Presentación
María Luna Argudín[1]
Actualmente somos testigos de un renacimiento de las historias de vida en el cine, en las ciencias sociales, en la literatura de no ficción, en la crítica literaria y en la historia, pues para las distintas artes y disciplinas han sido un importante vehículo para recuperar al sujeto en la comprensión del devenir. Pese a los innumerables géneros y formatos que hoy se cultivan, el presente dossier se ocupa de un género particular: la biografía histórica.
María Luna Argudín en su colaboración ofrece un marco amplio en el que revisita a los autores y debates icónicos del siglo XX. En el primer apartado presenta a los forjadores de la Nueva Biografía (Lynton Strachey, Virginia Woolf, Stephan Zweig y Emil Ludwig), quienes en el periodo de entre guerras rompieron con la biografía ejemplar que había dominado el siglo XIX. El canon moral fue sustituido por uno formal al utilizar a la novela como el modelo de entramado. En el segundo apartado recupera a Rolland Barthes, quien puso en tela de juicio las convenciones en las que descansa el género y el conocimiento que aporta; en el tercero expone los argumentos con los que los cultores de la biografía académica explican la popularidad de la que goza el género.
Para navegar en la mar de biografías históricas puede servir de astrolabio la tipología que brinda Possing (2017), para quien este género se estructura con base en uno de los siguientes arquetipos: la biografía “espejo”, “Vida-obra-tiempo de…” y la interpretativa. El primero sigue a Plutarco, quien en sus Vidas paralelas presentó parejas de griegos y romanos ilustres retratando sus virtudes y “vicios”. Ayer como hoy este arquetipo suele usarse para enseñar lecciones ya sean morales o patrióticas. Desde el siglo XIX es el arquetipo que se utiliza en las conmemoraciones cívicas para honrar a los forjadores de la nación.
En la comunidad académica de historiadores el arquetipo al que se recurre con mayor frecuencia es “Vida-obra-tiempo”, que se caracteriza porque la experiencia individual se ilumina a partir del contexto histórico y el biografiado a su vez ilumina con diferentes tonalidades aspectos generales de su sociedad (Gonzalbo, 2018).
A menudo la figura central se analiza como representante de una época, una situación histórica, un tipo, un fenómeno social o una cultura. Puede reconstituir la vida de un individuo o dar forma a una biografía colectiva o relacional que compara varias vidas (Possing, s.f., pp. 5 y 8). El presente dossier ofrece varios ejemplos de este arquetipo –como se verá más adelante.
La biografía interpretativa se caracteriza porque más que centrase en el sujeto, estudia la obra y las circunstancias en las que fue creada. En el presente dossier María Eugenia Arias ilustra este arquetipo con su “Acercamiento a la biografía de Édith Piaf y a su autora, Carolyne Burke”. Destaca tanto el andamiaje factual en que descansa la obra como la capacidad narrativa de la autora para pintar a “una mujer de su tiempo” en su contexto artístico y social. Arias subraya la empatía que la autora australiana siente por “el pequeño gorrión”, quien le dio “una visión más magnánima” de su propia vida y le hizo vivir sentimientos que no había experimentado, como si la cultura francesa la hubiera penetrado visceralmente a través de su música.
El texto de Arias ilustra también tres características constitutivas del género -según las definió Samuel Johnson, a quien la tradición anglófona considera el padre de la biografía moderna. Estas son: veracidad, empatía y utilidad. El escritor ilustrado argumentó que las biografías son más instructivas que las novelas porque son verdaderas y más atractivas que las narraciones históricas a gran escala, pues tratan sobre la vida personal y cotidiana. Defendió que su utilidad radica en la identificación empática del lector con el tema biográfico. En otras palabras, la empatía del lector se finca en que accede a una valiosa experiencia indirecta, participando en la “felicidad o calamidades” de otro (Johnson, 1750, p. 2928).
