Análisis ginocrítico de la construcción de la Generación del 27
Gynocritical
analysis of the construction of the Generation of '27
Eva María
Moreno Lago[1]
Resumen
La
generación del 27 sigue siendo uno de los periodos más estudiados de la
Literatura Española. En este artículo se analiza (con las herramientas que
ofrece la ginocrítica) su proceso de creación, la
formación de sus características, las peculiaridades de los integrantes para su
inclusión en el grupo y los espacios literarios que frecuentan. El objetivo es
comprender los criterios androcéntricos de la construcción de este periodo
literario y, por ende, el motivo del destierro femenino en la formación y
elaboración de nuestra historiografía literaria.
Palabras claves: Generación del 27, ginocrítica,
canon literario, escritoras, discursos literarios.
Abstract
The Generation of 27 remains one of the most studied periods in Spanish
Literature. This article analyses (with the tools offered by gynocritical)
their creation process, the formation of their characteristics, the
peculiarities of the members for their inclusion in the group and the literary
spaces they frequent. The objective is to understand the androcentric criteria
of the construction of this literary period and, therefore, the reason for the
female exile in the formation and elaboration of our literary historiography.
Keywords:
generation of 27, gynocritical, literary canon, women writers,
literary discourses.
Recibido: 2020-05-27
Aceptado: 2020-08-13
¡GRITAR, gritar,
defenderme
sola, sin brazos,
sin luz!
Voz de abierta
noche amarga,
dominadas
rebeldías.
Gritar. ¡Mi
garganta única!
[…]No quiero
cadenas muertas,
inmovilidad
culpable.
¡Libre, libre, libertad!
¡Mía, solamente
mía!
Josefina de la
Torre (Antología de Gerardo Diego, 1934: 562-563)
Introducción
Se ha aplicado
en la reconstrucción de la Generación del 27 una técnica cronológica,
experiencial y literaria minuciosa: cuándo y cómo nace, qué miembros, qué
obras, etc. Todas estas experiencias se encuentran narradas con todo detalle,
desde los diversos testimonios de los propios miembros y, posteriormente,
mediante los análisis de los críticos. Los modos de contarnos esta generación
están escrupulosamente seleccionados en función de los intereses del canon.
La
construcción de la Generación del 27 se ha producido conceptual y teóricamente
bajo un orden simbólico patriarcal que ha elaborado una asfixiante red de
relaciones e interconexiones que han conformado una tela de araña androcéntrica
imposible de traspasar por cualquier grupo minoritario o marginal. La
literatura hegemónica ha establecido las características generacionales del 27,
el porqué de su nombre, sus rasgos fundamentales, sus miembros y sus obras más
destacadas teniendo en cuenta solo las experiencias y acontecimientos
masculinos. Examinar los estudios existentes sobre la Generación del 27
permitirá ver aquellos que incluyen o excluyen a las mujeres como grupo
generacional. Cada crítico, según su conocimiento y sus condicionamientos sociopolíticos,
históricos, estéticos y su subjetividad, confiere al canon que establece un
sello personal. Por este motivo, merece la pena el esfuerzo de contextualizar y
analizar las obras que empiezan a legitimar los conceptos teóricos sobre la
Generación del 27.
Las
teorías desarrolladas por estos estudiosos son aceptadas sin discusión,
redundando en los imaginarios y prácticas tradicionales y, llegando a
mitificar, en las últimas décadas, este grupo y periodo artístico. En estos
estudios se ha resaltado la calidad artística del hombre con respecto a sus
compañeras y, de ellas, se han seleccionado los elementos y singularidades que
han reforzado la dominación y supeditación masculina: las características de
esposas, madres o familiares de los miembros de esta generación. Quiere decir
que las mujeres coetáneas han sido casi siempre descritas en su relación con
los hombres artistas y no en sus relaciones entre sí, con ellas mismas. Esto
deriva en que las imágenes que nos han llegado de estas mujeres estaban
construidas desde una perspectiva masculina y androcéntrica que acentúan sus
elementos pasivos y que no concuerdan con sus experiencias reales. Las mujeres
viven en este espacio teorizado por hombres como desterradas, enajenadas.
Todos
estos estudiosos están condicionados por una visión androcéntrica que la
crítica literaria feminista tiene como objetivo revisar y reconceptualizar. Se
aboga por la necesidad de cambiar de óptica y se pretende encarar una nueva
propuesta para tratar de reformar los criterios generacionales, elaborando un
discurso crítico renovador. Se plantea una revisión de la definición y
características generacionales elaborados desde la tradición estética,
artística y cultural androcéntrica.
Para
llegar a esto, primera mente hay
que atacar al canon y a la codificación, plantear reformas que afecten al
conjunto de ideologías y de pensamientos contemporáneos. En este proceso de
reformulación se hace fundamental la investigación de Kate Millett
(1995). Su eje central es el análisis de los contextos sociales y culturales
establecidos, pasados y presentes, para, partiendo de ellos, desentrañar las
claves literarias feministas. De esta forma se puede comprender que la
actuación de estas escritoras y artistas se ha visto obligada a entrar en los
juegos y parámetros patriarcales y reproducir, en muchos casos, sus discursos
acordes con los intereses del varón.
