La catedral y el clóset en Severino Salazar

The Cathedral and the Closet in Severino Salazar

 

Antonio Marquet Montiel[1]

 

Resumen

A quince años de la muerte del escritor Severino Salazar (1947-2005), me propongo analizar en “La catedral y el clóset en Severino Salazar: en el quince aniversario luctuoso”, dos puntos centrales de la violencia generada en Donde deben estar las catedrales: el closet y la catedral. Señalar el “closet” en la primera novela de Severino Salazar significa asignar un sentido al enigma de las acciones de Bulmaro Berumen y Crescencio Montes y del protagonista masoquista desprovisto de nombre de la segunda parte. “Catedral” por su lado, no se refiere a un edificio que albergue un obispo. Salazar narra la necesidad de una religión íntima, ajena a los dogmas católicos. En esto coincide con Vicente Leñero quien en Pueblo rechazado y en el guion de la película El crimen del Padre Amaro hace una crítica a la iglesia institucional.

Palabras Clave: Literatura Gay, Clóset, Severino Salazar, Violencia, Masoquismo.

 

Abstract:

“The closet and the cathedral in Severino Salazar’s first novel, Where cathedrals are supposed to be (1984)” aims to analyze the meaning of Baldomero Berumen’s suicide the day before he should marry; and the death of his friend Crescencio Montes owner of a convenience store in Tepentongo, a town 40 miles away from the Capital city Zacatecas in 1957. Such violence committed against themselves was due to the fact that homosexuality was not accepted in Mexican society in the 50’s.

Being fervent Catholics, Severino Salazar as well as Vicente Leñero, both writers criticize the Catholicism: its hierarchic structure, corruption and hypocrisy: that’s why “Cathedral” is not to be understood as a building, but as a spiritual construction of the sinner’s faith.

Keywords: Mexican Gay Literature; Closet, Violence, Masochism, Severino Salazar. 

 

Recibido: 2020-08-10

Aceptado: 2021-01-04


 

Quisiera expresar un punto importante para explicar el título de este artículo, antes de entrar en materia: En los años cincuenta,[2] el desenlace de la narrativa de la homosexualidad era el suicidio y la somatización.[3] La voluntad de “no decir” se convierte en un pasaje al acto, violento y doloroso. Sin embargo, Crescencio Montes y Baldomero Berumen (1933-1957), protagonistas en la primera parte de Donde deben estar las catedrales ni siquiera son conscientes de que es posible realizar el amor entre dos varones (aunque lo resienten con horror[4]). En el horizonte de lo posible eso no existe, no se expresa, resulta imposible reconocerlo y asumirlo:

 

Si la vida le hubiera dado otra oportunidad habría tomado el mismo camino porque no conocía otro, o porque de plano no lo había. Pensaba que existían otros caminos pero no poseía el bastimento necesario para emprender una aventura a través de ellos (Salazar, 2013, p. 78).

 

Sería anacrónico decir que la novela Donde deben estar las catedrales se convierte en una novela sobre el clóset. Porque justamente el concepto de clóset es posterior a los hechos vividos en Tepetongo en los años cincuenta.

Decir el clóset implica un adentro y un afuera; un sujeto que lo asume, aunque sea para ocultarlo de la sociedad. Implica la posibilidad y la conciencia de ser homosexual. Ni Baldomero ni Crescencio, eran conscientes de ello. Crescencio se horroriza al sorprender a Baldomero un día bañándose desnudo en el río y masturbándose.[5] El tendero se cubre los ojos y regresa demudado a su casa, donde estrangula a uno de los pájaros que están en las jaulas de su patio. ¿Qué es lo que estrangula en el cuerpo del pájaro? ¿El canto? ¿A sí mismo? ¿El deseo que sintió por el cuerpo desnudo del amansador? A los pájaros, Crescencio Montes les ha sacado los ojos para que canten más.[6]

Este artículo trata del amor, el pecado, la catedral y el clóset en la primera novela de Severino Salazar en la que se producen transgresiones en el amor: en la primera parte, el amor que no se atreve a decir su nombre se resuelve en represión, suicidio (de uno) y somatización (en el cuerpo del otro). En la segunda parte, una monja y un sacerdote cuelgan los hábitos; huyen, tienen un hijo...

Sean conscientes o no los protagonistas; haya unión carnal o no entre ellos; haya represión o transgredan, el pecado y la forma en que se aborda la trasgresión, se encuentran en el centro de la narración. Después del amor, sobreviene el autocastigo en los años cincuenta; el castigo por mano del hijo a la manera de la tragedia griega, en la época virreinal.