La biografía histórica entonces debe ser veraz en el sentido en que el biógrafo puede utilizar cualquier recurso literario, técnica y estructura narrativa según considere conveniente, pero no puede deformar los hechos, ya que estos deben apegarse a la realidad vivida por el sujeto. Por el contrario, la biografía literaria o novelada conserva hasta cierto punto los hechos, pero, “quizá por su intensidad, el escritor decide que aquellas vivencias mostrarían su justa dimensión dramática si las lleva al universo de la novela” (Calvillo, 2016). En la inmensa producción pueden encontrarse diversas formas de hibridación de los arquetipos expuestos y en ocasiones, la “biografía interpretativa” amalgama la ficción con los hechos históricos. De modo que el biógrafo recrea la personalidad de los sujetos, sus circunstancias, sus experiencias y pensamientos íntimos, como lo hiciera Strachey en su Elizabeth y Essex (1928)[2]. Pero el biógrafo al introducir su imaginación modifica el tradicional pacto biográfico con el lector, pues resulta difícil distinguir la ficción de la evidencia demostrada, más aún cuando se presenta con una narrativa que se pretende verídica. El presente dossier ofrece dos artículos que analizan este problema historiográfico.
Patricia Montoya Rivero, Brenda Moctezuma Roa y Alfredo Pérez Jiménez estudian a Emil Ludwig, uno de los cultores de la Nueva Biografía, un controvertido periodista, que se distinguió por combinar los hechos históricos, la ficción y el análisis psicológico. Ofrecen un puntual análisis de Tres dictadores: Hitler, Mussolini y Stalin. Y un cuarto: Prusia (1939). Aquí interesa enfatizar con los autores que este libro fue un desesperado llamado pacifista que defendía al orden liberal frente a los fascismos. Para sostener esta agenda política, Ludwig recurrió a diversas estrategias persuasivas, entre las que destacan su análisis psicológico de los tres dictadores y la romántica personificación de la nación. Con este segundo recurso expone los rasgos de la personalidad de Prusia, que hicieron posible que el militarismo alemán se identificara con el espíritu prusiano. Una tercera estrategia persuasiva permite a Ludwig hacer un ejercicio de argumentación y contra argumentación al enjuiciar y condenar al Führer en un ficticio tribunal internacional.
El multipremiado Anthony McCarten,[3] recreó las primeras semanas de Winston Churchill al frente del gobierno de la Gran Bretaña en dos formatos, un relato de no ficción y un guion fílmico, ambos tienen el mismo título: Las horas más oscuras. Cómo Churchill salvó al mundo del abismo (2017).
Valeria Cortés y Julieta Caballero contrastan el relato con el filme. El primero, escrito como un parte de guerra, se ciñe a los hechos soportados en una amplia documentación; mientras que la película recurre a la ficción para fortalecer la empatía del espectador con el hombre que por medio de su oratoria “reforzó la voluntad nerviosa de un pueblo vacilante” y lo condujo a la victoria en la Segunda Guerra Mundial.
Las autoras analizan acuciosamente la intencionalidad del autor y ofrecen una entusiasta defensa del uso de la ficción en algunas escenas de la cinta, pues consideran que promueve el conocimiento histórico entre el gran público.
En contraste, la historiógrafa Evelia Trejo Estrada desmenuza el relato de no ficción con dos poderosas armas: las enseñanzas del filósofo José Gaos y las de Hayden White, que brindó “argumentos para apreciar el quehacer de los historiadores como uno preñado de recursos lingüísticos y literarios”. Con una mirada penetrante devela los recursos literarios de los que se valió McCarten para forjar el entramado, el ritmo in crescendo y pintar la impredecible personalidad del Primer Ministro. La colaboradora afirma que el autor hace de la capacidad oratoria de Churchill la piedra de toque de la trama. Los discursos “Sangre, fatigas, lágrimas y sudor” y “Lucharemos en las playas” –por los que Churchill obtuvo el Premio Nobel- sirven de marco para representar el entorno y el interior del sujeto. El minucioso y fructífero análisis que hace Trejo Estada le permiten revelar los límites que el nacionalismo británico imponen al guionista y que éste no pudo traspasar en su interpretación.