Concepción
y gestación de la generación del 27
Desde su nacimiento
hasta la actualidad se ha especulado en profundidad sobre el movimiento
cultural denominado Generación del 27 y se ha insistido en su importancia dentro
del panorama literario español, que ha sido catalogado por la crítica como la
más brillante promoción de la literatura del siglo XX en España.[2] Las características, los
miembros e, incluso, su propio nombre han producido
diversos debates entre estudiosos y especialistas. Luis Cernuda (1957)[3] y Ricardo Gullón (1953) la
definieron como la Generación del 25: “A falta de denominación aceptada, la
necesidad me lleva a usar la de Generación del 1925, fecha que, aun cuando nada
signifique históricamente, representa al menos un término medio en la aparición
de sus primeros libros” (Cernuda, 1975, pp.137-138), Max Aub
(1966) la definió como la Generación de la Primera Dictadura (1923-1936), y Debicki (1968) prefirió la denominación de Generación de
1924-1925. Además, tal y como Francisco Gutiérrez Carbajo indica:
También ha
sido denominada Generación de la amistad, Generación de la Dictadura,
Generación de los poetas profesores, Generación Lorca-Guillén o Guillén-Lorca,
Generación de la Revista de Occidente, Nietos del 98, Generación de los años
veinte, Generación vanguardista, Generación de la República, etc. (Gutiérrez
Carbajo, 2002, p.205).
A pesar de estas
diferentes propuestas, dicho movimiento cultural se ha consagrado y canonizado
como “Generación del 27”. Entre los grandes defensores de esta etiqueta
destacan Ángel Valbuena Prat, Ernesto Giménez Caballero, Juan Chabás, Dámaso
Alonso[4], Juan Manuel Rozas, Torres
Nebrera, Ángel González y Francisco Javier Díez de
Revenga. Este marbete se justifica por ser el año de la conmemoración del
tercer centenario de la muerte de Góngora, realizada en Sevilla, acto que
terminó de forjar el grupo y su espíritu literario. Además, en ese año y el
siguiente, se publicaron algunos de los libros más representativos de los
miembros, según la crítica: El alba del
alhelí, Canciones y Romancero gitano, Ámbito y Cántico, etc.
Sin
embargo, en 1927, ya estaba consolidado el grupo y la mayoría de los miembros
habían realizado diversas publicaciones, incluso ya había una conciencia
artística de grupo que los llevó a colaborar en revistas y tertulias. De aquí,
que autores como Debicki muestren su desacuerdo con
ese año: “subrayar el centenario de Góngora, nos tienta a dar demasiado énfasis
a los aspectos formales y “puros” de la generación y sitúa demasiado tarde el
efecto inicial de su labor poética” (Debicki, 1968, p.52).
Como se puede apreciar, la definición de este colectivo se abre a diferentes
interpretaciones, como también manifestó Jorge Guillén en su poema Testimonio:
Dicen que
el 27…
¿Generación,
constelación o grupo?
[…]
¿El 27?
Grupo bien unido
Mientras
viva.
Ya
es algo… (1961, p.253).
Ser un “grupo bien
unido” es uno de sus atributos más relevantes: los estrechos lazos de amistad y
compañerismo que estos escritores mantienen entre ellos, creando incluso
estrategias para ayudarse mutuamente y visibilizar sus propias creaciones. Uno
de los ejemplos más evidentes lo constituyen las revistas, fundadas o dirigidas
por ellos mismos, que en palabras de José Antonio García instauran “un nuevo
espacio de encuentro para los escritores de la Generación del 27” (García, 2007,
p.30). Además, establecen un vínculo más entre los integrantes, les ayuda a
crecer como escritores y contribuyen a convertir la generación en grupo
dominante. Las más significativas fueron: Revista
de Occidente (1923), Litoral
(1926), Mediodía (1926), Verso y prosa (1927), Carmen (1927), Parábola (1928), Meseta
(1928) y Gallo (1928). Esta unión se
puntualiza frecuentemente en los escritos sobre literatura que los propios
integrantes realizan. Así Dámaso Alonso, convierte una imagen vivida durante la
excursión de Sevilla en una metáfora de los acontecimientos culturales:
Imagen de
la vida: un grupo de poetas, casi el núcleo central de una generación,
atravesaba el río. La embarcación era un símbolo: representaba los vínculos y
contactos personales que ligan los miembros de un grupo en conjunta
florescencia: la amistad, el compañerismo, los compartidos sentimientos, los
mutuos influjos […] (Alonso, 1975, p.653).
Los primeros rasgos
que se teorizan en torno al 27, los definen los propios integrantes, que
imponen las normas de percepción de su propia cultura, gracias a su seguridad
(y autoridad) como poetas y críticos literarios. Canonizan la historiografía
literaria que ellos mismos han vivido y de la que han sido partícipes para
perpetuarla y asegurar su transcendencia. Como manifestó Giménez Caballero: “si
toda ‘Lengua’ y toda ‘Literatura’ siempre tuvieron padres que las engendraron,
también pueden ellas, a su vez, tener descendientes que las perpetúen” (Giménez
Caballero, 1940-1949, v.III, p.16). Por lo tanto,
crear sus términos historiográfico-literarios, como la polémica autodefinición
de su generación y, desarrollar sus propios conceptos literarios se convirtió
en una clara estrategia para inmortalizarse y garantizó su continuación, a
través de sus “descendientes intelectuales”, que resultaron ser los creadores
de los manuales de literatura española. Prácticamente todos los integrantes
pertenecientes por edad a la Generación del 27 se dedicaron en algún momento a
la crítica literaria: Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Guillermo de
Torre, Cansinos-Assens, Jorge Guillén, José Bergamín, Pedro Salinas, Max Aub, Juan Chabás, Alonso Cortés, etc.[5] Que los propios
protagonistas de una generación histórica se conviertan en estudiosos de ese
mismo periodo nos lleva a comprender mejor la construcción y la posterior
legitimación, tanto de los autores como de las obras canonizadas.