El amor aparece en el terreno religioso, donde la catedral ocupa un sitio simbólico como obra mayor de oración y fe. En el retablo de una catedral imaginaria aparece esculpida la vida del parricida y masoquista, protagonista de la segunda parte. Un punto central que se debe poner en relieve es que el hecho de narrar una vida (en este caso se trata de esculpir), es un homenaje (por lo tanto, debe considerarse como homenaje interrogarse y narrar la relación entre Crescencio Montes y Baldomero Berumen).[7] Por un lado, se preserva la biografía, aunque el homenaje no resulte evidente: solo generaciones posteriores (el arquitecto y el restaurador) se abocarán a descubrir y entender ese homenaje; a restaurar el sentido de la historia esculpida, a preguntarse por las causas de un suicido. En el primer caso hay que despojarla de las heces de las palomas acumuladas por siglos, del olvido, y sobre todo poner en relieve el sentido del retablo: nadie sabía que no era un santo, el protagonista del retablo, sino un gran pecador, un monstruo.

El universo que describe Severino Salazar está condensado histórica, temática, emocionalmente. Como la soberbia catedral de Zacatecas, la narrativa de Severino Salazar deslumbra por el fuerte abigarramiento, así como por la suavidad de la piedra rosada. Al igual que sucede con la portada de la catedral, el espectador no cuenta con el suficiente espacio para poder apreciar el magnífico conjunto desde una distancia más adecuada. Literalmente, el retablo se viene encima del observador como poderosa cascada.

Donde deben estar las catedrales es una novela breve; sin embargo, el contenido se organiza en dos partes (sin aparente solución de continuidad), y la trama conduce al lector hacia el suicidio, el parricidio, la enfermedad, la orfandad, las vicisitudes de un hombre emprendedor, el masoquismo, el clóset, la investigación, la restauración, el sentido de un retablo, la construcción, la persecución inquisitorial, la domesticación de caballos salvajes, el amor homosexual y el clóset... Convendría observar la novela como un órgano en el que cada uno de los temas es una tecla, con una función definida. Cada una de ellas participa en la melodía: es necesario profundizar en cada uno de los temas, tocar cada una de las teclas y también escuchar la melodía, no perder de vista el conjunto.

En el perfil que traza la antropóloga Verónica Abigail Hernández[8] se señala la importancia del oído de Severino Salazar que se traduce en un universo narrativo oral: en Donde deben estar las catedrales ¿qué rumores corren sobre el suicidio de Baldomero Berumen? ¿un triángulo amoroso? ¿Rivalidad entre Baldomero Berumen y Crescencio Montes? Para el arquitecto estos rumores, escuchados en su niñez, no le satisfacen. El sentido ha de reorganizarse desde otra perspectiva. Él tiene que explorarlo cartográficamente. Como si el sentido fuera algo concreto, visible, algo detectable en una maqueta, visible cartográficamente. El sentido cobra una apariencia y puede ser rastreado. Atención: en Donde deben estar las catedrales, el sentido no puede ser verbalizado, no puede ser escrito, no puede ser pronunciado. Hay poderosas razones que pueden conducir a los personajes a la muerte, a la construcción de una novela, a regresar al pueblo natal a intentar descifrarlo. Sin embargo, esas razones no son verbalizadas. No se dicen. Se sugieren.

Por lo tanto, se construye un universo oral donde reina un silencio particular derivado de la vergüenza y el sentimiento de culpa. Desde esta perspectiva es un universo de violencia. Si el universo de Severino Salazar está fuertemente amarrado, el lector tiene que definir cómo se concatena.[9]

Siendo el retablo (o la maqueta en el caso del arquitecto) un punto capital en la trama, el mundo se describe a través de lo visible. Sin embargo, lo que ese observa está atravesado por lo secreto, lo inexpresable.

Ese universo tradicional será modificado por el sentido que le otorguen los protagonistas y los lectores. El gran acontecimiento en Donde deben estar las catedrales es la resignificación tanto de un altar, como de las biografías de los fundadores de Zacatecas. La gran hazaña es la investigación, el autoconocimiento y esto no pasa por los rumores que corren.

El escenario de Salazar incluye el momento de la fundación de Zacatecas y la actualidad del narrador (es decir, mediados del siglo pasado—los años setenta). Donde deben estar las catedrales necesita abarcar ese gran lapso: tejer puentes entre el pasado y “presente”, para encontrar similitudes y la continuidad para abordar un tema ético-religioso.

En ese espacio se expresa la transgresión, la conciencia del pecado, la violencia de la culpa. La trama no solo depende de las acciones, lo esencial sucede en el alma de los personajes, animados por búsquedas existenciales (amor y expiación).

Los tres protagonistas de Donde deben estar las catedrales cometen violencia contra sí con un afán masoquista estremecedor, sangriento, patológico. Comenzaré a tratar el tema del pecado y expiación a partir de los flagelantes, movimiento que surgió en el siglo XIV a raíz de la peste negra en un intento desesperado de salvación. Siendo la peste considerada como un castigo divino, era preciso autoflagelarse. Mecánicamente intentaban imitar el calvario de Cristo durante treinta y tres años, la edad de Jesucristo. Los latigazos que recibió Cristo había que padecerlos. Los flagelantes lo hacían con un fuete dotado de tres colas con una punta metálica que provocaban laceraciones sangrantes. Las paredes por donde pasaba la procesión quedaban salpicadas. Los flagelantes recorrían ciudades y obviamente eran vistos con desconfianza por la Iglesia cuya autoridad cuestionaban. A pesar de esta exhibición masoquista, la pasión por causarse daño era extrema.