Este dossier también ofrece una muestra de las biografías que actualmente produce la academia mexicana y mexicanista. La insaciable búsqueda de la verdad histórica ha favorecido el rescate de los “villanos” excluidos del panteón nacional por la aplastante narrativa liberal, que dominó hasta fines de la década de 1990. Raúl Figueroa Esquer ofrece los avances de la biografía que actualmente escribe sobre el historiador Francisco de Paula de Arrangoiz, una figura que se ha considerado de segundo orden, pero el artículo muestra que fue un personaje central en el partido conservador; bajo la dictadura de Santa Anna y en su calidad de cónsul efectuó la venta a los Estados Unidos del territorio mexicano de La Mesilla y se embolsó el 1% del pago. Posteriormente, en Europa se entrevistó en varias ocasiones con Maximiliano de Habsburgo para convencerlo de establecer el Imperio Mexicano, y, sin embargo, Arrangoiz nunca regresó a su país natal.
Lucio Ernesto Maldonado Ojeda recupera la historia de vida del poeta Alejandro Arango y Escandón, que ha sido excluido del canon literario nacional. Fue uno de los jefes del partido conservador a la muerte de Lucas Alamán, promotor de la monarquía y defensor de la figura del emperador austriaco. Maldonado Ojeda sugiere que el literato ha sido ignorado por la crítica contemporánea tanto por su filiación política como por su mediana calidad literaria.
Sonia Pérez Toledo ofrece una aproximación a una figura central del canon literario mexicano: Guillermo Prieto. Pero estudia un momento particular en la vida del polígrafo liberal, cuando se distanció de Benito Juárez, circunstancia que las biografías apologéticas suelen silenciar.
Los colaboradores de este dossier reflexionan sobre distintos problemas que se presentan en el taller del historiador. Figueroa Esquer y Pérez Toledo señalan la dispersión de las fuentes e indican que en México es muy escasa la materia prima --como autobiografías, diarios o correspondencia privada-- que permita reconstituir la personalidad y la vida privada y cotidiana de los sujetos. El biógrafo entonces no tiene más remedio que limitarse a trazar la vida pública del individuo con las huellas que dejó en sus publicaciones y en documentos oficiales. Por este motivo, los historiadores académicos suelen privilegiar el estudio de las historias de vida de los actores políticos connotados y de los miembros de las élites sociales o intelectuales.
Pérez Toledo llama la atención del lector sobre la manera particular en que se forja la historia académica, para ello recupera a E. P. Thompson (2002), quien indicó que se construye con una argumentación demostrativa, su lógica resulta de estudiar hechos que realmente sucedieron, que se explican en contexto y que incluyen la contradicción y la contingencia.[4] Estas afirmaciones son clave para entender las tensiones que atraviesan la biografía académica: por una parte, su esencia demostrativa –problema al que se vuelve más adelante- y, por la otra, la explicación contextualista.
Will Folwer explica con sumo detalle porqué para poder abordar los diferentes momentos y aspectos de la vida de un sujeto implica aproximarse a la “historia total”. Este colaborador relata sus experiencias al escribir las biografías de dos “villanos”: José María Tornel y Mendívil, la eminencia gris del gobierno de Antonio López de Santa Anna, y la del mismo Santa Anna, el “vende-patria”. Para comprender a la sociedad y al “hombre indispensable” que en once ocasiones fue presidente de la República, Folwer requirió entender las ideas de la época y los problemas nacionales y regionales, las interpretaciones de la historiografía especializada y manejar las aproximaciones teóricas relevantes de la historia, las ciencias políticas y la antropología.