Una vez
exiliados, se acentúa la necesidad de realizar un análisis de su literatura en
el contexto cultural de su época. Para muchos de ellos esta labor se convirtió
en una necesidad perentoria que les aseguraba seguir en la historia de la
literatura española, pese a esa condición de exiliados. Por otra parte, enfrentarse
a la labor de reconstrucción de su propia historia cultural, después del
sufrimiento de la Guerra Civil, fue un severo ejercicio, al que Max Aub dedica algunas palabras:
¿Qué
dificultad presentaba para mí el hablar de todo esto? Poca o ninguna. Me puse a
hojear una antología, y he aquí que, de pronto, me di cuenta de que ya no era
la misma, siéndolo; de que todos aquellos versos que yo recordaba confusamente,
por mi mala memoria, pero con exactitud en cuanto al sentimiento, eran otra
cosa; si tenían los mismos años que yo, me decían cosas distintas de las que me
dijeron. Aquellos libros, que yo recordaba separadamente, formaban un todo en
el curso de la historia, adquiriendo otra proporción, tiñéndose de otro color,
encajando en el tiempo pasado de otra manera de como suponía: todos éramos
distintos, siendo los mismos (Aub, 1969, p.13).
El
conjunto de la producción literaria de la década de los 20 y los 30 ofrecía una
nueva lectura y visión de esa coyuntura histórica. El reiterado interés por contar
sus episodios literarios e incluirse como miembros de la generación del 27
refleja también el concepto romántico del poeta/artista como ser superior. Por
este motivo, muchos de ellos, ante el miedo de perder ese privilegio,
comenzaron a compilar y editar todos sus escritos: los publicados en diferentes
periódicos a lo largo de sus vidas, las charlas, cursos o conferencias, algunos
textos inéditos y sus obras consagradas; constituyendo así los volúmenes de sus
obras completas y asegurándose que ninguna de sus palabras cayera en el olvido.
Ese afán
por mantener su hegemonía también los empuja a la escritura de muchos de los
textos que publican bajo títulos que delinean su propia “literatura española
contemporánea”. Muchos de ellos ejercieron como docentes de literatura: Juan
Chabás, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Luis
Cernuda, Guillermo de Torre, Giménez Caballero, etc., impulsando estos estudios
y cultivando discípulos que, posteriormente, se convertirán en críticos literarios
de referencia.[6]
Aún así, otros miembros que no se dedicaron a la
labor pedagógica, como Max Aub, elaboraron también
una extensa producción crítico-literaria.[7]
Muchos de
estos estudios han pasado como contribuciones fundamentales al desarrollo de la
historia de la crítica literaria española y se encuentran como textos de
referencias sobre la Generación del 27. El ejemplo más evidente es Historia de la literatura española (1937), de
Valbuena Prat, un libro que “es susceptible de ser considerado como un referente
del canon de la Historia de la literatura española, pues la gran repercusión de
esta obra y el buen juicio de muchas de sus valoraciones críticas han canonizado, entre otras cosas, el canon
que plantea” (Martínez Ezpeleta, 2008, p.151). Todos estos escritores-críticos
evidencian en sus disertaciones, el subjetivismo del historiógrafo-literario,
ya que hablan de sucesos que han vivido en primera persona, de escritores a los
que conocen y de los que proporcionan detalles intrahistóricos que solo ellos
pueden conocer.
Por eso,
Max Aub, al referirse a su publicación Poesía española contemporánea, advierte:
“Hablé allí de un tema que conocía por haber convivido con su desarrollo.
Ahora, es distinto: por eso pude hablar allí sin citas. No me hacían falta y
menos al público que me escuchó: pisábamos terreno conocido” (Aub, 1969, p.224). En este sentido, también Juan Chabás,
recalca la idea de que los poetas son los que mejor pueden explicarse a sí
mismos, justificando así que sean quienes definan y perfilen su propia
generación literaria.
Todo esto
lleva a pensar en la parcialidad científica de las epistemologías trazadas para
consagrar la Generación del 27. El rigor de esta construcción apenas se ha
cuestionado, porque el orden masculino prescinde de cualquier justificación, la
visión falocéntrica se impone como neutra, y no
siente la necesidad de enunciarse en discursos que la legitimen. Los parámetros
científicos utilizados para la construcción de esta generación se basan en un
sistema social, económico e ideológico androcéntrico que establece unos saberes
que conceden autoridad a los hombres, mientras se la niegan a las mujeres. Mainer subraya el carácter endogámico que caracteriza la
construcción de esta generación:
Es un
sugerente espectáculo ver cómo cada escritor –Luis Cernuda, por ejemplo - se
emplaza frente a una tradición y frente a sus contemporáneos: viéndose en su
espejo. Y es inevitable recordar, al propósito, que existe una larga ejecutoria
española de textos de esa condición, unas veces complacientes, otras más
crítica, pero basada siempre en la idea de que uno se comprende mejor al
confrontarse con los demás. […] Algún día habrá que estudiar esa forma de canon
in fieri que es el construido por los
escritores que hablan los unos de los otros (Mainer,
1998, pp.297-298).