A pesar de que el disparador de la narración es el arquitecto, al final, no se atreverá a revelar los resultados de su labor de investigación. De todas formas, los deduce el lector. No porque deje de comunicar los resultados de su investigación, eso quiere decir que no haya conclusiones. Le resultan tan fuertes, tan punzantes que no se dicen, pero eso que no se dice, no deja de actuar. Justamente esa manera de palpitar tan intensa, fuerte, aguda y silenciosa, es el objeto de narración de Severino Salazar.

 

La decible y lo indecible

 

Lo que anima la vida de los personajes en Donde deben estar las catedrales es frenar a toda costa el proceso de verbalización. No se dice lo que se siente. Decir delataría; decir exhibiría. Por lo tanto, es preciso hacer una novela donde se sugiera sin decir concretamente, sin que sea evidente. Que lo callado sea descifrable por otros. Desde esta perspectiva, Donde deben estar las catedrales es una novela sobre los umbrales del decir,[10] y sobre las terribles consecuencias que esto tiene en las vidas de los personajes: infelicidad, violencia, dolor, somatización y muerte. Lo que no se dice, no se oculta. Produce violencia y sufrimiento.

Ocurre un suicidio. Enfermedad y muerte. La disolución de un grupo. El proceso de laceración del cuerpo. La dispersión de los bienes del padre; la flagelación del cuerpo. Tragar aceite hirviendo para no decir, para clausurar de manera definitiva los órganos de fonación.

Si en la primera parte, el protagonista se asesta cuchilladas hasta morir; en la segunda parte, mortifica el cuerpo de mil maneras hasta lograr ser puesto en la hoguera. El personaje es hábil para encontrar medios para hacer padecer su cuerpo. Sorprende su eficacia y productividad. El último párrafo de la novela es ilustrativo de la cantidad de males que se aplica el protagonista en el estrecho espacio de unas líneas.

En la prisión taponeó las fosas de su nariz con cera y quemó su lengua y garganta con aceite hirviendo. Como ya no quería ver ni escuchar tampoco, con dos púas de maguey reventó sus oídos y sus ojos los frotó con la arena candente del desierto. Y un domingo, al finalizar la misa mayor, fue azotado en público, lacerado y quemado vivo en una hoguera frente al esqueleto casi transparente de la catedral en construcción (Salazar, 2013, p. 168).

 

Lo importante es el número de daños irreversibles que se causa obstinadamente. No por ello la culpa se aminora; se transmite. El castigo por doloroso, público, mayor, no basta. El protagonista, animado por un masoquismo extremo, está decidido a demostrar su fortaleza frente a todo lo que sobrevenga.

A contrapelo con la época de liberación y levantamiento de represiones inveteradas, en la que fue escrita Donde deben estar las catedrales la exploración no es por las vías del placer, sino por las del dolor. Severino Salazar escribe al inicio de la década de los ochenta. En el momento en que se buscaba levantar la represión. El movimiento de liberación homosexual ya estaba en marcha. Había salido a las calles; se habían producido las primeras manifestaciones públicas. En 1978, en la conmemoración de la Revolución Cubana, un grupo de homosexuales entre quienes se encuentran Xavier Lizárraga y Juan Jacobo Hernández, salen a la calle. En 1979, se realiza la primera manifestación en la ciudad de México del Orgullo lésbico y homosexual.

Para cerrar esta sección quiero señalar la estrecha relación que existe entre los órdenes de decir y vivir. En Donde deben estar las catedrales hay una relación estrecha entre no decir y sufrimiento, enfermedad y suicidio. Esto no se limita a decir la homosexualidad. Es una ley universal. Ocultar, vivir en el secreto, es una vía que no conduce a ninguna parte. Es preciso decir y decirse; jugársela; expresar el deseo y asumirlo. “No decir = Muerte”, es el lema que anima el periodo posterior a la liberación en la comunidad LGBTTTI. De hecho, expresarlo ya es una forma de asumirlo, de encaminarse a la realización.

El catolicismo de Severino

La afirmación del título de la primera novela de Severino Salazar lleva a una pregunta por el sitio en que deben construirse las catedrales. El lector espera que el relato le dé mayores indicaciones sobre las coordenadas para hacerlo. Así es que comencemos por plantear justamente ¿Dónde deben estar las catedrales? Actualmente la pregunta carece de interés por razones que colocan a Severino Salazar en una situación paradójica: Por un lado, habría que preguntarse ¿por qué siendo un escritor religioso no es promovido por el catolicismo? Por otro lado, en una época de crisis y pronunciado declive del catolicismo, ¿a quién interesa saber o preguntarse por el sitio de las catedrales?[11]

Por su parte, al catolicismo institucional no le interesa conocer y mucho menos difundir historias de los amoríos de un sacerdote y una monja, aunque esa historia haya sido objeto de persecución inquisitorial. Esos amoríos son escandalosos. Los avatares de dos funcionarios de la institución católica que abandonan los hábitos carecen interés sobre todo en una época en que las vocaciones son rarísimas y la iglesia de Roma se ha visto envuelta en innumerables escándalos globalmente.