El testimonio de Folwer da cuenta de una tensión nunca resuelta que surge en la biografía académica al fincarse en una argumentación demostrativa con una estructura narrativa. Al iniciar su estudio sobre Tornel -revela- estaba ansioso por encontrar la manera de narrar de modo emocionante sus aventuras y desventuras. Su profesor Micheal Costeloe le recomendó que no se dejara llevar “por los momentos dramáticos de la historia del personaje”, este consejo le permitió comprender que debía renunciar a entramar su relato como una novela porque la importancia de estudiar al sujeto fundamentalmente yace en lo que revela “del México en el que le había tocado servir de diputado, gobernador, ministro de guerra, senador, y escritor”. No obstante, nuestro colaborador no perdió sus aprendizajes literarios, para su Santa Anna eligió una estructura narrativa que le permite mantener el suspenso en el relato, hace diversos guiños a las novelas de Gabriel García Márquez y no faltan las escenas con un trazo de fina dramaturgia.
Las formas narrativas de la historia no son un problema menor. White (2014) hizo ver que el modo declarativo lineal con el que se escribe la historia académica –que favorece la argumentación demostrativa y deja de lado la narratividad– no hace justicia a la experiencia vivida, por lo que exhortó a recuperar la estetización de la experiencia como lo hace la literatura. Me permito cerrar esta presentación de manera similar a la que concluye mi artículo en este dossier, con una invitación a los lectores y estudiosos a profundizar el diálogo entre las distintas disciplinas y especialidades que confluyen en el estudio de las historias de vida.
Quisiera expresar mi profundo agradecimiento a cada uno de los autores que respondieron a la convocatoria de Fuentes Humanísticas para reflexionar sobre la biografía. Mi cariño a los miembros del Seminario Interinstitucional de Reflexión Historiográfica “Rosalía Velázquez”, que hemos cumplido seis años de pensar en conjunto y desde distintos enfoques las problemáticas que encierran las escrituras de vida. Mi reconocimiento al equipo que hace posible esta revista, pues a pesar de las condiciones tan adversas a las que nos vemos enfrentados por la pandemia, continúan trabajando con esmero.
Bibliografía
Johnson, S. (2012) [1750]. Rambler 60 [Biography]. En Stephen Greenblatt (Ed. Gral). The Norton Anthology of English Literature Vol. 1. 9a. ed. (pp. 2926-2929). Londres-Nueva York: Norton Company.
Possing, B. (2017). Understanding biographies: On Biographies in History and stories in biographies. Odense: University Press of Southern Denmark.
Thompson, EP. (2002) La lógica de la historia. De miseria de la teoría, en E. P. Thompson, Obra esencial. Barcelona: Crítica, pp. 510-511.
Hemerografía
Gonzalbo, P. (2018). ¿Qué hacemos con Pedro Ciprés? Aproximaciones a una metodología de la vida cotidiana, Historia Mexicana, LXVIII: 2, 2018, pp. 470-505.
Cibergrafía
Calvillo. A. L. (2016). Manual de géneros biográficos. En Revista de la Universidad. (145, 2016). Recuperado de http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/ojs_rum/index.php/rum/article/view/17090/19768 [Consulta del 12 de octubre de 2019].
Possing, B. (s.f.). Biography: Historical. Recuperado de www.possing.dk/pdf/historicalbio.pdf [Consulta del 10 de octubre de 2019].
[1] Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco, lunita_1981@yahoo.com
[2] Virginia Woolf hizo una profunda critica a la obra de Strachey, y con ello indicó las debilidades que presenta la biografía interpretativa. Luna Argudín profundiza esta problemática en su artículo.
[3] El guionista Anthony McCarten ha cosechado éxito tras éxito con las cintas La teoría del Todo (2014), basada en la autobiografía de Jane Hawking, primera esposa del profesor Stephen Hawking; Las horas más oscuras (2017) y Bohemian Rhapsody (2018), que es una historia de la vida de Fred Mercury.
[4] El “pasado histórico” que es masa argumentativa de evidencia verificada, conviene aclarar -como lo hace White, 2014- que es un pasado construido por los profesionales de la historia, que nadie vivió o experimentó, porque no lo podrían aprehender los sujetos con las bases que conocieron, pensaron o imaginaron de su presente.