Legitimación
masculina y exclusión femenina
Si el verdadero poder
es de quien cuenta y se hace intérprete de la historia, los escritores del 27
realizan su propia narración para legitimarse. La canonización de su movimiento
cultural se produjo con más testimonios y versiones personales que rigor
filológico. En esta construcción quedaron invisibilizadas las escritoras del
mismo periodo literario, que no se encontraban en esa posición cultural de
poder, que tal y como sostiene Michel Foucault, construye el saber y, decide en
cada periodo, lo que se dice y lo que se calla, lo que se trasmite y se
convierte en tradición, lo que se aparta y lo que se ignora (Foucault, 1968).
En la
transición democrática (1975-1978) la Generación del 27 representa la oposición
al Régimen y, tanto críticos como investigadores, empiezan a realizar estudios
sobre ella, tomando como referencia las antologías y monografías que habían
realizado los propios poetas[8]. El canon literario y la
historiografía, basados en los discursos construidos por los escritores y,
difundidos a través de manuales, libros de textos, exposiciones y páginas webs,
han seleccionado una cierta cantidad de material gráfico, testimonial y
literario que ha permitido identificar las celebridades que componían la
intelectualidad española. Al analizar los documentos más conocidos y las fotos
más famosas de dicha generación, se percibe la total ausencia de las mujeres en
estos círculos.
Es el caso
de los carteles literarios. El más representativo es el de Universo de la literatura española contemporánea, realizado por
Ernesto Giménez Caballero y publicado en el número 14 de La Gaceta Literaria, el 15 de julio de 1927. Aquí, al realizar un
repaso por los escritores y pensadores españoles del momento, se dibujan unos
sistemas planetarios donde se van ubicando las celebridades más importantes,
sus discípulos y las revistas en la que publican. En este complejo sistema de
relaciones, descrito gráficamente y que, además, realiza una absoluta
vinculación del mundo de la literatura con las corrientes políticas y los
medios de comunicación, no aparece ninguna mujer. Desde que se comienza a consolidar
esta generación, en los medios de difusión, se desarrolla una mecánica
reproductiva de lo que viene siendo una costumbre: no compartir los espacios
intelectuales con las mujeres. Tampoco encontramos presencia femenina en la
foto tomada durante la celebración del aniversario de Góngora, que se considera
el momento de inicio de la Generación del 27. En el ensayo de Bernal Romero
titulado La invención de la Generación
del 27 (2011), encontramos un capítulo por cada característica de esta
generación. El siete se titula significativamente “Sin mujeres”, y señala como
característica generacional la ausencia femenina:
Entre los
poetas del 27, en el momento y en los actos en los que se sitúa el nacimiento
del grupo, no hubo mujeres; o si las hubo fueron muy pocas o con escasa
relevancia para los actos, […] se está afirmando que las existentes, incluso
cuando alguna ya tenía más nombre que los poetas que después serían la
referencia del grupo, no participaron de las actividades suscitadas en torno a
Góngora en las que se localiza el nacimiento de la Generación del 27. […] Quizá
por eso en Madrid y en Sevilla fueron una notable ausencia, con solitarias
excepciones (Bernal Romero, 2011: 155).
Bernal Romero describe
un ambiente que es fulminante con las escritoras, ya que, efectivamente, se les
niegan los espacios de participación como creadoras en las actividades claves y
se les ofrece un tratamiento diferenciador. Por otra parte, la teoría literaria
y los estudios recientes (Bernal Romero, 2011) siguen realizando separaciones
por sexos e, incluso, continúan alegando que las mujeres son “solitarias
excepciones”, tratando a las artistas que participaron como casos aislados.
Este
sistema excluyente se aplica a las antologías realizadas de la Generación, la
más significativa, referente esencial, es la de Gerardo Diego, donde no figura
ninguna mujer en la primera edición de 1932,[9] incorporando dos (Josefina
de la Torre y Ernestina de Champourcín) en la
revisión que realiza para la edición de 1934. Pepa Merlo explica en el prólogo
de su Peces en la tierra: Antología de
mujeres poetas entorno a la Generación del 27 que:
En todas
las recopilaciones elaboradas hasta el momento, las mujeres o no aparecen (lo
que ocurre en la mayoría de los casos) o lo hacen de un modo pobre, con sus
nombres mencionados solamente de pasada, repitiéndose de unas antologías a
otras los mismos nombres, pero apenas sin detenerse en el análisis de su poesía
(Merlo, 2010, p.28).