¿Debe haber catedrales donde hay un obispo? Es decir, donde hay una jerarquía perfectamente organizada, una iglesia burocrática, de poder. La novela de Salazar plantea que la catedral, la iglesia es un recinto de otra naturaleza, no depende de la existencia o no de un obispo. Debe estar allí donde se le necesita, donde hay pecadores: adictos, marginales, sodomitas, jotos, donde hay hombres y mujeres que sufren, como lo señala la cita de Walker Percy en el epígrafe. Las catedrales a las que se refiere el narrador son interiores: la catedral por supuesto entendida como manos tendidas al cielo. Son construcciones que se erigen con fe, pero sobre todo a partir de una relación directa con dios. El cuestionamiento de Severino Salazar a la estructura jerárquica de la iglesia es implícito y radical. Esto no quiere decir que sea iconoclasta. Por el contrario, la razón estriba en la honda fe del novelista. Conviene saber que Severino fue hombre de asistir a misa dominicalmente. La religión que plantean esas catedrales no pasa por la palabra pública, por el reclinatorio, por la confesión, mucho menos por los purpurados. La confrontación religiosa se articula entre el orden institucional y el orden íntimo del creyente. Entre fe y la burocracia de la fe. Los religiosos de la segunda parte de Donde deben estar las catedrales fueron considerados en su época pecadores, merecedores de condena y persecución inquisitorial puesto que, habiendo pertenecido a la institución, prometido celibato, se comprometieron en una relación amorosa abandonando el seminario y el convento.

Vicente Leñero y Severino Salazar:
Amaro, Lemercier, Bulmaro y Crescencio

El tema de curas solicitantes fue tratado por otro escritor creyente: Vicente Leñero (Guadalajara, 1933), quien escribió el guion de la película dirigida por Carlos Carrera El crimen del padre Amaro (2002), una de las películas más taquilleras del cine mexicano. Un tratamiento radical, que va más allá de los elementos más visibles de la trama: aborto, el amor y erotismo entre un cura y una creyente. En el fondo, la cinta trata del compromiso del sacerdocio con su feligresía. ¿Con quién se debe comprometer el sacerdote auténtico? ¿con los marginados que necesitan el auxilio espiritual en su vida cotidiana, donde la violencia y el crimen organizado plantean problemas sociales o con el narco y su dinero para transformar a la iglesia en instrumento eficaz del lavado de dinero? En El crimen del padre Amaro se confrontan dos versiones de la iglesia católica, la que goza y busca el poder (el padre Benito (Sancho García), el joven padre Amaro (Gael García Bernal), el obispo (Ernesto Gómez Cruz))[12] y la que trabaja con el pueblo, como lo hace el padre Natalio (Damián Alcázar); la iglesia jerárquica y la de los pobres; la institucional y la que anima las comunidades alejadas de los centros de poder. La perseguidora y la perseguida. El balance de la confrontación no sorprende: Natalio es acusado de ejercer la teología de la liberación y despojado de su investidura sacerdotal. Lo sorpresivo es la cantidad de atropellos que comete la iglesia institucional para afirmar su poder.

Desde esta perspectiva, el guion de Vicente Leñero de El crimen del padre Amaro describe la corrupción de la iglesia católica institucional donde pululan padres solicitantes, se establece la hipocresía de los sacerdotes en su formación: muy severos como el padre Benito contra los fieles y autocomplaciente con las propias transgresiones a las normas.

La iglesia entra a la vida económica de manera decidida para blanquear el dinero para obras de caridad (que son fachada, no ejercicio evangélico), de asistencia social, de la construcción de un hospital con dinero de procedencia ilícita. La lógica burocrática del sacerdote nuevo, favorito del obispo, es impecable: quiere gozar de la carne y del poder; del favor episcopal y de la creyente adolescente Amelia (Ana Claudia Talancón), que sigue los pasos de su madre la Sanjuanera (Angélica Aragón) que ha sido amante del padre Benito a la vista de todos. El cuestionamiento de Vicente Leñero no va sobre el celibato de los sacerdotes (no son célibes en la cinta). Sino sobre la iglesia de los privilegios frente el sacerdocio del compromiso con los pobres. Una iglesia volcada a Roma, a la jerarquía, a subrayar el pecado. Una iglesia de doble rasero que condena verbalmente lo que practica no tan disimuladamente: el erotismo, el abuso, el aborto. Se condena el aborto como un crimen que cometen los creyentes. No se habla de él cuando lo practica un sacerdote que conduce a la muerte a su amante. Si a Vicente Leñero se le preguntara dónde deben estar las catedrales, probablemente su respuesta sería inmediata: en los territorios afectados por el crimen organizado, con la tarea de prestar auxilio a quienes padecen inseguridad, extorsión, violencia.

