra distintos grupos dentro de un aparato social
atiende más a relaciones sistémicas que a la obediencia explicada por teorías
como la aguja hipodérmica. La segregación en función de la representación es
expresada y “se da en proporción directa con los cambios estructurales que se
presentan en la sociedad y en relación directa con el grado de tolerancia que
manifieste y a su nivel de violencia” (Cano en Lamas, 2016, p. 242). De esta
manera, la violencia delictiva es representada como inherente a los grupos
marginales de la sociedad, así como ejercida por y sobre los transgresores de
la ley señalados por el código: prostitutas, homosexuales y pervertidos
sexuales; posteriormente los adúlteros. En el caso de los neo noirs, tanto la orientación sexual como la violencia
delictiva son mostradas con mayor detalle, cosa que también se observa en otros
géneros narrativos del cine posteriores al código Hays.
Como se
observó en Laura, Farewell my Lovely y Murder, my Darling,
las muertes del homosexual y la mujer fatal son consistentes tanto con las
directrices morales del código Hays como con los
lugares comunes del cine de explotación. Este tipo de recurso ha tenido eco
también en los géneros del thriller y del horror como lo muestran
producciones posteriores como son Vestida para matar
(1980) dirigida por Brian de Palma e, incluso más recientes, como Pesadilla en el infierno (Incident in Ghostland) de Pascal Laugnier en 2018. En la primera se muestra a un
travesti como un asesino serial y, en la segunda, uno de los perpetradores es
un transexual. A pesar de que parte de la crítica consideró “difícil” la
representación de la diversidad sexual en la propuesta de Laugnier,
lo cierto es que es necesario rebasar la dicotomía de bueno-malo junto con la
de hombre-mujer, para generar personajes tridimensionales de mayor complejidad
y así evitar representaciones maniqueas que podrían corresponder a los ideales
del código Hays.
Las producciones mexicanas también
muestran representaciones de violencia delictiva y de género en distintos
momentos de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI. Casos como la
adaptación cinematográfica de la novela de José Donoso, El
lugar sin límites, dirigida por Arturo Ripstein y estrenada en México en
1978, donde el asesinato de La Manuela, un travesti, queda impune, o Atroz (2015) de Lex Ortega que muestra la
tortura y muerte explícitas de una mujer transexual, replican el lugar que
ocupan las marginalidades sexuales, a pesar de que la compasión e, incluso, la
indignación, comienzan a ser reacciones más frecuentes en las audiencias. Además,
en ambos casos la violencia ejercida sobre los personajes no cisgénero, no es muy diferente a la que reciben los heteronormados, haciendo evidente que la impotencia y abuso
de la ley golpea a todo el sistema social, aunque en intensidades diferentes.
Lo anterior genera la textura de
tensión en Carmín tropical. Ante el asesinato de Daniela, Mabel comienza
una búsqueda para tratar de averiguar quién la mató, pero parece que su camino
ha sido pavimentado con personajes corruptos, indiferencia y callejones sin
salida, ya que poco logra encontrar sobre su amiga y su misterioso novio. La
búsqueda de la mujer perdida es un tema frecuente del estilo noir pero en el caso de Mabel hay algo más: no se
trata sólo del esclarecimiento de un crimen sino también de una búsqueda
especular mucho más profunda. No sólo busca una mujer ideal que está ausente
sino una con quién construirse a ella misma. Daniela es el espejo en el que
Mabel desea encontrarse, el encontrar y sostener una identidad consistente en
un contexto lleno de engaño y trampas se convierte en uno de los logros del
protagonista del noir (Woolfolk
en Conard, 2006, p. 108); pero en esta identificación,
que es también una identificación con la muerta, Mabel avanza en dirección a su
propia muerte de manera muy semejante a como títulos de horror psicológico lo
han trabajado como es el caso de El inquilino
(1976) de Roman Polanski.