Las antologías
literarias desarrollaron un papel fundamental en la confección del canon de la
Historia de la literatura española y, además, sirvieron para educar a partir de
él (Palenque, 2004, p.320). Por lo tanto, se puede afirmar que se ha aplicado
un filtro en la memoria de la Generación del 27 y de las demás generaciones
para excluir a las mujeres, a través de una rigurosa selección de documentos
gráficos, literarios y artísticos. Incluso en los estudios recientes que han
rescatado estas figuras, se justifica el desigual trato por parte de la crítica
literaria, perpetuando la idea tradicional de que solo los escritores alcanzan
calidad literaria mientras las escritoras ofrecen una literatura “de
aficionadas”. Este falaz argumento de la calidad para explicar la menor
presencia de las artistas es el que sostiene Julio Neira, cuando afirma que: “Si
el rastreo con que se mide la calidad de nuestras poetas es el de la obra de
autores como Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Emilio
Prados, Gerardo Diego, Rafael Alberti, etc. parece lógico situarlas en un plano
secundario” (Neira, 2009, p.36).
Además de
subestimar, de forma arbitraria, la calidad literaria de sus escritos,
se las ha dejado fuera del círculo poético, artístico e intelectual
vanguardista, convirtiéndolas en “marginales” o “excéntricas”. Roberta Quance describe este proceso en la literatura femenina,
pero se puede extender a todas las disciplinas donde predomina la presencia masculina:
“El efecto es siempre esencialmente el mismo: trazar un círculo imaginario en
torno a cada ejemplo de escritura femenina, como para mantenerlo fuera del
ámbito público, de forma que toda mujer poeta de interés destaca entre los
nombres de varón como una excepción” (Quance, 1987, p.90).
Escritoras:
una presencia real
Margarita Nelken ya
era consciente de este mecanismo de exclusión cuando, en 1930, realiza una
búsqueda de genealogías femeninas que la ayudan a construir la memoria perdida
de las escritoras. En las primeras páginas de este ensayo, titulado Las escritoras españolas, sostiene: “Mas
estos nombres son considerados tan solo como la excepción que confirma la
regla. Y ello es un error. Nunca las mayorías probaron otra cosa
sino que el número y el término medio no constituye una ejecutoria” (Nelken,
1930, pp.9-10). Se parte, por lo tanto, de una situación de violencia simbólica
a la que todas las artistas de esta generación se vieron sometidas, siendo un
elemento imprescindible para comprender las enormes dificultades que
encontraron para poder brillar y poder dedicarse a unas profesiones netamente
masculinas. Además, tal y como explica Julia Varela: “En general, seguía dominando el estereotipo de que las
mujeres estaban destinadas al cuidado de la casa y a la procreación, mientras
que los varones estaban destinados a conquistar y a recrear el mundo, en suma,
a ser los protagonistas de la historia” (Varela, 2013, p.615).
Este
prejuicio de la crítica literaria y artística explica, en parte, la ausencia de
mujeres en el conjunto de los estudios y antologías de la Generación del 27.
Uno de los objetivos de clasificar los diferentes movimientos en generaciones
es recoger la historia artística de las sociedades, incluyendo todos los
intelectuales que participaron activamente de ellas. Sin embargo, esta
condición no se cumple en la mayoría de los estudios de referencia, como se ha
podido comprobar por los libros citados, puesto que no se ha reconocido la
aportación de las mujeres.
Hay que
entender que el ejercicio de la violencia simbólica de exclusión empieza a
producirse desde el nacimiento del grupo. En las tertulias y cafés de Madrid se
reunía la élite cultural para hablar de todo lo relacionado con los
acontecimientos políticos y artísticos, tanto en España como en el extranjero.
Es en estos círculos donde empiezan a forjarse los vínculos entre los miembros
generacionales. Santiago Ontañón describe, en su
autobiografía, su importancia y la red de amistades nacida en las tertulias:
Perteneciendo
a esa generación que casi podemos decir que vivió en los cafés y que coincide
con la denominada “del veintisiete”, a la que pertenezco. En aquellas tertulias
se hablaba, se discutía, se profetizaba, se mentía y se decían verdades como
puños. En aquellos cafés, templos del ocio, se hacían poetas, políticos,
embaucadores y farsantes. Fue una etapa de oralidad casi tanto como de
escritura. Cuando menos, aquella condicionó a esta muchas veces. En aquellos
cafés se discutía de lo divino y de lo humano, se fabricaban fortunas y se
firmaban contratos que aseguraban millones, allá al fondo, sobre una mesa de
mármol; se escribían novelas y se formaban compañías teatrales importantes. El
café suplía los grandes despachos de hoy y hasta las reuniones clásicas en las
casas burguesas, incómodas, frías, inhabitables casi sin excepción.
Fuera de
las grandes casas aristocráticas, el hogar español de la época, digan lo que
digan, se hacía insoportable. Aquellas casas te echaban a la calle y los
hombres nos íbamos al café. […] Raro es el español que ya esté instalado en la
Historia, que durante una larga etapa de su vida no frecuentase el café (Ontañón, 1988, pp.15-16).
Podemos observar la
envergadura de estas tertulias, donde “se firmaban contratos”, “se hacían
poetas” y, quienes las frecuentaban tenían casi asegurada la presencia en la
Historia. Es decir, que tanto la formación de las nuevas corrientes artísticas
como la publicación de las producciones literarias en las diferentes revistas,
periódicos y editoriales se concebían en estos espacios públicos y
masculinizados, que no contemplaban la presencia de las mujeres, destinadas, en
cambio, a permanecer en los ámbitos privados y domésticos. Ontañón
matiza que el ambiente hogareño, donde prevalece la presencia femenina, se
hacía “insoportable” y los hombres, frente a esta situación, se iban al café.