Vicente Leñero ya había planteado el problema de la fe y la formación sacerdotal en otra obra fundamental en el teatro mexicano. Pueblo rechazado (1968),[13] una obra que sacudió a México[14] y de la que seguramente tuvo conocimiento Severino Salazar.

La obra aborda la figura del padre Lemercier y su experiencia en el convento benedictino de Santa María de la Resurrección de Cuernavaca, con el apoyo del obispo de Cuernavaca, un obispo de apertura. Vicente Leñero lo plantea de la siguiente forma:

 

A fines de los cincuenta y principios de los sesenta, en vísperas del Segundo Concilio Vaticano, el monasterio benedictino de Santa María de la Resurrección era para muchos católicos mexicanos un saludable centro de renovación religiosa. El monasterio había sido construido en las afueras de Cuernavaca, al noroeste, y gracias a la liberalidad del obispo Sergio Méndez Arceo, el sacerdote belga Gregorio Lemercier —su fundador y prior conventual— pudo llevar a cabo experiencias litúrgicas y lucubraciones teológicas que seguramente los obispos de otras diócesis no habrían tolerado (Leñero, 2012).

 

Sin duda Méndez Arceo fue muy diferente al actual obispo de Cuernavaca Ramón Castro que estigmatiza a la comunidad LGBTTTI, a la que acusa de ser causante del Covid-19.[15]

En Pueblo rechazado se confrontan dos visiones del catolicismo: el oportunista, manipulador, estigmatizador. Y el catolicismo interior. Para el padre Lemercier, la formación del sacerdote debe pasar por la experiencia psicoanalítica. Entre los logros subjetivos que destaca el Prior, al hacer un balance del psicoanálisis, se encuentra que:

La obediencia conventual ha dejado de ser pasiva, formalista, temerosa, para volverse confiada, inventiva, alegre. Los que buscaban sólo un refugio se han marchado convencidos de que no existe refugio alguno que nos defienda de nosotros mismos. Han regresado al mundo a luchar… Y los que permanecen, los auténticos eunucos por amor al reino de los cielos, son cada día más sanos, más productivos, más felices, más religiosos, más cristianos… (Leñero, 2012).

 

Por su parte, el psicoanalista le dice al Prior:

Si en realidad quiere enfrentarse al diablo, búsquelo en el fondo de usted mismo y lo encontrará. En el fondo de usted mismo. En el fondo del prójimo. En el fondo de las cosas. En el fondo de todo (Leñero, 2012).

 

La fe no se deriva de la represión, ni se protege a través de ella, sino que se alimenta de la búsqueda de la verdad. El Prior afirma que “Nadie puede renunciar a sus principios ni a sus convicciones porque traicionaría a la verdad. Y es mi verdad la que me obliga a seguir adelante” (Leñero, 2012). Desde esta perspectiva, la religión del Prior es practicada como búsqueda interior de la verdad. Lemercier afirma que:

Para penetrar en Dios, tenemos antes que penetrar en nosotros mismos, hermanos. Para dialogar con el Padre tenemos que seguir el camino del Hijo, que se encarnó en nuestra piel. Tomar su cruz y renunciar a todo. Renunciar al tesoro de nuestro miedo. Renunciar al consuelo de nuestro masoquismo. Renunciar al refugio de nuestra humildad. Renunciar al escudo de nuestra pureza, de nuestra obediencia, de nuestra mansedumbre. Renunciar incluso, si fuere preciso, a nuestra amada renuncia al mundo, hermanos (Leñero, 2012).

 

Esta sería una profesión de fe. No a la manera del exhibicionismo mediático de grupos conservadores que exhiben su clase social, antes que su labor evangélica. Que dicen que se preocupan por la familia y no se pronuncian contra la violencia intrafamiliar ni actúan vigorosamente en favor de la infancia mexicana. El creyente, desde la perspectiva de Severino Salazar y Vicente Leñero, debe buscar la verdad y eso tiene que ver con su verdad subjetiva. La reacción de la iglesia de Roma no se deja esperar. El padre Lemercier es condenado por la Inquisición. Se le ordena suspender el sacerdocio, abandonar el psicoanálisis y retornar a Bélgica.

La jerarquía destruye desde los cimientos la obra espiritual de un sacerdote comprometido con la búsqueda de la verdad. Fundamentalmente porque en la estructura jerárquica la iglesia tiene la verdad, no es objeto de búsqueda, como lo afirma un inquisidor:

Los criterios infalibles de la Iglesia no admiten discusión. En un valioso diccionario de teología moral se afirma, de manera tajante: Difícilmente podemos excusar de pecado mortal a quien libre y conscientemente adopta y se somete al psicoanálisis (Leñero, 2012).