Es necesario señalar el peso que
tiene la propuesta de Perezcano al trabajar esta
búsqueda personal de la protagonista desde un lugar complejo para entender
desde la dicotomía hombre-mujer. Mabel y Daniela son muxes,
un tercer género con distintas atribuciones culturales propio de la región de Juchitlán; no se trata de una categoría que encuentre su
sentido desde las perspectivas occidentales del género y, por lo tanto, la
construcción identitaria enmarcada en los roles de género tradicionales se ve
trastocada por la búsqueda de un personaje como Mabel. Busca a una muerta, pero
no es una mujer, sino otra muxe, y el asesino,
Modesto, quien no pertenece a la región, está matando la posibilidad tercera
del género que parece encontrarse tanto en la mujer seductora como en la
ruptura de la centralidad de la heterosexualidad. Ha jugado con ella desde que
supo a quién buscaba y, a través de la focalización, Modesto también juega con
la audiencia al mostrarse como el asesino de Daniela y, próximamente, también
de Mabel sin que ella lo sospeche siquiera.
La visión
oscura del cine negro no permite la posibilidad de un momento de negación
inequívoco para definir el carácter porque está ambientado en un mundo tan
desencantado que ninguna ética de resistencia puede sostenerse. No hay símbolo
convincente que pueda definir este horizonte cultural. No hay vocación o
práctica social que asegure suficiente disciplina para la formación del
carácter del personaje (Woolfolk en Conard, 2006, p. 109).
Esta
representación del hombre fatal conjuga tanto al padre como al hombre seductor,
pero incrementa la letalidad ofrecida por el neo noir
norteamericano en tanto no sólo puede destruir con toda impunidad hombres y
mujeres sino también cualquier otra posibilidad de género que la cultura
ofrezca y, probablemente, con la bendición de una ley corrupta. Sin embargo,
consistente con el estilo noir, la
protagonista Mabel se deja seducir como lo habría indicado el camino seguido
por Daniela (que cabe la posibilidad de considerar la idea de Daniela
como una de las fuerzas fatales que actúan sobre Mabel), y así paga caro su
incapacidad para liberarse del espejo de su amiga.
Conclusiones
Las producciones
cinematográficas norteamericanas de la primera mitad del siglo XX mostraron
formas de construcción de personajes LGBTI+ profundamente impregnadas de preceptos
morales y psiquiátricos. Esto redundó en mecanismos de representación y
estereotipación que han contribuido en gran medida a la formación de fenómenos
de opinión pública negativos. Sin embargo, se identifica en los estilos como el
cine negro o noir la demarcación de un límite
a los discursos sobre la estabilidad y certidumbre del American Way of Life sustentado en la
prosperidad económica.
Se observa también que son los
contextos de depresión económica que abonan a la vulneración de las ideas de masculinidad
y roles de género, los que permiten la aparición de personajes LGBTI+, en
funciones de delincuentes, como se mostró con los casos de producciones noir clásicas, y de víctimas en producciones del neo
noir y contemporáneas. Y dadas las características
del estilo como un límite de la eficiencia de los aparatos legales, económicos
y de la heteronormatividad, los personajes del noir
mexicano se construyen partiendo de esas tres marginalidades, quedando al
margen de la ley y la justicia. Es este sistema de marginalidades el que
permite ejercer distintas formas de violencia sobre los personajes LGBTI+, que
van desde castigos por su supuesta “perversión” hasta impunidad de los crímenes
de los que puedan ser víctimas.
Lo anterior implica que la comunidad
LGBTI+ ha tenido representación en este tipo de estilo cinematográfico; sin
embargo, la forma de visibilidad adquirida es poco positiva a pesar de que, en
casos como Carmín tropical y Puños rosas, se apela a la empatía y
la compasión ante el destino de los personajes. En este sentido, una
posibilidad de lograr representaciones tridimensionales en cinematografía
trascendería la representación de los personajes en pantalla para abrir espacio
a voces de creadores y directores con miradas no heteronormadas,
de tal suerte que se ofrezcan otras visiones sobre el contexto nacional y la
complejidad de los conflictos que éste alberga.
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[1] Universidad
Autónoma Metropolitana, belp@azc.uam.mx
[2] La
Prohibición se refiere a la aplicación de la Ley Seca en Estados Unidos de 1920
a 1933. Promovida por la Liga Anticantinas y la liga Internacional contra el
Alcoholismo, la Ley Seca fue impulsada también por grupos como el Ku Klux Klan
en su movimiento antiinmigrantes pero, a la vez, también recibió apoyo de
grupos nativistas, progresistas, sufragistas e, incluso, sindicatos, ya que la
cultura protestante consideraba al alcohol como el origen de los comportamientos
moralmente reprobables (Autrique, 2019).