Ellos tenían la libertad y el privilegio de poder elegir o de frecuentar ambos.
Ellas asumían desde su niñez que esos espacios les estaban vedados. Aún así, muchas de las intelectuales de esta época
frecuentaron esas tertulias. A veces, se encontraban con el rechazo y siempre
con un ambiente masculino. Además, como señala Mangini
(2001, p.148), solo dos tertulias madrileñas aceptaban abiertamente la
presencia femenina: la cacharrería del Ateneo y la Granja del Henar. El resto
de las reuniones en las que participaron, o bien eran de carácter privado,
organizados en casas o estudios de artistas, o bien, se colaron de forma
esporádica.
Esto
justifica que la tertulia de la Granja del Henar sea la más citada en las
autobiografías de estas intelectuales: Ernestina de Champourcín
relata en La ardilla y la Rosa (Juan
Ramón en mi memoria) que la primera vez que habló con Juan Ramón Jiménez,
quien ejerció una clara influencia en la poeta desde su infancia, fue en la
Granja. También María Teresa León conoció allí a su futuro marido, Rafael
Alberti. Victorina Durán en sus dos autobiografías Así es y Sucedió, y Elena
Fortún en Oculto Sendero, citan este
café que frecuentaron asiduamente, como un lugar liberador donde se producían
encuentros enriquecedores con diversas personalidades.
Como
explica Lorca en una conferencia del Ateneo en 1932, por un lado, se
cuestionaba el intelecto femenino, y, por otro, ellas estaban controladas por
sus madres o criadas que no les dejaban la autonomía para decidir sobre los
lugares a los que acudir:
Quien ha
vivido como yo y en aquella época, en una ciudad tan bárbara bajo
el punto de vista social como Granada, cree que las mujeres o son
imposibles o son tontas. Un miedo frenético a lo sexual y un terror al “qué
dirán” convertían a las muchachas en autómatas paseantes, bajo las miradas de
esas mamás fondonas que llevaban zapatos de hombre y unos pelitos en el lado de
la barba (texto extraído de Corrales, 2009: sin páginas).[10]
Mientras que los
miembros masculinos de la Generación fundaron revistas y trazaron estrategias
de publicación para autovisibilizarse, las
escritoras, a pesar de publicar también en esos canales, lo hicieron de forma
anecdótica, sin continuidad y sin participar en las estrategias internas que se
fundaban, sobre todo, en vínculos de amistad. Estas circunstancias nos ayudan a
entender mejor la ausencia femenina en diferentes actividades y en el encuentro
sevillano de homenaje a Góngora. Como bien cuenta Dámaso Alonso, ese viaje fue
una invitación de Ignacio Sánchez Mejías, quien reunió a sus amigos para
impartir diversas conferencias y lecturas de versos en el Ateneo de Sevilla y a
quienes costeó el viaje y algunas noches en “las mejores habitaciones de un
hotel que nos pareció regio” (Alonso, 1969, p.654). En dicho encuentro, al que
se acudía con invitación, “la generación hacía así su primero y más concreto
acto público” (Alonso, 1969, p. 657) sin realizar ninguna propuesta a las poetas
contemporáneas para la participación del acto.
Sobre el
reducido público que ocupaba la sala el día de su conferencia, el mismo Dámaso
Alonso detalla:
Cuarenta y cinco personas. Solo cuatro
damas, la noche de mi conferencia. Habían entrado por equivocación, sin duda, y
se escurrieron como cuatro anguilas en un momento en que yo me bebía un vaso de
agua. Pero, ¡oh, prodigio!, el día del banquete con
que nos obsequió el Ateneo, ¡cuatrocientos comensales! (Alonso, 1969, p.655).
Sus palabras dejan
claro sus ideas con respecto a las mujeres, concebidas como seres frívolos y
sin interés por la cultura, fuera de su terreno y de su espacio en una sala de
conferencias. Además, gracias a algunos periódicos locales, se sabe que una de
esas cuatro damas presentes fue la sevillana Amantina
Cobo de Villalobos, maestra, periodista, escritora y fundadora unos años
después del Ateneo Femenino de Sevilla, puesto que en el Ateneo sevillano no
podían inscribirse las mujeres.[11] Su afinidad con la
literatura y la cultura la llevó a acudir a aquel evento de forma consciente,
contradiciendo la opinión del poeta.
Mientras
los artistas de la Generación del 27 siguen siendo, en palabras de Dámaso
Alonso, “maestros indiscutidos”, las artistas no se mencionan, no existen, no
pudieron participar en los actos, pero tampoco después fueron recogidas en las
antologías escritas por los integrantes de esa generación, que controlan desde
los inicios quiénes son los miembros que pertenecen a ella:
mi idea de la generación a que (como
segundón) pertenezco, va unida a esa excursión sevillana. Los que hicimos el
viaje fuimos Guillén, Gerardo Diego, Rafael Alberti, Federico, Bergamín, Chabás
y yo. Es evidente que si tomamos los cinco primeros nombres […] y añadimos el
de Salinas […], Cernuda […] y el de Aleixandre […], tenemos completo el grupo
nuclear, las figuras más importantes de la generación poética anterior a la
guerra (Alonso, 1969, pp.655-656).