 

La “fe institucional” se practica con la obediencia ciega. El “creyente” debe someterse a la verdad que consiste en lo que oye en el púlpito. Los dogmas se imponen socialmente. La institucional, no es iglesia de pecadores sino de “creyentes” que exhiben su perfección, su santidad, sus logros sociales, su clase social. Para el catolicismo conservador, la fe es cuestión de clase y raza y de organización de manifestaciones de blancos en autos costosos, exhiben la bendición divina a través del dinero. La misa se ha convertido en manifestación con pancartas de odio.

La juventud se levanta contra esa iglesia, que tiene sus diputados en las cámaras. La manifestación de las mujeres ante la SCJN es sintomática. Pero esa juventud no le interesa a la burocracia eclesiástica. Esas mujeres no tienen dinero y, sobre todo, son universitarias.

Pueblo rechazado (1968), El crimen del padre Amaro (2002), Donde deben estar las catedrales (1984) son obras de honda reflexión sobre el Evangelio; de denuncia sobre la política de la iglesia institucional.

 

Culpa, masoquismo y fe

 

En Donde deben estar las catedrales la conciencia de culpa se soluciona a través del castigo. Aunque cabría decir que la erótica de la culpa busca el castigo. ¿La expiación del pecado es a través del masoquismo? O ¿Es a través del trabajo? Los religiosos, el sacerdote y la monja, abandonan el convento, la iglesia, se esconden en las Indias y tienen un hijo. Trabajan arduamente la tierra, la ganadería: sus empresas florecen. Logran amasar una importante hacienda. Sin embargo, la conciencia de culpa, del castigo se vuelve real[16] a través de su hijo. Ella tiene un sueño:

Había quedado preñada y, como resultado de este hecho, iba a parir, en su día, un hijo tan pérfido y desorientado que, cuando comenzara a crecer, causaría su propia perdición, la de sus padres, la de todo el pueblo que los rodeaba y la de todos los humanos que se cruzaran en su camino. (Salazar, 2013, p. 145)

 

Por supuesto el cumplimiento del deseo expresado en su sueño se realiza. Esa actualización del castigo toma la forma más cruel, radical y masoquista. A pesar de su brevedad, la segunda parte de la novela se detiene en el horror de la punición y autopunición sin límites. El protagonista de la segunda parte es un Edipo en tierras zacatecanas que comete parricidio y va mucho más allá de sacarse los ojos… La lógica del castigo tiene como propósito encontrar el perdón de dios. En la novela, sin embargo, el castigo solo lleva a la destrucción del emporio parental. El hijo destruye la obra de los padres. El pecado se paga con la vida y afligiendo al cuerpo. Aunque estamos autorizados a dudar que esa manera de expiación tenga que ver exclusivamente con los pecados de los padres: más bien parece que el protagonista huyera de una sexualidad que no dice su nombre. La expiación se convierte en goce, en éxtasis, en búsqueda de mayores suplicios.

La penitencia es el correlato del pecado en Donde deben estar las catedrales. Los protagonistas se castigan física, social, económicamente.

En la primera parte de Donde deben estar las catedrales se produce la decadencia de una casa, de un negocio. Además de la pérdida de vidas de dos hombres centrales en la vida del pueblo zacatecano. En la segunda parte, se lleva a cabo la dilapidación de la fortuna y la severidad masoquista.

Poner en relato esta opción es parte de la práctica religiosa de Severino Salazar. Por un lado, se encuentra el castigo, la destrucción y muerte. Por la otra, la oración, la laboriosidad, la disciplina.

Más allá de la religiosidad, Severino Salazar plantea el amor o el castigo. El trabajo o la penitencia y el escarmiento. La severidad de la penitencia que se impone el protagonista de la segunda parte de Donde deben estar las catedrales no conduce sino a la destrucción. Ignoramos si conduce a la redención y el perdón.

No es del lado de la esclavitud donde deben estar las catedrales, sino del lado de la libertad y el trabajo. La catedral es obra individual, del sujeto con un dios, no punitivo sino generoso. Al sacerdote y a la monja, les permite una vida laboriosa y rica:

 

Haciendas prósperas, dedicadas todas a la ganadería y a la agricultura... crecía su casa, sus tierras de cultivo, el número de cabezas de ganado y sus indígenas (Salizar, 2013, p. 143).

 

La iglesia entendida como burocracia, como práctica de intercambio de pecado y castigo, lleva al suicidio, a la pobreza, a la destrucción de la vida económica y social.