En los testimonios
masculinos se aprecia una fuerte conciencia de grupo, incluso figuras que en
principio no aparecen en el núcleo inicial, resaltan constantemente su
pertenencia, como Santiago Ontañón que se auto
reconoce como miembro, a pesar de no estar en las listas oficiales. La utilización
del “yo” es predominante, o, como Jorge Guillén prefiere, el “nosotros”: “Para
evitar el yo protagonista, “le moi haïssable”, hablemos de “nosotros”: el grupo de poetas que,
con los rasgos de una generación, vivió y escribió en España entre 1920 y 1936”
(Guillén, 1961, p.235). En cambio, las mujeres que, en sus autobiografías,
narran y describen los mismos acontecimientos, no se sienten partícipes de esta
generación, fraguada con parámetros androcéntricos.
Según
Jorge Guillén la identidad de grupo se forja a través de elementos comunes de
carácter estético e intelectual y, aunque al principio no eran conscientes de
pertenecer a una generación concreta y, por lo tanto, no podían designarla con
propiedad, eran consecuentes con lo que estaban fraguando:
Muy pronto forman un conjunto homogéneo.
Homogéneo, sí, el conjunto, pero constituido por personalidades muy distintas.
La idea de generación estaba ya en el aire. Entonces apareció, y aquí reaparece
ahora como una realidad conocida empíricamente, y de ningún modo por inducción
a posteriori. Raras veces se habrá manifestado una armonía histórica con tanta
evidencia como durante el decenio del 20 entre los gustos y propósitos de
aquellos jóvenes, cuya vida intelectual se centraba en Madrid (Guillén, 1961, p.236).
Frente a la intelectualidad
masculina, a las mujeres se las asociaba con la transmisión de la fe y las
supersticiones. Ellos hablan un idioma poético y artístico del que ellas están
excluidas: “Alrededor de una mesa fraternizan, se comprenden, hablan el mismo
idioma: el de su generación” (Guillén, 1961, p.245). La nueva figura de la
mujer intelectual no era comprendida ni apreciada por los intelectuales de la
época, como demuestra la famosa respuesta de Jacinto Benavente frente a la
invitación que le ofreció el Lyceum: “Yo no puedo dar
una conferencia a tontas y a locas” (León, 1977, p.515).[12] El comportamiento
misógino de muchos de estos eruditos está en relación con las influencias
intelectuales que ejercieron sobre ellos algunos pensadores y escritores
europeos. Julio Caro
Baroja describe el malestar que las actividades del Club generaron en algunos
sectores conservadores de la sociedad española de la época:
Pronto llegó a formarse una leyenda
en torno, una leyenda desfavorable y fomentada por las gentes de la derecha.
Las ordinarieces, los sarcasmos, las calumnias,
cayeron sobre el modesto club, donde unas mujeres pretendían entretenerse de
modo amigable e inteligente. Gran crimen. Se las pintó como a unas sufragistas
ridículas o anglómanas, como ateas, enemigas de la familia cristiana, etc.
(Baroja, 1972, p.69).
Como afirma José
Carlos Mainer: “el arte español de la crisis de fin
de siglo hubiera sido impensable sin el fuerte impacto del conocimiento y
convivencia con los extranjeros” (Mainer, 1981, p.58).
Entre estos extranjeros destacan las obras de Nietzsche, Schopenhauer, Emerson,
Taine, Koprotkin, Tolstoi,
Zola e Ibsen, entre otros, que no solo influyeron en las creaciones de los
escritores del 27, sino en la conducta ejercida hacia sus compañeras.[13]
Otra
diferencia entre los miembros masculinos y femeninos de esta generación la
constituyen los temas literarios. Como expresó Luis Cernuda, “el poeta ve, o si
se prefiere, experimenta y expresa lo que ve o experimenta” (Cernuda, 1975: 7)
y las experiencias sociales de los hombres y de las mujeres de esta época
divergen. El trato que la sociedad les ofrecía era muy desigual: desde la
educación y las restricciones familiares hasta las (im)posibilidades
de llegar a convertirse en autoridades literarias en vida como llegaron a ser
para ellas Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset o Valle-Inclán. Las aspiraciones
de unos y otras eran completamente diferentes.
Mientras
en los poetas masculinos destacan, como sostiene Jorge Guillén, “Los grandes
asuntos del hombre – amor, universo, destino, muerte – llenan las obras líricas
y dramáticas de esta generación (Solo un gran tema no abunda: el religioso)”
(Guillén, 1961, p.247), las escritoras reflejan, sobre todo, su nueva condición
de mujer, un tema que cobra mucha relevancia en sus producciones. Además, dotan
de nuevos contenidos y perspectivas los mismos temas que tratan los escritores,
influenciadas, a la vez, por los ismos
y las nuevas corrientes artísticas-literarias.[14]
En este
universo conformado por hombres, la mujer como figura literaria y como
personaje ya está pensada o como musa o como “ausencia”, elemento adyacente a
la potestad masculina, tal y como revelan unos versos de Gerardo Diego: “mujer
de ausencia/ escultura de música en el tiempo” (Citado en Valbuena Prat, 1930, p.84).[15] Incluso a algunas de las
mujeres creadoras de esta época, ellos las van a valorar únicamente por su
misión inspiradora. Es el caso de Pilar de Valderrama, autora de siete libros,
a quien Jorge Guillén, al prologar sus memorias presenta como “personaje de
nuestra historia literaria” (Valderrama, 1981, p.11) por ser la Guiomar de
Antonio Machado.
Esta
concepción va a chocar con la presencia real de mujeres que se presentan,
además, como sujetos racionales, como demuestra su profesionalización en el
ambiente artístico. Aun así, los intelectuales de la época seguían hablando de
la presencia femenina creadora como algo peyorativo y extraño, lo que
contribuyó a la automarginalidad de las artistas
dentro de los movimientos artísticos-literarios de la época.
Examinar
cómo el canon construye la historiografía resulta fundamental para tener una
visión de conjunto sobre la situación real que atravesaron estas intelectuales
y cómo percibieron su producción literaria sus compañeros contemporáneos. Se vuelve
a demostrar que las voces de los hombres siempre sobresalen sobre el silencio
de las mujeres. Dentro del grupo poético de la generación del 27, las mujeres
han sido tratadas como figuras periféricas. Son artistas cuya producción ha
tenido que esperar quizás demasiado tiempo para alcanzar un mínimo grado de
reconocimiento. Teniendo como referencia los debates planteados por la ginocrítica y la crítica literaria feminista, la
decodificación de este periodo literario será un primer paso y una vía para
superar las tradiciones culturales y revalorizar las obras de las mujeres.
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[1] Universidad de Sevilla (España, emoreno3@us.es
[2] Fue a la muerte del dictador, a la par de la democracia,
cuando se empezó a recuperar estos poetas (exiliados en su mayoría) y este
movimiento cultural como un referente de gran significado político y social.
[3] En la bibliografía de este estudio se ha usado la 4º
edición que se publicó en 1975.
[4] Nunca llegó a usar el término Generación del 27 pero
fue el primero en defender en primera persona la importancia de ese año para el
grupo poético, lo que llevó a los demás estudiosos a fijar esa fecha.
[5] Para profundizar
más véase Los poetas del 27 como críticos
literarios escrito por Díez de Revenga (1993, p.65-79).
[6] En estos títulos críticos-literarios encontramos: Literatura española. Siglo XX (1941) de Pedro
Salinas, Literatura española
contemporánea (1957) de Luis Cernuda, Lengua
y Literatura de España (1940 - 1949) de Giménez Caballero, Literatura Española Contemporánea
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Literatura española (1937) de
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y poesía (1961) de Jorge Guillén, La aventura estética de nuestra edad (1962) e Historia de las
literaturas de vanguardia (1965) de Guillermo de
Torre, etc.
[7] Discurso de la novela española contemporánea
(1945), Prosa española del siglo XIX
(1952-1962), Manual de historia de la
literatura española (1966), Poesía
española contemporánea (1969).
[8] Algunos de los
hitos de referencia en este proceso de canonización fueron la antología El grupo poético de 1927 de Ángel
González (1976), La edad de plata
(1902-1931): Ensayo de interpretación de un proceso cultural de José Carlos
Mainer (1975), El
27 como generación de Juan Manuel Rozas (1978) y los dos volúmenes
titulados El grupo poético de 1927 de
Juan Manuel Rozas y Gregorio Torres Negrera (1980).
[9] Frente al corpus de diecisiete poetas que presentó
como autores “logrados”: Miguel de Unamuno, Manuel Machado, Antonio Machado,
Juan Ramón Jiménez, José Moreno Villa, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso
Alonso, Juan Larrea, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Rafael Alberti,
Fernando Villalón, Emilio Prados, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y Manuel
Altolaguirre.
[10] La edición de este libro se ha realizado sin
paginación, por lo que resulta imposible citar minuciosamente su referencia.
[11] Asociación poco investigada de
cuya fundación dan cuentan algunas reseñas de periódicos como La Unión Ilustrada (9/3/1930) y Estampa (25/2/1930).
[12] Anécdota relatada en las memorias de María Teresa
León (1977) y, también, en la de Carmen Baroja (1998: 90).
[13] No podemos olvidar algunos presupuestos
misóginos de estos pensadores, escasos de base científica, como
el postulado de Nietzche que manifiesta que “Cuando una mujer
tiene inclinaciones doctas, de ordinario hay algo en su sexualidad que no
marcha bien”, o aquel de Schopenhauer que
se basa en la apariencia física para invalidar la producción femenina: “Sólo el aspecto de
la mujer revela que no está destinada ni a los grandes trabajos de la
inteligencia ni a los grandes trabajos materiales”. Para profundizar véase Historia de la Misoginia de Esperanza Bosch Fiol, Victoria A. Ferrer
Pérez y Margarita Gili Planas (1999).
[14] Circulaban por
Europa las contradictorias ideas vertidas en los dos manifiestos futuristas
sobre la mujer, de Valentine de Saint-Point, Manifiesto de la mujer futurista de 1912 y el Manifiesto sobre la lujuria de 1918, en los que se proyectaba una
imagen de mujer nueva pero al mismo tiempo guardiana
del hogar, del marido y los hijos. No menos contradictorio el papel que le
asignaba el Primer Manifiesto surrealista
de André Bretón de 1924, donde la mujer, amada y celebrada como
"la gran promesa", concreta su papel solo como musa y objeto del
deseo, cuya mejor cualidad seguirá siendo la belleza.
[15] Es un poema de su libro poético titulado Versos Humanos.