Las catedrales de las que habla Severino Salazar son de otra naturaleza que la iglesia que se funda en la presencia del obispo. A nadie se le ocurre pensar en la posibilidad de una catedral en Tepetongo. Solo al narrador de Donde deben estar las catedrales. Esa catedral planteada también para homosexuales (¡Escándala! ¡Escándala!) sería un sitio para la oración de dos hombres que se amaron sin poder asumirlo. Por el contrario, los personajes de su novela renuncian a una elaboración que no sea autopunitiva: Baldomero se suicida en la víspera de su matrimonio; Crescencio Montes abandona su tienda, deja que su casa decaiga y desarrolla un cáncer.[17] Se castigan, uno con la muerte; el tendero somatizando su culpa (¿por una falta tan leve como ver a un hombre desnudo bañándose en el río?) A pesar de que habían sido hombres religiosos, de que gozaban de respeto y prestigio social en su comunidad.[18] El amor prohibido se plantea en la primera parte como amor homosexual que no dice su nombre. En la segunda parte, se plantea como una relación entre un cura y una monja. La sociedad no sanciona: son los propios personajes que optan por penalidades extremas. El mecanismo de heterosexualidad compulsiva funciona perfectamente creando conciencia de culpa a quien se aparta de él.

En tanto que creyentes que cuestionan la jerarquía eclesiástica, Vicente Leñero y Severino Salazar, la catedral, máxima obra de la fe, no es un edificio, sino la propia fe laboriosa del creyente.

Sin duda no pensaría como el obispo de Cuernavaca, Ramón Castro, que la causa de la epidemia es la ideología de género y el aborto. Lo grave es que ésta no es una declaración aislada; responde a una estrategia religiosa bien urdida:

En México, donde el aborto es legal en caso de violación y el matrimonio entre personas del mismo sexo es permitido en 19 estados, desde los primeros días de la cuarentena, ministros de diversos cultos señalaron que el nuevo coronavirus es un castigo por ambos derechos. El obispo de Cuernavaca, Raúl Castro, dijo que con la pandemia “Dios nos está gritando por los pecados”. Algunos pastores evangélicos también impulsaron mensajes similares: “La pandemia es resultado de un pecado que lleva 10 años, cuando el 2010 Barack Obama legalizó el matrimonio de hombres con hombres y mujeres con mujeres” (Velázquez, 2020).

 

En la última semana de julio de 2020, se rechazó la despenalización del aborto en Veracruz y se reiteró el rechazo al derecho al matrimonio universal en Baja California. Sin embargo, no desapareció la pandemia en Veracruz ni en Baja California. Las obras de la iglesia católica, del conservadurismo político se vuelven cada vez más fútiles y grotescas.[19]

La represión no hace al santo. El pecado y el castigo no son binomios indisolubles. El pueblo de Severino Salazar no es el de Agustín Yáñez en su Al filo del agua (1947). La religión de los hombres de Tepetongo se basa en la oración y el trabajo, en la construcción de lazos comunales que favorecen la vida social. No es un pueblo monacal de penitencia y de mujeres enlutadas, sino un pueblo donde se subraya el nexo social. La figura del sacerdote, como el padre Martínez está ausente en Donde deben estar las catedrales. Practican la religión sin guía sacerdotal acentuada, intrusiva, impositiva. Represión y penitencia llevan a la enfermedad y muerte, a la disolución de los lazos sociales, de la vida comunal. A la ruina.

La vía para Vicente Leñero y Severino Salazar no está la iglesia jerárquica, sino en la práctica del evangelio; en el trabajo y en la unión amorosa hetero u homosexual.

 

Bibliografía

 

Leñero, Vicente. (2010). Teatro completo, I. México: Fondo de Cultura económica. Edición de Kindle.

 

Leñero, Vicente. (2012). Vivir del teatro (Letras Mexicanas). México: Fondo de Cultura Económica. Edición de Kindle.

 

Salazar, Severino. (2013). Donde deben estar las catedrales. México: Juan Pablos Editor.

 

Yáñez, Agustín. (1947). Al filo del agua. México: Editorial Porrúa.

 

Žižek, Slavoj. (2020). Pandemia. Barcelona: Editorial Anagrama. (Nuevos cuadernos Anagrama). Edición de Kindle.

 

Hemerografía

 

Maldonado, Ezequiel y Concepción Álvarez Casas. (2015). “Severino Salazar y el habla coloquial en sus relatos”, en Tema y variaciones de literatura núm. 44, dedicada a Severino Salazar.

 

Cibergrafía

 

Hernández, Verónica Abigail. (2020). “Conversatorio: La vida cotidiana de Severino Salazar”, en Feria Nacional del Libro de Zacatecas 2020. https://www.facebook.com/IZCFenaliz/videos/215836626420694

 

Marquet, Antonio. (2020). “Obispo encontró el origen de la pandemia”    https://elegebeteando.wordpress.com/2020/07/28/obispo-encontro-el-origen-de-la-pandemia/

 

Velázquez, Kennia. (2020). "Poder, religión y lobbies: los ultraconservadores durante la pandemia en México", en https://ojo-publico.com/1862/poder-religion-y-lobby-alianzas-fundamentalistas-en-mexico?fbclid=IwAR2Jk0JPFYnwicLibPY-t_LbBkXo0iztlQPJ8RzkejlN3ekfX_Q7KvIj05I

 



[1] Universidad Autónoma Metropolitana, antonio.marquet@gmail.com

[2] El narrador señala que “Todo lo medular aconteció en el verano y en el otoño de 1957” (Severino Salazar, 2013, p. 35).

[3] Nacido en 1947, Severino Salazar habría cumplido 73 años este covidoso año de 2020. No lo veo comportarse como un “adulto mayor”; mantendría un alma joven por su ludismo, vigor intelectual y habilidad en el perreo.[3] Aunque “nosotros” lo molestaríamos con saña recordándole su ancianidad (que también es la nuestra). No conocíamos la corrección política. A este respecto quiero comenzar con un recuerdo: el Dr. Jorge López Medel espontánea y venenosamente había señalado que Seve era una “barroca”; yo, una “barrica”... Seve, como un relámpago, remató el chiste diciéndole que él era “barruca” (en ese entonces, en los 90’s, Jorge iba a cumplir 50 años).[3] La fabricación colectiva del chiste fue rápida; sin embargo, el gag sería recordado una y otra vez para reírnos más y causar mayor daño en las preciosas ridiculizadas (todo gay lo es). Esta perla, forma parte del collar de incontables vueltas con el que se vestía Seve. Para distanciarme de la etiqueta de especialista en la obra de Severino Salazar, hablaré como una “barrica” de la novela de una barroca. Es decir, como un oso de un escritor barroco para revindicar la cultura ursina dentro de la Nación Marica, como la llama Oswaldo Calderón, la Superperra, en la cual Donde deben estar las catedrales es una novela fundamental.

[4] La intensidad de ese horror es la medida justa del supremachismo introyectado.

[5] Es importante señalar que el joven va a masturbarse fuera de la ciudad: la sexualidad, por el momento solitaria, pertenece al afuera de esa sociedad.

[6] Estas ideas las desarrollé en “Los rostros de Severino Salazar”, ponencia inédita de Antonio Marquet.

[7] Hay dos homenajes en la novela: el primero hecho por un arquitecto que se interroga desde su niñez sobre el significado de los hechos; el segundo por el escultor que relata la vida del parricida. Se trata de dos homenajes a hombres fuera de las leyes heterosexistas.

[8] “Conversatorio: La vida cotidiana de Severino Salazar”, Feria Nacional del Libro de Zacatecas 2020. https://www.facebook.com/IZCFenaliz/videos/215836626420694

[9] “Lo que no se podría evitar es que cada uno encuentre una versión diferente”. Afirma el arquitecto en el capítulo XXIII (Severino Salazar, 2013, p. 129).

[10] El arquitecto advierte desde el principio: “Presiento que estoy a punto de llegar a una revelación” (Salazar, 2013, p. 34).

[11] Finalmente suelen ser sitios de producción de supremachismo, de difusión de odio, de falsas verdades y de impunidad, como es el caso del Obispo de Cuernavaca que señaló como origen del COVID-19 las bodas gays…

[12] Son las tres edades: juventud, madurez y adulto mayor.

[13] Para explicar el nombre de la pieza, Leñero señala que “Lemercier citó entonces a una conferencia de prensa en un amplio local de Santa María de la Resurrección y allí, frente a periodistas que lo acosaban y periodistas que lo celebraban, explicó su renuncia a la institución eclesiástica y razonó los objetivos de la nueva comunidad, que llevaría por nombre Emaús, que significa, dijo, ‘pueblo rechazado’” (Leñero, 2012).

[14] Leñero asegura que: “La temporada de Pueblo rechazado fue un éxito de público. Colas en las taquillas. Llenos. Comentarios polémicos” (Leñero, 2012).

[15] https://elegebeteando.wordpress.com/2020/07/28/obispo-encontro-el-origen-de-la-pandemia/

[16] Žižek define lo real en los siguientes términos: “De lo que estamos hablando aquí es de la distinción, elaborada por Lacan, entre la realidad y lo real: la realidad es la realidad externa, nuestro espacio social y material al que estamos acostumbrados y dentro del cual somos capaces de orientarnos e interactuar con los demás, mientras que lo real es una entidad espectral, invisible y por esa misma razón de apariencia todopoderosa. En cuanto el agente espectral se convierte en parte de nuestra realidad” (Žižek, 2020, p. 76).

[17] El capítulo XXII comienza informando que “Crescencio Montes murió al ponerse el sol una tarde helada a finales de un invierno, después de una prolongada agonía llena de dolores y sufrimientos” (Salazar, 2013, p. 123)

[18] Crescencio Montes se interroga: “¿Qué me pasó? Soy de los hombres más ricos, respetados y queridos de este pueblo, y con mucho temor de Dios” (Salazar, 2013, p. 98)

[19] Quisiera señalar dos declaraciones de sacerdotes católicos: “El Arzobispo de Toluca, Javier Chavolla dijo que “si una madre no respeta a la vida, cómo entonces exige otros derechos”.”; Por su parte, “Hugo Baldemar, afirmó que la legalización del aborto hace que la sociedad “se envilezca y se pudra moralmente”, y que es una pandemia peor que la del Covid-19” (en Velázquez, 2020).